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jueves, 30 de septiembre de 2010

Fin de mes

Positivo el balance de setiembre. Terminé el manuscrito de "Animal nocturno", voy a buen ritmo con "Agonía", y mañana empiezo a corregir mi cuento para el Copé, tengo dos meses para dejarlo perfecta. ¿Qué más? Mucho más. Pero eso es personal. Hasta octubre.

Sissel: "Liliana"

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Miércoles

Salí temprano de casa para dejar "La piscina" para un concurso. El tráfico como siempre insoportable.
Después me encontré con mi amigo Chanca de casualidad. Sigue metido en sus cochinadas, era un buen muchacho, lástima que la situación cada vez más jodida del magisterio lo ha malogrado.
Si el lunes fue el día más frío del año, hoy el clima estuvo templado, y seguro que mañana hará un calor de infierno. El clima está loco por culpa del calentamiento global. Esto ya es irreversible, de aquí a 50 años o menos el mundo será inhabitable. Pobres de los que lleguen a esos años, menos mal que ocho años más y ya no estaré en este mundo.
Hoy le puse el punto final al primer manuscrito de "Animal nocturno". Un total de 172 páginas en un cuaderno cuadriculado a4 que tardé cinco meses en llenar, casi todos los días escribí una página, a veces media página, cuando no tenía otra cosa que hacer hice tres o cuatro hojas. En este lapso terminé "Ayacucho era un campo de batalla" y "La piscina", empecé "Agonía", gané un par de concursos literarios, viajé a un par de ciudades, se me ocurrieron otros proyectos. La retomaré en enero del 2011 para hacer la segunda versión ya con todos los cambios que hice durante el camino, al menos ya tengo definido a todos los personajes, la estructura, los puntos de vista de los narradores, el comienzo y el final.
Este domingo son las elecciones municipales, ojalá sea el final de la guerra sucia que toda la derecha -políticos, medios de comunicación, empresarios- ha montado contra la candidata de la izquierda, cuya victoria ya es un hecho.
Tendré días de descanso con motivo de estas elecciones y también porque el otro viernes cae feriado. Ando cansado, me dedicaré a dormir, a ver las pelis que he adquirido y que no he podido mirar porque estas dos últimas semanas estuve corrigiendo como loco los cuentos de "La piscina", así que estos feriados me caen de maravillas.
¿Qué más? Nada, creo. Me voy a dormir.
Ah, ayer fueron 49 años desde la muerte de mi hermano Juan Ignacio y lo fui a visitar.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Reencuentro

Hoy, de regreso a casa, me encontré con Marga, una compañera de "combate" de mis años en La Cantuta, cuando yo era Agustín de Luisa y estábamos en el clandestino Ciena -Círculo de Estudios Nuevo Amanecer- y soñábamos con dedicarnos a la escritura, y vivíamos para escribir, nos pasábamos los días escribiendo, planificando novelas que con el tiempo se harían realidad. Han pasado trece años desde que dejé la universidad, y en estos trece años no he dejado de escribir un solo día, a menos que haya sido por fuerza mayor -una resaca, ahora casi nula, un viaje, la muerte de un familiar, que esté trapo por mucho hacerme pajas, esto es broma- y las novelas que entonces planificamos las he ido escribiendo, algunas las dejé en el camino y después volví a ellas, otras siguen esperando su turno desde entonces -"La universidad de los desaparecidos" todavía sigue dando vueltas en mi cabeza-. Y los premios literarios que soñamos ganar las he ido ganando poco a poco, casi sin pensarlo, apostando siempre a ganador, pero también con un poco de suerte. He publicado un par de libros, un cuento en España, otro en Huancayo, y no he gastado ni un sol de mi bolsillo. Falta el sueño de la casita en Huanta, de vivir solo de escribir, de la mujer y los hijos que algún día se harán realidad, y después la muerte, que llegará.
¿Y Marga? No hizo nada, sacó su título, dio un sin fin de exámenes para nombrarse y no lo consiguió porque la situación se hizo difícil con el paso de los años, dejó sus sueños de dedicarse a escribir para tratar de nombrarse, hizo una maestría, un diplomado, una segunda especialidad, y nada, sigue contratada. Tuviste suerte en nombrarte, me dice. Ah, no, esto no fue suerte, cinco años estuve lejos de mi casa, por este trabajo de mierda no pude velar por mis viejos cuando más me necesitaban, por estudiar para nombrarme me quedé corto de vista, tengo que aguantar a tantos huevones así que no es suerte, peor que la paga no es mucha, pero al menos te quita la preocupación de estar pensando qué haré el otro año, en dónde trabajaré. Por eso aprovecho todos los días en lo único que sé hacer, aparte de otras cosillas para vivir, que es escribir. ¿Viviré de esto algún día? No lo sé, pero igual sigo con mis sueños de aquellos años.
El viaje se hizo corto, y hemos prometido tomarnos un café otro día para seguir recordando y a ver si por fin me decido a escribir mi novela sobre los desaparecidos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Diez años

Una foto de mi pueblo
Han pasado diez años desde que la vieja, Nacho y yo llegamos a nuestro pueblo después de un día de caminata sorteando abismos, desfiladeros, pensando que nunca llegaríamos, aguantándome el terrible dolor de pierna como consecuencia de una mal pisada.

Han pasado diez años y ahora mamá ya no está con nosotros, Nacho es un joven rebelde que cada día me da unos dolores de cabeza que a veces me da ganas de sacarle la mierda pero, ya se enderezará con el tiempo, quiere ser escritor como su tío, igual Diego, al menos tengo dos sobrinos que seguirán con mis proyectos cuando yo muera.

Diez años desde la primera vez que llegamos a Chincho, la tierra de mis antepasados. Diez años que siempre recuerdo.

Camino Huanta-Chincho


Cruzando el puente rumbo a Chincho, seis años después de lo contado en esta historia. En la otra foto mi mamá y Nacho en Huanta


