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miércoles, 19 de diciembre de 2012

El fin del mundo


-Falta una semana para el fin del mundo –me dijo Nuria.
     Le iba a decir ¿tú también crees en esas estupideces?, pero me abstuve. Le sonreí y seguí oyendo su perorata sobre las predicciones de los mayas asociándolas con los frecuentes temblores, los abruptos cambios de temperatura, las lluvias diluvianas, hasta la crisis española y la reelección de Obama: ¿te imaginas a un negro en la Casa Blanca? Me imaginaba, pero imaginaba otras cosas, por ejemplo imaginaba cómo estaría la Tierra el 22 de diciembre, un día después de su fin. ¿Estará sembrada de cadáveres?, ¿bandadas de buitres y perros estarán dándose un festín con los muertitos? ¿Habrá sobrevivientes? Todo depende de cómo se destruya el mundo, dijo Nuria: si la Tierra estalla como una granada, me imagino que todos saldremos despedidos hacia el espacio para perdernos en el infinito. Si llueve fuego como en Sodoma y Gomorra, terminaremos convertidos en pollos a la brasa. Si llueve como en las novelas de García Márquez, moriremos ahogados, los únicos que se salvarán serán los tripulantes de los submarinos nucleares, aunque dudo que haya tanta agua en los cielos, o en los mares, como para inundar las partes altas de los continentes, así que escalamos el Everest y nos salvamos.
     -¿Tú crees en esas predicciones, no? –me dijo Nuria, después de refrescarse la garganta con una caña. La tendría seca de hablar como una lora.
     Ni en los mayas ni en Dios ni en el diablo. Además, los mayas, y los incas y los mapuches y los aztecas, fueron pueblos salvajes que en casi nada se diferenciaban de esos indígenas no contactados que pululan en la Amazonía y de un montón de gente de nuestros tiempos cuyo conocimiento científico se limita a Al fondo hay sitio, Combate y Esto es guerra y dudo que hayan podido predecir con miles de años de anticipación el fin del mundo. Ni el hijo de Dios. Este, cuando estuvo en la Tierra hace dos mil años, dijo que solo el Padre sabía con exactitud el día exacto del Armagedón y dudo que Dios haya sido tan generoso como para pasarles el dato a unas pobres bestias si ni lo hizo con su pueblo escogido.
     Lo que me sorprende es que haya gente tan estúpida que crea en el fin del mundo y entre en pánico y hasta estén pensando en suicidarse un día antes para no ver la catástrofe del 21 de diciembre. Ojalá que lo hagan, así nos libramos de tantas bestias y el mundo será un mejor lugar para vivir.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Morir de amor

En la semana que pasó me encontré con dos amig@s que están muriendo de amor: a una le dejó su pareja después de siete años y el otro está enamorado de un amor imposible. Pobres, los dos sufren, mientras tanto yo trato de pasarla bien, de no hacerme problemas, de tratar de hacer realidad mis sueños. ¿Para qué complicarse la vida con la vida de otras personas?

sábado, 8 de diciembre de 2012

21 años después

21 años después volví por esos lugares por donde antes trabajaba. Cómo ha cambiado todo, incluso la fábrica ya no existe, vendieron el terreno y ahora hay allí una planta de Inka Farma, según me dijo la señora de la esquina a la cual le compré una quinua. Recordé a los amigos de antes, a Isabel y a Guisella, que entró unos meses antes que yo marchara a otros lares. Y también recordé a María, mi amor imposible de esos años. ¿Qué será de ella? Han pasado 23 años desde que nos vimos por última vez, la fábrica donde ella trabajaba está casi en ruinas, pero conserva la fachada de entonces, hasta la escalera en la entrada por donde ella subía. Fui al paradero donde solíamos tomar los micros a Chosica, hoy está convertido en un lugar donde tapizan asientos para carros. Tantos recuerdos que volvieron con esa visita.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Fin de mes

Mal fin de mes por el capricho de algunos. Mi pasado lo llevaré siempre como un estigma. A andar por el buen sendero porque tengo los ojos de los buitres sobre mí. Qué fácil sería decirle váyase a la m. Pero ya llegará ese día. Paciencia, y cautela.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Lluvia

Hoy cayó una lluvia inusual, o quizá es normal en este lugar. No lo sé, tengo pocos meses. Esta lluvia me hizo recordar otras lluvias en que era libre, en que no tenía que preocuparme por el futuro porque otros lo hacían por mí. Cómo pasa el tiempo y te vas quedando solo y tienes que asumir las consecuencias de tus actos, ya no están papá ni mamá. Y eso pesa, duele, te aniquila, te quita las ganas de hacer las cosas, pero tienes que continuar porque si no lo haces tú, nadie lo hará por ti.

martes, 13 de noviembre de 2012

Gripe

El lunes amanecí con una gripe feroz y un dolor de cabeza insoportable. Antes no me dolía la cabeza nunca. Esa es la secuela que me han dejado los últimos problemas, o será que ya estoy viejo y el cerebro no es la misma máquina de antes, que solo se dedicaba a pensar, a imaginar, ahora ando alerta, viendo enemigos por todos lados, temiendo una emboscada. Antes leía en las combis mientras iba a la chamba, ahora ya no lo hago, ahora me dedico a estar alerta, a maquinar argumentos de defensa, a analizar mi situación, a estar con los ojos bien abiertos. No sé hasta cuándo durará esta huevada, esta pesadilla.

Madre e hija

Encontré esta imagen en el face. Así me gustaría que estén mi mujer y mi hija, respirando aire puro cerca de un río.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Leonardo Favio


Ha muerto Leonardo Favio, y con su partida también se va un poquito de mi historia. No recuerdo cuándo escuché por primera vez sus canciones, pero me imagino que fue en la adolescencia al enamorarme por primera vez. Entonces era romántico y escuchaba a Leo Dan, Camilo Sesto, José José, Leonardo Favio. De este me gustaba su voz viril, gruesa, de macho. Ya cerca a los veinte, tuve un amigo con el cual escuchaba música y le enseñé a escuchar a Leonardo Favio. Hablando de este viejo amigo, un día se llevó un par de LPs de Leonardo Favio y nunca me los devolvió. Espero que los conserve como conservo yo esos antiguos vinilos de este ídolo musical que nos acaba de dejar.
Tuve el privilegio de verlo en vivo en 1991, en un concierto que dio en la Plaza de Acho al lado de Yaco Monti y los Hermanos Arriagada. Era un hombre altísimo de manos enormes, con el pelo corto y vestido totalmente de negro. La Plaza estaba media vacía así que me pude acercar lo más que pude al escenario y fui uno de los que le pidió que cantara “Ella ya me olvidó” cuando regresó al escenario a pedido de la gente. Con esta canción cerró su show, un concierto que hoy he rememorado después de tantos años.
Leonardo Favio se ha ido pero nos quedan sus canciones, hermosas canciones que ya forman parte de la historia musical, canciones que yo disfrutaré hasta el último de mis días.
Leonardo Favio se lanzó como cantante en 1968 con “Fuiste mía en verano”. En 1968 nací yo, así que esa canción tiene mi misma edad.
Descansa en paz, maestro.

 

Miedo

Ni en el fragor de la batalla he experimentado el miedo como lo sentí hace poco. Será que la edad me ha vuelto cobarde, que mi ardor guerrero se apagó con los años. Recién he conocido el miedo, el miedo a terminar cagado, a que me vean derrotado, jodido.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Leonardo Favio

Si no me equivoco, fue en 1991 cuando lo vimos en un concierto en la Plaza de Acho. Se presentó con Yaco Monti y los Hermanos Arriagada. Era un hombre altísimo de manos grandes y vestido todo de negro. Fue la única vez que lo vi en vivo. Y ahora me acabo de enterar que ha muerto. Fue uno de mis cantantes favoritos. Se fue, pero se queda su voz, esa voz viril, gruesa. Se quedan sus canciones.
 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Ocho años

Hoy son ocho años desde que me operaron del riñón para sacarme un cálculo gigantesco. A veces pienso que mejor hubiese muerto ese día para no sufrir ocho meses después la pérdida de mi madre y tres cinco años después el de mi padre. Pero la vida continúa, ya llegará el día en que tenga que partir tambièn.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Amor para siempre

Mi amor por ti
será un amor para siempre
aunque tú ya por mí
nada sientes.
Pero no importa
porque nuestras sangres están unidas
y si no es posible en esta vida
será en la otra
en que tú y yo
nos volveremos a encontrar
y nunca más
nos diremos adiós.
Porque este amor
será un amor para siempre
porque en mi corazón
vivirás más allá de la muerte.
Porque te llevo en mi sangre
y en mi mente,
y no dejaré de amarte
así me condene.
Mi amor por ti
será para siempre,
será un amor sin fin,
te amaré eternamente.

lunes, 29 de octubre de 2012

Ven

Ven, abrígame de este frío
tan jodido
que me congela el corazón
y mata mi inspiración.
Deja que te ame como antes,
que te ame esta tarde
y siembre en tu vientre primaveras,
una barca y cien estrellas.
Ven con la lluvia
y no te vayas nunca,
espera conmigo la puesta del sol,
la caída de un ruiseñor.
Ven para compartir
una noche de pasión sin fin,
un vino, un poema,
una sonrisa, una pena.
Y si un día te cansas,
regresa descalza
al lugar de donde viniste,
a ese lugar de cielos grises.
Ver más

domingo, 28 de octubre de 2012

El verdadero amor


Un día
el verdadero amor
tocará las puertas de tu corazón,
lo recibirás con una sonrisa
y te olvidarás de mí,
de ese amor loco
que creíste sentir
por este tonto
que te amó
como nunca amará
y en cuyo corazón
tú siempre vivirás
porque aunque no lo creas
yo te quise
por eso esta tristeza
al irme.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Dos meses

Apenas faltan dos meses para Navidad, y para que se acabe el año, el peor año de mi vida, creo yo, un largo año de mala suerte que, al menos, en algo está cambiando. Espero que los años venideros sean mejores que este. Cuento los días para que se termine el 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

La salvación

En los últimos años, escribir me ha salvado el pellejo, o me ha permitido sobrevivir. Cuando he estado más cagado, me ha caído un dinerillo para aliviar mi alicaída situación, como ahora, en que las he hecho de negro literario y he tenido que vender mi pluma, pero no me quejo, gané un dinerillo y ya lo gasté. Y pensar que hace un poco más de un mes estaba angustiado porque se me venían días negros pero logré salvar mi cuello aunque me he quedado con síntomas de delirio de persecución y a veces me vienen unas angustias que no me dejan en paz. Espero superarlo en cualquier momento.

sábado, 13 de octubre de 2012

Cuando el amor termina


Cuando el amor termina
hay una lágrima furtiva
que rueda por las mejillas
porque es la despedida.

Porque nada es eterno
porque el fuego de un beso
lo apaga el viento
o un mal momento.

Porque a veces hacemos promesas
que cumplir nos cuesta,
porque a veces estamos por pena
o por evitar tristezas.

Pero llega un día
en que el amor se termina
en que la sonrisa
se transforma en ira.

Y es mejor decir adiós,
romper el corazón
sin compasión
porque seguir será peor.

