SETIEMBRE
JUEVES 1:
Setiembre. Empieza un nuevo mes. Ya estamos en setiembre. Setiembre, el mes del amor, de la juventud, de la amistad. Mes de la primavera. Primavera, los corazones laten con más ímpetu, con más ganas, los jardines se visten de colores, los pajarillos cantan en los árboles hermosas tonadas, los niños juegan alegres en los parques. La gente se enamora en setiembre. En setiembre todo el mundo me pide poemas y cartas de amor. Setiembre, mes del paseo a Chosica. Chosica como todos los años a lo largo de mi vida escolar. En Chosica está el sol, por eso vamos en su busca. Ah, si pudiera ir en busca del amor. Saldré a buscar al amor, / con las uñas, con los dientes. / Saldré a buscar al amor que no sea indiferente. / Saldré a buscar al amor, / a ese amor que a mí me quiera. / Porque yo quiero a ese amor… Los días empiezan a ser más calurosos. Arañita se sancocha en su cuevita. ¿Quién habrá inventado el calzón? ¿Cuándo lloverá en mi Desierto? Arañita lo agradecería: gracias, gracias, gracias. El verano está a la vuelta de la esquina, falta poco para disfrutar del mar otra vez, de la arena, de las gaviotas, de los rayos del sol, de la brisa marina. Menos mal que aquí no tenemos huracanes asesinos como en los Estados Unidos. Si al Katrina se le hubiese ocurrido pasar por Vallecito, estoy segura que nada hubiera quedado en pie.
Me ducho, me rasuro las axilas. Yo también quiero estar peladita, pide arañita, pero no, no le hago caso, después pica feo. Espérate hasta el paseo a Chosica, arañita venenosa.
Entro cantando a la cocina.
–¿Por qué tan contenta? –me pregunta mamá mientras me sirve mi desayuno. Cocoa con leche como siempre.
–No sé.
–¿No sabes, o estás enamorada, hijita?
Enamorada yo.
Ya la fregué todo por dármelas de cantora. No digo nada, solo me sonrojo. El rubor me delata. Enamorada estoy hace años, desde que era una pulga, desde que era una cosita sin tetas ni poto y él entró por primera vez al salón, entró a mi corazón y allí se quedó para no volver a salir.
–No vayas a meter la pata como Mariana, hija.
–¡Ma, qué cosas dices! –protesto. La que calla otorga. Yo tengo tantas cosas que otorgar, pero igual protesto.
–Si vas a tener intimidad, dile a tu enamorado que se ponga condón –mamá me mira. Esa mirada penetra las fibras más íntimas de mi alma. Ella me conoce bien.
Si vas a cachar, hijita, cuídate, porfis. Aprende de tu amiguita Angie, tan retaca, y se sabe todas las mañas de las callejoneras. No seas otra Mariana.
–¡Ma, tú estás más loca que una cabra! La primavera te está afectando la cabeza, por lo visto.
–Es que esa es la verdad, hijita. Recién me he dado cuenta –ella medio que quiere sollozar.
–Yo tengo que seguir estudiando, viejita. No te voy a fallar –le digo, abrazándola. La abrazo fuerte, la lleno de besos–. No soy tan sonsa como Mariana.
Claro que no. Yo no soy tan huevona. Yo me cuidaré. Uno hace el amor no solamente para seguir poblando el mundo, sino también para disfrutar, para gozar, ¿no? (palabras de Angie: el chuculún es bien rico.) Hay tantos niños sin papá, sin nombre, que sería pecado traer uno más. Claro que no, yo me cuidaré, pondré una alambrada de púas en la entrada de mi Jardín Secreto para que nadie ingrese sin mi permiso: la casa se reserva el derecho de admisión al Paraíso, no insistir, porfis. No seré ni como Mariana ni mucho menos como Angie. Yo me cuidaré, no me meteré con cualquier pobre diablo. ¿El amor es ciego? Me pondré buenos lentes, entonces.
–Me alegro que pienses así, hija. Si te vas a enamorar, hazlo de un hombre que valga la pena, no dejes que algún mocoso te pinte pajaritos y luego te haga el avión como a tu pobre hermana.
Un hombre que valga la pena. Mamá no ha dicho busca un chico que valga la pena, ha dicho un hombre que valga la pena. Un hombre. No un mocoso que no sabe ni limpiarse el culo y ya está pensando en cachar. ¿Habrá leído mi diario? ¿Mariana le habrá contado algo? Últimamente se han vuelto amigas, aunque Mariana siempre la mira con recelo, ¿no le perdonará que por su culpa se haya roto la pata y haya vivido sin papá? Un hombre que valga la pena. No un mocoso. ¿Quién podrá ser ese hombre?