A la memoria de Zenón Campana Auris, y a mi madre

Frente a Huanta, cruzando un valle, hay una cadena de montañas. Allí está Chincho, decía mi mamá, señalando uno de los cerros. ¿Ves esas casitas? Yo no veía nada. Mamá tenía una vista de lince. Por allí está mi casa. Martes, 26 de setiembre, minutos antes de las cinco de la mañana: vamos, Arol; despierta, Nachito. Todavía tengo sueño, abuelita. Tenemos que caminar bastante. Las primeras luces del alba empezaban a dar forma a las cosas. Nos alistamos. Nos despedimos de la tía Susana. Vamos al quiosco para que desayunen. Se nos va a hacer tarde, hermana, gracias. La tía me dio tres soles. En el camino no hallaría dónde gastarlo. ¿Cuándo vuelven? El domingo. Van con cuidado. Cuiden a Nachito. Salimos de la ciudad y nos internamos en el valle. Todo era chacras, tunales, árboles. Nadie nos acompañaba. Blanca se iba los fines de semana con el tío Andrés a una feria. Ojalá que no nos perdamos. Desde que regresamos a Lima, nunca había vuelto a Chincho. ¡Tantos años ya! Mis padres habían muerto, también mis hermanos Anacleto y Teodora. Durante la guerra no se podía viajar. En agosto de 1980, estuvimos en Huanta y Jiljarajay, pero no llegamos a Chincho. La guerra había empezado tres meses atrás, pero no se notaba aún, era como un cáncer que empezaba a hacer estragos en silencio. Iba a volver a mi casa después de años. Íbamos bien pertrechados para la jornada: una Coca–Cola, dos botellas de agua, sobres de refresco, un kilo de azúcar, galletas, panes, un kilo de manzana, un kilo de pepino, un kilo de níspero ayacuchano, fósforos, mi cuchillo, también coca para mitigar el cansancio y cigarros Inka. Suficiente para alimentarnos un par de días. Al quiosco de la tía Susana llegaban tempranito los chinchinos a desayunar. Decían que habían salido a las cuatro de la mañana. ¿En cuántas horas llegaríamos nosotros? Nacho iba sobre mis hombros. Tenía cuatro años, qué iba a caminar mucho. Por lo menos llevaba quince kilos sobre las espaldas. Mamá llevaba un quipi con ropa usada. El río Cachi era nuestro primer objetivo. En el trayecto encontramos casitas quemadas, abandonadas, invadidas por la tuna y la malahierba. Hasta había una escuelita en las mismas lamentables condiciones. Para que enseñes, hijo. Reímos. Llevaba una copia de mi título de profesor. En Lima no encontraba trabajo. Quizá mi primo Néstor, alcalde de Chincho, podría ayudarme. Seguíamos andando. Ni un alma a la vista. El camino estaba regado de tunas. La tuna es como la malahierba: cae una penca al suelo y empieza a crecer, a dar fruto. Criando cochinilla podríamos hacer fortuna. Caminamos, caminamos. Ya era de día. Iba a ser un día de mucho sol, por lo visto. Caminamos, caminamos. Llegamos a la altura de Cangari. Allí naciste, hijo. Cuando estaba embarazada de ti, un puma vino a buscarte. Dicen que esos animales atacan a las gestantes, les abren la barriga y se comen el feto. Estábamos solas en la chacra tus hermanas y yo, tu padre había ido a Lima a cobrar una letra de la casa. Carolina me despertó: mamá, están tocando la puerta. Parecía que alguien quería entrar. Chocolate ladraba. ¿Juandi? Grrr. Puma, pensé. ¿Y ahora qué haremos? ¿Qué es, mamá? Shits, no hagas bulla. Carolina tenía cinco años; Mariana, tres. Las metí dentro de una tina y las puse debajo de la cama, protegiéndolas con sillas y los arados. Arrastré los baúles y la mesa para asegurar la puerta. El puma rugía con furia, arañaba la puerta. Chocolate le contestaba. Ojalá que no se le ocurra subirse al techo, pensé. El techo era de calamina, qué iba a resistir semejante peso. Busqué con qué defenderme. Estaba la escopeta de tu papá, pero no sabía cómo se disparaba. Hice una lanza con un palo largo y un cuchillo. También tenía el machete. Entra, desgraciado, y te atravieso como anticucho. Grrr, grrr, seguía el puma. Guag, guag, le contestaba Chocolate. Mamá, tengo miedo, lloriqueaba Carolina. Mariana dormía plácidamente. Shits, hijita. Ojalá que amanezca pronto, rogaba yo, sosteniendo mi lanza y el machete. Casi amanecía cuando cesaron los rugidos. Salí a ver: unas enormes huellas estaban grabadas en la tierra mojada. Las garras eran como cuchillas. ¡De la que nos salvamos! Menos mal que ese día llegó mi papá a visitarnos y después mandó a mi hermano Teófilo para que nos acompañara hasta que regresara tu padre. ¿Y ahora por cuál camino vamos? Estábamos en la intersección de tres caminos. El cerro donde estaba Chincho no se veía. ¡Tantos años sin andar por ahí! El camino se había borrado de mi memoria. Vimos venir a un gringo. Hay que preguntarle. ¿Y si es un pishtaco? Dicen que los sacagrasa son gringos. Busqué mi cuchillo con disimulo. El tipo venía despreocupado. ¿Cuál es el camino que lleva a Chincho, joven? Sigan por allí. Gracias. De nada. Suerte. Él se fue por el camino de la izquierda. Parecía hijo de los Rivero. Ellos nos arrendaron su chacra en Cangari. Era chiquito cuando lo dejamos. Continuamos. Cruzamos un arroyo, una cañada. Parecía uno de esos paisajes sacados de los cuentos de hadas. Empezamos a subir una cuesta. Este lugar es Cascabel. Más allacito está el cementerio. Allí está enterrada mi hermanita Antonia. Mi tía Antonia había muerto jovencita, le había chocado el abuelo. Hicimos un alto en el cementerio. A mi hermana la habíamos enterrado debajo de un guarango. El guarango estaba, pero de la tumba de mi tía no había la menor huella. El tiempo, el paso de los hombres y los animales habían borrado el montículo de tierra que señalaba su tumba. Mamá sollozó, hizo una oración. Algunas tumbas estaban con las cruces volteadas, partidas, caídas, con los nombres borrados por la lluvia, la helada, el sol. Había una tumba con un pequeño dibujo de una hoz y un martillo que las inclemencias del tiempo también habían estropeado. Sendero había estado en Cangari. Los enfrentamientos fueron feroces, contaba el tío Ponciano, marido de la tía Irma. Tumbas olvidadas, sin una sola flor. Así será después de nuestras muertes: pasarán cincuenta, sesenta, cien años y nos olvidarán. Había algunos Gastelú entre los difuntos. Quizá serían parientes nuestros. Reanudamos la marcha. Cruzamos Jello Jello. La tierra era amarilla como lo indicaba su nombre, seca, parecía un paisaje lunar. Allá está el río Cachi. ¡Al fin! A las siete de la mañana cruzamos la frontera entre Ayacucho y Huancavelica. Cruzamos el puente cuyos maderos alguna vez quemaron los senderistas. Los pilares aún conservaban las huellas del fuego. La primera etapa de nuestro trayecto estaba cumplida. Allí desayunamos mirando las cristalinas aguas del río Cachi. Ese mismo río lo cruzó alguna vez el abuelo Ignacio llevando sobre sus espaldas un fantasma. ¿Hace cuántos años ya de eso, papá? ¿Medio siglo quizá? Más, seguramente, cuando no existía ni un tronco sobre el lecho del río. Cuenta, abuelo. Me dirigía a Huanta, era una madrugada, me estaba acercando al río cuando vi que un hombre se acercaba y se alejaba de la orilla, se alejaba y se acercaba, como preguntándose ¿cruzar o no cruzar? Me llené de temor, pero continué caminando. Mi padre era valiente, ¡si hasta había agarrado la cabeza voladora de una bruja! El caudal estaba bajo, ¡fantasma!, pensé. Los fantasmas le tienen miedo al agua. Empuñé mi machete. El hombre me saludó con una voz gutural que hizo que se me pusieran los pelos de punta. ¿Podría ayudarme a cruzar al otro lado, por favor?, me dijo. Suba. Me encaramé en las espaldas del cristiano. No pesaba nada. Se metió al agua. Yo pensaba ahoritita me va a tragar. Dicen que los fantasmas se tragan a los cristianos para salvarse. Llegamos a la otra orilla, salté al suelo, le di las gracias al cristiano y continué mi camino. ¡Uff, la saqué barata! Ese mismo río lo había cruzado mi papá en mis sueños antes de morir: mi viejo iba de prisa, Julia, Griselda y yo íbamos detrás de él tratando de alcanzarlo, llegó al río, se quitó el pantalón y lo cruzó. Justo cuando mis hermanas y yo llegamos a la orilla, aumentó el caudal y ya no pudimos cruzar. El viejo seguía caminando de prisa. Un par de semanas después recibiste un telegrama donde te anunciaban que yo había muerto. Esta vez sí de verdad. Mi mamá había muerto años antes, en 1954, si no me equivoco. Mi padre en 1960. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Nos lavamos y continuamos nuestro camino. Ahora el paisaje era distinto: cactus secos, viejas y moribundas tunas esperando la lluvia para renacer. Parecía el lecho de un río seco. Caminamos, caminamos. Desde Huanta parecía tan cerca. Por esos mismos caminos andarían los senderistas. Caminos solitarios, alejados, poco frecuentados. Te emboscaban y nadie se daba cuenta. Por allí habrían andado las patrullas de sinchis y militares en busca de los tucos. A la derecha había una casita de adobes y paja. Allí vivía mama Bini. Alguien pasteaba cabras. Antiguamente los que íbamos o veníamos de Chincho hacíamos un alto allí para reponer fuerzas. Unos años antes de la verdadera muerte de mi padre, recibí un telegrama donde me decían que había fallecido. Camino a Chincho me detuve donde mama Bini a tomar un vaso de agua. Sacié mi sed y continué mi camino. Más allá me sentí mal. El agua me había chocado. Sentí que me moría. Si no es por unos paisanos que me encontraron en el camino, no iba a llegar vivo a Chincho. Mi padre no estaba muerto. Le pedí a tu primo que te escribiera ese telegrama para que te acordaras que tu viejo aún existía. El que casi mueres fuiste tú, hijo. La broma me iba a salir caro. A mama Bini los transeúntes solían preguntarle ¿maymi queso, mama Bini; maymi suero, mama Bini? Ahora ya no había ni suero ni queso. Nacho hizo la caca, la vieja orinó. Estábamos al pie del apu Qqasi. De nuevo teníamos el dilema de no saber por dónde ir. Ningún camino a la vista. Solo una trocha abierta por un tractor que moría unos cuantos metros arriba. Ninguna huella que nos indicara por dónde ir a Chincho sin perdernos. Acuérdate, vieja. Es que todo ha cambiado. Subiremos por aquí pues. Empezamos a subir buscando alguna huella humana. El sol empezaba a quemar con fuerza. Seguimos subiendo. ¿Y si nos perdemos y vamos a otro sitio? Por este cerro se va a Chincho, de eso no tengo dudas. Mira: allá viene una señora. Qué suerte. La esperamos. Allinllachu, mama. Allinlla. ¿Va para Chincho? Arí, mama. Nos acompañaremos entonces. Qué alivio. ¿Vienen de Lima? Sí, señora. ¿Qué familia son? Gastelú Palomino. ¿Usted es la hija de mama Felícitas? Sí. La mataron los terrucos, ¿no? Sí, esos ajarways. Había conocido a mi hermano Anacleto. Me preguntó por mis sobrinos. Le dije que Víctor había muerto hace años. Pobre Víctor, era tan bueno. Seguimos subiendo. Vimos venir a otra señora, una viejita. La esperamos. Ya éramos cinco rumbo a Chincho. Mamá les hablaba en quechua. Las señoras venían de Maynay. El domingo anterior había sido la feria del Señor de Maynay. Allí habíamos estado con mi hermana Susana y toda la familia tomando chicha de jora. Seguimos subiendo. Vimos venir a un joven. Nos alegramos. También iba a Chincho. Ya éramos seis. Soy Víctor Gastelú. Yo también soy Gastelú. Somos primos. Todos los Gastelú de Chincho y Chullayacu somos familia. Seguimos subiendo. El camino había sido borrado por la lluvia. A veces teníamos que abrir un paso con nuestros pies. Seguimos subiendo. Empezaron a sucederse los abismos, interminables, profundos. Una caída y sería el fin. Me llené de temor. ¿Y si nos volvemos a Huanta? Huanta estaba al frente. Huanta con sus techos de calamina reverberando al sol. Desde Huanta todo parecía tan cerquita, tan fácil. Quién iba a pensar que ese cerro era una montaña llena de abismos. Seguimos subiendo. Teníamos que seguir. Sí, Sendero había estado en Chincho. Había matado, destruido, quemado, en esos abismos había arrojado a sus víctimas, los había hecho caminar descalzos sobre las pencas de tuna antes de matarlos. Solo habían dejado destrucción y muerte a su paso esos ajarways. El sol quemaba con furia. Seguimos subiendo. Yo iba feliz sobre los hombros de mi tío Titala. Mi tío se sacó los pasadores y ató mi brazo al suyo por seguridad. Bajo la sombra de unos añosos sauces hicimos un alto. Esos sauces eran de mi época. ¿Agüita? Un poco de gaseosa para todos. Coman galleta, fruta. La viejita nos invitó papa sancochada que conservaba caliente en un atado. Gracias, señora. Sigamos. Iba disminuyendo el peso de la mochila, pero a medida que íbamos subiendo yo sentía que todo se me hacía más pesado. No iba a ser fácil llegar a Chincho. Esos abismos daban vértigo, miedo. Miedo de resbalar, de caer, de rodar hacia el final. La vieja estaba colorada, sudorosa, pero seguía caminando, no se quejaba. Yo siempre he sido fuerte. De niña he caminado harto con mi tío Antonio Palomino haciendo trueque. El tío Titala dio un mal paso y empezó a cojear del pie izquierdo. Me conseguí un palo seco para utilizarlo como bastón. ¿Puedes caminar un poquito, Nachito? Nachito no quería bajar de mis hombros. ¿Lo llevo, primo? Que te cargue tu tío Víctor. No, tío Titala. Me duele el pie. Camina un poquito, por favor. Nada. ¡Camina, carajo! El tío Titala me metió un palazo. Mi bastón se rompió. Lloré. El tío Titala también lloró. Camina un poquito, por favor, Nachito, sino no vamos a llegar a Chincho. Te cargo, Nachito. Me monté en los hombros del tío Víctor. Me estaba arrepintiendo de haberle dicho a la vieja quiero conocer Chincho. Mejor nos hubiéramos quedado en Huanta. ¿Ir y venir cada mes de Chincho a Huanta a cobrar mi sueldo por este camino? Víctor me pidió mi mochila. Igual me seguía doliendo la rodilla. La viejita me leyó la coca: le ha dado veta, no llegará a Chincho, pronosticó. ¿Me iba a morir en el camino? El viejo había llegado una vez a Chincho medio muerto, ¿por qué yo no? Yo había caminado por los cerros de La Realidad con Viejo, Pelusa y Lube cuando éramos niños y este cerro no me iba a vencer por más abismos que tuviera. Sigamos. El cerro se partía en dos. El abismo era interminable. Saltemos, es solo un paso. Un mal paso y, adiós. Salté. La vieja saltó. Seguimos subiendo. Allá está la punta. ¡Al fin! Llegando allí se ve Chincho. Nos apuramos. A las tres y dieciocho de la tarde coronamos la cima desde el cual se veía Chincho. Allí estaba mi pueblo. Los ojos se me empañaron. Hace décadas que la había visto por última vez. Siempre había querido volver y no había podido hacerlo. Ahora estábamos a unos cuantos pasos de ella. Ahora el camino era en bajada. Nos apuramos. Las señoras se adelantaron. Le dicen a Néstor que su tía María viene en camino. Una hora después ingresamos a Chullayacu, un pueblito a un paso de Chincho. Estaban haciendo una reunión en una casa a un lado del camino. Nos llamaron. ¿Vienen de Lima? Sí. Sírvanse sopita caliente. Para ese pie, nada como un traguito. Muchas gracias. ¿Qué familia son? Gastelú Palomino. En Chullayacu también había Gastelú. Nos atendieron bien. Dos años después pediría un poco de agua caliente a esa misma señora. Fue en julio cuando fuimos con mi marido y mi nieto Lala a la fiesta de la Virgen del Carmen. Ni sabíamos que era nuestro último viaje a nuestro pueblo. Esa vez fuimos por Huanchuy. Flora estaba en Chincho. Bajó con los burros y se llevó todas las cosas incluyendo la comida y el agua. No teníamos nada para llevarnos a la boca. Empezó a llover. Mi marido y Lala casi se mueren. Mi mujer era fuerte. Ella nos decía apúrate, camina, Juandi. La próxima hay que traerle algo a esa señora. No hubo próxima vez. Esa fue nuestra despedida de Chincho. Con los estómagos llenos hicimos el tramo final, esta vez por tierra firme. Apenas había cambiado en tantos años de ausencia. Esa es la casa de tu papá. Era una de las primeras casas entrando al pueblo. Tenía la puerta clausurada con espinas. Allí viví hasta que me llevaron a Huanta después que le saqué la mugre al hijo de la profesora. Por allá está mi casa, mamá señaló al cerro del frente. Mañana lo vamos a ver. Por allá estaba la casa de tu tío Anacleto. Llegamos a casa del tío Porfirio. Allí nos alojamos. Arol y Nacho se acostaron mientras yo me quedaba conversando con mi cuñado. Al día siguiente, miércoles veintisiete de setiembre, recorrimos nuestro pueblo. Fuimos a la casa donde había vivido. Solo estaban los restos de los cimientos. Lloré recordando a mi mamá. Allí estaba mi cocina, la vieja señaló un rincón, allí dormíamos, por allí teníamos otra puerta para bajar al pozo a traer agua. Allí había un molle, hacíamos chicha con sus semillas. Habían abierto por mitad de tu chacra un camino hacia Villoc. Voy a reclamarle a Néstor. ¿Quién se habrá llevado las cosas de mi mamá? Sus ollas, sus platos. Hasta sus tejas se habían llevado. Saquearon todo cuando se enteraron que me habían matado los terrucos. Ni las cosas de los muertos respetan. Así era en tiempos de esos ajarways. A ver si hacemos que siembren a medias en la chacra. Fuimos donde Félix Escobar, el primo de la vieja. El tío Porfirio nos dijo que su señora era huesera. ¡Primo! ¡Prima María! Mi primo había sobrevivido a la guerra. Su señora me revisó el pie. Solo había pisado mal. Me masajeó con un ungüento. El tío tenía un ciervo gris que había capturado hace poco. Recordamos a Anacleto, a mamacha. Le regalé un saco que había llevado. Nos despedimos. Era para siempre esa despedida. Un par de años después moriría él, luego le seguiría yo. Vamos al cementerio a buscar a mi papá. El cementerio estaba en las afueras de Chincho. En un rinconcito, junto a la pirca, estoy enterrado yo, Julián Palomino, muerto el siete de abril de 1973, diez años antes que los senderistas llegaran a mi pueblo. Primera vez que vienes a visitarme, hija. No se podía por culpa de los terrucos, papá. Esos ajarways. Lloré recordando a mi padre. La próxima vez hay que traerle flores. ¿Dónde estarán enterrados el abuelo Ignacio y la abuela Isidora? Ni huellas de mis abuelos paternos. Néstor debe saber, hay que preguntarle. Había tumbas sin nombre. En los cementerios siempre hay tumbas sin nombre. Tumbas olvidadas para siempre. Chau, papá, otro día volvemos. Chau, hija. Gracias por haber venido a visitarme. Recorrimos el pueblo. Allí estaba el local municipal que Sendero quemó. Lo habían construido por gestiones de mi padre cuando era representante de los chinchinos residentes en la capital. Allí estaba la antigua escuelita. Los militares la habían convertido en base antisubversiva. Esa es la casa que tu tío Anacleto compró, la vieja señaló una casa a un lado del local municipal, no tenía puerta, la utilizaban como baño. ¡Si el tío la viera! Había tantas casas vacías en el pueblo. Antes, cuando yo era chica, había bastantes habitantes, señores principales. Casi todos se han ido por culpa de los senderistas. Vamos a ver la casa de tu papá. Fuimos a la casa de mi abuelo Ignacio. Allí vivió tu abuelo cuando tenía tu edad, Nachito. Miramos al interior: las paredes estaban llenas de hollín. ¿Hace cuántos años que nadie vivía allí? Uff, un montón de tiempo. Aunque los que los habitamos alguna vez seguimos allí para siempre. Todo lo que sucedió seguirá sucediendo hasta el fin de los tiempos. Vamos a ver el pozo donde sacábamos agua. Lejitos era desde tu casa. La vida no era tan fácil en Chincho. Allí estaba el mismo pozo donde los viejos sacaban agua cuando eran niños. Para los muertos el tiempo es como el agua del pozo: permanente. Vamos donde tu tía Julia. La tía Julia, hermana menor del viejo y mamá de Néstor, nos recibió bien. Allí almorzamos. Menos mal que los terrucos ya no vienen por aquí desde que armamos las rondas campesinas. En la noche fuimos a buscar a Néstor. No hay plaza para profesor de secundaria, primo. El colegio de aquí es de primaria nomás, apenas hay dos salones. Tendrías que ir a Julcamarca o Lircay. Chincho recién se está repoblando. Llegó un día en que solo era un pueblo de viudas, ancianos y niños. Cuánta gente había muerto durante la guerra. Los terrucos mataron a nuestros maridos, a nuestros hijos, a nuestros hermanos. Aunque sea sacaré mi partida de nacimiento, por gusto no hemos venido. ¿Sabes escribir a máquina, primo? Claro. Busqué en unos viejos libros y allí estaba mi partida. También vi la partida de nacimiento de mi prima Eva. Estaba escribiendo cuando entraron los ronderos armados con sus escopetas. Nos asustamos. Había un tipo alto y pelucón como Túpac Amaru. ¿Quién les dio autorización para entrar al municipio? Somos familiares de Néstor. Estoy sacando mi partida de nacimiento. Ah, ya. Arol terminó de escribir su partida y regresamos a la casa de mi cuñado Porfirio. Tengo miedo, tío Titala. La oscuridad parecía una taza de café. Nos perdimos. Llegamos casi a la salida del pueblo. Regresemos donde Néstor para que nos indique la casa de tu tío. Menos mal que al regreso pudimos encontrar la casa del tío Porfirio. Segunda noche que dormimos en Chincho. Al día siguiente, jueves veintiocho de setiembre, muchos años después de la muerte de Juan Ignacio, yo no lo sabía y la vieja ni lo recordaba, emprendimos el retorno a Huanta. El tío Porfirio tenía que viajar a Lima. ¿Con quién íbamos a regresar? Dicen que había pishtacos. Un hombre había desaparecido hace poco. Es peligroso que anden solos. A las seis de la mañana salimos del pueblo. Una hora después ya estábamos en la punta. Con mi cuchillo escribí mi nombre en una cabuya. Adiós, Chincho, algún día volveremos. Volví un año después, solo, por un día nomás. La bajada fue más fácil. Fuimos por el llamado camino de los animales, un camino ancho. Si por allí hubiéramos venido, no habría sentido tanto pavor. A las nueve de la mañana ya estábamos cruzando el puente sobre el río Cachi. Aparte del tío, íbamos con Zenón Campana Auris, quien llevaba botellas vacías de la gaseosa Panchito. Tenía su tienda. Un año después fuiste a buscarme a mi casa y mi mamá te dijo que había muerto en un accidente camino a Huancayo. Descansa en paz, amigo. Zenón conocía a los Palomino Chacón, había pasteado cabras con Eva. No creía que la prima ahora andaba con taco y pintada como un payaso. El tío Porfirio siguió a pie a Huanta llevando su burro, nosotros fuimos por Cangari para cortar camino. Pero el camino era feo, todo monte, inundado, lleno de mosquitos. Menos mal que mi mochila estaba casi vacía y a veces la vieja me ayudaba a cargar a Nachito en su manta. Allí naciste. La vieja señaló una casita de adobe. Allí habíamos ido a parar por culpa de unas brujas. A esa casa quiso entrar una noche un puma.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El otro amor de Diana Abril


