Hace cuatro años, cuando obtuve una mención de honor en el Premio PUCP de la Universidad Católica del Perú, el Chino Méndez me pidió prestado un billete. Durante una semana estuvo rondando mi casa, preguntándome si ya había cambiado mi cheque -me dieron mil dólares-, ofreciéndose a acompañarme al banco, etc. Hasta que finalmente le di cien soles -hace cuatro años cien soles era algo, hoy no vale nada-. Recuerdo que me dijo Yo quería más. Han pasado cuatro años y nunca me pagó, ni mencionó lo que me debía. Pero tampoco me volvió a pedir prestado, claro, con qué cara. Hace poco, con lo ganado en el Premio Horacio me compré una mototaxi para tener un ingreso extra, para que lo manejen mis sobrinos para que saquen siquiera sus propinas. El domingo el Chino vino, después de un tiempo, para decirme que ahora era mayordomo en su trabajo, que había techado su casita, y que si podía alquilarle mi moto. Me imagino que se ha adeudado para techar su casa y el dinero no le alcanza. Bueno, que trabaje como burro para pagar su deuda, no que me busque cuando está jodido.
Siempre he detestado a las personas conchudas, personas que te deben y no te pagan, que se hacen las cojudas para no cumplir con sus compromisos adquiridos. ¡Y hay tantos que me deben!
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