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domingo, 30 de mayo de 2010

Fin de mes

Se acaba mayo, con sus farsas y mentiras, con su palabrería, con sus excusas baratas, pero también con las ideas claras, con los objetivos centrados, con los deseos de ser mejor, no uno más del montón, con no ceder aunque los vientos aparentementes se muestran propicios, con no doblegarse como ya quisieran muchos, con no hacerle caso a las adversidades, con ver sobre los hombros a las personas negativas, con no olvidar las afrentas para no volverlos a repetir.

sábado, 29 de mayo de 2010

Agonía


Conoces de memoria la forma de cada letra, las curvas achatadas de la s, la colita exageradamente larga de la a, la t en forma de cruz. Cuántas faltas de ortografía, cuántas palabras sin tildar. ¿Sería cierto que terminó el colegio? Con las justas habrá ido al jardín. Sientes otra vez esos ardores, esas punzadas insoportables. Te revuelcas en tu cama, lees otra vez sus palabras, contemplas ese trazo casi infantil, esas letras inclinadas hacia la derecha, esa firma hecha con furia, con odio. Te arrastras hacia el baño, te dejas caer en el water, un olor nauseabundo taladra tus fosas nasales, sientes ganas de vomitar asqueado por tu propia podredumbre. Te palpas el cuerpo lleno de excoriaciones, de llagas hediondas, supurantes. Tu cuerpo es un castillo de huesos, piel muerta, heridas que no cicatrizan, a punto de derrumbarse. Llegará el día en que ni podrás arrastrarte hacia el baño. Tienes las mejillas hundidas, los pómulos salidos, los ojos marchitos, la piel macilenta. Abres la ventana para respirar un poco de aire puro. ¿Y si te mataras? ¿Será suficiente altura para morir de un solo golpe? Si estuvieras en el Puente Villena no lo pensarías dos veces, pero ni tienes fuerzas para salir a la calle y tomar un taxi. ¿Cuántas horas estuvo agonizando la hija del ex fiscal de la Nación? Hay que tener suerte también para morir. ¿Cuánto demorará la caída? ¿Veinte, treinta segundos? Que sean veinte segundos; veinte segundos y se acabaría este infierno de un solo golpe. Las calles están desiertas, solitarias. La Realidad parece un cementerio. En una noche así la conociste, conociste a la Viuda Negra. La Viuda Negra. Qué apodo tan tonto: la Viuda Negra. Y tú fuiste su ángel. Su Ángel.
–¿Tienes hora? –su voz dulce, aguda, detuvo tus pasos.
Hubieras seguido de largo, piensas ahora, ahora que lo sientes navegando en tu torrente sanguíneo en pos de los territorios ignotos de tu cuerpo para seguir burlando tus defensas, para seguir destruyendo tu sistema inmunológico.
–Son cuarto para las once.
Te dio las gracias con una amplia sonrisa entre coqueta e infantil. Tenía el rostro bien blanco, pálido, a pesar del maquillaje.
–Ideal la noche para caminar, ¿no?
Asentiste. Era bonita. Tenía los cabellos negrísimos, lacios, largos hasta la altura de la cintura. Era delgada, bien delgada. Parecía frágil, una copa de cristal a punto de romperse. Estaba vestida toda de negro de los pies a la cabeza. La Viuda Negra.
–¿Puedo acompañarte?
–¿No esperas a nadie?
Negó con un movimiento de cabeza.
–¿O prefieres ir de excursión solo?
–Acompáñame, si gustas.
Tengo suerte, pensaste, por algo no soy guapo, ¿no? No todas las noches uno encuentra en su camino una chica bonita que se te manda con todo: ¿puedo acompañarte? Y todavía te reta: ¿o prefieres ir de excursión solo?
Empezaron a caminar a lo largo de los Eucaliptos.
Sacó una cajetilla de cigarros de su escote, se llevó uno a los labios y lo encendió con un encendedor que sacó del mismo lugar. Le hubieras dicho tu sostén parece el cinturón de Batman.
–¿Fumas? –te ofreció un cigarrillo.
–No, gracias. Fumar produce cáncer al útero.
Soltó una sonora carcajada.
–Creyendo tonterías. Mi abuelita Rosa y mi tío Luis Miguel fuman como chimeneas y están más vivos que nunca.
–Hasta que se mueran.
–De algo tenemos que morir, ¿no?
–Parece que tú no le tienes miedo a la muerte.
–¿Por qué voy a tener miedo si todos tenemos que morir algún día? ¿O tú quieres vivir para siempre como el Conde Drácula, ah?
–Lo sé, pero hay tantas cosas que hacer en la vida que me gustaría vivir por lo menos doscientos años.
Rió. Sus tacos resonaban en la vereda como resuenan hoy en tu memoria. Tacones lejanos.
–¿Hace cuántos años que no te cortas los cabellos?
–Uff, ni me acuerdo. Siempre lo he llevado largo. Cuando era chiquita lo tenía casi hasta el suelo.
–Exageras.
–En serio –dijo, alisándose los cabellos, tirándolos hacia delante como si quisiera cubrir sus senos pequeños–. Algún día te enseñaré mis fotos de cuando era chiquita. ¿Y tú por qué andas medio pelado? ¿Tenías piojos o qué?
–Ajá.
Rieron. Tenía una risa linda.
–Los pobres se morirían de frío en esta calva –dijo, pasando las manos por tu cabeza–. Au, hinca.
–¿Y tú por qué vistes toda de negro, ah? ¿Acaso se te murió tu gato?
–Soy la Viuda Negra de La Realidad –dijo, aspirando con fuerza su cigarro. Arrojó el pucho después de encender otro.
–¿La araña peluda, o la de las creencias?
–La araña peluda –dijo, pellizcándote–. Y la otra también.
–¡Ay, mierda!
–Pico rico, ¿no?
Exageraste tu dolor.
–Perdón –dijo. Te agarró el brazo y te chupó la “mordedura”. Sentiste sus labios calientes sobre tu piel–. Te he succionado el veneno para que no te mueras por mi culpa.
–Bien mala eres –dijiste, acariciándole los cabellos, suaves como la seda.
–¿Lele?
–Por supuesto.
–Para que vayas aprendiendo que con las arañas no se juegan –dijo, enseñándote las uñas, largas, pintadas también de negro, al igual que sus cejas. ¿No estaría loca? ¿Tanta obsesión por el color negro?
Prendió otro cigarrillo. En alguna calle estalló una sarta de cohetecillos.
–¿Ya hiciste tu balance de este año que se está terminando?
–En eso estaba, cuando cierta araña me interrumpió preguntándome la hora.
Se detuvo. La sonrisa se congeló en su pálido rostro.
–¿Qué pasa?
–Nada.
–¿Te cansaste de caminar?
–No te quiero seguir interrumpiendo…
Ahí la hubieras dejado, hubieras seguido tu camino. ¿Pero dejar a una chica bonita…?
–Vamos, mujer araña, no seas tonta y acompáñame.
–Para hacer tu balance anual no necesitas compañía.
–Discúlpame y olvídate del balance –agarraste su manita pequeña, frágil–. Ven, vamos, acompáñame.
–Bueno.
Reanudaron la marcha.
–¿Te gusta caminar de noche?
Asentiste. Caminar de noche en las calles solitarias, silenciosas de La Realidad. Doblaron hacia los Sauces. Ella seguía fumando.
–Tus pulmones estarán llenos de hollín, mujer araña.
–No sé, nunca los he visto –le dio una calada a su cigarrillo–. ¿Y tú no tienes ningún vicio?
–Que yo sepa, no.
–Te felicito. Eres el hombre perfecto.
–Tampoco tampoco. Por ahí debo de tener algún vicio solitario, clandestino.
–Provecho con el vicio.
–Gracias.
Risas.
Fueron por los Olivos, salieron en la Plaza de Armas, contemplaron el Nacimiento de tamaño natural, el inmenso árbol navideño lleno de focos de todos los colores.
Fueron hacia la fuente de agua. Se apoyó en la baranda como una niña traviesa y aprovechaste para mirarle las piernas cubiertas por unos pantys también negros. Tiró el pucho al agua. La sacudiste por la espalda.
–Tonto, casi me haces caer.
–Perdón.
–Ayúdame a bajar, ¿quieres?
