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sábado, 3 de septiembre de 2011

Edith Lagos (21 noviembre 1962 - 3 setiembre 1982)

El autor ante la tumba de Edith Lagos
EDITH LA GUERRILLERA

Mis ojos han lagrimeado de tanto dolor,
y es que el dolor en los labios
se han convertido en grito.
EDITH LAGOS

1980: Una mujer recorre los Andes peruanos montada en un caballo blanco enarbolando una bandera roja con la hoz y el martillo. Se parece extrañamente a Túpac Amaru II, el último príncipe inca ejecutado por el Imperio Español exactamente dos siglos atrás después del fracaso de su rebelión: cabellos negros, largos y lacios, rasgos indígenas, rostro altivo, lleno de orgullo de su raza, mirada de acero. Pero a diferencia de aquel, esta es menuda, frágil, apenas es una niña pero los emparenta la misma resolución de romper las cadenas que oprimen al hombre del Perú olvidado.
Se llama Edith Lagos, es ayacuchana, hija de un comerciante de la clase media, ha estudiado los primeros ciclos de Derecho en una universidad particular de Lima pero ha vuelto a su tierra para unirse a guerrilla.
El 17 de mayo en Chuschi, un perdido poblado de Ayacucho, la fracción Por el Luminoso Sendero de José Carlos Mariátegui del Partido Comunista del Perú ha dado inicio a su guerra popular contra el Estado Peruano a la que califica de semifeudal y semicolonial.
La guerra avanza incontenible en Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, el llamado Comité Regional Principal en que el senderismo ha dividido el Perú. No es una guerra improvisada, por supuesto que no. Abimael Guzmán, su mentor, la ha planificado al milímetro durante la última década y media en que cual él, personalmente, y sus adeptos, ha recorrido cada pueblito de estos tres departamentos llevando su prédica, conociendo el terreno, captando seguidores. Uno de ellos es Edith Lagos, una militante con fuerte convicción revolucionaria, sensible al sufrimiento de los más oprimidos.
Belaunde, que ha vuelto al poder después de ser desalojado de esta por los militares doce años atrás, califica de abigeos a los guerrilleros. Estos no llevan uniforme de combate, poseen armas obsoletas, no se enfrentan a las fuerzas regulares, solo andan de pueblo en pueblo expulsando a los terratenientes, castigando a los abigeos, a los usureros, a los infieles. Lejos están todavía los llamados juicios populares en el cual la pena generalmente es la ejecución del condenado.
A fines de año, Edith Lagos es capturada y recluida en el CRAS de Ayacucho.
1981: La guerra se expande por todo el territorio peruano. Siguiendo la prédica maoísta, parte del campo para llegar a las ciudades. Lima, la capital, amanece con perros colgados en los postes de luz. Las primeras torres de conducción eléctrica son derribadas dejando en tinieblas las grandes ciudades. Pero todavía no hay mayores víctimas que lamentar. Lo que sucede en las serranías no afecta en nada a la naciente democracia. Los contingentes policiales apenas son incrementados para combatir a los llamados “abigeos”.
Mientras tanto, en el CRAS, Edith Lagos cavila, piensa, medita cómo transponer las puertas de esa fortaleza de piedra y cemento en el cual pasa sus días mientras, según le informan sus visitas, la revolución se agiganta, marcha victorioso hacia su objetivo: la toma del poder.
1982, marzo 3: La ciudad queda a oscuras. Los locales de la Guardia Civil, Guardia Republicana y Policía de Investigaciones son atacados simultáneamente. Pero el potencial del fuego se concentra en el CRAS donde languidecen unos setenta guerrilleros. Después de una breve resistencia, sus defensores se rinden y los presos son liberados.
Las acciones de la guerrilla se incrementan notablemente después de este hecho. La figura de Edith Lagos, montada en su caballo blanco, recorre Ayacucho, Huancavelica, Apurímac. El gobierno ha mandado a los cuerpos antiguerrilleros de la policía para sofocar la rebelión, pero los resultados son nulos. Los senderistas conocen el terreno, tienen el apoyo del pueblo.
El ataque y destrucción del puesto policial de Vilcashuamán le termina de abrir los ojos al gobierno: no son abigeos los que perpetran esos hechos, los que recorren los pueblos expulsando a la Guardia Civil, pidiendo la renuncia de alcaldes, gobernadores. No son abigeos los que atacaron el CRAS de Ayacucho.
Setiembre 3: Una patrulla antisubversiva es atacada por un pelotón de guerrilleros comandados por la ya mítica Edith Lagos en las afueras de Umacca, Andahuaylas. El combate es parejo, feroz a pesar de la notable diferencia del poder del fuego de los enemigos. Estos consiguen pedir ayuda por radio y al poco rato un helicóptero del ejército viene en su apoyo.
Casi al anochecer, todo ha terminado. Entre las bajas de la guerrilla está Edith Lagos. La prensa de la oligarquía quiso minimizar el hecho diciendo que Edith Lagos cayó cuando pretendía robar una camioneta para aprender a manejar.
Setiembre 10: Las calles de Huamanga están atestadas por miles de personas que pugnan por ver, tocar los restos de la joven que ha ofrendado su vida a tan corta edad. Bandas de músicos acompañan el cortejo fúnebre. Parece un día de fiesta, pero el pueblo llora la muerte de la guerrillera. Aun Sendero Luminoso tiene arraigo popular, todavía no ha aplicado su política de arrasamiento masivo, todavía sus juicios populares no tienen como veredicto inapelable la ejecución de los condenados, pero falta poco, apenas meses.
2011: Han pasado 29 años desde la muerte de Edith Lagos pero su figura menuda sigue recorriendo los Andes peruanos montada en su caballo blanco en el imaginario del pueblo. Ella no ha sufrido la ignominia en la cual han caído los otros conductores de la fallida revolución. Sus manos no se han manchado de sangre, sus sueños de una sociedad más justa están más vigentes que nunca.
Su tumba en Ayacucho tiene siempre flores rojas como su sangre.
Ayacucho, setiembre



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