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sábado, 4 de abril de 2009

La Huacachina

Llegamos a Ica un domingo de febrero de espléndido sol después de atravesar el desierto.
–Vayan primero a la Huacachina –nos dijeron en el hospedaje–. Lleven ropa para que se bañen.
En una esquina de la Plaza de Armas tomamos un taxi.
–Cuidado con la sirena que sale en las noches de luna llena y se lleva a los hombres –nos dijo el chofer.
–¿Es cierto eso, maestro, o es puro cuento nomás?
–No es cuento, profe. La sirena sale de verdad y canta embrujando a los hombres. Hay varios que han desaparecido misteriosamente.
–Ojalá que me embruje a mí –dije–. Ica es un buen lugar para vivir: mujeres hermosas, buen vino, sol.
Todos reímos.
Antes de llegar a la Huacachina hay unas dunas blancas como montañas de nieve.
–¿Podemos subir después, tío Agustín? –preguntó Nacho.
–Claro, para sentirnos en el Sahara.
–Lástima nomás que se nos hayan muerto los camellos –dijo el taxista, con pesar–. ¿Se imagina usted todo esto lleno de camellos?
–Sirenas, camellos. Sería como estar en “Las mil y una noches”.
Al fin llegamos a la Huacachina. Parecía un domingo en la playa: chicas en ropa de baño, carpas, personas tomando sol, comiendo helado.
–Tío, yo leí que esta laguna se formó con las lágrimas de una princesa inca –dijo Diego, el chancón de la familia–. Su novio se fue a la guerra y murió.
Si era una princesa inca, ¿por qué era la estatua de una sirena la que nos daba la bienvenida?
–Vamos a bañarnos de una vez –dijo Nacho.
–¿Son medicinales esas aguas? –le preguntó papá a una señora mientras le compraba níspero en almíbar.
–Ya no –dijo ella–. Antes era. Ahora traen el agua en cisternas. La laguna se está secando.
–¿Y es cierto que en las noches de luna llena canta una sirena, señora?
–Así dicen, joven, pero yo nunca la he escuchado.
–¿Y usted sabe algo de la princesa inca que perdió a su novio y le lloró tanto que formó esta laguna?
–No, joven –dijo, y señalando hacia su derecha, añadió–: Allá está escrita la historia de la Huacachina.
–Vamos a bañarnos, tío –dijo Nacho, cuando quise ir al sitio que había señalado la vendedora.
Papá se sentó a la sombra de una antigua palmera.
Me metí a la laguna. El agua estaba tibia. El fondo era de arena. Me puse a jugar con los chicos.
–¿Podrías chapar mi pelotita, por favor? –me pidió una chica, de ojos azules como el mar, cabellos lacios, largos y rubios enmarcando un rostro de muñeca, señalando una pelotita verde que era llevada hacia el centro por un repentino viento que empezó a agitar las tranquilas aguas.
Empecé a nadar tras de la pelotita.
Cuando la alcancé, estaba casi en medio de la laguna. Allí las aguas eran frías y estaba hondo. Di media vuelta y nadé de regreso.
La chica me dio las gracias con una amplia sonrisa. Le entregó la pelotita a su hermanita. La niña se puso a jugar con mis sobrinos.
–¿Eres de Ica?
–Sí –dijo Marina.
–¿Es cierto que en las noches de luna llena hay una sirena que canta aquí?
–Así dicen –dijo Marina, riendo–. Sale una vez al año y se lleva al hombre del que se ha enamorado.
–¿A dónde se lo lleva?
–Se supone que al fondo de la laguna, ¿no?
–¿Y tú crees eso?
–Leyenda es leyenda.
–¿Y qué sabes de la princesa inca que lloró tanto la pérdida de su amado que formó esta laguna?
–Esa es otra versión de la formación de la laguna. Se llamaba Huacachina, y no era una princesa, sino una chica común y corriente. Su amado era Ajall Kriña. Ella vivía en Taucaraca, más allá, cruzando las dunas –dijo Marina, señalando con el índice detrás de las dunas–. Su amado vivía en Pariña Chica, por allá. Un día lo llamaron para sofocar una sublevación contra el inca. Lamentablemente murió en combate. Al recibir la noticia, Huacachina, presa de la desesperación, corrió y corrió hasta caer exhausta en este lugar. Aquí lloró y lloró formando una laguna. Pero hay todavía otra versión –añadió ella, señalando en la misma dirección que lo había hecho la vendedora un rato antes–. Un poema de José Santos Chocano que habla de una princesa, también llamada Huacachina, a quien un mirón descubrió bañándose. Tenía un espejo. Al huir despavorida, se le cayó y rompió el espejo, formando una laguna. La princesa se transformó en una sirena. Según el poema, Huacachina significa la que hace llorar.
–¿La sirena no será la princesa que llora a su amado?
–Quizás.
–¿Pero tú crees que de un espejo se forme una laguna?
–Bueno, leyendas son leyendas. ¿Nadamos? Ya se va a ir el sol.
Nos pusimos a nadar. Yo seguía pensando en la sirena, en Huacachina, me la imaginaba recibiendo la infausta noticia, corriendo desesperada sobre la caliente arena, cayendo postrada en este lugar, llorando a lágrima viva la pérdida sufrida, muriendo de amor. También pensaba en la princesa rubia que se había transformado en sirena. No pude leer el poema de Chocano porque se hizo tarde y los chicos tenían prisa de volver a la ciudad.
En la noche nuevamente estaba en la Huacachina, esperando a Marina. Habíamos quedado en encontrarnos, esta vez solos, para ir a cenar y bailar.
Las aguas de la laguna estaban serenas, como sumidas en un profundo sueño. Las dunas y palmeras proyectaban sus enormes sombras sobre el lugar. Fui a leer el poema de Chocano. Eran las nueve y cuarto y Marina no llegaba. Como toda mujer, deber estar arreglándose para estar elegante, pensé. El poema de Chocano habla de una princesa que se bañaba desnuda a la sombra de un algarrobo. Después de bañarse, sale y se contempla en un espejo. En el espejo no está solo su imagen, sino también el de un hombre. Huye espantada. La sábana con el que se cubría se enreda en un zarzal y luego se convierte en un arenal. Al saltar sobre otro zarzal, se le cae el espejo. El espejo se vuelve laguna, y la princesa sirena, ¿para escapar del cazador?
Dieron las nueve y media y nada de Marina. Por detrás de las dunas empezó a salir la luna llena, amarilla como una yema. Se reflejó en las aguas como en un espejo.
Diez de la noche. Nada de Marina. ¿Tanto se demoraba? Todo estaba sumido en el más completo silencio. ¿Desde hace cuántos siglos estarían las dunas contemplando la laguna, reflejándose en ella?
Once de la noche. Por lo visto, Marina no vendría. ¿Irme? No tenía ganas de echarme a dormir.
Doce de la noche. La luna estaba en el centro de la laguna. Entonces empecé a escuchar una hermosa melodía que nunca había escuchado en mi vida. Reconocí el tono de voz de Marina. Empecé a caminar en dirección a las aguas siguiendo su llamado.

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