La cogiste de las axilas. No pesaba nada, parecía una pluma.
–Estás tela, mujer araña, ¿acaso no comes?
–Siempre he sido delgada.
–Tanto fumar te estará chaqueteando.
–No creo. Seré flaca, pero no estoy anémica. Tengo una amiga gorda que está con anemia.
–Pura grasa nomás será.
–Ah.
–Tú sí que eres pura fibra –dijiste, palmeándole la espalda.
–Mmm.
Doblaron hacia las Palmeras.
–¿En serio que no fumas?
–No. Tú ya pareces Eva tentándome a cada rato.
–Pero yo no tengo manzanas.
–Pero tienes otros encantos, aunque poquitos –clavaste los ojos en su escote.
Sonrió.
–¿Y qué haces por la vida?
–Estudio Música y Literatura en La Cantuta.
–No me digas.
–En serio.
–Quién como tú, te envidio.
–¿Y tú, araña?
–Acabo de terminar el colegio. Estuve en el Estenós.
–¡Felicitaciones! –le palmeaste la espalda.
–Ni me felicites, porque creo que voy a repetir de año.
–¡Plop!
–En serio. Me han jalado en varios cursos.
–Pero puedes dar tus exámenes de recuperación y pasar de año. A los de la promoción les toman en enero nomás. Chanca duro y ya, pasas.
–¿Para qué si soy más bruta que la Chuchi Díaz y de todas maneras voy a repetir? –inclinó el rostro y empezó a sollozar.
–Cálmate, Viuda Negra –le pasaste el brazo por los hombros–. Recuerda que las arañas nunca se rinden sin haber luchado hasta el final.
–Es que tengo la cabeza dura…, olvido rápido lo que estudio. Pensaba postular en marzo. Ahora no sé qué voy a hacer… Si mi papá se entera, me mata…
–Si quieres, yo te doy clases de recuperación…
–¿En serio?
–Claro, para que pases de año y dejes de llorar, porque te ves fea cuando tienes lágrimas en los ojitos.
–Eres un ángel –te dijo estampando un sonoro beso en tus mejillas.
–Pero con una condición…
–¿Cuál?
–Que dejes de fumar.
–No creo que pueda…
–Tienes que poder, mujer araña, o no hay clases de repaso.
–Abusas porque me tienes en tu poder, ángel.
–No es eso, arañita, lo que pasa es que no me gusta que estés acabando tu vida en un vicio inútil.
–Gracias por preocuparte por mí, ángel –te dijo, y volvió a estampar otro beso en tus mejillas. Inhaló profundamente, arrojó el cigarrillo y lo aplastó con la punta de sus tacos.
–¡Muere, cucaracha!
–¿Contento, ángel?
–Por ti, arañita. No me gustaría que mueras con los pulmones llenos de hollín.
–Tengo mi abuelita y mi tío que fuman como chinos en quiebra y…
–Y están más vivos que nosotros, ¿no?
–Mmm.
Salieron por la Carretera Central. Las combis pasaban veloces en una guerra contra el tiempo, el nuevo año se acercaba a pasos agigantados. Del Tropicana salía la voz de Sonia Morales cantando a todo pulmón su éxito Perdóname.
–¿Nos colamos a la fiesta?
–Después volvemos, ¿sí?
–De todas maneras.
Las combis seguían pasando veloces.
–¿Qué hora tienes, ángel?
–¡Chispas, son diez para las doce!
–¿En serio?
–Claro que sí.
Doblaron hacia los Álamos.
–¿Está a la hora tu reloj, ángel?
–Claro que sí, con RPP.
–Ni cagando llego a mi casa.
–Al menos inténtalo, araña; por gusto no tienes tantas patas, ¿no?
–Con estos tacos me caigo por ahí y me saco la mugre.
–Si quieres, te cargo.
–¿A ver? No creo que puedas.
–Cómo no voy a poder si estás bien charqui.
En ese instante los cohetes, cohetones, cohetes silbadores, ratablancas y demás bombardas empezaron a estallar iluminando el cielo de La Realidad en mil colores. Parecía el asalto final a Bagdad.
–¡Feliz Año Nuevo, ángel! –te dijo, abrazándote y besándote cerquita de los labios. Aspiraste su aliento a tabaco, sentiste sus senos pequeños clavarse en tu pecho.
–¡De igual modo, mujer araña!
–Si te hubiera conocido antes, te habría regalado algo.
–Los regalos se dan en Navidad –dijiste, pensando te habría regalado una caja de Halls, un desodorante para la boca.
–Pero también se pueden dar en Año Nuevo, ¿no?
–Claro, si gustas.
–Entonces más tarde, cuando pasemos por mi casa, te doy tu regalo.
–Gracias.
En las calles ardían los muñecos de trapo despidiendo el Año Viejo. Pasó un hombre cargando una enorme maleta.
–¿Tú eres supersticioso, ángel?
–No. ¿Y tú, araña?
–Tampoco.
–¿Y qué haces si te regalan un calzón amarillo?
–Me lo pongo. Es un regalo, ¿no?
–A caballo regalado no se le mira el diente.
–Mmm. Una vez me comí las doce uvas que mi abuelita había guardado para comérselos a medianoche. La pobre casi me mata.
–Casi mueres por tragona.
–Qué iba yo a saber que eran sus uvas para la buena suerte. Era chiquita.
–Una inocente y pobre arañita.
–Ajá.
Doblaron hacia los Cedros. Ahora los muñecos solo eran un montón de cenizas que el viento nocturno empezaba a esparcir.
Llegaron a mitad de cuadra.
–Aquí vivo.
Se miraron. ¿Cómo invitarla a pasar?: Pasa, he preparado pavo con puré de papas y ensalada rusa y hay abundante champaña para esta noche.
–Tanto caminar me han dado ganas de hacer pis –dijo–. ¿Me prestas tu baño, por favor?
–Claro, pasa.
Solita te has metido en la boca del lobo, pensaste. ¿O lo pensó ella?
Salió del baño con los cabellos humedecidos y la cara lavada. Sin maquillaje era más pálida aún.
–Estás guapa, araña.
–Gracias, ángel. ¿No tienes nada para tomar? Estoy que me muero de sed.
–¿Gustas un vinito?
–Claro, para celebrar la llegada del nuevo año. Después nos vamos al Tropicana a bailar.
Bien que nos vamos a ir al Tropicana, pensaste. De aquí no sales así nomás.
Trajiste la botella de vino con un par de copas. Serviste.
–Poquito nomás…
–…para empezar.
–Ajá.
Rieron. Alzaron sus copas.
–¡Por nuestro encuentro!
–¡Porque ingreses a la universidad!
–Con tu ayuda, ángel. Fue una suerte haberte conocido.
–Al contrario.
Volvieron a brindar.
–¿No hay música en esta casa?
–Claro que sí –pusiste baladas.
–Las baladas me dan sueño –dijo–. Mejor pon música fúnebre.
–Si quieres.
–Mejor bailemos –te jaló de las manos, te abrazó y empezaron a bailar, a moverse suavemente. Sentías sus senos, sus muslos, todo su cuerpo pegado a ti, sentías el calor de su piel, su aroma.
–¿Puedo fumar, ángel?
–Claro que no.
–¡Por favor, aunque sea el último puchito! No seas malo, ángel.
–¡No!
–Te lo pido de rodillas –se puso de rodillas. Le acariciaste los cabellos–. ¡Por favor, ángel!
–Eres una araña viciosa. Solamente la mitad del cigarro, ¿ya?
–Eres bien bueno, ángel –te dijo, y entonces te besó. Su lengua era una culebrita que buscaba refugio en tu boca. Enredó su lengua en la tuya, mezclaron sus salivas. Tus manos empezaron a recorrer su cuerpo mientras Soraya cantaba Otras manos lo han intentado, / solo las tuyas me han encontrado. Sus ropas cayeron al suelo, las caricias y los besos se intensificaron. Tus labios abrieron surcos en su piel, hurgaron su Zona Sagrada, manipularon su Estalactita hasta hacer que se pusiese dura; su boca se tragó tu sexo, sabía arrancarte gritos de placer; seguían brindando, embriagándose; el placer se acrecentaba, se volvía incontrolable, un torrente de lava, y fundieron sus cuerpos en un solo cuerpo, unieron sus sangres en una sola sangre y sus fluidos en un solo fluido y sus vidas en una sola vida.
Eso es lo que recuerdas ahora, mientras contemplas las calles oscuras de La Realidad, mientras agonizas en medio de los vahos de tu propia podredumbre. Allí está el mensaje que te dejó en el espejo del baño: ¿Sabes con quién estuviste anoche? Jajajá.

