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miércoles, 15 de abril de 2009

Los diablos

Empezó a llover torrencialmente. Alejandro y el opa Inquicha se refugiaron debajo de unos matorrales. Ahora mi mamá me va a castigar, pensaba Alejandro. Se le había hecho tarde jugando a los daños con el opa.
–Lluvia fea, Alicha.
–Ahoritita pasa y nos vamos, opita, no te preocupes.
Al opa su abuelita también lo castigaba, pero parecía no sentir dolor porque se reía como un loco cuando mama Felícitas lo correteaba a palazos. Al menos le había ganado casi todos sus daños. Cuando su mamá lo estuviera castigando, pensaría en eso.
Ojalá que la lluvia pasara pronto. Ojalá que sus animales no se perdieran.
–Candela, Alicha.
–No friegues, qué candela vamos a prender si todo está mojado.
–Candela –el opa insistía. Había susto en sus ojos. Era medio raro el opa–. Supay, Alicha, mira.
En el descampado que había frente a los matorrales estaban dos seres extraños. ¿Diablos? Parecían hombres chivos, con pezuñas y cuernos. Sus cuerpos estaban cubiertos por un pelambre rojizo que parecía fuego. Esos eran diablos.
Ahora sí nos fregamos, pensó Alejandro, haciéndole una seña a su compañero para que permaneciera quieto y callado.
Más demonios empezaron a llegar. Algunos tenían forma de animales, otros parecían personas. Hasta mujeres había, unas bonitas, otras con cachos y colas y con caras de sapo.
El opa Inquicha temblaba de miedo. Alejandro estaba igual.
El último en llegar fue el jefe. Era hermoso, alto, rubio. Si no fuera por los dos cuernos que sobresalían en su mollera, se diría que era un ángel.
Empezó la reunión de los diablos. Cada uno iba informando sobre las maldades que había hecho desde su última cita.
El opa Inquicha estornudó. Los diablos se sobresaltaron.
–Huele a carne de gente –dijo uno de los diablos. Tenía una nariz inmensa.
Ahora nos van a comer, pensó Alejandro. Empezó a prometer que se iba a portar bien, que le iba a devolver todos sus daños al opa.
–Vayan a buscarlos –ordenó el jefe.
Justo en ese instante un potente rayo cayó en medio del descampado y los diablos se hicieron humo como por arte de magia.
***Mi padre solía contarnos esta historia. La he reelaborado a mi manera.

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