EspaInfo.es

espainfo.es
estamos en

viernes, 30 de abril de 2010

Fin de mes

Y se acabó abril. Un buen mes en términos generales, claro que con sus altas y bajas, con sus promesas incumplidas también, con deudas que cierto sujeto se niega a cancelar, o ignora que existe. En fin, así es el ser humano, no todos, por supuesto. A seguir que la vida es una sola y el tiempo de lamentos sea breve. Mientras el cerebro funcione y las ganas de hacer las cosas bien y mejor estén, adelante.

30 de abril

Un 30 de abril de hace muchos años estaba enamorado de la chica más linda de mi salón, pero ella se fue y le escribí un poema de despedida con la esperanza de dársela un día. El poema estaba tan bonito -parecía una canción de Leo Dan, mi ídolo musical de aquel entonces- que me dije mejor le escribo un cuaderno de poemas. Durante muchos años escribí un poema al día hasta llenar muchos cuadernos. Una vez conté mis poemas y tenía dos mil, allí paré de contar. Ella nunca supo que empecé a escribir por ella. Nunca hemos vuelto a hablar. Después de 24 años encontré su Hi5, la he agregado, me ha aceptado, le escribí un mensaje pero no me ha respondido, pero no importa, quizá es mejor así.

miércoles, 28 de abril de 2010

Miércoles

Se termina el miércoles, mañana descanso, pasado mañana es viernes, y fin de semana y otra semana más que se va y otro mes más que se termina. Qué de prisa pasa el tiempo.

martes, 27 de abril de 2010

Álvaro Vargas Llosa - El diablo en campaña


Si "Plenilunio" lo leí en una semana, "El diablo en campaña", de Álvaro Vargas Llosa, lo hice en casi dos meses, en el trayecto de mi casa al trabajo, casi siempre de ida porque al regreso nunca encuentro asiento. Interesante testimonio de la incursión en la política de Vargas Llosa aunque creo que Álvaro exagera un poquito su papel, habría que verificar si lo que cuenta es cierto, porque mi memoria me dice lo contrario. Quizá tiene un poco de ficción como en los libros de su padre. Recomendable para quienes quieran conocer el Fujimori inicial.

Este es un libro de 1991, lo tenía por allí hasta que al fin decidí leerlo. Lo que no pasa con algunos libros de Rudyar Kipling que esperan su turno hace más de una década. Falta de tiempo.

Plenilunio - Antonio Muñoz Molina


Un asesino anda suelto, un asesino cuyas víctimas son solo niñas. Ya ha matado salvajemente a una. Ha dejado muchas huellas, pero el inspector -recién llegado al pueblo- no puede dar con él, parece que es un principiante.

Entramos en los recuerdos del inspector, en la mente del psicópata.

Buena novela esta de Antonio Muñoz Molina, aunque el final no me gusta, debió terminarla muchas páginas antes pero bueno, a leerla. Son quinientas y pico páginas que leí en una semana, las últimas cien hasta la madrugada. Es una novela que leí hace seis años mientras estaba en el hospital Almenara, y es como si la hubiera leído de nuevo.

Leer a Antonio Muñoz Molina, a quien descubrí durante mis años en La Cantuta y de quien he leído novelas como "El jinete polaco", "Beatus Ille", "Carlota Fainberg", "El invierno en Lisboa", "El dueño del secreto" y "En ausencia de Blanca", es aprender a escribir. Muñoz Molina es un autor torrencial, copioso, barroco si se quiere, pero también en sus obras maestras demuestra toda esa capacidad fabuladora que posee. Se disfruta leyéndolo, pero también se sufre, se llena uno de angustia, de piedad, de ternura, memorables las páginas en que Paula trata de vencer a la muerte cuando su asesino la ha dejado creyéndola muerta.

domingo, 25 de abril de 2010

Crímenes imperceptibles


Una anciana, un enfermo, un músico son asesinados. El criminal deja una serie de signos que los matemáticos, entre ellos un argentino que ha llegado a Oxford -y que es el que cuenta la historia tiempo después- tratan de descifrar para descubrir al asesino. Al final resulta que ninguno de los crímenes tiene relación entre sí, que la que mató a la anciana fue su hija, el enfermo se murió de muerte natural y el músico sufrió un infarto pero alguien utiliza estas muertes para ocultar el primer crimen.

Buena novela esta del argentino Guillermo Martínez que releo después de seis años y el encanto de esa primera lectura no se ha roto a pesar de todo el tiempo transcurrido. Recomendable para quienes quieran escribir una novela policial.

viernes, 23 de abril de 2010

Fiesta

Allá, cruzando el río, hay fiesta, celebran los setenta años de la fundación de Chaclacayo. Bien por los que se divierten mientras yo ando queriendo cerrar los ojos y no lo puedo.

jueves, 22 de abril de 2010

Jueves

Como todos los jueves desde el 2007, descanso. Después de mucho tiempo dormí a pierna suelta. Será por la gripe que me aqueja, y otros dolores más. Mañana último día de la pesadilla semanal, espero haber recuperado la voz o seguiré dando clases utilizando señas.