de Alonso Cueto, sin duda, uno de los herederos de Mario Vargas Llosa. Este libro está conformado por tres novelas breves, la última la más breve de todos.

El otro amor de Diana Abril: Verónica Torres, redactora de una revista que se va yendo a la quiebra, escribe una novelita en los momentos que tiene libre. Poco a poco la ficción va ocupando sus pensamientos, su vida, hasta confundir la realidad y la ficción. La protagonista de su novela es Diana Abril -Diana por la diosa cazadora y Abril por ser abril el mes más triste del año-, una chica de la alta sociedad que tiene lo que Verónica nunca tendrá: belleza, clase, un amor que, después de un sin fin de problemas, tiene un final feliz.

Esta novela me recuerda a "El inquilino", una novela sobre un inquilino que escribe una novela opuesta al mundo en el que vive. Leerla me ha devuelto las ganas de retomarla y concluirla.

Dalia y los perros: Un tipo que trabaja como publicista es secuestrado por Dalia, una mujer que cría muchos perros. Después de varios intentos fallidos de fuga, es puesto en libertad. Dalia desaparece, pero el hombre siempre pasa frente a la casa donde estuvo encerrado.

Lágrimas artificiales: Un hombre pierde a su esposa. La pérdida hace que la añore, que recuerde los momentos que vivieron. Interesantes reflexiones sobre la muerte, la ausencia de los seres que amamos.

En conclusión, este es un buen libro de Alonso Cueto que merece ser leído, un libro al que volveré más temprano que tarde. Todavía me falta leer unos libros más de Alonso Cueto que compré en la pasada feria del libro. Me salió barato porque estaban en oferta. Algún día escribiré un ensayo sobre la narrativa de este buen narrador peruano.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Primavera

Y llegó la primavera. Cociné en la mañana para mis sobrinos, y para mí mismo, hoy hice un arroz con pollo a mi manera, ya saben que para inventando platos, ni la papa frita de un día es igual al de otro día, que me salió rico, ah, pero terminé cansado, iba a ir al Centro a comprar tinta para imprimir "La piscina", que lo tengo que tener listo a lo mucho para el lunes en la mañana, pero me dio pereza, y sueño, y me metí a mi camita y desperté dos horas después, así que dije mejor voy mañana después de la actuación, no sé por qué ya no me dan ganas de andar hasta muy tarde en la calle, debe ser que con los años uno aprende a cuidarse más.
Desperté y le ayudé a Diego a hacer unas traducciones de otros idiomas ayudados por internet, me puse a darle una lectura final a "La piscina" y aquí estoy, a punto de cerrar la noche. Ah, bueno, chateé un ratito con una amiga huancaína, hace días que no conversaba con nadie, ando con el tiempo ajustado, después de "La piscina" vuelvo a "Lima-Aruba-Ámsterdam" y se supone que a terminar "Animal nocturno" que ya está en el penúltimo capítulo pero hace días que no hago ni una línea, parece que me da penita terminar el primer borrador.
Ahora sí a dormir.
Faltan diez días para las elecciones y creo que votaré en blanco, o no iré a votar como no fui para el gremio. Esto de las elecciones y los políticos me llegan a las pelotas.

martes, 21 de septiembre de 2010

Los vampiros de La Realidad


Los primeros habitantes llegaron a La Realidad huyendo de la ocupación del ejército chileno. Entonces la distancia entre el valle y la capital era enorme, había que cruzar un enmarañado monte infestado de fieras y un caudaloso río. ¡Quién se iba a imaginar que un siglo y medio después todo se llenaría de cemento e hidroeléctricas! Irónicamente, estas están ahora en manos de nuestros antiguos enemigos. Entre ese grupo de personas estuvieron los Helder; nadie sabía de dónde habían salido, pero destacaban por su belleza física, gente de tez blanca, ojos claros y cabellos rubios y su hablar extraño, una mezcla de español y un idioma desconocido. Eran cuatro: papá, mamá y una niña y un niño. Desde un comienzo, esta familia se comportó de una manera extraña: buscaron para habitar un lugar aislado y alejado, casi nunca se les veía en el pueblo. Un día ocurrió un crimen en las afueras del pueblo, camino a la estancia de los Helder: José, un chico que presumía de sostener amoríos con Marianne Helder, fue hallado muerto con orificios en el cuello y sin una gota de sangre. ¿Qué animal habría hecho eso? A esa muerte siguieron otras, y otras. Había que hallar un culpable, y todas las miradas apuntaron a esa familia tan extraña. Son brujos, dijo alguien. Practican el incesto, añadió otro, por eso papá Helder ha matado al amante de su hija. Son vampiros, dijo uno que había estado alguna vez en Europa y escuchado la leyenda del Empalador de Transilvania, ¿acaso se les ve de día?, ¿y ese idioma con el que se comunican entre ellos? Alguien aseguró haber visto a papá Helder merodeando el pueblo a altas horas de la noche. La chusma, enardecida, decidió hacer “justicia” con sus propias manos y acabar con los que estaban cometiendo esos crímenes. Los cuatro Helder fueron muertos con una estaca clavada en sus corazones. Fueron enterrados en el patio de su casa. Unos años después, cuando la peste arrasó con casi toda la población de La Realidad, los muertos fueron enterrados al lado de los supuestos vampiros. El lugar se convirtió en el cementerio oficial. Con el tiempo, alguien construyó un mausoleo para los cuatro en la parte más alejada del cementerio. Cuando éramos niños y había algún muerto en el pueblo, solíamos acompañar al cortejo y siempre íbamos a ver la tumba de los “vampiros”. Pero un día dejé de ir, murieron amigos, vecinos, y nunca iba, hasta que murió mamá. Cuando cumplió un año, fui con un amigo y allí nos agarró la noche bebiendo. Entonces recordé a los vampiros cuya historia pobló mi niñez de terror. Fuimos a buscar el mausoleo. Allí estaba, carcomida por el paso de los años y la malahierba. ¿Sería cierto que los mataron ensartándoles estacas en el corazón? No sin esfuerzo, utilizando un fierro como palanca, abrimos la cripta y descendimos hacia las profundidades después de espantar a una bandada de murciélagos. Allí estaban los cuatro, intactos a pesar del paso del tiempo. Marianne Helder parecía una princesa dormida con el rostro hermoso, puro, las pestañas largas, los labios rojos, la piel lozana y los cabellos largos y rubios. Los lamparones de sangre aun parecían frescos en el vestido blanco como de novia que tenía por mortaja. Antes de cerrar el ataúd, no resistí la tentación de acariciarle el rostro. Así lo hice. Siempre había leído que los vampiros tenían la piel fría como la de los muertos, pero el rostro de la chica estaba suave y tibio, podía sentir en la punta de los dedos el fluir vigoroso de la sangre. Puse la tapa en su lugar y abandonamos el camposanto.
Hace poco fue hallado un muerto con unos orificios en el cuello. La gente del pueblo empieza a hablar otra vez de los Helder.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Lunes

Ando recuperándome de la "bomba" que me metí anoche con el chino Méndez, que se acordó de mí después de un buen tiempo.
En mi cole empezó la Semana Técnica, una festividad que este año... no sé, no me gusta.
Falta poco para las elecciones municipales y la candidata socialista está adelante en las encuentas y la representante de la derecha lo único que hace es atacarla.
Estoy a punto de concluír el primer manuscrito de "Animal nocturno". Hoy terminé el tercer capítulo de "Agonía". También ando corrigiendo mis cuentos para armar un libro para un concurso en España.
Se me ocurrió escribir un libro de cuentos que se llamará "Perra y otros cuentos". Espero desarrollar bien la idea y ponerme a trabajar en ese libro lo más pronto posible.
El cartelito que mi hermana puso en su puerta sí es bien feo. "Cadena perpetua" queda corto ante tanta muestra de odio, de desprecio. Hay algunas personas que, entre más viejas, son más estúpidas. Yo trato de ser más tolerante, más solidario con los demás, pero otras personas nada. En fin, el tiempo nos juzgará.
¿Qué más? Me voy a dormir, son las 11:32 y ando cansado.

domingo, 19 de septiembre de 2010

sábado, 18 de septiembre de 2010

Ama de casa

Parezco. Hoy cociné, como todos los jueves y sábados, para mis sobrinos. Cada vez me salen más ricos los platos. Hoy preparé por primera vez arroz con leche, wao, me salió rico, terminé con la panza a punto de reventar. Los chicos hasta se yaparon y me dijeron cocinas rico, tío. Al menos no me moriré de hambre cuando esté viejo y los sobrinos crezcan y tengan sus mujeres y se vayan. Mi padre también cocinaba. Yo recuerdo la tonelada de frijoles que nos servía coronada por un cerro de ensalada cuando trabajaba en Huachipa y lo íbamos a visitar los fines de semana o cuando pasábamos las vacaciones con él.

El arte de la resurrección


de Hernán Rivera Letelier, Premio Alfaguara 2010. Un Cristo, proveniente de Elqui, vaga por los pueblos de Chile llevando el mensaje de Dios, y buscando a Magalena Mercado, una meretriz muy pía, quien rechazará acompañar a nuestro héroe porque tiene su propia misión en la Tierra. El Cristo de nuestra historia es ni más ni menos como nosotros, tiene hambre, duerme, se tira unos pedos descomunales después de zamparse un buen plato de porotos, tira como cualquier ser humano. Interesante esta novela, aunque las primeras páginas se me hicieron pesadas e incluso la dejé para leer otros libros que cayeron en mis manos.

Y hablando de premios, por ahí leí que hay premio y premios. Y es cierto eso, ganar un premio no necesariamente significa el reconocimiento, la fama, la consagración, pero depende de cuál sea el objetivo de uno, si hacer una carrera literaria o pasarla piola, lo cual es mi caso, creo, porque nunca busqué nada más allá que contar las cosas que me pasaban, que imaginaba, que soñaba, y por allí vi que había concursos y leí las obras de los ganadores, si las publicaban, y me dije yo también puedo escribir así, y empecé a participar y las victorias se fueron sucediendo y hasta ahora he ganado más concursos que publicado libros, pero no me desespero, no sueño con vivir de la escritura, felizmente tengo mi trabajo y escribir es un pasatiempo, ¿qué podría hacer entonces?: ¿trabajar en otro lugar más?, ¿ponerme a cocinar en las mañanas para mis sobrinos?, ¿llegar del trabajo y ponerme a ver televisión?, ¿salir a chupar con mis amigos?, ¿dedicarme a asesorar tesis?, ¿ofrecerme como corrector?

