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domingo, 31 de enero de 2010

Tomás Eloy Martínez


Acabo de enterarme de la muerte de Tomás Eloy Martínez. La única novela que leí de él fue "El vuelo de la reina", pero siempre leía sus artículos y el último de ellos, que hablaba de un balcón de hace treinta años que conoció con Carlos Fuentes, era conmovedor. Ahora solo queda leer sus obras, tenerlo en el recuerdo hasta el día en que también nos toque partir. Descansa en paz.

Ana Belén

Agapimu
http://www.youtube.com/watch?v=CSKlW3KAhKM

Fin de mes

Y se acaba enero. Como cada domingo, si no hay alguna urgencia, fui a visitar a mis padres. Allí están ellos, descansando para siempre, en la memoria, en el recuerdo de toda una vida compartida con sus alegrías y tristezas, con las batallas ganadas y perdidas. Allí están, en el corazón para siempre.

sábado, 30 de enero de 2010

Fin de mes

Falta un día y se acaba el primer mes del año. Qué de prisa pasan los días.

Los amigos (entre comillas)

Hay amigos que solo sirven para pedirte favores y, cuando no se los haces, te ponen mala cara, te envían correos sin remitente y destinatario. Hay amigos a quienes haces favores y luego se hacen humo por un tiempo, luego vienen a pedirte más favores y, como ya los conoces, no se los haces y se molestan y se desaparecen. Si esa amistad tiene precio, bien valió la pena esa pequeña inversión. Entre esa clase de amigos y no tenerlos, prefiero no tenerlos. Pero ya volverán, entonces replicaré con ferocidad.

Leo Dan




Leo Dan es uno de mis cantantes favoritos. Aquí un ramillete con algunas de sus canciones que me gustan
Estelita, Leo Dan con su guitarra
http://www.youtube.com/watch?v=4tseGdoOMRQ
Te he prometido, un clásico de Leo Dan
http://www.youtube.com/watch?v=lDPVWprH2Jg
Tú llegaste justo cuando menos te esperaba
http://www.youtube.com/watch?v=7zFYQZXn4iA
Como poder saber si te amo
http://www.youtube.com/watch?v=nNYGrm5CylQ
Siempre estoy pensando en ella
http://www.youtube.com/watch?v=i3GytPqZWBs
Tú me pides que te olvide
http://www.youtube.com/watch?v=NFhf4eS2__s
El radio está tocando tu canción
http://www.youtube.com/watch?v=otCmrOo_lbA
Solo una vez
http://www.youtube.com/watch?v=rFYbxYBtrII

viernes, 29 de enero de 2010

Lluvia

Llueve en mi tierra, en el lugar donde estuve hace cuarenta años. Llueve en mis recuerdos. Llueve y con la lluvia vuelve ella con sus cabellos mojados, con su rostro perlado por la lluvia. Llueve y el corazón se ahoga en una gota de lluvia.

miércoles, 27 de enero de 2010

La hora azul


Novela de Alonso Cueto, premio Herralde 2005. En su agonía, el padre de Adrián Ormache, un comandante de la Marina destacado en Huanta durante la guerra, le dice a su hijo que busque a Miriam, una chica que conoció en Huanta. Adrián inicia su búsqueda después de la muerte de su madre y se lleva una sorpresa con su hallazgo. Encuentra a Miriam después de una búsqueda por Ayacucho. Al principio la chica no quiere saber nada de él pero después llegan incluso a ser amantes. Finalmente Miriam muere dejando en manos de Adrián a Miguel, probable fruto de la violación a la que fue sometida durante su detención.
Excelente novela que releo después de casi cinco años y me sigue deleitando, sorprendiendo. Leer a Cueto es aprender a escribir por la diversidad de su técnica literaria, de su buen uso de la palabra. Ninguno de los libros de este autor me han aburrido hasta hoy, ni sus cuentos. Lo admiro por su vida dedicada a la escritura.
Alguien dijo que Cueto no sabía hilvanar un párrafo entero, nada más cierto. Hay que leerlo.

Mujer indiferente


Me miras con ojos cansinos,
me miras como si yo no existiera,
me miras y me siento morir de pena,
yo que por una mirada tuya vivo.

Te digo hola
y me contestas sin emoción alguna,
¿estás molesta por mi culpa?,
¿es culpa mía, acaso, que sigas sola?

Mujer indiferente
que no amas,
que nada sientes,

que cuando hablas
solo mientes,
¿acaso de la vida esperas nada?

lunes, 25 de enero de 2010

El libro de arena


Bella colección está de Jorge Luis Borges. Cuentos breves, perfectos, cada palabra en su lugar, cuentos fantásticos, historias extrañas. Me quedo con casi todas, pero la que más me gusta es "El disco".
Tenía cierto prejuicio por Borges y no lo leía por la razón que todos los cuentistas quieren escribir como él y eso me alejaba de sus libros, así como de García Márquez a quien no leo hace años, pero ahora que me entró la curiosidad cogí uno de los libros que tenía sobre el argentino, leí un cuento y luego otro y otro y no paré hasta el final, y todavía tengo "Ficciones" y "Artificios".
A Borges lo leí en la biblioteca de La Cantuta. De esa época yo recuerdo sus poemas, las rimas perfectas de sus sonetos.
Volveré a releer estos cuentos.

sábado, 23 de enero de 2010

La envidia

Conozco la envidia de los que no han ganado ni la caca de la mosca en sus vidas, de los que hacen cosas perfectas y pasan desapercibos como el aroma rancio de las rosas, de los que van por el mundo dándose sus ínfulas y son menos que el aire. Conozco el silencio de los estafadores, de los que te prometen el oro y el moro y luego se esconden debajo de sus caparazones por no reconocer que son unos pobres diablos. Conozco a los que se llenan los hocicos hablando y no dicen nada.