miércoles, 21 de abril de 2010

Hotel Tokio - Antología Sexto Continente


Los peruanos sí que eran bien desagradecidos: qué rápido habían olvidado que él, el Chino, los había salvado del Apocalipsis en que los dejó el gobierno de García: dos mil por ciento de inflación al año, los comunistas a punto de dar el zarpazo final en Lima y cantar victoria después de una prolongada y cruenta guerra popular. Si no fuera por él, el Chino, los limeñitos estarían hoy en los campos de arroz con las espaldas dobladas trabajando de sol a sol hasta reventar igual que animales de carga como en la Camboya de Pol Pot. Y así le pagaban: con el exilio, con una patada en las posaderas. ¡Malagradecidos! Tokio era una ciudad impresionante: altísimos edificios, trece líneas de metro, calles limpias, peatones que respetaban las señales del semáforo, no como los peruanos que cruzaban las pistas en forma temeraria desafiando a la muerte. Quizá convivir con la parca durante más de una década los había hecho indolentes a ella. La Lima que encontró al asumir su mandato era un caos, un desastre, lleno de vehículos destartalados, de edificios a punto de derrumbarse. Solo diez años más en el poder, como siempre le decía Montesinos, y el Perú sería una nación del primer mundo, la envidia de Sudamérica, con colegios y hospitales modernos, sin analfabetos. ¿Qué de bueno hizo el gobierno aprista? Nada. Apenas un tren eléctrico a medio construir. Lo habría concluido pero prefirió que se quedara así para que nadie olvidara el desastre en que los dejó Caballo Loco. Él, el Chino, le había dado de comer al pueblo creando los comedores populares, ampliando los comités de vaso de leche para que ya nadie buscara entre las montañas de basura un mendrugo de pan para sobrevivir. ¡Y este era el pago que le habían dado! Un café, sintió ganas de beberse un café, tener noticias de la distante patria, enterarse de los malabares que estaba haciendo la justicia peruana para sentarlo en el banquillo de los acusados, leer los últimos informes que su hijo Kenji le mandaba por correo, las palabras de aliento que las Marthas –Chávez, Hildebrandt y Moyano– le enviaban todos los días desde que salió del Perú abruptamente: estamos con usted, presidente Fujimori, ¡fuerza! Ahora el Escritor se estaría riendo de él de oreja a oreja mostrando sus dientes de conejo sin pudor alguno: nunca le había perdonado que lo derrotara, que no lo dejara llegar a la presidencia como había sido su ambición. Un simple profesor de matemática de una universidad nacional, encima nikkei, había humillado al más grande escritor peruano de todos los tiempos, solo comparado con Vallejo, eterno candidato al Nobel, doctor honoris causa de muchas universidades del mundo, ganador de innumerables premios literarios. Haber truncado sus aspiraciones presidenciales no tenía perdón. Fue tanta su rabia que incluso optó por la nacionalidad española. ¿Pero acaso él, el Chino, tenía la culpa? El pueblo es el que lo había elegido harto de las promesas que nunca le cumplían: pan para todos, luz y agua para todos. La campaña electoral del noventa había sido feroz: los banqueros y la oligarquía habían puesto en movimiento toda su maquinaria para que el Escritor llegara al poder pero él, el Chino, se les había interpuesto en el camino montado en un viejo tractor de agricultor y prometiendo solo tecnología, honradez y trabajo. Y el truco le funcionó: llegó a la segunda vuelta electoral donde con un contundente 60 por ciento de votos aplastó al candidato de los ricos. Sonrió de medio lado, con esa sonrisa torcida con que lo dibujaban los caricaturistas y le deformaba el rostro como al doctor Saravá, uno de sus más fieles seguidores. Eso no se lo habían perdonado nunca como no lo habían hecho con Odría y Velasco, quienes habían gobernado para el pueblo y por el pueblo a pesar de ser calificados como dictadores por los políticos tradicionales, esos buitres de saco y corbata, marionetas de la oligarquía. Por eso habían mostrado una férrea oposición en el Congreso a todos sus proyectos. Hasta que se hartó y los puso de patitas en la calle ese 5 de abril de 1992, hace ocho años ya. Cómo había pasado el tiempo. Ese día tomó la decisión de gobernar con mano de hierro para derrotar a la subversión, para hacer que el Perú renaciera de sus escombros como el ave Fénix. Hasta había sacrificado su vida personal, su matrimonio se había ido al garete por pensar en su patria. ¡Y así le pagaban! La Higuchi también se estaría riendo de él. Alguna vez soñaron que pasarían sus últimos días en el país de sus ancestros pero jamás se imaginó que solo él, el Chino, vería hecho realidad su sueño, el sueño de ambos, aunque a la fuerza. ¡Qué deslealtad la de la Higuchi! Por eso la había sacado de Palacio y puesto a Keiko como primera dama. Y no lo había hecho nada mal su hija. Quizá algún día llegara a la presidencia también, el camino estaba desbrozado, la semilla echada en la tierra. ¡Cuánto le debían los peruanos! Cuando él, el Chino, llegó al poder, el Perú agonizaba como consecuencia de la guerra campesina. Después de arrasar inmisericordes los Andes, los maoístas habían fijado su mirada en las grandes ciudades, sobre todo en Lima. Un poco más, y el Perú colapsaba. Quizá debió dejarlos así, que se jodieran, total, él podía haber agarrado a su familia y marchado al país de los suyos, al país del Sol Naciente de donde, en 1934, sus padres, Naoichi y Mutsue, se habían embarcado a la tierra de los incas en busca de un futuro más promisorio. Ahora él, el Chino, había hecho el viaje de retorno para escapar de las fauces de sus enemigos políticos, quienes no pararían hasta verlo en el cadalso con la soga en el cuello, pidiendo clemencia. Tendrían que esperar sentados esos miserables hijos de perra. Al menos aquí estaba a salvo gracias a que también tenía la nacionalidad nipona y Japón no extraditaba a sus súbditos, ¿pero hasta cuándo duraría este exilio? García, ese 5 de abril, había huido como una rata asustada y ahora anunciaba su regreso después de haber vivido a cuerpo de rey entre Colombia y Francia. No solo regresaba sino, cínico él, anunciaba su candidatura presidencial. El exilio de Caballo Loco había durado ocho años, ¿cuánto duraría el suyo? ¿Cuándo se darían cuenta los peruanos que los políticos tradicionales se habían complotado para desalojarlo de Palacio? ¡Presidente Fujimori!, le gritó, desde la vereda, con emoción, un peruano, uno de los tantos peruanos, un nikkei, que también había hecho el viaje de retorno al país de sus ancestros porque en el Perú de inicios de los noventa no se podía vivir. ¡Vuelva al Perú, presidente Fujimori, lo necesitamos! El sátrapa sonrió de medio lado, murmuró un gracias, hizo una venia. La inmensa mayoría de peruanos estuvo de acuerdo con el cierre del Congreso, un Congreso de incapaces, de corruptos, de ladrones. Quizá debió aceptar cuando los generales que apoyaron el autogolpe le dijeron bombardeemos el Palacio Legislativo tal como Pinochet hizo con La Moneda, acabemos con todos esos miserables de una buena vez. ¡Tarde para arrepentirse! En los Andes lo querían porque gracias a él, el Chino, ahora vivían en paz, Sendero había sido derrotado para siempre. ¿García se habría atrevido a presentar a Abimael enjaulado y en traje a rayas? Seguro que no. Ni Belaunde. Nada habían hecho esos mequetrefes para derrotar al llamado Ejército Guerrillero Popular. Todo Ayacucho se volcó a las calles durante las exequias de Edith Lagos, la mítica guerrillera muerta en la flor de su juventud, y Belaunde no había ni levantado una ceja. Durante diez años habían dejado que los terroristas hicieran lo que les diera la gana, hasta que llegó él, el Chino, y