Ganar un premio es bonito, los que gozan más son mis sobrinos, se alegran de tener un tío "inteligente". Yo disfruto porque cuando veo la lista de ganadores no veo los nombres de esos amigos con quienes compartía sueños, proyectos, incluso éramos rivales, y se quedaron en nada o publicaron un par de cosas con su dinero. He publicado un par de libros, además he sido incluído en un par de antologías, incluso en España, y no he gastado un solo centavo, aparte de la hora en internet. Si eso está bien o mal, no lo sé.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Día con sol

Tanto quería el solcito, que salió el sol y me calenté un poquito. Es que soy un hombre friolento. Por mí me puedo pasar horas y horas bajo el sol como una lagartija y sería el hombre, o la lagartija, más féliz del mundo. Que me dará cáncer a la piel, ¿y?, de todas maneras me voy a morir un día, y no esperaré que llegue la Parca, yo iré al encuentro de esa cabrona y le diré aquí estoy, aquí me tienes, ya no me esperes, perra, te quería conocer. Y nos veremos las caras por toda la eternidad.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Los días

pasan de prisa, mañana ya es viernes, después sábado y domingo y de nuevo lunes, y los chicos que van creciendo, cada vez más grandes, Nacho más inquieto que Diego, a Diego dándole la idea de ser escritor, de estudiar literatura, ¿y por qué no si es un chico super inteligente?, aunque, claro, no se necesita ser un genio para escribir, solo tener las ganas, y trabajar bastante, ser terco, insistir. La escritura es como una mujer esquiva: insistes y al final cae y vienen los triunfos literarios, los libros, los viajes, conocer otros lugares, otras personas, y la vida sigue pasando.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Bribones

¿Qué hace que una persona aparentemente decente termine convertido en bribón? Pedir un préstamo y no pagarlo es una canallada. Eludir a la persona a la que debes es una bajeza. Las personas no son estúpidas, y el dinero no se regala, cada uno se lo gana con su trabajo, o con malas artes, pero de allí a pedirle un préstamo a un amigo y luego no honrar tu deuda es una bajeza sin nombre. Y encima venir a pedir que le garantices ante el banco. Qué desgraciado.

martes, 14 de septiembre de 2010

De todo un poco

Frío: Hoy y ayer ha hecho un frío de la san puta por estos lares, así que ando súper abrigado. Cómo añoro el sol de Huancayo y Ayacucho.
Nuevo gabinete ministerial: La política me llega a las pelotas, pero es bueno saber que nuestro gran Mario Vargas Llosa le dio el tiro de gracia al gabinete Velásquez Quesquén y a ese nefasto ministro, ahora ex, Rafael Rey, un tipo que se arrastra por el poder y es capaz de venderse al diablo por asegurar su futuro en la política pero esta vez sus sucios cálculos le fallaron y el tiro le salió por el rabo. Jaque a Rey.
Susana: Ante el avance incontenible de esta socialista, los poderosos se rasgan las vestiduras ante la inminente derrota de su candidata, la señorita Lourdes Flores Nano que trata a los electores como si fueramos estúpidos que no nos damos cuenta que su candidatura no solo está financiada por los grandes empresarios, sino también por los tentáculos del narcotráfico.
"Animal nocturno": Ya casi termino el primer manuscrito de esta novela que espero me dé mayores satisfacciones que las otras.
"Agonía": Allí estoy, escribiendo a paso lento pero seguro esta novela con la que pienso competir en el Premio Horacio 2011. Tengo que ganar alguna vez el primer lugar y llevarme mi segunda estatuilla. Después la de poesía. Algún día pienso ganar todas las estatuillas del Premio Horacio. No desperdiciaré 25 años de mi vida en el magisterio como si pasara por el aire.
Cuentos: Ando armando el libro de cuentos para un concurso en España, ya casi tengo el título, pero aún le estoy dando vueltas, las últimas, en mi cabeza. Esta semana es la última corrección y ya, la otra semana armo el libro.
¿Qué más? Terminé de leer "El arte de la resurrección" y ahora estoy leyendo "El otro amor de Diana Abril". Mañana haré un comentario de la primera. Excelentes novelas ambas, una buena inversión.
Hora de dormir.

domingo, 12 de septiembre de 2010

La caída del monstruo

Han pasado 18 años desde que Abimael Guzmán, conocido como el Presidente Gonzalo, fue capturado por la policía antiterrorista. El cabrón no fue capaz de defender su libertad con una pistola, al contrario, menos de un año después claudicaría después de haber lanzado una arenga llamando a sus huestes a proseguir la guerra, una cruenta guerra que costó miles de muertos, más que todos los muertos que la guerra con Chile. Pero la guerra no continuó, en los Andes, los terroristas fueron derrotados por los Comités de Autodefensa con el apoyo del Ejército. A pesar que los militares cometieron muchos excesos durante su campaña antisubversiva, el campesinado se alió con ellos porque sabían que sin armas ni entrenamiento militar iban a poder derrotar a la banda maoísta que como única política tenía el exterminio. Han pasado 18 años desde entonces, muchas heridas siguen abiertas, muchos todavía buscan la impunidad, hay crímenes sin sancionar. Esperamos que algún día todos los que tengan que ser juzgados lo sean entonces el país podrá vivir en paz porque, pese a todo, los subversivos se levantaron en armas teniendo como argumento la enorme desigualdad que había en el campo con respecto a la ciudad, desigualdad que aún persiste, no con la magnitud de los años 80, pero desigualdad al fin.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La carretera


Basada en la novela de Corman Mc Carthy. Un hombre trata de llegar al mar con su hijo. Un mundo desolado. Los recuerdos de una mujer que se fue. Los pocos sobrevivientes que tratan de salvar su pellejo a costa de los otros. Una única bala en la pistola para el momento final. ¿Hay vida en tanta desolación? El mar por fin, el padre que muere, el hijo que toma su lugar. El encuentro con otra familia. Una niña. El futuro quizá sea diferente.

viernes, 10 de septiembre de 2010

150 hojas

Llegué a la página 150 del primer manuscrito de "Animal nocturno" después de cinco meses de trabajo diario. Me faltan treinta hojas para terminar este cuaderno a4 donde escribo a mano. En las vacaciones haré un segundo manuscrito que será casi la versión final con todas las correcciones que he venido haciendo mientras escribía esta primera versión. Después, cuando esté seguro que esa versión sea la novela, la tipearé, sino, haré otro manuscrito. Tiene que estar casi perfecta para empezar a tipearla. Menos mal que desde que la empecé a escribir sabía que era un proyecto de largo aliento porque hasta ahora a mis novelas les falta "algo" porque las mando a concursos y obtengo una mención de honor, o soy finalista o gano un segundo lugar y con "Animal nocturno" o "Depredador nocturno" -lo de nocturno estará de todas maneras en el título- quiero llegar lejos. Mínimo tendrá 250 páginas a espacio y media para mandarla a los concursos que organiza Irreverentes, también para mandarla el Premio Planeta-Casadeamérica y al Premio Copé, ya es hora de chuntarla con un premio grande.
Pero escribir también agota, hoy llegué trapo de la chamba, cené, dije voy a descansar un poquito, y me quedé dormido dos horas, y eso que en el trabajo no hago mucho, pero igual termino molido. Debe ser que ando escribiendo como loco, aparte de "Animal..." vengo escribiendo, también en manuscrito. "Agonía" y ando corrigiendo mis cuentos para armar un libro y mandarlo a un concurso. Así que el cerebro se cansa, el cerebro no, el cuerpo más bien, porque mientras pegaba una pestañeada, el cerebro seguía imaginando escenas, escribiendo diálogos, reescribiendo la historia, planificando los cambios para el siguiente manuscrito, imaginando escenas para "Cartas para un ángel desde Yanamayo".
Creo que debo tomarme unas vacaciones más largas, o dormir una semana entera.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cartas a un ángel desde Yanamayo

Mientras escuchaba "Pase lo que pase", una vieja canción del dúo Pimpinela, se me ocurrió que podría escribir una novela con un argumento parecido al que se vive en la canción, que dería algo así como la continuación de "Cadena perpetua". Vamos a ver cómo la trabaja mi cerebro más adelante.

Sasachakuy tiempo, Memoria y pervivencia


La guerra interna que vivimos empezó en mayo de 1980. Un mes después, yo cumplí doce años. En 1984 llegó a la casa un hermano menor de mamá, quien luego sería ejecutado por el Partido. Yo tenía entonces dieciséis años. Vi llorar a mi madre, pero todavía entonces lo que sucedía en Ayacucho, centro de la guerra, era algo lejano. Y fue lejano pese a las sucesivas muertes de muchos de mis familiares, incluso el de un sobrino de mi padre que marchó a Ayacucho, cayó herido, escapó de la prisión y luego fue muerto en un enfrentamiento. Antes de partir a la guerra, vino a despedirse de mi padre. Yo era chico, y esa guerra no me importaba. Y no me importó durante mucho tiempo en que, incluso, padecí las consecuencias de esa guerra: apagones, paros armados, detención de vecinos acusados de terrorismo. Recién años después, cuando mi madre murió, sentí interés por esa guerra, por saber por qué se había originado, por conocer un poco más de sus actores. ¿Y qué me quedaba? Leer, nada más, y recobrar lo poco que mi memoria guardaba de lo que contaba mi tío, del dolor que veía en mi madre. Ocho años después del fin de la guerra pude conocer Ayacucho, donde yo había nacido. Y pude conocer la tumba de la guerrillera Edith Lagos, la cárcel donde estuvo recluída.

He leído una buena cantidad de textos que hablan sobre esos hechos, desde ensayos, estudios, hasta novelas.

"Sasachakuy tiempo...", de Mark R. Cox, es una recopilación de ensayos, la mayor parte breves, e introducciones de libros que tratan sobre el tema de la violencia política. En muchos de estos textos se hace un estudio, un análisis de las obras de ciertos autores "burgueses", entre ellos Vargas Llosa, que han ficcionado estos acontecimientos. La verdad, algunos son risibles pues se fijan si los policías usaban metralletas a ametralladoras, si los helicópteros pueden volar para atrás, etc., en otras palabras, un análisis tonto, irrelevante sin rescatar los valiosos aportes de obras como "La hora azul" y "Abril rojo", novelas que han sido galardonados con premios "serios" como el Herralde y el Alfaguara. No creo que a los jurados de estos concursos, también escritores, les importe si la policía nacional se llamaba antes Guardia Civil o los sinchis eran un cuerpo antisubversivo del ejército o si en la sierra la gente hablaba castellano o no. La pregunta es ¿si estos críticos, algunos también escritores, tienen las herramientas y los conocimientos, por qué no se ponen a escribir la Gran Novela sobre la guerra en lugar de estar riéndose, disque esos libros los han hecho matarse de la risa, tontamente?

Por otro lado, del lado de la gente del Partido, también piden que se cuente lo más verídicamente sobre lo que sucedió en la década de los ochenta y se ponen a criticar a esos autores que exageran sobre lo que pasó. Lo que quieren es que maquillen, callen, oculten esas matanzas indiscriminadas de los terrucos que a la larga fue la razón por la que el pueblo les dio la espalda y al final fueran derrotados por el Estado.

Finalmente, cada uno escribirá la historia desde su punto de vista personal, así como sucede con la Guerra Civil Española y otros conflictos que han ensangrentado a la humanidad.

Bien este libro, obsequio del editor de Pasacalle, aunque tiene algunas carencias pues no hay estudios sobre obras como "Rosa Cuchillo" de Óscar Colchado Lucio, una de las mejores novelas que se han escrito sobre el tema, ni sobre "Un lugar llamado Oreja de perro", de Iván Thays que, a mí, particularmente me gustó.

En líneas generales, un buen libro que leí con deleite y que volveré a leer de todas maneras.

Diabólica tentación


Megan Fox es sacrificada al demonio por un grupo musical de medio pelo. Como la chica no está pito, por ningún lado, según sus propias palabras, el sacrificio se va a la mierda y Megan se convierte en una come tripa. Esta chica necesita películas más creibles donde la gente no solo espera verle el culo o las tetas, sino también su buena performance como actriz. Mi sobrino Nacho anda medio enamorado de ella, me gusta esa zorra, dice, por eso compré esta peli. También actúa en Transformes, pero no la he visto. Pero al menos no es aburrida. Buena escena la del beso lésbico con su mejor amiga.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

QUIERO TUS OJOS: FEDORA A TODO COLOR!!!

QUIERO TUS OJOS: FEDORA A TODO COLOR!!!

Titulares y suplentes


...el equipo ideal de la Región Centro. Así de largo es el título de este volumen de cuentos de autores de Huancayo y Huancavelica. Con excepción de algunos, que de lejos son los titulares, los demás parecen esos jugadores que cada domingo se juegan su pichanguita en la losa deportiva del barrio, o en la vereda nomás. Faltan trabajar los cuentos, corregirlos, pulirlos. Les falta mucha lectura a muchos de estos jugadores. Escribir cualquier mamarracho es sencillo, muchos lo hacen, pero escribir un cuento redondo, perfecto, donde nada sobre y nada falte, no es tarea fácil. Pero para aprender están los grandes maestros del género, empezando por casa: Ribeyro, lectura imprescindible para todo aquel que aspira a escribir un buen cuento. También los primeros cuentos de Bryce Echenique, ese de "Con Jimmy en Paracas" o "El descubrimiento de América". Después están Cortázar, Borges, recomendable, tiene unos cuentos breves y bellos en "El libro de arena". Y claro, Poe, Maupassant, y Chéjov. No solo para aprender a escribir, sino para superarlos.
Quizá la falta de librerías en la zona haga difícil el acceso a buenos libros, pero para eso está Google: he encontrado algunas joyas en el buscador, así que a darse su tiempito y seguir calentando para que este equipo clasifique al próximo mundial.

