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sábado, 31 de diciembre de 2011

Harol Gastelú Palomino - Premio Horacio 2011 en Novela Corta

Balance anual

Se acaba el 2011, un año en que me ha pasado de todo, en que gané nuevas amistades, en que perdí algunas, en que conocí a algunos traidores, en que aprendí a confiar en algunas personas y en que aprendí en que no hay que confiar ni en tu propio hermano, en que hay que desconfiar en esas personas que te sonríen y se llenan la boca con sus blablablablaetc. La salud está media resquebrajada pero no está en la línea en que deba tomar una desición radical y final, aunque eso llegará algún día, espero que sea lejano. El cerebro está en toda su capacidad creativa, este año escribí 236 hojas de la segunda versión de "El cazador de la noche", 210 hojas de lo que algún día será "Un ángel en el infierno" o "Descenso a los infiernos", 150 hojas de "La agonía de Juan de Dios", la novela con la cual gané el Premio Horacio 2011 en novela, además de un par de cuentos, y tengo otros proyectos más en mente. Gané el Premio Horacio en novela después del sexto intento, también el tercer lugar en el concurso Ten en cuento a La Victoria, todo lo cual confirma que el que la sigue la consigue. Publiqué mi cuento "Nocturno de La Victoria", no es mucho para alguien que escribe todos los días, pero peor es publicar cinco libros con mi plata sin pasar ningún control de calidad. Ah, me olvidaba, fui finalista en tres concursos de novela, dos en España (El Óscar Wilde de novela corta y el Alexandre Dumas, y uno en el interior del país). Gané plata escribiendo, invertí en un negocio que se fue a la mierda en una semana, perdí plata, me adeudé hasta el cuello, menos mal que tenía mis ahorros y pude atenuar mi propia crisis económica. Tengo un sobrino inteligente que también quiere ser escritor, el otro no lo es tanto pero igual los quiero a los dos y estoy contento con los dos. Viajé a Huancayo por segunda vez, no es mucho pero es algo, leí los libros que me gustan, releí las que me gustaron más, mejoré mi técnica pictórica para alguna vez ganar el Premio Horacio en pintura. ¿Qué más?, ah, mis padres siguen viviendo en mí y estoy seguro que en el lugar donde estén están contentos con mis logros. ¿Qué más? Creo que nada más, que lo importante es creer en uno mismo, luchar por lo que a uno más le gusta, hacer lo que te gusta más y serás feliz.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Si volvieras



Si volvieras
todo sería distinto,
ya no habría motivo
para vivir en esta tristeza.

Si volvieras
mis días serían felices,
ya no habría días grises
en mi existencia.

Las aves cantarían,
los niños sonreirían,
todo se alegraría,

cesaría este dolor
que tengo en el corazón
desde tu adiós.

Hasta el tiempo está triste



Hasta el tiempo está triste
presintiendo que no volverán
aquellos días felices
que sin saber me llegaste a dar.

Mis ojos contemplan con pena
el lugar donde te vi por última vez
y ese día más y más se aleja
y nunca va a volver.

El sol en el este a duras penas se asoma,
los pájaros ya no cantan,
las flores han perdido sus aromas,

los días pasan y pasan
y de ti ya no queda nada ahora,
solo una honda tristeza en mi alma.

Mi corazón tiene una pena



Mi corazón tiene una pena,
mis ojos tienen lágrimas,
mi alma va por las calles desiertas
con un vacío en la mirada.

Mis manos ya no encuentran tu piel,
no he vuelto a respirar tu aliento;
tu amor, como el papel,
fue consumido por el fuego.

Los caminos están cubiertos de piedras,
la playa de gaviotas muertas,
y tú no estás,

desapareciste como una estrella fugaz,
como un lucero cuando llega el alba
poblando de vacíos mi alma.

jueves, 29 de diciembre de 2011

El cazador nocturno

Después de un bloqueo de tres días por una metida de pata, y de una autocrítica, retomé la escritura con la tercera versión de "El cazador nocturno" agregando nuevos personajes, nuevas situaciones, haciendo más fuerte la carga religiosa de algunos personajes. Espero escribir una o dos hojas durante estas vacaciones y una vez que vuelva al trabajo escribir una hoja al día mientras desarrollo mis otros proyectos. "El cazador nocturno" es una novela que escribiré con toda la paciencia del mundo para poder participar en concursos grandes como el Premio Alfaguara, Casa de América, Planeta-Casa de América, Copé 2013, así que no me apresuro porque la prisa es la madre de la mediocridad. La primera versión -hecha el 2010- tenía 170 hojas, si mal no recuerdo, la segunda, que hice en todo este año, tiene 236 hojas, así que espero que la tercera tenga un mínimo de 300 páginas, las cuales corregiré durante el 2013 para tenerla lista a fines de ese año. Espero seguir con vida para entonces, que mi mal no se agudice y me obligue a tomar desiciones extremas.

A pesar de todo, la vida continúa, hay que continuar, no vale la pena llorar por la leche derramada, como dice el refrán, no voy a estar triste mientras los demás se la pasan rico porque al final el único que perderá soy yo, y ya no estoy para eso, el tiempo se me agota a pasos agigantados y no puedo desperdiciar ni un minuto más de mi vida en nimiedades, así que a darle la vuelta a la página y a seguir hasta donde se pueda.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Llegará el olvido



Cuando se acumulen los años,
llegará el olvido
y será como si nunca hubieras existido,
el pasado estará para siempre enterrado.

Si te encuentro en mi camino
pasaré sin mirarte
como si se me hiciese tarde
y no hubieses sido nada mío.

Sabrás que hasta los recuerdos perecen.
que no hay amores eternos.
que las promesas se cumplen pocas veces,

que todo es pasto del fuego,
que la amnesia llega con los meses,
que hay adioses que empiezan con un hasta luego.

Adiós



Llegó el día del adiós, de la tormenta,
se terminaron los días de dicha y amor,
los días de dos cuerpos perdidos en la arena
amándose hasta ocultarse el sol.

Las gaviotas se alejan de la playa,
cesa de las olas el rumor;
las caricias se han vuelto espadas
que despedazan el corazón.

Adiós, las palabras convertidas en veneno,
el encuentro de dos sexos en cualquier esquina,
el hedor que deja un mal recuerdo;

ahora todos los defectos saltan a la vista,
es el adiós sin un beso, en silencio,
el adiós para toda la vida, hasta que no existas.

Una parte de mí



Una parte de mí
se fue en tu maleta,
por eso no puedo ser feliz
y vivo sumido en la tristeza.

Un pedazo de mi alma,
un trozo de mi corazón,
la vida que había en mi mirada,
la fe en Dios,

los planes para mañana,
las flores del jardín;
casi todas las esperanzas

partieron junto a ti
y hoy en las manos no me queda casi nada,
solo las ganas de morir.

Diario escolar (diciembre)



DICIEMBRE
JUEVES 1:
El sol vuelve a entrar con furia por mi ventana como dándole la bienvenida al último mes del año, como diciéndome que la vida continua. Llegamos a diciembre. Parece increíble, pero ya estamos en diciembre. Falta poquitito para que se acabe el 2005. Falta poquito para un nuevo verano. Playa, sol, arena, olas. Puerto Viejo, Cruz Verde, Pucusana. Aunque este verano será distinto a los otros, pues tengo que chancar como nunca para poder ingresar a la universidad. Creo que ni tiempo voy a tener para veranear. Mariana tampoco podrá hacerlo porque tiene que cuidar a Rodrigo. Además, estamos de doble duelo. Sospecho que para nosotras se acabaron los veranos por un buen tiempo. Adiós, verano; adiós, amor, diría Manolo Galván: Vuelan al viento sus hojas, / los álamos dicen adiós, / a este verano marchito, / que nuestro amor contempló...
Prácticamente hemos terminado las clases porque los profesores ya no dictan, solo revisan los cuadernos y toman prácticas a los que están en cuidados intensivos. El profesor Palomino ni eso. Al ojo nomás sé quién va a estar feliz y quién va a llorar en navidad, nos dice. Algunos recién se ponen las pilas, pero ya es demasiado tarde, ni el examen “entregatorio” los salvará del pelotón de fusilamiento. Conmigo no hay milagros en navidad, por si acaso, yo no soy Papá Noel: yo no regalo notas a nadie, al contrario. Por mi parte estoy tranquila, hasta el momento les saco ventaja por una buena cantidad de puntos a los que me estaban pisando los talones. Me he esforzado, me lo merezco, ¿no?, apenas he ido a chatear, no salgo a bailar, no tengo enamorado, estoy virginia, no sé lo que es estar en OBE, etc. Se puede decir que soy una alumna modelo, que me merezco los promedios que tengo. Estudiar, estudiar, estudiar. Eso es lo único que he hecho en todos estos últimos años.
Diciembre. Último mes del año. Un poquito más y acabo el colegio. Diecisiete días apenas y cumplo los dieciséis. Voy a cumplir dieciséis años. Ya no soy una niña. Hace tiempo que dejé de ser una niña, pero algunos no se dan cuenta. Peor para mí.
Diciembre. Navidad, después año nuevo. El 2006. Un nuevo año.
Navidad, año nuevo, ¿el profesor aceptará pasar el año nuevo con nosotras? Ser mi padrino es ser de la familia, ¿no? Debo sugerírselo a mamá. Aunque no creo que salgamos a bailar porque estamos de duelo. Se acaba el año y no he podido conquistar su corazón, claro que he avanzado bastante, dos besos son bastante, ser su ahijada es bastante, ser su futura comadre es bastante, pero el tiempo se me acaba. Gota a gota el tiempo se me agota y aún no conozco el amor. Miento, el amor lo conozco, pero no soy feliz porque este inmenso amor que siento por él no lo puedo compartir. Es mentira que es mejor amar que ser amado. El amor es para compartirlo con otra persona. El amor es para darlo. Si esa otra persona es feliz con el amor que tú le das, y te corresponde, entonces tú puedes ser feliz. Sino, serás como yo: una alumna triste. Este es el diario de una pobre chica triste. Lo he decidido: se lo regalaré en navidad, mi diario, digo, no “eso”. Camila me amaba y yo no me quise dar cuenta, qué imbécil, qué estúpido, qué tonto, qué baboso. ¿Qué más?: qué huevón. Darse cuenta que alguien te amó cuando ya es tarde, debe ser triste, ¿no? ¿Pero si tú no amas, qué podrías haber hecho? Casi nada. La felicidad de las mujeres depende de los hombres. Si ellos no nos aman, así los amemos con toda el alma y el corazón, y nuestro sexo, será por gusto. Las mujeres tenemos que esperar pacientemente sentadas sobre una piedra a que los hombres se dignen amarnos. El hombre es un león que tiene que esperar ver a la ovejita para devorarla. Si ella está flaca, sin poto, sin tetas, no pasa nada. La oveja es la que debe dejarse ver por el león para terminar en su estómago. ¿Por qué las mujeres no podemos declararnos? Así se evitarían tantos fracasos, tantas decepciones. Por algo no tenemos un sexto sentido, ¿no? Con él sabemos con quién vamos a ser felices. ¿Algún día cambiará esto? ¿Cuándo? ¿Cuando este viejita?
Se acaba el año. Angie tenía razón: el tiempo ha pasado rapidito: estamos en el último mes del año. ¿Qué será de ella? La llamé y me dijeron que no estaba. Ni me devolvió la llamada. Es una pena que nuestra amistad haya acabado así. ¿Qué hubiese pasado si aceptaba lo que ella quería? De repente me volvía maricona. Camila y Angie se aman. Ajj. Ni siquiera debí dejar que me tocara. Es cierto que me excitó, pero eso fue porque estaba borracha. Nada más. Yo nunca le chuparía las tetas a una mujer, menos lo de abajo. Ajj, eso apesta feo. A arañita yo la aseo todos los días, hasta su perfumito le echo para que huela rico, pero igualito tiene un olorcito que no me gustaría tener en la boca. Chapar entre jermas. La Britney Spears y Madonna se dieron un piquito una vez. Todo por la publicidad. Yo no lo haría nunca. Nunca me han gustado las mujeres. A mí siempre me han gustado los hombres. A mí siempre me ha gustado un solo hombre. El hecho de que no me corresponda no significa que voy a cambiar de gustos, ¿no?
Se acaba el 2005. Un año triste. El año de la muerte de la abuelita María y del tío Harold. Pero la vida continúa: Unos que nacen, otros morirán. / Unos que ríen, otros llorarán, diría Julio Iglesias. Hay que seguir viviendo porque algún día también nos tocará morir.
Como secretaria del profesor estoy sudando la gota gorda preparando el cuadro de méritos. Por lo visto, gratis no me ha salido el vestido de novia.
Recibo diciembre escuchando las canciones de mamá. Tú fuiste la mejor cosa que tuve, / y así también lo peor en esta vida, canta Roberto Carlos. Recibo diciembre pensando en mi amor imposible. Fuiste el amanecer lleno de luz y de calor / y en compensación: anochecer, la tempestad, dolor. Se acaba el año y prácticamente no he hecho nada. Fuiste tú mi gran sonrisa de llegada / y mi lágrima de adiós. Ojala que las siguientes líneas no sean una premonición: Aquel inmenso amor que un día tuvimos / y todas las locuras que hicimos, / fue el sueño más bonito / que un día alguien soñó / y una triste realidad / cuando todo se acabó. Locuras hemos hecho hasta por gusto, pero al menos ahora es mi padrino y tiene las puertas abiertas de la casa. Tiene las puertas abiertas de mi alma, de mi vida, de mi corazón, ¿de mis piernas?… ¿Una tocadita para recibir el último mes del año? Fuiste tú mi gran sonrisa de llegada, / todo y nada, / y adiós. Las clases se acaban pronto. El final está a la vuelta de la esquina nomás. Me enseñaste el amanecer de un lindo día / y fui feliz con tu querer.
En todo me ha ido bien, Diario, menos en el amor. ¿Algún día podré ser feliz? Ojalá. Sin amor no somos nada. El amor te da fuerzas para seguir. Es verdad que el amor es el motor del mundo. Por amor me ponía a estudiar con más ahínco, sobre todo en comunicación. Creo en ti, / y tu ausencia pasa a ser mi eternidad, / tu silencio mi paz, / tu recuerdo mi motor, dice Miguel Bosé. Y a pesar de todo, creo en ti. Yo sé que un día me dirás que me amas, por eso sigo creyendo en ti.
Me doy un duchazo. Mientras el agua fría cae sobre mi cuerpo como la lluvia en el desierto, pienso que el día promete ser interesante como para quedarse en casa. Ahora que se acerca el final, más ganas de estudiar tengo. Voy a extrañar el colegio cuando me vaya. Me afeito las axilas y las piernas, ¿y si me pelo la arañita? Mejor no, pica feo, así estoy bien, aunque peluda. Peluda pero feliz. Ya en el verano veré lo que hago con ella, porque, aunque sola, me daré mis escapaditas a la playa, no me voy a quedar como una monga encerrada en la casa, ¿no?
La ropa apenas me entra, he crecido más y he sacado más cuerpo, ya casi le alcanzo al profesor, pero lo ideal sería alcanzar un lugar en su corazón, ¿no?
Desayuno, como siempre mi leche con cocoa y marcho al colegio dejando a Mariana metida en su cama. Traga y duerme como chancho y hurga en mi diario. Esa sí es vida. Si yo salgo embarazada, ¿me tratarán igual? No creo, mamá me mataría, ella espera grandes cosas de mí.
–Llegamos a diciembre, profesor.
Estamos en la sala de profesores. Es el recreo.
–Menos mal. Ya quiero descansar.
Él quiere descansar, está harto de trabajar. Yo quiero que el tiempo se detenga, que los días no pasen, él quiere descansar, él quiere que termine de una vez el año escolar. Detener el tiempo es como hacer que los ríos vuelvan a sus orígenes, que las flores vuelvan a ser semillas, que la abuelita María y el tío Harold estén de nuevo con nosotros. Él quiere que el tiempo pase. Yo quiero que mis años pasen pero que este momento se detenga, que el 2005 no siga avanzando inexorablemente hacia su final.
–¿Qué hará en vacaciones, profesor?
–Dormir.
Dormir. ¿Solo o bien acompañado?, dan ganas de preguntarle. ¿Y si me dice bien acompañado, qué hago? Mejor ni le pregunto.
–Quién como usted. Lo envidio.
–No envidies que da cáncer.
Me río nomás.
–¿Y tú qué harás, Camila?
–Chancaré, como siempre.
–Tampoco todo es estudiar. Te puedes volver loca (como mi ex). Tienes que divertirte un poco, ir a la playa.
–¿Con quién voy a ir si mi hermana va a tener que cuidar a su hijito?
–Si voy con mis sobrinos, ¿te puedo llevar?
–Claro, es mi padrino, ¿no? No creo que mamá se oponga.
–Te llamaré entonces.
Ojalá. Iremos a la playa, disfrutaremos de un día de sol, mar y arena, me verá en bikini, verá que ya no soy una niña, ¿se enamorará de mí?, ¿abrirá, al fin, los ojos? Primero vamos con sus sobrinos, luego solitos. ¿Será capaz de llevarme a la playa a mí nomás? Ya no seré su alumna. ¿Está prohibido que un profesor vaya a la playa con su ex alumna, ministro Mota Sedal?
–¿Y cómo va ese cuadro de méritos, ah?
–Ahí, pataleando.
–¿En qué lugar estás?
–Primerita…
–¿Sin trampas?, porque después voy a darle su verificada.
–Claro, profesor, ¿acaso yo soy tramposa? –me enojo. Últimamente no aguanto a mis pulgas, menos a las ajenas.
–Disculpa.
No le digo nada.
–¿Vamos a almorzar?
Después de haber dudado de mí, me invita a almorzar. Me ha dicho tramposa, ¿acaso no veía cómo me rompía el coco estudiando? Aceptar su invitación significaría no tener dignidad ni un poco de orgullo.
–No, gracias, he tomado buen desayuno.
–Bueno. Ya vengo.
Se va. Soy una estúpida, ¿no? Yo que lo quiero conquistar, le rechazo una invitación. ¿No quería yo que me invitara a almorzar al quiosco? Ya lo hizo y lo choteé. Solita me jodí. Ni siquiera insistió. Él también tiene su orgullo.