Nocturno de Lima


1
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo / del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. / Oye tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, / la onda aún es negra y me hace aún arder?, carraspeó el viejo, bebió, le dio una calada a su cigarro. El gran Vallejo, quién más, dijo, mirándome con sus ojos acuosos. Se ha escrito casi todo de él y sobre él: Juan Larrea: César Vallejo y el surrealismo, editorial Visor, Madrid, 1976. Mariano Ibérico: En el mundo de Trilce, editorial UNMS, Lima, 1963. Alberto Escobar: Cómo leer a César Vallejo, editorial PL Villanueva, Lima, 1973. Ernesto More: César Vallejo en la encrucijada del drama peruano, editorial Bendezú, Lima, 1968. Y etcétera y etcétera; un largo e interminable etcétera. ¿Qué más se podría escribir sobre nuestro gran vate?, ¿se preguntó?, ¿me preguntó? Levanté los hombros, bebí. De la rockola brotaba un bolero de Los Panchos, Quizá, quizá, quizá. Los borrachines apretujaban a las polillas. Había una de vestido verde limón con un gran escote en la espalda. Se notaba que estaba sin sostén. Tenía la piel blanca. La mano del hombre con quien bailaba parecía una estrella de mar en esa espalda amplia como un desierto. Pensé en Edith: estaría pelándose de frío en las alturas de Ayacucho, estaría durmiendo a la intemperie, quizá ni habría cenado, quizá estaría huyendo de los sinchis y los llapan atic que la perseguían como perros de presa desde su fuga del penal. Quizá deberías de escribir tu tesis sobre Mariátegui, me dijo el viejo, después de darle una larga chupada a su cigarro, ahora que los guerrilleros lo tienen como uno de sus puntales porque, cuando termine la guerra, si es que alguna vez termina porque esto tiene para largo, todos serán mariateguistas. Adelántate a la historia, muchacho. Edith, dije. Está escribiendo la historia a sangre y fuego, dijo el viejo. Abimael es un loco de mierda, ¿verdad?, durante veinte años nos estuvo jodiendo con su cantaleta de la lucha armada y ahora tiene en zozobra al país entero. ¿Te imaginas a un puñado de locos mal armados asaltando esa fortaleza que es el CRAS de Huamanga, ah? Imaginé a Edith en medio de los dinamitazos, escapando bajo una lluvia de balas. ¿Dónde estaría? Decían que la habían visto en Ayacucho, en Huancavelica, en Andahuaylas, montada en un caballo blanco y enarbolando una bandera roja. ¿Qué escribir de Vallejo que ya no haya sido escrito? Levanté los hombros. Usted es el asesor, le dije. Volví la vista a la espalda desnuda de la polilla, bajé los ojos y los posé en su trasero, redondo, generoso. Si el Che Guevara habría tenido el apoyo del campesinado como lo tiene Abimael, otra habría sido la historia de Bolivia, dijo el viejo. Si yo tuviera veinte años, también marcharía a Ayacucho, no por Abimael, porque nuestras divergencias son insalvables, sino por el pueblo. ¿Sabías que Vallejo visitó el frente de guerra cuando estuvo en España?, preguntó el viejo, paladeando su vino, ¿que España, aparta de mí este cáliz fue publicada por el Ejército Republicano? Ignoraba, murmuré. La polilla de la espalda desnuda levantó su copa y brindó conmigo en la distancia. Hice lo mismo. Me regaló una amplia sonrisa. Quizá deberías visitar la Madre Patria, preguntar a los milicianos sobrevivientes. Claro, murmuré, sin mucho ánimo. O, por último, ir a Santiago de Chuco. Si no me equivoco, poco se ha escrito sobre la niñez y adolescencia de nuestro poeta universal, etapas que son constantes en sus textos. Presencia del hogar en la poesía de César Vallejo fue publicada el año pasado por la Universidad de Cajamarca, es un texto ilegible, pero se deja leer, por ahí lo tengo, otro día la traigo. Gracias. El viejo ya estaba borracho. Esta tarde llueve, como nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón. / Esta tarde es dulce. Por qué ha de ser? / Viste gracia y pena: viste de mujer. Chupó su cigarro con ganas, botó el humo por boca y nariz. Heces, dijo, 1918, hace sesenta y cuatro años ya. Yo nací un año después. Bien pudo Vallejo acunarme en sus brazos, rió. Es una puta más, dijo, cuando descubrió mis ojos puestos en la polilla de la espalda desnuda, y las noches de Lima están pobladas de ellas. La vi venir con sus andares de felino. ¿Bailamos, guapo? Claro. Me tomó de la mano, una mano suave. El bolero era Bésame mucho. Nos abrimos paso entre las mesas, entre los borrachos. Puse mi mano en su cintura, ella juntó su cuerpo al mío, sentí sus senos, medianos, duros, fundirse en mi piel. ¿Cómo te llamas, guapo?, su aliento tibio con aroma a menta me abrasó el rostro. Tenía los labios carnosos, rojos como la sangre, o como la bandera que Edith enarbolaba montada sobre un caballo blanco simultáneamente en varios lugares según la creencia popular. Agustín, le dije, ¿y tú? Estrella, dijo, pasándose la lengua, puntiaguda, rosada, por los labios. ¿Estrella? Ajá, Estrella Gómez. ¿Sería su nombre de combate o así la habrían bautizado? Edith ya no era Edith, ahora era Lidia. Le miré el generoso escote, el nacimiento de los senos. ¿Ese viejo cara de sapo es tu padre?, preguntó. Me reí. Mi asesor. ¿Asesor? Sí. ¿De? Estoy escribiendo mi tesis. Ah, pensé que era tu asesor de la vida nocturna y puteril de Lima. Soltó una carcajada. También reí. ¿Sobre qué es tu tesis? Vallejo. ¿Vallejo?, repitió. Ajá. ¿Y qué esperas encontrar en este antro, expertos sobre Vallejo? Quizá, ¿por qué no? Reímos con ganas. Restregaba su cuerpo con el mío. Hay golpes en la vida tan fuertes, dijo, yo sí sé. Otra carcajada. Mi sexo empezó a despertar de su letargo y el bolero parecía no tener final, o lo habían repetido. ¿Tienes para pagarte un polvo? Claro, ¿dónde atiendes? En el segundo piso, ¿vamos? Miré al viejo: dormitaba. Volví media hora después. César Vallejo. Camp de L’arpa, número 71, Barcelona, 1980, murmuraba el viejo entre dientes, el rostro sobre el pecho, un hilo de baba cayendo de la comisura de sus labios.
***
Disculpa, ¿podrías prestarme un lapicero? Levanté la mirada: una chica estaba parada frente a mí. Era menuda. Tenía los cabellos lacios, negros y largos que enmarcaban un rostro redondo de ojos claros, penetrantes. Tenía un lunar cerca del ala izquierda de la nariz. El mío se ha terminado. Claro, toma. Me fijé en sus manos, en sus dedos delgados que terminaban en unas uñas maltratadas, como si lavara bastante, y sin pintar. Me dio las gracias. Miré la hora en el reloj que estaba colgado en una de las columnas: faltaba un cuarto para las doce. Hundí los ojos en Emma Zunz. ¿Se puede? Otra vez ella. Tenía una mano en el respaldo de la silla que había frente a mí. Claro, le dije. Éramos los únicos usuarios de la biblioteca a esa hora. Puso sus cosas sobre la mesa: un bolso hecho de manta, una cartulina y un libro voluminoso de pasta color rojo vino. Abrió el libro. ¿La Biblia?, pregunté. No, no, Antología de poetas líricos castellanos, dijo. ¿Estás en Literatura? En Derecho, dijo, pero me gusta leer, ¿y tú? En Literatura. ¿En qué ciclo? Octavo, ¿tú? Recién estoy empezando la carrera, en el segundo ciclo. No le pregunté su edad, pero tendría dieciocho o diecinueve años. Daré tu corazón por alimento. / Tanto dolor se agrupa en mi costado, / Que por doler me duele hasta el aliento, Miguel Hernández, dijo, ¿lo has leído? Sí, buen poeta. Es dramático, trágico, fatal. Ajá. ¿Tú qué lees? Borges, le mostré la pasta de El Aleph. Prefiero las historias concretas, las que puedes tocar con la mano, ver en tu entorno. Arguedas, Ciro Alegría, Scorza. También los he leído, dije. El mundo es ancho y ajeno, Garabombo el invisible, Los ríos profundos, Yawar fiesta. Hablamos de la trágica niñez de Arguedas, de su suicidio, de las enfermedades de Alegría. ¿Almuerzas en el comedor?, preguntó, fijándose en la hora en la pared. Sí. ¿Vamos? Devolvimos los libros y salimos al frío del exterior. Era setiembre, faltaba poco para la primavera pero en Lima seguía garuando, el cielo estaba cubierto de nubes oscuras. Íbamos por las veredas llenas de estudiantes, profesores. Las paredes de las facultades estaban llenas de inscripciones contra el gobierno de Morales Bermúdez, de pintas de los partidos políticos que habían participado en la Asamblea Constituyente, de lemas contra las dictaduras de Chile y Argentina. Un pelucón me pasó la voz y ella me preguntó si era mi amigo. Le dije que sí. Tus amigos serán bohemios, dijo. Algunos. ¿Y tú? No salgo mucho, antes sí. ¿Tú? Tampoco, dijo, prefiero quedarme en mi cuarto leyendo, haciendo mis tareas. Tampoco tengo muchos amigos. Nos pusimos en la cola. Será que no me acostumbro a Lima, dijo. ¿De dónde eres? Ayacucho, ¿tú? Huancavelica. Somos casi vecinos, dijo con una sonrisa, es bonita la sierra, ¿no? No conozco. ¿Has nacido en Huancavelica y no conoces tu tierra? Me puse colorado. Le dije que me habían traído al año y medio de nacido y no había vuelto, quizá más adelante lo haga. Claro, yo siempre vuelvo a Ayacucho, sobre todo en los carnavales. Nos pusieron un número en el brazo: 176 ella y yo 177. La cola empezó a avanzar lentamente como una gran culebra. Llegará la hora / en que tendré que / desembocar en los / océanos, / que mezclar mis / aguas / limpias con sus aguas turbias, / que tendré que / silenciar mi canto / luminoso… Heraud. Ajá. Buen poeta. Deberías de estudiar literatura. Quizá más adelante. Recibimos nuestras charolas y nos sentamos frente a frente en la gran mesa. El menú era frijol con pescado y una sopa media aguachenta. La miraba comer, separar con cuidado las espinas. ¿Dónde vives? En Breña, ¿tú? En el Callao, en casa de una tía. Estamos cerca. Sí. ¡Compañeros, su atención! Un estudiante, flaco, de rasgos andinos, había trepado a la mesa y desde allí lanzó una arenga a la futura guerra popular mientras un compañero suyo repartía el pasquín Por el Sendero Luminoso de Mariátegui a cambio de un óbolo voluntario. Habló del Perú semi colonial y semi feudal, de terminar con los latifundios y los terratenientes. Pronto los Andes serán remecidos por el estruendo de los cañones y las balas del ejército guerrillero popular. Casi nadie le prestaba atención, los comensales lo miraban con indiferencia, sonreían con ironía. ¿Hacer una guerra popular cuando los militares estaban a punto de regresar a sus cuarteles? Sonaba a cosa de locos. Las revoluciones terminaron en Bolivia, le dije a la chica, con la muerte del Che. Quién sabe, dijo ella.
***
Me presentaron como el nuevo profesor de Lenguaje. Tartamudeé al dirigirme por primera vez a los alumnos. Un profesor debe mirar a todos y a nadie al dirigirse al público, había escuchado decir a mis maestros, pero yo veía a todos los ojos, a todos los rostros, y todos los ojos y rostros me miraban, me observaban con hostilidad, esperaba que en cualquier instante iba a estallar una estruendosa carcajada riéndose de mí: no pronuncio bien la erre, pero no lo hicieron, al final, todos aplaudieron, los profesores me dieron la mano dándome la bienvenida, las profesoras me besaron las mejillas. Pasamos a los salones. Era la quincena de abril y hacía un calor de los mil demonios, fui al baño a mojarme un poco pero no había agua en el cilindro. El baño era un silo poblado por un ejército de moscas. El colegio estaba en la punta de un arenal al sur de Lima. Había llegado ahí gracias a la recomendación de don Virgilio que tenía un conocido en el ministerio de Educación. El colegio era de esteras y calamina. La arena se metía por todos lados. ¿Y si renunciaba en qué me iba a ganar la vida con mi título de licenciado en Literatura? Quizá debía buscar una beca y marcharme al extranjero y tratar de quedarme allá: el Perú se estaba desangrando desde hace cuatro años y la sangría era, a la vista, incontenible. La primera hora me tocó en el único quinto que había en el colegio Morro Solar. La veintena de alumnos se puso de pie cuando hice mi ingreso al aula. Rostros con rasgos andinos, cabellos hirsutos, ojos achinados, algunos tendrían casi veinte años. Me presenté de nuevo e hice que se presentaran para ganar tiempo, para romper la distensión. Muchos tenían un dejo andino al hablar. Me preguntaron dónde había estudiado, si era fácil el examen de admisión, dónde vivía. Al decirles que venía de Chosica y tenía que salir antes de las seis de la mañana se sorprendieron. Agárrese un lote aquí, profe, me dijeron, los terrenos abundan y sobran, pone sus esteras y ya tiene su casa. Quizá más adelante, les dije, cuando me paguen. ¿Fueron a la playa? Claro, profe, a pie nomás, la playa está bajando ese cerrito, dijeron señalando el lomo de arena que se veía desde la ventana. Después de conversar, leímos Los gallinazos sin pluma. Un buen número de alumnos tenía dificultades al leer: apenas abrían la boca como si tuvieran vergüenza. Después hicimos una composición titulada Así fueron mis vacaciones de verano. A la salida, el director me preguntó si vendría al día siguiente. Le dije que sí. Es que han venido varios profesores, han estado un día y no se han vuelto a aparecer. No se preocupe, mañana estaré aquí. Me dio la mano. Bajé a la pista pensando mañana vendré con jean y polo como los demás, es ridículo venir con terno a este arenal.
***
2
¿Vives por aquí?, me preguntó Estrella. Estábamos en una habitación, a oscuras. Yo le había dicho creo que mejor me voy y ella me dijo quédate nomás hasta que vuelva la luz. En Breña, le dije, a un paso de aquí, ¿y tú? En Comas. ¿En Comas o en camas? Tonto, dijo, apretándome el miembro. Reímos. Había llegado al antro un rato antes en busca de don Virgilio. No lo encontré y pedí un vino y me puse a esperarlo. Entonces Estrella se sentó frente a mí. ¿Por qué tan solo y pensativo? Estaba con un vestido rojo escotado, me sonreía. ¿Te acuerdas de mí? Claro que me acordaba. ¿Y tu asesor? Pensé que lo iba a encontrar aquí. No lo había visto durante toda la semana. Pedí un vino para ella. ¿Y cómo va tu tesis? Iba en nada. El viejo me había dicho mejor escribe sobre Miguel Hernández, su poesía es pura como la naturaleza donde vivió, tengo entendido que algún miembro del jurado calificador es un vallejiano convicto y confeso y se regodeará si te revuelca como a su entenado. En cambio a Hernández aquí se le lee poco, y mal. Hernández, el poeta nacido en Orihuela, cabrero en su juventud, partícipe de la Guerra Civil Española, muerto tuberculoso en prisión. Imaginé al poeta conduciendo un hato de cabras, pergeñando sus versos a orillas de algún río, quizá en las noches calentándose y leyendo junto al fogón donde momentos antes su madre le había calentado el puchero para la cena. Te empapas bien del tema y estoy seguro que consigues una contundente victoria ante esos dinosaurios. Eso había sido hace un par de semanas, desde entonces no había visto al viejo ni en pintura, tal vez se había muerto. Bailé con Estrella hasta que me dijo ¿subimos? Estábamos en mitad de la escalera cuando la luz se fue después de un parpadeo. Nos encerramos en la habitación. Escuché que se lavaba el sexo. No me pidió que lo hiciera, se lo engulló así nomás hasta ponerla dura. Yo me tragué el suyo. Era la primera vez que lo hacía. Tenía un olor y un sabor agradable pese a que mis amigos se hacían ascos cuando hablaban del sexo oral. Ahora estábamos abrazados, esperando el retorno de la luz, escuchando la bulla de los carros que pasaban por Emancipación, Tacna, La Colmena. ¿Vives solo? Sí. O sea que se te puede visitar. Claro, cuando quieras. ¿Y tú con quién vives? Con mis padres, mi hermana y mi hijita… Tenía una hijita. Ese vientre que ahora acariciaba alguna vez había estado abultado como un globo, como una naranja. ¿Cómo se llama? Marisol. ¿Cuántos años tiene? Cuatro. O sea que había dado a luz a los dieciocho, salido embarazada a los diecisiete. ¿Y el papá? Murió en la guerra… Silencio con fondo de bocinas de vehículos. ¿Era policía o terruco? Rió con ganas. ¿También te lo creíste? Sí, ¿por? Bromeaba, dónde estará ese imbécil. Por su culpa me metí en esta vida, ¿o tú crees que lo hice porque la pinga es rica, ah? ¿No es rica? La tuya, sí. Me dio un beso mientras yo pensaba a cuántos se los habrá chupado. Me reí. ¿De qué te ríes? De un chiste privado. A ver, cuéntame. Le inventé un chiste de Jaimito. Parece que la luz se había ido definitivamente. Los terrucos eran cada vez más efectivos. Pensé en Edith por primera vez en la noche. Desde la sierra llegaban noticias de ataques a los puestos policiales, asaltos a las minas para robar dinamita, de incursiones a pueblitos cuyos nombres eran difíciles de pronunciar y menos de retener en la memoria. ¿Edith estaría con los que perpetraban esos hechos? Estrella montó sobre mí, agarró mi sexo y lo guió al suyo y empezó a moverse con cadencia como una barca en un mar sereno. Ahora no me decía apúrate, ¿ya?, ¿terminaste?, vacíate de una vez, no eres el único, tengo que seguir trabajando. Subía y bajaba. Veía su silueta oscura, sus senos que subían y bajaban. Afuera el estrépito de los vehículos había disminuido. La gente se va acostumbrando al caos, pensé, al orden que le impone el caos, los apagones empiezan a ser parte de nuestras vidas. El ser humano es dúctil, se amolda a las circunstancias. Yo me había acostumbrado a la ausencia de Edith, a no escuchar su voz, a no mirar sus ojos, a no escuchar en susurros los versos que solía declamar. Aquella noche corrí / El mejor de los caminos, / Montado en potra de nácar / Sin bridas y sin estribos. ¿Hace cuánto ya que había recitado esos versos de Lorca? Casi un año. Y el tiempo seguía estirándose cada día más. Una explosión de luciérnagas ocupó el lugar de mis pensamientos y me sentí desfallecer. Volvimos a abrazarnos. Este polvo no te cobro, dijo Estrella, la casa paga. Rió. Me voy, le dije un rato después, no creo que la luz regrese. Le di un beso y salí a la oscuridad de la calle.

