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sábado, 7 de abril de 2012

La agonía de Juan de Dios (final)



Papá murió el jueves 19 de marzo del 2009, dieciséis días después de volver al hospital porque se le movió la sonda que le colocaron para evacuar la bilis.
La víspera, Carolina me llamó chillando: ¡Mi papá está mal! ¡¡Mi papá está mal!! ¡¡Mariana dice que se va a morir en cualquier momento!! Se desesperó: ¡¡mamá, no te lleves a mi papá!!
Mariana acababa de llamarla. Antes de entrar de guardia, había ido a ver al viejo. Yo no lo veía hace diez días. Tenía un horario de mierda que me impedía darme un salto al Almenara donde, creía, basado en mi propia experiencia, mi padre estaría bien atendido.
Me equivoqué.
Ese 19 de marzo, tempranito, partí al hospital. Llevaba varios papeles en blanco y un lapicero que papá le había encargado a Mariana días antes para que yo se lo llevara. Quizá al fin se había animado a poner por escrito su historia como yo siempre se lo había pedido. Pensé que quizá quería dictarme su vida. No se me pasó por la cabeza que ese era el último día de su existencia. Ni me imaginaba cuán grave estaba.
Llegué al Almenara. Fui al segundo piso. Le rogué, le supliqué al guachimán de mierda que me dejara entrar para ver a mi padre. Le dije que estaba grave, para impresionarlo, pero no le importó.
¿Tienes pase?, me preguntó. No es día de visita.
No lo tenía.
Somos parientes de la enfermera Grace Fuller Manucci del hospital de Vitarte, le dije.
Conmigo hasta los familiares de los médicos rebotan, me dijo.
Hijo de puta, tuve ganas de decirle.
Me mandó al módulo que hay en la entrada principal. Allí me dieron un número para que llamara al pabellón donde estaba el viejo y preguntara si podía ingresar a verlo. El número siempre paraba ocupado.
¿Por qué chucha me da un número que no sirve?, tuve ganas de decirle a la flaca que atendía el módulo pero me aguanté para no empeorar mi situación.
A las once de la mañana quizá te permitan entrar, me dijo la flaca, a esa hora están los médico. Espera nomás.
Me senté a esperar. Era jueves, mi día libre, así que podía aguardar todo el día. ¿Y si llamaba al doctor Tumba o a la enfermera Pari para que me dieran una mano? Yo veía que otras personas llegaban, le decían algo al guachimán e ingresaban. Igualito que en el hospital de Vitarte. Qué jodido es no tener conocidos, o no ser patero: tenía exactamente dos años en el Inei, había llegado un 19 de marzo del 2007, y no podía decirles mi papá está enfermo, ¿puedo llegar tarde hoy? Me pedirían certificados, constancias, me dirían los alumnos no pueden perder clases. Como si a esas lacras les interesara estudiar. Cómo me arrepentía de haberme reasignado. En el 7080 tenía ciertos privilegios, en el Inei era un simple huevón más. ¿Cuándo habría reasignación para largarme sin ni siquiera decirles adiós?
Estaba sumido en esas divagaciones, cuando llegó Carolina. Había pedido permiso en su trabajo.
Quizá a mí me deje entrar, dijo, después que le conté mi odisea.
Mejor vamos a zamparnos cuando el guachimán se descuide, le propuse. Me había dado cuenta que a veces el hombre dejaba su puesto por un momento.
Esperamos. Cuando el huevón fue por una gaseosa a la máquina expendedora que había al frente, nosotros aprovechamos para meternos corriendo. No paramos hasta la estación de enfermeras.
Nadie nos dijo nada. No éramos los únicos familiares. Había varias personas en la salita de espera hojeando periódicos pasados. ¿No que con ese cojudo no pasaba ni una mosca?
Papá estaba en cuidados intensivos. Estaba con oxígeno, tenía una sonda para orinar pero apenas había un poquito de orine en la bolsa. Estaba con suero. Tenía los labios resecos, cuarteados, en carne viva. Estaba más flaco que nunca. Mariana no había exagerado. Tenía la piel suave, como ampollada. Recordé que la mamá de una colega había muerto el año anterior de cáncer al hígado y me contó que la piel se le ampollaba y luego reventaba y supuraba un líquido como pus. Ese sí iba a ser un dolor insoportable para el viejo, para nosotros. Pero ya no tenía la piel amarilla ni se quejaba que le picaba ni se rascaba. Todavía no le habían vuelto a poner la sonda para que evacuara la bilis. Pero qué bilis iba a producir si ya no comía, ¿no?