VIERNES 2:
Presenté mi informe sobre Pudor, la última novela que leímos en el año. Me gustó. Así quiero escribir algún día.
Aquí están algunas líneas que me gustaron:
Lo habitual en estos casos es fingir que nada ha pasado y dejar que el tiempo se ocupe de borrarlo todo de la memoria, de las manos sudorosas y de las toallas de los baños, hasta que en realidad nada haya pasado (página 137).
El siguiente podría ser el epígrafe para una futura novela sobre la loca Martha:
–…Y en el colegio, todo el mundo dice que eres una puta (página 173).
Otra para el libro de la tía, que podría llamarse La loca del colegio:
–…¡Te ofrece citas como si fueras una puta y tú va tras él! ¡Y te encuentras con él! ¡Como una perra!... (página 176)
Nos dedicamos a pintar, dibujar y hacer garabatos en nuestras blusas y camisas para guardarlos como recuerdo de nuestro paso por las aulas. ¿Puede hacerme un dibujo, profesor? Claro, te hago lo que quieras. ¿El amor también?, me dan ganas de preguntarle. Tampoco seas tan puta, Cami, confórmate con que te haga un dibujo. Me hizo un dibujo de Winnie Pooh. Para la chica más chancona del Independencia, me puso de dedicatoria. Espero que nunca te olvides de tu viejo maestro. Claro que no lo haré. Yo nunca lo olvidaré así tenga que partir al otro extremo del mundo. Recién cuando me muera lo olvidaré, aunque ni eso, porque mi alma siempre volverá al colegio.
Pasado mañana nos vamos al Cuzco. No todos van, apenas un grupito.

SÁBADO 3:
Medio año ya desde el beso. Cómo ha pasado el tiempo. ¡Medio año! Miro para atrás y parece un sueño. Pero fue realidad. Por eso lo recuerdo. ¿Será mi condena recordar siempre ese beso? Me di mi vueltita por la biblioteca para recordar mejor. Si no nos hubieran botado, quizá otra sería la historia.

DOMINGO 4:
Llegó el día de la partida. Alisto mis calzones y sostenes para toda la semana, un par de jeans, chompas, polos, medias gruesas, de todo como si me fuera a la Antártida. Menos mal que ya me vino mi regla y no tendré que incomodarme con una visita inoportuna.
Aparte del tutor, iremos con el profesor Agustín, para que toque la guitarra durante el viaje, la Lechona y el Abuelo terrible. ¿Quién habrá invitado a esa bruja? ¿Quién al viejo mañoso? Ojalá que no nos viole en el camino nomás. La gorda dizque va para que cuide a las chicas. Ella está para que la cuiden, o mejor para que la manden al asilo.
A las diez es la partida. Apenas almuerzo para no vomitar durante el viaje. La última vez arrojé hasta los quistes que tengo en los ovarios.
Partimos de la puerta del colegio. Me cuida a mi hijita, compadre. No se preocupe, comadre. Claro que la cuidaré, y bien. No llores, ma, es solo una semanita. Es la primera vez que me separo de mamá. Pero no lloro. Ya estoy terminando la secundaria, ya no estoy para llantos. Por qué llorar si voy a estar al lado, y al cuidado, de mi amado, ¿no? Chau, Mariana. Le traes algo a Rodrigo. ¿Rodrigo querrá una ñustita?


DOMINGO 11:
No hay nada como el Cuzco. Conocer Machu Picchu es maravillarse de la capacidad del ser humano de hacer cosas grandiosas a pesar de sus limitaciones, del afán del hombre por trascender a través del tiempo, por alcanzar la inmortalidad. Eso es lo que yo debo hacer: construir mi propio Machu Picchu a base de lectura y escritura cotidiana. Tengo sueños, mi única meta en la vida debe ser que esos sueños se hagan realidad, ¿no? Mis ejemplos deben ser la abuelita María y el tío Harold. Ella vino de la sierra siendo joven, apenas murmurando el castellano y aquí se hizo de un lugar a base de esfuerzo. Igual hizo el tío Harold: la abuela le decía termina tu carrera, hijo, y él lo terminó a pesar de todas las dificultades que se le presentaron. La abuela le dijo saca tu título, hijo, y el tío lo sacó. La abuela le dijo nómbrate, hijo, para que no estés como tu hermano, y el tío lo hizo.
La Lechona con las justas llegó al Cuzco. Se la pasó en el hotel nomás. Subir a Machu Picchu hubiera sido para ella como subir al cielo. El que gozó rico fue el Abuelo terrible mirando a las turistas. Parecía un brichero el viejo. Ah, si lo hubieran visto. Caramba, si tuviera veinte años menos, pediría mi cambio a un colegio del Cuzco, dijo. Anda a bañarte, viejo mañoso, ¿tú crees que las turistas te van a hacer caso? O quizá sí: vimos a varias gringas bien aparradas por unos tipos que parecían descendientes directos de Sinchi Roca y Manco Inca.
Nada mejor como ver en directo el Intihuatana, el Templo de la Ñusta, el Templo del Sol y de la Luna, la Plaza Sagrada, la Roca Sagrada, el Mausoleo Real, el Templo del Cóndor, etc. Una cosa es verlo en los libros, y otra en vivo y en directo.
Estoy matada, pero feliz.


LUNES 12:
Hicimos puro chongo, rompimos nuestros cuadernos y ensuciamos todo el patio, pobre señora Cristina, se va a quedar sin manos de tanto limpiar el patio y los salones, las chicas cortamos las tiras y las bastas de nuestras faldas, los chicos rompieron sus camisas. ¡Qué lindo es estar en el colegio! Ya nadie nos puede mandar a OBE y bajarnos la conducta.

MARTES 13:
Oh, qué pena: este es un día de mala suerte: se terminó el colegio para nosotros. No hubo ni chau ni nada. Llegamos y había un papelógrafo donde decía que las clases se terminaron. Nos esperan el veintiuno para la clausura.
¿Para eso hizo adelantar el inicio del año escolar, señor Mota Sedal? Ya ni le reclamo porque no importa, se acabaron las clases para siempre.
El profesor me hizo pasar para ayudarle en la documentación. El colegio sin alumnos parece un camposanto, y no es exagerada la comparación. Somos nosotros, los alumnos, quienes damos vida a las instituciones educativas.


JUEVES 15:
Sigo yendo al colegio para ayudar al profesor. Voy con buzo. Lo poco que quedaba de mi uniforme lo lavé y guardé. Quizá algún día me lo vuelva a poner y me ponga a recordar.


VIERNES 16:
Mañana será la fiesta de promoción. El profesor me regaló una crucecita para que me lo ponga en la ceremonia.
Mañana. ¿Qué pasará mañana?, me pregunto como Perales. Mañana también cumplo años. Mañana se acaba para siempre el colegio. Nunca pensé que llegaría ese día, pero llegó. Falta poquitito para estar en la calle. Si no nos hubieran sacado de la biblioteca, quizá habría sido feliz. Allí crecí, allí me enamoré, allí un hombre me dio mi primer beso, ¿o fui yo quien se lo dio? Creo que eso nunca lo sabré. ¿Cómo empecé a ayudarlo en la biblioteca? Yo siempre iba a pedir libros con Angie. Primero lo molestábamos diciéndole que no enseñaba bien, él nos decía que no tenía mucha experiencia, acababa de terminar la universidad, una cosa es estar en la universidad y otra cosa es trabajar, chicas. A veces se molestaba conmigo, pero yo seguía ahí, hasta que me enamoré de él. ¡Yo enamorada de un hombre mayor! Hasta que un día me dijo si podía ayudarle durante los recreos, claro que gratis no, te voy a dar tu propina. Y empecé a ayudarlo. Cuando se enamoró de la profesora Martha, casi me muero de los celos, a pesar de lo cual acepté espiar a la loca sidosa. Tantas cosas que le inventé sobre ella: que la veía con el profesor Rafael por el Complejo, que una amiga los había visto entrar al Leo’s, que el profesor siempre iba a la casa de la profesora, etc. Todo para que se olvide de esa tarada. Menos mal que la declararon excedente y la mandaron a otro colegio. De ninguna otra profesora se ha vuelto a enamorar. ¿Me querrá aunque sea un poquito? Yo sé que me quiere, que si no me lo dice es porque todavía soy una niña para él y tiene miedo de que lo frieguen, podrían condenarlo a cadena perpetua por seductor de menores. Si supieran que soy yo la que lo quiere seducir, que soy yo la que lo quiere conquistar, que soy yo la que anhela tenerlo entre sus brazos. Soy yo la que te ama. YO. Es tu Camilita quien quiere ser feliz contigo.
Mañana.