Cuando el amor termina
cada uno sigue con su vida
tratando de curar la herida
que siempre dejan las despedida

El niño con pijama a rayas


El papá de Bruno dirige un campo de concentración. En su inocencia, Bruno tiene ocho años, cree que los prisioneros judíos son campesinos y se pregunta por qué todos llevan un “pijama” a rayas. Conoce a Shmuel, un niño judío de su misma edad, que tampoco sabe que está en un campo de concentración. Se hacen amigos, primero conversan y juegan separados por la valla electrificada del campo. Un día Shmuel es llevado a casa de Bruno a limpiar las copas. Bruno le invita un pan, Shmuel siempre anda con hambre, y son descubiertos por un soldado nazi. Bruno niega que le haya invitado el pan y Shmuel recibe su merecido pero, como todos los niños después de una pelea, siguen siendo amigos. El papá de Shmuel desaparece y Bruno decide ayudar a su amigo a buscarlo, para lo cual se pone un pijama a rayas. Entra al campo de concentración, para su mala suerte, y la de Shmuel, son llevados a una cámara de gas. Y allí termina la peli, una película conmovedora que vi dos veces con mis sobrinos. Quedamos tristes. 

domingo, 30 de septiembre de 2012

Fin de mes

Se acaba setiembre, un mes medio negro en mi vida. A pesar de lo cual logré terminar el manuscrito de mi novela "El cazador nocturno". Son 285 páginas hechas a mano que empezaré a tipear en enero y corregiré durante el 2013. Espero que a fines del otro año esté lista para mandarla a todos los concursos que pueda. Ahora me pondré a corregir mis cuentos para un par de concursos que todavía quedan en lo que resta del año. 
Espero que mi situación no se complique más para terminar el año y continuar con mis proyectos.
Falta poquito para que se termine el año, sin embargo serán los meses más largos de mi vida. Pero menos mal que el cerebro sigue funcionando, y eso es lo importante. Cuando sienta que mi cerebro empieza a fallar, será el fin.

Siempre serás mi primavera


Siempre serás mi primavera,
el único amor de mi existencia,
la chica de la boca de fresa
a quien besé por vez primera.

Siempre serás mi primavera,
de mi noche oscura la estrella,
la luz que me libró de las tinieblas,
de mi barca perdida la vela.

Siempre serás mi primavera,
ese amor a quien siempre se espera
aunque es imposible que vuelva
así la muerte esté cerca.

Siempre serás mi primavera,
de mi prisión las rejas,
de mi inspiración los poemas,
el Mal que corre por mis venas.

Siempre serás mi primavera,
de mi jardín la flor más bella,
de mi dolor la tristeza,
el fin de mi existencia.

Tarde


Vuelves cuando ya es tarde,
cuando a mi vida ha llegado un ángel
que ha curado mis heridas
devolviéndome la sonrisa.

Vuelves cuando ya no te amo,
cuando perteneces al pasado,
cuando mi corazón está ocupado,
cuando estoy de nuevo enamorado.

Vuelves cuando por ti ya no siento nada,
cuando ya ni me conmueven tus lágrimas,
cuando ella me ama,
cuando a alguien le hago falta.

Es tarde para los arrepentimientos,
me gustaría decirte que te quiero,
pero eso es algo que no siento
y mentirte no debo.

Es tarde para volver atrás,
para volver a empezar,
para olvidar que me trataste como a un perro,
¿quién me garantiza que no lo harás de nuevo?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Te extraño


Te extraño,
extraño tu risa de loca,
tus aires de monga,
tu voz, tu canto.

Extraño esos días
en que me querías,
días que no volverán,
que se alejan más y más.

Te extraño,
extraño esas tardes
en que te confundía con un ángel
y yo estaba enamorado.

Ahora nos separa el mar
y en esta soledad
quisiera tenerte conmigo
para no tener el corazón herido.

Pero ya no volveré,
pensando en ti moriré,
extrañando tus ojos,
sin poder decirte que te adoro.

La piel


Novela de Curzio Malaparte, escritor italiano. Esta novela es cruda, realista en extremo. Nos narra los finales de la Segunda Guerra Mundial, la liberación de Italia a cargo de las tropas aliadas, toda la miseria que conlleva una guerra, sobre todo para los perdedores. La peste asola Nápoles por los cientos de muertos que se pudren en la ciudad bombardeada. Para sobrevivir, no solo se prostituyen las mujeres, sino también ofertan a sus hijos al mejor postor por un mendrugo de pan. Ante la caída del fascismo, los milicianos pasan por las armas a jóvenes de quince, dieciséis años que apoyaron a Mussolini. Estos chicos se ríen de la muerte y ponen el pecho con honor.
La historia termina con Curzio Malaparte, narrador y personaje, contemplando a Mussolini colgado de un gancho como un cerdo.
No sé si este libro me lo robé de doña Rosita Ayllón o lo compré en Amazonas. Es una edición de 1959, de hojas amarillas pero está bien conservada. La tengo desde el 2001 y recién me animé a leerla, y no me he arrepentido de hacerlo porque ha sido una lectura valiosa. No hay como leer las novelas de antes, novelas con un rico lenguaje, con un alto valor literario no como las novelas de ahora donde el lenguaje es pobre, anémico, donde una persona que ha leído a Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Maupassant y un largo etc., no aprende nada. Antes de morir, me he propuesto releer a todos esos escritores que leí antes de dedicarme a escribir, desde Homero hasta Vargas Llosa porque del resto bien se puede prescindir. Así que empecé por La piel.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Quisiera


Quisiera
robarle un beso
a tu boca de fresa,
respirar tu aliento.
Quisiera
bajarte del cielo
todas las estrellas
que pueblan el universo.
Quisiera
estar en tus sueños,
saber qué piensas,
ser tu dueño.
Quisiera
por un momento
ser poeta
y escribirte versos,
besar tu boca de fresa,
jurarte amor eterno.

Días negros

No hay duda que la mala racha me persigue desde hace un año. Si creyera en las malas artes, pensaría que alguien me ha hecho brujería para que me vaya mal. Bueno, pero todo tiene solución, espero que se termine pronto este año y que el que viene sea mejor. Gracias a mis amig@s por la solidaridad demostrada en estos duros momentos, a los traidores ya les llegará la factura porque yo nunca olvido, me hago el cojudo, que es otra cosa,

Eres tierna


Eres tierna
como un mar en calma,
pero cuando me amas
te vuelves una fiera.
Tocas la guitarra
y escribes poemas,
cantas baladas
con voz tierna.
Eres tierna
como una niña mimada,
tus ojos tienen la belleza
de las montañas.
Esperas la primavera
muy ilusionada
para entregarte por vez primera
como una mujer enamorada.
Eres tierna
como el rocío que en las mañanas
alimenta apasionada la tierra.

Sin tu amor


Qué sería de mi vida
sin tu amor,
aún tendría una herida
en el corazón.
No sonreiría
ni tocaría la guitarra,
no despertaría
con alegría cada mañana.
Si tu amor
viviría triste,
me dolería el corazón
y no tendría días felices.
Sin tu amor
no escribiría versos,
no habría inspiración
ni besos.
Sin tu amor
no habría razón
para seguir viviendo.

jueves, 16 de agosto de 2012

El cazador nocturno

Es la novela que estoy escribiendo desde setiembre del 2009. A veces he hecho paréntesis para escribir otras cosas, ejemplo las novelitas con la que obtuve el segundo lugar en el Premio Horacio 2010 y el primer lugar en el Horacio 2011. Incluso hubo un periodo en que me entrampé y no sabía cómo avanzar, pero aún así volvía y conseguí terminar tres manuscritos, la última de las cuales tiene 250 hojas, de veinte capítulos. Ahora he llegado a la página 200 del cuarto manuscrito, estoy en el capítulo 14, o sea que me faltan seis capítulos. Tengo adelantados unas veinte hojas, o sea que este manuscrito tendrá unas 270 o un poco más. Espero terminarla para fines de setiembre y empezar a tipearla durante las vacaciones de verano. Esta es mi novela más ambiciosa, espero que me vaya bien en los concursos a las que la mandaré. Soñar no cuesta nada.
"El cazador nocturno" (este no es su título verdadero, pero está por allí), es la historia del profesor Harold Gastelú Palomino -se llama como yo-, un asesino que está matando mujeres como paso previo para aniquilar a sus hermanas y hermano y cuñado, quienes hicieron un infierno la vida de su madre, y él ha decidido vengarse. Enseña Historia del Arte en la Universidad Femenina y vive solo en un lugar apartado. Todos sus planes le están saliendo bien -ya ha matado a cuatro mujeres y regado sus restos por la ciudad- hasta que el amor, o una chica, se le cruza en su camino y se pregunta si debe consagrarse al amor o seguir con su venganza. Esa es la pregunta del millón. Veremos qué pasa, ahora que estoy corrigiendo/reescribiendo esta novela. Durante estas vacaciones de medio año escribí casi cincuenta hojas a pesar de mis males -ahora tengo un dolor en la espalda que espero no sea un tumor- y me chanqué el dedo chiquito de la mano derecha con una piedra hace como un mes y hasta ahora no la puedo mover, no he ido al Seguro, espero no haberme roto ningún hueso.
Bueno, en eso estoy. También estoy corrigiendo todos mis cuentos para un concurso.
¿Qué más? Ah, el amor me ha visitado. Espero que esta vez la barca de la pasión llegue a buen puerto y tenga una razón para vivir, como mi alter ego de "El cazador nocturno".

Pensando en ti


Pensando en ti
en esta tarde silenciosa y gris
me he puesto a escribir estos versos
que brotan de mi pecho
como mariposas,
como pétalos de rosas
de un corazón enamorado
que te sueña a su lado.
Pensando en ti,
cuyo nombre me guardo de decir
porque no es el momento,
dejo estos versos ir con el viento
para que lleguen a tu corazón
con este mensaje de amor.
Pensando en ti
los pajarillos cantan en mi jardín
en esta tarde en que te espero
y no llegas y me duele el pecho
y siento que muero.

Eres tierna


Eres tierna
como un mar en calma,
pero cuando me amas
te vuelves una fiera.
Tocas la guitarra
y escribes poemas,
cantas baladas
con voz tierna.
Eres tierna
como una niña mimada,
tus ojos tienen la belleza
de las montañas.
Esperas la primavera
muy ilusionada
para entregarte por vez primera
como una mujer enamorada.
Eres tierna
como el rocío que en las mañanas
alimenta apasionada la tierra.

Sin tu amor


Qué sería de mi vida
sin tu amor,
aún tendría una herida
en el corazón.
No sonreiría
ni tocaría la guitarra,
no despertaría
con alegría cada mañana.
Si tu amor
viviría triste,
me dolería el corazón
y no tendría días felices.
Sin tu amor
no escribiría versos,
no habría inspiración
ni besos.
Sin tu amor
no habría razón
para seguir viviendo.

Amor


Amor que tienes pocos años,
amor que me miras con ojos enamorados,
amor que me miras y suspiras,
amor que me inspiras estas poesías.
Amor que mira mal el mundo,
amor que lloro y sufro,
amor, ten un poco de paciencia
y la felicidad será nuestra.
Entonces nuestro cielo será azul
y escribiré nuestros nombres en un abedul
y los encerraré en un gran corazón
para que todos sepan de nuestro amor.
Amor que me duele
porque amar así no se puede,
amor hecho de sueños,
de miradas y silencios.
Amor que florece cada tarde,
amor que cada día se hace más grande
hasta convertirse en fuego.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Sin tu amor

Qué sería de mi vida


sin tu amor,

aún tendría una herida

en el corazón.