A duras penas se mantenía lúcido.
Carolina se echó a llorar y el viejo, por señas y queriendo hablar, las palabras no le salían, le pidió que no lo hiciera.
También por señas y con esos ruidos guturales que brotaban de su garganta me preguntó si había traído hoja y lapicero.
Asentí.
Carolina le levantó la cabeza, le di el lapicero, sostuve la hoja.
Quiso escribir, pero no pudo. Apenas garabateó una h o una y con una letra que ya no era suya, y un 3 o una z y enseguida cayó en un sopor del cual despertaba de rato en rato para querer decirnos algo que no podíamos entender.
¿Por qué no le han colocado la sonda?, le pregunté a la que parecía ser la jefa de enfermeras de esa sala.
Tiene cita el 27, dijo la bruja. Se tiene que estabilizar su temperatura. Tiene un poco de fiebre…
¡Dentro de una semana todavía! ¿Cree que llegará al 27 así como está, señorita?
La mierda no dijo nada. Quizá sabía, por su experiencia, que papá, en esas condiciones, no viviría mucho. ¿Para qué colocarle la sonda entonces? ¿Para qué gastar plata y tiempo en alguien que se va a morir?
Carolina le puso un caramelo de limón en la boca que papá rechazó.
Voy a comprarle agua, dijo. Debe estar con sed.
Me quedé solo con el viejo. El dolor de verlo en esas condiciones me venció. Caí sobre su pecho y lloré. ¿Por qué lo haces sufrir así si siempre te ha sido fiel?, le reclamé a Jehová, su Dios, a ese Dios en quien yo había dejado de creer hace tiempo viendo sufrir a mi madre. A ese Dios a quien papá me había enseñado a amar y temer cuando era chico, cuando pensaba que mis padres iban a ser eternos. No ha sido un mal padre, siempre se ha partido el lomo por nosotros, Tú que todo lo ves eres testigo de ello, nos ha dado lo que ha podido. Si nosotros somos así, malas personas, malos hijos, castíganos a nosotros, no a él, no seas cruel, ¿no te da pena ver agonizar así a tu siervo, Señor? Por favor, tenle un poco de compasión, eso es lo único que te pido. No te prometo nada, no te prometo que volveré a la Organización, no quiero terminar como John, no. Si quieres mi vida a cambio de la suya, tómala, pero ya no lo hagas sufrir más, por favor, Jehová, supliqué. Nunca te he pedido nada para mí, ni siquiera cuando estuve a punto de morir. Si yo soy así, castígame a mí, no a él.
Papá me tomó las manos, movía los labios como si rezara.
Carolina regresó. Con la ayuda de una gasa mojada le humedecíamos los labios, soltábamos gotitas de agua en su boca que pasaba a duras penas. Pobre mi papá, del hombre fuerte que era, ya no quedaba nada.
¿Por qué no se quejan a la Administración?, nos sugirió un doctor. No le han puesto la sonda porque no les da la gana, prefieren que se muera, seguro. Eso es cosa de un ratito nomás. Ustedes quéjense, reclamen, para eso le han descontado a su padre toda la vida. No es un perro para que esté sufriendo así. Si va a morir, que lo haga de una manera digna.
Fuimos a Administración. Entre pucheros, Carolina le contó al hombre que nos atendió la situación en la que se encontraba nuestro padre. El hombre nos escuchó atentamente. ¿Cómo así se les ocurrió presentar esta queja?, nos preguntó. Carolina le dijo que un doctor nos había pedido que lo hagamos. ¿Qué doctor? No nos dijo su nombre, le dijimos. El hombre hizo un par de llamadas, y después nos mandó a la Defensoría del Asegurado.
Fuimos allí. Nos pusimos a esperar. Nos atendió un tipo. Le repetimos en qué situación estaba nuestro padre, que le preguntara a los médicos por qué se demoraban tantos días en colocarle la sonda. El tipo llamó al doctor ¿Huaraz? Acá los hijos del paciente Gastelú quieren saber cuándo le van a colocar la sonda a su padre… ¿Sí?... Ah, ya… Claro, claro, doctor. Entendido.