SÁBADO 17:
Tiempo de vals… Entraré del brazo de mi príncipe azul y todas me mirarán con envidia. Yo seré la chica más hermosa y él el hombre más guapo del mundo. Letizia Ortiz y el príncipe de Asturias. …desde el tiempo hacia atrás… Yo con mi vestido blanco igual que una novia. …y de ser lo de siempre… Como en un cuento de hadas mis sueños se harán realidad gracias a esa varita mágica que es su amor. Eso es: el amor es una varita mágica. Cuando amas, como dice Juan Gabriel, todo lo ves más bello. Todo es más lindo por amor. Un sapo se transforma en príncipe por amor. Ah, el amor, el amor. …es volver a empezar… ¿Qué hora será? Ya tengo dieciséis años: Estas son las mañanitas que cantaba el rey David. A las chicas bonitas se las cantamos así. Miento, todavía no. Yo nací a las once de la mañana. Pero a estas horas mamá seguramente ya estaba con los dolores de parto. A estas horas yo ya quería salir y conocer el mundo. Me ha costado parirla a esta chica, dice siempre mamá. Es que nací grandota, gorda como miss Lechona y peluda como una mona. ¿Cómo habrá nacido mi amado? …cuando el mundo se para… Oh, pero me faltan todavía dos años para sacar mi DNI. Todavía soy menor de edad. Eso es lo más triste de este día, seguir siendo una mocosa para los demás. …y te observa girar… Hilda Angélica ya debe tener más de veinte. La envidio. Tengo celos: Tengo celos, por amarte tengo celos, de los ojos que te miran, del pasado que viviste. Mi amor te amó y no te importó. Qué tonta fuiste. ¿Te seguirá amando todavía? Ojalá que no. Creo que ya no. Cuando habla de esos amores pasados lo hace con indiferencia. Hasta se arrepiente de haber perdido su tiempo estúpidamente. ¡Amar a la profesora Martha! A esa tarada. …es tiempo para amar… Mi amor estará guapo con su terno azul y su corbata roja. El director lo mirará con cólera. El Abuelo terrible envidiará su vitalidad, su fortaleza. Viejo maldito, se aprovechó de Angie. Algún día lo van a meter a la cárcel por dárselas de vivo. Aunque la enana se lo merecía también por aprovecharse de un pobre viejo desmuelado. Tiempo de vals… Soy la número uno de la promoción. La más chancona. Estudiar, estudiar, estudiar. Milagro que no he terminado como la profesora Martha por tanto estudiar. …tiempo para sentir… Esta noche tiene que ser la más bonita de mi vida. Esta noche tiene que quedar grababa con bronce en mi historia. Esta noche la tengo que recordar siempre como nuestro primer beso. Ah, nuestro primer beso. ¿Te acuerdas amor del primer beso que nos dimos?, le preguntaré alguna vez cuando tenga ochenta años y yo esté a su lado cuidándolo, queriéndolo. Claro que me acuerdo, nena. …y decir sin hablar… Se van a arrepentir aquellos que nos sacaron de la biblioteca, aquellos que nos desalojaron de nuestro nido de amor, aquellos que nos dejaron a la intemperie a merced de las inclemencias del tiempo. Perdónalos, Señor, no sabían lo que hacían. Ellos no saben lo que es el amor. ¿Cómo van a saberlo si están con los corazones llenos de ponzoña igual que las tías Carolina y Dina? …y escuchar sin oír… Yo tengo que dar el discurso en nombre de la Promo 2005 Juan Pablo II. Les voy a dar con palo a todo el mundo. ¿Se acuerdan de esa chica a quien botaron de la biblioteca como a una perra sin dueño, ah? Esa era yo. Esa soy yo. …el silencio que rompe en el aire un violín… Mírenme. Pero no les guardo rencor, porque sé que estaban cumpliendo su función. …es tiempo de vivir… Se acabó el colegio para siempre. Nunca más volveré a ponerme ese feo uniforme plomo, señor Mota Sedal, ministro de educación. ¿Será el adiós definitivo? No. Claro que no. Soy su ahijada, seremos los padrinos de Rodrigo, siempre nos veremos. …bésame en tiempo de vals… Un día le diré que siempre he estado enamorada de él: siempre lo he amado, desde que usted entró por primera vez al 1° A. ¿Se acuerda de esa chiquilla con cara de monga que se sentaba en la primera carpeta? Esa era yo, Camilita. Un dos tres un dos tres… El amor no tiene edad. …sin parar de bailar… Seré su María Kodama. …haz que este tiempo de vals… Su Catherine Zeta Jones. Un dos tres un dos tres. …no termine jamás… Su Cecilia Bolocco. Le diré que no olvido los dos besos que nos dimos en la biblioteca. Tiempo de vals… Entre viejos libros cubiertos de polvo empezó nuestra historia de amor. …tiempo para viajar… Faltan pocas horas para la fiesta de promoción. No tengo que tocarme porque si no, no voy a tener energías para durar toda la fiesta. …por encima del sol o por debajo del mar… Quién como Mariana que duerme como una vaca. Mañana, no, más tarde nomás. A las diez de la noche. …sin saber si te llevo… Luces de colores, la pista de baile para nosotros. Bailaremos juntos. Tomará mi cintura. Me estremeceré al contacto de sus manos. Hasta quizá me desmaye de la emoción. …o me dejo llevar… Nunca hemos bailado juntitos. …es tiempo de verdad… Nos desplazaremos por la pista de baila. Su mano temblará en mi cintura como una hoja mecida por el viento, como un barquito de papel. Nuestros labios estarán cerca. ¿Le digo que lo amo cuando estamos bailando? Tiempo de vals… Mejor no. Va a pensar que estoy loca. Poco a poco se llega lejos. …tiempo para abrazar… Mejor primero soy profesional. …la pasión que prefieres… ¿Qué estudiaré? Literatura. Quiero ser escritora. …y hacerla girar… ¿Ingresaré? …y elevarse violenta… Todos los años he sacado diploma, tengo que ingresar. La abuelita María estará contenta en el cielo. Sonreirá desde las estrellas. Yo era su nieta favorita. …como un huracán… Quiero dar las gracias a muchas personas que han hecho posible que esta noche yo esté aquí. Especialmente a alguien que esta noche debe estar sonriendo desde las estrellas. Una mujer que no sabía leer ni escribir pero me ayudaba con mis tareas desde que era chiquita. Yo todavía recuerdo los patitos que dibujabas con temblorosa mano. Estás lágrimas son por ti, abuelita María. Yo sé que no te gustaría verme llorar, pero estoy llorando. Tío Harold también estará contento. Ahora están juntos y ya nadie los separará. Lejos del odio, del veneno. …es tiempo en espiral… Le diré a mamá que invite al profesor en navidad. …bésame en tiempo de vals (como me besaste en la biblioteca)… Podríamos salir en año nuevo. Un dos tres un dos tres… Que Mariana se quede cuidando la casa. …sin parar de bailar… ¿Cómo será tener un bebito? ¿Qué hora será? ¿Por qué no me puedo dormir? …has que este tiempo de vals… Si me toco de repente me quedo dormida en mitad de la fiesta. Un dos tres un dos tres… Debería ponerme a practicar baile. …no termine jamás… No vaya a ser que haga el ridículo. Giraremos en la pista de baile. Nos elevaremos hasta el techo. Nos brotarán alas de los hombros y nos elevaremos hasta el cielo. Llegar al cielo, tocar las manos de la abuelita, darle un beso. Cambiar toda esta historia por un beso de la abuelita. …Tiempo de vals… ¿Y si le pregunto por qué me besó? …que empleamos los dos… Uno no besa a una persona si no la quiere, ¿no? …dibujando en el suelo… Así deben ser sus manos. Sus dedos largos, de uñas bien pulidas. …de un viejo salón… Eso será en nuestra noche de bodas. …con tres pasos de baile… No debo hacerlo. No. Dicen que es pecado, que se me van a morir las neuronas y voy a terminar peor que la Chuchi Díaz. La pobre se tocaba mucho y por eso se quedó así. Pero pecado sería si me tocara pensando en todos los hombres del mundo, ¿no? Yo siempre lo he hecho pensando en un solo hombre. Pensando en él. …la historia de amor… Mañana voy a estar sin energías. …es tiempo de sentir… ¿Por qué me besó, profesor? …mi tiempo para ti… Dígame.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Cuento de navidad


–¿Qué me vas a regalar en Navidad, tío Agustín? –preguntaba a cada rato Ximenita.
–Todavía no lo sé, Ximenita.
–Le he pedido a Papá Noel una muñequita que canta y que baila –dijo la niña, con una luz de esperanza en sus bonitos ojos.
–Pobre Papá Noel, se va a arruinar: esa muñeca debe costar una fortuna.
–No seas exagerado, tío Agustín, esa muñequita no cuesta tanto.
–Eso dile al viejito pascuero.
–Ya pues, tío Agustín, dile a Papá Noel que no sea malito; dile que por gusto no me he portado bien todo el año.
¿Portado bien todo el año? Si tuviera que contar todas las travesuras que hizo Ximenita durante los últimos doce meses, por lo menos necesitaría mil páginas… solo para el primer tomo.
–Eso tienes que decirle tú, Ximenita, no yo.
–Acuérdate que Navidad es perdonar y olvidar todas las travesuritas –decía la niña, llenándome la cara de besos.
–Yo solo sé que me has dado dolores de cabeza hasta por gusto, Ximenita.
–Anda, di que sí, tío Agustín. Cómprame esa muñequita, ¿sí? Porfa.
–Voy a pensarlo, Ximenita. Todavía falta mucho para Navidad.
–Ya pues, tío Agustín, di que sí. Para Navidad esa muñequita ya no habrá. Si me lo compras, te prometo que nunca más me portaré mal.
–¿Prometido?
–Prometido, tío Agustín.
–Bueno, te lo compraré.
–¡Yupi! –exclamó Ximenita, saltando en un pie de contenta–. Eres el tío más bueno y más lindo del mundo.
Mi sobrina y Ximenita II (así bautizó a su muñeca) se convirtieron en uña y mugre: jugaban juntas, veían la televisión juntas, dormían en la misma cama, etc. Parecían siamesas, pues hasta para ir al baño no se separaban:
–Es que Ximenita II también quiere hacer el uno y el dos porque ha comido todo su comidita –decía la niña a favor de su muñeca.
Ximenita II empezó a ser utilizada como chivo expiatorio de las travesuras que perpetraba la Ximenita de carne y hueso:
–No seas injusto conmigo, tío Agustín. ¿Por qué me castigas a mí nomás si fue Ximenita II quien se limpió el pompis con tus dibujos?
Hasta me convertí en tío de una muñeca:
–¿Te gustó el cuento de La caperucita roja que nos contó el tío Agustín, Ximenita II?
–Sí, me gustó bastante –decía Ximenita II–. Ahora cuéntanos todas las aventuras de Pinocho, porfa, tío Agustín.
–Por hoy es suficiente, niñas. Ya es hora de dormir.
–¡Queremos más cuentos, queremos más cuentos! –pedían las Ximenitas a coro –. Sino no nos vamos a dormir, tío Agustín.
Las dos me iban a sacar canas de todos los colores.
–Pero es el último, ¿ya, niñas? Me duele la garganta de tanto leer.
Todo marchó sobre ruedas hasta la víspera de la Navidad. Cuando fui a buscar a las niñas para que almorzaran, las encontré chapoteando en la piscina como si fueran las hermanas de Sirenita.
–Es que Ximenita II también sabe nadar –me respondió la niña cuando le pregunté por qué había metido su muñeca al agua.
–Sácala inmediatamente antes de que se malogre.
–Primero juguemos al salvavidas, tío Agustín: tú ahógate y nosotras te salvamos como en Baywacht, ¿sí? Te tomas bastante agua, porfa.
–¡Te he dicho que saques a esa muñeca inmediatamente!
La sacó, pero demasiado tarde. Ximenita II ya no bailaba ni cantaba. Probablemente había “muerto” ahogada al cruzársele los circuitos internos. Le cambiamos las pilas, la exprimimos como a un limón para sacarle hasta la última gota de agua, pero nada, la pobre no daba señales de vida.
–¿Por qué no lo arreglas con tu alicate y con tu desarmador, tío Agustín? –sugirió mi sobrina como último recurso.
–¿Y si lo malogro más? Yo nunca he arreglado muñecas, por si acaso.
–Acuérdate que cada vez que se malogran la tele y la computadora, tú los arreglas con tu alicate y con tu desarmador y vuelven a funcionar mejor que antes.
–Bueno, ya que insistes, qué me queda.
Lo único malo es que se me olvidó pedirle a Ximenita que me firmara un papel eximiéndome de toda responsabilidad si la “operación” fallaba.
Y por supuesto que falló: cuando terminé de suturar a mi paciente, me sobraban piezas y la pobre estaba peor que antes.
Ximenita y yo empezamos a culparnos mutuamente de la muerte de Ximenita II:
–¿Por qué no me dijiste que no podías arreglarlo, tío Agustín?
–Claro que te lo dije, pero tú me insististe. ¿O no te acuerdas?
–No debiste de haberme hecho caso, tío Agustín. ¿Si te digo que te tires al río, tú te tiras?
–¿Y a ti quién diablos te mandó que te metieras al agua con todo y muñeca, ah?
–Tú, tío Agustín. Tú me dijiste, y yo solo te obedecí. ¿No te acuerdas?
–¿Yooo? ¿Estás loca? ¿Cuándo, ah?
Según Ximenita, antes de bañarse me preguntó si Ximenita II también podía hacerlo y yo le dije que sí.
–La verdad es que no me acuerdo, Ximenita.
–Tú me dijiste, tío Agustín. Tú tienes la culpa.
–¿Ah, sí? ¿Y por qué me obedeciste, ah? ¿O sea que si yo te digo que te tires del techo, tú te tiras, ah?
Ximenita no supo qué replicarme.
–Bueno, una muñeca es una muñeca. Así no cante ni baile, igualito puedes seguir jugando con ella. Y pueden bañarse todo el tiempo que quieran.
La niña seguía callada.
–Si quieres, la otra Navidad te compro una muñeca mejor que esa, ¿ya?
Pero Ximenita había congeniado tanto con su tocaya, que al verla así perdió todo el espíritu navideño y se encerró en su cuarto. Desde allí reclamaba que le devolviera sana y salva a Ximenita II:
–Que Agustín (cuando ella se molesta conmigo me llama Agustín a secas) me devuelva sanita a Ximenita II. Él me dijo que lo meta al agua, él lo ha malogrado con su alicate y con su desarmador.
No cesaba de llorar a moco tendido, y viendo que no conseguía nada con sus lágrimas, decidió endurecer su posición:
–Si Agustín no me devuelve sanita a Ximenita II, juro que me voy a tirar de mi ventana para abajo y me voy a morir cuando me chanque mi cabeza en el suelo.
–Déjala que se tire si quiere –dijo Karem Geraldine–. Está haciendo puro teatro para salirse con la suya.
¿Puro teatro? Pensábamos que Ximenita estaba bromeando, pero cuando la vimos parada en el alféizar de su ventana, nos asustamos.
–Ximenita, te prometo que para la próxima Navidad…
–¡No quiero nada para la próxima Navidad, Agustín! ¡Yo solo quiero que me devuelvas a Ximenita II antes de que me tire para abajo y me muera cuando me chanque mi cabeza en el suelo!
–Ximenita, ahora estoy sin un centavo, pero te prometo que…
–Voy a contar hasta diez, Agustín, y si no me devuelves sanita a Ximenita II, me tiro para abajo.
–Ximenita, te prometo que…
–Uno, dos, tres…
–Ximenita, te prometo que…
–Cuatro…, cinco…, seis… –Ximenita sacó un pie fuera de su ventana.
Yo estaba a punto de sufrir un infarto.
–Siete…, siete y cuarto…, siete y medio…, siete y tres cuartos…
–¡Ximenita, por favor! –suplicaba yo, casi de rodillas.
–Ocho…, ocho y cuarto…, ocho y medio…, ocho y tres cuartos…
–¡Ximenita, te prometo que para tu cumpleaños! –me puse de rodillas, no tenía otra opción.
–Nueve…, nueve y cuarto… –Ximenita se balanceaba en el aire–. Nueve y medio…, nueve y tres cuartos y…
–¡Por Dios, Ximenita, no te juegues así!
–Y…, y…
Dios mío, esta niña es capaz de cumplir sus amenazas. ¡Si no la conociera yo!
–Está bien, Ximenita, ganaste.
Ximenita volvió a sonreír.
–¿No dije yo que era puro teatro? –dijo Karem Geraldine.
–¿Ahora sí feliz y contenta? –le pregunté a la niña cuando tenía en sus manos a Ximenita III.
–Sí, tío Agustín. Muchas gracias.
A las doce de la noche, mientras los artefactos pirotécnicos iluminaban el cielo de La Realidad anunciando el nacimiento del niño Jesús, Ximenita me hizo una pregunta:
–¿Qué pasaría, tío Agustín, si a Ximenita III le pongo mil cohetes en su cintura? ¿Crees que llegue a la Luna?
–Supongo que sí.
–¡Entonces cómprame mil cohetes, tío Agustín!
–Ni lo sueñes, Ximenita, porque si esta muñeca se te malogra, no te compro otra así amenaces con tirarte del puente Villena. ¿Entendido?
Ximenita se limitó a sonreír.