viernes, 28 de mayo de 2010

Demis Roussos : Mourir auprès de mon amour

Karaoke mexicano

Esta es la carátula de mi libro de cuentos "Historias urbanas", Premio Nacional de Educación Horacio 2004. "Karaoke mexicano" pertenece a ella.
Qué dirán los de tu casa / cuando me miren tomando, / pensarán que por tu causa / yo me vivo emborrachando, MINERVA ELIZONDO, Y ándale (ranchera en la voz de Linda Ronstadt)

–¡Salud por tu título, flamante licenciado Agustín!
–Y nos quitamos, Chanqui, mi viejita me está preparando un almuerzo para celebrar este histórico día.
–Puta y no invitas.
–Cómo que no. Vamos a mi casa a combear, huevón. Tengo hambre y sueño. Quiero dormir un día entero.
–Te lo mereces, Agustín. Han sido cinco años de sacrificios. Tu pobre cerebro debe estar pidiendo descanso. Ahora chupa, relájate, tírate un polvo (aunque sea con manuela).
–Ahora tengo que buscar chamba.
–¿Ya no vas a seguir donde la señora Janny?
–Ya no, me paga muy poco.
–¿Te paga muy poco o te exprime demasiado las pelotas?
–También eso.
Los amigos rieron con ganas.
–¡Tengo tantas necesidades! Hace tiempo que no me compro un buen par de zapatos, un pantalón decente; pura marca chancho nomás me he estado poniendo estos últimos años.
–Ahora el mercado laboral es tuyo, Agustín, ¡eres profesional! Las puertas de los mejores colegios se te abrirán automáticamente como las piernas de las jermas –Chanca alzó su copa.
–Ojalá, Chanca, ojalá.
–Carajo, ¿por qué eres tan pesimista, Agustín?
–Porque hay gente que ha terminado antes que nosotros y ahora están pateando cilindros; la situación en el magisterio está tan cagada que ya ni hay latas para patear.
–Esa es la vaina; de repente hemos estudiado por las puras huevas.
–Y a ti todavía te falta sacar tu título, amigo.
–Ah. Quién como tú, Agustín, te envidio.
–No envidies que me ha costado un montón, Chanqui. Me he tenido que sacar la mierda durante un mes preparando mi clase magistral; hasta los dedos me duelen de tanto escribir; y nadie me dio la mano…
–Yo estaba chambeando, Agustín, sino con gusto te hubiera ayudado. Tú sabes que tú eres mi mejor amigo, ¿o no?
–Solo cuando te conviene, pendejo.
–Putamadre, Agustín, te he puesto una caja de chelas, qué más quieres.
–También haré lo mismo cuando des tu clase magistral, amigo.
–Voy a necesitar tu asesoramiento, Agustín.
–¿Y cómo es, Chanqui? Nada es gratis en la vida.
–Puta que eres más interesado que Soledad, Agustín.
–No me compares con esa jerma, Chanqui.
–Claro, Soledad es una pobre peluquerita del montón y tú eres un señor licenciado, ¿verdad?
–No es eso, Chanqui. ¿Ya olvidaste que te trató como a un perro sidoso?
–Amar también es sufrir, ¿no?
–A mí nunca me verás llorar por una mujer, Chanqui.
–Ojalá, Agustín, ojalá.
–Te lo juro por mi santa viejita.
–Mejor canta para celebrar tu victoria, Agustín. Esa ranchera de Galy Galeano está bacán.
–Como gustes, socio. Tus deseos son órdenes pa’ mí.
Agustín afina la garganta y empieza a cantar: Con mi mano izquierda / tomé tu retrato (Chanqui saca una foto de Soledad, carita de tramposa, aunque no lo parezca, lo sujeta con la mano izquierda) / y en la otra mano / una copa de tequila (Chanqui sostiene con la derecha su vaso de cerveza) / y brindé contigo (Chanqui grita ¡salud, Soledad!) / sin estar presente, / y brindé contigo / por tu amor ausente. / Metí tu foto dentro de mi copa (Chanqui hace lo mismo con el retrato de su ex) / y muy lentamente (Chanqui empieza a beber despacito) / todo tu maldito recuerdo / me lo fui chupando.
–Órale, Agustín. ¡Viva Jalisco! ¡No te rajes, Guanajuato!
–¿Y la foto de tu amorcito?
–En mi estómago. Me bebí todos los recuerdos de mi peluquerita.
–Huevón, ya te cagaste, ¿no sabes que las fotos están hechas de materiales altamente tóxicos para el organismo humano?
–Y recién me lo dices, mal amigo.
–Ni que fueras una nena para estar cuidándote, cojudo.
Chanqui empieza a quejarse de dolor de estómago.
–Puta, creo que me muero.
–¡Por imbécil! Yo zafo culo, no quiero verme envuelto en líos judiciales que pongan en peligro mi brillante futuro en el magisterio.
–¡Agustín, no me dejes, por favor, ayúdame, no quiero morir! –Chanqui se aferra a las piernas de su amigo.
–¡Suelta, conchatumadre!
–¡Por favor, Agustincito, ayúdame!
Agustín mete su dedo índice en la boca de su amigo.
–…
–Puff, cómo apestas, carajo, parece que hubieras tragado un perro muerto.
–…
–Pobre huevón, no sabes ni chupar.
–He botado hasta las tripas, carajo.
–Me debes la vida, amigo.
–Te pongo un par más, y deuda saldada, ¿ok?
–Así sí nos comprendemos, Chanqui. Te traes fallos con el vuelto.
***
–Por gusto rompiste la foto de Soledad; estaba linda.
–Ha sido lo mejor que he hecho en mi vida, porque cada vez que veía su foto, me acordaba de ella y pensaba qué estará haciendo, con quién estará trampeando esa jugadora, a que hijo de puta le estará abriendo las piernas en algún callejón oscuro.
–Te la hizo bonito esa pendeja, y no parecía con esa carita (de chupapingas).
–Ojalá que encuentre otro huevón como yo.
–Lo dudo, Chanqui, tú eres único en tu especie.
–Ahoritita te meto un botellazo, conchatumadre.
–Las verdades duelen, ¿no, socio?
–…
–Hueverto, otra vez estás llorando por esa tramposa. ¿Por qué sigues derramando lágrimas por alguien que no vale la pena?
–Es que yo todavía la quiero, Agustín.
–¿Qué clase de hombre eres, Chanqui? ¿Cómo chucha vas a estar queriendo a alguien a quien no le importas ni un comino, ah? ¿Estás loco, o qué?
–Ella decía que yo era el amor de su vida, Agustín.
–¡El amor de su vida! ¿Y tú le creíste?
–…
–¿Quién mierda deja botado como un estropajo al amor de su vida y se va a cachar con otro huevón como una perra lunada, ah? ¡Dime!
–…
–Ya no llores, huevón. ¡Olvídala!
–…