puso en vereda a todos esos mal nacidos y traidores a la patria. A todos los había enjaulado, aislado, mandado a pudrirse en la gélida prisión de Yanamayo, construida especialmente para albergar a los terroristas. ¿Eso habrían hecho Belaunde, García? No, habían sido cobardes, se habían orinado de miedo, en cambio él, el Chino, no. Creó tribunales especiales con jueces sin rostro, condenó a cadena perpetua a todos los líderes de la guerrilla en juicios sumarios. Él, el Chino, les había devuelto la paz a los peruanos. ¡Y así le pagaban! Debió dejar que se jodieran. ¿Cuándo se jodió el Perú, Chino? ¿Cuando García se enfrentó al FMI? ¿O cuando propalaron el video Montesinos-Koury? Un chinito de medio pelo se había dado el lujo de derrotar a dos peruanos ilustres: primero al Escritor el 90 y luego a Javier Pérez de Cuellar, ex secretario general de la ONU nada menos, el 95. Si hubieran candidateado solos quizá lo habrían derrotado pero lo hicieron acompañados por todos esos viejos partidos políticos que el pueblo despreciaba porque solo se ensuciaban los zapatos en épocas de elecciones. ¡Era más ciega esa gente! ¡Presidente Fujimori!, le gritaron otra vez desde la calle. Sonrió, hizo una venia. Pasar desapercibido, perderse entre la gente, ser uno más de ellos, un japonés, ¿hasta cuándo? Añoraba el regreso, los vítores de la masa: ¡Chino, Chino, Chino!, la sobonería de Laura Bozzo, la llamada abogada de los pobres. Si no fuera por Montesinos, todo sería diferente. ¿Cómo se le ocurrió al estúpido ese grabar cosas tan delicadas? Un video había dinamitado su gobierno mandando al diablo su re reelección. ¡Un simple video! Maldito Fernando Olivera. Debió de haber sacado el ejército a las calles, encarcelado a todos esos viejos políticos. Estaba seguro que el pueblo apoyaría esa medida como lo apoyó el 5 de abril del 92 pero no lo hizo. Prefirió desactivar el Servicio de Inteligencia, convocar a nuevas elecciones. ¿Quién habría filtrado ese maldito video? ¿Quién? Quizá alguna amante despechada de Montesinos, una rival de Jacky, la firme de su ex hombre fuerte. Quizá la Pollito, ¿cómo se llamaba la tipa esa? Tenía un apellido horrible que se duplicaba. Le daba mala espina. Matilde se llamaba, recordó. Pinchi Pinchi eran sus apellidos. Quizá no tuvo padre y su madre tuvo que duplicar su apellido como sucedía con muchos peruanos. ¿Por qué a Montesinos le gustaba tener en su entorno a gente tan horrible: la Pinchi Pinchi, la Bozzo? Estaba seguro que esa vieja bruja había filtrado el video. No te fíes de las mujeres, le había aconsejado siempre a su asesor, a menos que sea tu madre. Ni siquiera de tu mujer. Esas son las primeras en traicionarte. Pero el hombre no le había hecho caso. Siempre estaba rodeado de mujeres, modelos, reinas de belleza, bailarinas. Cómo no iban a despertar los celos de las brujas. O la Bozzo tal vez, sus loas no eran gratuitas, tenía su programa propio, se llevaba su buena cantidad de dólares mensualmente pero quizá envidiaba a Jacky. O Jacky, esa putilla arribista tampoco era de fiar. Quizá se cansó de Montesinos. Hace tiempo debió deshacerse de Montesinos él también. Montesinos, el expulsado del Ejército por traidor, el ex capitancito de medio pelo que ponía y sacaba generales como quien se cambia de calzoncillos. El poder lo había envanecido. El imbécil ese se había mandado construir un palacio en playa Arica, tenía cuentas en Suiza, Luxemburgo, las Islas Caimán. Había robado a sus espaldas a manos llenas, más de lo que él suponía, y ahora estaba jodido, hundido hasta el pescuezo, Panamá le había negado el asilo, ahora lo acusaban de crímenes de lesa humanidad. Si lo capturaban, le esperaban muchos años en la sombra. Menos mal que él, el Chino, huyó a tiempo. Menos mal que él, el Chino, contaba con la protección del Japón. Fujimori volvió a sonreír de medio lado. Desde donde estaba, el décimo piso del hotel Tokio, tenía un amplio panorama de la capital nipona. Hace cincuenta y cinco años el Japón había estado en guerra, dos bombas atómicas habían devastado su territorio. Menos mal que sus padres habían abandonado la prefectura de Kumamoto y marchado al Perú antes de ese cataclismo. Pero habían muerto añorando el regreso, extrañando la lejana tierra. Él, el Chino, era el que había vuelto, convertido en un ex presidente. El Japón lo había acogido con los brazos abiertos. Sus autoridades mantenían silencio ante los pedidos de extradición de la justicia peruana. La INTERPOL estaba tras sus pasos. Nunca podría salir del archipiélago, volver al Perú, a menos que su hija Keiko llegara a la presidencia. Qué rápido habían olvidado los peruanos el rescate de los rehenes de la residencia del embajador japonés en Lima. Ese 17 de diciembre de 1996 tuvo suerte: estaba a punto de abandonar Palacio con dirección a la fiesta, cuando una voz interior le susurró a los oídos que no lo hiciera. Le hizo caso, canceló su cita y salvó el cuello. Esa misma voz, diez años atrás, y después de pasar a la segunda vuelta electoral, le dijo que no aceptara la propuesta hecha por el Escritor: cogobernar. Dijo no y la victoria fue suya y el Escritor se marchó del Perú con el rostro desencajado y el corazón lleno de veneno. Ahora se estaría riendo feliz de ver a su ex rival en el exilio. Un café, noticias del Perú, llamar a sus hijos. ¿Ya capturaron a Montesinos? ¿Todos los videos que quedaron allá ya fueron destruidos? No dejen que ni uno más se filtre a la prensa. Quemen todas las pruebas. Sentía una acidez en la boca del estómago. Debió de deshacerse de Toledo, desaparecerlo. Toledo, ese cholito que había movilizado a las masas en la llamada Marcha de los Cuatro Suyos con intenciones de tumbarse a su gobierno después de perder las elecciones. Allí se le fue la mano a Montesinos: dinamitó e incendió la sede central del Banco de la Nación matando a seis vigilantes y eso exasperó a la gente, y allí estaban las consecuencias, sino hasta ahorita estaría en el poder. ¡Chino, Chino, Chino! ¿De quién fue la idea de lavar la bandera peruana frente a sus narices? Debió meterles bala como hicieron las autoridades chinas con los revoltosos de la Plaza Tiananmen. Esas eran malas señales. Se acercaba la tormenta y él no supo darse cuenta a tiempo. En realidad, no quiso escuchar a esa voz interior que le decía que diez años en el poder eran más que suficientes para pasar a la historia como Castilla o Belaunde. No debió presentarse a las elecciones del 2000. Debió dejar que su hija ocupara su lugar. Keiko seguro arrasaba con todo como él, el Chino, lo había hecho hace diez años ya. Extrañaba el ceviche, el arroz con mariscos, la mazamorra morada, el suspiro limeño, el pisco sour. Eso era lo malo del exilio: extrañar la comida. A su edad ya no estaba para cambiar de gustos culinarios, la comida japonesa le caía pesada. Toledo. ¿De dónde había salido ese cholito que lo había desafiado tan descaradamente? Era un pobre diablo que gracias a su inteligencia había estudiado en los Estados Unidos. Había sido canillita, zapatero, pescador, ahora quería ser presidente. Había soñado con ser presidente desde niño, contaba. Cholo imbécil. Estaba casado con una rubia belga-francesa de raíces judías. Ese había dirigido la Marcha de los Cuatro Suyos. Se hacía llamar Pachacútec. Claro, era un indio, un serrano, el nombre le caía a pelo. Era casi seguro que sería el próximo presidente del Perú. Se había retirado de la segunda vuelta electoral denunciando fraude. Había prometido que metería a la cárcel a todos los corruptos. Y eso es lo que estaba haciendo el gobierno de transición de Paniagua: muchos de sus ex ministros estaban ahora presos o en el exilio como él, el Chino: Joy Way, su ex primer