***Este cuento obtuvo en 1995 el segundo lugar en los Juegos Florales de La Cantuta

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Una chica bonita


En baño de sangre acaba toma de rehenes en colegio ruso: 250 muertos y 704 heridos… Dejé de leer y la descubrí: estaba en la puerta, haciendo malabares para no salir volando como Superniña. Yo vivía triste, / sumido entre sombras, / sin pensar siquiera que existe la vida, / pero me ha llegado a mí este momento / y a la edad que tengo/ me nace un amor, cantaba Segundo Rosero. Las pistas limeñas no tienen nada que envidiarle a las de una ciudad en guerra. Cada salto de la combi era como si me metieran de nuevo el catéter. Lo recordaba y se me escarapelaba el cuerpo. Toc, había escuchado un golpe seco cuando la sonda chocó contra el cálculo –un meteorito de casi cuatro centímetros– que tengo alojado en el riñón derecho, haciéndome aullar de dolor. ¿Será verdad que también tengo una estreches en el uréter? Debido a eso fue que se formó la piedra, me dijo el doctor Barahona. De repente te hacemos dos operaciones al mismo tiempo, añadió, o los cálculos reaparecerán más adelante. Las cosas se me estaban complicando. Tiene en su mirada los rayos del sol / y en su linda boca un lindo candor. Era bonita, una chica bonita. ¿Cómo fue que no me di cuenta hasta ahora de su presencia, yo que siempre viajo con los ojos abiertos? Vamos Perú, a romperse en la cancha, decía en deportes. Dejé de mirarla para que no piense mal, para que no me confunda con un sátiro. ¿Podremos ganarles a los flamantes campeones olímpicos? Soñar no cuesta nada, solo una gran decepción después. La combi dio otro salto como Ibáñez para atrapar la redonda y la chica bonita hizo malabares de trapecista para no caer. El tipo que estaba sentado a su lado se hacía el dormido. Le hubiera dicho señorita, siéntese, pero estaba lejos de mí y a mi lado había un par de señoras que ya me estaban mirando con cara de poto por no darles el asiento. Este no es asiento reservado, señoras, tenía ganas de decirles. Tiene en su mirada, / tiene en su boquita / un soplo de vida, / tiene lo que nadie tiene en esta vida / para ser bonita, parecía que Segundo Rosero le estuviese cantando a ella. Su rostro estaba dibujado con mano diestra como una obra conjunta de Miguel Ángel y Rafael. Era inevitable compararla con Martha: la una tenía la piel lozana, la otra, marchita. La edad es implacable, sobre todo con las mujeres, a pesar de la tonelada de maquillaje que suelen echarse algunas. Tenía los cabellos lacios pintados de rojo vino sujetos por un ganchito. Con el pelo suelto se te vería más linda, princesa. Yo llevo el cabello como a mí me gusta, ¿ok? Yo solo decía. Mejor no digas nada, amigo. Bueno, bueno, no vamos a discutir por unos cuantos pelos. Subieron un par de chiquillos con traza de pirañitas y ese angelito sujetó la mochila celeste que llevaba colgada en el hombro derecho. Ni los ángeles están libres de los delincuentes. Róbenla nomás y les saco la entreputa, mocosos de mierda. Otro salto de la combi, ayayay, sentí como si me acuchillaran. Cuando oriné después que me sacaron el catéter, me ardió como si me hubieran echado limón en las vías urinarias. Había restos de sangre en la orina. Qué habrán hecho con mi pobre aparato urinario. Ojalá nomás que no me hayan dejado impotente. Tengo un despecho en mi vida, / siento un dolor en mi alma. / Prometí ya no beber, / sin embargo no he cumplido, / pudo más este dolor, lloriqueaba el ecuatoriano desde los parlantes. Nos miramos: tenía los ojos grises como los de una gata, una linda gatita: miau. ¿No quieres comer un ratoncito, nena? Gracias, amigo, pero ya desayuné un jugo especial y un pan con pollo y tengo la pancita súper llena. Provecho. Gracias, amigo. De nada. La combi avanzaba esquivando los huecos como si fueran minas para no volar por los aires. Tome asiento, princesa. Gracias, amigo, qué amable es usted; deje que lo premie con un beso. Un beso suyo sería el mejor regalo que mujer alguna me haya dado en la vida. No, no era normal que alguien te ofreciera el asiento desde tan lejos. Qué pensaría. ¿Con qué intenciones me está dando usted el asiento, ah? Con ninguno. Sea sincero. ¡Si no conociera yo a los hombres! Si hubiera estado sentado a su lado quizás… Cuando subí en Wilson esos primeros asientos estaban vacíos, pero la experiencia me ha enseñado que no sirve sentarse adelante porque no falta una embarazada o una señora con sus críos que sube y hay que cederles el asiento como si uno no tuviera su propia carga de dolores. ¡Si hubiera sabido que iba a subir semejante criatura! Pero quién sabe lo que va a pasar en una combi, ¿no? Dos más, por favor, dos más, / que por ella quiero brindar, pedía Segundo Rosero. Dos chelitas bien al polo para olvidarme de mis dolores. Pielografía: por el nombrecito yo creí que iba a ser alguna revisión de piel para ver por dónde me iban a operar y no que me iban a meter un catéter por el pipilí. Los doctores nunca te explican lo que van a hacer contigo. De dolerme mucho no me dolió, pero hubo tramos en que la sonda chocaba en las curvas de mi tripa y sentía que veía al diablo calato y maldecía a Martha. Después de nuestra pelea –23 de marzo–, al fin decidí acudir al doctor después de muchos años. Fui para justificar los tres días de inasistencia. Ironías de la vida: le voy a terminar debiendo la vida a mi ahora enemiga. ¿Le llevo su mochila, linda? No, gracias; guardo cosas muy personales que nadie puede ver. Tus toallas higiénicas, tus anticonceptivos… Disculpe, yo no soy Martha, no me confunda, por favor. Perdón. ¿Estaría en la universidad esa preciosura? Esa mochila parecía vacía. Era sábado: después de estudiar, a bailar, y a la disco no vas a llevar todos tus cuadernos, ¿no? Después se pierden y es un problema ponerse al día. Yo mismo estaba pataleando con mis programas y registros porque el siguiente martes tenía supervisión y hasta el momento no había elaborado ningún documento. Tenía mi diario de clases, pero hace unos días me fui de parranda al Open y se manchó con sangría. Ni modo de presentarlo en esas condiciones, me cae mi memo por choborra. Cuidado con los consejos que des. No intervengas en asuntos ajenos o perderás amistades. Suerte con el número 5, me aconsejaba la brujita Josie. ¿A quién podría darle consejos en la combi? ¿A esa nena? ¿Qué le diría?: Nunca subas a una combi llena porque ningún idiota te va a dar el asiento, excepto yo. Nunca más lo haré, amigo, gracias por el consejo. ¿Y qué haría con el número cinco? ¿Comprarme la tinka? ¿Te parece si con el premio compro un avión para llevarte a conocer el mundo, las pirámides de Egipto, la Torre de Pisa, Venecia…? Gracias, pero no suelo aceptar invitaciones de desconocidos, de extraños. Para eso te estoy invitando, linda, para conocernos más. Gracioso. Que suene ese bolero triste, / bolero triste como lo estoy yo. / Que me acompañe a esta amargura, / que me ha causado un gran amor, se ve que el fercho había sufrido un golpe mortal en el corazón peor que yo. ¿Cuál es tu signo, amiga? Adivina adivinador. ¿Aries? Frío. ¿Tauro? Hielo. ¿Sagitario? Nada que ver. ¿Géminis? Quédate con la duda. ¿Cuál podría ser el signo de un ángel? Llevaba una casaca jean azul–gris, dentro una cafarena color plomo con rayitas horizontales marrones. En el lado derecho de su cuello –blanco, terso– descubrí el nacimiento de un tatuaje, unas líneas rojas. ¿Tendría una rosa en el cuello de junco? Dichoso el que la tatuó. ¿Le habrá dolido cuando se lo hicieron? Casi nada, me lo tatuaron con unas agujitas casi imperceptibles, sino habría gritado como loca. Suena nomás suena, / bolero rockolero. / Por eso suena nomás suena, / bolero rockolero. ¿Cantamos, amiga? Podemos ser el nuevo dúo Pimpinela. Paso, soy feliz. ¿Cuántos años tendrá? ¿Veinte, veintiuno? ¿Cuántas primaveras tienes, princesa? ¿Acaso no sabes que eso no se les pregunta a las mujeres, ah? Perdón. Máximo tendría unos veintidós añitos. Martha le llevaba una década. Y más quizá. Está tía ya, aunque tiene el cuerpito de una chiquilla… después de una huelga de hambre. Hasta Angie –mi favorita, según mi ex amiga–, con sus doce añitos, tenía mejores proporciones y volúmenes que su profesora. Mejor no pensar en mujeres… ¿Cuántas placas me habrán sacado hasta ahora? Unas diez, mínimo. ¿Y si me da cáncer por tanta radiación? Cáncer a la próstata. Me jodo. Fue la primera vez que subí a una camilla. Me pasearon por varios pisos, hubiera sido feo andar con el catéter colgándome de la verga por los pasillos del hospital. Nuestras miradas se encontraron otra vez. ¿Esos ojos serán naturales? Las chicas de ahora son más plásticas que una Barbie. Hace un par de días atrás la Maricielo Effio presentó en sociedad sus nuevas tetas como si a uno le importase. Martha decía que antes, en sus buenos tiempos, usaba lentes de contacto. Antes. Todo era antes con Martha. Pasajes, pasajes. El cobrador se metía entre la gente como el catéter en mi organismo. Pasajes, pasajes. El pendejo se puso detrás de la chica. Sal de ahí, huevón, o ahoritita te corto la verga, o te meto una sonda sin anestesia. Tiene sus ventajas ser cobrador, aunque estar de pie tantas horas debe ser terrible para los pobres riñones. Ella ni se inmutó, ¿lo estaría disfrutando, o el cobrador era mocho? La tiene chiquita, ni cosquillas te hace. ¿No quieres probar, amigo? Paso. Tenía la naricita perfecta. La chica, no el cobrador. Yo no pensé perderla nunca, / pero ya ves: ella se ha ido. / Yo que pensé crear con ella un mundo nuevo / lleno de amor. Tenía ganas de decirle al cobrador que pusieran canciones más alegres, pero no lo hice. El reto de Cati, decía una de las llamadas de espectáculos, anunciando el retorno de mi ex estrella a la televisión, ahora como flamante conductora. Menos mal que me bañé y cambié de calzoncillo. Nadie hizo un comentario por mi culo peludo. ¿La chica bonita o Martha? Esa pregunta estaba por demás. Tenía las uñas sin pintar, recortadas como las de mi hermano John. ¿También se los comerá pensando que son pan? Esas manos serían más hermosas con las uñas largas y pintadas como las de una modelo, amiga. ¿Quieres que te arañe cuando nos peleemos? Miau. Mejor llévalas así nomás. Por eso suena, bolero triste, / quiero en tus notas sentir dolor, / quiero decirle que en su cariño / se ha llevado mi corazón. El tipo que estaba sentado al lado suyo seguía durmiendo sin importarle los saltos de la combi. La princesa estaba demasiado pegada al tipo. ¿Se estaría sobando en sus hombros? A veces las féminas suelen hacer eso. Una vez una chica, no tan bonita, estuvo autosatisfaciéndose con mi hombro. Casi le digo ¿nos bajamos, amiga? A falta de hombres, buenos son hombros. Subió un vendedor de productos golosinarios de la fábrica Winter acabado de salir de Lurigancho. ¿Quién lo habrá soltado si los del poder judicial están en huelga? Chicles, caramelos, cigarrillos. ¿Un caramelo para que endulces tu vida, ángel mío? Paso, no suelo aceptarles regalitos a desconocidos. Fiscal confirmó la descripción de la fábrica de firmas. Por lo visto, nuestro presidente llegó a Palacio con trampa. Ella seguía sufriendo con su mochila y con los tipos que al pasar por su detrás la sobaban. Una vez un viejo se puso detrás de mí y me colocó su verga, blanda como un gusano, entre las nalgas. Creyó que yo era una hembrita porque por ese entonces llevaba el cabello largo. ¿Y lo disfrutaste, amigo? Claro que no. ¿Martha y Rafael ya habrán tenido intimidad? Supongo que sí después de casi medio año de estar juntos, ¿no? ¿Acaso yo no me levanté a Nena a los tres meses nomás? Martha no tiene otra alternativa si Rafael le pide tener relaciones. No le va a decir estoy virgen, primero hay que casarnos. Lo único que le queda es aceptar calladita los requerimientos de su amado. ¿Pero se le parará a Rafael? Esa es la pregunta del siglo. Debe ser doble filo. Traté de imaginarlos tirando. Imposible. Suena nomás suena, bolero rockolero. / Por eso suena nomás suena, bolero rockolero. Pobre Nancy Masías, estará llorando a mares: la mujer a quien le dio la mano le quitó el hombre que amaba. ¿No es para reírse? Y dizque eran amigas. Ayayau, no podía ni reírme. ¿Habrán ido al campeonato magisterial? Seguro. Deja a Chavelita con su mamá y se van a tirar a un hostal de medio pelo. La chica bonita se limpió los mocos. Parece que estaba con gripe. Cualquiera con este clima de mierda que un día parece el infierno y al siguiente una refrigeradora como los pasillos del tópico de urología. Voy a tener que comprarme una piyama gruesa para la semana que voy a estar internado sino voy a morirme de frío y no de otra cosa. Ojalá que sea cierto que me van a dar un mes de descanso. Por mí que me operen mañana mismo para no presentar mi carpeta pedagógica. El director es capaz de clavarme mi memo. Martha cree que yo soy chupamedias de Caycho. Ni que fuera Benites, o ella. ¿Acaso me he encerrado en su oficina para felicitarlo por su cumpleaños? ¿Acaso voy a las fiestas que organiza Caycho en su casa? ¿Le debo algún favor al borracho ese? ¿Creerá que yo estoy faltando por gusto? En fin, Martha está media loca, ¿no estuvo internada un par de semanas en el pabellón de enfermos mentales del Rebagliati? La idiota cree que todo el colegio está en su contra. Pobre taradita. ¿Le limpio los mocos, amiga? A esa chica hasta el potito le limpiaría con gusto. No seas mal hablado, amigo, por favor. De paso le cambio la toalla higiénica. No hables estupideces, o me molesto contigo. Perdón, perdón, estoy alucinando demasiado. Si no termino mañana mi documentación, falto el martes. Digo que me sentí mal. ¿Me descontará Caycho? ¿Acaso mi sueldo sale de su bolsillo? ¿Ya se olvidó que el año pasado trabajé en exceso? Si no fuera por mí y por la auxiliar Maribel, ahora Martha estaría en la calle. Y así me pagó. Nunca más vuelvo a mover un dedo por ella. Cómo voy a olvidarte / si estás prendida en mí. / Cómo voy a olvidarte / si te llevo en mi ser. Subieron una tía y un gordo. En el asiento de adelante había una paisana que llevaba a su bebito envuelto en una manta como si fuera una momia. La tía que acababa de subir le dijo déle aire a su bebe, no se vaya a asfixiar. La chica bonita prestó atención a ese diálogo. Tenía un rostro dulce, amable. Siempre lo llevo así, dijo la paisana. ¿Cuándo será mamá? Será una mamá linda. ¿No quisieras ser la madre de mis hijos, nena? Ya estás hablando tonterías. ¿Yo contigo? ¿Y por qué no? Soy inteligente, tengo estabilidad laboral, vacaciones pagadas, seguro médico… ¿No quieres ser feliz? No me quiero quedar viuda tan joven. Voy a salir vivo de mi operación, ya lo verás. Primero sales, y después hablamos, ¿ok? No hay dinero para fonavistas. Nunca va a haber dinero para ellos así hagan huelga de hambre hasta morir. Empecé a hojear de nuevo las noticias. ¿Qué les costará a los rusos darles la independencia a Chechenia y evitarse más ríos de sangre? Mi horóscopo me decía Acude al médico cuanto antes o de lo contrario lo lamentarás. Del hospital venía, medio adolorido y medio arrepentido de haber acudido a la cita. ¿Cuántos centímetros me habrán metido? De catéter, digo, no de otra cosa, la otra cosa es para Martha. Cati decía Estoy rompiendo con una imagen de inocente. Ojalá nomás que no termine como Martha arrinconada en un callejón oscuro. Esa sí se pasó de pendeja: no era la mosquita muerta que aparentaba ser. Cómo lloraba por el papá de Chavelita: nunca lo voy a olvidar, Pepe ha sido el único hombre de mi vida, siempre voy a estar enamorada de él, decía. En menos de medio año lo olvidó. Nunca me voy a enamorar de otro hombre. En eso sí tenía razón: Rafael no es cien por ciento hombre. Cuando la tarada se dé cuenta será demasiado tarde. ¿Qué hacer para vengarme? ¿Matar a mi rival? ¿Matarlos? No. No vale la pena. No voy a pasarme veinticinco años de mi vida en Lurigancho para salir después a vender caramelos en los carros. Ni que Martha fuese Miss Universo. Hasta esta chica es más linda que ella, tiene los ojos claros, los rasgos finos, las manos delicadas, y mejor cuerpo. Martha ni espalda tiene, parece media tuberculosa o anémica porque está más pálida que un muerto. Que sean felices mientras puedan. Además, esta chica es joven. Nuestros hijos serían saludables, inteligentes. Ay, si supieras de veras / lo que eres para mí. / Eres más que mi amor, / la razón de mi vida, lloraba Segundo Rosero. Por Santa Anita la señora del bebe–momia bajó y la mujer del gordo le dijo a la chica bonita siéntate porque nosotros ya vamos a bajar. Y la chica bonita tomó asiento. ¡Por fin! Ya me dolían los riñones de tanto estar parada sin que ningún hombre se dignara darme asiento. Se ve que en esta combi no hay caballeros. Amiga, yo te hubiera dado el asiento pero… Mejor no me digas nada, amigo, que desde que se inventaron las excusas nadie queda mal. El gordo y su mujer bajaron en Plaza Vea. La Vergara –la brujis, no la actriz– me decía Dejarás atrás los resentimientos; tu humor será tu conciliación. Estarás muy afectivo(a) y te tomarás un tiempo muy especial para el amor… ¿Con quién me reconciliaré? ¿Con Martha? Ni en sueños. ¿Será feliz con Rafael? ¿Será feliz quedándose en los recreos en su salón mientras Rafael baja al quiosco a tragar con la gorda Natalia y no le importa que la pobre loca esté haciendo el papel de cojuda? Hasta la más tarada se daría cuenta que el cabro solo se está aprovechando de ella. A veces le doy la razón a Rafaelillo. ¿Quién no si la perra se le aventó con el calzón en la mano? ¿Qué quieren que haga si ella me persigue y yo soy hombre?, alegaba el pobre. Hombre, jajajá… ay, mierda, ni reírme puedo. Y aun así no estás conmigo, / estás tan lejos, / dónde estarás. / Quisiera verte, / quisiera hablarte, / es tan difícil vivir sin ti. La chica bonita sacó un espejito y empezó a pintarse los ojos. Era ojona. Tenía las cejas negras, tupidas. Amiga, ¿te depilo las cejas? Ay, no, gracias, eso lo dejo en manos de Rafael que es una experta en estos menesteres. En su mollera empezaba a formarse una mata de pelo negro. Te verías mejor con el cabello negro, contrastaría con la blancura de tu piel. Yo llevo el cabello como a mí me da la gana, ¿ok? Yo decía nomás. Gracias de todas maneras por el consejo, quizá más adelante lo tome en cuenta. Se echó rubor en las mejillas. Esas sí son mejillas, no como los de la tarada que empiezan a descolgársele por la fuerza de gravedad de los años. 33 años dentro de… treinta y seis días. Como para crucificarla por el culo. A esa edad urgente necesita un marido. Se aplicó rimel en las pestañas, sacó un aparatito, ¿se llamará rizador? y empezó a darle forma a sus pestañas. Si así estás linda, nena, no necesitas tanta cosa. Todo lo veía yo por el espejito que tenía ella en la mano izquierda. Amigo, no seas sapo que te va a salir una bolota en los ojos. Diego Torres estará el diez de setiembre en la explanada del Monumental de Ate. ¿Vamos, princesa? Gracias, ese día voy a estar muy ocupada. ¿Una cita romántica? No es tu problema. Disculpa. Un mes después la loca estará de cumpleaños. ¿Aún estaré yo en el Independencia? Ojalá que ya no. Este año no la llamo. Las fotos del El Comercio sobre la tragedia de Beslán eran elocuentes. Matar niños es lo peor. Algún día –máximo cien años– todos los de la combi seremos un montón de huesos, hasta la chica bonita, ¿a qué edad morirá?, ¿cómo morirá? Eso no lo pueden adivinar ni Mirtha, ni Josie, ni la chucha del gato. La preciosa sacó un lápiz labial y se empezó a pintar los labios, esos labios imposibles para un pobre diablo como yo, aunque yo creo que mínimo me merezco una chica así, ¿verdad? ¿Estará yendo a una cita? Eso es más que seguro. Mamá, hoy me toca jugar con el 69–69 y se va a tirar con cabrini. Esa loca andaba buscando marido. Por idiota la perdí. Pero fue lo mejor. Dentro de veinticinco días será un año de su desgracia. ¿Chavelita ya cobrará su pensión? Seguro, sino la puta de dónde va a sacar para comprarse ropa, a menos que Rafael la esté vistiendo. La viste y la desviste. Para interesada Martha es única. Cómo me lloraba por plata diciendo ya he gastado mis últimos cien soles. Como cinco veces dijo mis últimos cien soles. La combi seguía avanzando veloz por la Carretera Central y Segundo Rosero seguía lamentándose de sus pérdidas amorosas: Suena nomás suena, bolero rockolero. / Por eso suena nomás suena, bolero rockolero. La chica bonita llevaba un anillo ¿de compromiso? en el dedo medio de la mano izquierda. Por mí no volvería al Independencia ni por el vuelto. Al diablo con Martha. La chica se limpió una manchita que había dejado el rimel en sus párpados. Se soltó los cabellos, cortos y lacios, sacó un peine y empezó a peinarse. El flaco que estaba parado a su lado se agachó y le entregó su rimel que acababa de caérsele. Ella le dio las gracias con una sonrisa. Envidié al tipo. Para mí ni sonrisa ni nada. Paciencia, ya te tocará. ¿Cuándo? Paciencia. Suertudo. Restringen luz y no se extenderán nuevas conexiones. ¿Volveremos a los tiempos de los apagones? A alumbrarnos con vela. En la sierra no cae ni una gota de lluvia. A tu lado, amor, no me importaría vivir en la más completa oscuridad pues tus ojos serán el faro que guíe mi barca hacia un puerto seguro. Qué cursi eres, pareces Marco Antonio Solís. Terminó de peinarse, abrió su mochila, sacó unos papeles, les dio una rápida hojeada, los guardó, sacó una botella de agua mineral San Antonio y le dio un buen sorbo. Sacó un Halls y se lo metió en la boca ¿para refrescar el aliento y descongestionar su linda gargantita? Se apoyó en el respaldar y cerró los ojos por un instante. ¿Qué ideas pasarían por su cabecita? ¿A dónde estará yendo? ¿Con quién soñarás, princesa? Mi próxima cita es el viernes primero de octubre, el siguiente viernes es feriado. A descansar. Diez de octubre es domingo. ¿Llamarla? ¿Puedo invitarte a cenar, Martha? Llevas a Chavelita. ¿Por qué no nos damos una última oportunidad? Mejor no, nada de arrastrarme, no soy Segundo Rosero para estar llorando por una mujer. El año pasado le regalé unas rodilleras y a su hija un cuento con su caset. Este año no hay nada; así cumplas mil años no te regalo ni mierda. La chica bonita abrió los ojos, miró dónde estábamos –en Ceres– y volvió a cerrarlos. Soñar contigo, que el meteorito y el catéter sean un recuerdo nada más, mejor ni recuerdo, mejor borrarlo de mi memoria como a la loca y a todo el Independencia. Llegamos casi a Huachipa, el tráfico era un caos, el vehículo avanzaba con lentitud, los ambulantes asaltaban las ventanillas ofreciendo mil chucherías. La chica bonita se puso de pie –tenía un jean azul–gris Parada 111–, le vi la cintura blanca, tenía otro tatuaje debajo del ombliguito cuyas líneas verdes se perdían pantalón abajo; ¿hasta dónde llegará? El flaco se sentó en su lugar, le dijo amiga, se te ha caído, y le entregó su lápiz de labios. Esta chica anda botando todas sus cosas. Ella volvió a sonreírle, dijo baja, baja, y se bajó de la combi. Adiós, ángel. Por eso suena nomás suena, bolero rockolero.
(2004)