No sonreiría

ni tocaría la guitarra,

no despertaría

con alegría cada mañana.

Si tu amor

viviría triste,

me dolería el corazón

y no tendría días felices.

Sin tu amor

no escribiría versos,

no habría inspiración

ni besos.

Sin tu amor

no habría razón

para seguir viviendo.

Agosto

Empecé mal el octavo mes del año: a mediodía me empezó a doler la barriga, o el abdómen. Uy, chucha, dije, ese es el dolor de los cálculos renales. Es un dolorcito agudo que va creciendo en intensidad hasta que se hace insoportable. Tomé agua en abundancia, me quedé quietecito en mi cama pero el dolor persistía, así que terminé en el Seguro. Ahora de nuevo a sacar cita en Urología, de nuevo los análisis. ¿No que tenía solo arenilla? Esa es la mejor salud que nos ofrece el presidente a todos los peruanos. Me descuentan de mi sueldo para que me den una pésina atención médica, para que me paseen de un consultorio a otro dizque porque no tengo nada.
Menos mal que mi cerebro sigue trabajando pese a mis males, aunque no como antes cuando tenía unos cachuelos mecánicos y escribía mis historias en el cerebro y después las pasaba en el papel, o dejaba que se las llevara el viento. Extraño esa antigua capacidad de escribir en el cerebro, pero allí estoy, el fin de semana mandé mis novelas a un par de concursos en España, a ver si pasa algo. Un día debo tomarme un año sabático para corregir las novelas que he escrito, me imagino que ocho años después de empezar a escribir en "serio", debo tener más conocimiento, más oficio en el arte de escribir, menos apasionamiento.
De vacaciones, pero unas pésimas vacaciones porque el sueldo miserable y las deudas no me permiten ir ni a la esquina ni al más miserable chifa. Creo que estas son las peores vacaciones desde que trabajo para el Estado y el futuro se presenta sombrío. ¿En qué otra cosa podría trabajar? Ya estoy viejo para cambiar de oficio y trabajar todo el día como profesor no me gusta, en el colegio te embruteces y te vuelves cada vez más viejo. Algún día mandaré al diablo todo esto.
Falta poco para que se termine el año, menos mal. Estos últimos meses pasan rapidito.

jueves, 26 de julio de 2012

Mitad de año

Al fin llegué a las vacaciones de medio año. Contaba los días, sobre todo desde que lancé mi "jódanse", dirigido a mis pupilos de la promoción, muchos de los cuales no quieren asumir sus responsabilidades. Cuando vuelva faltarán cuatro meses que, ojalá, pasen volando y que el otro año también pase volando y agarraré mis chivas y me marcharé con mi música a otra parte, a menos que en el camino cambie de opinión. Hay días en que siento que estoy en el Paraíso y otras en el infierno, así que así no se puede trabajar. Menos mal que esto no interfiere en nada con mi labor de escribidor porque son mundos que, en lo posible, he tratado de no mezclar. De esta forma, este año he escrito "Fuiste mía en verano", una novelita erótica que mañana termino de corregir y mandaré a un concurso. Y, por otra parte, sigo corrigiendo/reescribiendo "El cazador nocturno", mi proyecto más ambicioso. Yo creo que, como escritor, uno hay que evolucionar y no involucionar como muchos que solo escriben pensando en el mercado. Yo, así no logre publicar en papel, sigo con mis sueños y escribiendo lo que a mí me gusta, no pensando esto le gustará a la gente. La gente me importa un carajo. Y todo lo demás también.
   Bueno, a disfrutar de estas dos semanas de vacaciones, a dormir más, a escribir más, a ver mis pelis que no veo nada desde hace meses por estar ocupado en la chamba. A relajarme para emprender con más ganas el último tramo del año en que tengo que corregir otra novela más y armar un libro de cuentos. Bueno, mientras lo haga con pasión, mientras me guste, cero problemas.

Veinte años

Si la memoria no me falla, hace veinte años di el examen de admisión que me permitió entrar a La Cantuta. Fue una semana después de la desaparición de los estudiantes. Hasta ahora tengo en mente el título de la novela sobre ese tema pero nunca me he animado a escribirlo, no sé por qué, quizá no es el momento. Fui sexto entre cuarentaicinco alumnos, de los cuales solo siete llegamos al final, cinco años después. Un brindis por ese recuerdo, por el tiempo que ha pasado, por los sueños que se hicieron realidad, por otros que se quedaron en el camino, por l@s amig@s que conocí, por todos los poemas que escribí con el seudónimo de Agustín de Luisa.

domingo, 22 de julio de 2012

Siete años de ausencia

Un viernes 22 de julio del 2005, a las 4:30 p.m. –más o menos-, mamá dejó de existir. Fue la mujer a la que más he amado en la vida, a la que amaré hasta el mismo día en que me toque partir y sé que lo haré con su nombre en mis labios.

Fue una mujer buena a cuya vida convirtieron en infierno sus hijos: el que se casó a la loca cuando ni siquiera tenía dónde caerse muerto, y tampoco lo tiene ahora, la que se metía en la vida de todos como si ella fuera un gendarme y la que le guardaba rencor dizque porque nunca le dio amor. ¿Nunca le dio o nunca dejó que le dieran amor? Toda esa tragedia familiar está plasmada en Cadena perpetua, La agonía de Juan de Dios y, más desencarnado aún, en El cazador nocturno, novela que llevo escribiendo hace un par de años. Todas estas novelas están escritas con el odio que es capaz de sentir alguien hacia las personas que le hicieron daño a la persona que más amaba.

Mamá era la que más me alentaba a la hora de escribir. ¿Tantas hojas rompes?, me decía. Antes yo escribía a máquina, una vieja máquina que perteneció a mi padre y que mi hermano dejó tirado en algún lugar. Así hace Vargas Llosa, le decía yo y ella sonreía. Ella tuvo la suerte de ver una vez a Vargas Llosa durante la campaña electoral de 1990. Siempre me deseaba suerte en los concursos, hasta me ponía un ramito de ruda en los bolsillos cuando iba a dejar mis escritos, pero nunca ganaba, hasta que la chunté con el Premio Horacio 2004 en cuento. Fue el único premio que compartimos pues falleció al año siguiente. En siete años he ganado un montón de premios, no solo en Lima sino también en Trujillo y Huancayo, hasta en España, pero no he vuelto a sentir la alegría que experimenté al ganar ese premio compartido por toda la familia. La única alegría que siento, cada vez que gano un premio, es el de restregárselo a mis herman@s como diciéndoles vean lo inútiles que son ustedes, que han sido ustedes. Siempre recuerdo el orgullo que sentía de decirles, a las pocas amigas que tenía, que su hijo era escritor, que su hijo se dedicaba a leer. Mi hijo vale oro, decía. Yo no sé si con razón o solo por su amor de madre.

Su muerte fue el golpe más intenso que he sentido hasta ahora. Su muerte anuló todos los dolores anteriores y posteriores. Incluso la muerte de mi padre, unos años después, no me dolió tanto. Me quedó un hueco en el corazón que hoy, siete años después, el amor va llenando a cuentagotas.

En siete años han pasado un montón de cosas en mi vida: dejé el 7080, también el Inei 46 y ahora estoy trabajando en Chosica. No me ha importado dejar amistades, ¿qué es una amistad ante la pérdida de una madre? Casi nada. He publicado un par de novelas, un libro de cuentos –este sí lo llegó a ver mi madre-, estoy en tres antologías, una española, y en un estudio sobre la literatura de Huancavelica.

Siete años después, allí sigue colgado el último pantalón que me planchó para irme elegante a trabajar.

Extraño su voz, mirarla, mirar sus ojos, extraño sus comidas, su ají de gallina en cada cumpleaños mío. Si pudiera, daría mi vida para abrazarla y decirle “mamá, te amo”.

lunes, 9 de julio de 2012

La Huacachina

Llegamos a Ica un domingo de febrero de espléndido sol después de cruzar Chincha y Pisco.


Buscamos un hotel, nos instalamos.

–Ahora a la Huacachina –dijo Ilse, dándose aire con las manos–. Quiero darme un chapuzón. Estoy que me sancocho.

–La van a confundir con una sirena, tía Ilse –le dijo Nacho.

–Y van a querer que se quede para siempre en la Huacachina –añadió Diego.

Ilse sonrió, halagada.

–¿Les gusta esta ropa de baño, chicos? –Ilse blandió en el aire un diminuto bikini.

–Claro que sí, tía.

–A usted le queda todo.

–Mejor no te pongas nada –le dije.

Ilse hizo una mueca de disgusto.

–Ay, flaco, tú siempre tan aguafiestas.

En una esquina de la Plaza de Armas tomamos un taxi.

–¿Es verdad que una sirena habita en la Huacachina? –le preguntamos al chofer.

–Sí –dijo el taxista, serio como si estuviese en un velorio–. Cuidado con ella que sale en las noches de luna llena y se lleva a los hombres.

Nos reímos. ¡Creyendo en sirenas en pleno siglo XXI!

–Y justo hoy es noche de luna llena –añadió el chofer.

–¿Es cierto eso, maestro, o es un cuento chino más? –le preguntó Ilse.

–No es cuento chino, señorita. La sirena sale de verdad y canta embrujando al hombre del que se ha enamorado –dijo el chofer, con una voz de narrador de cuentos de terror–. Hay varios que han desaparecido misteriosamente en los últimos años.

Nacho, Diego, Ilse y yo nos miramos: este hombre está loco de remate, nos dijimos con los ojos.

–Ojalá me embruje a mí –dije–. Ica es un buen lugar para vivir: mujeres hermosas, buen vino, radiante sol.

Ilse me pellizcó.

–Bromeaba, tonta. Las sirenas solo existen en La odisea.

–Y en La sirenita –dijo Diego.

–Ojalá que te lleve la sirena.

–Si al tío Harold se lo lleva la sirena, ¿yo puedo ocupar su lugar, tía Ilse?

–Claro, Nacho, ¿por qué no?

–Además, yo estoy mejor que el tío Harold –añadió Nacho, sacando punche.

Nos reímos, menos el taxista.

–La Cinthia está bien para ti, Nacho –le dije.

–Ya me la chapé –dijo Nacho.

–Anda, mentiroso.

–En serio, tío. ¿Tú viste, no, Diego?

–Sí –dijo Diego–. En el internet de Jhonny.

–Este Nacho no pierde tiempo –le dijo Ilse, revolviéndole los cabellos–. Es más terrible que su tío. Donde pone el ojo, pone la bala.

Risas de nuevo. El único que no se reía era el taxista.

–Parecen las dunas de La leyenda del rey errante –dijo Diego, señalando las montañas de arena, blancas como la nieve, que hay alrededor del oasis.

–¿Podemos subir después, tío Harold? –me preguntó Nacho, que siempre anda buscando aventuras.

–Claro, chicos. Para eso hemos venido: a divertirnos, a vivir nuevas experiencias.

–A conquistar chicas.

–Ajá.

–Tonto.

–Bromeaba, tonta. Mi sirena eres tú.