viernes, 22 de enero de 2010

Hotel Tokio - Cuento ganador


Mi cuento "Hotel Tokio" está entre los 10 ganadores del concurso de relatos convocado por Ediciones Irreverentes. Allí está la noticia y el cuento ganador.


Ganadores del Primer Premio Sexto Continente de Relato
viernes, 22 de enero, 2010 14:30
De:
"Ediciones Irreverentes" Añadir remitente a Contactos
Para:
"'Ediciones Irreverentes'"
Ganadores del Primer Premio Sexto Continente de Relato en
http://ediciones-irreverentes.blogspot.com/2010/01/i-premio-sexto-continente-de-relato.html

Un saludo
http://www.edicionesirreverentes.com/



HOTEL TOKIO


Los peruanos sí que eran desagradecidos. Qué rápido habían olvidado que él, el Chino, los había salvado del apocalipsis en que los dejó el gobierno de García: dos mil por ciento de inflación anual, los comunistas a punto de tomar por asalto Lima. Si no fuera por él, el Chino, los limeñitos estarían hoy en los campos de arroz con las espaldas dobladas trabajando de sol a sol hasta reventar como animales de carga. Y así le pagaban: con el exilio, con una patada en las posaderas. Tokio era una ciudad impresionante: altísimos edificios, trece líneas de metro, calles limpias, peatones que respetaban las señales del semáforo, no como los peruanos que cruzaban las pistas en forma temeraria. La Lima que encontró al asumir su mandato era un caos, un desastre, lleno de vehículos destartalados, de edificios a punto de derrumbarse. Él, el Chino, la había modernizado. Diez años más y sería una urbe del primer mundo. Tenía un tren eléctrico a medio construir, herencia del gobierno aprista. Lo habría concluido pero prefirió que se quedara así como lo había dejado García, para que el pueblo no olvidara el desastre en que dejó Caballo loco al Perú. Un café, sintió ganas de beberse un café, tener noticias del Perú, enterarse de los malabares que estaba haciendo la justicia peruana para sentarlo en el banquillo de los acusados, leer los últimos informes que Kenji le mandaba a su correo, las palabras de aliento que las Marthas –Chávez, Hildebrandt y Moyano– le mandaban todos los días desde que salió del Perú abruptamente. Ahora el Escritor se estaría riendo de él. Nunca le había perdonado que lo derrotara, que no lo dejara llegar a la presidencia como había sido su sueño. Un simple profesor de matemática de una universidad nacional había humillado al más grande escritor peruano de todos los tiempos, incluso más que Vallejo, eterno candidato al Nobel, doctor honoris causa de muchas universidades del mundo. Y eso no tenía perdón. Había truncado sus aspiraciones presidenciales. La campaña electoral del noventa había sido feroz: los banqueros y la oligarquía habían puesto en movimiento toda su maquinaria para que el Escritor llegara al poder pero él, el Chino, se les había interpuesto en el camino montado en un viejo tractor de agricultor. Y el truco le había funcionado. Sonrió de medio lado, con esa sonrisa torcida con que lo dibujaban los caricaturistas. Él, el Chino, un hijo de inmigrantes japoneses, un caído del palto, como lo calificaban sus enemigos políticos, había derrotado al representante de los dueños del Perú que, desde tiempos de la Corona, ostentaban el poder. Eso no se lo habían perdonado nunca como no lo habían hecho con Velasco y, más atrás todavía, con Odría, quienes habían gobernado para el pueblo y por el pueblo a pesar de ser calificados como dictadores por los políticos tradicionales. Por eso habían mostrado una dura oposición en el Congreso a todos sus proyectos. Hasta que se hartó y los puso de patitas en la calle ese 5 de abril de 1992, hace ocho años ya. Cómo había pasado el tiempo. Ese 5 de abril tomó la decisión de gobernar con mano de hierro para derrotar a la subversión, para reconstruir el país, para hacer que el Perú renaciera de sus escombros como el ave Fénix. Había sacrificado su vida personal, su matrimonio se había ido al diablo por pensar en el Perú. Susana también se estaría riendo de él. Alguna vez soñaron que pasarían sus últimos días en el país de sus ancestros pero jamás se imaginó que solo él, el Chino, vería hecho realidad su sueño, el sueño de ambos. Volvió a sonreír de medio lado. Susana: cuatro hijos, un matrimonio tirado por la borda, una mujer que le había dado la espalda acusando a su familia de quedarse con los donativos que la comunidad japonesa hacía a los peruanos más menesterosos. Eso no se lo había perdonado nunca, por eso la había sacado de Palacio y puesto a Keiko como primera dama. Y no lo había hecho nada mal su hija. Quizá algún día llegara a la presidencia también, el camino estaba desbrozado, la semilla echada en la tierra: diez años en la presidencia no eran un día. Cuando él, el Chino, llegó al poder, el Perú se desangraba en una cruenta guerra civil. Después de arrasar los Andes, los comunistas habían fijado su mirada en las grandes ciudades, sobre todo en Lima. Un poco más, y el Perú colapsaba. Quizá debió dejarlos así, que se jodieran, total, él podía haber agarrado a su familia y marchado, o retornado, al país de los suyos, al país del sol naciente de donde, hace más de medio siglo ya, sus padres se habían embarcado a la tierra de los incas en busca de un futuro más promisorio. Ahora él, el Chino, había hecho el viaje de retorno para escapar de las fauces de sus enemigos políticos quienes no pararían hasta verlo en el cadalso con la soga en el cuello, pidiendo clemencia. Tendrían que esperar. Al menos en Tokio estaba a salvo, ¿pero hasta cuándo? García, ese 5 de abril, había huido como una rata asustada y ahora anunciaba su regreso después de haber vivido a cuerpo de rey entre Colombia y Francia. No solo regresaba sino, anunciaba su candidatura presidencial. El exilio de Caballo loco había durado ocho años, ¿cuánto duraría el suyo? Cuando los peruanos se dieran cuenta que los políticos tradicionales se habían complotado para desalojarlo de palacio… ¡Presidente Fujimori!, le gritó, desde la vereda, con emoción, un peruano, uno de los tantos peruanos, descendientes de japoneses, que también había hecho el viaje de retorno al país del sol naciente porque en el Perú de inicios de los noventa no se podía vivir. Estamos con usted, presidente Fujimori. El ex presidente sonrió, murmuró un gracias, hizo una venia. La inmensa mayoría de peruanos estuvo de acuerdo con el cierre del Congreso, un Congreso de incapaces, de corruptos, de ladrones. Quizá debió mandar bombardear el Palacio Legislativo tal como Pinochet hizo con La Moneda, expatriar a todos esos miserables. En los Andes lo querían porque gracias a él, el Chino, ahora vivían en paz, Sendero había sido derrotado para siempre. ¿García se habría atrevido a presentar a Abimael enjaulado y en traje a rayas? Seguro que no. Ni Belaunde. Nada habían hecho esos mequetrefes para derrotar a la guerrilla. Durante diez años habían dejado que los terroristas hicieran lo que les diera en gana, hasta que llegó él, el Chino, y los puso en vereda a todos esos mal nacidos, traidores a la patria, hijos de puta. A todos los había enjaulado, aislado, mandado a pudrirse en la gélida Yanamayo, construida especialmente para albergar a esos mal peruanos. ¿Eso había hecho Belaunde, García? No, habían sido cobardes, les habían tenido miedo a los terroristas, les habían temblado la mano; a él, el Chino, no. Creó tribunales especiales con jueces sin rostro, condenó a cadena perpetua a todos los líderes de la guerrilla. Él, el Chino, les había devuelto la paz a los peruanos. Y así le pagaban, con una patada en el trasero. Debió dejar que se jodieran, pensó una vez más. ¿Cuándo se jodió el Perú, Chino? Cuando García se enfrentó a la banca internacional. ¿O cuando propalaron el video Montesinos-Koury? Extrañaba el aplauso del pueblo, las calles polvorientas de los barrios populares, los vítores de las masas: ¡Chino, Chino, Chino! Un chinito de medio pelo se había dado lujo de derrotar a dos peruanos ilustres: primero al Escritor y luego a Javier Pérez de Cuellar, ex secretario general de la ONU, nada menos, con quien compitió en las elecciones del 95. Si se hubieran lanzado solos, quizá lo habrían derrotado, así como él, el Chino, hizo con el Escritor el 90, pero lo hicieron acompañados por todos esos viejos partidos políticos que los peruanos despreciaban. Pedir un café, un periódico en español o inglés, mirar la televisión, hablar con sus hijos por internet. Pasar desapercibido, perderse entre la masa, ser uno más de ellos, un japonés, ¿hasta cuándo? Añoraba el regreso, el aplauso de la gente, la sobonería de Laura Bozzo, la llamada abogada de los pobres. Si no fuera por Montesinos, todo sería diferente. ¿Cómo se le ocurrió al estúpido ese filmar cosas tan delicadas? Un video se había tumbado su gobierno. ¡Un simple video! Maldito Fernando Olivera. Debió de haber sacado el ejército a las calles, encarcelado a todos esos viejos políticos. Estaba seguro que el pueblo apoyaría esa medida como lo apoyó el 5 de abril del 92. ¿Acaso él, el Chino, gobernaba para los ricos, para la oligarquía? Por supuesto que no. A él lo había elegido el pueblo, el Perú profundo. Los blanquitos, los ricos, los pitucos estaban con el Escritor, con Javier Pérez de Cuellar, con Toledo. Montesinos sí que había sido un estúpido. ¿Pero quién habría filtrado ese maldito video? Alguna amante despechada de su asesor, seguro, alguna vieja celosa de Jacky, la gatita del doctor. La Pollito, ¿cómo se llamaba la Pollito? Tenía un nombre horrible y un apellido más horrible todavía que se duplicaba. Matilde se llamaba. Pinchi Pinchi eran sus apellidos. Quizá no tuvo padre y su madre tuvo que duplicar su apellido. Qué apellido más asqueroso. ¿Por qué a Montesinos le gustaba tener en su entorno a gente tan horrible: la Pinchi Pinchi, la Bozzo? Estaba seguro que esa vieja bruja había filtrado el video. Siempre le había dicho a su asesor que no se fiara de las mujeres a menos que fuera su madre. Ni siquiera en tu mujer confíes. Esas son las primeras en traicionarte. Y peor en las secretarias. Pero el hombre no le había hecho caso. Siempre estaba rodeado de mujeres bellas, modelos, reinas de belleza, bailarinas. Cómo no iban a despertar los celos de las brujas. O la Bozzo tal vez, sus loas no eran gratuitas, no le había bastado el programa propio y se llevaba su buena cantidad de dólares para echarle rosas a su gobierno. Montesinos, el expulsado del ejército por traidor, el capitancito de medio pelo que ponía y sacaba generales como quien se cambia de camisa. El estúpido ese se había mandado construir un palacio en playa Arica, tenía cuentas en Suiza, Luxemburgo, Panamá. Había robado a sus espaldas a manos llenas, más de lo que él, el Chino, suponía, y ahora estaba jodido, más jodido que él todavía. Él, el