Día de sol

La vi llegar desde lo alto del torreón de vigilancia. Destacaba del resto por su porte estilizado. El sol reverberaba en su castaña y larga cabellera.
Fue una de las primeras en salir de los vestidores. Llevaba un bikini celeste. Alrededor de la breve cintura tenía atado un pareo de múltiples colores.
Tendió su toalla sobre la perezosa, embadurnó su lozana piel con crema bloqueadora, se puso unos anteojos oscuros y unos audífonos y se echó de cara al sol. Sus pequeños senos parecían querer derribar al rey del verano.
Las chiquillas jugaron a un concurso de belleza.
–Ven, Ilse.
Se llamaba Ilse. Il-se. Un nombre musical. Ilse, Circe.
No hizo caso del llamado de sus amigas.
Mientras las otras se metían a la piscina o conversaban debajo de las sombrillas, ella parecía estar en otro lugar. ¿Qué pensamientos ocuparían su mente? ¿Qué mundos visitaría con la imaginación?
Era una bella durmiente. Una Julieta. Despertarla con un beso.
Ninguna novedad en la piscina.
Ilse pareció despertar de su sueño solo para darse la vuelta y poder recibir las caricias del sol en esa espalda que parecía ser un desierto divido en dos por un río de celestes aguas. El Nilo cruzando el Sahara.
Hasta que al fin sintió el llamado de la piscina. Se puso de pie, se despojó del pareo, se quitó los lentes y se arrojó al agua.
Cruzó mares, se hundió en busca de perdidos tesoros y emergió a la superficie en busca de aire. Parecía Venus naciendo.
Volvió a la perezosa.
El sol lamió el rocío de su piel.
Parecía tararear una canción. ¿A quién escucharía? ¿A RBD, a Don Omar?
Sus amigas se habían olvidado de ella. Ilse parecía ser el último habitante de un planeta en extinción.
Varios minutos después, volvió a ponerse de pie, se quitó los audífonos y anteojos y caminó hacia el trampolín.
Subió.
Allá, en lo alto, parecía una estatua de bronce recién sacado de su molde.
Extendió los brazos y se lanzó en picada como una gaviota en pos de un pez.
Hizo unas cuantas piruetas en el aire antes de hundirse limpiamente en el agua.
Buceó, nadó, chapoteó, flotó.
Volvió a salir chorreando agua.
Se echó de nuevo sobre su toalla.
Allí estuvo hasta la hora en que el sol perdió vitalidad. Agarró su toalla, entró a los vestidores, se puso su uniforme y se marchó con sus amigas.