ministro y ex presidente del Congreso, estaba en San Jorge como un vulgar delincuente. Igual Villanueva Ruesta, su ex ministro del interior. ¡Con su sueldito de cachaco se había comprado una mansión! El caso más patético era el del general Hermoza Ríos: tenía veinte millones de dólares en un banco suizo. ¡Milico ladrón! Ahora se iba a pudrir en la cárcel por estúpido. Ya no era el general victorioso que exigía que lo hicieran mariscal como a Ramón Castilla o a Sucre porque había comandado personalmente la lucha antiguerrillera, ahora era un ladrón. Podría decir que él, el Chino, no sabía nada, que todos esos sinvergüenzas habían robado a sus espaldas, ¿pero quién le creería a estas alturas si también había huido cuando debió presionar más y cerrar canales de televisión, confiscar los diarios, meterles bala a todos los que protestaban contra su gobierno, a todos los que pedían democracia? Quizá debió fusilar a todos esos delincuentes de saco y corbata para congraciarse con el pueblo. Empezando por Montesinos. Montesinos. Tenía que reconocer que el “doctor”, así le gustaba que lo llamaran, había hecho un buen trabajo de demolición de sus rivales en las pasadas elecciones utilizando para ello los periodicuchos de medio pelo. Se había tumbado a Castañeda, más conocido como el Mudo, el que nunca decía nada; a Andrade, alias el Chancho, el Glotón, el que comía de más mientras el pueblo mostraba las costillas como los perros famélicos, que solo iba a entrar a Palacio a llenarse la panza con la plata del pueblo. Toledo era el Cholo fumón, borracho y frívolo. Los había hecho pedazos desde esos pasquines que embrutecían a la población con sus espeluznantes noticias de crímenes, violaciones, incestos y las infaltables calatas que adornaban sus portadas. Pero también había tenido que comprar periódicos “serios” y emisoras y canales. América Televisión y Canal Cinco habían vendido sus líneas editoriales por sus buenos millones de dólares como putillas de alto vuelo. Sus dueños, Crousillat y Schutz, también habían tenido que huir del país. Cuando Baruch Ivcher, un antiguo aliado, le dio la espalda, le quitó la nacionalidad peruana, y todos calladitos. ¿Ven cómo el pueblo detestaba a esa gente? En lugar de convocar a nuevas elecciones debió mandar al paredón a todos esos corruptos. Sonrió de medio lado. Pero todo era para ganar las elecciones, para perpetuarse en el poder, para no salir con el rabo entre las piernas de Palacio, para no ser investigado por los numerosos crímenes de lesa humanidad que las ONGs de derechos humanos le achacaban a su gobierno: Barrios Altos y La Cantuta eran los casos más emblemáticos. Milicos estúpidos, ¿cómo se les ocurrió enterrar a los muertos tan cerca de la ciudad en lugar de tirarlos al mar o cremarlos? A veces Montesinos actuaba como un idiota. Ya le había dicho que no dejara huellas de nada pero el imbécil ese parece que estaba más preocupado en sus aventuras con sus putillas y sus viajes de placer en lugar de hacer un buen trabajo. Y allí estaban las consecuencias: los periodistas de los diarios de oposición habían descubierto la existencia del Grupo Colina, un escuadrón de la muerte creado para aniquilar selectivamente a los terroristas. Ahora le culpaban a él, al Chino, de crímenes de Estado. También decían que a los guerrilleros que tomaron la residencia del embajador Aoki los habían matado estando rendidos. ¿Por qué se preocupaban tanto de esos renegados? ¿No vivían ahora en paz? Qué rápido habían olvidado los coches-bomba, los juicios populares, los crímenes de María Elena Moyano, Pedro Huillca Tecse, Pascuala Rosado, el atentado de la calle Tarata, los paros armados. Ahora que vivían en paz recién sacaban las garras, ¿pero qué hicieron cuando Sendero y el MRTA eran dueños del país? Nada, estaban escondidos en sus guaridas, los que tenían plata habían abandonado el Perú. Eso se habían olvidado. Si algún día, por milagro, lo extraditaban, enfrentaría una pena de veinticinco años. Prácticamente era cadena perpetua a menos que viviera cien años, a menos que lo indultaran, ¿pero qué presidente lo indultaría?, ¿Toledo, García, Paniagua, la Flores Nano? Todos esos eran sus enemigos políticos, todos esos estaban felices de tenerlo tan lejos, al otro lado del mundo. Miró el cielo acerado de Tokio, imaginó los aviones aliados rumbo a Hiroshima y Nagasaki llevando las bombas atómicas en sus vientres, imaginó el hongo de fuego elevándose hacia las alturas, imaginó a las personas desintegrándose, imaginó a sus padres despidiéndose de sus padres para marchar a la tierra de los incas. Ahora él, el Chino, había regresado. Quizá se quedaría en Japón hasta el día de su muerte. Un entierro discreto como el de Allende, lejos del pueblo, de las masas. La sonrisa se le congeló en el rostro. El Escritor se estaría riendo a carcajadas: ¿ve cómo terminó su gobierno, ingeniero Fujimori? Saltar a la vereda, hacerse el harakiri como Yukio Mishima, llamar a las fuerzas armadas, bombardear el Congreso, el Palacio de Justicia, pudo hacer tantas cosas pero prefirió huir. ¿Cuándo se jodió el Perú? El Escritor diría el día en que los peruanos lo eligieron a usted en mi lugar, ingeniero Fujimori. Volver. ¿Pero cuándo? ¿Y si García ganaba las elecciones? Los peruanos tenían la memoria bien frágil. A Belaunde lo sacaron a patadas los milicos en 1968. Doce años después volvió a Palacio en olor a multitud e hizo un pésimo gobierno, para el Arquitecto los terroristas habían sido abigeos y dejó que crecieran como un tumor pero la gente lo recordaba como a un gran estadista, algo que él, el Chino, nunca sería. Luego entró García y sus cinco años fueron un desastre, el Apocalipsis, las colas interminables por un poco de azúcar y un par de panes y ahora anunciaba su retorno con bombos y platillos y quizá ganara las elecciones y allí sí él, el Chino, estaba jodido. Igual estaría si ganaba Toledo: Pachacútec había prometido mandarlo a la cárcel. Comer un ceviche, beber chicha morada, sentir el calor de la gente, ¡Chino, Chino, Chino!, sacar los tanques, volver a Palacio, fusilar a Montesinos, el cielo acerado de Tokio, los aviones aliados rumbo a Hiroshima y Nagasaki, saltar al vacío, ¡Chino, Chino, Chino!, desintegrarse.
***
Alberto Fujimori gobernó Perú con mano de hierro entre 1990 y 2000, en que se derrumbó su gobierno y huyó a Japón donde permaneció hasta el 2005 protegido por las autoridades niponas. Ese año llegó sorpresivamente a Chile, desde donde pensaba participar en las elecciones presidenciales del Perú. Fue detenido y posteriormente extraditado. El 7 de abril de 2009 un tribunal lo condenó a veinticinco años de prisión por los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta y a penas menores por casos de corrupción. Fue la primera vez que un ex presidente peruano se sentaba en el banquillo de los acusados. El 2 de enero de 2010 fue ratificada en última instancia la sentencia contra el ex dictador. Actualmente está en la cárcel aquejado por un cáncer a la lengua. Su hija Keiko Fujimori ha prometido indultarlo y nombrarlo embajador en Japón si gana las elecciones de 2011.
---
"Hotel Tokio" es mi relato publicado en la antología Sexto Continente junto a otros nueve relatos pertenecientes a autores de Argentina, México y España quienes obtuvimos el Primer Premio Sexto Continente de Relatos. Espero que lo compren. Allí está el enlace a Ediciones Irreverentes, organizadora del premio. Las treinta primeras páginas están allí.
Ilustración de Raúl Sagospe
Los otros autores son Manuel Amorós, Andrés Fornells, Álvaro Díaz Escobedo, Daniela Valdez, José Luis García Rodríguez, Isaac Belmar, Inés Arteta,Tomás Pérez Sánchez, Carlos Rodrigues Gesualdi