Le doy un beso y marcho contenta al colegio.
Ahí está el profesor Palomino. ¡Al fin ha vuelto! El corazón quiere explotar de la emoción. Ahora sí nadie nos separará, amor. A ver, un besito a mi amado. Cierro los ojos cuando sus labios rozan mis mejillas. Béseme otra vez en los labios. ¿No ve que es setiembre? Setiembre, el mes del amor. Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar, / porque tu amor volvió hacia mí (puedo soñar)…
–¿Y cómo está?
–Muy bien.
–Me alegro.
–Mira –me dice.
Reconozco mi llave. Me alegro.
–¿Vamos a seguir en la biblioteca?
Silencio. El corazón tiembla.
–Vamos a sacar nuestras cosas.
La alegría escapa de mis manos como un suspiro, apenas me duró unos segundos, igual que ese beso que nos dimos hace casi tres meses ya. Vamos a sacar nuestras cosas, la biblioteca se terminó para nosotros. Y yo que quería estudiar para bibliotecaria.
En el camino hacia nuestro antiguo nidito saca su llavero, saca una llave y lo cambia por el de la profesora de computación.
–Esto es tuyo –me dice.
–¿Para qué lo quiero si ya no lo voy a poder utilizar? ¿Quiere que entre a robar libros?
–No. Guárdalo. Si me quieres recordar, con esa llave abrirás las puertas de nuestros recuerdos.
Qué poético: las puertas de nuestros recuerdos. Suena cursi: las puertas de nuestros recuerdos. Parece el título de una película hindú o de una canción de Los Iracundos. ¿Pero acaso el amor no es cursi? El amor es el sentimiento más estúpido que puedan sentir los seres que tragan y defecan y se limpian los dientes y el culo y se bañan después de hacerlo para librarse de los sentimientos de culpa.
–Guárdelo usted. De repente el otro año vuelve a la biblioteca.
–No, Camila, nunca volveré, te lo juro, más bien trataré de cambiarme de colegio, ya me cansé de toda esta mierda.
–Yo también –miento. Le pediría que luche, ¿pero para qué?
–Pero tú de todas maneras te tienes que ir. Te envidio.
Envidiarme. Nada más. No me dice te voy a extrañar cuando te vayas. Era tu mirada tierna la que me entregaba / la tibieza dulce de la madrugada, / no estaba seguro si era un sueño o no… Tus labios temblaban junto con los míos… Te extrañaré cuando te vayas, / te extrañaré cuando no estés, / quien va a creer lo que vivimos si ni yo lo puedo creer…
Tomar la llave, abrir la biblioteca, prenderle fuego e inmolarnos. ¿Pero para qué mierda? ¿Para que los demás se rían de nosotros?
Entramos. Probablemente es la última vez que estamos aquí. Mirar cada rincón, los estantes llenos de libros, nuestro escritorio. Ahí nos besamos una vez, hace tiempo ya. Ese tiempo no volverá. Ese día nunca más se volverá a repetir en esta vida, en nuestras vidas. Un día moriré recordando ese beso que nos dimos tres días antes de su cumpleaños. Ese beso lo llevaré como Jesús llevó su cruz al calvario. Nos dimos un beso y nadie se dio cuenta. Por ese beso pudieron habernos botado del colegio, pero nadie lo hizo. Por ese beso pudieron haberlo condenado a cadena perpetua, botado del magisterio, anulado su título de profesor, pero no lo hicieron. Nos botan por un beso que se dieron Bendezú y Portilla –¡quiénes todavía!– jugando a la botella borracha. Por eso nomás nos botan.
Guardar lo poco que es nuestro, la radio, los CDs, los casets, nuestros lapiceros.
–Escógete el libro que más quieras.
Lo miro, extrañada.
–Para que tengas otro recuerdo de tu paso por este lugar.
Otro recuerdo. ¿Para qué quiero otro recuerdo? El único recuerdo que me llevaré será el beso que nos dimos alguna vez. Solo eso me llevaré. La llave se oxidará en algún rincón de mi cajón, con las hojas del libro me limpiaré el poto con caca o haré barquitos de papel que se llevará el río hasta el mar. Ese beso que nos dimos nadie me lo quitará. Ese beso me lo llevaré a la tumba.
–¿No le dirán nada por chorearse un libro?