Chino, al menos tenía la protección del Japón. Panamá le había negado el asilo a Montesinos, había regresado al Perú con el rabo entre las piernas y había vuelto a huir Dios sabe a dónde. Ahora toda la policía estaba tras el ex hombre fuerte del Perú, para muchos el poder en la sombra. Fujimori volvió a sonreír de lado. Montesinos había hecho bien su trabajo, pero, bueno, nadie es perfecto. Desde donde estaba, el décimo piso del hotel Tokio, tenía un amplio panorama de la capital japonesa. Hace más de medio siglo el Japón había estado en guerra, dos bombas atómicas habían devastado su territorio. Nueve años antes, y con él en el vientre, sus padres habían abandonado el archipiélago como tantos otros japoneses porque les dijeron que en la tierra de los incas podían, al menos, vivir de su trabajo. Y ahora el hijo, él, el Chino, había hecho el viaje de retorno. Pero ya no era el hijo de unos inmigrantes. Era un ex presidente. Un ex presidente peruano descendiente de japoneses a quien la patria de sus antepasados había acogido con los brazos abiertos. La justicia peruana lo había pedido en extradición pero el Japón les había dicho con firmeza que no extraditaba a ninguno de sus súbditos. La INTERPOL estaba tras sus pasos. Nunca podría salir de la isla, volver al Perú, a menos que su hija Keiko llegara a la presidencia. Qué rápido había olvidado el pueblo peruano que gracias a él, el Chino, setenta y un rehenes, de setenta y dos, habían sido rescatados con vida de la residencia del embajador japonés en Lima después de ciento veintiséis días de cautiverio. Ese 17 de diciembre de 1996 tuvo suerte: estaba a punto de abandonar palacio con dirección a la residencia del embajador Aoki, cuando una voz interior le susurró a los oídos que no lo hiciera. Y no lo hizo, canceló su cita y salvó el cuello. Esa misma voz, diez años atrás, y después de pasar a la segunda vuelta electoral, le dijo que no aceptara la propuesta hecha por el Escritor: formar un cogobierno. Dijo no y la victoria fue suya y el Escritor se marchó del Perú con el rostro desencajado y el corazón lleno de veneno. Ahora se estaría riendo. Un café, noticias del Perú, llamar a sus hijos. ¿Ya capturaron a Montesinos? ¿Todos los videos que quedaron allá ya fueron destruidos? No dejen que ni uno más se filtre a la prensa. Quemen todas las pruebas. Un café. Sentía una acidez en la boca del estómago. Y Toledo, ese cholito que había movilizado a las masas en la llamada Marcha de los Cuatro Suyos. Allí se le fue la mano a Montesinos: dinamitó e incendió la sede central del Banco de la Nación matando a seis vigilantes y eso exasperó a la gente y allí estaban las consecuencias. Sino hasta ahorita estaría en el poder. ¡Chino, Chino, Chino! ¿De quién fue la idea de lavar la bandera peruana frente a sus narices? Debió meterles bala como hicieron las autoridades chinas con los revoltosos de la Plaza Tiananmen. Esas eran malas señales. Se acercaba la tormenta y él no supo darse cuenta a tiempo. No debió presentarse a las elecciones del 2000. Debió dejar que su hija ocupara su lugar, Keiko seguro arrasaba con todo como él, el Chino, lo había hecho hace diez años ya. Extrañaba el ceviche, el arroz con mariscos, la mazamorra morada, el suspiro limeño, el pisco sour. Eso era lo malo del exilio: extrañar la comida. A su edad ya no estaba para cambiar de gustos culinarios. ¿De dónde había salido ese cholito, Toledo, que lo había desafiado tan descaradamente? Era un pobre diablo que gracias a su inteligencia había estudiado en los Estados Unidos. Ahora quería ser presidente. Había soñado con ser presidente desde niño. Cholo imbécil. Estaba casado con una rubia belga-francesa de raíces judías. Ese había dirigido la Marcha de los Cuatro Suyos. Se hacía llamar Pachacútec. Claro, era un indio, un serrano. Era casi seguro que sería el próximo presidente del Perú. Se había retirado de la segunda vuelta electoral denunciando fraude. Había prometido que metería a la cárcel a todos los corruptos. Y eso es lo que estaba haciendo el gobierno provisional de Paniagua: muchos de sus ex ministros estaban presos o en el exilio: Joy Way, su ex primer ministro y ex presidente del Congreso, estaba en San Jorge como un vulgar delincuente. Igual Villanueva Ruesta, ex ministro del interior. El caso más patético era el del general Hermoza Ríos: tenía veinte millones de dólares en un banco suizo. ¡Milico ladrón! Ahora se iba a pudrir en la cárcel por estúpido. Ya no era el general victorioso que exigía que lo hicieran mariscal como a Ramón Castilla o a Sucre, ahora era poco menos que un vulgar delincuente. Podría decir que él no sabía nada, que todos esos sinvergüenzas habían robado a sus espaldas, ¿pero quién le creería a estas alturas si también había huido cuando debió presionar más y cerrar canales de televisión, confiscar los diarios, meterles bala a todos los que protestaban contra su gobierno, a todos los que pedían democracia? Quizá debió fusilar a todos esos delincuentes de saco y corbata para congraciarse con el pueblo. Empezando por Montesinos. Montesinos. Tenía que reconocer que el “doctor” había hecho un buen trabajo de demolición en las pasadas elecciones: a Castañeda lo había llamado el Mudo: el hombre que no quería hablar porque no tenía nada que ofrecerle a los electores, que se orinaba de miedo cada vez que tenía que decir algo en público. Andrade había sido el Chancho, el Cerdo, el que comía de más mientras el pueblo mostraba las costillas como los perros famélicos. Solo iba a entrar a llenarse la panza con la plata del pueblo. Toledo era el Cholo fumón, borracho y frívolo. Los había hecho pedazos desde esos periodicuchos de medio pelo que embrutecían a la población con sus espeluznantes noticias de crímenes, violaciones, incestos y las infaltables calatas que adornaban sus portadas. Pero también habían tenido que comprar periodistas “serios”. América Televisión y el Canal Cinco también se habían vendido por unos cuantos dólares. Sonrió de medio lado. Todo para ganar las elecciones, para perpetuarse en el poder, para no salir con el rabo entre las piernas de Palacio, para no ser investigado por los numerosos crímenes que las ONGs de derechos humanos le achacaban a su gobierno. Barrios Altos y La Cantuta eran los casos más emblemáticos. Milicos estúpidos, ¿cómo se les ocurrió enterrar a los muertos tan cerca de la ciudad en lugar de tirarlos al mar o cremarlos? A veces Montesinos actuaba como un idiota. Ya le había dicho que no dejara huellas de nada pero el imbécil ese parece que estaba más preocupado en sus aventuras con las mujeres y sus viajes de placer en lugar de hacer un buen trabajo. Y allí estaban las consecuencias: los periodistas de los diarios de oposición habían descubierto la existencia del Grupo Colina, un escuadrón de la muerte creado para aniquilar a los terroristas. Ahora le culpaban a él, al Chino, de crímenes de lesa humanidad. También decían que a los terroristas que tomaron la residencia del embajador japonés en Lima los habían matado estando rendidos. ¿Por qué se preocupaban tanto de esos miserables asesinos, terroristas? ¿No vivían en paz ahora? Qué pronto habían olvidado los coches-bomba, las ejecuciones selectivas, los crímenes de María Elena Moyano, Pedro Huillca Tecse, Pascuala Rosado, el atentado de la calle Tarata. Ahora que vivían en paz recién sacaban las garras, ¿pero qué hicieron cuando Sendero y el MRTA eran dueños del país? Nada, estaban escondidos en sus guaridas, los que tenían plata habían abandonado el Perú. Eso se habían olvidado. Si algún día lo extraditaban, enfrentaría una pena de veinticinco años de prisión. Prácticamente era cadena perpetua a menos que viviera cien años, a menos que lo indultaran, ¿pero qué presidente lo indultaría?, ¿Toledo, García, Paniagua, la Flores Nano? Todos esos eran sus enemigos políticos, todos esos estaban felices de tenerlo tan lejos, al otro lado del mundo. Miró el cielo acerado de Tokio, imaginó los aviones aliados rumbo a Hiroshima y Nagasaki llevando las bombas atómicas en sus vientres, imaginó el hongo de fuego elevándose hacia las alturas, imaginó a las personas desintegrándose, imaginó a sus padres despidiéndose de sus padres para marchar a la tierra de los incas en busca de un futuro mejor. Ahora él, el Chino, había regresado. Quizá se quedaría en Japón hasta el día de su muerte. Un entierro discreto como el de Allende, lejos del pueblo, de las masas. La sonrisa se le congeló en el rostro. El Escritor se estaría riendo a carcajadas: ¿ve cómo terminó su gobierno, Ingeniero? Saltar a la vereda, abrirse el vientre, llamar a las fuerzas armadas, bombardear el Congreso, el Palacio de Justicia, pudo hacer tantas cosas pero prefirió huir. Peor estaba Montesinos. Al menos a él, al Chino, lo protegía el gobierno japonés, su ex socio sí que estaba jodido. ¿Cuándo se jodió el Perú, Montesinos? El Escritor diría el día en que los peruanos lo eligieron a usted en mi lugar, Ingeniero. Volver. ¿Pero cuándo? ¿Y si García ganaba las elecciones? Los peruanos tenían la memoria bien frágil. A Belaunde lo sacaron a patadas los milicos en 1968. Doce años después volvió a Palacio e hizo un pésimo gobierno, para el Arquitecto los terroristas habían sido abigeos, dejó que crecieran como un hongo. Luego entró García y sus cinco años fueron un desastre, el Apocalipsis, las colas interminables por un poco de azúcar y un par de panes y ahora anunciaba su retorno con bombos y platillos y quizá ganara las elecciones y allí sí él, el Chino, estaba jodido. Igual estaría si ganaba Toledo: el Cholo había prometido mandar tras las rejas a todos los corruptos del pasado gobierno, empezando por él, el Chino. Comer un ceviche, beber chicha morada, sentir el calor de la gente, ¡Chino, Chino, Chino!, sacar los tanques, volver a Palacio, saltar, abrirse el vientre, el cielo acerado de Tokio, los aviones aliados rumbo a Hiroshima y Nagasaki, quizá Keiko fuera la próxima presidenta del Perú y entonces sí podría regresar en olor de gloria, mandaría presos a todos esos que hoy pedían su cabeza.
***
Alberto Fujimori gobernó Perú con mano de hierro entre 1990 y 2000, en que se derrumbó su gobierno y huyó a Japón donde permaneció hasta el 2005 protegido por el gobierno nipón. Ese año llegó a Chile, desde donde pensaba participar en las elecciones presidenciales del Perú. Fue detenido y posteriormente extraditado. El 2009 un tribunal lo condenó a veinticinco años de prisión por los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta y a penas menores por casos de corrupción. Fue la primera vez que un ex presidente peruano se sentó en el banquillo de los acusados y fue condenado. Actualmente está en la cárcel esperando la confirmación de su condena en última instancia.