Tercer día

Tercer día que estoy mal. Menos mal que mañana descanso y recuperaré energías.

Detrás de la ventana

Llego a casa, ella está jugando voley con su amiguita en la calle. Es la primera vez que hace eso. ¿Qué hace en mi calle si vive a dos cuadras? La observo desde mi ventana con las luces apagadas. Lleva short marrón y top rojo. A veces se inclina y se le ve una franja de piel, piel blanca como la Luna. A veces se estira el short o se acomoda la tira del sostén. Tiene el cabello negro hasta casi la cintura, negro y lacio, lleva cerquillo. Ella sigue jugando ajena a mis deseos, a mis ojos, a mis pensamientos. A veces escucho su voz aún con aires de niña y el pecho me late de prisa, mis ojos graban su imagen, sus piernas blancas, su cuerpo que es toda tentación. Media hora después se van.

martes, 20 de abril de 2010

Mudo

Hoy apenas hablé lo indispensable: estaba súper afónico. Fui a tomarme un café y no estaba ella. Qué triste, ¿verdad? Un día está y otro no. Bueno, qué se hace.

666

Supuestamente este es el 666 post que escribo en mi blog, un número medio diabólico pero bueno aunque ahora estoy más cerca del infierno que del cielo con esta gripe de los mil demonios sigo en pie. Esta primera mitad del año no escribo mucho, apenas lo indispensable pero hay que seguir adelante que ya vendrán mejores cosas.

lunes, 19 de abril de 2010

Ha vuelto

Mi musa ha vuelto. Hoy estaba más linda que nunca. Espero conquistarla.
No escribo más porque estoy con una gripe feroz. Hoy apenas si hablé en el trabajo. Menos mal que no había luz en en último salón y me salí rapidito.
Terminé de corregir "Nunca seré Crazy" y quedó lista para mandarla a un concurso. Espero me vaya bien como me está yendo bien este año.
¿Qué más? Me voy a dormir.
Ah, estuve leyendo unas entrevistas a Pola Oloixarac, autora de la novela (olvidé el nombre, carajo, la edad, pero era algo de salvajes), excelentes respuestas. Espero algún día tener toda esa cultura. Ahora sí a la cama.

domingo, 18 de abril de 2010

Cementerio

Fui al cementerio a visitar a mis padres y vi a la chica más bonita que haya visto hasta ahora: llevaba vestidito negro y sandalias, parecía un ángel. ¿Quién se le habrá muerto? Era muy joven para ser viuda. Estaba con una señora de edad. Quizá fue a visitar a su padre. Tonto no me fijé en el nicho. Lo haré el otro domingo.

Gripe

Me va a dar gripe, tengo la nariz congestionada, un dolor en la parte delantera de la cabeza, la mandíbula también adolorida, ya me imagino toda esta semana con los ánimos por los suelos.

viernes, 16 de abril de 2010

La puntualidad

Detesto la impuntualidad, las personas impuntuales. No entiendo a esas personas que te dan su palabra -que mañana ya, la otra semana de todas maneras- y no las honran. Como leí en "Plenilunio", las cosas que se hacen fuera de tiempo es como si no se hiciesen. Y es verdad, desaparece el encanto, la emoción y cuando te dicen ya está, pienso a la mierda, ¿te gustó?, digo sí por no decir otra cosa.

Calor

Estos últimos días ha hecho un calor de los mil demonios. Las aulas son saunas. Los que sufren son mis pobres pies. Extraño los días fríos del otoño.

martes, 13 de abril de 2010

¿Se fue?

Fui a tomarme un café y ya no la encontré. Y ni siquiera supe su nombre. O quizá solo faltó, ayer estaba bien, no sé...

Martes 13

¿Será día de mala suerte? No sé, no soy superticioso ni creo en fantasmas ni aparecidos ni nada que se le parezca, tampoco creo en la palabra de muchos, sobre todo aquellos que se dicen ser tus amigos, tus colegas, aquellos faltos de talento que te dicen que sí, que la otra semana, y la chucha del gato y te amaré eternamente y etc. En fin que la vida es así y sino sería aburrida pero menos detestable.

domingo, 11 de abril de 2010

Sin respuesta

Que tú escribas y no te respondan, dice mucho de una persona, es como si hablaras y no te escucharan, o fingieran no escucharte. ¿Se puede hacer algo con esa persona? La respuesta es obvia.

viernes, 9 de abril de 2010

Animal nocturno

Un psicópata está matando mujeres y regando las calles de Lima con sus restos. Lo que nadie sabe es que el asesino es un respetable profesor de una universidad femenina y a la vez da clases en el recién inaurado Colegio Mayor. En pocas palabras este es el argumento de "Animal nocturno" el proyecto en el cual estoy trabajando ahora pensando en el 2011. Veremos en qué concluye esta historia pero va a buen paso ahora que terminé el segundo manuscrito de "Otro café para Paola".

jueves, 8 de abril de 2010

El loco

Me senté a su lado sin darme cuenta. Tenía la ropa sucia, llevaba barba. Tenía un lapicero azul con el cual rayaba sin ton ni son un viejo libro. También tenía una rama seca, una piedra y un pedazo de hojalata. La rama la utilizaba como regla, la piedra para hacer "círculos". Quizá debió haber sido un estudiante aplicado antes de perder la razón. No me atreví a dirigirle la palabra. Tenía un miedo único pensando que en cualquier momento podía clavarme la rama o el lapicero. Cuando tocó el libro que estaba leyendo, casi salto de mi asiento. Murmuró algo e hice un gesto de asentimiento. Estaba con todos los sentidos alertas. Cuando llegué a mi paradero, respiré con alivio.

miércoles, 7 de abril de 2010

Nocturno de Lima (borrador)