Risas.

–¡Wao, parece el desierto de Bagdad! –exclamó Ilse–. Me voy a sentir la princesa Scherezada.

–Yo podría ser el sultán Schariar –le dijo Nacho.

–Es una buena idea –le dijo Ilse–. Nos podemos divertir bastante.

–Lástima nomás que se nos hayan muerto los camellos –dijo el taxista, con pesar–. ¿Se imaginan ustedes todo esto lleno de dromedarios?

–Sirenas, camellos, dunas, palmeras, un oasis –dijo Ilse–. Wao, me voy a sentir como en Las mil y una noches.

–Yo podría ser el genio –dijo Nacho.

–Claro, claro –dije–. Soñar no cuesta nada.

–Tú siempre tan aguafiestas, flaco. Mejor te hubieras quedado en casa.

–Eso, eso.

Al fin llegamos a la Huacachina. Parecía un domingo en la playa: chicas en bikini, personas tomando sol, comiendo helado.

–Yo leí que esta laguna se formó con las lágrimas de una princesa inca –dijo Diego, el chancón de la familia–. Su novio murió en la guerra y ella lloró tanto que formó una laguna.

–Las mujeres somos así por naturaleza –dijo Ilse–: Lloramos por todo.

–Y por nada –dije.

–Tonto –me dijo Ilse, pellizcándome otra vez.

–Por eso existe la llorona y no el llorón –dijo Nacho.

Todos reímos, menos el taxista, el hombre seguía serio como un cachaco. Se despidió de nosotros con un cuídense mucho en un tonito que no me gustó nadita. Viejo loco, pensé.

Si era una princesa inca, como decía Diego, ¿por qué era la estatua de una sirena la que nos daba la bienvenida?, me pregunté. ¿Por qué?

–¡Diablos, qué calor! –exclamó Ilse–. Vamos a bañarnos de una vez.

–Póngase su bikini, tía Ilse, para ver si es cierto que el tío Harold tiene buenos gustos o no –le dijo Nacho.

–La tía Ilse es más bonita que la tía Marisela –dijo Diego.

–Eso está por verse –dijo Nacho–. ¿Te acuerdas de la tía Karem Geraldine?

–Era fea.

–Cómo que fea si hasta se parecía a la Vanessa Tello.

–¿Qué apostamos? –le retó Diego.

–Si tú pierdes, pagas los deslizadores; si yo gano, la tía Ilse me da un par de besos, ¿ok?

–Trato hecho –dijo Diego.

–Graciosos –les dijo Ilse, halaga con los piropos de los chicos–. ¡Wao, qué calor, me sancocho!

–Compra helados, tío Harold, sino la tía Ilse se va a deshidratar –dijo Nacho.

–Y se va a ver súper fea como la Laura Bozzo y la Magaly Medina juntas –añadió Diego.

–Ay, chicos, ustedes son la muerte –les dijo Ilse.

Fuimos por unos helados.

–¿Y estas aguas son medicinales, señora? –le preguntó Ilse a la heladera.

–Ya no, señorita –le dijo la vendedora–. Antes eran. Ahora traen el agua en camiones. La laguna se está secando.

–¿Y es cierto que en las noches de luna llena sale una sirena, señora? –le pregunté.

–Así dicen, joven –dijo la señora, con la misma seriedad del taxista–. Sale en las noches de luna llena y se lleva al hombre del que se ha enamorado.

–¡Wao! –exclamó Ilse–. Mejor nos vamos, Harold, no quiero quedarme viuda antes de nuestra luna de miel.

–Tía Ilse, recuerde que a rey muerto, rey puesto –le dijo Nacho.

Reímos todos, menos la señora.

–¿Y usted sabe algo de la princesa inca que perdió a su novio en la guerra y lloró tanto que formó esta laguna? –le preguntó Diego.

–Esa es otra versión del origen de la laguna –dijo la señora–. Se llamaba Huacachina, y no era una princesa, sino una chica común y corriente. Su amado era Ajall Kriña. Ella vivía en Taucaraca, más allá, cruzando las dunas –añadió la señora, señalando con el índice detrás de las montañas de arena–. Su amado vivía en Pariña Chica, por allá –su índice apuntó el otro extremo–. Un día lo llamaron para sofocar una sublevación contra el inca. Lamentablemente murió en combate. Al recibir la noticia, Huacachina, presa de la desesperación, corrió y corrió hasta caer exhausta en este lugar, que está a mitad de los dos pueblos. Aquí lloró y lloró formando esta laguna. Pero hay todavía otra versión –siguió diciendo la señora, indicándonos con su índice un lugar no muy lejos de donde estábamos–. Allí hay un poema de José Santos Chocano que habla de una princesa, también llamada Huacachina, a quien un mirón descubrió bañándose. Tenía un espejo. Al huir despavorida, se le cayó y rompió, formando esta laguna. La princesa se transformó en una sirena. Según el poema, Huacachina significa la que hace llorar.

–¿La sirena no será la princesa que llora a su amado? –conjeturó Diego.

–Quizás, niño –le dijo la señora–. No sé…

Fuimos a leer el poema de Chocano. Los versos hablan de una princesa que se bañaba desnuda a la sombra de un algarrobo. Termina de bañarse, sale y se cubre con una sábana. Se contempla en un espejo. Pero en el espejo no está solo su imagen, sino también el de un hombre que la mira con ojos lascivos. Huye espantada. La sábana con la que se cubría se enreda en un zarzal y la princesa cae. El sátiro se acerca a grandes zancadas. Es entonces cuando el espejo se convierte en laguna, la sábana en arena y la princesa en sirena.

–Interesante historia –dije.

–Leyendas son leyendas –dijo Ilse–. ¿Nos bañamos, chicos? ¡Me muero de calor!

–Ya era tiempo –dijo Nacho–. Quiero ver una sirena de carne y hueso y no una de los cuentos.

–Pucha, pero yo no sé nadar muy bien –se lamentó Ilse–. ¿Y si me ahogo?

–Yo le enseño, tía Ilse –se ofreció Nacho–. Y gratis.

–Gracias, Nachito –Ilse le estampó un beso en las mejillas–. Eres un amor.

–Y si se ahoga, ¿le puedo hacer respiración boca a boca, tía Ilse?

–Claro, Nachito, por mí no hay ningún problema, ¿verdad, Harold?

–Por mí puedes ahogarte todas las veces que quieras –le dije–. Total, por aquí debe estar la sirena esperándome.

–Tonto.

–Bromeaba, sonsa.

Nos pusimos a nadar. Yo pensaba en Huacachina, me la imaginaba recibiendo la infausta noticia, corriendo desesperada sobre la caliente arena, cayendo postrada en este lugar, llorando a lágrima viva la pérdida sufrida, muriendo de amor. También pensaba en la princesa transformada en sirena por culpa de un mirón.

Nadamos, almorzamos y nos pusimos a descansar bajo la sombra de una palmera mientras los chicos se deslizaban en las dunas.

Una chica, bonita, de largos y rubios cabellos, nadaba en medio de la laguna. La contemplé a mis anchas aprovechando que Ilse dormía a pierna suelta. Ella también me miró y, a la distancia, me sonrió. Wao, tengo mi jale, pensé. Ahoritita le saco plan, me dije. A reina muerta, reina puesta…

¿Qué? ¿Estaba viendo visiones? Vi que la chica tenía cola de pez. Caracho, ¿me he vuelto loco o qué? Me restregué los ojos y volví a mirar: sí, era una sirena, en lugar de piernas tenía cola.

–¡Ilse, mira, una sirena! –sacudí a Ilse hasta despertarla.

–Y mira allá, hay un genio que está saliendo de su lámpara –me dijo ella, de mal humor, como siempre que la despiertan mientras toma su siesta.

–En serio. Mira –apunté hacia el centro de la laguna donde la chica seguía nadando. El sol reverberaba en su cola dorada de pescado–. Allí está.

–Seguro se ha enamorado de ti, pues. Anda, enséñale a nadar y, si se ahoga, hazle respiración boca a boca.

Seguía sin creerme. Insistí.

–Me parece que te has excedido con el vino durante el almuerzo, Harold –me dijo Ilse, ahora sí molesta de verdad–. ¿Me dejas descansar? Tengo la panza llena y quiero dormir un poco. ¿Por qué no nadas un rato para que te despejes la cabeza?

Se tapó con la toalla y me dio la espalda.

Fui a buscar a los chicos. Les dije que había una sirena en la laguna.

–Vamos a atraparla, muchachos.

–¿Cuál sirena, tío Harold? –dijeron, escudriñando la laguna.

–¡Esa, la que está allí!

–¿Cuál, tío?

–Esa rubia.

–La única sirena que veo es a la tía Ilse –dijo Nacho.

–¡Miren su cola de pescado!

–Tío, esas son piernas, y buenas –dijo Nacho–. ¿Por qué no descansa un rato en la sombrita? Demasiado sol hace daño.

–Te calienta el cerebro y te hace ver visiones –añadió Diego–. Así como a los que se pierden en los desiertos.

Ellos tampoco me creían.

–¿Quién llega primero a la punta, Diego?

–¿Qué apostamos, Nacho?

–Si yo gano…

Me metí a la laguna. Allí estaba la sirena. La atraparía y los incrédulos me creerían. Nadé hacia ella, pero, cada vez que me le acercaba, ella se alejaba.

Desistí de mi propósito. Quizá todos tenían razón y el vino y el sol me estaban haciendo ver visiones.

Llegó la hora de regresar a la ciudad.

Esa noche, mientras dormía, me despertó un extraño canto. Una voz que nunca había escuchado cantaba melodías que parecían venir de mundos lejanos, perdidos, inexistentes.

Salí del hotel y caminé en dirección a la Huacachina siguiendo esa voz.

Llegué al oasis. Las aguas estaban quietas, como sumidas en un profundo sueño. Las dunas y palmeras proyectaban sus enormes sombras sobre la laguna.

Por detrás de las dunas empezó a salir la luna llena, amarilla como una yema. Se reflejó en las aguas como en un espejo.

¿Desde hace cuántos siglos estarían las dunas contemplando la laguna, reflejándose en ella?

La luna estaba ahora en el centro de la laguna.

Allí estaba la sirena, nadando suavemente como un barco sobre un mar en calma.

Cantaba.

Nos miramos.

Movió las manos, llamándome.

Empecé a caminar en dirección a las aguas.

La muchacha de las bragas de oro

Novela de Juan Marsé, Premio Planeta 1978 que releo después de muchísimos años. Luys Forest está escribiendo sus memorias en su vieja casa de la playa de Callafel, en donde recibe la visita de su sobrina Mariana -lesbiana, drogadicta e incestuosa- quien en realidad, si es que su memoria no lo traiciona, es su hija. Escribir, incluso una autobiografía, es inventar, retocar lo vivido, acomodar los recuerdos a las circunstancias, al el qué dirán. ¿Quién es fiel a sus recuerdos? ¿Quién es el dueño del pasado, el que lo vivió o los que lo vivieron con él? Ni uno mismo, y eso lo sabe el anciano escritor aunque su sobrina, que parece saber más de su vida que él mismo, y que funge de ocasional secretaria, lo aguijonea tachándole las enmendaduras, volviendo el río a su cauce, trabajo que hace con la ayuda de Mao, mascota del escritor, quien ve aparecer en el hocico del animal objetos que creía olvidados, objetos que incluso creó para hacer más verídicas sus memorias. Realidad y ficción se mezclan en esta novela con aires de drama, erotismo y humor.