La enfermedad de vuestro padre es irreversible, lo saben, ¿verdad?, nos dijo. Se está haciendo todo lo que está en nuestras manos por el paciente. La sonda se le colocará ni bien se estabilice su temperatura. Tiene un poco de fiebre. Paciencia nomás.
Le dimos las gracias y volvimos donde el viejo, en silencio.
Chau, papá, le dije fuerte como para que me escuchara. Mañana vengo. Me miró con sus ojos tristes y llorosos. Quizá sabía que nos estábamos despidiendo para siempre después de cuarenta y un años, que nunca más nos volveríamos a ver en esta vida.
Carolina se quedó un rato más.
A las diez de la noche, la oí chillar otra vez: ¡mi papá ha muerto!, ¡¡mi papá ha muerto!!
Acababan de llamarla del Almenara para comunicarle que el viejo había fallecido. Después de consolarla y pedirle resignación, llamamos a Mariana y a Jonás.
Partí al hospital. En el trayecto me iba preguntando si su Dios me había escuchado, o si los médicos habían apresurado su muerte por quejarnos. Llegué como a las once y media. Entré por Emergencia. Mi papá ha fallecido, les decía a los guachimanes. Me dejaban pasar sin pedirme ninguna explicación ni mi DNI. Mariana y Jonás habían llegado antes que yo. El viejo ya estaba en la morgue. No se le podía ver. Nos dijeron que murió a las ocho de la noche de un paro cardiorrespiratorio.
Regresamos a la casa en silencio.
Al día siguiente, a las seis de la tarde, la carroza trajo sus restos. Allí estaba mi padre, dormido para la eternidad, libre del dolor, del sufrimiento. Al menos has muerto con la esperanza de resucitar un día para disfrutar de la vida eterna en el Paraíso Celestial, le dije, llorando sobre su pecho ya frío, besando su frente sagrada, su calva, inundándola con mis lágrimas. Allí ya no sufrirás, ya no estarás solo, estarás con mamá, con Juan Ignacio y Eva Cristina, con todos los que amaste.
Murió siéndole fiel a su Dios. No renunció a sus creencias ni aun estando postrado en su lecho de enfermo. Hay que ser como Job, decía siempre.
Le afeité, a él le hubiera gustado verse bien hasta en ese trance, le corté las uñas. Corté un mechón de sus cabellos para guardarlo junto al de la vieja.
Para comprarle el nicho tuve que hacerme un préstamo del banco de la Nación. Al final, el seguro de Mariana me devolvería solo una parte. Ninguno de mis hermanos dio un centavo, igual que con mamá.
Esa noche lo velamos. Hubo una buena cantidad de vecinos. Emilia, la mujer de John, vino un rato y después se fue. Parece que estaban peleados, como todas las vacaciones. ¿O temía que la jalaran de las mechas otra vez como con mamá?
El entierro fue el sábado 21 de marzo. A las tres partimos de la casa. Los vecinos llevaron al viejo en hombros. Allí estaban mis amigos de la infancia, algunos familiares, mis colegas Jorge, Alicia, Teresa y Carmen. No había ningún hermano espiritual de mi padre, aparte de don Manchego, que nos esperaba en el cementerio. También estuvo presente Grace, quien dijo cosas bonitas de mi padre. Fuimos por el polvoriento camino de La Realidad por donde, tres años y ocho meses atrás, bajamos llevando los restos de la vieja. Quién iba a pensar que en poco tiempo el viejo también moriría.
Después de Jonás, Grace y un vecino, que habló en representación del pueblo, hablé yo para agradecer la presencia de tantas personas en esa tarde de dolor para los Gastelú Palomino, para resaltar algunas cualidades de mi padre, para darle las gracias por todo lo que hizo por nosotros hasta el último día de su vida, para decir que estaba seguro que Jehová, ese Dios a quien le había sido fiel hasta su muerte, lo tenía ahora en el Paraíso que había soñado. John no habló, tuvo una crisis nerviosa y sus amigos se lo llevaron a la posta. Con qué cara iba a hablar el huevón ese si había sido un mal hijo, una cruz para sus padres.