jueves, 21 de enero de 2010

40 años

Hace cuarenta años mamá dio a luz a su quinto hijo. Estábamos en Ayacucho. Pocos meses después, regresamos a Lima. Diez años después empezó la guerra.

martes, 19 de enero de 2010

Diez meses

Hace diez meses murió mi padre. El dolor sigue latente y seguirá hasta el último de mis días, de eso estoy seguro.

A mi madre

I
Vuelves a la tierra, a esa dulce tierra de tu infancia.
Vuelves al río, al río cuando era savia. Tierra y río se fundieron y de allí fuiste tomada tú, María Palomino Ceras.
Vuelves al sueño, al sueño cuando era estrella y tus negros y ondeados cabellos se vuelven constelaciones.
Tu luz perdurará, la luz de tus ojos, esa luz que veré mientras yo exista, mientras los caracoles dejen sus huellas en mi piel.
Vuelves al origen de la vida cuando el horizonte no sabía de miradas, cuando el silencio solo era poblado por las voces de los pájaros, cuando el cielo no sabía del vuelo de los aviones.
Vuelves al principio, cuando el agua no sabía de recipientes, cuando la música no sabía de instrumentos, cuando la sangre no sabía de cuerpos.
Vuelves a la tierra, a la semilla, cuando tierra y semilla eran un solo ser,
cuando el maíz brotaba alegre ante el llamado de la lluvia.
Vuelves a la tierra, madre. Y los pájaros cantan alegres, el río serpentea entre las pulidas piedras, los huesos se cubren de carne, las rosas se llenan de espinas, las cuencas de tus ojos se llenan de luz, el sol se vuelve en busca del girasol.
Renaces.

II
Hasta el tiempo está triste porque ya no estás aquí.
El día se ha vestido de colores grises y es por ti.
El sol en el horizonte apenas asoma, las aves ya no cantan;
las dalias han perdido sus aromas, las horas transcurren hacia el ayer
cuando estabas a mi lado y eras eterna.
Contemplo los lugares que nos vieron pasar, busco tu mirada
pero tú ya no estás.
Aquellos días de felicidad nunca más volverán,
se han hecho distintos nuestros destinos
muy a nuestro pesar.

III
Te has ido,
con tu partida llegó el silencio de las canciones,
los latidos irregulares de mi corazón.
La vida está poblada de recuerdos,
de los viajes a Ayacucho, a Huanta,
de esa caminata en busca de nuestros orígenes
cuando Nacho era una criatura,
¿te acuerdas?
Mujer que no te perdías un entierro,
que conocías de memoria el camino al camposanto,
ahora estás al lado de la abuela Eusebia, de don Pancho,
de Pelusa, del loquito Montes,
de todos los que te antecedieron.
Cierro tus ojos para que la oscuridad no los hiera,
pero tus párpados seguirán contemplando las imágenes
que vieron durante tu paso por la tierra,
los rostros de quienes te amaron,
a quienes amaste tú.
Madre, puedes descansar en paz
que yo velaré tu sueño.

A mi padre

Era un 19 de marzo,
eran las ocho y diez de la noche,
dijiste mi nombre,
tomaste mi mano entre tus débiles manos,
y volaste hacia las estrellas.

Crucé sobre tu pecho yerto
tus brazos que alguna vez fueron de acero,
besé tu venerada frente convertida ya en un témpano de hielo.

Un estertor de animal herido brotó de mi garganta,
mis ojos se desbordaron en llanto
aquejados por este cruel quebranto.

Loco, desesperado,
solo, abandonado,
anduve por las calles solitarias
recordando aquella playa de mi infancia
en que tú eras alto como un árbol
y me llevabas sobre tus hombros
contándome historias de vikingos y piratas,
de barcos fantasmas,
de sirenas, de princesas marinas y de hadas
y a mí me brotaban alas
y volaba con las gaviotas hacia el sol.

Quise arrancarme el corazón
para devolverte la vida
que un día me diste con amor,
¡oh, vano intento!,
eso era imposible.
Imprequé a tu Dios.

Dos días después,
tus restos llevé sobre mis hombros al camposanto,
con mis manos cavé la tierra dura
para darte sepultura.

Lágrimas tiene el camino, padre,
por donde cada domingo te voy a visitar,
estás dormido bajo los geranios y lirios
y nunca más despertarás
tú que anhelabas vivir más.

Por eso estoy triste,
por eso en los jardines
las flores se han vestido de colores grises
y los niños ya no ríen felices.

Lágrimas tiene el camino, padre,
desde que te has ido.
solo me queda la esperanza
que en una noche no muy lejana vuelvas,
tomes mi mano entre tus manos,
digas mi nombre
y volemos juntos hacia el sol
como las gaviotas de aquella playa de mi infancia.

domingo, 17 de enero de 2010

Lituma en los Andes


"Lituma en los Andes" de Mario Vargas Llosa, premio Planeta 1993. Releo esta novela después de quince años por lo menos. El cabo Lituma ha sido destacado a Naccos, un campamento minero que poco a poco se está yendo al diablo. Lituma está acompañado por el guardia Tomás Carreño. Ambos se sienten amenazados por Sendero Luminoso, cuya presencia es como la de un fantasma: causa miedo aunque no se la ve. Los policías están investigando la desaparición de tres personas, una de las cuales, Pedrito Tinoco, se ganaba el pan ayudando en el puesto policial. Lituma deduce que los tres han sido sacrificados a los apus para que estos permitan a los mineros culminar su carretera pero al final un huayco lo sepulta todo. Es sus noches de soledad, Tomasito le cuenta a Lituma sus aventuras con Mercedes, una piurana de los bajos fondos por la cual mató a un narco... y etc. Buena novela, como todas las de Mario Vargas Llosa.