1
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo / del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. / Oye tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, / la onda aún es negra y me hace aún arder?, carraspeó el viejo, bebió, le dio una calada a su cigarro. El gran Vallejo, quién más, dijo, mirándome con sus ojos acuosos. Se ha escrito casi todo de él y sobre él: Juan Larrea: César Vallejo y el surrealismo, editorial Visor, Madrid, 1976. Mariano Ibérico: En el mundo de Trilce, editorial UNMS, Lima, 1963. Alberto Escobar: Cómo leer a César Vallejo, editorial PL Villanueva, Lima, 1973. Ernesto More: César Vallejo en la encrucijada del drama peruano, editorial Bendezú, Lima, 1968. Y etcétera y etcétera; un largo e interminable etcétera. ¿Qué más se podría escribir sobre nuestro gran vate?, ¿se preguntó?, ¿me preguntó? Levanté los hombros, bebí. De la rockola brotaba un bolero de Los Panchos, Quizá, quizá, quizá. Los borrachines apretujaban a las polillas. Había una de vestido verde limón con un gran escote en la espalda. Se notaba que estaba sin sostén. Tenía la piel blanca. La mano del hombre con quien bailaba parecía una estrella de mar en esa espalda amplia como un desierto. Pensé en Edith: estaría pelándose de frío en las alturas de Ayacucho, estaría durmiendo a la intemperie, quizá ni habría cenado, quizá estaría huyendo de los sinchis y los llapan atic que la perseguían como perros de presa desde su fuga del penal. Quizá deberías de escribir tu tesis sobre Mariátegui, me dijo el viejo, después de darle una larga chupada a su cigarro, ahora que los guerrilleros lo tienen como uno de sus puntales porque, cuando termine la guerra, si es que alguna vez termina porque esto tiene para largo, todos serán mariateguistas. Adelántate a la historia, muchacho. Edith, dije. Está escribiendo la historia a sangre y fuego, dijo el viejo. Abimael es un loco de mierda, ¿verdad?, durante veinte años nos estuvo jodiendo con su cantaleta de la lucha armada y ahora tiene en zozobra al país entero. ¿Te imaginas a un puñado de locos mal armados asaltando esa fortaleza que es el CRAS de Huamanga, ah? Imaginé a Edith en medio de los dinamitazos, escapando bajo una lluvia de balas. ¿Dónde estaría? Decían que la habían visto en Ayacucho, en Huancavelica, en Andahuaylas, montada en un caballo blanco y enarbolando una bandera roja. ¿Qué escribir de Vallejo que ya no haya sido escrito? Levanté los hombros. Usted es el asesor, le dije. Volví la vista a la espalda desnuda de la polilla, bajé los ojos y los posé en su trasero, redondo, generoso. Si el Che Guevara habría tenido el apoyo del campesinado como lo tiene Abimael, otra habría sido la historia de Bolivia, dijo el viejo. Si yo tuviera veinte años, también marcharía a Ayacucho, no por Abimael, porque nuestras divergencias son insalvables, sino por el pueblo. ¿Sabías que Vallejo visitó el frente de guerra cuando estuvo en España?, preguntó el viejo, paladeando su vino, ¿que España, aparta de mí este cáliz fue publicada por el Ejército Republicano? Ignoraba, murmuré. La polilla de la espalda desnuda levantó su copa y brindó conmigo en la distancia. Hice lo mismo. Me regaló una amplia sonrisa. Quizá deberías visitar la Madre Patria, preguntar a los milicianos sobrevivientes. Claro, murmuré, sin mucho ánimo. O, por último, ir a Santiago de Chuco. Si no me equivoco, poco se ha escrito sobre la niñez y adolescencia de nuestro poeta universal, etapas que son constantes en sus textos. Presencia del hogar en la poesía de César Vallejo fue publicada el año pasado por la Universidad de Cajamarca, es un texto ilegible, pero se deja leer, por ahí lo tengo, otro día la traigo. Gracias. El viejo ya estaba borracho. Esta tarde llueve, como nunca; y no / tengo ganas de vivir, corazón. / Esta tarde es dulce. Por qué ha de ser? / Viste gracia y pena: viste de mujer. Chupó su cigarro con ganas, botó el humo por boca y nariz. Heces, dijo, 1918, hace sesenta y cuatro años ya. Yo nací un año después. Bien pudo Vallejo acunarme en sus brazos, rió. Es una puta más, dijo, cuando descubrió mis ojos puestos en la polilla de la espalda desnuda, y las noches de Lima están pobladas de ellas. La vi venir con sus andares de felino. ¿Bailamos, guapo? Claro. Me tomó de la mano, una mano suave. El bolero era Bésame mucho. Nos abrimos paso entre las mesas, entre los borrachos. Puse mi mano en su cintura, ella juntó su cuerpo al mío, sentí sus senos, medianos, duros, fundirse en mi piel. ¿Cómo te llamas, guapo?, su aliento tibio con aroma a menta me abrasó el rostro. Tenía los labios carnosos, rojos como la sangre, o como la bandera que Edith enarbolaba montada sobre un caballo blanco simultáneamente en varios lugares según la creencia popular. Agustín, le dije, ¿y tú? Estrella, dijo, pasándose la lengua, puntiaguda, rosada, por los labios. ¿Estrella? Ajá, Estrella Gómez. ¿Sería su nombre de combate o así la habrían bautizado? Edith ya no era Edith, ahora era Lidia. Le miré el generoso escote, el nacimiento de los senos. ¿Ese viejo cara de sapo es tu padre?, preguntó. Me reí. Mi asesor. ¿Asesor? Sí. ¿De? Estoy escribiendo mi tesis. Ah, pensé que era tu asesor de la vida nocturna y puteril de Lima. Soltó una carcajada. También reí. ¿Sobre qué es tu tesis? Vallejo. ¿Vallejo?, repitió. Ajá. ¿Y qué esperas encontrar en este antro, expertos sobre Vallejo? Quizá, ¿por qué no? Reímos con ganas. Restregaba su cuerpo con el mío. Hay golpes en la vida tan fuertes, dijo, yo sí sé. Otra carcajada. Mi sexo empezó a despertar de su letargo y el bolero parecía no tener final, o lo habían repetido. ¿Tienes para pagarte un polvo? Claro, ¿dónde atiendes? En el segundo piso, ¿vamos? Miré al viejo: dormitaba. Volví media hora después. César Vallejo. Camp de L’arpa, número 71, Barcelona, 1980, murmuraba el viejo entre dientes, el rostro sobre el pecho, un hilo de baba cayendo de la comisura de sus labios.
***
Disculpa, ¿podrías prestarme un lapicero? Levanté la mirada: una chica estaba parada frente a mí. Era menuda. Tenía los cabellos lacios, negros y largos que enmarcaban un rostro redondo de ojos claros, penetrantes. Tenía un lunar cerca del ala izquierda de la nariz. El mío se ha terminado. Claro, toma. Me fijé en sus manos, en sus dedos delgados que terminaban en unas uñas maltratadas, como si lavara bastante, y sin pintar. Me dio las gracias. Miré la hora en el reloj que estaba colgado en una de las columnas: faltaba un cuarto para las doce. Hundí los ojos en Emma Zunz. ¿Se puede? Otra vez ella. Tenía una mano en el respaldo de la silla que había frente a mí. Claro, le dije. Éramos los únicos usuarios de la biblioteca a esa hora. Puso sus cosas sobre la mesa: un bolso hecho de manta, una cartulina y un libro voluminoso de pasta color rojo vino. Abrió el libro. ¿La Biblia?, pregunté. No, no, Antología de poetas líricos castellanos, dijo. ¿Estás en Literatura? En Derecho, dijo, pero me gusta leer, ¿y tú? En Literatura. ¿En qué ciclo? Octavo, ¿tú? Recién estoy empezando la carrera, en el segundo ciclo. No le pregunté su edad, pero tendría dieciocho o diecinueve años. Daré tu corazón por alimento. / Tanto dolor se agrupa en mi costado, / Que por doler me duele hasta el aliento, Miguel Hernández, dijo, ¿lo has leído? Sí, buen poeta. Es dramático, trágico, fatal. Ajá. ¿Tú qué lees? Borges, le mostré la pasta de El Aleph. Prefiero las historias concretas, las que puedes tocar con la mano, ver en tu entorno. Arguedas, Ciro Alegría, Scorza. También los he leído, dije. El mundo es ancho y ajeno, Garabombo el invisible, Los ríos profundos, Yawar fiesta. Hablamos de la trágica niñez de Arguedas, de su suicidio, de las enfermedades de Alegría. ¿Almuerzas en el comedor?, preguntó, fijándose en la hora en la pared. Sí. ¿Vamos? Devolvimos los libros y salimos al frío del exterior. Era setiembre, faltaba poco para la primavera pero en Lima seguía garuando, el cielo estaba cubierto de nubes oscuras. Íbamos por las veredas llenas de estudiantes, profesores. Las paredes de las facultades estaban llenas de inscripciones contra el gobierno de Morales Bermúdez, de pintas de los partidos políticos que habían participado en la Asamblea Constituyente, de lemas contra las dictaduras de Chile y Argentina. Un pelucón me pasó la voz y ella me preguntó si era mi amigo. Le dije que sí. Tus amigos serán bohemios, dijo. Algunos. ¿Y tú? No salgo mucho, antes sí. ¿Tú? Tampoco, dijo, prefiero quedarme en mi cuarto leyendo, haciendo mis tareas. Tampoco tengo muchos amigos. Nos pusimos en la cola. Será que no me acostumbro a Lima, dijo. ¿De dónde eres? Ayacucho, ¿tú? Huancavelica. Somos casi vecinos, dijo con una sonrisa, es bonita la sierra, ¿no? No conozco. ¿Has nacido en Huancavelica y no conoces tu tierra? Me puse colorado. Le dije que me habían traído al año y medio de nacido y no había vuelto, quizá más adelante lo haga. Claro, yo siempre vuelvo a Ayacucho, sobre todo en los carnavales. Nos pusieron un número en el brazo: 176 ella y yo 177. La cola empezó a avanzar lentamente como una gran culebra. Llegará la hora / en que tendré que / desembocar en los / océanos, / que mezclar mis / aguas / limpias con sus aguas turbias, / que tendré que / silenciar mi canto / luminoso… Heraud. Ajá. Buen poeta. Deberías de estudiar literatura. Quizá más adelante. Recibimos nuestras charolas y nos sentamos frente a frente en la gran mesa. El menú era frijol con pescado y una sopa media aguachenta. La miraba comer, separar con cuidado las espinas. ¿Dónde vives? En Breña, ¿tú? En el Callao, en casa de una tía. Estamos cerca. Sí. ¡Compañeros, su atención! Un estudiante, flaco, de rasgos andinos, había trepado a la mesa y desde allí lanzó una arenga a la futura guerra popular mientras un compañero suyo repartía el pasquín Por el Sendero Luminoso de Mariátegui a cambio de un óbolo voluntario. Habló del Perú semi colonial y semi feudal, de terminar con los latifundios y los terratenientes. Pronto los Andes serán remecidos por el estruendo de los cañones y las balas del ejército guerrillero popular. Casi nadie le prestaba atención, los comensales lo miraban con indiferencia, sonreían con ironía. ¿Hacer una guerra popular cuando los militares estaban a punto de regresar a sus cuarteles? Sonaba a cosa de locos. Las revoluciones terminaron en Bolivia, le dije a la chica, con la muerte del Che. Quién sabe, dijo ella.
***