Me quedé huérfano, ya sin papá ni mamá, como decía mi madre.
Han pasado dos años desde que murió el viejo. En ese lapso, han ocurrido tantas cosas. Por ejemplo, este verano fue el primero en que John, desde que se casó en 1993, no vino a la casa diciendo que su mujer lo había botado. Se ha separado de Emilia, esta vez para siempre, ojalá, pues tiene otra mujer con la cual convive.
El año pasado viajé a Ayacucho después de cinco años gracias a que gané el segundo lugar en novela en el Premio Horacio 2010. Fui con John y el Gordo. Estuvimos en Huamanga, Huanta, Chincho, Cangari visitando a la familia.
Recién el año pasado Vinces publicó la novela con el cual gané el premio Alpamayo pero el libro pasó desapercibido, no hubo presentación ni nada. Solo me dio cierta fama en el colegio donde regalé los cincuenta ejemplares que tan “generosamente” Vinces me dio.
De la plata, nada.
He publicado un cuento en España y otro en Huancayo, lugares donde gané concursos.
Hay una noticia triste: la tía Griselda, hermana de mi papá, falleció en diciembre pasado después de haber estado dos meses en coma a raíz de una caída.
Diego ya está en primero de secundaria, Nacho en tercero porque repitió, Bere en tercero de primaria, la Nela sigue en jardín.
Este verano volví a pelear con Mariana después de una tregua de casi dos años.
Entre los papeles que dejó mi papá, encontré un cuaderno rayado donde, entre otros escritos, hay una carta de amor dirigida a una tal Olga. ¿Quién sería? ¿Alguna enamorada suya del tiempo que estuvo en Pisco?
Mi querida Olga:
Nuestro amor comenzó en el año 1,948. Aun recuerdo emocionado tu primer beso. Fué un sábado 5 de Enero en el cine Perú. Desde entonces nuestro amor adquirió caracteres de delirio. Nunca más he sentido mi corazón abrazado por un sentimiento tan ardiente. Ya me es imposible vivir sin verte y sin escuchar tus frases apasionadas. Trabajamos juntos y en esas felices horas me miraba lleno de amor en tus pupilas. Sin embargo, fué forzoso separarnos cuando terminaba el verano del 48. Desde entonces, mi pensamiento no se aparta ni un solo instante de tu recuerdo. Mi amor se hace para ti cada día más intenso. Hoy, después de 5 años, puedo decir decididamente: jamás me he sentido tan enamorado ni he adorado a nadie tan tiernamente, como en aquella época de nuestro incomparable idilio. ¡Nunca tan feliz como entonces! Por eso, quiero al menos, tu amistad. Quiero saber que no me has olvidado. Contéstame por medio del correo, indicando adónde puedo escribirte y si todavía tienes tu antigua dirección, en Chosica, Avd. Trujillo 151 # 12. Tu amorcito, Jean (así me llamabas, ¿recuerdas?)
Pisco, Hda Chongos
¿Mi padre la escribió? No parece porque, comparándola con sus otras cartas, los errores en puntuación y tildación son mínimos, y los “motes” no existen. Quizá la copió como la extensa historia de un tal Juan Carlos que hay al inicio de ese delgado cuaderno. ¿Todavía existirá esa dirección en Chosica? Tendría que ir a averiguar.
En ese mismo cuaderno papá copió una serie de recetas para preparar pan, cachitos, rosquitas, quizá soñando que algún día tendría su propia panadería.
Preparativos de pan los siguientes
Primero se hace levadura y debe repozar 8 horas en tiempo de hembierno en tiempo de verano 4 o 5 horas minimo en seguida se hace el puño y debe reposar 15 mts o 30 mts según la calidad de harina, en seguida se arrollar el vollo y debe reposar asta que esté en punto para echar al horno; lleva un poco de sal hazucar: # como se debe preparar la rosca: Premero se hace levadura unos de 15 libra para trabajar de (no se entiende); lleva un 1½ k de azucar un 1 k de manteca un puñadito de anís y ajonjolí un poquito de sal # Como se debe preparar cachitos: Premero se hace levadura y se echa el mismo (no se entiende) azucar un poquito de sal, anís, ajonjolí y un poco de manteca. # Preparativo para Bescochos: Premero se hace levadura y del mismo levadura se prepara una (no se entiende) debe echar 2 k de azucar un 1 k de manteca anís, ajonjolí, icencia de vainilla, icencia de huevos. # Preparativos para alfajor, se prepara de un 1 k de manteca de un 1k de azucar y un poco de harina y canela molida, después de hacer con leche de tarro y icencia se le echa ajonjolí.