viernes, 15 de enero de 2010

Nocturno de Lima, capítulo 1


La noche es una copa de mal. Un silbo agudo / del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. / Oye tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, / la onda aún es negra y me hace aún arder?, carraspeó el viejo, bebió, le dio una calada a su cigarro. El gran Vallejo, quién más, dijo, mirándome con sus ojos acuosos. Se ha escrito casi todo de él y sobre él: Juan Larrea: César Vallejo y el surrealismo, editorial Visor, Madrid, 1976. Mariano Ibérico: En el mundo de Trilce, editorial UNMS, Lima, 1963. Alberto Escobar: Cómo leer a César Vallejo, editorial PL Villanueva, Lima, 1973. Ernesto More: César Vallejo en la encrucijada del drama peruano, editorial Bendezú, Lima, 1968. Y etcétera y etcétera; un largo e interminable etcétera. ¿Qué más se podría escribir sobre nuestro gran vate?, ¿se preguntó?, ¿me preguntó? Levanté los hombros, bebí. De la rockola brotaba un bolero de Los Panchos, Quizá, quizá, quizá. Los borrachines apretujaban a las polillas. Había una de vestido verde limón con un gran escote en la espalda. Se notaba que estaba sin sostén. Tenía la piel blanca. La mano del hombre con quien bailaba parecía una estrella de mar en esa espalda amplia como un desierto. Pensé en Edith: estaría pelándose de frío en las alturas de Ayacucho, estaría durmiendo a la intemperie, quizá ni habría cenado, quizá estaría huyendo de los sinchis y los llapan atic que la perseguían como perros de presa desde su fuga del penal. Quizá deberías de escribir tu tesis sobre Mariátegui, me dijo el viejo, después de darle una larga chupada a su cigarro, ahora que los guerrilleros lo tienen como uno de sus puntales porque, cuando termine la guerra, si es que alguna vez termina porque esto tiene para largo, todos serán mariateguistas. Adelántate a la historia, muchacho. Edith, dije. Está escribiendo la historia a sangre y fuego, dijo el viejo. Abimael es un loco de mierda, ¿verdad?, durante veinte años nos estuvo jodiendo con su cantaleta de la lucha armada y ahora tiene en zozobra al país entero. ¿Te imaginas a un puñado de locos mal armados asaltando esa fortaleza que es el CRAS de Huamanga, ah? Imaginé a Edith en medio de los dinamitazos, escapando bajo una lluvia de balas. ¿Dónde estaría? Decían que la habían visto en Ayacucho, en Huancavelica, en Andahuaylas, montada en un caballo blanco y enarbolando una bandera roja. ¿Qué escribir de Vallejo que ya no haya sido escrito? Levanté los hombros. Usted es el asesor, le dije. Volví la vista a la espalda desnuda de la polilla, bajé los ojos y los posé en su trasero, redondo, generoso. Si el Che Guevara habría tenido el apoyo del campesinado como lo tiene Abimael, otra habría sido la historia de Bolivia, dijo el viejo. Si yo tuviera veinte años, también marcharía a Ayacucho, no por Abimael, porque nuestras divergencias son insalvables, sino por el pueblo. ¿Sabías que Vallejo visitó el frente de guerra cuando estuvo en España?, preguntó el viejo, paladeando su vino, ¿que España, aparta de mí este cáliz fue publicada por el Ejército Republicano? Ignoraba, murmuré. La polilla de la espalda desnuda levantó su copa y brindó conmigo en la distancia. Hice lo mismo. Me regaló una amplia sonrisa. Quizá deberías visitar la Madre Patria, preguntar a los milicianos sobrevivientes. Claro, murmuré, sin mucho ánimo. O, por último, ir a Santiago de Chuco. Si no me equivoco, poco se ha escrito sobre la niñez y adolescencia de nuestro poeta universal, etapas que son constantes en sus textos. Presencia del hogar en la poesía de César Vallejo fue publicada el año pasado por la universidad de Cajamarca, es un texto ilegible, pero se deja leer, por ahí lo tengo, otro día la traigo. Gracias. El viejo ya estaba borracho. Esta tarde llueve, como nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón. / Esta tarde es dulce. Por qué ha de ser? / Viste gracia y pena: viste de mujer. Chupó su cigarro con ganas, botó el humo por boca y nariz. Heces, dijo, 1918, hace sesenta y cuatro años ya. Yo nací un año después. Bien pudo Vallejo acunarme en sus brazos, rió. Es una puta más, dijo, cuando descubrió mis ojos puestos en la polilla de la espalda desnuda, y las noches de Lima están pobladas de putas. La vi venir con sus andares de felino. ¿Bailamos, guapo? Claro. Me tomó de la mano, una mano suave. El bolero era Bésame mucho. Nos abrimos paso entre las mesas, entre los borrachos. Puse mi mano en su cintura, ella juntó su cuerpo al mío, sentí sus senos, medianos, duros, fundirse en mi piel. ¿Cómo te llamas, guapo?, su aliento tibio con aroma a menta me abrasó el rostro. Tenía los labios carnosos, rojos como la sangre, o como la bandera que Edith enarbolaba montada sobre un caballo blanco simultáneamente en varios lugares según la creencia popular. Agustín, le dije, ¿y tú? Estrella, dijo, pasándose la lengua, puntiaguda, rosada, por los labios. ¿Estrella? Ajá, Estrella Gómez. ¿Sería su nombre de combate o así la habrían bautizado? Edith ya no era Edith, ahora era Lidia. Le miré el generoso escote, el nacimiento de los senos. ¿Ese viejo cara de sapo es tu padre?, preguntó. Me reí. Mi asesor. ¿Asesor? Sí. ¿De? Estoy escribiendo mi tesis. Ah, pensé que era tu asesor de la vida nocturna y puteril de Lima. Soltó una carcajada. También reí. ¿Sobre qué es tu tesis? Vallejo. ¿Vallejo?, repitió. Ajá. ¿Y qué esperas encontrar en este antro, expertos sobre Vallejo? Quizá, ¿por qué no? Reímos con ganas. Restregaba su cuerpo con el mío. Hay golpes en la vida tan fuertes, dijo, yo sí sé. Otra carcajada. Mi sexo empezó a despertar de su letargo y el bolero parecía no tener final, o lo habían repetido. ¿Tienes para pagarte un polvo? Claro, ¿dónde atiendes? En el segundo piso, ¿vamos? Miré al viejo: dormitaba. Volví media hora después. César Vallejo. Camp de L’arpa, número 71, Barcelona, 1980, murmuraba el viejo entre dientes, el rostro sobre el pecho, un hilo de baba cayendo de la comisura de sus labios.

jueves, 14 de enero de 2010

Cocinero

Estoy de cocinero. Al menos mis sobrinos no se quejan. Hoy hice un menestró a mi manera. Estuvo rico y me yapé yo que como poco.

martes, 12 de enero de 2010

Hasta el tiempo está triste


Hasta el tiempo está triste
porque ya no estás aquí.
El día se ha vestido de colores grises
y es por ti.
El sol en el horizonte apenas asoma,
las aves ya no cantan;
las flores han perdido sus aromas,
de mis ojos caen lágrimas.
Las horas transcurren lentas,
cada segundo es una eternidad,
mi corazón desfallece llena de penas,
¿dónde estarás?
Contemplo los lugares que nos vieron pasar,
busco tu mirada inútilmente,
tú ya no estás,
y comprenderlo, duele.
Hasta el tiempo está triste,
mi guitarra se ha quedado muda,
te esperé y no viniste,
ya no vendrás nunca.
Qué inmenso se me hace este lugar,
las tardes me deprimen;
ya nunca volverán
aquellos días tan felices.
Mis ojos miran el camino
sabiendo que nunca más te veré llegar
porque se han hecho distintos nuestros destinos
muy a nuestro pesar.

Abril rojo


"Abril rojo", novela de Santiago Roncagliolo premiada con el Alfaguara 2006. Huamanga, 2000: unos extraños crímenes despiertan la curiosidad del fiscal Félix Chacaltana Saldívar quien piensa en un primer momento que Sendero ha regresado pero no, no es así, el autor es un capitan que ha combatido a las guerrillas y ha quedado sicoseado. Al final, el fiscal también pierde la razón y termina perdido en un pueblito organizando las rondas campesinas para combatir el rebrote terrorista.
Buena esta novela, que ha recibido muchas críticas de los críticos y escritores peruano, ¿por envidia? Es lo más probable. La guerra de Sendero dejó sucuelas en todos, y cada quien tiene el derecho de contar lo que le tocó vivir, lo que oyó, lo que vio de cerca, de lejos, y esta novela es interesante en ese aspecto: como al fiscal Chacaltana, todos quedamos un poco locos con este conflicto.

Es una relectura que me dejó satisfecho.

