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jueves, 12 de febrero de 2009

La ambulancia

A papá lo trasladamos al Almenara para que le hicieran un drenaje biliar. Llegué casi a las siete al hospital. Espere, me dijeron. Un par de días antes dije vendré a las seis y media y la enfermera me dijo venga antes. Esperé. Su cita era a las ocho de la mañana. Las enfermeras cambiaban de turno a esa hora. A las 8:07 partimos al Almenara en una ambulancia que de ambulancia solo tiene el nombre, ni siquiera llevaba una gota de alcohol o una aspirina. Menos mal que llegamos a tiempo. A veces uno llega un poco tarde y los doctores te llaman la atención. A eso de las nueve y media papá entró a sala. Salí a tomar desayuno. Había tomado un café a las seis de la mañana, pero siempre me he dicho que mientras pueda alimentarme bien, lo haga, sino de viejo pagaré las consecuencias. Volví. La técnica que nos había acompañado andaba agitada: necesitaban una ambulancia con oxígeno porque papá se había descompensado. Como dije, nuestra ambulancia no tenía ni un caramelo para paliar un dolor de cabeza. Necesitamos una ambulancia Omega. ¿Y ahora qué hacemos si el de Vitarte está en otros menesteres? Aquí también funcionó la argolla: la técnica conocía a alguien con influencias y ese alguien se presentó como nuestro familiar y desde arriba le dijeron que no se preocupara que en media hora una ambulancia Omega estaría a nuestra disposición. Y así fue. Papá salió de sala, el médico que le insertó la sonda hizo los informes necesarios al médico de la ambulancia y partimos raudos a Vitarte. Durante el trayecto, la enfermera, ya no la técnica, se fue quejando que las ambulancias están implementadas a la diabla, que algunos de los instrumentos no sirven para nada, que se les terminó la garantía y están allí como adornos nomás. Y eso es cierto, los he vivido en carne propia. ¿Y así el gobierno quiere inaurar un nuevo hospital cada mes? Este presidente está más loco que su versión de hace veinte años.

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