Juan Marsé es uno de mis escritores españoles favoritos, de él he leído también Últimas tardes con Teresa -que no he vuelto a releer en quince años y espero hacerlo antes que se acabe el año- y Si te dicen que caí.

domingo, 8 de julio de 2012

Mi cholita

Olvidé que nuestros mundos eran distintos,


que mientras yo crecí entre la arena y el cemento

tú lo hiciste entre los alisos y el ichu,

comiendo mote, cancha y queso.

Creí que porque tengo mi corazón de indio

llegaría a comprender tus largos silencios,

tu mirada enigmática, tu mutismo,

que lo nuestro llegaría lejos y sería eterno.

Y hoy tengo que decirte adiós

y me quedo con el corazón partido,

con un inmenso dolor

clavado aquí como un espino.

Pensaré en ti cuando cruce los Andes,

te imaginaré a la orilla del río

y es probable que termine llorándote

hasta que un día me cubra el olvido.

Pero siempre serás mi cholita,

la mujer de ojos grandes y pelo negro

que a duras penas sonreía

por culpa de una herida en el pecho.

Siempre pensaré en ti

aunque nunca tú lo hagas;

aunque tú te olvides de mí

yo te llevaré en mi alma.

viernes, 6 de julio de 2012

Día del maestro

No celebro el Día del Maestro porque no solo me gano la vida como maestro. La paga es miserable y no te permite vivir con dignidad. Si no fuera por mis otros oficios, ni siquiera habría viajado a la esquina. Lo único bueno de esta chamba es que me da tiempo para hacer mis otras cosas y a fin de mes mi sueldito está depositado en el banco y si necesito dinero para una emergencia, puedo hacerme un préstamo, tengo vacaciones dos meses y medio al año, trabajo medio día nomás. La paga es tan miserable que ni pensar en casarse porque sería ponerme la soga la soga al cuello. Así que para qué celebrar una fecha que nada bueno me ha traído, sería ser cínico conmigo mismo.
Lo que celebro en esta fecha es mi ingreso a Multitemp hace 25 años. Qué rápido ha pasado el tiempo.

viernes, 29 de junio de 2012

Policías ladrones

La moto está hace dos semanas en la comisaría, me dijo Nacho, asustado. Yo también me asusté cuando me dijeron que era un dineral la multa por conducir sin licencia, y peor siendo menor de edad. Habla con I, el encargado de tránsito, dile que te ayude, chamúllale, me dijo Pipio, cuando le consulté. El tal I era un tío bravo, más justiciero que Supermán, como debe ser un policía honrado. ¿Cómo sobornar a un policía honrado? Sin más trámite mandó la moto al depósito. Pero antes de salir de la comisaría, el encargado de llevarse la moto me dijo habla con I, dile que te ayude. Volví a la oficina de I, me humillé, me arrastré como un perro. El policía me dio un sermón, me podía mandar a la cárcel por explotar a un menor de edad, me preguntó por qué lo mantenía si no era mi hijo, hasta insinuó que yo violaba a mi sobrino. Seguí suplicándole hasta que escribió 150 en una hoja. Esa era la plata que quería el policía ladrón, por esa cantidad se vendía. Tenía la plata en el bolsillo pero le dije ya regreso, lo voy a conseguir. Podía haber ido a la fiscalía y cagarlo pero me aguanté y volví media hora después con la plata que me había pedido. Hizo un papel, fue donde el comisario para que lo sellara y firmara, y fui en busca de mi moto. El encargado del depósito es un panzón que tiene el nombre del hemerretista a quien ejecutaron judicialmente en la toma de la embaja japonesa. Me pidió mi voluntad para ordenar la libertad de mi moto. Le di cincuenta soles. Por doscientos soles me compré a un superior de la PNP y a un funcionario de la municipalidad. Lindo mi país. Desde ahora, cuando escuche en las noticias que han matado a un policía, me alegraré para mis adentros. Pienso si el comisario, que tiene el grado de comandante, sabe las jugarretas de su subalterno y no lo denuncia, es porque también recibe su tajada de la torta, ¿no? Así es la policía en el Perú. Ya escribiré un cuento con esta historia que supera a la ficción. Ah, me humillé como Humbert Humbert por el amor de Lolita.

sábado, 23 de junio de 2012

Fuiste mía en verano (cap. 1, corregido)


La playa estaba solitaria como todas las mañanas. La marea nocturna había barrido la arena llevándose los castillos con sus princesas y dragones construidas por los niños la víspera.


Las olas llegaban a la orilla, besaban mis pies y retornaban a la inmensidad del océano dejando una estela de espuma blanca que desaparecía segundos después tragada por la voracidad de la arena.

Las gaviotas desplegaban las alas y se echaban a volar, los pelícanos escapaban con paso torpe.

El mar esmeralda, las olas con sus crestas blancas, el cielo acerado, la larga bahía que termina en los farallones. Los pescadores regresando al puerto, felices, entonando sones marinos que hablan de sirenas, tortugas gigantes, barcos fantasmas, buques hundidos por los piratas y filibusteros en tiempos del Virreinato o por los chilenos durante la guerra del Pacífico, con voces gruesas, con las bodegas llenas de pescados que sus mujeres ofrecerán en el Muelle.

El sol amarillo y redondo saliendo por entre los cerros. El sol que dentro de unas horas lo abrasará todo con un calor de desierto.

Leonardo Favio cantando en mis oídos, con voz grave y viril, Fuiste mía un verano.

Me sentía dueña de la playa, una sirena.

Allá está la Isla, una mole blancuzca. El fantasma del poeta Jovaldo también estará contemplando el amanecer para inspirarse y escribir poemas en la arena que de vez en cuando algún recolector de choros tiene la suerte de leer antes de que las olas las borren. Las barcas dan un rodeo para no encallar en los bancos de arena que la rodean. No está lejos, apenas a unos diez minutos de nado parejo y constante. O puedes dejarte llevar por Lisette, la ola grande, para ahorrar energías.

Tener un amor, enamorarme, estar con alguien para caminar juntas por la orilla del mar mirando este amanecer único, espléndido, hermoso, aspirando la brisa salina…

–¡¡Ay, mierda!! –lancé un alarido, levanté el pie derecho, perdí el equilibrio y caí de culo. Aullé como una loba en noche de luna llena. Vi todas las estrellas del firmamento.

–¿Qué te pasó?

Abrí los ojos: no era el viento el que me hablaba. Era una mujer, joven y bonita, como la canción de Heleno. Estaba de cuclillas frente a mí. Tenía mi celular que había hecho volar cuando caí.

–Creo que me he cortado el pie…

–Uy, caramba. ¿A ver? –me devolvió el celular, que menos mal no cayó al agua, y tomó entre sus manos mi pie lastimado. Las tenía ásperas y con restos de pintura, las uñas mal pulidas como las de las mujeres que venden en el Muelle. Manos de arco iris, pensé, uñas de Cenicienta. Limpió la sangre que brotaba de mi herida–. Pucha, te has cortado con este vidrio –levantó un pedazo de botella. Se había manchado las manos con mi sangre. Sangre de amor correspondido, recordé el título de una novela de Puig–, aunque no mucho. Has tenido suerte porque te habrías podido rebanar el pie.

Transpiraba. Su olor se metía por mis narices. Era como el aroma de una noche apasionada que brotaba de su piel. Un aroma agradable. Un aroma de mujer, de hembra. Le miré las axilas: las púas empezaban a brotar entre los pliegues oscuros de piel. Sentí hormiguitas en mi Secreto. Tenía el rostro colorado, los ojos oscuros, negros, las cejas tupidas. Tenía un aire a lo Kim Kardashian. Llevaba el cabello, largo, negro y lacio, atado en una cola de caballo. Con el pelo suelto se verá más sexy, pensé.

El sudor le bajaba por el cuello, delgado y largo como un junco, humedeciendo el body blanco, sin manga, transparentándolo: allí estaban sus tetas, redondos y abundantes. No llevaba sostén. Los pezones, oscuros y puntiagudos, se dibujaban claramente debajo de la tela. Chupárselos hasta que se pusieran duritos…

–¿Tus zapatos?

–Salí a caminar descalza… –dije en un tono de niña pobre.

–Ah, bueno. ¿Vives cerca?

–Sí, allá –apunté al conjunto de casas construidas en el cerro–. ¿Tú? –empecé a sondear el terreno.

–En el Malecón.

–Ah, qué bien. Somos vecinas.

¿En cuál de las casas del Malecón vivirá? ¿En la zona antigua o en la moderna? En la zona antigua las casas son grandes y amplias como la que tenemos en Chaclacayo. En la zona moderna abundaban los chalets, los departamentos, las discotecas. Hice un recorrido mental por el Malecón, por sus calles angostas, empedradas. Quizá en la zona moderna. Habrá venido con su marido a pasar el fin de semana y alquilado un depa. Mientras su marido dormía aún, ella había salido a correr para mantener la línea, para estar en forma, para estar apetecible para su maridito, y también para todos los hombres y algunas mujeres, como yo, para tener esa figurita envidiable de modelo y lucirlo en la playa.

Por un segundo le di una ojeada a su ingle: lo tenía humedecido. Tendrá el Secreto mojadito. Me relamí la lengua mentalmente. Pasárselo por el surco, sentir en el paladar el sabor de su conchita… Las hormigas empezaban a hacer estragos en mi entrepierna.

–Mmm. Hay que lavar esta herida, está llena de arena y sangre.

–Gracias…

–Luna Gabriel. ¿Y tú?

–Luz. Luz Castelló.

–Bonito nombre.

–Gracias. El tuyo también –¿decirle tienes un nombre raro? ¿Es tu nombre de pila o te lo has puesto tú? Pensé en Ana y en Juan Gabriel. Preguntarle ¿son tus primos? ¿Tú también cantas? ¿O Gabriel es por tu marido? Algunas se tatúan el nombre de sus maridos, otras se lo ponen como segundo nombre o como apellido.

Sonrió.

–¿Sabías que la luz es color?

La miré, intrigada. Puta, de repente es una loca que anda por las playas, pensé.

–¿Que, si descomponemos la luz blanca, obtenemos todos los colores del arco iris?

–Ah, claro –dije, recordando las clases de arte en que la pasaba hueveando sin hacer caso del profesor Dragón–. El prisma de Newton.

–Exactamente. O sea tu nombre contiene todos los colores del arco iris.

–Qué bacán. Debí llamarme Iris.

–Ajá, como la diosa griega de alas de colores.

Reímos.

En la siguiente ola juntó agua en la cuenca de sus manos y me lavó el pie herido con diligencia. Era la primera vez en mi vida que alguien me lavaba los pies.

–Listo. Quedó limpito. La heridita es superficial, así que en un par de días estarás como nueva.

–Gracias, Luna.

–De nada. Tienes los pies bonitos –me lo acarició suavemente como si acariciara una gaviota herida. Mmm, si así me acariciara la conchita, pensé, las tetas… – como los de una princesa.