Agonía


Conoces de memoria la forma de cada letra, las curvas achatadas de la s, la colita exageradamente larga de la a, la t en forma de cruz. Cuántas faltas de ortografía, cuántas palabras sin tildar. ¿Sería cierto que terminó el colegio? Apenas habrá ido al jardín. Sientes otra vez esos ardores, esas punzadas insoportables en el vientre. Te revuelcas en tu cama, lees otra vez sus palabras, contemplas ese trazo infantil, esas letras inclinadas hacia la derecha, esa firma hecha con furia, con odio, con asco. Te arrastras hacia el baño, te dejas caer en el water, un olor nauseabundo taladra tus fosas nasales, sientes ganas de vomitar asqueado por tu propia podredumbre. Te palpas el cuerpo lleno de excoriaciones, de llagas hediondas, supurantes. Tu cuerpo es un castillo de huesos, piel muerta, heridas que no cicatrizan, a punto de caer derrotada por las huestes de la parca. Llegará el día en que ni podrás arrastrarte hacia el baño, en que no tendrás fuerzas para nada. Tienes las mejillas hundidas, los pómulos salidos, los ojos marchitos, la piel macilenta. Abres la ventana para respirar un poco de aire puro. ¿Y si terminaras con esta pesadilla de una buena vez? ¿Será suficiente altura? Si estuvieras en el Puente Villena no lo pensarías dos veces, pero ni tienes fuerzas para salir a la calle y tomar un taxi. ¿Cuántas horas estuvo agonizando la hija del ex fiscal de la Nación? Hay que tener suerte también para morir. ¿Cuánto demorará la caída? ¿Veinte, treinta segundos? Que sean veinte segundos; veinte segundos y se acabaría este infierno de una buena vez. Ya no más dolor, ya no más sufrimiento, ya no más agonía. Las calles están desiertas, solitarias. La Realidad parece un camposanto. En una noche así la conociste, conociste a la Viuda Negra. La Viuda Negra. Qué apodo tan tonto: la Viuda Negra. Y tú fuiste su ángel. Su Ángel.
–¿Tienes hora? –su voz aguda detuvo tus pasos.
Hubieras seguido de largo, piensas ahora, ahora que lo sientes navegando en tu torrente sanguíneo en pos de los territorios ignotos de tu cuerpo para seguir burlando tus defensas, para seguir destruyendo tu sistema inmunológico.
–Son cuarto para las once.
Te dio las gracias con una amplia sonrisa entre coqueta e infantil. Tenía el rostro bien blanco, pálido, a pesar del maquillaje.
–Ideal la noche para caminar, ¿no?
–Mmm.
Era bonita. Tenía los cabellos negrísimos, lacios, largos hasta la altura de la cintura. Era delgada, bien delgada. Parecía frágil, una copa de cristal a punto de hacerse trizas. Vestía de negro de los pies a la cabeza. La Viuda Negra.
–¿Puedo acompañarte?
–¿No esperas a nadie?
Negó con un movimiento de cabeza.
–¿O prefieres ir de excursión solo?
–Acompáñame, si gustas.
Tengo suerte, pensaste. No todas las noches uno encuentra en su camino una chica bonita que se te ofrece en bandeja: ¿puedo acompañarte? Y todavía te reta: ¿o prefieres ir de excursión solo?
Empezaron a caminar a lo largo de los Eucaliptos.
Sacó una cajetilla de cigarros de su escote, se llevó uno a los labios y lo prendió con un encendedor que sacó del mismo lugar.
–¿Fumas? –te ofreció un cigarrillo.
–No, gracias. Fumar causa cáncer a los pulmones.
Soltó una sonora carcajada.
–Creyendo tonterías. Mi abuelita Rosa y mi tío Luis Miguel fuman como chimeneas y están más vivos que nunca.
–Hasta que se mueran.
–De algo tenemos que morir, ¿no?
–Parece que tú no le tienes miedo a la muerte.
–¿Por qué voy a tenerlo si todos tenemos que morir algún día?
–Lo sé, pero hay tantas cosas que hacer en la vida que me gustaría vivir por lo menos doscientos años.
Rió. Sus tacos resonaban en la vereda.
–¿Hace cuánto que no te cortas los cabellos?
–Uff, ni me acuerdo. Siempre lo he llevado largo. Cuando era chiquita lo tenía casi hasta el suelo.
–Exageras.
–En serio –dijo, alisándose el pelo, tirándolos hacia delante como si quisiera cubrir esas pequeñas montañas que eran sus senos–. Algún día te enseñaré mis fotos de cuando era chiquita. ¿Y tú por qué andas pelado? ¿Tenías piojos o los apaches te arrancaron la cabellera?
Rieron. Tenía una risa linda.
–Los pobres se morirían de frío en esta calva –dijo, pasando las manos por tu cabeza–. ¡Au, hinca!
–¿Y tú por qué vistes toda de negro, ah? ¿Acaso se te murió tu gato?
–Soy la Viuda Negra de La Realidad –dijo, aspirando con fuerza su cigarro, arrojando el humo por boca y nariz.
Botó el pucho después de encender otro.
–¿La araña peluda, o la de las creencias?
–La peluda –dijo, pellizcándote.
–¡Ay, mierda! –exageraste tu dolor.
–Pico rico, ¿no?
Te sobaste el brazo.
–Sorry –dijo. Te agarró el brazo y te chupó la mordedura. Sentiste sus labios calientes sobre tu piel–. Te he succionado el veneno para que no te mueras por mi culpa.
–Bien mala eres.
–Para que me vayas conociendo. ¿Lele?
–Arde feo.
–Vaya aprendiendo que con las arañas no se juegan –dijo, enseñándote las uñas, largas, pintadas también de negro, al igual que sus cejas. ¿No estaría loca? ¿Tanta obsesión por el color negro?
Prendió otro cigarrillo. En alguna calle estalló una sarta de cohetecillos anticipado la celebración del nuevo año.
–¿Ya hiciste tu balance del año que se está terminando?
–En eso estaba, cuando cierta araña me interrumpió preguntándome la hora.
Se detuvo. La sonrisa se congeló en su albo rostro.
–¿Qué sucede?
–Nada que te importe –había resentimiento en su voz.
–¿Te cansaste de caminar?
–No te quiero seguir interrumpiendo…
Ahí la hubieras dejado, piensas ahora, ahora que sabes que tus días están contados. Hubieras seguido tu camino. ¿Pero dejar a una chica bonita…? Tampoco eras tan tonto. Nada como una chica bonita para recibir el nuevo año.
–Vamos, mujer araña, no te molestes y acompáñame.
–Para hacer tu balance anual no necesitas compañía.
–Discúlpame y olvídate del balance –agarraste su manita pequeña de dedos frágiles llenos de anillos–. Ven, vamos, acompáñame.
–Ya que insistes.
Reanudaron la marcha.
–¿Te gusta caminar de noche?
Asentiste. Pensar que nunca más caminarás de noche por las calles solitarias de La Realidad. ¿Tu alma volverá a recoger tus pasos? ¿Qué habrá después de la muerte? ¿Qué habrá después de esta agonía?
Doblaron hacia los Sauces. Ella seguía fumando.
–Tus pulmones estarán llenos de hollín, mujer araña.
–No sé, nunca los he visto. ¿Y tú no tienes ningún vicio?
–Que yo sepa, no.
–Te felicito. Eres el hombre perfecto, el hombre con que sueñan todas las mujeres.
–Tampoco tampoco. Por ahí debo de tener algún vicio solitario, clandestino.
–Provecho.
–Gracias.
Fueron por los Olivos, salieron en la Plaza de Armas, contemplaron el Nacimiento de tamaño natural, el inmenso árbol navideño lleno de focos de todos los colores.
Fueron hacia la fuente de agua. Qué bonitos pescaditos de colores, ¿no? Se apoyó en la baranda como una niña traviesa y aprovechaste para mirarle las piernas cubiertas por unos pantys también negros. Tiró el pucho al agua. Los peces huyeron asustados. La sacudiste por la espalda.
–Tonto, casi me haces caer.
–Perdón.
–¿Me ayudas a bajar?
No pesaba nada, parecía una pluma.
–Estás tela, mujer araña, ¿acaso no comes?
–Siempre he sido delgada.
–Tanto fumar te estará chaqueteando.
–No creo. Seré flaca, pero no estoy anémica. Tengo una amiga gorda que está con anemia.
–Pura grasa nomás será.
–Ah.
–Tú sí que eres pura fibra –dijiste, palmeándole la espalda.
–Mmm.
Doblaron hacia las Palmeras:
–¿En serio que no fumas?
–No. Tú ya pareces Eva tentándome a cada rato.
–Pero yo no tengo manzanas.
–Pero tienes otros encantos, aunque poquitos –clavaste los ojos en su escote.
Sonrió.
–¿Y qué haces por la vida?
–Estudio Música y Literatura en La Cantuta.
–No me digas.
–Sí te digo, mujer araña.
–Quién como tú, te envidio.
–¿Y tú, arácnida?
–Acabo de terminar el colegio.
–¡Felicitaciones! –le palmeaste la espalda.
–Ni me felicites, porque creo que voy a repetir de año.
–No jodas.
–En serio. Me han jalado en varios cursos.
–Pero puedes dar tus exámenes de recuperación y pasar de año.
–¿Para qué si soy más bruta que la Chuchi Díaz y de todas maneras voy a repetir de año? –inclinó el rostro y empezó a sollozar.
–Cálmate, Viuda Negra –le pasaste el brazo por los hombros–. Las arañas nunca se rinden sin haber luchado hasta el final.
–Es que tengo la cabeza dura…, olvido rápido lo que estudio. Pensaba postular en marzo. Ahora no sé qué voy a hacer… Si mi papá se entera, me mata…
–Si quieres, yo te doy clases de recuperación…
–¿En serio?
–Claro, para que pases de año y dejes de llorar, porque te ves fea cuando tienes lágrimas en los ojitos.
–Eres un ángel –te dijo estampando un sonoro beso en tus mejillas.
–Pero con una condición…
–¿Cuál?
Sus grandes ojos negros parecían querer devorar los tuyos.
–Que dejes de fumar.
Breve silencio.
–No creo que pueda.
–Tienes que poder, mujer araña, o no hay clases de repaso.
–Abusas porque me tienes en tu poder, Ángel.
–No es eso, arañita, lo que pasa es que no me gusta que estés acabando tu vida en un vicio inútil.
–Gracias por preocuparte por mí, Ángel –te dijo, y volvió a estampar otro beso en tus mejillas. Inhaló profundamente, arrojó el cigarrillo y lo aplastó con la punta de sus tacos.
–¡Muere, cucaracha!
–¿Contento, Ángel?
–Por ti, arañita. No me gustaría que mueras con los pulmones llenos de hollín.
–Tengo mi abuelita y mi tío que fuman como chinos en quiebra y…
–Y están más vivos que nosotros, ¿no?
–Mmm.
Rieron.
Salieron por la Carretera Central. Las combis pasaban veloces en una guerra contra el tiempo, el nuevo año se acercaba a pasos agigantados. Del Tropicana salía la voz de un cantante cantando a todo pulmón La culebrítica.
–¿Nos colamos a la fiesta?
–Después volvemos, cuando la noche se ponga más interesante.
Las combis seguían pasando veloces. Escucharon un potente estruendo. ¿Ese es una mamá rata? Parece que sí.
Doblaron hacia los Álamos.
–¿Qué hora tienes, Ángel?
–¡Chispas, son diez para las doce! –dijiste, mirando tu reloj.
–¿En serio?
–Sí.
–¿Está a la hora tu bobo, Ángel?
–Está con RPP.
–Ni cagando llego a mi jato.
–Al menos inténtalo, araña; por gusto no tienes tantas patas, ¿no?
–Con estos tacos me caigo por ahí y me saco la michi.
–Si quieres, te cargo.
–¿A ver? No creo que puedas.
–Cómo no voy a poder si estás bien charqui.
En ese instante los cohetes, los cohetones, los cohetes silbadores, las ratablancas, las mamás ratas y demás bombardas empezaron a estallar iluminando el cielo de La Realidad en mil colores. Parecía el asalto final a Bagdad, la madre de todas las batallas.
–¡Feliz Año Nuevo, Ángel! –te dijo, abrazándote y besándote cerquita de los labios. Aspiraste su aliento a tabaco, sentiste sus senos pequeños clavarse en tu pecho.
–¡De igual modo, mujer araña!
–Si te hubiera conocido antes, te habría regalado algo.
–Los regalos se dan en Navidad –dijiste, pensando te habría regalado una caja de halls, un desodorante para la boca.
–Pero también se pueden dar en Año Nuevo, ¿no?
–Claro, si gustas.
–Entonces más tarde te doy tu regalo.
–Gracias.
En las calles ardían los muñecos de trapo despidiendo el Año Viejo. Pasó un hombre cargando una enorme maleta.
–¿Tú eres supersticioso, Ángel?
–No. ¿Y tú, araña?
–Tampoco.
–¿Y qué haces si te regalan un calzón amarillo?
–Me lo pongo. Es un regalo, ¿no?
–A caballo regalado no se le mira el diente.
–Mmm. Una vez me comí las doce uvas que mi abuelita había guardado para comérselos a medianoche. La pobre casi me mata.
–Casi mueres por tragona.
–Qué iba yo a saber que eran sus uvas para la buena suerte. Era chiquita.
–Una inocente y pelada arañita.
–Ah.
Rieron.
Doblaron hacia los Cedros. Ahora los muñecos solo eran un montón de cenizas que el viento nocturno empezaba a esparcir.
Llegaron a mitad de cuadra.
–Aquí vivo.
Se miraron. ¿Cómo invitarla a pasar?: Pasa, he preparado pavo con puré de papas y ensalada y hay abundante champaña para esta noche.
–Tanto caminar me han dado ganas de hacer pis –dijo–. ¿Me prestas tu baño, porfis?
–Claro, pasa.
Solita te has metido en la boca del lobo, pensaste. Eso es lo que tú crees, eso es lo que pensó ella esa noche, ahora lo sabes, recién ahora lo sabes.
Salió del baño con los cabellos humedecidos y la cara lavada. Sin maquillaje era más pálida aún.
–Estás guapa, araña.
–Gracias, Ángel. ¿No tienes nada para tomar? Estoy que me muero de sed.
–¿Gustas un vinito?
¿Crees que también soy una borracha, diría?
–Claro, para celebrar la llegada del nuevo año. Después nos vamos al Tropicana a bailar.
Bien que nos vamos a ir al Tropicana, pensaste. De aquí no sales así nomás.
Trajiste la botella de vino con un par de copas. Serviste.
–Poquito nomás…
–…para empezar.
Rieron. Alzaron sus copas.
–¡Por nuestro encuentro!
–¡Porque ingreses a la universidad!
–Con tu ayuda, Ángel. Fue una suerte haberte conocido.
–Al contrario.
Volvieron a brindar.
–¿No hay música en esta casa?
–Claro que sí –pusiste baladas.
–Las baladas me dan sueño –dijo–. Mejor pon música fúnebre.
–Si quieres.
–Mejor bailemos –te jaló de las manos, te abrazó y empezaron a bailar, a moverse suavemente. Sentías sus senos, sus muslos, todo su cuerpo pegado a ti, sentías el calor de su piel.
–¿Puedo fumar, Ángel?
–Claro que no.
–¡Por favor, aunque sea el último puchito! No seas malo, Angelito.
–¡No!
–Te lo pido de rodillas –se puso de rodillas. Le acariciaste los cabellos–. ¡Por favor, Ángel! Tú eres bueno.
–Eres una araña viciosa. Solamente la mitad del cigarro, ¿ya?
–Eres bien bueno, Ángel –te dijo, y entonces te besó. Su lengua era una culebrita que buscaba refugio en tu boca. Enredó su lengua en la tuya, mezclaron sus salivas. Tus manos empezaron a recorrer su cuerpo mientras Soraya cantaba Otras manos lo han intentado, / solo las tuyas me han encontrado. Sus ropas cayeron al suelo, las caricias y los besos se intensificaron. Tus labios abrieron surcos en su piel, hurgaron su Zona Sagrada, manipularon su Estalactita hasta hacer que se pusiese dura; su boca se tragó tu sexo, sabía arrancarte gritos de placer; seguían brindando, embriagándose; el placer se acrecentaba, se volvía incontrolable, un torrente de lava, y fundieron sus cuerpos en un solo cuerpo, unieron sus sangres en una sola sangre y sus fluidos en un solo fluido y sus vidas en una sola vida.
Eso es lo que recuerdas ahora, mientras contemplas las calles oscuras de La Realidad, mientras agonizas en medio de los vahos de tu propia podredumbre. Allí está el mensaje que te dejó en el espejo del baño: ¿Sabes con quién estuviste cachando anoche? Jajajá.

sábado, 9 de enero de 2010

Taylor Swift


Taylor Swift es una bella cantante de dulce voz. Aquí algunas de sus canciones que escucho mientras edito "Cynthia la erótica".
Love Story
Picture to burn
http://www.youtube.com/watch?v=yCMqcFAigRg
Our song
http://www.youtube.com/watch?v=Jb2stN7kH28
Teardrops on my guitar
http://www.youtube.com/watch?v=xKCek6_dB0M
You belong with me
http://www.youtube.com/watch?v=VuNIsY6JdUw
White horse
http://www.youtube.com/watch?v=D1Xr-JFLxik

viernes, 8 de enero de 2010

Vacaciones

Ahora sí estoy de vacaciones, aunque este clima -niebla, frío, bochorno- te quita las ganas de todo, pero bueno, a descansar.