–Ni se darán cuenta, esas bestias ni leen. Y si se dan, es igual. Escoge el que quieras.
–El que quiero…
–Sí, el libro que más te guste.
–Cierre los ojos…
–¿Para qué? –me mira. Esos ojos siempre me han gustado. Esos labios siempre he deseado besar de nuevo.
–Para que no vea el libro que me voy a llevar. Así, si se dan cuenta, usted no sabrá nada.
–Bueno, Cami, como digas, pero apúrate que tenemos clase.
–No se preocupe que ya sé el libro que me voy a llevar. Cierre los ojos.
Cierra los ojos. Yo me pongo de puntillas, como cuando estaba en primer año, y le doy un beso. Lo amo, profesor. Lo amo desde que estaba en primer año, ¿nunca se dio cuenta? Dígame que me ama como yo lo amo. Dígame también te amo, Camilita, te amo y lucharé para quedarnos en este lugar. Nadie nos sacará de aquí.
No, no lo hace, se queda quieto como una estatua.
Escuchamos pasos y salgo huyendo de la biblioteca.
VIERNES 2:
Ahora soy la “secretaria particular” del profesor. Tuve que reciclarme para no quedarme desocupada. Le ayudo a pasar las notas, a preparar exámenes, controles de lectura, a revisar los cuadernos. Yo pensé que después de la biblioteca se terminaba todo entre nosotros, pero no, se ve que él me quiere a su lado. ¿Será amor, compasión o costumbre? Tantos años que estamos “juntos”. No me dijo nada del beso que le di. Me gustaría conocer sus pensamientos, saber qué sintió ese momento. ¿Lo hice feliz? Ojalá.
Como su secretaria gano el doble, es que es otra categoría. Si hubiera sido su secretaria desde primero, ahora sería millonaria, y su amante, porque las secres terminan siempre en la cama de sus jefes, ¿no?
–¿Tengo derecho a un aumento? –le dije cuando me pidió que fuera su secretaria–. Un sol es muy poco, apenas alcanza para un sánguche de burro y un refresco.
–Bueno, te daré el doble ahora que ya cancelé mi deuda con
–¿Le tengo que traer su cafecito, jefe?
–Claro, señorita, mi cafecito, mi sanguchito. El trabajo es con servicio completo, así es que tiene que venir todos los días bien bañadita y perfumadita. Por favor, me bota ese feo uniforme escolar y me viene con su traje de secretaria.
Bañadita y perfumadita vengo todos los días, pero él ni se da cuenta.
–Tampoco tampoco, jefe.
Risas. Si él es feliz, yo también lo soy, para qué vamos a darle gusto a toda esa gente que envidia la felicidad ajena, ¿no? El corazón se les va a pudrir por no saber lo que es el amor, por no dejar que los demás sean dichosos.
Nomás que no tenemos un lugar para nosotros, nuestra oficina es un rincón en la sala de profesores, pero no importa, con él sería feliz hasta en el lugar más miserable del mundo.
SÁBADO 3:
Tres meses ya desde aquel primer beso. Cerrar los ojos y recordarlo. Recordar sus labios suaves, su aliento fresco. Es inútil dejar de quererte, / ya no puedo vivir sin tu amor, / no me digas que voy a perderte, / no me quieras matar, corazón. / Yo que diera por no recordarte, / yo que diera por no ser de ti… Escuchar canciones y recordarlo. Las canciones suenas más tristes sin él a mi lado. ¿Por qué el amor nos hace sufrir? ¿Por qué el amor es dolor? Eso es lo que no sé. Corazón, corazón, no me quieras matar, corazón… Ah, si el profesor escuchara este disco de Julio Iglesias cantando rancheras. Me cansé de rogarle, / me cansé de decirle / que yo sin él(la) de pena muero. / Ya no quiso escucharme, / si sus labios se abrieron / fue pa’ decirme ya no te quiero… ¿No es para llorar?
MIÉRCOLES 7:
–Profe, promedios.
–Los estoy sacando, muchachos, paciencia.
–Todos estamos aprobados, ¿no?
–No todos, hay algunos que están hasta las patas en mi curso.
–Somos promo, profe.
–¿Y?
–Todos tenemos que estar invictos.
–¿Todos? –dice con ironía–. Ustedes ya saben a dónde me llegan las promos.
Sí, ya sabemos: a las pelotitas, ¿no? Él nunca ha ido a una fiesta de promoción, si va al de nosotros, será un milagro.