Me puse colorada. ¿Eso era un piropo? ¿Me estaba seduciendo? Si me acariciara un poquito más arriba. Subir como quien no quiere la cosa. Vamos, atrévete, mete tus manos debajo de mi falda, acaríciame las pantorillas, las rodillas, los muslos que yo nada diré.

–Gracias…

–¿Podrás llegar a tu casa?

–Tengo que poder… –dije, con un tonito de niña herida como para que me tenga lástima y se compadezca de mí.

–Deja que te acompañe.

–Gracias.

Me ayudó a ponerme de pie.

Llevaba una lycra blanca con el logo de Red Bull estampado a lo largo del muslo derecho. Debajo se notaba su calzoncito de encaje color crema. Quitárselo, abrirle las piernas… Hice como si me doliera para apoyarme más en ella. Su piel caliente y sudada. El deseo creciendo en mí. Las ganas de amar. Acariciarle la piel. Llenarle de besos el Secreto.

–Apóyate en mí y pisa con el empeine para que no se te meta arena en la herida y te arda.

–Ok. Gracias –le dije, pensando lo que me arde es el Secreto.

Le pasé un brazo por la cintura. Sentí con más intensidad su piel caliente, húmeda, pegajosa debajo del body. Sentí un estremecimiento entre mis piernas. Era el placer naciendo, las ganas, los deseos de amar. A veces eran unos deseos incontrolables, incontenibles. A veces mis instintos eran más fuertes que mi voluntad. A veces era presa del deseo, esclava del placer. Esclava del placer: parece el título de una peli de Lexi Belle.

Echamos a andar. Yo como un pelícano para que la farsa me saliera perfecta.

–¿Has venido a pasar el fin de semana?

–Las vacaciones de verano. ¿Tú?

–También.

–¿Qué estudias?

–Acabo de terminar el cole –le dije, pensando que a cualquier mujer le gusta la carne tierna, fresca. Nuestras caderas se rozaban. Yo sentía hincharse mi clítoris, crecer, asomarse por entre los pliegues de mi intimidad, rojo y lustroso. Llegaré a casa y me tocaré. ¿Ella no sentirá nada? Qué va a sentir algo si es bien mujercita, ¿no? Llegará a su depa, se dará un buen baño y se olvidará de mí–. ¿Tú qué haces?

–Pinto –dijo, mostrándome su mano libre con restos de pintura. ¿Así serían las manos de Miguel Ángel, de Picasso, de Szyszlo?–. El aguarrás y la pintura me las dejan como las de un albañil.

–¿Pintas casas?

–Cuadros –dijo, riendo.

–¿Estudias pintura?

–Enseño.

–¿En Bellas Artes?

–En la Universidad Femenina.

La Universidad Femenina. Cientos de chuchas a tu disposición. Chuchas, tetas, culos, clítoris. Mmm, el paraíso. ¿Decirle allí me gustaría estudiar para cazar chicas como conejos?

–¿Eres profesora?

–Sí. ¿No lo parezco?

–Tienes cara de alumna.

Rió con ganas. La imité.

El bamboleo de sus tetas al ritmo de nuestros pasos, el roce de nuestras caderas. Estaba a punto de alcanzar un orgasmo. Un orgasmo en la playa. Tenía el Secreto húmedo, sentía el calzón mojado, los fluidos bajando por mis piernas.

–En junio cumpliré veintiséis años. A los diecisiete ingresé a Bellas Artes. Terminé a los veintitrés. El año pasado La Femenina convocó un concurso para una plaza de pintura y la agarré.

–Qué bacán. Tú lo has conseguido todo –le dije.

–Tampoco tampoco –dijo–. Aún me falta mucho camino por recorrer. ¿Y tú qué carrera piensas seguir?

–No sé… –sentí que el rubor se apoderaba de mi rostro de nuevo: acababa de terminar el cole y no sabía qué estudiar. De nada me habían servido todos los test vocacionales: algunos me mandaban a Derecho, otros a Turismo, otros directo al desagüe. Ninguno acertaba con mis gustos, con las cosas que yo quería hacer, que hacía–. Psicología, creo…

–Es una bonita carrera –dijo. Si supiera que dije Psicología por salir del paso–. Tengo una amiga psicóloga y le va muy bien.

–¿En La Femenina hay psicología?

–Sí. El examen no es tan difícil. Si quieres, te consigo las separatas y te las paso después.

–Gracias –pensé: después significa volvernos a ver, ¿no?

–¿Quieres descansar un ratito?

–Sí. Duele el pie al caminar como pelícano.

–Me imagino.

Me ayudó a sentarme. De reojo le miré el pubis hinchado, la hendidura de la chucha que la dividía en dos como a un pan francés. La lycra estaba tan pegada que parecía otra piel. Tendría una conchita deliciosa. Siempre he pensado que las mujeres bonitas tienen las conchitas deliciosas a pesar de los chascos que me he llevado. Sería rico llenarle de besitos, deslizar mi lengua a lo largo de su surco, beber sus mieles hasta emborracharme.

–¿A ver ese pie? –otra vez mi pie lastimado en sus manos ásperas. Me vas a raspar el Secreto cuando me lo acaricies. Acaríciame. Empieza por mis pies, sube por mis pantorrillas, continúa por mis muslos, llega a mi Secreto, mete la llave, hazla girar en la cerradura y entra. Poséeme–. Ya no sangra. Menos mal que no es tan profunda. En un par de días podrás correr la maratón de New York.

Reí. Rió.

–Gracias. ¿Y cuántos años duran los estudios de psicología?

–Cinco. Casi todas las carreras duran cinco años, excepto medicina. ¿Tú tienes dieciséis o diecisiete?

–Voy a cumplir diecisiete el diecinueve.

–¡Felicitaciones!, por adelantado.

–Gracias –¿decirle y no me das un beso por mi cumple? Tenía unas ganas locas de hacerle el amor, de besar su piel, de chuparle las tetas, de besarle el Secreto. Herida y caliente. Eres una perra, Luz, me dije mientras la miraba con el rabillo del ojo: tenía bonito cuerpo, un cuerpo apetecible. Era un poquito más baja que yo pero tenía más carne que yo–. ¿Y tú?

–El once de junio.

–Eres Géminis como mi papá.

–¿Sí?

–Sí. Él es del seis.

–Qué bacán. ¿Sabías que los géminis somos del elemento aire?

–Mmm. Los dos serían un tornado.

Risas. Parábamos riéndonos de todo como las locas. ¿Esa no era una buena señal para iniciar un idilio?

–¿Siempre andas descalza por la playa?

–Sí, me gusta sentir la arena bajo mis pies. Aunque hoy me levanté con mal pie, creo…

–Eso parece.

–Pero ni tanto, sino no nos hubiéramos conocido –corregí cuando vi que estaba metiendo la pata.

–Mmm –murmuró–. Pensé que te había dado un infarto o algo así y corrí para auxiliarte.

–¿En serio?

–Sí –se sentó a mi lado. Las dos juntas mirando el mar, la Isla, las olas. ¿Me ibas a hacer respiración boca a boca con tus labios carnosos? ¿Me ibas a meter la lengüita hasta el fondo de mi boquita como a veces yo la meto en una chuchita?–. Nunca faltan las tragedias.

–Ah, claro –le dije pensando te perdiste la respiración boca a boca, Luz, la próxima simula un desmayo–. Gracias por la ayuda.

–De nada. Cuando te vi de lejos pensé que eras una princesa salida de los cuentos de hadas…

Me reí. ¿Yo una princesa? ¿Yo un hada? ¿Existirán las hadas media calentonas, las princesas arrechas como perras en celo? ¿Las princesas también se humedecían? ¿A las hadas se les pone durito el clítoris?

–En serio. Eres una chica linda…

¿Eso era un piropo, una casi declaración de amor? ¿Por qué no me decía sabes: me he enamorado de ti a primera vista y quisiera estar contigo? ¿Existe el amor a primera vista? Quizá el amor no, pero sí el deseo, las ganas de tirarse un polvo.

–Gracias. Tú también eres hermosa…

Pregúntame ¿te gusto?

–Te pareces a la Kim Kardashian…

Rió.

–En serio.

–Gracias por el piropo. ¿Eres peruana?

–Sí. Pero mi mamá es italiana.

–Con razón has salido tan linda.

¿Me estaba coqueteando? ¿Se habrá dado cuenta que me gustan las chicas? ¿También le gustarán las chicas? ¿Tenía unas ganas locas de hacer el amor como yo? Volví a sonreír, me puse colorada por enésima vez.

Su olor a sudor ahora era tenue, se mezclaba con la brisa marina, con el aroma que brotaba de mi Secreto, ¿lo percibiría?

–Me imagino que tú pintas desde chica.

–Mmm. Pintaba y dibujaba por toda mi casa y mi mamá paraba gritándome por ensuciar las paredes pero se alegraba cuando ganaba los concursos de pintura de mi cole y casi se vuelve loca cuando ingresé a Bellas Artes.

–Qué chévere que tu familia te apoye.

–No todos. Mi hermana Mariana detesta mis pinturas.

–¿Por?

–No sé… debe ser una amargada. Aunque Carolina, la mayor, me admira, siempre está buscando mis obras en Google.

–Con que te quiera una, es suficiente.

–Mmm. Sobra el aire para vivir.

–Ajá.

–¿Y a ti qué te gusta hacer?

–No sé… escribir.

–¿Escribes?

–Sí… –sentí que el rubor se apoderaba de mi rostro de nuevo como si un dragón acabara de soplarme en la cara.

–¿Qué?

–Poemas, cuentitos, un par de novelas…

–¿Has escrito una novela?

–Tres: Diario de un amor imposible, Un amor en la playa y La agonía de Juan de Dios, en homenaje a mi abuelo, pero no las he publicado en papel aún. Ahí están, en mi blog, échales una mirada si gustas.

–¿Cómo se llama tu página?

–Luz desnuda –sentí que mis orejas se derretían–, porque desnudo mi alma, mi corazón en los textos. Hago un stripe tease literario, no vayas a pensar otra cosa.

–No soy tan pervertida.

Reímos.

Ya me gustaría desnudarme para ti, y que tú también te desnudaras. Las dos desnudas en la playa…

–Un nombre original.

–¿Sí?

–Sí, me gusta. A ver si te lo robo para el cuadro que estoy pintando ahora.

–Róbamelo nomás.

–Si es con tu permiso, lo haré.

Volvimos a reír. Era como si fuéramos amigas desde siempre.

–Estudia Ciencias de la Comunicación o Literatura.

–¿Crees?

–Sí. Como te gusta escribir, y me imagino que también leer, vas a estar como pez en el agua en esa carrera. No hay nada como trabajar en lo que te gusta. Nunca te cansas, siempre estás con ánimos de hacer tus cosas. Ejemplo yo: debería de pasarme las vacaciones durmiendo a pierna suelta en lugar de estar pintando horas y horas estropeándome las manos y contaminándome los pulmones pero me llega y sigo haciéndolo porque eso es lo que más me gusta. A veces mando mis pinturas a los concursos, la mayor parte de las veces pierdo, pero no me desanimo y sigo pintando porque me gusta, porque es mi vida, porque así soy feliz.

–Así como Vargas Llosa que ha ganado el Nobel y sigue escribiendo aunque algunos envidiosos le dicen que se dedique a cuidar a sus nietos.