La actriz: 100 descargas

Aquí está el enlace a mi novelita "La actriz" que ya tiene cien descargas. Espero que lo disfruten.

...www.bubok.com/libros/17508/La-actriz - En caché

miércoles, 6 de enero de 2010

Concurso

El ícono del costado es para un concurso de textos sobre cómo nos fue el año pasado. A ver si me dan su voto y este blog se lleva un premio. No creo que escriba tan mal jaja. En fin, sigamos adelante disfrutando de estas vacaciones de verano que más bien parece invierno con la neblina y la lluvia.

La cuarta espada


"La cuarta espada" de Santiago Roncagliolo, es el primer libro que he leído este 2010. Interesante historia esta la de Abimael Guzmán, lider del PCP-SL y conductor de la guerra que libró contra el Estado entre 1980-1992. En esa infancia torturada, ignorada, vejada está el origen de la bestia que mandaría matar sin piedad alguna es pos de la victoria de su revolución. Lo malo de este libro es que la investigación no es profunda, no hay nada nuevo respecto a la caída de Guzmán, a la muerte de su primera mujer, a sus años iniciales en Ayacucho, todos son generalidades. Prefiero al Roncagliolo novelista de "Pudor" y "Abril rojo".

Poemas


1. DEBO ESTAR ENAMORADO
para pensar a cada segundo en ti,
para soñar con estar a tu lado
y hacerte feliz.
Debo estar enamorado
para estar así:
con el corazón en la mano
si no estás junto a mí.
Debo estar enamorado
para ya no sufrir
por amores que han pasado
dejando mi corazón a punto de morir.


2. TIENES UNOS OJOS BONITOS
que me miran con cariño.
ojos grandes, ojos oscuros,
ojos que yo amo,
ojos que sonríen siempre
como un día de setiembre.
Si lloran, me gusta secarlos,
de besos llenarlos.


3. HOY ES UN DÍA DE SOL
porque encontré el amor
en tus manos pequeñas
que como el río se llevan
las penas al mar
de donde nadie las sacará jamás.


4. AMANECIENDO EN TI
entre sábanas blancas
que anuncian la mañana
para ti y para mí
entre cantos de pájaros,
hojas al viento,
gaviotas en el cielo
y relinchos de caballos.


5. CONTIGO SOY FELIZ
porque este amor no es clandestino,
porque tú piensas en mí
y tu corazón no es compartido.
Contigo soy feliz
a pesar de tus momentos de furia
porque luego regresas arrepentida.


6. MI NIÑA YA ES MUJER
ya sabe de caricias sobre su piel,
ya sabe que esa lluvia
que la inunda
está buscando tierra generosa
donde sembrar sus rosas.


7. AMOR IMPOSIBLE
Última flor de mis primaveras,
has llegado a mí
en el ocaso de mi existencia.
Tienes apenas dieciocho abriles,
te miro sonreír
y me pongo triste
porque esa sonrisa está prohibida para mí.
Niña de largos y delicados dedos
que cogen la blanca tiza
y en la pizarra escriben un “te quiero”,
¿cómo saber que por mí también suspiras?
Niña que has despertado a mi corazón de su letargo,
a veces descubro una furtiva mirada tuya posada en mí,
y entonces el nuevo día me encuentra despierto y pensando
que tú también me quieres a mí.
Por nombre te han puesto amor,
por nombre te he puesto Amor Imposible,
porque nunca serás para mí
y de tristeza he de morirme.
Si tú para mí pudieras sonreír,
habría alegrías en este viejo corazón
que solo te pide un poquito de amor.


8. AUSENCIA
La tarde muere con la quietud de un pájaro herido,
en las aceras las hojas secas de las buganvillas
forman alfombras de formas extrañas
igual que las grises nubes del cielo gris.
El sol se ha ocultado. Tiritan las flores de tristeza.
Me pregunto dónde estás. Dónde está tu alma.
Por qué no has vuelto a pasar por nuestra calle.
Una pesada lágrima de piedra
se desliza por esta mejilla lastimada que tú besaste.
No solo tu corazón se detuvo aquel viernes de julio.
En este pecho herido hay un corazón que agoniza.
En esta mente los recuerdos van y vienen
como las incesantes olas del mar.
Recuerdo tu voz de dejos andinos.
Recuerdo tus manos de uñas quebradas
por los quehaceres del hogar.
Berenice dice que estás en el cielo descansando.
¿Desde allí me mirarás?
¿Verás ese pozo de lágrimas que ha cavado mi dolor?
Un día más de vida, me digo cada amanecer.
Un día menos de vida, me digo cada anochecer.
Cuento los días desde que no estás en casa.
Te busco en cada anciana de cabellos plateados.
Te busco en los rincones donde estuviste.
Te busco entre las flores de tu jardín.
Te busco en mis sueños. En mi silencio.
Busco tu voz callada. Tus pasos alejados.
Te busco en esa infancia que compartimos.
Tú también tuviste veinte años.
Tuviste mi edad. Recorriste los caminos
que ahora recorro yo. Derramaste las mismas lágrimas
que ahora se deslizan por mis mejillas
mientras la tarde va muriendo
con la soledad de los desiertos,
con los silencios de los pájaros.


9. EL AMOR ERES TÚ
Vivía en la soledad,
atado al pasado,
desconfiando del amor,
que solo me había dado dolor.
Vivía hastiado
de esos falsos amores
que un día se marcharon
después de prometerme un lecho de flores.
Pero un día de marzo
nuestros caminos se encontraron
y al escuchar las palabras de tus labios
los gorriones en mis oídos otra vez cantaron.
Mi corazón volvió a latir,
y es que al mirarte a ti
tuve razones nuevas para sonreír,
para seguir mi camino, para vivir.
El amor eres tú
porque hoy es azul
el cielo que ayer era gris.
Ahora estás junto a mí.
Hoy sé
que una mirada tuya basta
para olvidar el ayer,
para secar las lágrimas.
Y es que el amor eres tú,
tú que un día estabas lejos de mí,
tú que ya nunca te irás de mí,
tú que me haces, al fin, sonreír.

El escote


La vi subir y dejé de leer. Se paró al lado mío. Llevaba pantalón negro, casaca beige con el pecho abierto y debajo una cafarena negra y transparente.
Le di el asiento antes que otro lo hiciera por mí.
–¿Le llevo sus cosas? –preguntó después de darme las gracias.
Le alcancé mi maletín. Eso me daba la impunidad para pararme al lado suyo.
Era guapa. Tenía una naricita respingada, los ojos castaños, las pestañas rizadas y las cejas pobladas. Su pelo era negro, lacio, peinado con raya al medio y sujeto por un par de ganchitos de colores. En la oreja izquierda –la otra no la podía ver– llevaba tres aretitos: una estrellita de oro, un corazoncito violeta y un arito de acero.
–¿Puede prestarme su periódico?
–Claro.
Mientras ella leía las noticias: la carta de renuncia de Solari, Toledo en la ONU, las decapitaciones en Irak, la liberación de la Trevi, yo estaba concentrado en las fronteras de su sostén: un poquito menos de tela y se habría visto la areola de sus pezones, cuyo punto exacto trataba de adivinar sin éxito alguno. Sus generosos senos, dignos de un Óscar, se movían al ritmo del vaivén del bus sobre la maltrecha Carretera Central.
Un tipo se paró al lado mío dispuesto a disfrutar de mi descubrimiento y hasta me miró mal como diciéndome ya has visto bastante, amigo. Hizo el intento de desplazarme de mi lugar, pero yo permanecí firme como un perno. Una señora me clavó sus ojos de inquisidora y me hice el loco. Estás picona porque a ti ya nadie te mira, tuve ganas de espetarle.
Y la chica ni enterada, seguía leyendo las noticias. ¿Cómo hacerle el habla? Si al menos hubiera un robo, si al menos el bus atropellara a alguien, ¿preguntarle qué opinas sobre la renuncia del ministro de salud?, ¿o qué hora tienes?
Empezaron a pedir pasajes. La chica abrió su bolso negro, vi un par de disketes, una bolsita de toalla higiénica, un cuaderno, sacó un sol y se lo dio al cobrador. A cambio recibió un boleto que guardó en su bolso. Siguió ojeando las noticias y yo, y el otro, contemplando su escote, lo que había debajo de su cafarena transparente. ¿Dónde estudiaría? ¿Trabajaría? Si la contemplaba de frente, desplazando a mi enemigo, podía mirar el nacimiento de sus senos en toda su plenitud, pero esa visión duraba pocos segundos porque el tipo luchaba a toda costa por ocupar mi lugar, ¿por qué si desde el suyo tenía una visión más privilegiada que desde la mía?
Faltaba poco para que yo bajase. Si no fuera porque tenía clase a la primera hora, habría seguido de largo hasta el paradero final.
Las cosas buenas no duran tanto. Todo tiene su final. Le eché una última ojeada a ese escote y me bajé después de darle las gracias por haber llevado mi maletín.
–Te lo regalo –le dije cuando quiso devolverme mi periódico.
Me dio las gracias. A ti más bien, pensé.

domingo, 3 de enero de 2010

viernes, 1 de enero de 2010

Canciones del primer día del año

Mientras edito las mil quinientas páginas de "Cynthia la erótica" voy escuchando música para no volverme loco mientras dialogo conmigo mismo en este trío erótico que escribí entre mayo y diciembre del 2009 y que por lo menos corregiré durante todo el 2010.
Sissel: "Soria Moria"
http://www.youtube.com/watch?v=HmkCLwPY7bA
Sissel: "Adagio"
http://www.youtube.com/watch?v=fZKaEYLH62M
Sissel: "La princesa durmiente"
http://www.youtube.com/watch?v=iNmvxs_De-E
Sissel: "Fuego en su corazón" - Se Ilden Lyse"
http://www.youtube.com/watch?v=poILi0EvJyc
Bonnie Tyler: "Total eclipse of the heart"
http://www.youtube.com/watch?v=840B27zYfOk
Bonnie Tyler: "It's a heartache"
http://www.youtube.com/watch?v=rp3Xy2q6TBI
Bonnie Tyler y Kareen Antonn: "Si demain" ("Turn around")
http://www.youtube.com/watch?v=bKSkAYchdfI
Bonnie Tyler y Kareen Antonn: "It's heartache"
http://www.youtube.com/watch?v=HEEskkMflR8
Bonnie Tyler y Kareen Antonn: Popurrí de canciones
http://www.youtube.com/watch?v=4_D5CTPzgXo