Óscar Flores, el dizque Alejandro Sanz del Independencia, se pone de pie y sale del salón dando un portazo. ¡Huy, carajo, era machito!
Un minuto después el auxiliar busca al profesor diciendo que el director lo espera en su despacho.
–Ya se fregó el profe, Chatín lo va a botar.
Flores es un vago, ¿creerá que porque se queja va a aprobar? ¿Creerá que porque sale a cantar con su horrible voz en todas las actuaciones le van a poner veinte en todos los cursos? ¿Creerá que porque su mamita es amiga de la tía Reyna el profesor se va a asustar y poner veinte? Pobre tarado.
Cinco minutos después regresa el profesor.
–No crean que porque son promoción ya han aprobado mi curso –nos dice–. Ojo, yo no soy Papá Noel, yo no regalo puntos a nadie, ¿escucharon?, ¡a nadie!, y mucho menos a los flojos, a los vagos, a los que vienen a huevear nomás. A esos yo los hago llorar en diciembre.
–Es que la tiene muy grande, profe –dice alguien.
Risas. Flores no dice nada, sabe que se cagó solito.
En el recreo ayudo al profesor a llenar las libretas del segundo trimestre. Me cuenta que el enano borracho le preguntó que qué había pasado con el alumno Flores, ¿es cierto que usted dijo la promoción me llega al pincho?, y el profesor le dijo vaye usted al salón y pregunte, director, a ver qué dicen los demás alumnos. El alumno canta bonito, es nuestro Gianmarco. ¿Y cuánto quiere que le ponga a ese vago: once, quince, veinte, cincuenta? En mi curso no hace nada, si desea, vea mis registros. El enano no le dijo nada. Si me decía algo, lo denunciaba en
–Estoy invicta en todos los cursos, profesor.
–Te lo mereces, ¿no?, tú si eres una estrella, una chica inteligente, con futuro.
Una estrella, una chica inteligente. ¿De qué me vale si él no me quiere, si no brillo en su cielo? ¿De qué me vale tener futuro si en ese futuro él no estará a mi lado?
–He subido dos puntos en matemática.
–¡Felicitaciones! ¿Cuánto te pidió Gato gordo?
–Gracias, profe. Se conformó con china.
Risas. Soy tan feliz que me dan ganas de darle otro beso.
–¿Cuánto tengo en comunicación?
–Recién estoy sacando mis promedios, Camila, he estado ocupado.
–¿Con alguna chica?
No alcanza a responderme porque
–¿Te fijaste cómo nos miró la tía?
–Mmm, bien sapa es esa vieja.
–Ahora le va a contar a todo el mundo que nos ha visto tomando gaseosa…
–…y escuchando música como si fuésemos enamorados –termino la frase.
Se pone colorado. Si yo quiero, también lo puedo hacer paltear, ¿no?
–¿También nos botarán de aquí?
–De repente. Parece que nadie nos quiere ver por estos lares.
Risas.
¿Tanto demora la gorda en bajar de peso? Debe estar estreñida.
–¿Se puede? –pregunta la tía cuando sale.
–Claro, colega, la sala de profesores es de todos.
Las malas lenguas dicen que alguna vez la gorda estuvo templada del profe. ¿Será cierto? Pero él tenía ojos nomás para la profesora Martha, ni a mí me quería.
–¿Y cómo le va con su enamorada, profesor Palomino? –le pregunto.
El profe me mira. Sígame la corriente, le digo con el pensamiento, con los ojos. No me diga cuál enamorada porque me jodo. Diga Hilda Angélica.
–Con Hilda Angélica siempre me va muy bien –dice él. ¿Tendré poderes telepáticos? Parece que sí–. Ya vamos a cumplir medio año.
–¿Cuándo es la boda, colega? –
–El otro año.
–¿En serio, profesor? –pregunto.
–Claro, Vidal. Ya se me está pasando el tren. No me vayan a salir hijos taraditos como en Cien años de soledad.
–¿Invitará, no, colega?
–Claro, profesora. Todos los colegas del Independencia están invitados de antemano.
Nomás no te vayas a comer toda la comida, tragona, pienso para mis adentros, tienes que dejar algo para los demás porque si no los hambrientos hacemos chicharrón contigo y te comemos.
–Su novia también será docente, ¿no?
–No, colega, los profesores ganamos poco. Ella está estudiando derecho.
Bonita choteada: ella antes decía que nunca se metería con un profesor porque ganan poco. Quería mínimo un médico o un ingeniero, como buena merca. Primero tienes que tener un cuerpito como el mío, gorda chismosa.