Me presentaron como el nuevo profesor de Lenguaje. Tartamudeé al dirigirme por primera vez a los alumnos. Un profesor debe mirar a todos y a nadie al dirigirse al público, había escuchado decir a mis maestros, pero yo veía a todos los ojos, a todos los rostros, y todos los ojos y rostros me miraban, me observaban con hostilidad, esperaba que en cualquier instante iba a estallar una estruendosa carcajada riéndose de mí: no pronuncio bien la erre, pero no lo hicieron, al final, todos aplaudieron, los profesores me dieron la mano dándome la bienvenida, las profesoras me besaron las mejillas. Pasamos a los salones. Era la quincena de abril y hacía un calor de los mil demonios, fui al baño a mojarme un poco pero no había agua en el cilindro. El baño era un silo poblado por un ejército de moscas. El colegio estaba en la punta de un arenal al sur de Lima. Había llegado ahí gracias a la recomendación de don Virgilio que tenía un conocido en el ministerio de Educación. El colegio era de esteras y calamina. La arena se metía por todos lados. ¿Y si renunciaba en qué me iba a ganar la vida con mi título de licenciado en Literatura? Quizá debía buscar una beca y marcharme al extranjero y tratar de quedarme allá: el Perú se estaba desangrando desde hace cuatro años y la sangría era, a la vista, incontenible. La primera hora me tocó en el único quinto que había en el colegio Morro Solar. La veintena de alumnos se puso de pie cuando hice mi ingreso al aula. Rostros con rasgos andinos, cabellos hirsutos, ojos achinados, algunos tendrían casi veinte años. Me presenté de nuevo e hice que se presentaran para ganar tiempo, para romper la distensión. Muchos tenían un dejo andino al hablar. Me preguntaron dónde había estudiado, si era fácil el examen de admisión, dónde vivía. Al decirles que venía de Chosica y tenía que salir antes de las seis de la mañana se sorprendieron. Agárrese un lote aquí, profe, me dijeron, los terrenos abundan y sobran, pone sus esteras y ya tiene su casa. Quizá más adelante, les dije, cuando me paguen. ¿Fueron a la playa? Claro, profe, a pie nomás, la playa está bajando ese cerrito, dijeron señalando el lomo de arena que se veía desde la ventana. Después de conversar, leímos Los gallinazos sin pluma. Un buen número de alumnos tenía dificultades al leer: apenas abrían la boca como si tuvieran vergüenza. Después hicimos una composición titulada Así fueron mis vacaciones de verano. A la salida, el director me preguntó si vendría al día siguiente. Le dije que sí. Es que han venido varios profesores, han estado un día y no se han vuelto a aparecer. No se preocupe, mañana estaré aquí. Me dio la mano. Bajé a la pista pensando mañana vendré con jean y polo como los demás, es ridículo venir con terno a este arenal.
2
¿Vives por aquí?, me preguntó Estrella. Estábamos en una habitación, a oscuras. Yo le había dicho creo que mejor me voy y ella me dijo quédate nomás hasta que vuelva la luz. En Breña, le dije, a un paso de aquí, ¿y tú? En Comas. ¿En Comas o en camas? Tonto, dijo, apretándome el miembro. Reímos. Había llegado al antro un rato antes en busca de don Virgilio. No lo encontré y pedí un vino y me puse a esperarlo. Entonces Estrella se sentó frente a mí. ¿Por qué tan solo y pensativo? Estaba con un vestido rojo escotado, me sonreía. ¿Te acuerdas de mí? Claro que me acordaba. ¿Y tu asesor? Pensé que lo iba a encontrar aquí. No lo había visto durante toda la semana. Pedí un vino para ella. ¿Y cómo va tu tesis? Iba en nada. El viejo me había dicho mejor escribe sobre Miguel Hernández, su poesía es pura como la naturaleza donde vivió, tengo entendido que algún miembro del jurado calificador es un vallejiano convicto y confeso y se regodeará si te revuelca como a su entenado. En cambio a Hernández aquí se le lee poco, y mal. Hernández, el poeta nacido en Orihuela, cabrero en su juventud, partícipe de la Guerra Civil Española, muerto tuberculoso en prisión. Imaginé al poeta conduciendo un hato de cabras, pergeñando sus versos a orillas de algún río, quizá en las noches calentándose y leyendo junto al fogón donde momentos antes su madre le había calentado el puchero para la cena. Te empapas bien del tema y estoy seguro que consigues una contundente victoria ante esos dinosaurios. Eso había sido hace un par de semanas, desde entonces no había visto al viejo ni en pintura, tal vez se había muerto. Bailé con Estrella hasta que me dijo ¿subimos? Estábamos en mitad de la escalera cuando la luz se fue después de un parpadeo. Nos encerramos en la habitación. Escuché que se lavaba el sexo. No me pidió que lo hiciera, se lo engulló así nomás hasta ponerla dura. Yo me tragué el suyo. Era la primera vez que lo hacía. Tenía un olor y un sabor agradable pese a que mis amigos se hacían ascos cuando hablaban del sexo oral. Ahora estábamos abrazados, esperando el retorno de la luz, escuchando la bulla de los carros que pasaban por Emancipación, Tacna, La Colmena. ¿Vives solo? Sí. O sea que se te puede visitar. Claro, cuando quieras. ¿Y tú con quién vives? Con mis padres, mi hermana y mi hijita… Tenía una hijita. Ese vientre que ahora acariciaba alguna vez había estado abultado como un globo, como una naranja. ¿Cómo se llama? Marisol. ¿Cuántos años tiene? Cuatro. O sea que había dado a luz a los dieciocho, salido embarazada a los diecisiete. ¿Y el papá? Murió en la guerra… Silencio con fondo de bocinas de vehículos. ¿Era policía o terruco? Rió con ganas. ¿También te lo creíste? Sí, ¿por? Bromeaba, dónde estará ese imbécil. Por su culpa me metí en esta vida, ¿o tú crees que lo hice porque la pinga es rica, ah? ¿No es rica? La tuya, sí. Me dio un beso mientras yo pensaba a cuántos se los habrá chupado. Me reí. ¿De qué te ríes? De un chiste privado. A ver, cuéntame. Le inventé un chiste de Jaimito. Parece que la luz se había ido definitivamente. Los terrucos eran cada vez más efectivos. Pensé en Edith por primera vez en la noche. Desde la sierra llegaban noticias de ataques a los puestos policiales, asaltos a las minas para robar dinamita, de incursiones a pueblitos cuyos nombres eran difíciles de pronunciar y menos de retener en la memoria. ¿Edith estaría con los que perpetraban esos hechos? Estrella montó sobre mí, agarró mi sexo y lo guió al suyo y empezó a moverse con cadencia como una barca en un mar sereno. Ahora no me decía apúrate, ¿ya?, ¿terminaste?, vacíate de una vez, no eres el único, tengo que seguir trabajando. Subía y bajaba. Veía su silueta oscura, sus senos que subían y bajaban. Afuera el estrépito de los vehículos había disminuido. La gente se va acostumbrando al caos, pensé, al orden que le impone el caos, los apagones empiezan a ser parte de nuestras vidas. El ser humano es dúctil, se amolda a las circunstancias. Yo me había acostumbrado a la ausencia de Edith, a no escuchar su voz, a no mirar sus ojos, a no escuchar en susurros los versos que solía declamar. Aquella noche corrí / El mejor de los caminos, / Montado en potra de nácar / Sin bridas y sin estribos. ¿Hace cuánto ya que había recitado esos versos de Lorca? Casi un año. Y el tiempo seguía estirándose cada día más. Una explosión de luciérnagas ocupó el lugar de mis pensamientos y me sentí desfallecer. Volvimos a abrazarnos. Este polvo no te cobro, dijo Estrella, la casa paga. Rió. Me voy, le dije un rato después, no creo que la luz regrese. Le di un beso y salí a la oscuridad de la calle.