Y otra cosa: nunca he visto un libro tan lleno de faltas ortográficas, signos de puntuación. Parece que el entrenador, o el utilero de este equipo no se tomó la molestia de darle una leída a los trabajos de sus pupilos. Hay que leer Coquito, volver a la primaria.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Agonía

Terminé el segundo capítulo de "Agonía", la historia de mi padre. Tal como me lo propuse, escribí diez hojas a mano, la misma cantidad que el primer capítulo. Cada capítulo constará de diez hojas. Serán once capítulos. En este, se unirán las dos voces que cuentan la historia. Y final. Espero terminar el primer manuscrito para fin de año y empezar a corregirlo desde inicios del siguiente año y tenerlo listo para el Premio Horacio 2011.

Cadena perpetua (capítulos finales)


El 17 de mayo de 1980, la bestia despertó de su letargo y dio su primer zarpazo: quemó las ánforas electorales en Chuschi, un alejado pueblito de Ayacucho. Era la víspera de las elecciones presidenciales para dar paso a la democracia después de doce años de dictadura militar. Ese primer ataque de la bestia pasó casi desapercibido. Las elecciones las ganó Belaunde, el mismo que había sido derrocado por Velasco doce años atrás. Son abigeos, dijo el nuevo presidente, refiriéndose a las primeras acciones de la bestia. No eran abigeos. No, no, por supuesto que no. Era un ser sediento de sangre, de mucha sangre. En 1980 mi hijo Arol tenía doce años. Había nacido el 6 de junio de 1968, cuatro meses antes del inicio del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Ese 1980 mi esposo renunció a la KAR porque el dueño, un judío que había trabajado con los militares, lo vendió y regresó a Israel. Durante todos esos años de la dictadura militar, la bestia fue preparando sus cuadros para dar inicio a la lucha armada. Fue conociendo el terreno. Fueron creciendo sus tentáculos. La bestia no nació ese 17 de mayo con la quema de ánforas, no, había nacido muchos años antes en las aulas de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Había nacido en el mismo momento en que Abimael Guzmán pisó por primera vez Ayacucho, en 1962, el mismo año en que nació Edith Lagos Sáenz. Abimael vio tanta miseria que se dijo solo una guerra de grandes proporciones podrá cambiar toda esta situación. Él haría esa guerra. Estaba predestinado para hacerlo. Sería la cuarta espada de la revolución mundial. En agosto de 1980 fui con mi esposo y mis hijas Flora y Dora a Jiljarajay a visitar a mi madre. Esa fue la última vez que la vi con vida. Cinco años después la bestia la mataría. Antes había matado a mi hermano Anacleto y a una buena parte de mi familia. 1983 y 1984 fueron los años en que la bestia bebió sangre hasta el hartazgo. Los tentáculos de la bestia fueron creciendo de manera vertiginosa. Cada día tenía más sed de sangre, de destrucción. Había que destruir el viejo Estado semifeudal y semicolonial para de sus cimientos construir una nueva sociedad donde todos serían iguales: La República de la Nueva Democracia. A fines de 1982 las fuerzas armadas ocuparon Ayacucho. La policía no se daba abasto para sofocar el fuego que incendiaba la pradera. Los puestos policiales de Tambo, Vilcashuamán, San José de Secce, Luricocha y otros fueron arrasados sin piedad alguna. Tenía que intervenir la fuerza armada. Esa era otra bestia también sedienta de sangre. Los campesinos se vieron entre dos fuegos. Empezó el exterminio entre ambos bandos. Comunidades enteras fueron arrasadas. Batir el campo era la consigna de la bestia. Hacer escarmentar a las mesnadas. Inducir al genocidio. Terminar con los terroristas. Como estos eran indios, todos los indios eran sospechosos de ser terrucos. Los muertos fueron llenando las fosas y los cuadros estadísticos. Muertos, muertos y más muertos. Campesinos, autoridades, políticos. Los tentáculos de la bestia también llegaron a la capital. Cercar la capital era la consigna de la bestia. Del campo a la ciudad. El gran salto. En 1986 el gobierno aprista ordenó la ejecución de cientos de tentáculos de la bestia que se habían amotinado en Lurigancho y El Frontón. Fue inútil. La bestia tenía una capacidad de regeneración asombrosa. Paros armados, coches–bomba a granel, ejecuciones selectivas. Nada podía saciar la sed de la bestia. En 1990 Fujimori llegó al poder después de derrotar espectacularmente a Vargas Llosa. El 5 de abril de 1992 se hizo de todos los poderes del Estado y empezó a gobernar con mano de hierro en alianza con las fuerzas armadas. En julio de ese año la bestia golpeó el corazón de la burguesía: casi veinticinco muertos en la calle Tarata de Miraflores. La otra bestia replicó con ferocidad: secuestró y ejecutó a nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta sospechosos de ser miembros del Partido. El 12 de setiembre de 1992, la bestia fue descabezada. Doce años había durado su sed de sangre. La cabeza fue presentado en una jaula y en traje a rayas. Dio su consigna: proseguir la guerra, este es un recodo en el camino nomás. Pero un año después se doblegó. Las condiciones para proseguir la guerra ya no eran las adecuadas, dijo. La guerra prácticamente había terminado. Había terminado dejando una gran estela de muertos, de huérfanos, de pueblos destruidos y abandonados. Los Gastelú Palomino también sufrimos con esta guerra. La bestia mató a mi hermano Anacleto, a mi madre, a mis cuñados, a mis sobrinos. De la sierra llegaban las cartas diciendo Anacleto ya no hay, Graciela ya no hay, mamacha ya no hay, Lauro ya no hay. Todos los días me preguntaba cómo habrían matado a mi hermano, cómo habrían matado a mi mamá. Los paisanos daban tantas versiones: que a Anacleto lo mataron en una emboscada, que le hicieron un juicio popular, que se escapó por Tinkuy y después lo capturaron y ejecutaron; que a mi mamá la degollaron, que la mataron a pedradas, que le cortaron la cabeza; que a Inquicha, un sobrino opita hijo de mi hermana Teodora, cuando salió en defensa de mi madre, lo mataron a golpes, que metieron su cadáver dentro del horno de pan que tenía mi mamá. Tantos días lloré. Tantos años lloré recordando a mi madre, a mi hermano. Cinco años antes de mi propia muerte regresé a Jiljarajay a buscar la tumba de los míos. Solo hallé las de Anacleto y sus hijos Ingeniero y Belaunde en un paraje solitario frente a la chacra de mi madre, al otro lado del río. Anacleto estaba con sus hijos en cada costado. Era un hombre fuerte, alto, lleno de vida. ¿Qué sabía él del comunismo, de la lucha armada? Lo mataron absurdamente. Lo mataron porque llevó a sus hijos a Lima para salvarles la vida. Por eso lo mataron: por no dejar que convirtieran en asesinos a sus hijos. No hallamos la tumba de mi madre. No se sabe si la enterraron o no: quizá la tiraron al río como cualquier cosa, quizá se la comieron los perros y chanchos. ¿Qué sabía mi mamá de una sociedad más justa sin explotados ni explotadores si ni siquiera sabía leer y escribir? Recién dieciséis años después pude llorar a los míos. Anacleto dijo que iba a volver el siguiente mes y nunca más volvió. Mamacha dijo el otro jueves voy a Huanta y no llegó a ese jueves. Sus tumbas siguen allí, en Jiljarajay. Hasta allí no ha llegado la Comisión de la Verdad. Tampoco se sabe nada de mi cuñada Graciela, a quien los militares y las autodefensas quemaron viva, quizá esté enterrada en el cuartel de Acobamba. De Lauro tampoco sabemos nada, desapareció sin dejar rastro alguno. Un 22 de julio mi hijo Arol fue detenido y condenado a cadena perpetua por un tribunal militar sin rostro y encerrado en el penal de Yanamayo. Era mi mejor hijo, el hijo que yo más quería, el hijo que yo querré por toda la eternidad. Siempre se preocupaba por sus padres y por Nacho y Diego, a quienes quería como a sus propios hijos. El mismo día que detuvieron a mi hijo yo dejé de existir sin poder verlo libre. Aunque ahora tengo la esperanza que algún día salga libre porque el Tribunal Constitucional declaró nulos todos los juicios llevados a cabo en el fuero militar durante la dictadura de Fujimori ordenando un nuevo proceso. Yo sé que allí demostraremos la inocencia de mi hijo y entonces saldrá libre y podrá llevarme flores a mi tumba. Recién entonces podré descansar en paz.
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Toledo: Ningún terrorista saldrá libre durante mi gobierno.
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Acuérdate de Vilcashuamán: 22 de agosto de 1982. Madrugada. 75 combatientes rodearon el local municipal donde estaba acantonada la guardia civil. El asalto lo dirigía personalmente el camarada Gonzalo. Los dos centinelas de guardia fueron abatidos por los francotiradores. ¡Ríndanse, carajo! ¡Vengan por nosotros, mierdas!, vociferaron los perros guardianes del viejo Estado decadente y caduco. Estaban envalentonados porque meses atrás habían recibido la visita personal de Belaunde para levantarles la alicaída moral. ¿Quieren guerra? Acá está la guerra, carajo. Empezaron a lanzarles cartuchos de dinamita con huaraca. Los miserables se defendían como fieras acorraladas. Ustedes bomba y bomba. Volaban las paredes en pedazos, ¡ríndanse, carajo, y salvarán la vida!, ¡vengan por nosotros! Allá vamos. Un par de perros salieron disparando y cayeron abatidos. ¡Arrasen con todo, compañeros! Más dinamitazos. El techo voló, hubo una gran explosión. ¡¡Nos rendimos!! A las ocho de la mañana la plaza estaba tomada.
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¡Papito! Ximenita, linda, de blonda cabellera, corre a darte el encuentro. Te llena de besos. Has estado comiendo dulces, ¿no? No, papito. La haces girar en el aire. Ximenita chilla feliz. Cuidado que se caiga la bebe, dice Grace. Ya no soy bebe, mamita, protesta Ximenita, tengo cinco años. Le das un beso a tu mujer. ¿A mí no me das un beso, papito? Estampas un beso en su mejilla de porcelana. Quiero un beso como el que le diste a mi mamita, susurra la niña. A ver, cierra los ojos. ¿Cómo te fue en la actuación, amor?, te pregunta Grace, mientras te sirve el almuerzo. Bien, bien, dices, los chicos tocaron El himno a la alegría. ¿Lo hicieron bien? Sí, solo uno se equivocó en el primer compás. Mmm, huele rico el menú. Hoy preparé un lomo saltadito como a ti te gusta, amor. Almuerzan. ¿Y a ti cómo te fue en el colegio, corazón? Hoy me enseñaron a contar en inglés, papito: one, two, three, four, five, six… Esa, mi nena, ha salido inteligente como su mamá. A ti, tu mamá dice que a los cuatro años ya leías la Biblia. Exagera la vieja. ¿Mañana vamos donde la abuelita, papito? Sí, hijita. ¿Y voy a jugar con mis primos Nacho y Diego, papito? Sí, hijita, y con Vero, Mariela, Smeagol y el Chancho también. ¿Y vamos a sacar frutas del jardín del abuelito Juan? Sí, hijita. ¿Puedo subir yo a sacar nísperos, papito? No te vayas a caer, corazón, que Nacho suba. Mi mamita dice que yo soy la hija de Tarzán, el rey de la selva. Grace ríe. Tu papá gritaba como Tarzán cuando era chiquito, se subía a los árboles. Ríes. A ver, papito, grita como Tarzán. Los vecinos se van a asustar, corazón. Ximenita hace una mueca de desazón. Te prometo que en la casa de la abuelita gritaré todo lo que quieras. Ximenita sonríe. Me olvidé decirte, dice Grace. ¿Qué, amor? Hace dos meses no me viene la regla. ¿Te presto mi regla, mamita? Ríen. Vas a tener un hermanito, Ximenita. ¿Y va a gritar como Tarzán, papito? Sí, corazón.
