
Se llamaba Miriam. Todos los recreos jugaba a las muñecas con sus amigas sobre el tabladillo. Acodado en el barandal del segundo piso, yo la observaba hechizado por sus grandes ojos negros, ajeno a los llamados de mis amigos para jugar a la pelota o a las espadas. Han pasado veintiocho años desde entonces, nunca más he vuelto a ver a Miriam, pero aún recuerdo esa única vez que ella me miró y me regaló una sonrisa llena de palomas, mariposas y rosas.
Que bello lo que has escrito, que recuerdo tan maravilloso
ResponderEliminarLos ojos que nos importan jamás se olvidan.
ResponderEliminarbeso,
Es cierto nunca se olvidan.
ResponderEliminarEsa sensación de las mariposas inocentes.
El contenido de esas sonrisas es imposible de olvidar!! bella reflexión, gracias por visitarme, lo haré seguido por aquí, un abrazo
ResponderEliminarLos Kapasulinos: Lisandro, Noelia, Iván, Carla, Susana y Pancho te dejamos un regalo en nuestro blog, pasa a buscarlo en la entrada: “Llegamos a las 10.000!!!”.
ResponderEliminar