–Ya, cholo, calma. Creo que mejor canto para alegrarte un poco.
Agustín hace una gárgara de cerveza para afinar la voz y empieza a cantar: Por tu amor que tanto quiero / y tanto extraño (en el semblante de Chanqui se dibuja la nostalgia), / que me sirvan otra copa / y muchas más (Chanqui pide más vasos al mozo), / que me sirvan de una vez pa’ todo el año (Chanqui llena todos los vasos), / que me pienso seriamente emborrachar. / Si te dicen que me vieron muy borracho, / orgullosamente diles que es por ti (Chanqui saca pecho y exclama ¡salud, Soledad!), / porque yo tendré el valor de no negarlo, / gritaré que por tu amor me estoy matando…
–Sin indirectas, Agustín, por favor. No seas cuchillero.
–Carajo, no interrumpas cuando estoy cantando, ¿no ves que me desconcentras?
–Es que a propósito me estás maleteando, Agustín.
–Chanqui, yo no he compuesto esta canción. Si tienes algún reclamo que hacer, hazlo a José Alfredo Jiménez, no a mí.
–Putamadre, cómo le voy a reclamar a José Alfredo Jiménez si ya murió hace años.
–Entonces no jodas y déjame seguir cantando.
–Es que yo chupo para olvidar a Soledad, y tú me la paras recordando.
–José Luis Perales dice que el vino excita la memoria; o sea que estás haciendo al revés: si quieres olvidar a tu amorcito, ni una gota más de alcohol, amigo mío.
–Ya decía yo por qué entre más huasca estoy, más me acuerdo de esa tramposa.
–Ya lo dijo el gran Neruda: Como una flor a su perfume, / estoy atado a tu recuerdo imperecedero.
–Puta que las chelas a ti te vuelven poeta, Agustín.
–Esos versos son de Neruda, no míos, Chanqui.
–¿Y por qué tú no sufres, Agustín? ¿Acaso nunca quisiste a Julissa?
–Cómo que no la quise, huevón. La quise, pero ya no la quiero; esa es la gran diferencia entre tú y yo. Otra cosa es ser un loco obsesivo y no querer entender que ya todo acabó, que cada quien debe seguir su propio camino, ¿o no, amigo mío?
–Es fácil decirlo, Agustín, pero no puedo arrancar de mi corazón a Soledad.
–Tienes que hacerlo, Chanqui. Tienes que entender que ella nunca más volverá a estar a tu lado.
–Que será feliz con algún huevón de mierda.
–Así es, lamentablemente
–Pero yo nunca la dejaré en paz, Agustín. El día en que me muera, le jalaré las patas desde el más allá por tramposa.
–¿Y crees que así volverá a tu lado?
–…
–No, amigo. Cuando una mujer te decide olvidar, te olvida, así hayas sido el primero en su vida.
–…
–Ya no llores, huevón.
–¡Dos más por ese gusto, Agustín!
–Te traes Halls con el vuelto.
***
–¡Al fin somos profesionales, Agustín!
–Pero a ti todavía te falta sacar tu título, Chanqui, no lo olvides.
–Esa es la cuestión que no me deja dormir tranquilo.
–Todo depende de ti, Chanqui. Aprende de tu maestro: solito hice mi investigación, solito tipié mi trabajo.
–¿Y cuánto gastaste?
–Casi nada, porque junté mis materiales con anticipación y ya no sentí los gastos.
–Alguien me lo tendrá que hacer el mío porque yo soy medio bruto, Agustín.
–Eso se nota a leguas, socio; me alegro que lo reconozcas.
–Putamadre, ahoritita te meto un botellazo por gracioso, Agustín.
–No te enojes por las huevas, Chanqui, estoy bromeando.
–Por si acaso, yo he postulado un par de veces a medicina.
–¿Y por qué no ingresaste, ah?
–Por un puntito…
–…de neuronas.
–Ahora sí ya me llegaste al pincho, huevonazo.
–Bromeo, Chanqui, disculpa.
–Mejor cántate algo para alegrar la noche, Agustín.
Agustín empieza a cantar: Entre copa y copa (Chanqui bebe una y otra vez) / se acaba mi vida, / llorando borracho (Chanqui empieza a sollozar) tu perdido amor. / Qué negros recuerdos me traen tus mentiras (Chanqui se acuerda de todas las veces que le mintió Soledad), / cómo cuestan lágrimas una traición (Chanqui solloza inconteniblemente). / ¡Traigo penas en el alma / que no los mata el licor, / en cambio ellas sí me matan / entre más borracho estoy! (Chanqui trata de ponerse de pie y rueda al suelo). / ¡Quiera Dios que a ti te paguen / con una traición igual (acuérdate que el mundo da vueltas, Soledad, masculla Chanqui) / para que cuando te emborraches / tú sepas lo que es llorar…!
Agustín siente que lo jalan de los pies.
–¿Chanqui?
–…
–Putamadre, ¿qué haces tirado ahí como un calzón sucio?
–…
–Otra vez estás llorando por esa perra como un estúpido.
–Nadie me comprende, ni tú, Agustín.
–El que no quiere comprender eres tú, huevón. ¿Qué mierda quieres que comprendamos? ¿Que te estás muriendo por el amor de una mujer? Si tanto la amas, vaya, búscala, dile no puedo vivir sin ti, Soledad; suplícale, arrástrate como te estás arrastrando ahora.
–Me va a tratar peor que si fuera yo cualquier cosa.
–No te va a tratar, huevón. Ya te trató. Lo que pasa es que tú eres un loco obsesivo que no quiere comprender que ese amor es imposible.
–Mejor voy por un par de chelas.
–Mejor. No quiero sacarte la mierda por imbécil. Te traes fallos con el vuelto.
***
–A ti Julissa sí te jodió bien feo, Agustín.
–Pero yo le pagué con la misma moneda; incluso peor todavía.
–Tú eres una mierda, Agustín. Cualquiera pensaría que eres un buen hombre, pero veo que no es así.
–A mí el que me las hace, tarde o temprano me las paga bien pagado. Yo siempre cobro mis deudas, y con intereses, Chanca.
–Tú eres malo, Agustín.
–¿Y quién te dijo que yo soy bueno, ah?
–Con razón Julissa te choteó.
–Qué mierda. A mí nunca me vas a ver llorando por una jerma. Mujeres hay en el mundo, y hasta por gusto. A mí ninguna mujer me va a enseñar a ser un pobre infeliz.
–Te admiro, Agustín.
–Gracias, Chanqui. Salud por eso.
–Pa’ mí que tú nunca la quisiste, Agustín.
–Cómo que no la he querido, huevón. ¿Quién estuvo a su lado cuando estuvo cagada?
–Tú.
–¿Quién olvidó sus propios dolores para calmar sus dolores?
–Tú.
–¿Quién hubiera dado su vida por ella?
–Tú.
–¿Quién le va a cortar el pescuezo a esa por traidora?