***
Un año de aislamiento total. No te dejaré solo, hijo, siempre estaré contigo. Eso, y más, se merecen las fieras asesinas. Encerrado injustamente, hijo. Entre cuatro paredes desnudas y heladas. Terminaré perdiendo la razón. Mi hijo ya no estará nunca más en la casa. Trescientos sesenta y cinco días en esta jaula. Solo, sin mirar a nadie, sin hablar con nadie. Me mirarás a mí, hablarás conmigo. La dictadura fujimontesinista condenó a mi hijo a cadena perpetua por gusto. Lo que no pudieron hacer las brujas conmigo, lo hará la justicia con mi hijo. Solo, en silencio. Él no ha puesto coches–bomba, no ha matado a nadie. Él no es comunista. Porque es serrano creen que es terruco. Porque nació en Huancavelica. Recordarás. Mi corazón me lo dice: es bueno, es el mejor de mis hijos. Con sacrificios terminó su carrera. Recordarás. Porque es cantuteño creen que es terrorista. ¡Acusado, de pie!: el Supremo Tribunal Militar Especial ha llegado a la conclusión que usted es culpable del delito de traición a la patria en la modalidad de terrorismo, asesinato, asalto a mano armada. Por lo tanto, lo condena a la máxima pena que contempla la legislación peruana para este delito: cadena perpetua. Debido a su alta peligrosidad, esta sentencia será cumplida en un penal de máxima seguridad. Nunca más subirás a almorzar los martes y viernes a las diez y veinte de la mañana para irte a trabajar con el estómago lleno hasta Vallecito. Recordarás los momentos más felices de tu vida: cuando Mariana te llevó a ti y a John por primera vez a la escuela. Tenías ocho años. Espéralo a John para que vayan juntos, dijo tu papá. La profesora Rosa Segura te dio un beso y te felicitó porque ya sabías leer, escribir, dibujar. ¿Quién te enseñó? Mi mamá, señorita. Te preparaba tu comida sin grasa y sin condimentos porque estabas mal de los riñones. ¿Cuánto serán trescientos sesenta y cinco días por veinticuatro horas? Viniendo del colegio se metían a una casa abandonada a robar maracuyá con el loquito Montes, ¿te acuerdas? John se hizo la caca dos veces por tragón. Una vez entraron al Centro Vacacional a jugar en los juegos mecánicos y el loquito se cayó del sube y baja y se fracturó el brazo. Él nunca lloraba. Siempre te defendía de los matones: Archi, Chinga, Dennis Concha. Un día comiste en la calle un lomo saltado y te dio un cólico que casi te mueres. Estuviste tres días con fiebre y dolores. Por gusto esperaste a John porque al siguiente año repitió: se llenó de piojos y el viejo lo peló cocobolo y ya no quiso estudiar. Lo matricularon en el 0502 de La Realidad. Archi perdió un dedo cuando quiso zamparse al estadio y quedó colgado. Chinga y Chizo han muerto. Chizo de sida. Las escorias no duran mucho en el mundo. Así acabaré yo. No, no, tú tienes que salir vivo de este pantano y contar la historia. Los lunes y jueves almorzabas a las doce. Los lunes tenías clase a la quinta hora y los jueves a la sexta. A las que hicieron el horario les pediste que te tuvieran consideración porque vivías lejos pero no les importó. Nosotras tampoco vivimos en la esquina, dijeron. Cuando ganaste el Horacio les tapaste la boca a todos: no eras el pobre diablo que pensaban, hasta Martha se arrepintió de haberte despreciado. ¿Por qué te fuiste tan lejos a trabajar?: cuatro horas ida y vuelta. No había plaza en nuestra zona. Había sufrido mucho como contratado, se tenía que nombrar donde sea. Nunca más te esperaré con la cena caliente a las ocho de la noche. Cuando trabajabas en Multitemp también regresabas a esa hora. Te levantabas a las cinco de la mañana, tomabas tu desayuno y te ibas a trabajar. Trabajabas como esclavo. ¿Por eso se volvió un resentido social? No. Durante el trayecto se encontraba con María y era feliz. Durante el trayecto leía novelas, cuentos. Aquí hace mucho frío. Te han dado dos frazadas viejas que no te abrigan. ¿Te acuerdas que jugabas a Sankukay con Coqui? Tú eras Ayato y él Ryu. ¿Quién era Simón? No recuerdas. Herminio, Paulino, los primos Abilio y Juan Pablo eran los gavanas. Se ponían las blancas camisas sobre las chompas grises y luchaban como auténticos guerreros. Miriam Blanco era tu Sofía sin ella saberlo. ¡Miriam! Camila todavía no había nacido. En Huachipa leíste dos veces la Biblia entera. Estudiabas con tu papá la palabra de Dios. Si hubieras seguido por la senda correcta, no estarías acá. Estaría como John, como July, como Martha. Era buena la profesora Rosa Segura. Siempre les llevaba de paseo a Santa Eulalia. Se bañaban en el río. Tenía una hijita que solía bañarse en calzón. A ti te gustaba echarte sobre las piedras y dejar que el sol te abrasara la piel. El sol, los árboles, el río, las piedras calientes, las risas de tus amigos, Jenny en calzón, el canto de los pájaros, un poema. Tus carceleros piensan que languideces acá, pues se equivocan: tú estás disfrutando de un día de intenso sol en Santa Eulalia. Cuando hacían educación física, se iban a los Girasoles con el profesor Lato, le decían así porque no tenía un solo pelo. Mientras él y la profesora se perdían entre los matorrales, ustedes jugaban futbol. A ti te ponían en el arco. Te decían Quiroguita porque eras bueno tapando. Jazmín era la hija de la profesora que a veces venía a sustituirla. Siempre se ponía una blusa transparente. Todos los chiquillos estaban enamorados de ella. Tú la dibujabas. ¿Estudiarás pintura cuando seas grande, Harold? Sí, señorita. Sally era la chica más linda del colegio. Un día te invitó a su casa para que la dibujes. Sus padres no estaban. Sally se desnudó… Tus carceleros creen que estás aquí, derrotado, pero estas con Sally disfrutando de una tarde de pasión… No, no, no debo alucinar, voy a terminar loco. Mi hijo era bueno, mi hijo no era mujeriego. Ninguna mujer jamás vino a decirme señora, esta criatura es hijo de su hijo Arol, el desgraciado no lo quiere reconocer. Él no era como sus hermanas o como su hermano John que hasta un hijo botado tiene. Recuerda la fiesta de promoción de primaria. Una rubia fue la madrina. Les regalaron una crucecita y un cuento ruso. Bailaste con la madrina. Cierras los ojos y puedes recordar su aroma a rosas. ¿Cuántos años han pasado de ese día? Diez. En el Estenós te encontraste con algunos de la primaria: Coqui, el loco Montes, Alan, Joel, Simich, Huguito, Pipio. En segundo año entró el chino Méndez y se hicieron amigos. Le ayudabas en los exámenes. Una vez miss Pariachi les pescó plajeando y los jaló a los dos. En tercer año protagonizaron una espectacular fuga: más de medio salón saltó la pared detrás de ustedes. Delgado se dejó agarrar por el Chuto Núñez. El lunes, a primera hora, todos los evadidos estuvieron en la oficina de OBE. Miss Guerrero: ¿quién es el cabecilla de la fuga? Todos: Harold, di que tú eres el jefe. Pipio: Papilón, miss. ¿Quién es Papilón? Silencio. Yo solo quise fugarme con el chino Méndez, miss. ¿Por qué? Porque tenía clase de religión con el padre José y me aburría porque soy Testigo de Jehová. ¿Y tú por qué te fugaste, Méndez? También soy Testigo de Jehová, miss. Todos se mataron de la risa. ¿Qué hacen en tu iglesia, Méndez? Cantamos, rezamos, miss. Les suspendieron tres días. Con el chino fuiste a Ricardo Palma, a Lima, compraban pan con queso y llevabas tus chistes para hacer hora. Recién me entero, hijo. Si te contaba, me ibas a castigar, mamá. A Viejo Miguel lo hizo pasar como su hermano mayor. El loquito Montes llevó a Pepe, Méndez y Coqui a sus primas. En cuarto año fue peor: a Márquez le pescaron con una porno que era de su hijo y miss Huayanca hizo llamar a su padre, nada de hermanos mayores ni primas. Tuviste tanto miedo que pensaste en fugarte, en suicidarte. Tanto miedo por gusto: tú ya estás en edad de mirar eso, te dijo tu papá. Así le voy a decir a la profesora. Si dices eso, me van a expulsar, papá. El sexo es bonito, pero casados, te discurseó la psicóloga Gleny. ¿Y mientras tanto qué, tenía que rendirle culto a Onán? En castigo te sentaron con Paulina. Paulina era flojita. Le ayudabas con sus tareas, le prestabas tus cuadernos. Le cantabas, ¿te acuerdas?, Esta cobardía, de Chiquetete. Ese 4° A fue el peor de los salones, tomaban, se drogaban, le metían mano a las chicas, les sacaban sus toallas higiénicas, veían revistas porno. En quinto año los separaron. Hicieron huelga, protestaron, pero todo fue inútil. Te mandaron al 5° B, tuviste suerte porque seguiste con el chino Méndez y Coqui. En ese salón también estaban Elena Falcón y Amanda. Los cinco vivían en La Realidad. Ese año te jalaste en matemática: no entendías ninguna de las clases de miss Macedo. Tenorio te puso un once a cambio de un libro de física en el examen de recuperación. Recuerda a Janeth Gamboa. ¿Janeth Gamboa? Esa chica de tercero de la cual estuviste enamorado. Otro fracaso. El día de la clausura, tu último día en el Estenós, te metió una cachetada y te rompió los lentes. Tú le rompiste su libreta de notas. La perseguiste bajo la lluvia inútilmente hasta Cobián. Podrías alcanzarla, decirle Janeth, te amo mientras tus carceleros piensan que estás aquí, congelándote. ¿Para qué? Para tener un instante de felicidad. Recuerda la fiesta de promoción en la PIP: bailaste como un trompo con Ivys, la hermana de Rafael, hicieron una ronda para verte bailar, después otra chica te pidió bailar con ella, bailas bonito, amigo, ¿quién te enseñó?, nadie, viendo a Michael Jackson aprendí, le dijiste. ¿Vamos a tomar aire? El jardín en penumbra, unos tragos, te besó, estaba excitada… No, nada de pensar en mujeres. Una vez estuve en Marcahuasi con la promoción de Coqui. John estudió con él, pero se retiró porque le hicieron brujería. Recuerda a María, a Roberto, a David, a Giovanna, a Alcedo, a Zacarías, ¿a quiénes más? No recuerdas otros nombres. Trata. No puedo. Después estuviste con ellos en una pollada en la avenida Cangallo cerca de donde mataron a los heladeros acusados de terroristas. Conociste a Paloma. ¿Por qué llevas el cabello largo?, te preguntó. Escribo poemas, le dijiste. A mi hijo le gustaba escribir, leer, tocar su guitarra, cantar. Tenía una gran imaginación. Él no perdía su tiempo pensando en mujeres. En 6° grado te enamoraste por primera vez. Miriam Blanco fue tu primer amor. Mientras tus carceleros piensan que estás aquí, en esta gélida celda, tú estás en el segundo piso del colegio fiscal mirando a Miriam jugar con sus amigas en esas enormes mesas que servían de tabladillo. Ella levanta la mirada, te sonríe con ternura, de esa sonrisa nacen mariposas y jazmines, le sonríes, un gorrión le recita el poema que le has escrito, la esperas a la salida, van por los Eucaliptos, la calle vacía, dos niños que se besan, ¡eres feliz! ¿Por qué sonreirá Harold?, se preguntarán Mirko, Juan Pablo, Abilio, Paulino, Herminio, Joel, Alan, Jorge, Sandro, Javier, Huguito, Echeandía, Chinga, Archi, ¿de quién estará enamorado? Los miércoles subías a las once a almorzar. Ese día entrabas a la segunda hora. No tenías día libre. Las viejas se hicieron un horario bonito perjudicándote a ti. Allí morirán. Y yo aquí. No, no, no seas pesimista, no te dejes abatir. ¡Resiste! Recuerda ese verano con María rumbo a Multitemp. María con su conjunto azul, María con sus tacos blancos, María con su cara de niña, María en el verano. ¿La mataron, la desaparecieron, se marchó al extranjero? En las noches estudiabas: auxiliar de contabilidad, auxiliar de educación, academia preuniversitaria. Tantas cosas estudiaste por gusto. No se podía trabajar como esclavo y estudiar después. ¿Por eso te volviste un resentido social? No. Recuerda a Sully Yrrizabal Stadler de Magdalena: rubia, bonita, siempre con un cigarrillo en la boca. Enseñaba en Comas. Un café en la Plaza Bolognesi. Una habitación… No, no, nada de mujeres. Recuerda a Tania Fernández. Estudiaban dibujo en el Museo de Arte. Pintas bonito. ¿Vamos a Barranco a pintar la puesta de sol? Mientras tus carceleros creen que estás reventando de frío en esta celda, tú estás con Tania en el Puente de los Suspiros. Allá, en el horizonte marino, el sol muere en un charco rojo mientras las manos de Tania combinan diestramente los colores, hacen trazos sobre el lienzo. ¿Tú no pintas, Harold? No pinto paisajes. Cierto, tú pintas desnudos. Una habitación de altas paredes color beige, una cama, un caballete, un lienzo, pinturas, pinceles, una mujer desnuda, los senos pequeños, los cabellos revueltos, los ojos entrecerrados. Sueñan los esbirros que te han doblegado, sueños inútiles porque estas noches de amor son más intensas, más vívidas. Con Pía en Magdalena, con Pía en el Rímac, con Pía en San Miguel, cerca del mar, lejos de la gente, con Pía en un chifa del Mercado Central, con Pía en la iglesia de Magdalena. Con Karem Geraldine en Chaclacayo. Karem vivía al frente de la abuela Gulloti. Una tarde volaron los fusibles de su casa. La abuela te mandó para que la ayudaras porque tú sabías electricidad. Karem se puso detrás de ti para alumbrarte con una vela mientras cambiabas el plomo. Sentiste sus senos en tu espalda. ¿Por qué llevas el cabello largo?, te preguntó. Estudio música. ¿Sabes