–Ajá. Igual Szyszlo, pese a sus ochenta y tantos años sigue pintando con los mismos ánimos que tenía a los veinte. O Humareda, un pintor medio loco que cambiaba sus cuadros por materiales para seguir pintando así se muriera de hambre o viviera en un cuchitril. Su pasión era pintar, lo demás le importaba un carajo.

–Pucha, algún día encontraré mi verdadera vocación.

–Tampoco te preocupes. Apenas tienes dieciséis añitos, tienes toda la vida por delante.

Dieciséis virginales añitos. ¿No te gustaría comerle la conchita a una nena, mmm?, le preguntaría.

–Recién a los cincuenta escogeré qué carrera seguir.

–Tampoco tampoco.

Volvimos a reír con ganas como una pareja feliz.

–¿Y qué pintas ahora?

–Un paisaje marino lleno de sirenas… Estoy pintando sirenas últimamente… Debe ser influencia del verano.

–Ah, me imagino. Qué chévere.

–Si quieres, un día de estos date una vuelta por mi taller para que mires lo que hago.

–¿Y cómo llego?

–Fácil. En el Malecón pregunta por la pintora Luna Gabriel y te señalarán mi casa. Casi todos me conocen porque también pinto las embarcaciones de los pescadores.

–¿Sí?

–Sí. ¿No has visto esas barcas con sirenas que llevan el rostro de Larissa Riquelme, Vanessa Tello, Leysi Suárez, Tilsa Lozano?

–Ah, sí. ¿Los pintaste tú?

–Sí, han salido de estas manos feas –me enseñó sus manos. Eran más grandes que las mías, tenía los dedos largos. Me metes el índice y me rompes el himen, pensé–. Tengo mi famita de pintora en Puerto Viejo.

–Ah, qué chévere.

–Como solo cobro por los materiales, siempre que voy al Muelle regreso con un par de pescados –rió–, para prepararme un cevichito, un sudado. Cuando estoy aquí lo único que como es pescado. Uno de estos días voy a despertar llena de escamas y con cola.

Rió y reí. ¿Decirle se te vería más linda con cola? ¿Habrá sirenas lesbianas?

–Lo bueno del pescado es que no engorda.

–Pero igual salgo a correr todos los días para estar en forma. Llegando a casa me doy un duchazo, desayuno, y me pongo a pintar hasta la hora en que me toca almorzar. Después me tomo una siesta y pinto de nuevo hasta que oscurezca. De vez en cuando salgo a nadar.

–Tu vida es más interesante que la mía.

–Lástima que solo dure tres meses porque después tengo que volver a clase y no tengo tiempo ni para buscarme los piojos.

–Eso es lo malo porque estar aquí es chévere.

–Mmm. Este es un pequeño paraíso.

–Ajá.

¿Tendrá pareja, hijos? Seguro que no, sino diría tengo que cocinar para mis hijos, o para mi hijo, o para mi marido, o mis hijos no me dejan pintar, joden mucho, tengo que llevarlos a jugar a la playa, con gusto los ahogaría.

–¿Y tú qué haces?

¿Qué hacía yo?

–Vagar…

–Tu vida es más interesante que la mía.

Reímos. Sus dientes blanquitos, su lengua rosadita, larga y puntiaguda.

–¡Mira, un delfín!

–Pucha, qué bacán. Justo hoy no traje mi cámara.

–Tómale fotos con mi celular y luego te las envío.

–¿A ver?

Le di mi celular y corrió a la orilla y yo aproveché para mirarle el trasero, el calzoncito húmedo que se dibujaba debajo de la lycra. Qué rico sería besarle todo, acariciarle, aspirar el aroma que emanaba de su conchita. ¡Tenía unas ganas locas de cacharla!

El delfín hacía piruetas en el aire, se hundía en el agua, desaparecía y reaparecía y Luna le tomaba fotos desde diversos ángulos.

–¿Una fotito? –me dijo, al regresar–. Para que tengas un recuerdo del día en que nos conocimos.

–Claro.

–¿A ver, sonríe?

Miré a la cámara, sonreí y dije mentalmente su nombre e hice una promesa: Luna Gabriel, algún día serás mía.

–Ahora te tomo una a ti –la enfoqué pensando al menos tendré una fotito para recordarte, para mirarte y pensar en ti mientras me toco–. Sonríe.

Sonrió. Tenía una sonrisa linda, incitante.

–Listo. ¿Cuál es tu número para enviártelo?

Me lo dijo y le envié las fotos.

–¿Nos vamos?

–Sí –le dije aunque le hubiera dicho podemos conversar todo lo que quieras porque no voy a hacer nada durante todo el día.

Me ayudó a ponerme de pie y echamos a andar. Otra vez rozar sus muslos, sentir su piel caliente, otra vez sentir las hormiguitas invadiendo mi Secreto. Besarla, amarla. Besar su piel, sus tetas, su Secreto. Besar sus manos, sus pies, sus cabellos. Olerla, aspirar su perfume. Beber sus fluidos, sus flujos, sus jugos. Chupar sus pezones, su clítoris.

–¿Estás aquí con tus padres?

–Sí.

–¿Eres hija única?

–No, tengo una hermanita –decidí sondear el terreno para no pisar posteriormente una mina–: ¿Y tú con quién has venido?

–Sola.

¿Sola, sin marido, sin hijos? Esa era una buena respuesta. Sola solita sin nadie.

–¿Tus padres?

–En Trujillo.

–¿Eres trujillana?

–Sí. Pero desde los diecisiete estoy en Lima.

–Ah, qué bacán –le dije. Tuve ganas de decirle con razón eres tan bella como todas las trujillanas. Y esto es cierto: en la semana que estuve en Trujillo nunca vi una fea. Quizá un día me vaya a vivir al norte–. Trujillo es una ciudad bonita. El 2007 estuve allá.

–¿De vacaciones?

–Gané un concurso de cuento…

–¿Sí?

–Sí, en la Feria del Libro de Trujillo. Así que fui a recoger mi premio con mis padres y mi hermanita.

–Qué chévere. ¡Felicitaciones, Luz! –me palmeó la espalda–. Vas a ser como Vargas Llosa. Cuando te ganes el Nobel, me pasas algo por haberte curado el pie.

–Ya.

Reímos con ganas por enésima vez. ¿Por qué tanta risa, mmm? ¿Alguna relación amorosa habrá empezado riendo? ¿Por qué reían tanto dos mujeres que se acababan de conocer?

–¿Fuiste a Huanchaco?

–Obvio, casi todos los días que estuvimos allá. Hasta ahora me acuerdo de los caballitos de totora, de las olas.

–¿Te subiste a uno de ellos?

–Sí.

–¿Y qué tal la experiencia?

–Bacán, mejor que correr tabla.

–Mmm. ¿Fuiste a Chan Chan?

–Solo al museo que hay en la entrada. Me hermanita se cansó y no pudimos recorrer la ciudadela.

–Una pena.

–Ajá, porque no hemos podido volver.

–El otro verano estás invitada a mi pueblo.

–Gracias.

–Agradéceme recién cuando estemos allá.

–Te las voy dando por anticipado para que no te desanimes de invitarme.

Reímos. Dos mujeres que ríen, dos mujeres que se aman, dos mujeres felices.

–Allá vivo –le señalé mi casa al pie del cerro. Estábamos a menos de cincuenta metros–. La verdecita.

–Es bonita. Llena de plantas. Como para inspirarse mirando el mar.

–Mmm –murmuré. ¿Decirle como para que tú y yo vivamos solitas y nos amemos todas las veces que nos dé la gana?

Llegamos a la puerta de mi casa. Oh, todo tiene su final. ¿Qué diría si le dijese pasa, te invito a desayunar?

–Llegaste sana y salva.

–Muchas gracias, Luna.

–De nada. ¿Podrás subir las escaleras?

–Tengo que poder…

Nos miramos. Sus ojos oscuros, luminosos, sus cejas pobladas, ¿por qué no se las depilará? Quizá tampoco se depila el pubis. Las hormigas invadiendo mi Secreto. Decirle ayúdame a subir las escaleras para seguir sintiendo el roce de tu piel tibia que falta poquito para alcanzar un orgasmo.

–Bueno, me voy. Fue un gusto, Luz –me acercó el rostro y nos besamos. Su mejilla estaba tibia. Mover el rostro un poquito y darle un beso en la boca como por descuido–. Chau.

–Chau, Luna. Gracias por todo.

–No tienes de qué. Visítame cuando quieras.

–Ya.

Se dio la media vuelta, le miré el trasero redondo y generoso, el calzoncito perdido entre las nalgas, saqué mi celular y le tomé un par de fotos rapidito mientras ella empezaba a trotar, primero a ritmo lento y después a mayor velocidad. Llegó a la curva y desapareció de mis ojos. La imaginé yendo por el camino de tierra, cruzando el túnel, bajando hacia el pueblo.

Subí lentamente los peldaños, contándolos, uno, dos, tres, volviendo el rostro de cuando en cuando por si regresaba a la playa. Siete, ocho, nueve. Un descanso. Solo sabía su nombre: Luna Gabriel. Sabía que tenía veinticinco años. Sabía que vivía en el Malecón. Sabía que era pintora.

También tenía su número. Podía llamarla. Trece, catorce.

Me había invitado a visitarla. El Malecón estaba a un paso…

Traté de recordar su olor, el olor de sus axilas. El calor de su piel. El roce de sus caderas con las mías. Diecinueve, veinte.

–¿Qué te pasó en el pie, corazón?

Era papá. La barba cana, la cabeza rapada. El torso desnudo. La cicatriz de su operación al riñón.

–Pisé una mina.

–Uy, chucha, ¿a ver? –se puso de cuclillas y tomó mi pie. Tenía las manos de señorita que no hace nada. Unas manos suaves como la piel de un gusano. Las manos ásperas de Luna. Sus manos de albañil. Sus manos con restos de pintura. Ya habrá llegado a su casa. Antes de meterse a la ducha esperará unos minutos a que su cuerpo se enfríe. Estará preparándose el desayuno–. Menos mal que es leve nomás. Con una curita estarás bien.

Me dio un beso en el pie. El beso que no me había dado Luna.

–Tienes bonitas piernas, princesa. Mejores que las de tu madre.

–No seas incestuoso que vamos a tener hijitos con colas de chancho, pá –le dije, recordando Cien años de soledad que lo había leído hace poco.

–O nos convertiremos en llamas.

–Más bien en lobos marinos.

Nos reímos.

Me agarró de la cintura y cruzamos la terraza en dirección al interior de la casa.

–¿Y mamá?

–Durmiendo como una vaca.

–Ni que te escuche porque te corta los huevos –se los presioné suavemente por un segundo.

–Mis admiradoras secretas llorarán al verme desarmado.

Volvimos a reír. Luna, con ella también reía así.

–Date un baño y vienes para desayunar –dijo, pellizcándome el trasero cuando llegamos a mi cuarto.

Me metí al baño. Miré las fotos de Luna. Su lycra blanca con el logo de Red Bull en letras rojas. Sus piernas largas. Su calzoncito. Su pubis hinchado, partido en dos por la hendidura de la chucha. ¿Lo tendría peludo o pelado? Su trasero. La bajaría a mi computadora para ampliarla todo lo que quisiera. Yo sentada en la arena con la pata herida. El delfín haciendo piruetas.