–Tú, el Jason de La Realidad, el hombre que nunca olvida, el matador de putas.
–Dos más por ese gusto, Chanqui.
–¿Te traigo fallos con el vuelto?
–Claro, huevón.
–¿Y por qué no has vuelto a enamorarte, Agustín?
–Porque no he encontrado a una mujer buena, trabajadora, de su casa, así como mi viejita. Después de esa mala experiencia, no voy a fijarme en cualquier cosa, ¿no?
–Ahora caminas con más cuidado por los senderos del amor.
–Claro, amigo. Ya lo dijo este pechito: Porque en cualquier sonrisa de mujer se esconde un puñal, / porque hay caricias que buscan matar, / porque hay labios que mienten / cuando dicen que te quieren, / porque hay corazones heridos llenos de odio / que quieren hacerte pagar culpas de otros.
–Mis respetos, Agustín, eres el Juglar de América.
–Para que veas que no solo tú sufres en el mundo, Chanqui. Cuántos más estarán por allí chupando con los corazones heridos, rotos, destrozados, hechos añicos por culpa de una mala mujer.
–¡Salud por ese gusto, Agustín!
–¡Mozo, un par más!
–Que sean dos pares, Agustín.
–Así se habla, Chanqui. Gracias por esta noche: he chupado y cantado como nunca.
–Yo no he cantado ni una sola vez, Agustín.
–¿Te la sabes Aunque mal paguen ellas?
–¿Esa que cantan Vicente Fernández y Roberto Carlos?
–Esa misma.
–Más o menos.
–Esa la cantamos juntos para cerrar con broche de oro esta noche tan maravillosa.
Agustín empieza a cantar la primera estrofa: Tengo que olvidar su amor (Chanqui piensa Agustín siempre con indirectas), / que me causa un gran dolor (Chanqui se toca el corazón), / su cariño me hace daño, / es mejor no verla más (Chanqui desea ver a Soledad aunque sea una sola vez más en su vida; piensa le voy a decir a Agustín para ir la otra semana a San Mateo), / no la quiero recordar (Soledad, nunca te olvidaré, jura Chanqui), / para qué seguir soñando. Agustín calla y Chanqui toma la posta: También a mí me pasó, / yo por ahí tuve un amor / que jugó con mi cariño, / hasta el alma me partió, / con esta herida me dejó (Chanqui vuelve a tocarse el corazón), / se largó (con ese hijo de puta) sin un motivo. Continúa Agustín: Yo te quiero aconsejar (Chanqui mira atentamente a nuestro héroe), / si lo aceptas como amigo (Chanqui mueve la cabeza en señal de asentimiento), / sigue en frente tu camino (el que lleva a San Mateo), / otro amor puede llegar (Chanqui promete que nadie ocupará el lugar de su ex). Ahora es el turno del mejor amigo y brazo derecho de Agustín: Pues bien, mi querido amigo, / tu consejo está muy bien (Agustín piensa que podría ganarse el pan de cada día como consejero sentimental), / pero mientras qué le digo, / pero mientras cómo le hago / pa’ olvidar a esa (mala y desagradecida) mujer (que un día no muy lejano me las va a pagar todas juntas), termina Chanqui con la voz quebrada por el llanto. Agustín lo consuela. Brindan por las mujeres que amaron sin ser correspondidos. Medio repuestos de sus penas, empiezan a cantar a una sola voz la primera parte del coro: Yo te invito, mi amigo, / que compartas tus penas, / y que toquen mariachis (si son de Puebla mucho mejor) / y cantemos por ellas (esas tramposas). Callan, vuelven a brindar por las mujeres que amaron sin ser amados y a todo pulmón cantan la segunda parte del coro: Yo te invito, mi amigo, / que compartas tus penas, / y que toquen mariachis / aunque mal paguen ellas (ya algún día les pasaremos las facturas incluyendo IGV e impuesto a las traiciones). Emocionados hasta el alma y borrachos hasta las patas, vuelven a repetir una y otra vez el coro hasta quedar casi afónicos.
–Te pasaste, Chanqui. Creo que tu futuro está en la música.
–¿Crees, Agustín?
–Claro que sí. Cantas bacán. Educando un poco tu voz, hasta podrías cantar a dúo con el gran Pedro Infante y las otras leyendas de la música popular mexicana.
–¿En serio, Agustín, no me estás toqueando?
–Claro que no, amigo mío; ¿cuándo te he mentido yo? Hasta ya me estoy imaginando el título de tu primer CD: Chanqui y Pedro Infante cantan a dúo lo mejor de la música popular mexicana acompañados por el Mariachi Vargas de Tecalitlán.
–Una producción de EMI Capitol de México.
–Dirigido y realizado por Agustín.
–Arreglos en Tu recuerdo y yo: Chanqui.
–Solo de trompetas en Cucurrucucú paloma, Ella, La media vuelta y El rey: Agustín.
–Solo de guitarras acústicas en Si me dejas no vale, Quijote, La vida sigue igual y…
–Huevón, esas son canciones de Julio Iglesias. Nosotros estamos grabando rancheras.
–Pero yo quiero cantarlas con mariachis.
–Como quieras, pero yo toco las cuerdas.
–Mejor tócate esta pieza.
–Putamadre, ya empezamos otra vez con huevadas. Así no juega México, socio.
–Es que tú te la quieres dar de pendejo, Agustín: Pedro Infante murió hace un montón de años y tú quieres hacerme cantar con él.
–¿Y cuál es el problema, socio? Ahora, con la moderna tecnología digital, nada es imposible en la música. Por ejemplo, hace un par de años Mijares grabó Tu enamorado con Pedro Infante.
–¿Por qué mejor no componemos nuevas canciones, Agustín?
–¿Y por qué no? Yo por allí tengo algunos poemas de mi autoría que podríamos musicalizar.
–Seríamos los nuevos Emilios Estefan.
–El mundo de la música nos espera con las piernas abiertas, Agustín.
–Que todo lo demás se vaya a la mierda.
–Instalaríamos nuestra base de operaciones en Miami.
–Ajá. Letra y música de todos los temas: Agustín.
–Coros: Britney Spears y Cristina Aguilera.
–Esas huevonas cantan feo. Mejor ponemos a Shakira y a la Nelly Furtado.
–Como quieras, socio. Ingeniero de grabación y mezclas: Chanqui.
–Grabado en Agustín’s Home Studios, Los Ángeles, California.
–Grabaciones adicionales: Chanqui Sound Studios.
–Ingeniero de sonido: Agustín.
–Dirección y arreglos: Chanqui.


jueves, 27 de mayo de 2010

Jueves

Día de descanso en el trabajo, pero igual de agitado, y más todavía: cociné para mis sobrinos, almorcé con mi sobrinita, a quien le serví el desayuno, la mamá parece que está pintada, fui a dejar una novela para el concurso de la Derrama Magisterial para lo cual recorrí media ciudad, conocí a una profesora de historia que escribe, compré mi primer libro de cuentos, regresé, y terminé con un dolor de cabeza: la carretera es un caos. A dormir.

El cinismo

Conozco a gente cínica que te dice una cosa, que te echa flores, que te habla bonito cuando está frente a ti pero a tus espaldas te llena de mierda. Pero hay cínicos peores: esos que te dicen que eres lo mejor, que ya, que seras grande, que etc pero les importas una mierda y te lo demuestran con sus actos. En fin, que el mundo da vueltas.

domingo, 23 de mayo de 2010

Domingo

Se acabó el domingo. Mañana vuelve la pesadilla.

sábado, 22 de mayo de 2010

ROCIO DURCAL - LA MUERTE DEL PALOMO

Ciudad caos

Fui al Centro a dejar un cuento. Fue como bajar al infierno: por aquí y por allá las pistas destrozadas, clausuradas para realizar trabajos de reparación. Lima no tiene nada que envidiarle a una ciudad en guerra. Y así dicen que vamos a convertirnos en un país del primer mundo.
Terminé de leer los dos volúmenes de cuentos de "Ten en cuento a La Victoria". Hay de todo: buenas historias, malas historias. Parece que los que corrijen no son tan buenos: uff, les falta mejorar. En fin, no es mi problema, aunque uno se da cuenta a leguas cuando algo está mal redactado.
A trabajar en mis proyectos.
Por allí están queriendo cobrar para mantener una página o una red. Nunca he pagado un centavo por publicar menos lo haré a estas alturas. Al contrario.

jueves, 20 de mayo de 2010

700

Esta es la entrada número 700 de mi blog, el único blog que ha sobrevido de los muchos que he tenido. A veces he escrito en forma copiosa, otras apenas un par de líneas, pero siempre me he propuesto escribir todos los días. A veces he colgado una canción, otras un poema, pero allí está mi blog, en pie todavía. Hace tiempo que no me comentan ni aumentan mis seguidores, pero no importa, escribo para mí y lo demás es lo de menos.
Seguiremos en la batalla hasta donde el cuerpo dé.

El baile de la Victoria


Hermosa novela de Antonio Skármeta que releo por tercera o cuarta vez con el mismo encanto de la primera vez. Vergara Grey y Ángel Santiago son dos convictos que logran la libertad gracias a una amnistía. El primero es un ladrón de fama mientras que el segundo tiene como único prontuario el haber robado un caballo. Ambos se conocen por intermedio del Enano Lira, que encarga a Ángel Santiago el plano de un Golpe, el gran Golpe, para Vergara Grey, que por todos los medios trata de evitar caer en el delito pero ladrón que nace ladrón. Ángel Santiago conoce a Victoria Ponce, una estudiante del liceo que ha sido expulsada por sus constantes muestras de rebeldía. Victoria es hija de un ejecutado por la dictadura de Pinochet y de una madre súper deprimida. Lo único que quiere Victoria es ser bailarina.

La novela termina cuando Victoria y Vergara Grey cruzan la frontera hacia la Argentina con el botín del gran Golpe. Esperan a Ángel Santiago, no saben que este ha sido asesinado por encargo del alcaide Santoro a quien Ángel Santiago juró matar.

Es un placer leer a Antonio Skármeta. Leerlo es aprender a escribir, es gozar con la literatura. Lo demás, bueno, lo demás es lo demás.
Hay una película de este libro. La buscaré.

lunes, 17 de mayo de 2010

Bertin Osborne - Tu Solo Tu - Italiana

Viaje al corazón de la guerra


Llegamos a la capital ayacuchana (para los primeros españoles Villa de San Juan de La Victoria y Muy Noble y Muy Leal Ciudad. Después de la batalla de Chupas -19 de setiembre de 1542- San Juan de la Victoria) a las seis de la mañana después de un agotador viaje de casi diez horas por la Vía de Los Libertadores bajo un intenso aguacero bíblico. Menos mal que nadie nos detuvo en el camino. Cuentan que en los lejanos tiempos de la guerra los “cumpas” detenían los vehículos para pedir colaboración o para buscar entre los pasajeros algún indeseable a su causa para ajusticiarlo. Es un hermoso y límpido amanecer el que nos recibe. Caminamos por las calles ayacuchanas mezclándonos con personas que van de prisa, con personas que nos ofrecen queso fresco, pan chapla y humitas. Lo primero que hacemos es buscar un alojamiento para dormir y recuperarnos del trajín del viaje. Después de un buen baño, salimos a recorrer la capital ayacuchana. Quien ve la ciudad libre de soldados e infantes de marina no se puede imaginar que aquí hubo una guerra, una cruenta guerra que marcó un antes y un después en la historia de Ayacucho. El desayuno es un humeante plato de mote pelado que nos deja con los estómagos llenos. Nuestro primer destino es la Plaza de Armas. Allí está el monumento ecuestre a José Antonio de Sucre, vencedor de la Batalla de Ayacucho que selló la independencia de América. Allí están las vetustas casonas coloniales, la sede original de la Universidad San Cristóbal de Huamanga que cobijó en la década de los sesenta a Abimael Guzmán. Tenemos a la vista la Catedral de Ayacucho, una de las treinta y tres iglesias que existen desperdigadas en la ciudad. Es casi el mediodía. Después del almuerzo, patasca con cabeza de carnero, subimos al Mirador del cerro Acuchimay. Llegar a la cima no es nada fácil. Es empinado el camino. Parece que estuviéramos subiendo una pirámide azteca, y la comparación no es gratuita. En las paredes, mirando bien, todavía quedan pintas de la época de la guerra bajo ligeras y superpuestas capas de pintura al agua. Ya estamos arriba. Desde allí tenemos una visión privilegiada de la ciudad. Cuentan las leyendas que días antes del inicio de la guerra, 17 de mayo de 1980, Abimael y sus lugartenientes estuvieron en este mismo lugar donde juraron incendiar la pradera. Y vaya que lo consiguieron: miles de muertos y desaparecidos, medio millón de desplazados, cientos de viudas y huérfanos. Un poco más, y borran a Ayacucho del mapa. La ciudad que conoció Abimael cuando llegó a Ayacucho para trabajar como profesor ya no es la misma, ha cambiado, ahora no tiene nada que envidiarle a algún distrito limeño: cabinas de internet por todos lados, todo el mundo con celulares, luz eléctrica en todos los barrios periféricos, empleados públicos y privados bien a los uniformes como en cualquier dependencia de Lima. Estoy seguro que hoy el discurso de Abimael caería en saco roto. No sucedió así en los largos años, las dictaduras de Velasco y Morales Bermúdez, en que el oscuro profesor de filosofía estuvo preparando el terreno para rebelarse contra el Estado. Antes Ayacucho era un pueblito más de esos que abundan perdidos en los Andes. Existían las grandes haciendas, pero la población de a pie vivía todavía en la Edad Media. Fue fácil convencer a campesinos, estudiantes, hombres y mujeres, que la revolución revertiría esa situación. Pero no fue así. Hace calor. Tomamos una gaseosa helada en el restaurante que hay allí. Le preguntamos al mozo si su familia sufrió los efectos de la guerra. Nos mira extrañado. ¿Cuál guerra? Debe tener unos veinte años. La juventud trata de ignorar que aquí hubo una guerra. Casi nadie quiere hablar de esos aciagos años. Pagamos y nos marchamos. Bajamos a la ciudad por el lado opuesto por donde hemos subido. El camino es más tranquilo. En algunas callejuelas las antiguas pintas son más visibles como si las inclemencias del tiempo no hubieran hecho mella en ellas. Nuestro siguiente destino es la cárcel de Ayacucho, de donde Edith Lagos escapó bajo el intenso fuego de la fusilería de los guerrilleros que vinieron a rescatar a los suyos. Tomen el micro que pasa en esa esquina, nos dijeron. Después de salir de la ciudad, llegamos a la cárcel de Yanamilla. Las autoridades nos informan que esa cárcel es nueva, que la que albergó a Edith Lagos está en la misma ciudad, en la calle María Parado de Bellido. ¿Ven cómo los ayacuchanos hasta han olvidado que tuvieron una cárcel en el corazón de la ciudad? Volvemos a Huamanga. Llegamos allí. Es una fortaleza de piedra y cemento. Ahora la han convertido en centro artesanal. En la entrada está la marca de aquel letal ataque senderista: las piedras y la argamasa tienen un tono diferente. Me imagino a los guerrilleros disparando desde la placita del frente, y quién sabe si subidos en la iglesia que está cruzando la calle. Entramos. Estamos respirando el mismo aire que respiró Edith Lagos. Estamos viendo los mismos muros de piedra que miraron sus ojos. Siento su presencia. Recuerdo su rostro de rasgos indígenas. Allí estuvo durante más de un año, desde diciembre de 1980 hasta marzo de 1982, en que fugó espectacularmente para convertirse luego en mito. A pesar que participó activamente en la guerra por un corto tiempo, es una de las heroínas, quizá la única, ni Carla, ni Norah, ni Elena lo serán, populares de la revolución. Tal vez su leyenda se deba a su temprana muerte: no tenía ni veinte años –nació el 21 de noviembre de 1962 y falleció el 3 de setiembre de 1982– cuando murió en Umacca, Andahuaylas, en un enfrentamiento con la Guardia Republicana. Su entierro fue multitudinario. La historia de la guerra –y nadie lo ha desmentido– calcula en diez mil los asistentes a las exequias de la joven guerrillera, algunos dirán que eso es una exageración, pero lo cierto es que toda la ciudad de Huamanga se volcó a las calles ese 10 de setiembre de 1982 en que Edith Lagos fue enterrada. Allí está su lápida en el Cementerio General de Ayacucho que visitamos luego. En la piedra –que sobrevivió a varios atentados de los paramilitares del primer régimen aprista– está escrita Hierba silvestre, poema compuesto por ella misma y convertida posteriormente en himno de las huestes rebeldes. ¿Por qué tanta gente acompañó los restos de Edith Lagos? ¿Por qué hasta ahora tiene flores, siempre rojas, frescas todos los días? Porque por aquel entonces el discurso rebelde había calado en la población. Nadie era ajeno a la guerra: todos tenían un hermano, un pariente, un amigo o un conocido involucrado en el conflicto. ¿Cómo ser indiferentes entonces? Además, todavía Sendero no había aplicado su política de arrasar poblaciones enteras y exterminar indiscriminadamente a los campesinos. Esto cambia cuando el ejército es encargado de combatir a los rebeldes. Ambos bandos golpearon a la población que entonces se vio en medio de un intenso fuego cruzado. De los dos, el que empleó la mayor crueldad fueron los senderistas. Entonces la población le da la espalda. Se forman las rondas campesinas, los comités de autodefensa. El ejército, que ya no veía con ojos enemigos al campesinado, los apoya con armas y tácticas antiguerrilleras. Sendero es derrotado en el campo y se traslada a la ciudad. Pusieron en zozobra a la capital con sus atentados diarios, pero el 12 de setiembre de 1992, diez años después de la muerte y del multitudinario entierro de Edith Lagos, Sendero es descabezado. Era el comienzo del fin de la guerra. Este se produjo un año después con el llamado del encarcelado presidente Gonzalo a un acuerdo de paz. Todo lo que se ha visto posteriormente han sido montajes de los gobiernos de turno para asustar a la población. En la noche continúa nuestro recorrido. Entramos a la Iglesia de La Merced. Está llena, igual la Plaza de Armas. ¿Hace cuánto que no hay un apagón? Uff, hace mucho, nos dice un anciano que se ha sentado al lado nuestro en uno de los bancos. ¿Usted vivió la guerra? Todos lo vivimos, todos los ayacuchanos lo apoyamos en un principio, nos dice. ¿No se acuerda que hasta el actual presidente alabó la mística de los cumpas? Cierto. ¿Por si acaso no estuvo en el entierro de Edith Lagos? Lo estuve. Y también estuve en la fuga del Cras de Huamanga, nos dice. Yo conocí a Edith Lagos, la compañera Lidia. Era una chica inteligente, sensible. Sus padres eran prósperos negociantes, hasta estudió en una universidad particular de Lima, no tenía por qué haber estado en la guerra, menos ofrendado su vida, pero amaba al pueblo, le dolía la miseria en la que vivían, y viven aún, la mayoría de ayacuchanos, por eso regresó para dar su valiosa vida a la causa. ¿Podemos hablar más ella?, le digo. ¿Por qué ese interés sobre Edith Lagos? Estoy escribiendo un libro sobre los años de la guerra. ¿Cómo se llama? Ayacucho era un campo de batalla. Claro. Nos da una dirección en Huamanguilla. Si se animan, van. Siempre estoy allí. Claro que fuimos, pero ese diálogo es otra historia. Tres días después partimos a Huanta, la Fiel e Invicta Villa de Huanta de los hispanos. Huanta sí conozco bien. Allí pasé los primeros años de mi niñez. Un par de veces estuve con mi madre ya de mayor. Ahora vuelvo otra vez sin ella. Huanta fue una de las ciudades más golpeadas por las fuerzas en conflicto. Punto obligado de nuestro recorrido es la Plaza de Armas y la calle Cinco Esquinas, conocidas por ser mencionadas en Flor de retama, canción que muchos identifican como himno de los rojos. Lo cierto es que esa canción habla de la protesta de los huantinos, durante la dictadura militar, por la gratuidad de la enseñanza escolar. De Huanta partieron a Uchuraccay, en 1984, los ocho periodistas que posteriormente serías asesinados por los campesinos al confundirlos con senderistas. El estadio de Huanta es célebre porque allí desapareció el periodista Jaime Sulca. A la salida de la ciudad está Ayahuarcuna, lugar en que, durante la guerra, los senderistas dejaban a los muertos para que estos fueran pasto de los perros y cerdos. Apenas hemos recorrido dos ciudades y ya nos sentimos agotados. Pienso que el trabajo de Abimael fue de hormiga. Ayacucho es inmenso, en esos tiempos, sin la movilidad que existe ahora, debió haber sido una tarea de titanes llevar a tantos pueblitos sus incendiarias ideas. ¿Qué lo impulsó? ¿La miseria que veía a cada paso que daba? ¿El abuso de los hacendados, de los mistis, de las autoridades? ¿La tiniebla y el medievalismo en que se vivía en ese entonces, y en que se vive todavía hoy en las afueras de las principales ciudades? Quizá nunca lo sepamos. Mientras tanto, seguiremos con los ojos cerrados diciéndonos que la guerra terminó, seguiremos viendo con indiferencia a esos peruanos a quienes la Batalla de Ayacucho sirvió de poco. Quizá los liberaron del Imperio Español, pero el imperio de la miseria, de la ignorancia, de la desnutrición, siguen todavía allí.