tocar la flauta dulce? Sí, señora. ¿Le podrías enseñar a mi hijita? Sí, señora. Los viernes ibas a su casa. Un día te invitó a cenar. No, señora, gracias, no se preocupe. Hoy cumplo años, te dijo, no dejarás que la pase sola, ¿no? Te quedaste. Te empezó a contar que se estaba divorciando. Lloró. Te abrazó, te besó… No, no, nada de mujeres. Mi hijo no era ningún jarricho como sus hermanas o como su hermano John, que cada viernes que cobraba en Multitemp, se iba al jirón Caylloma en busca de esas chicas malas. Por eso se casó como loco con esa mujercita. ¿Usted cree que su hijito era un ángel? Se equivoca: siempre se iba al Centro Vacacional con Viejo Alberto a fisgonear a las parejas, también iba a Caylloma, aunque solo a mirar, también iba al cine Colmena a ver a Seka y a Fiona. Mentira, mi hijo no es así, a él le gusta leer, escribir poemas. ¿Escribir poemas? ¿Usted sabe quién era Giovanna Blas Sánchez? Cómo lo voy a saber. Bailaba en un night club de Chosica. Su hijo la iba a visitar siempre. Una vez fue con Picón, estuvieron hasta las tres de la madrugada tomando, bailando, cada uno con su puta, se gastó todo su sueldo. Eso es mentira, mi hijo nunca me dijo la otra semana te doy tu plata, mamá, todavía no me han pagado, mamá. Recuerda a Rossana… No debo pensar en mujeres. Rossana: una esquina de La Colmena, tú estabas en un taller de narrativa, ella esperaba a sus clientes fumando un cigarrillo. ¿Cuánto? Veinte soles y te hago de todo, ¿vamos? Un cuartucho, varias camas separadas por plásticos azules, una mujer que se desnuda, una mujer que te dice ponte preservativo, una mujer que se abre de piernas, una mujer que te dice hazme sentir. Sueñan los perros guardianes de este decadente y podrido Estado que te han vencido. Se equivocan de cabo a rabo: tú estás disfrutando del vientre tibio de Rossana, no solo de ella, sino también de Karem Geraldine, Stefany, Hilda Angélica, Pía, Sally, Nena, Grace… No, no, nada de mujeres. ¿Qué harás durante trescientos sesenta y cinco días, ah? Un día de sol, diez de la mañana, junto al río Cachi, tu madre lavaba, Carolina y Mariana jugaban con Chocolate. Ay. ¿Qué tienes, mamá? Vamos a la casa. Se apuraron. Juandi, creo que ya voy a dar luz. Tu padre prendió el fogón para hervir agua. ¿Mamita se va a morir, papá? No, hijitas, va a nacer su hermanito. ¿Un bebito? Sí, hijitas. Ananau, ananau. Tranquila, María, puja. Ananau. Un poquito más. Don Juan había trabajado en el centro de salud de Moyopampa cuando llegó de Pisco. Un poco más, María. Carolina y Mariana lloraban, asustadas, hasta que un llanto agudo ocupó el lugar de sus lloriqueos. Corrieron a ver: es un hombrecito. ¿Cómo se llamará, papá? ¿Como el hermano mayor que tuvimos y se murió? No, no, mejor no. Mejor que se llame Harold, como Harold Wilson, el primer ministro inglés. ¿Les gusta ese nombre? Sí, papá. Cangari, Huanta, Huachipa, Ñaña, Cocachacra, la Casona, dónde no han andado por culpa de las brujas. John salió a su padre: de aquí para allá como gitano. Se llenó de hijos. Un día más, y otro más, y otro más. La barriga se te ha hinchado otra vez. A veces ibas a tomar jugo donde Rosa. ¿Se estará preguntando dónde estará el profesor que venía a tomar un especial sin azúcar? ¿Se quedaría de una pieza al ver 24 Horas y verte a ti enmarrocado y en traje a rayas? Sepultado vivo. Por terruco. No. Admítelo ahora que ya no tienes nada que perder. El profesor es inocente. Fue padrino de la promoción María del Carmen Cisneros López del Josefa Carrillo de Chosica. Tuviste treinta y seis ahijadas: Milagros, Karen, Nataly, Anyela, Mayra, Cindy, Fabiola, Vilma, Aymé, Pierina, Estrella, Isabel, y ya no recuerdas los nombres de las otras chicas. Ninguna se acuerda de ti, nadie te viene a visitar, dirán ese profesor era terruco aunque tenía cara de sonso. Qué frío. Imagina un paseo a la playa… ¿Para qué imaginar lo que no sucederá? Para salir vivo de este infierno. Hubiera sido mejor que te condenasen a muerte. No pierdas las esperanzas, hijo. Cruzaré montañas, abismos, páramos e iré a buscarte, te arrancaré de las garras de la dictadura. Mejor no, mamá, piensa que estoy muerto para que ya no sufras más. Cuando vayas donde Juan Ignacio, lleva otra flor para mí. Nunca volveré. No, hijo, yo siempre te esperaré, hasta el último de mis días me pondré a mirar el camino para verte llegar. Te aguardaré con tu cena caliente, lavaré y plancharé tu ropa para que vayas impecable a trabajar, les diré a Nacho y Diego que no hagan bulla después del almuerzo porque tú estás descansando. Te llevaré un café caliente para que leas y escribas con la cabeza despejada. Limpiaré tu cuarto, acomodaré tus discos, les quitaré el polvo a tus libros. Olvídate de ese terrorista, mamá. ¿Cómo lo voy a olvidar si es mi hijo? Era el mejor de mis hijos, nunca me daba dolores de cabeza, nunca me sacaba en cara lo que hacía por Nacho y Diego, nunca me venía con chismes, nunca venía llorando porque su mujer lo había botado, porque su suegra lo había botado, nunca me decía mamá, préstame un sol porque no tengo para mi pasaje. Mi hijo valía oro. Solo me dio alegrías. ¿Qué alegrías me dieron ustedes, ah? Te hizo creer que era bueno, que era un santito, y mira dónde está ahora. Por calumnias. ¿Y toda esa dinamita que encontraron en su cuarto? Lo puso la policía. ¿Todos esos libros comunistas que tenía? A mi hijo le gustaba leer, conocer, saber. ¿A qué cree que su hijo viajaba a Ayacucho? ¿A comer tuna, queso, cancha? A visitar a su abuelita Felícitas. A matar campesinos, a asaltar comisarías. ¿No sabe que su hijito estuvo en el pelotón que rescató a Edith Lagos del CRAS de Huamanga? ¿No sabe que su hijito estuvo en el ataque al puesto policial de Vilcashuamán? En el entierro de Edith Lagos, su hijo marchaba a la cabeza del cortejo fúnebre. Iba enarbolando una bandera roja con la hoz y el martillo. ¡Mienten, mienten! Su hijo mató, degolló, violó, señora. Parece inocente, dice que es inocente, pero es un asesino, una fiera. Pregúntele a qué fue a Lucanamarca. ¿Usted cree que a visitar a su abuelita? ¿No ha leído lo que hicieron los terrucos ahí? Léalo. Esa es obra de su hijito. ¿Nada le contó él? Qué le iba a contar. Él nunca le contaba nada. ¿Acaso le contó que estuvo con Pía, con Karem Geraldine, con Mily, con Nena? No, ¿no? Menos le iba a contar que era terruco, que había matado gente, que era un asesino. Él tenía que aparentar que era un hijo modelo, el mejor de sus hijos. Un día de playa con Mily en Pucusana. Las olas reventando en el boquerón. ¿Me tiro? No seas loco, corazón. Cruzaron el túnel que lleva a Naplo. Una sombrilla, una toalla de colores. ¿Me echas bloqueador, corazón? La piel de durazno. Los pezones de Mily apuntando al sol. ¿Nadamos, corazón? Un castillo de arena, las olas… Nunca más volverás a acariciar una piel de mujer. Nada de pajas. Un paseo a Tornamesa. Los chicos iban contentos, felices, la vieja estaba alegre, la Vero quería sacar la cabeza por la ventana, quédate sin cabeza nomás por traviesa. Un pueblo pequeño de calles estrechas y casas antiguas. El sol en toda su plenitud. Fruta, gaseosa, bizcochos. Una cancha de cemento rodeada por la posta, el colegio, el comedor popular. Unos cipreses. Unos juegos mecánicos. Ven al sube y baja, tío Harold. Súbeme al columpio. El cementerio, las lagartijas tomando sol, allí hay una, tío, corre lagartija que te dejamos sin cola. Tallarines a la hora del almuerzo. Bajar a Cocochacra. Un túnel, un arco iris, correr como locos, el río, la arena, la Vero chapoteando en el agua, Nacho y Diego nadando calatos. Una casita de adobe al lado de la pista, la noche oscura poblada de zancudos, Nachito llorando, caminar al río para traer agua, ir al pueblo por pan. Un fogón, buscar leña en el río. Uno, dos, tres, tienes que mantenerte en actividad para fortalecer tu cuerpo. Corrías en las tardes hasta el Bosque. En la maratón de quinto año llegaste entre los primeros. Un año antes llegaste con la lengua afuera. Quince años atrás: madrugada, la entrada de Huachipa, el camino polvoriento, John en hombros de tu padre, tú caminando de prisa, tratando de no quedarte, atrás venían los fantasmas, si no te apurabas, te atrapaban. Uno, dos, tres. Las piernas fuertes para trepar los cerros, para caminar por el monte. Con Dora caminaba siempre hasta Tornamesa, en el hospital le habían dicho que camine bastante para que dilate con más facilidad al momento de dar a luz. Cuando estaba embarazada de ti trabajaba en Cangari preparando las cargas de alfalfa para que tu papá los vendiera en Huanta, también preparaba el almuerzo para los peones que trabajaban en la chacra. Después estuvimos en la Pampa, también junto al río. Si no hubiera sido por los Gil que siempre metían las narices y por Mariana que venía a molestar, habríamos sido felices. Dónde no hemos andado por la mala cabeza de tu padre. Tienes que regresar, hijo, para que recorramos esos caminos y te cuente nuestra historia para que tú se lo cuentes a los demás. Siempre íbamos al río, mientras yo me sentaba a la sombra de un sauce, tú le enseñabas a los chicos a nadar. Aparentaba ser un buen tío, ¿no?, pero en el corazón tenía una fiera agazapaba lista para saltarle al cuello a los enemigos del Partido. Eso es una infamia. ¿Cuándo nos dejarán en paz? ¿No se cansan de acusar a mi hijo por gusto? ¿Qué les hemos hecho? ¿No tienen compasión de una pobre vieja? Lucanamarca, no olvide ese nombre, señora. Su hijo no tuvo compasión de nadie: niños, viejos, mujeres, hombres, enfermos, todos fueron pasados por las armas sin miramiento. ¿Qué sabía esa pobre gente de la lucha armada?, ¿del marxismo–leninismo–maoísmo–pensamiento Gonzalo? Nada. Tampoco los de Tarata. ¿Acaso su hijo tuvo compasión alguna? No, señora. Todo eso es calumnia nomás. ¿Por qué nos odian?, ¿por qué le hacen daño a mi hijo? Él es bueno, yo lo conozco. Mi esposo le enseñó a amar a Dios desde niño. Por gusto, porque su hijo no cree en Dios, y si no cree, ¿usted cree que va a tener amor por sus semejantes? No, señora. A los chutitos los reclutaban a la fuerza para utilizarlos como carne de cañón. A cuántos mataron acusándolos de traidores, soplones. Como perros los colgaban de cualquier árbol. Puras mentiras nomás. Nunca voy a creer eso. Un día de sol en La Cantuta. La cola interminable para el almuerzo. Betsy, Carmen, Rossana, Fernando, Andrés, Miguel, Rosmery, tus amigos de Historia. Tus poemas en las columnas del comedor. ¿Quién será Agustín de Luisa? Pescado, sopa, ensalada, una naranja. El pasto. El sol quemando fuerte. Ahora acá, nunca saldré. Sí saldrás, hijo, ten fe. Un comunista no puede tener fe. Saldrás y nos iremos a Huanta, a Chincho. Eso ya no será posible, mamá. Podrías enseñar en el Gonzáles Vígil. O en Huamanga. Iré contigo para cocinarte. Ya no iremos a ningún lado, mamá. Dacio puede recomendarte en su colegio de Churcampa. Dacio se fue a Italia de ilegal, mamá. Janeth Magaly está en Huamanga, ella podría ayudarte a encontrar plaza. Claro, Agustín, ven cuando quieras, tú eres inteligente, podrías enseñar en cualquier colegio. Siempre me acuerdo de tus poemas, de ese dibujo de Felipe Guamán Poma que me hiciste una vez, ¿te acuerdas cuando Anita y yo te preguntamos si tú eras Agustín de Luisa y dijiste que no? ¿Lo recuerdas? ¿Te negaste porque los aparatos de seguridad estaban pisándote los talones? Enseñarías de lunes a viernes. Los fines de semana podríamos ir a Jiljarajay o a Cangari donde tu tía Irma. Iríamos con Nacho y Diego, ¿quién los va a cuidar? Podríamos comprar un terrenito para tu papá. Carajo, ¿quién va a regar las plantas si me voy, ah? Solito tengo que estar sube y baja del cerro. Apestegui es un flojo, Nacho y Diego son muy chicos. Ninguno ayuda, pero son los únicos que se tragan hasta las frutas verdes. Este año ha dado bastante níspero y caña, hasta parece Jiljarajay. También hemos cosechado camote, unos camotes gigantes, dulces y arenosos como los que mi papá sembraba a orillas del río en Jiljarajay. Todos los jueves riego con el motor que mi hijo me compró, aunque ya estoy un poco cansado. Creo que les voy a acompañar a la sierra. Iría como llevar la palabra de Dios. Te vas a meter en problemas, papá. Es hora que tantos paganos conozcan la verdad que lleva