También he encontrado una carta de hace cuarenta y ocho años que ha sido carcomida por la humedad en algunas partes, pero está casi completa. Los viejos todavía estaban solos, faltaba medio año para que naciera Carolina, cinco años para que naciera yo.
Vitarte 18 de Mayo de 1963
Señor: Porfirio Ayala.
CIUDAD CHINCHO
Me siempre querido y estimado cuñado, les deseo que la presente que les encuentre gozando de lo mas perfecta estado de salud en unión de tu querida esposa e hijos y mas familiares que les rodea en esa:
Después de saludarte muy cariñozamente paso á decirte los siguientes cuñado nosotros quedamos sin ninguna novedad con el favor de nuestro divino salvador por el momento, solo extrañamos la presencia de todos Uds. querido cuñado hé sabido de manera extra ofecial que mi hermanito Lauro se habia vuelto loco de nuevamente, pero no sé nada en concreto y sé asi lo sucidiera debió Ud. comunicarme cuanto antes posible para saber bien de la enfermidad de mi hermano claro que Uds. no dejarán de cuidarlo ó hacerlo curar pero de todos modos yo debo enterarme alomenos de los casos que pasa de todos Uds. para eso soy tu cuñado una familia de confiansa, talvez Uds. cuando primera vez se volvió loco mi hermano llevarón muchos cuentos á Uds. diciendo que yo habia dejado en estado abandono á mi hermano, pero en realidad todos esos cuentos fueron mentiras mas fondadas por personas sin escrúpulos, pero en consecuencia yo dejo pasar por alto todos los grandes daños que me han hecho á mi, que Dios los jusgue á esos malos elementos de almas negras, pero en cambio yo siempre lucharé con mi corazón sano con mi alma limpia como un verdadero crestiano, pero si digo como un hombre lucharé contra todo óbstaculo contra el corriente; aquellos que mi han hecho daño habrán hecho por falta de ética moral, pocos sociables eso lo dejamos á Dios, cuñado si sigue lo mismo mi hermanito mejor seria que venga para hacerlo curar aquí cueste lo que cueste como lo hé hecho antes ya hemos conversado con mi compadre Estanislao (falta un pedazo de la carta) conoce a otro señor mejor que lo á curado antes á Lauro tengo que curar bien a mi hermanito hasta que sane bien no se desconfien en (falta) mandenmelo cuantos antes yo sabré agradecerles por todo, aquí la (falta) soles para su pasaje con cualquiera biene que se venga (falta) agradeceré cuñado.
Reciben muchos saludos y fuertes abrasos (falta) de parte de mi señora, mi comadre Josefina, mi tia Teófila, mi primo Marcelino su señora y familia, mi tio Roberto Cárpio y familia, mi tio Antonio Cárdenas, mi tia Maria Paz, mi tio Benenno Cucho, mi tio Guellermo Ayala, mi tio Leonardo Villanueva y familia, mi padrino Eloy Paz y familia y todos mis sobrenitos mucho japonés Alfredo y la gordita.
Mi despido sin mas que decirte tu cuñado que te estima mucho, escribime mas antes posible al correo de Vitarte ó una Telegrama.
De Ud. atentamente:
Att. Y S/S Juan D. Gastelú Luján.
En agosto del año pasado empecé a escribir esta novela. Yo siempre le decía a mi papá que escribiera su historia, pero nunca se animó. Entonces decidí hacerlo yo recurriendo a sus recuerdos, a todas las cosas de su vida que me contaba una y otra vez como para que se grabaran en mi memoria, a los papeles que me dejó. Es la primera vez que escribo sin recurrir a la imaginación, a la fantasía, a la ficción, materia prima de las novelas.
Ojalá que a él, esté donde esté, le guste este libro que lo escribí con mis lágrimas.

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