El profesor de música

EL PROFESOR DE MÚSICA



¿Hilda? La rubia no me quitaba los ojos de encima. Imposible. Me salté un par de compases. La rubia sonrió: sí, era Hilda: esa sonrisa la conocía muy bien. Traté de concentrarme en la ejecución de Mauka zapato, pero los recuerdos me traicionaban, tomaban por asalto las fortalezas de mi memoria, la partitura me parecía escrita en chino, como decía Hilda cuando era mi alumna, mis dedos golpeaban dubitativamente los trastes de mi vieja Falcón. ¿Hace cuántos años que no la veía? Muchos. El tiempo había pasado veloz y aquella niña estaba ahora transformada en mujer. Hilda. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? Si la memoria no me fallaba, fue en la clausura de mi último año escolar en el Túpac Amaru. ¡Hace tanto tiempo ya! Aquel día me ignoró olímpicamente, ni siquiera me dio las gracias por haberla aprobado. Debí de haberle puesto un cero cinco para que me suplicara, para que se arrastrara por un once, para que viniera a buscarme como la López y me dijera que estaba dispuesta a todo, a todo, profesor, con tal de no salir desaprobada porque en mi casa me van a matar. Tarde para lamentarme. Para el pueblo de mis padres, Mi Huancavelica. Ese día llevaba su famoso pantalón verde limón que dejaba adivinar en toda su plenitud su abundante trasero, dueño de mis obsesiones, fantasías y deseos. Diablos, mi verga empezaba a despertar de su prolongado letargo. Las mismas facciones de entonces, pero más maduras, más acentuadas, los labios rojos y carnosos como los de la Angelina Jolie, sus grandes ojos enmarcados por largas pestañas y su rubia cabellera que brillaba como un sol en el verano. Me comí otro par de notas pero nadie se dio cuenta. Aplausos para el maestro Harold, la guitarra más brillante del Perú, Premio Amauta de las Artes. Gracias, gracias, estimada concurrencia. Hilda aplaudía con entusiasmo mientras mis manos ejecutaban las melodías por inercia, mecánicamente. Yo estaba de vuelta en las destartaladas aulas del Túpac Amaru de Vitarte donde me inicié en el magisterio. El patio de tierra, un par de arbolitos raquíticos. Los techos de calamina, el salón convertido en un horno en los días de sol. ¿Se acordaría de las veces que se quedaba dormida en mis clases?, ¿que pedía permiso para ir al baño y ya no regresaba? Hilda. ¿Cuál era su segundo nombre? ¿Ángela?, ¿Angélica?, ¿Angie?, ¿Agnetha?, ¿Angelina? Mi cerebro no era el mismo de antes. Toda mi habilidad estaba en mis manos, en estas garras que pulsaban las cuerdas ajenas a mis recuerdos, a mi pasado en el Túpac Amaru. La primera fila de carpetas, Hilda abanicándose para espantar el calor. Ahora Carnaval ayacuchano. Así se baila en Huanta, en Paucar del Sara Sara, en Lucanas y Huamanga. La rubia se puso de pie, ¡Hilda, no te vayas!, y abandonó el auditorio sin decirme ni siquiera un miserable adiós con las manos. ¿Y si no era ella? Hilda estaría jodida con una recua de hijos colgándole de las marchitas tetas, estaría gorda como una vaca, estaría con los dientes destruidos por la caries, tendría el sexo seco, podrido como el mío. ¿Cómo pude creer que semejante rubia podía ser Hilda? Seguramente fue una visión, una alucinación, una mala jugada de mis ojos, de mis recuerdos, de mis esperanzas. Pero podría jurar que eran exactas como dos gotas de agua. Sería su doble, seguramente, alguien parecido a ella. ¿No dicen que todos tenemos un clon? ¿No me han visto en Trujillo mientras yo estaba dando un recital al otro lado del mundo? ¿No encontraron en Puerto Viejo a un ahogado, que se parecía a mí, mientras yo estaba en Acapulco disfrutando de mis días de gloria? Ahora un potpurrí latinoamericano. La vidala Lloran las hojas al viento del maestro Atahualpa Yupanqui. Pero juraría que era Hilda. Hilda. Era ella. La misma forma de mirar, de sonreír, de alisarse los cabellos, de sentarse, de cruzar las piernas. Ahora la galopera Pájaro choguí. Hace tiempo que debí de haberme dado una vueltecita por el Túpac Amaru. ¿Seguiría allí? De repente se marchó al extranjero, como tantos otros peruanos, en busca de un mejor futuro. De Chico Buarque, Fado tropical. Allí estaba de nuevo la rubia, ¿o Hilda? Se sentó en primera fila, me miró, sonrió y leí que sus labios me decían profesor Harold. Mi cansado y viejo corazón empezó a latir más veloz que mis dedos sobre las cuerdas de la guitarra. La rubia, ¿Hilda?, cruzó las piernas y por el corte del vestido le miré la blanca, reluciente y lampiña piel. Cómo latía mi pobre corazón. Recé para que no me diera otro infarto como el que me tuvo alejado un año de los escenarios. Después de Alma llanera y Sombras retornamos al Perú. A bailar con el Carnaval arequipeño. Las parejas bailaban con ganas. Ahora Carnaval cajamarquino para que sigan bailando, un homenaje al recientemente desaparecido Indio Mayta. Tocaba la caja de la guitarra como si fuera una tinya. Y nos despedimos con Ayrampito. ¡Bis bis! No me jodan, no hay bis bis. Hasta otra oportunidad.
La rubia vino a mi encuentro con una amplia sonrisa y los brazos abiertos.
–¡Profesor Harold!
–¿Hilda?
–Ella misma, profe –dijo, abrazándome y llenándome de besos. Aspiré su cálido aliento a rosas. Yo sabía que era ella, mi corazón me lo decía. Estaba frente a Hilda después de tantos años–. ¡Felicitaciones, querido profesor Harold, estuvo genial! Usted es el mejor guitarrista peruano de todos los tiempos.
–Gracias, Hilda. Estás irreconocible –le eché una ojeada.
Hilda sonrió.
–Gracias, profe. Usted siempre tan picarón. No ha cambiado nada.
Reímos.
Nos trajeron vino y brindamos por nuestro reencuentro.
–Tomas, ¿no?
–Claro, profe, ya no estoy en el cole.
–Eso se nota –le dije, recorriéndola con la mirada, desnudándola con los ojos. Sonrió–. Cuando te vi, pensé que estaba soñando.
–Estoy aquí en carne y hueso, profesor –dijo, hundiendo suavemente las uñas en mi brazo como lo hacía en el cole para decirme despierte, profe, parece que está enamorado, está sin estar.
–Yo veo más carne que hueso.
Soltó una sonora carcajada, se acomodó la tira del vestido y por un segundo pude vislumbrar la tira de su sostén. Allí estaban sus senos, grandes, redondos, lejanos, inalcanzables.
–No me imaginaba que tomabas bien.
–Hay que aprovechar que el vino es gratis, ¿no? –dijo, con una coqueta sonrisa.
Seguimos brindando. A veces nos interrumpían para pedirme un autógrafo. Yo fingía una sonrisa al estampar mi firma en esos discos donde estaba mi cara llena de arrugas que me recordaban los estragos que había hecho el tiempo en mí.
–¡Ya es tardísimo, profe Harold, me tengo que ir! –dijo, a la enésima copa, mirando el pequeño reloj que llevaba en la muñeca–. ¡Wao, voy a llegar mañana a mi casa!
–No te preocupes, yo te llevo. ¿Sigues en Vitarte?
Asintió.
–Vámonos, pues.
–Antes, voy a ir al baño –dijo, e imitando la vocecita de una niña, preguntó–: ¿Me da permiso para ir a hacer pis, profe Harold?
–Vaya nomás, alumna Hilda, pero cuidadito con quedarse jugando en el baño porque a la última hora tenemos práctica instrumental. ¿Trajo su flauta dulce?
–Ay, profe Harold, lo olvidé por salir apurada. ¿Usted no tendrá una que le sobre? –dijo sonriendo y se alejó moviendo ese trasero que sería la envidia de la mismísima JLo.
Recordé que alguna vez la escuché orinar en el precario baño del Túpac Amaru. Ahora estaría bajándose la ropa interior, estaría sentándose en el water, su enorme y blanco trasero se estremecería al contacto del frío mármol, el líquido ambarino saldría expulsado con fuerza como de una manguera de bombero, terminaría de orinar, se sentaría en el bidet para lavarse la cucarachita ¿peluda o pelada como mi cabeza?, se lo secaría, se subiría el calzón, se lo acomodaría, se lavaría las manos, saldría del baño, volvería a mi lado.
Se había retocado el maquillaje. Había pintado sus labios de un rojo intenso. Se había echado rubor en las albas mejillas.
–¿Se lavó bien las manos, alumna Hilda?
–Claro, profe, no me vaya a dar cólera –dijo, enseñándome las blancas manos de largos y delgados dedos que alguna vez se movieron torpes sobre la flauta dulce.
Fuimos en busca de mi carro y enrumbamos hacia la Carretera Central. Puse un disco con los grandes éxitos de Ana Belén. Tiemblas, amor mío, / como una gota de rocío…, empezó a cantar la española con su peculiar voz.
–Nunca pensé que te volvería a ver, Hilda.
–Menos yo, profe. Usted casi nunca para en el Perú.
–Tú sabes que tengo múltiples compromisos artísticos.
–Por eso, cuando anunciaron su recital de gala por sus bodas de oro como guitarrista, me dije tengo que ir a escuchar a mi profesor porque de repente nunca más vuelve por estos lares.
–Gracias. Yo pensé que me habías olvidado.
–Claro que no, profe, yo siempre lo escucho, tengo todos sus discos –dijo, cruzando esas dos moles que eran sus piernas. Se los miré de reojo–. Usted es un genio musical, el Beethoven de la guitarra.
–Tampoco exageres, ya sabes que hago lo que puedo con estas pobres manos.
–Yo siempre me acuerdo de sus magistrales clases de flauta dulce, profe –dijo con un dejo de nostalgia en la voz.
–Y yo me acuerdo que siempre te dormías en el salón, o que pedías permiso para ir al baño y ya no regresabas.
El rubor se apoderó de su rostro.
–Ay, profe Harold, discúlpeme, ¿sí? Era chibola y no sabía lo que hacía.
–Qué graciosa, pedirme disculpas casi medio siglo después.
–Más vale tarde que nunca, ¿verdad?
No le dije nada. El auto seguía avanzando por la desierta carretera.
–¿Me disculpa o no, profe?
–Por supuesto, Hilda. No faltaba más. Yo no soy rencoroso –le dije, palmeándole la desnuda espalda. Tenía la piel suavecita como el durazno, como la seda. Mis garras se estremecieron a su contacto. Ana Belén decía Nombras tú mi nombre / como jamás lo dijo un hombre…
–Yo siempre me acuerdo del diecinueve que me puso en el último bimestre, profe Harold.
–¿Diecinueve? ¿Cuál diecinueve si tú con las justas llegabas a once? Parecías la hija de la Chuchi Díaz.
–Ay, profe, tampoco exagere que tan bruta no era. Por algo no me puso casi veinte.
–Ni me acuerdo cuánto te puse. He tenido tantas alumnas…
–Acuérdese de Hilda Angélica, la que se sentaba en la primera carpeta. A la que usted nunca le quitaba los ojos de encima.
Ah, su segundo nombre era Angélica. Claro, Hilda Angélica.
–Hilda Angélica, la flojita del 5° C, ¿verdad? Debí de haberte puesto cero cinco, no hacías nada en mi curso.
–Ay, profe Harold, cuidaba a mis hermanitos, no tenía tiempo ni para meterme un segundo la flauta dulce en la boca.
–Aún no es tarde para que lo hagas.
Rió con ganas. El carro seguía devorando los kilómetros como un león hambriento.
–Un puntito más, y me ponía veinte, profe.
–Veinte puntitos menos, y salías debiéndome puntos.
–Qué malo, profe.
–Sí, pues, bien malo.
Ella seguía riendo mientras Ana Belén nos decía Eres el viento que no cesa, / eres el peso que no pesa…
–Usted se fue del Túpac y nunca más se acordó de los pobres, profe Harold.
–Más bien tú nunca te acordaste de tu viejo maestro, ingrata.
–No sabía dónde vivía –dijo, mientras Ana Belén cantaba Eres fuego y frío, / ni más ni menos, amor mío…
–¿No les di mi dirección para que me visitaran?
–No, profe. Solo sabíamos que vivía en La Realidad, pero como La Realidad es grande, una vez fui a buscarlo y me perdí…
–Tú todavía ibas a ir. No te creo.
–¿Y por qué no iba a ir si no había quién me lo impida, profe?
No había quién se lo impida. Faltaba poco para llegar a Vitarte, se bajaría y quizá nunca más la volvería a ver. Me hablas al oído / y todo tiene un nuevo sentido… Decidí arriesgar mi pobre pellejo. ¿Qué perdía a estas alturas de mi vida? Casi nada.
–¿Vamos ahora?...
Me clavó los ojos. ¿Me mandaría al diablo? ¿A estas horas? ¿Para qué quiere que vaya a su casa a estas horas, profesor Harold?
–…así me visitas cuando gustes…
–¿No se molestará su esposa?
–Vivo solo.
–¿No se casó con la profesora Martha?
–No. No pasó nada con ella.
–Estaba media loquita, ¿verdad? A veces la celaba conmigo.
–Justamente por eso terminamos…
–¿Por mi culpa, quiere decir?
–Ajá.
–Pucha, lo siento.
–No te preocupes. Fue lo mejor. Martha estaba vieja.
–Y loca de remate.
Reímos con ganas.
Se alisó los cabellos. Descruzó y volvió a cruzar las piernas. Y me siento entera / como una blanca primavera…
–¿Vamos ahora? –insistí.
–¿No se molestará su esposa?
–Te dije que vivo solo.
–Cierto. Por mi culpa terminó con la profesora Martha. Qué bruta soy.
–Por eso te puse diecinueve en música. ¿Vamos?
–Vamos pues, profe Harold, ya que insiste.
Pisé el acelerador a fondo antes de que cambiara de parecer. En menos de un cuarto de hora llegamos a nuestro destino.
–Bienvenida a mi cubil, Hilda Angélica.
–Pasu machu, ¿tantos discos tiene? –dijo, mirando las paredes llenas de discos–. Ni Julio Iglesias.
–Soy músico, ¿no?
–Eso es lo que estoy viendo.
–¿Un vinito para brindar por tu presencia en mi refugio, Hilda Angélica?
–Claro, profe Harold, tengo sed. Acá hace mucho calor.
Empezamos a brindar mientras Ana Belén nos decía Dices que me quieres / como una fuerza que me hiere… Ni en mis más remotos sueños creí que alguna vez Hilda Angélica iba a estar en mi casa.
–Nunca pensé que ibas a estar en mi humilde refugio, Hilda Angélica.
–¿Y por qué, profe, ah?
–Eras inalcanzable, una estrella lejana. Uno haciendo méritos, y tú, nada.
–No habrá hecho los suficientes, profe Harold –montó una pierna sobre la otra. Por el corte del vestido le vi los muslos blancos como la luna.
–Te puse un diecinueve.
–Yo quería veinte. Pero gracias de todas maneras.
–Creo que debí de haberte jalado.
–¿Y por qué no lo hizo, ah?
–No sé…, creo que eras mi alumna favorita…
Nos miramos.
–Y usted era un depravado de mierda, ¿no? –dijo, con irá, sacando un puñal de entre sus ropas.
Mientras caía con el pecho herido, la voz de Ana Belén se iba apagando: Eres el mar cuando se enfada, / eres noche iluminada…
–¿Su alumna favorita, no, cucaracha?
Entras en mi cuerpo / como la lluvia entra en mi huerto…