martes, 6 de abril de 2010

Una segunda oportunidad

La vida siempre te da segundas oportunidades. No solo segundas, sino enésimas. Lo que ayer te parecía imprescindible, resulta que hoy no lo es. No es bueno vivir atado al pasado, sobre todo si es un pasado que te lastima. Tampoco es bueno preocuparse por algunas personas, sobre todo si son personas que no corresponden con lo misma intensidad a la amistad que le das.

El sapo y la princesa


Es un día del verano,
el sol lo calcina todo,
desde las sombras de las hierbas
el sapo ve llegar a su princesa.
La muchacha se despoja
de su faldita y su top,
de su ropa interior
y queda como la primera mujer.
El sapo abre más los ojos,
la mira arrobado.
La princesa tiene albos senos,
tiene la piel de mármol,
tiene las piernas largas,
tiene la cintura breve,
tiene el trasero abundante,
tiene el pubis de niña,
tiene el rostro de ángel,
tiene rojos los labios.
La muchacha sube al trampolín,
se arroja al vacío,
hace un par de piruetas
antes de hundirse en el agua.
Bucea hasta agotar
el aire de sus pulmones,
nada de un extremo a otro
hasta extenuarse.
El sapo la contempla,
el sol sigue quemando,
la princesa sigue nadando.
El sapo se arroja al agua,
la muchacha lo mira horrorizada,
lanza un grito,
llama al jardinero,
el hombre coge al sapo
y lo arroja al tacho
después de aplastarle la cabeza.

El amor eres tú


Vivía en la soledad,
atado al pasado,
desconfiando del amor,
que solo me había dado dolor.
Vivía hastiado
de esos falsos amores
que un día se marcharon
después de prometerme un lecho de flores.
Pero un día de marzo
nuestros caminos se encontraron
y al escuchar las palabras de tus labios
los gorriones en mis oídos otra vez cantaron.
Mi corazón volvió a latir,
y es que al mirarte a ti
tuve razones nuevas para sonreír,
para seguir mi camino, para vivir.
El amor eres tú
porque hoy es azul
el cielo que ayer era gris.
Ahora estás junto a mí.
Hoy sé
que una mirada tuya basta
para olvidar el ayer,
para secar las lágrimas.
Y es que el amor eres tú,
tú que un día estabas lejos de mí,
tú que ya nunca te irás de mí,
tú que me haces, al fin, sonreír.

Ausencia


La tarde muere con la quietud de un pájaro herido,
en las aceras las hojas secas de las buganvillas
forman alfombras de formas extrañas
igual que las grises nubes del cielo gris.
El sol se ha ocultado. Tiritan las flores de tristeza.
Me pregunto dónde estás. Dónde está tu alma.
Por qué no has vuelto a pasar por nuestra calle.
Una pesada lágrima de piedra
se desliza por esta mejilla lastimada que tú besaste.
No solo tu corazón se detuvo aquel viernes de julio.
En este pecho herido hay un corazón que agoniza.
En esta mente los recuerdos van y vienen
como las incesantes olas del mar.
Recuerdo tu voz de dejos andinos.
Recuerdo tus manos de uñas quebradas
por los quehaceres del hogar.
Berenice dice que estás en el cielo descansando.
¿Desde allí me mirarás?
¿Verás ese pozo de lágrimas que ha cavado mi dolor?
Un día más de vida, me digo cada amanecer.
Un día menos de vida, me digo cada anochecer.
Cuento los días desde que no estás en casa.
Te busco en cada anciana de cabellos plateados.
Te busco en los rincones donde estuviste.
Te busco entre las flores de tu jardín.
Te busco en mis sueños. En mi silencio.
Busco tu voz callada. Tus pasos alejados.
Te busco en esa infancia que compartimos.
Tú también tuviste veinte años.
Tuviste mi edad. Recorriste los caminos
que ahora recorro yo. Derramaste las mismas lágrimas
que ahora se deslizan por mis mejillas
mientras la tarde va muriendo
con la soledad de los desiertos,
con los silencios de los pájaros.

Amaneciendo en ti


entre sábanas blancas
que anuncian la mañana
para ti y para mí
entre cantos de pájaros,
hojas al viento,
gaviotas en el cielo
y relinchos de caballos.

Hoy es un día de sol


porque encontré el amor
en tus manos pequeñas
que como el río se llevan
las penas al mar
de donde nadie las sacará jamás.

viernes, 2 de abril de 2010

El periodista


Abro abril, el mes de las letras, con esta hermosa novela de Ricardo Vírguez Villafane.
Arturo Ramírez, periodista e hijo de periodista, como apunta el autor, y también fotógrafo, le escribe una sentida carta a Juliana, a quien le dobla en edad, donde le cuenta lo avatares de su existencia: la pérdida de su padre, su viaje a Lima para estudiar periodismo de verdad, sus amores, su matrimonio, el fracaso de esta. Entrelazado a estas intimidades, están las vidas de varios personajes, entre ellos el de Javier Donaire y Felipe Flores. Javier Donaire es un periodista sin escrúpulos. Un día pretende comer gratis, a cambio de publicidad, en el restaurante de los padres de Felipe Flores quien, alguna vez, fue una de las mentes más brillantes de Iquitos y ahora es un hombre con algunos problemas psicológicos que ayuda a sus padres. Al ser rechazada su oferta por los Flores, Javier Donaire habla pestes en su emisora contra el restaurante despertando el monstruo que Felipe Flores, y todos nosotros, lleva dentro. Felipe Flores secuestra al paso a Javier Donaire y le da muerte en una escena digna de un psicópata, la escena de la rata es espeluznante, luego se entrega a la policía y termina suicidándose.
Pero no solo el horror más visceral pueblan estas páginas sino también la nostalgia, la ternura que provoca en Arturo Ramírez el recuerdo de Juliana. La carta que aquel le escribe a esta es bella, poética. Para nuestra un par de botones: “Me parece sentir la suavidad de tus manos mientras sostienes estas hojas, o la ligereza de tu aliento cuando aspiras el aire y lo dejas salir lentamente como un suspiro. Si acercaras un poco más tu rostro hacia estas páginas, sentiría tus labios y te besaría. Tocaría tu piel. Experimentaría la magia de viajar sobre las ondulaciones de tu cuerpo y conocería en carne viva ese ansiado mundo que eres tú, Juliana” (p. 27-28). El otro botón: “El paso de los días oscurecerá la claridad de tu rostro, pero mi memoria seguirá iluminándote pase lo que pase. ¿Por qué tú? ¿Por qué yo? Toda la vida nos haremos preguntas inoportunas. Tu mirada se parece a la luz de esta mañana. Tú eres única” (p. 103).
Si esto no es poesía, ¿qué es entonces? Novela recomendable que volveré a leer de todas maneras.
EL PERIODISTA, Ricardo Vírguez Villafane, editorial San Marcos, 2009