Ayacucho, 2008

jueves, 13 de mayo de 2010

YURI - SOLOS

Jueves

Como todos los jueves, descanso, aunque ahora tengo que prepar la comida para los chicos y sí que es trabajo, ahora recién comprendo a mi madre, debe haber sido jodido cocinarle, lavarle la ropa a los hijos durante toda la vida.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La mano


Se prendió de mi tobillo. Fue como si hubiese pisado una trampa para fieras. Grité, aullé de dolor. Con horror, vi que era una mano la que me sujetaba el pie. Una mano de mujer, una mano que yo conocía muy bien: pequeña, de largos y delicados dedos, la mano de una mujer a la que yo había amado, la mano de una mujer a la que yo había matado por culpa de unos celos enfermizos. Sus uñas, como garras, se hundieron en mi carne hasta chocar con mis huesos. La sangre manaba a borbotones. Grité pidiendo auxilio pero nadie acudió en mi ayuda, estaba solo en ese cementerio perdido en el arenal. Los túmulos parecían montañas. A duras penas pude alcanzar una vieja cruz de metal y con ella golpeé esa mano que sobresalía del suelo pero, en lugar de soltarme, presionó más como un yunque, sentí que mis huesos se quebraban. ¡Mily, perdóname, no quise hacerlo!, rogué inútilmente. La había querido, había sido el amor de mi vida. Desde su muerte no me había vuelto a interesar en otra mujer. Cómo había luchado por conseguir su amor, qué no había hecho por hacerla feliz, pero Mily se empeñaba, no sé si en forma adrede, en hacerme dudar de su fidelidad: eran muchas las veces en las que, al regresar del trabajo, no la encontraba en casa. Estuve con mi mamá, salí con mis amigas a tomar un café y se nos hizo tarde platicando, eran sus excusas, pero nunca iba donde su madre, apenas si tenía amigas. ¿No me crees?, preguntaba cuando me quedaba mirándola. Las últimas semanas antes de su muerte ya ni teníamos intimidad, inventaba un dolor de cabeza, un cansancio que no aplacaba el rencor que hacia ella crecía en mí como un volcán que en cualquier momento haría erupción. Y lo hizo una madrugada cuando llegó eufórica y con la piel impregnaba de un perfume ajeno y me dijo ¿a ti qué te importa dónde estuve? cuando le pregunté a dónde había ido, ¿acaso eres mi dueño? Maldita, no te volverás a burlar de mí, le espeté mientras le tapaba la boca y la nariz preso de una furia incontrolable. Se retorció un poco hasta que sus pulmones estallaron. No quise hacerlo, ella me empujó a matarla, mi vida era un infierno, si seguía así, iba a terminar perdiendo la razón. Su entierro fue discreto, apenas un par de colegas míos y sus padres. Unos años después la trasladé a este cementerio en medio del arenal cansado de las misivas que siempre encontraba en su tumba y que alimentaban los celos que aún me hacía sentir a pesar de estar ella muerta. Grité de dolor cuando la mano trituró mis huesos mientras veía que de las otras tumbas empezaban a brotar otras manos.

Miércoles

Día cansado. El tráfico es endemoniado. ¿Así vamos a convertirnos en un país del primer mundo?

martes, 11 de mayo de 2010

Mecano - Maquillaje

Son de mar


¿Pueden los muertos volver del más allá? En esta novela de Manuel Vicent, sí. Ulises Adsuara es un profesor de literatura griega que un día naufraga. Diez años después, el mar vara su cuerpo. Una novela lleno de referencias mitológicas y ella misma llena de un realismo mágico que nos recuerda al mundo de García Márquez.

lunes, 10 de mayo de 2010

La mentira

Detesto a la gente mentirosa. Me dan asco. Pero ya sabemos que todo cae por su propio peso.

domingo, 9 de mayo de 2010

Demis Roussos - Morir al lado de mi amor (Audio Corregido)

Ya no tengo madre

Esta es mi madre, quien siempre vivirá en mis recuerdos.


Ya no tengo madre,
le brotaron alas una tarde
y voló con las mariposas
para confundirse con los jazmines y rosas.

Por eso
mi corazón late triste
por la falta de sus besos
porque recuerda esos días felices.

Ya no tengo madre
y cuánta falta me hace
para poder vivir,
para seguir, para sonreír.

Daría yo mi vida entera
si tan solo un segundo volviera
para poder llenarla de besos,
para abrazarla fuerte,
para decirle madre, te quiero;
pero nadie vuelve de la muerte
por eso siempre viviré herido,
por haberte, madre, perdido.

sábado, 8 de mayo de 2010

Día de la madre

Ayer fue la actuación por el Día de la Madre. El alumno Espinoza declamó mi poema "Ya no tengo madre" y por un segundo todos los ojos estuvieron puestos en mí. Recibí algunas felicitaciones, y también indiferencia, sobre todo de la gente envidiosa que ya han llegado a su cima y allí morirán.

viernes, 7 de mayo de 2010

Actuación Día de la Madre

Hoy es la actuación por el Día de la Madre. Hace un año ella estaba con nosotros, recuerdo que en la fiesta le estuve tomando el pelo y ella sonreía feliz, contenta, y ahora ya no está, solo quedan sus recuerdos, el recuerdo de su risa, el recuerdo de su alegría al ganarse la canasta. Ahora la fiesta, si la hay, la hará cada uno por su lado.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Sexto Continente

Me llegaron los ejemplares de la Antología Sexto Continente donde está mi cuento "Hotel Tokio". Bonita la edición: la pasta plastificada, el fondo blanco, las letras rojas, nuestros nombres en negro, el papel interior hueso, la letra bella. Mi cuento abriendo la antología. Qué más se puede pedir. A seguir con los sueños de siempre pero luchando duro para que se hagan realidad.

lunes, 3 de mayo de 2010

La muerte

Hoy en el receso hablábamos con los colegas sobre la muerte. ¿Qué es la muerte? ¿Qué hay más allá de la vida? ¿Es la muerte el fin de todo? ¿Para morir es que hemos nacido?

domingo, 2 de mayo de 2010

La primavera


Las mariposas buscan la primavera que hay en ti, la primavera que habita en tu corazón.

La doble moral

Odio, desprecio, detesto a todos esos tipos, tipejos, tipas y tipejas de doble moral, que con una mano, o con la boca, deshacen lo que hicieron con la otra mano o lo que le dijeron a otros y a ti te dicen otra cosa, lo que escriben con una mano adornando, ocultando entre palabras bonitas lo que hacen en la vida cotidiana, lo que hacen para el auditorio, a los que te dicen mañana sí y nunca llega ese mañana, a los que tienen deudas contigo y se hacen los desentendidos, a los que te buscan solo cuando necesitan un aval. Pobre gente. Por sus actos uno los conoce.

sábado, 1 de mayo de 2010

Mayo

Quinto mes del año. Un poquito más y ya estamos a mitad de año, sin sentirlo pasan los días, las semanas, los meses, los años y la vida se va yendo.