La piscina

LA PISCINA



La vi llegar a la piscina. Era alta y delgada, tenía los cabellos negros, largos y lacios, la piel pálida. Llevaba un jean que alguna vez fue azul, unas sandalias negras y un polito blanco. Unas gafas oscuras cubrían sus ojos. Entró a los vestuarios. Salió enfundada en un bikini celeste. Se untó la piel con bloqueador. La piel pálida que el sol tostaría en un par de horas. Era uno de los días más calurosos del último verano. La piscina rebosaba de concurrentes.
Se echó sobre su toalla.
–¿Vamos a bañarnos, Agustín? –me dijeron mis amigos.
–Después –les dije.
–¿Has venido a bañarte o a pensar en la eternidad de los mosquitos, ah?
Sonreí sin ganas.
No insistieron.
Después de un rato de tostarse la espalda, la chica se dio la media vuelta y quedó de cara al sol. Sus pequeños senos apuntaron hacia el cielo como queriendo derribar al astro rey.
Mis amigos chapoteaban en el agua, nadaban de un extremo a otro de la piscina, buceaban. Salieron.
–¿Una Cristal al polo, Agustín?
–Después.
–Caramba, este hombre ha venido a mosquearse como un plátano. Anda, vamos –Vero tiró de mi brazo–. Vamos, no seas aguafiestas.
–Después.
La chica se paró, caminó hacia la piscina, remojó un pie como probando la temperatura del agua. Pareció desanimarse. Fue al quiosco, pidió una Pepsi. Bebió media botella en el trayecto de regreso. Se echó de nuevo sobre la toalla. El sol seguía quemando implacable su piel.
–Vamos, Agustín, una chelita no te hará daño –era Nati, la piel roja, el rostro lleno de pecas.
Los brindis, las risas, los planes para pasar un largo fin de semana en la playa para despedir el verano.
–¿Pedimos arroz con mariscos?
–Claro.
–Y cevichito también.
–Y una chelita más. Qué calor, ¿no?
La chica se puso otra vez de pie, se sacó los lentes, caminó en dirección al trampolín. Subió. Un paso y otro paso y otro paso hasta llegar arriba. El cielo al alcance de sus manos. Parecía la estatua de mármol de alguna diosa marina.
–Yo, ni loca me tiraría desde allí –dijo Nati–. Da vértigo.
–No es tan alto como parece –dijo Miguel.
–A ver, tírate tú –le dijo Vero.
–Primero las damas.
–Chistoso.
Me distraje por un segundo siguiendo con la mirada a una muchacha con un aire a Vanessa Tello. Los gritos de los bañistas rompieron el encanto.
¡La chica se estaba ahogando!
¿Y el salvavidas?
Corrí y me arrojé a la piscina. La saqué desfalleciente. Los párpados cerrados, la boca torcida en una mueca de desesperación, el terror dibujado en su rostro, los cabellos revueltos como algas. Tuve que hacerle respiración boca a boca. Sus labios fríos, mis manos presionando su barriga, la piel helada. Arrojó toda el agua que había tragado. El agua y la Pepsi.
Volvió en sí. Lloró. Ya pasó, le dije, no fue nada. Igual seguía nerviosa.
Se llamaba María Luisa. Vivía en Chaclacayo.
–Vamos, te acompaño a tu casa.
–Provecho con el plan, amigo –me susurró Nati.
–Nos cuentas después –dijo Vero.
–Con todos los detalles –otra vez Nati.
Subimos a una combi.
–No debí de arrojarme del trampolín –dijo María Luisa, aún con temblor en la voz–. Fue una imprudencia pues no sé nadar. Mis padres se iban a volver locos si me moría.
–Ya pasó –le dije. Le tomé las manos: seguían heladas. Le conté que hace años, cuando era chiquillo, casi me ahogo en el río cuando fui a robar fruta con mis amigos Viejo, Lube y Pelusa. Sonrió un poquito. Había tristeza en esa sonrisa–. Si quieres, puedo darte clases de natación. Aunque me imagino que ni querrás volver al club.
–En casa tenemos una piscina.
–Mucho mejor entonces. Nadar es fácil.
–Para no hacer el ridículo la siguiente vez.
–No digas eso. Ya verás que con un par de lecciones, serás medalla de oro en nado olímpico.
Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro.
Bajamos en el paradero de los Álamos, subimos a lo largo de la avenida, doblamos a la derecha y llegamos a los Eucaliptos 141. Nos despedimos con un beso en las mejillas, me dio las gracias por haberle salvado la vida, entonces te espero mañana, Agustín.
Al día siguiente estaba ante esa misma puerta. Toqué una y otra vez. Cuando ya me iba a marchar, pensando que no había nadie, al fin me abrieron.
–¿A quién busca, joven? –me preguntó una anciana. Tenía los mismos rasgos de María Luisa, pero abatidos por el paso inclemente del tiempo. Debe ser su abuela, pensé.
–A María Luisa, señora.
–Pasa, pasa –me dijo la abuela. Estaba toda encorvada y se ayudaba con un bastón–. ¿Cómo así conociste a María Luisa?
–En Los Toboganes, señora. Fue a bañarse y…
¿Decirle que su nieta estuvo a punto de ahogarse? Mejor no, podría darle un infarto.
–Por lo visto, su alma sigue penando –dijo la anciana–. Ya no sabemos qué más hacer para que pueda descansar en paz. Todos los años le hacemos su misa pero parece que es por gusto.
¿Qué? ¿Su alma sigue penando? ¿Descansar en paz? ¿Misa?
–¿Qué dijo, abuela?
–María Luisa murió ahogada hace sesenta años, un diecinueve de marzo como ayer.
La miré, incrédulo, sorprendido.
–No tendría por qué mentirte. Era mi única hija. Siempre ronda las piscinas cada diecinueve de marzo. Ven.
Esta vieja está loca de remate, pensé, mientras cruzábamos un jardín devorado por la maleza. Yo no soportaría vivir un solo día en su compañía. En cualquier momento se aparecería María Luisa y me diría Agustín, no hagas caso a las tonterías que dice mi abuelita, ¿no ves que tiene demencia senil la pobrecita? Compréndela, ¿sí?
Llegamos a una piscina vacía en el borde del cual estaba sentado un anciano. No contestó mi saludo. La abuela loca de remate, el abuelo sordo, bonita familia, pensé. Nunca más vuelvo a esta casa. ¿Quién me manda a dármelas de instructor de natación, ah, de salvavidas?
–Está así desde que María Luisa se ahogó. Se pasa las horas mirando ensimismado la piscina como si quisiera escuchar el grito de nuestra hijita para arrojarse y salvarla como no lo hizo hace sesenta años –dijo la viejita, con los ojos arrasados por el llanto.
Se ha tomado en serio lo de la hijita ahogada, me dije. Debió de haber sido actriz en su remota juventud. O quizá María Luisa les contó que estuvo a punto de ahogarse y se querían divertir conmigo para olvidar ese hecho lamentable.
–Franz, ayer María Luisa se le apareció a Agustín –le dijo la viejita, tocándole los hombros. El anciano apenas hizo un movimiento para mirarme con unos ojos glaucos carentes de expresión alguna. Eran los mismos ojos de María Luisa.
No dijo nada. ¿No tendría lengua? Hedía. Tenía la barba crecida.
–Hasta se ha olvidado de hablar. Su vida es estar sentado en el borde de la piscina.
Par de viejos locos, pensé. Qué terrible es la edad. Yo, a los cincuenta años, me ato una piedra en el pescuezo y me arrojo al mar. La vida de María Luisa sería un infierno en este pequeño manicomio.
–¿Y cómo estaba María Luisa, Agustín?
–Linda, alta –decidí seguirles la corriente para no terminar como ellos.
–Era una niña muy preciosa –dijo la viejita.
¿En qué momento se aparecería María Luisa y me diría mis abuelos te están tomando el pelo, Agustín, no les hagas caso?
–¿Quieres conocer el cuarto de María Luisa?
–Claro, señora –dije, pensando se acabó la broma.
María Luisa estaría durmiendo aún, seguramente. La sacaría de su cama, le jalaría las orejas por no mandar a estos viejos al Larco Herrera.
–Vamos.
–¿El abuelo se queda?
–Sí. De allí nadie lo mueve hasta que lo llame María Luisa pidiéndole ayuda.
Volvimos a cruzar el jardín.
Entramos a un cuarto de niña cuyas paredes estaban cubiertas de fotos ya amarillas. Reconocí a la chica –con muchos años de menos, claro–, a quien había salvado la vida: los mismos ojos grandes y tristes, la misma cabellera negra. Había muñecas de trapo, cochecitos, mesitas, cocinitas.
–No hemos movido nada desde que María Luisa se ahogó –dijo la anciana–. A veces pensamos que es solo un mal sueño y algún día volverá y no queremos que se moleste si encuentra sus cosas donde no las dejó.
–¿Y cómo así se ahogó María Luisa, señora?
–Era bien traviesa. Mientras me fui al mercado, se subió al trampolín y se arrojó a la piscina como lo hacía su papá. No sabía nadar. Franz dormía aún y no escuchó sus gritos. Cuando nos dimos cuenta, estaba flotando en el agua. Desde entonces siempre se aparece en las piscinas en el aniversario de su muerte. Parece que su alma no puede descansar en paz.
–Lo siento mucho, señora.
Abandoné esa casa lo más rápido que pude.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Una semana

Falta una semana para navidad. ¿Quién habrá inventado esa fiesta en la que obligatoriamente te tienes que desvelar y cenar a medianoche?

El mal

Ahora tiene solo medio centímetro. Me atacó hace unas tres semanas. He perdido cinco kilos. Dentro de diez años tendrá unos cuatro centímetros. ¿Dónde estaré entonces? ¿Seguiré vivo?

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Diario escolar (diciembre)


DICIEMBRE

JUEVES 1:

El sol vuelve a entrar con furia por mi ventana como dándole la bienvenida al último mes del año, como diciéndome que la vida continua. Llegamos a diciembre. Parece increíble, pero ya estamos en diciembre. Falta poquitito para que se acabe el 2005. Falta poquito para un nuevo verano. Playa, sol, arena, olas. Puerto Viejo, Cruz Verde, Pucusana. Aunque este verano será distinto a los otros, pues tengo que chancar como nunca para poder ingresar a la universidad. Creo que ni tiempo voy a tener para veranear. Mariana tampoco podrá hacerlo porque tiene que cuidar a Rodrigo. Además, estamos de doble duelo. Sospecho que para nosotras se acabaron los veranos por un buen tiempo. Adiós, verano; adiós, amor, diría Manolo Galván: Vuelan al viento sus hojas, / los álamos dicen adiós, / a este verano marchito, / que nuestro amor contempló...

Prácticamente hemos terminado las clases porque los profesores ya no dictan, solo revisan los cuadernos y toman prácticas a los que están en cuidados intensivos. El profesor Palomino ni eso. Al ojo nomás sé quién va a estar feliz y quién va a llorar en navidad, nos dice. Algunos recién se ponen las pilas, pero ya es demasiado tarde, ni el examen “entregatorio” los salvará del pelotón de fusilamiento. Conmigo no hay milagros en navidad, por si acaso, yo no soy Papá Noel: yo no regalo notas a nadie, al contrario. Por mi parte estoy tranquila, hasta el momento les saco ventaja por una buena cantidad de puntos a los que me estaban pisando los talones. Me he esforzado, me lo merezco, ¿no?, apenas he ido a chatear, no salgo a bailar, no tengo enamorado, estoy virginia, no sé lo que es estar en OBE, etc. Se puede decir que soy una alumna modelo, que me merezco los promedios que tengo. Estudiar, estudiar, estudiar. Eso es lo único que he hecho en todos estos últimos años.

Diciembre. Último mes del año. Un poquito más y acabo el colegio. Diecisiete días apenas y cumplo los dieciséis. Voy a cumplir dieciséis años. Ya no soy una niña. Hace tiempo que dejé de ser una niña, pero algunos no se dan cuenta. Peor para mí.

Diciembre. Navidad, después año nuevo. El 2006. Un nuevo año.

Navidad, año nuevo, ¿el profesor aceptará pasar el año nuevo con nosotras? Ser mi padrino es ser de la familia, ¿no? Debo sugerírselo a mamá. Aunque no creo que salgamos a bailar porque estamos de duelo. Se acaba el año y no he podido conquistar su corazón, claro que he avanzado bastante, dos besos son bastante, ser su ahijada es bastante, ser su futura comadre es bastante, pero el tiempo se me acaba. Gota a gota el tiempo se me agota y aún no conozco el amor. Miento, el amor lo conozco, pero no soy feliz porque este inmenso amor que siento por él no lo puedo compartir. Es mentira que es mejor amar que ser amado. El amor es para compartirlo con otra persona. El amor es para darlo. Si esa otra persona es feliz con el amor que tú le das, y te corresponde, entonces tú puedes ser feliz. Sino, serás como yo: una alumna triste. Este es el diario de una pobre chica triste. Lo he decidido: se lo regalaré en navidad, mi diario, digo, no “eso”. Camila me amaba y yo no me quise dar cuenta, qué imbécil, qué estúpido, qué tonto, qué baboso. ¿Qué más?: qué huevón. Darse cuenta que alguien te amó cuando ya es tarde, debe ser triste, ¿no? ¿Pero si tú no amas, qué podrías haber hecho? Casi nada. La felicidad de las mujeres depende de los hombres. Si ellos no nos aman, así los amemos con toda el alma y el corazón, y nuestro sexo, será por gusto. Las mujeres tenemos que esperar pacientemente sentadas sobre una piedra a que los hombres se dignen amarnos. El hombre es un león que tiene que esperar ver a la ovejita para devorarla. Si ella está flaca, sin poto, sin tetas, no pasa nada. La oveja es la que debe dejarse ver por el león para terminar en su estómago. ¿Por qué las mujeres no podemos declararnos? Así se evitarían tantos fracasos, tantas decepciones. Por algo no tenemos un sexto sentido, ¿no? Con él sabemos con quién vamos a ser felices. ¿Algún día cambiará esto? ¿Cuándo? ¿Cuando este viejita?