a la vida eterna. Si hasta estoy pensando predicar frente a Palacio de Gobierno para que me escuche el presidente y haga así una buena gestión. Otro día más que pasa en silencio, en soledad. En el colegio enseñabas guitarra, flauta dulce, dibujo, pintura. ¡Eran más burros los alumnos! No todos tampoco. Auqui era un buen estudiante. Una vez salió a tocar Mi viejo por el día del padre y se puso nervioso. Díaz también, y los hermanos Moreno, hasta Gonzáles, que mostraba empeño al dibujar. Alumnos así sí te motivaban a enseñar con ganas, pero había otros a quienes con gusto hubieras tirado a los leones: Abanto, Ruelas, Vega, Gómez, Ochoa… Había tutores que sacaban cara por ellos. Igual jalaste a Pedro Capcha, a Víctor Campos. Para sus madres eran unos angelitos. Un día la mamá de Campos te hizo un escándalo porque jalaste a su hijo… Mejor ni recordarlo. Recuerda esos días en el Josefa Carrillo. La Central Hidroeléctrica, una callecita, un puentecito sobre el río, árboles, flores, sol, el festival de danza, los recreos tranquilos, las chicas en los jardines, la chica Alcántara: sírvase chocolatito, profesor, es de España. Tenía la voz ronca, el pelo castaño. Mi, fa, sol… ¡Excelente, alumna! Primero le mira atrás, después le pone excelente, ¿no?, protestó una chica. Mi hijo era inteligente: obtuvo una A en su clase magistral para obtener su título. Ni Silvia ni Shirley, menos July. El salón de actos lleno. Tu papá, tus hermanas, tus sobrinos entre el público. Carolina te pintó instrumentos musicales para ambientar el salón; fabricaste un tambor con placas de rayos X que tocó Apestegui en la introducción. ¿Cantaron Yunsita o Pasaschay? Fue Yunsita, tío. Yunsita, yunsita, ¿quién te cortará, jajay? Tú tocabas la guitarra. El que te corte te repondrá, jajay. Yo me quedé a preparar el almuerzo. Hice escabeche. Pero no llegaste a almorzar, te fuiste a celebrar con tus amigos. No me gusta que tomes. Piensa en tus riñones. Señora María, su hijo ha dado una excelente clase magistral, déjelo que celebre. El profesor Mendoza pidió la palabra y te echó flores. Silvio Espinoza también te quería. He muerto hace poco, Agustín. No. Sí, de un derrame cerebral. Tienes que escribir la historia de La Cantuta, te decía siempre. Tocaba piano. En la facultad había un piano destartalado. Ahora estoy dirigiendo un coro de ángeles, Agustín, a ver si te animas a colaborar con tu guitarra. Jajá, son bromas nomás, muchacho. Hasta ahora no me explico por qué te han detenido si tú no te metías en tonterías. Por calumnias nomás. La gente es envidiosa. Paciencia y todo se aclarará. Déjate crecer el cabello como antes para que vayas por el mundo con tu guitarra cantando lo que has vivido. Ya no creo que vuelva a llevar el pelo largo. ¿Te acuerdas esa vez en el micro? Estaba lleno, te colgaste en la puerta de atrás y el cobrador te dijo pásese adelante, señorita, no se vaya a caer. Janny Barahona estaba allí, se mató de la risa. ¿Y lo del viejo mañoso? Se te puso detrás, te colocó la verga entre las nalgas y se empezó a restregar, lo dejaste, al bajar le dijiste viejo de mierda, te pelaste, soy bien macho. Después empezaste a llevar la cabeza rapada y barba y en el colegio te decían Dragón. Era una pesadilla ese colegio de hombres. ¿Te acuerdas de la huelga del Sutep de ese año? ¿De esas caminatas por el centro de Lima con Jorge, Inés, Alicia, Rina, Elizabeth? Un día llenaron todo Abancay. Miles y miles de profesores rumbo al Congreso. Allí se encontraron con Zacarías. Venía desde Huanta a luchar por sus derechos. No era como esos amarillos que firmaron durante la huelga. Al final les descontaron a todos. Los inviernos eran fríos en Vitarte. Recuerda esos cafés con Jorge, Edith, Rómulo, Teresa, Inés, Elizabeth. Tú siempre un café y un pan con queso aunque dijeran que eso subía la presión arterial. Algunos se quejaban del almuerzo, de la atención en el quiosco. Los juegos florales, la oposición de los dinosaurios, el cuento de Cotrina, los alumnos pintando, la celebración del día del padre en el taller de electrónica, ese frío terrible, del día del maestro, de la semana de técnica, el baile en “La Universidad”, el desfile por 28, unas chicas en microfalda, los alumnos tirando piedra a los buses, correteándose a punta de machete, los villancicos en navidad, tú tocando la guitarra. Piensa, recuerda, imagina, burla la vigilancia de tus carceleros. Recuerda esas tardes de los viernes de Literatura Latinoamérica con la Teresa Vela leyendo a Cortázar, Onetti, Puig, Donoso, Sábato y tantos otros. Entonces creías que July era buena. July también era de Chulucanas como Pía. Vivía en casa de Rosa Tomás. Siempre ibas a visitarla… No quiero recordar. Padeciste leyendo el Quijote con Olarte. Fuiste el primero de los Gastelú Palomino que se graduó con honores. Cuántos sacrificios te costó sacar tu título. Es mentira que gracias a Mariana hayas terminado tu carrera. ¿Acaso ella te regaló un cuaderno, te dio para tus pasajes, para tu almuerzo, te compró todos esos libros que leías? No. Solo cuando ingresaste te dio cinco soles, para tus cuadernos, dijo. No hay que recordar esas cosas malas, mamá. Yo sí recuerdo todo lo que me decían y hacían tus hermanas. Déjalas, el mundo da vueltas. Como dio vueltas para July, Tania. ¿Recuerdas a Claudia? La amiga de Liliana, la que tenía el rostro marcado por el acné. La conociste en una capacitación en Comas. Era de inicial. También era amiga de Yesenia y Hermes. Claudia de cenicienta en una obra teatral, Claudia recibiendo su certificado, Claudia en navidad, Claudia en La Cantuta con Liliana. Ojalá que nos nombremos. Estudiaste con ganas para el examen de nombramiento. Te despertabas tempranito y estudiabas, tomabas el vaso de soya que te preparaba especialmente para ti y estudiabas hasta la hora del almuerzo. Almorzabas, dormías un poco y estudiabas hasta la hora de la cena. Cenabas, y vuelta a estudiar hasta la medianoche. El cerebro te dolía, los ojos te lagrimeaban de tanto leer, los dedos te dolían de tanto escribir porque en la biblioteca nacional la copia estaba cara. Llegaste a Vallecito el mismo año que Martha y Yesenia. Entonces Martha era buena, o fingía ser buena. Recuerda la primera vez que la viste: estaba haciendo jugar a sus alumnitos con unas pelotitas de trapo. Tan delicada, tan fina que parecía ser. Hiciste méritos para conquistarla. Se hicieron amigos. Estuvieron en la comisión de la Defensoría Escolar del Niño y el Adolescente. Te contó su vida y sus desgracias… Ya no quiero recordar. Recordarás, no tienes otra opción. Podrías recordar a Frescia: cabello castaño, piel de lirio… No. Recuerda cuando te nombraste: diste una clase magistral en el colegio Gerónimo Cafferata de Nueva Esperanza. Te pusieron el puntaje más alto. Así Tucto no te quería en el Túpac, seguro quería que le “dones” mitad de tu sueldo cada mes. Pero en el Túpac también tenías buenos amigos: Ivonne, Celia, Eusebio, un cajamarquino cuyo nombre no recuerdas. En Vallecito también dejaste buenos amigos: Ruth, Anita, Abel, Gladys Luna, Natalia, Pilar. Siempre pensamos en ti, amigo. Estamos recabando pruebas para probar tu inocencia. Esfuerzo inútil, no lo hallarán. Recuerda cuando vivimos en la Casona, tío Harold. Árboles, pasto, cerros, el río. Siempre íbamos con la abuela al río después del almuerzo. Mientras ella se sentaba bajo la sombra de un sauce, tú nos enseñabas a nadar. Dieguito le tenía miedo al agua, no te asustes, yo soy Tarzán, le decías, y gritabas fuerte como el hombre mono. Ahora ya sabemos nadar, siempre vamos a la piscina, también al río, con Frank, Papito y Juan, los nietos del tío–abuelo Anacleto. También vamos al cerro a volar cometa. ¿Es cierto que antes hubo guerra aquí y estaba prohibido andar por los cerros, acercarse a las torres? … ¿Tú tampoco nos quieres contar? Cuéntales, diles que tú también estuviste en la guerra, que tú también volabas torres. Siete años estuvimos en Huachipa. Los veranos íbamos a acompañar al viejo. Carolina, Mariana, John y tú. Flora y Dora todavía no habían nacido. Teníamos un pozo de agua. Venían de Cerro Camote, de Medialuna a sacar agua. Siempre le traían verduras, papa, zapallo, camote, al viejo. El viejo preparaba sus frijoles con una tina de ensalada. Les servía en plato hondo. Cuando se descuidaba, tiraban la comida en la sequia. ¿Se yapan? No, papá, gracias. Mariana solía meterse debajo del puente y sacar pescaditos que mamá freía y servía con pan. Entonces era una buena hermana. Con John siempre te bañabas en las pozas que dejaban los labradores de ladrillo. Les va a salir caracha, les advertía su papá. Ustedes no le hacían caso. Un día se llenaron de caracha y el viejo los bañó con petróleo como a Cachorro, el pastor alemán que don Caldas le regaló a la vieja. Hacía bastante calor en Huachipa en el verano. Allá está enterrada Eva Cristina. Era una niña enfermiza. ¿Será cierto que Panay y Bendezú le hicieron brujería a la vieja? Un día llegaron unos huachanos a La Realidad. Le pasaron huevo a Eva Cristina. Al reventarlo, salió un gusano peludo color de hígado. Esta niña morirá si no la curan, pronosticaron. Le dieron a la vieja una dirección en Huacho. Pero faltaba plata en la casa. Eva Cristina murió. El viejo la metió en un costal y la llevó a Huachipa. No puso ninguna señal sobre su tumba, solo un montículo de tierra que el paso de la gente hizo desaparecer. Recuerda a Camila: ojos claros, cabello castaño, piel de lirio, un diario, unos poemas. Eras su amor imposible. Un beso de casualidad, la biblioteca, un paseo a Chosica en la primavera, la fiesta de promoción, su cintura breve, sus labios rojos… No, no, ya no debo recordar. Mi hijo era inteligente. Un día viajamos a Trujillo porque ganó un concurso de cuentos. Conocimos Chan Chan, Huanchaco. Después fuimos a Chincha, Pisco, Ica y Palpa gracias a ese cuento. ¿Recuerdas a esa chica que conocimos en la Huacachina, tío? Parecía una niña dentro del agua. ¿Puedes chapar mi pelotita?, te pidió señalándote una pelota que el viento se llevaba al medio de la laguna. Esa chiquilla está buena para ti, Nacho. Le entregaste su pelotita y nos pusimos a nadar. Cuando salió del agua, casi te quedas ciego: tenía cuerpo de sirena. Tonto, tío. ¿Acaso una chica juega con pelotitas? Era una estratagema para acercarse a ti. Dile te enseño a nadar. ¿Sabes? Claro, he cruzado el Amazonas, el Nilo, el Orinoco, de niño me bañaba siempre en la sequia con mis amigos Viejo, Pelusa y Lube. Mueve así los brazos, no chapotees mucho. ¡Sueñan los perros carceleros que te estás pudriendo en esta celda, pero tú estás disfrutando de un día de sol en la Huacachina! No, mejor no debo recordar, voy a terminar loco. Esta es una prueba que te pone el diablo, hijo, si te pones de parte de Jehová, nadie te hará daño. En este lugar no me puedo poner de parte de nadie, papá. ¿De qué sirvió que les dijera a los jueces sin rostro que yo no podía ser comunista porque mi padre era Testigo de Jehová, ah? De nada. Es que tienes que tener fe, hijo. Tú siempre cuestionando todo: ¿quién ha visto a Dios? Si Dios existe, ¿por qué hay tanta injusticia en el mundo? ¿Tenemos que morirnos todavía para disfrutar del Paraíso? Como no obtuviste respuesta en la religión, la buscaste en otro lado. Por eso te volviste terruco, ¿no? No, no, eso es mentira, mi hijo no es comunista, mi hijo no es terruco. Un día de verano con los chicos en Puerto Viejo. Chicas en bikini. Inmensas olas reventando entre las rocas. Antes de bañarnos, juguemos un partidito, tío Titala, ponte en el arco. Un pelotazo a una chica, ¡imbéciles, por qué no se van a jugar más allá! Mejor vamos a nadar, tío Titala. Una isla, un castillo de arena, un foso infestado de cocodrilos, una princesa, ojos azules como el mar, cabello de oro, que pide auxilio. El sol más implacable que nunca, las olas furiosas, las gaviotas, las palmeras, los guardianes cabeceando por la modorra, tú en lo alto de una peña, salta ahora. Saltas. ¡El prisionero se fuga! ¡Fuego! ¡¡Que no escape!! Descargas de fusilería. El mar azul, el sol muriendo en el horizonte. Una isla, un castillo, una princesa, un hombre sin grilletes.
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Cadena perpetua, Lima 2010, editorial Pasacalle