Me desnudé y contemplé en el espejo: el cabello rubio y lacio caía como una lluvia de oro sobre mis hombros. Mi rostro como el de la Scarlett Johansson. Los senos medianos, la piel casi transparente en el lugar de la ropa interior, los pezones de un marrón clarito.

Mi pubis cubierto por un vello castaño oscuro cortado como el de Lexi Belle.

Mi Secreto. Mojé mi índice derecho en mi boca y empecé a deslizarlo a lo largo del surco mientras imaginaba que eran las manos ásperas de Luna las que me acariciaban. Luna Gabriel ¿qué más? ¿Tendrá face? Quizá esté en la página de la Universidad Femenina. Luna Gabriel pintora. Se busca. Quizá también estaría debajo de la ducha. No era ni media hora desde que nos habíamos despedido. Su olor. Sus cabellos negros. Con la mano libre me acariciaba las tetas y los pezones imaginando que eran sus manos las que me acariciaban. Acariciarla a ella, acariciar sus tetas, chuparlos, morderlos. Entrar a su Secreto. Chuparle el clítoris. Echarme más saliva para que no se me irrite. Dijo que estaba sola. ¿No tendrá enamorado? Pero si era tan linda. Quizá los hombres se volvían tímidos ante tanta belleza. En la Universidad Femenina hay gran cantidad de chicas como para escoger. Pasarle la lengua de abajo hacia arriba a lo largo del surco. Más saliva. ¿A qué olerá? Su olor, su olor a axilas, a transpiración. Su olor a bárbara. Mis pies en sus manos ásperas. Manos de mujer salvaje, de mujer que talla la piedra, de mujer que…

–Luz…

¡Mierda!

Era la Francesca.

–¿No sabes tocar, ah?

–Te estamos esperando para desayunar –por el espejo veía que me miraba el trasero con curiosidad, como fascinada. Temblé: ¿también le gustarán las chicas? Debo haber tenido su edad cuando me enamoré de Miriam Blanco…

–Diles que ya voy. Me estoy bañando.

–Papá dice que te has cortado el pie. ¿A ver?

–Pero no fue nada –me senté al borde de la tina y estiré el pie herido.

Hincó las rodillas en la baldosa, agarró mi pie con sus manitas de ángel, unas manitas tan suavecitas como una nube de algodón, y lo observó con atención como si fuera un bicho raro.

–Wao, debe de haberte dolido horrible. ¿Con qué te lo hiciste?

–Pisé un diente de la Bere.

Nos cagamos de risa. Tenía los cabellos más rubios que los míos, las mejillas sonrosadas, los ojos azules, una naricita de conejo. Iba a ser una chica hermosa, delicada. Habíamos salido a mamá, antes era hermosa; ¿por qué se había vuelto fea? Quizá por su carácter de ogro.

–¿Sangraste bastante? –me miró con los ojos agrandados de pestañas largas como hilos de oro.

–Como un río. Pensé que iba a morir desangrada.

–Ponte una curita.

–Eso haré.

Soltó mi pie. Miró mi pubis.

–¿A qué edad te salieron los pelos?

–Trece –me metí a la ducha–, o catorce, creo. ¿Tú ya tienes?

–Todavía.

–¿A qué hora vienen los primos? –cambié de tema.

–Supongo que a las diez. Diego llamó denantes para decir que estaban en el puente Atocongo.

–Uy, Dieguito está bueno para ti.

–No me molestes, ¿quieres?

–Pero si Diego es guapo como Leonardo di Caprio.

–Pero a mí me cae chinche…

–¿Por?

–¿Podrás bajar con nosotros a la playa? –cambió de tema. También era una chiquilla astuta.

–Me imagino que sí. Tan coja no estoy –abrí el grifo. El chorro de agua mitigó mi calentura.

Me eché champú y acondicionador en los cabellos y pasé jabón por la piel. Volví a abrir el grifo. ¿Luna ya se habrá terminado de duchar? Quizá estaría desayunando. O pintando. ¿Le habrán llegado las fotos? Llamarla para preguntarle si las recibió.

Cerré el grifo.

La Frances seguía allí, sin quitarme los ojos de encima. ¿Ya se masturbaría? Yo había empezado a los trece, por la época en que me enamoré de Miriam Blanco pero al hacerlo no pensaba en ella. Nunca había pensado en Miriam sexualmente. Ese primer amor había sido puro, limpio.

–¿Me pasas la toalla amarilla, porfis?

Me sequé.

–¿Me consigues una curita? Mamá debe tener.

Salió. Me puse un short de jean sin nada debajo para que mi Secreto se ventilara mejor, sostén rojo vino, uno de los colores favoritos de Lexi Belle, y un polito blanco.

La Francesca regresó. No había curita, solo espadrapo. Me puse un pedazo en la herida.

Fuimos al comedor.

–Buenos días, má. Hola, pá. Hola, Oriana.

Mamá apenas abrió la boca para murmurar un hola. Ni le di beso porque tenía la cara cubierta por una crema blanca semejante al semen. Cada vez estaba más vieja y horrible. Dentro de diez años estará peor que la Laura Bozzo. Hace poco se había estirado la cara y ahora a duras sonreía para que no se le descolgara la papada de nuevo.

–¿Qué tan profundo es ese corte?

Por lo visto, mi corte era la estrella del día.

–Pisó un diente de la Bere –dijo la Frances.

Papá y Oriana rieron, mamá, nada. Era una momia, una esfinge. Parecía de piedra.

–Es superficial.

–Deberías ir al médico, no se vaya a infectar y te lo cortan.

–Ay, pá, no exageres. Apenas me salió una gota de sangre.

–Quién habrá sido el huevón que dejó sus botellas enterradas en la arena después de chupar.

–Nadie le manda a tu hija a bajar a la playa sin zapatos como si no los tuviera –dijo mamá.

Vieja huevona, pensé, ¿por qué chucha me tienes tanta bronca, ah, acaso no soy tu hija?

–Hoy vamos a cocinar todos –dijo papá, cambiando de tema. También era astuto. Bueno, en realidad en la casa todos somos expertos cambiando de tema–. Sus primos mueren por un arroz con mariscos acompañado por su ceviche.

–Tendremos que ir al Muelle.

–Hay que traer los pescados más grandes que encontremos.

–¿Yo también puedo ir? –preguntó la Frances.

–Claro, hijita, para que vayas aprendiendo a hacer el mercado y tu marido no te pegue por floja –rió papá. La Francesca puso mala cara–. ¿Vamos, Luana?

–Ay, no puedo salir al sol.

–Se te derrite la cera que te han puesto en el cacharro.

–Mejor te callas, huevón. Y ustedes dejen de reírse como unas estúpidas.

–Ay, má, ¿cómo tú sí puedes decir lisuras en la mesa y nosotras no?

–¡Mejor te callas, Francesca!

–No me digas Francesca que no me gusta.

–Yo decía hay que ponerle María como mi madre, pero tu vieja terca como una mula Francesca Francesca como su abuela o bisabuela.

–Mula serás tú, huevón.

–Por algo lo dirás.

Risas. La única que no reía era mamá. En los últimos tiempos había dejado de reír como si reír fuese cosa de gente estúpida.

–¿Por qué no compras una lancha, papi?

–No es mala idea. Para hacer un viajecito a Pisco cantando como Perales: Ayer se fue, / tomó sus cosas y se puso a navegar… –papá miró a mamá.

–O a Huanchaco –dije, pensando en Luna–. No hemos vuelto a Trujillo en cinco años. Extraño el manjar blanco, la marinera.

–¿Yo también fui? –preguntó la Frances.

–Claro. ¿No has visto las fotos?

–Sí, pero no me acuerdo.

–Qué te vas a acordar, hijita. Apenas tenías siete añitos.

–¿El otro verano podemos ir?

–Claro, tengo ganas de admirar la belleza norteña.

–Irán solos porque yo me voy a Catania.

–Irás sola porque nosotros nos vamos a Trujillo.

En los ojos de mamá se dibujó la cólera. Al menos sentía algo, no era tan de piedra como parecía ser. O fingía ser.

Trujillo, Luna Gabriel. Huanchaco. Verla en ropa de baño. Luna. Las hormigas recorriendo mi Secreto de nuevo. Las ganas de masturbarme.

–Bueno, permiso –me puse de pie.

–Caramba, hija, no has comido nada.

–Ya me llené –dije, tocándome la barriga.

–Estás peor que tu mamá que come como un pajarito.

–Como pajaritos.

Carcajadas, aunque mamá ni rió.

–Te cagaron, papi.

–Ya le traeré un burro a esta ninfómana para que no se ande quejando.

–¿Qué es linfómana, papi?

–Es una mujer que nunca se alegra con nada, hijita.

–Ah, ya –dijo la Frances–. Linfómana = mujer triste.

Risas.

–Me avisan cuando van al Muelle.

Fui a mi cuarto y prendí mi laptop. Descargué las fotos que le había tomado a Luna. Allí estaba ella de espaldas al mar con su lycra blanca mostrándome el trasero redondo y generoso. La amplié para verle la raya de la chucha, su pubis hinchado, su calzoncito de encaje humedecido por el sudor, la mancha oscura que había debajo de ella. Era peluda, por lo visto. Como Sasha Grey, como Lexi Belle.

Puse Luna Gabriel + pintora + Universidad Femenina en el buscador de Google. Salieron 19,719 entradas. Entré a la página oficial de la Universidad Femenina. Se llamaba Luna Gabriel Colina. Era profesora principal de la facultad de Arte.

Allí estaba el enlace de su face.

Entré. Tenía 919 amistades, casi todas mujeres. ¿Serían sus alumnas? Su situación sentimental era soltera.

Me puse a ver sus fotos, en casi todas estaba con chicas. ¿No habrá tenido nunca enamorado? ¿O también era lesbiana? Luna con vestido negro, con vestido color melón, con vestido color azul eléctrico. Luna con mini negra y pantys negros. Luna con las piernas cruzadas y mostrando un pedacito de calzón celeste. Tenía un lunar bien grande sobre la rodilla en la cara oculta del muslo izquierdo. ¿Por eso le habrían puesto Luna? Luna = lunar. Las hormigas tomando por asalto mi Secreto. Me bajé el short, mojé mi índice y empecé a deslizarlo por mi hendidura. Imaginé que eran sus manos ásperas las que me acariciaban, que era su dedo la que hacía circulitos en mi clítoris hasta hacer que se pusiera durito. Acariciarle la conchita, besárselo, morderle los labios vaginales, chupárselos, chuparle el clítoris. Hacernos el amor. Que nuestras vaginas se rozaran, se friccionaran, se frotaran. Humedecernos. Hacernos la sesenta y nueve sería delicioso. Su olor. Sudor. Transpiración. Sus axilas. Ir a buscarla, ¿pero con qué pretexto? He venido a ver tus cuadros. Sus piernas, sus tetas. Los vestidos escotados. Luna. ¿También pensará en mí? Un corte en mi pierna, ¿qué te pasó? Su pubis hinchado, un surco dividiéndola. Chupárselo, morderle el clítoris.

Un volcán hizo erupción en mi Secreto.

Todos los hechos narrados solo sucedieron en la imaginación del autor.