Se acaba el año. Angie tenía razón: el tiempo ha pasado rapidito: estamos en el último mes del año. ¿Qué será de ella? La llamé y me dijeron que no estaba. Ni me devolvió la llamada. Es una pena que nuestra amistad haya acabado así. ¿Qué hubiese pasado si aceptaba lo que ella quería? De repente me volvía maricona. Camila y Angie se aman. Ajj. Ni siquiera debí dejar que me tocara. Es cierto que me excitó, pero eso fue porque estaba borracha. Nada más. Yo nunca le chuparía las tetas a una mujer, menos lo de abajo. Ajj, eso apesta feo. A arañita yo la aseo todos los días, hasta su perfumito le echo para que huela rico, pero igualito tiene un olorcito que no me gustaría tener en la boca. Chapar entre jermas. La Britney Spears y Madonna se dieron un piquito una vez. Todo por la publicidad. Yo no lo haría nunca. Nunca me han gustado las mujeres. A mí siempre me han gustado los hombres. A mí siempre me ha gustado un solo hombre. El hecho de que no me corresponda no significa que voy a cambiar de gustos, ¿no?

Se acaba el 2005. Un año triste. El año de la muerte de la abuelita María y del tío Harold. Pero la vida continúa: Unos que nacen, otros morirán. / Unos que ríen, otros llorarán, diría Julio Iglesias. Hay que seguir viviendo porque algún día también nos tocará morir.

Como secretaria del profesor estoy sudando la gota gorda preparando el cuadro de méritos. Por lo visto, gratis no me ha salido el vestido de novia.

Recibo diciembre escuchando las canciones de mamá. Tú fuiste la mejor cosa que tuve, / y así también lo peor en esta vida, canta Roberto Carlos. Recibo diciembre pensando en mi amor imposible. Fuiste el amanecer lleno de luz y de calor / y en compensación: anochecer, la tempestad, dolor. Se acaba el año y prácticamente no he hecho nada. Fuiste tú mi gran sonrisa de llegada / y mi lágrima de adiós. Ojala que las siguientes líneas no sean una premonición: Aquel inmenso amor que un día tuvimos / y todas las locuras que hicimos, / fue el sueño más bonito / que un día alguien soñó / y una triste realidad / cuando todo se acabó. Locuras hemos hecho hasta por gusto, pero al menos ahora es mi padrino y tiene las puertas abiertas de la casa. Tiene las puertas abiertas de mi alma, de mi vida, de mi corazón, ¿de mis piernas?… ¿Una tocadita para recibir el último mes del año? Fuiste tú mi gran sonrisa de llegada, / todo y nada, / y adiós. Las clases se acaban pronto. El final está a la vuelta de la esquina nomás. Me enseñaste el amanecer de un lindo día / y fui feliz con tu querer.

En todo me ha ido bien, Diario, menos en el amor. ¿Algún día podré ser feliz? Ojalá. Sin amor no somos nada. El amor te da fuerzas para seguir. Es verdad que el amor es el motor del mundo. Por amor me ponía a estudiar con más ahínco, sobre todo en comunicación. Creo en ti, / y tu ausencia pasa a ser mi eternidad, / tu silencio mi paz, / tu recuerdo mi motor, dice Miguel Bosé. Y a pesar de todo, creo en ti. Yo sé que un día me dirás que me amas, por eso sigo creyendo en ti.

Me doy un duchazo. Mientras el agua fría cae sobre mi cuerpo como la lluvia en el desierto, pienso que el día promete ser interesante como para quedarse en casa. Ahora que se acerca el final, más ganas de estudiar tengo. Voy a extrañar el colegio cuando me vaya. Me afeito las axilas y las piernas, ¿y si me pelo la arañita? Mejor no, pica feo, así estoy bien, aunque peluda. Peluda pero feliz. Ya en el verano veré lo que hago con ella, porque, aunque sola, me daré mis escapaditas a la playa, no me voy a quedar como una monga encerrada en la casa, ¿no?

La ropa apenas me entra, he crecido más y he sacado más cuerpo, ya casi le alcanzo al profesor, pero lo ideal sería alcanzar un lugar en su corazón, ¿no?

Desayuno, como siempre mi leche con cocoa y marcho al colegio dejando a Mariana metida en su cama. Traga y duerme como chancho y hurga en mi diario. Esa sí es vida. Si yo salgo embarazada, ¿me tratarán igual? No creo, mamá me mataría, ella espera grandes cosas de mí.

–Llegamos a diciembre, profesor.

Estamos en la sala de profesores. Es el recreo.

–Menos mal. Ya quiero descansar.

Él quiere descansar, está harto de trabajar. Yo quiero que el tiempo se detenga, que los días no pasen, él quiere descansar, él quiere que termine de una vez el año escolar. Detener el tiempo es como hacer que los ríos vuelvan a sus orígenes, que las flores vuelvan a ser semillas, que la abuelita María y el tío Harold estén de nuevo con nosotros. Él quiere que el tiempo pase. Yo quiero que mis años pasen pero que este momento se detenga, que el 2005 no siga avanzando inexorablemente hacia su final.

–¿Qué hará en vacaciones, profesor?

–Dormir.

Dormir. ¿Solo o bien acompañado?, dan ganas de preguntarle. ¿Y si me dice bien acompañado, qué hago? Mejor ni le pregunto.

–Quién como usted. Lo envidio.

–No envidies que da cáncer.

Me río nomás.

–¿Y tú qué harás, Camila?

–Chancaré, como siempre.

–Tampoco todo es estudiar. Te puedes volver loca (como mi ex). Tienes que divertirte un poco, ir a la playa.

–¿Con quién voy a ir si mi hermana va a tener que cuidar a su hijito?

–Si voy con mis sobrinos, ¿te puedo llevar?

–Claro, es mi padrino, ¿no? No creo que mamá se oponga.

–Te llamaré entonces.

Ojalá. Iremos a la playa, disfrutaremos de un día de sol, mar y arena, me verá en bikini, verá que ya no soy una niña, ¿se enamorará de mí?, ¿abrirá, al fin, los ojos? Primero vamos con sus sobrinos, luego solitos. ¿Será capaz de llevarme a la playa a mí nomás? Ya no seré su alumna. ¿Está prohibido que un profesor vaya a la playa con su ex alumna, ministro Mota Sedal?

–¿Y cómo va ese cuadro de méritos, ah?

–Ahí, pataleando.

–¿En qué lugar estás?

–Primerita…

–¿Sin trampas?, porque después voy a darle su verificada.

–Claro, profesor, ¿acaso yo soy tramposa? –me enojo. Últimamente no aguanto a mis pulgas, menos a las ajenas.

–Disculpa.

No le digo nada.

–¿Vamos a almorzar?

Después de haber dudado de mí, me invita a almorzar. Me ha dicho tramposa, ¿acaso no veía cómo me rompía el coco estudiando? Aceptar su invitación significaría no tener dignidad ni un poco de orgullo.

–No, gracias, he tomado buen desayuno.

–Bueno. Ya vengo.

Se va. Soy una estúpida, ¿no? Yo que lo quiero conquistar, le rechazo una invitación. ¿No quería yo que me invitara a almorzar al quiosco? Ya lo hizo y lo choteé. Solita me jodí. Ni siquiera insistió. Él también tiene su orgullo.

VIERNES 2:

Presenté mi informe sobre Pudor, la última novela que leímos en el año. Me gustó. Así quiero escribir algún día.

Aquí están algunas líneas que me gustaron:

Lo habitual en estos casos es fingir que nada ha pasado y dejar que el tiempo se ocupe de borrarlo todo de la memoria, de las manos sudorosas y de las toallas de los baños, hasta que en realidad nada haya pasado (página 137).

El siguiente podría ser el epígrafe para una futura novela sobre la loca Martha:

–…Y en el colegio, todo el mundo dice que eres una puta (página 173).

Otra para el libro de la tía, que podría llamarse La loca del colegio:

–…¡Te ofrece citas como si fueras una puta y tú va tras él! ¡Y te encuentras con él! ¡Como una perra!... (página 176)

Nos dedicamos a pintar, dibujar y hacer garabatos en nuestras blusas y camisas para guardarlos como recuerdo de nuestro paso por las aulas. ¿Puede hacerme un dibujo, profesor? Claro, te hago lo que quieras. ¿El amor también?, me dan ganas de preguntarle. Tampoco seas tan puta, Cami, confórmate con que te haga un dibujo. Me hizo un dibujo de Winnie Pooh. Para la chica más chancona del Independencia, me puso de dedicatoria. Espero que nunca te olvides de tu viejo maestro. Claro que no lo haré. Yo nunca lo olvidaré así tenga que partir al otro extremo del mundo. Recién cuando me muera lo olvidaré, aunque ni eso, porque mi alma siempre volverá al colegio.

Pasado mañana nos vamos al Cuzco. No todos van, apenas un grupito.

SÁBADO 3:

Medio año ya desde el beso. Cómo ha pasado el tiempo. ¡Medio año! Miro para atrás y parece un sueño. Pero fue realidad. Por eso lo recuerdo. ¿Será mi condena recordar siempre ese beso? Me di mi vueltita por la biblioteca para recordar mejor. Si no nos hubieran botado, quizá otra sería la historia.

DOMINGO 4:

Llegó el día de la partida. Alisto mis calzones y sostenes para toda la semana, un par de jeans, chompas, polos, medias gruesas, de todo como si me fuera a la Antártida. Menos mal que ya me vino mi regla y no tendré que incomodarme con una visita inoportuna.

Aparte del tutor, iremos con el profesor Agustín, para que toque la guitarra durante el viaje, la Lechona y el Abuelo terrible. ¿Quién habrá invitado a esa bruja? ¿Quién al viejo mañoso? Ojalá que no nos viole en el camino nomás. La gorda dizque va para que cuide a las chicas. Ella está para que la cuiden, o mejor para que la manden al asilo.

A las diez es la partida. Apenas almuerzo para no vomitar durante el viaje. La última vez arrojé hasta los quistes que tengo en los ovarios.

Partimos de la puerta del colegio. Me cuida a mi hijita, compadre. No se preocupe, comadre. Claro que la cuidaré, y bien. No llores, ma, es solo una semanita. Es la primera vez que me separo de mamá. Pero no lloro. Ya estoy terminando la secundaria, ya no estoy para llantos. Por qué llorar si voy a estar al lado, y al cuidado, de mi amado, ¿no? Chau, Mariana. Le traes algo a Rodrigo. ¿Rodrigo querrá una ñustita?

DOMINGO 11:

No hay nada como el Cuzco. Conocer Machu Picchu es maravillarse de la capacidad del ser humano de hacer cosas grandiosas a pesar de sus limitaciones, del afán del hombre por trascender a través del tiempo, por alcanzar la inmortalidad. Eso es lo que yo debo hacer: construir mi propio Machu Picchu a base de lectura y escritura cotidiana. Tengo sueños, mi única meta en la vida debe ser que esos sueños se hagan realidad, ¿no? Mis ejemplos deben ser la abuelita María y el tío Harold. Ella vino de la sierra siendo joven, apenas murmurando el castellano y aquí se hizo de un lugar a base de esfuerzo. Igual hizo el tío Harold: la abuela le decía termina tu carrera, hijo, y él lo terminó a pesar de todas las dificultades que se le presentaron. La abuela le dijo saca tu título, hijo, y el tío lo sacó. La abuela le dijo nómbrate, hijo, para que no estés como tu hermano, y el tío lo hizo.

La Lechona con las justas llegó al Cuzco. Se la pasó en el hotel nomás. Subir a Machu Picchu hubiera sido para ella como subir al cielo. El que gozó rico fue el Abuelo terrible mirando a las turistas. Parecía un brichero el viejo. Ah, si lo hubieran visto. Caramba, si tuviera veinte años menos, pediría mi cambio a un colegio del Cuzco, dijo. Anda a bañarte, viejo mañoso, ¿tú crees que las turistas te van a hacer caso? O quizá sí: vimos a varias gringas bien aparradas por unos tipos que parecían descendientes directos de Sinchi Roca y Manco Inca.

Nada mejor como ver en directo el Intihuatana, el Templo de la Ñusta, el Templo del Sol y de la Luna, la Plaza Sagrada, la Roca Sagrada, el Mausoleo Real, el Templo del Cóndor, etc. Una cosa es verlo en los libros, y otra en vivo y en directo.

Estoy matada, pero feliz.

LUNES 12:

Hicimos puro chongo, rompimos nuestros cuadernos y ensuciamos todo el patio, pobre señora Cristina, se va a quedar sin manos de tanto limpiar el patio y los salones, las chicas cortamos las tiras y las bastas de nuestras faldas, los chicos rompieron sus camisas. ¡Qué lindo es estar en el colegio! Ya nadie nos puede mandar a OBE y bajarnos la conducta.

MARTES 13:

Oh, qué pena: este es un día de mala suerte: se terminó el colegio para nosotros. No hubo ni chau ni nada. Llegamos y había un papelógrafo donde decía que las clases se terminaron. Nos esperan el veintiuno para la clausura.

¿Para eso hizo adelantar el inicio del año escolar, señor Mota Sedal? Ya ni le reclamo porque no importa, se acabaron las clases para siempre.

El profesor me hizo pasar para ayudarle en la documentación. El colegio sin alumnos parece un camposanto, y no es exagerada la comparación. Somos nosotros, los alumnos, quienes damos vida a las instituciones educativas.