El profesor me mira: si estudias derecho, puede que algún día me case contigo, Camila.
–Ahora hay un exceso de abogados –contraataca mondongo. Tampoco se deja capar así nomás.
–Ah, pero mi enamorada no va a ser cualquier abogada, va a seguir una maestría y, si puede, va a entrar a la academia diplomática.
Maestría, academia diplomática. ¿Tan exigente es el profe?
–Se ha sacado la tinka, colega.
–Así es, tampoco me voy a meter con cualquier cosa, ¿no? Siempre hay que mirar alto, ¿no cree, colega?
El rostro abotagado de la tía se torna carmesí. Ah, bonita choteada: usted se morirá en el Independencia igual que todos estos pastrulos y coimeros.
–¿Y cómo la conoció?
–Fue mi alumna.
–¿Estudió acá?
–No, colega. La conocí en una academia preuniversitaria. En este colegio no me meto con nadie porque aquí la gente es recontra cuchillera –el profesor le da con palo a la tía.
–Mejor –dice bola de sebo con un gesto de desazón–. Ojalá que sean felices.
–Gracias por sus nobles deseos, colega.
La gorda se va, segurito a chismosearle a las otras brujas: ay, chicas, ¿sabían que el profesor Palomino se va a casar con una futura abogada? Ay, no, no es posible. ¿Acaso nosotras no estamos potables? La verdad es que ya estamos viejas y los hombres, entre más maduros, quieren carnecita fresca. Conque nos invite a la boda nos conformamos. Seguramente va a haber bastante comida. ¿Qué regalo le llevaremos? Nada, porque los profesores ganamos poco, él comprenderá. ¿Y si no nos deja entrar a la fiesta? De repente nos bota como nosotros lo botamos de la biblioteca. Entraremos a la fuerza porque yo nunca me pierdo una boda. Dice que conoció a su novia en una academia preuniversitaria. ¿En una academia, o acá? El colega tiene cara de pedófilo, anda mucho con la alumna Vidal. Hay que averiguar.
–¿Es cierto todo lo que le dijo a miss Lechona, profesor?
–Ay, Camila, ¿no puedo soñar despierto?
–Claro que sí, sueñe nomás que algún día sus sueños se harán realidad.
–Ojalá.
¿Soñará conmigo? ¿Estaré en sus sueños? Tal vez.
–¿Y tú no tienes sueños imposibles? –me pregunta.
¿Me estará pidiendo que me le declare? Después del beso que le di hace seis días, cualquiera se daría cuenta que estoy enamorada de él, ¿no? Lo malo que él no es cualquiera, él parece de otro planeta. Dime que me amas, Camila, y te amaré. Yo no puedo decirte que te amo porque tú eres una niña y me pueden fregar. Tú ya sabes cómo son las cosas en este colegio de mierda.
–Sí, tengo un solo sueño –le digo.
–¿Y estás luchando para que se haga realidad?
–Lucho, pero parece que es por gusto –digo, con lánguida voz, mirándolo a los ojos con ojos de carnerita degollada.
–Ninguna batalla es por gusto –dice.
–¿Pero hasta cuándo se tiene que luchar para que un sueño se haga realidad, profesor?
–Eso es lo que no sé, Camila. Lo importante es nunca flaquear.
–O sea que usted me aconseja que siga luchando nomás.
–Sí, poco a poco se llega lejos, a la victoria.
Poco a poco. A mí el tiempo se me está acabando.
–¿Y si pierdo?
–Perderás con la satisfacción de haber luchado hasta el final.
–Bonito consuelo que me quedará.
–Es que es así, Camila, tampoco siempre se gana. Cuántas veces he perdido yo.
–¿Y nunca se quiso tirar del puente Villena?
–No. La vida es bella. Un amor se va, otro viene.
Ah, si pensara como él. Un amor se va, otro viene. No se acaba el mundo cuando un amor se va, dice una canción que cantaba Miguelito. ¿Será verdad?
VIERNES 9:
Nos entregan nuestras libretas del segundo trimestre. Sigo siendo la primera de mi promoción. En comunicación tengo veinte. ¡MILAGRO! ¿Qué me querrá decir con ese veinte? ¿Que también me ama? ¿Que estamos unidos ante las adversidades? ¿Que somos dos contra todos? Ah, ese veinte lo cambiaría por un beso, pero por un beso correspondido, no un beso fugaz, ligero, donde una besa, y el otro se queda quieto como una estatua y se deja besar, y lo peor: ni siquiera reclama por qué lo besé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario