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sábado, 7 de abril de 2012

La agonía de Juan de Dios (7)



Mi papá dice que John le ha robado los cinco soles que le he mandado la tía Griselda, me dice Mariana.
¿Cómo le va a robar a su padre? ¿Estará loco?
Ese es capaz de todo, hasta de robarle a un enfermo, a un hombre que se va a morir en cualquier momento, dice Mariana, con rabia en la voz. No solo se ha llevado su plata, sino también su papel higiénico.
De repente han sido los chicos.
Mi papá dice que el único que se acercó a su cama fue John. ¿Acaso los chicos son ladrones? Dile que le devuelva su plata, o que se largue.
Voy a hablar con él.
Papá está en casa desde hace unos días. Finalmente no lo llevaron a la clínica Santa. Quizá la doctora Burga exageró cuando dijo que el mal del viejo era irreversible.
¿John estará tan cagado como para robarle al viejo? Quizá. Para dormir utiliza una de las colchonetas que me traje de la señora Olga. La tiende sobre la tarima que me regaló la china Techy cuando le hacía trabajitos. Pero la colchoneta no es tan grande y los pies le quedarán en el aire, o sobre los alambres, cuando se acuesta. ¿Qué diría la vieja si viviera y viera en qué situación está el hijo que tanto quería, por el que tanto lloraba? Da lástima, y cólera: cómo le rogaba a Emilia para que le diera una oportunidad la primera vez que se pelearon y la mujercita esa, coludida con la bruja de su madre, lo botó de su casa. Solito cavó su tumba por huevón. Así terminó el más inteligente de los Gastelú Palomino: bien cagado por una chucha. Y lo peor es que es un terco de mierda que no entiende que esa mujer no lo ama, que lo único que buscaba era un cojudo que la mantuviera.
A mí no me pasará eso. Jamás me he arrastrado por una mujer, ni lo haré, menos por una que no vale la pena.
Ahora no está. ¿Dónde habrá ido? Cinco soles apenas le alcanzará para el pasaje.
Carolina me dice que su hijo estaba tan amargo que quería pegarle a John y tuvo que rogarle para que no lo hiciera.
¿Tan bajo puede caer uno por necesidad? ¿Tanto se puede cagar uno por culpa de una mujer? A tiempo me di cuenta la clase de gente que eran July Gutiérrez Arévalo, Tania Cruzado, Martha Carranza, Silvia Yaranga.
Voy donde el viejo. Me cuenta lo de sus cinco soles y su papel higiénico. Solloza. Maldigo a Emilia por haberle cagado la vida a mi hermano. Algún día la vas a pagar bien caro, perra comechada, pienso. Sigue botándolo nomás cuando no tiene plata en lugar de apoyarlo. Un día se cansará y te dejará como a un calzón viejo y a ver si te encuentras otro huevón que te mantenga solo porque le abres las piernas.
De repente tu plata se ha caído debajo de la cama, pá.
Hinco las rodillas en el piso y hago que busco debajo de la cama. Saco la moneda que he guardado en mi bolsillo.
Aquí está tu plata, pá, le digo, blandiendo la moneda en el aire.
Se la entrego. Lo mira. Las orejas me empiezan a arder: ¿era nuevo los cinco soles que John le robó? No pensé en eso…
Apenas si murmura un gracias. Lo guarda debajo de su almohada.
Voy a venir a acompañarte después, le digo.
Mariana tiene guardia y me ha pedido que acompañe al viejo durante la noche. Hace unos días se despertó gritando, asustado. No le vaya a dar un ataque de nervios y se arranque la sonda como antes quería arrancarse el suero, me dijo mi hermana.
Regreso a las diez. Los chicos han terminado de ver una película y se van.
Le preparo manzanilla.
Vacio la bilis, que fluye en abundancia, no se vaya a acumular durante la noche y rebase la capacidad de la bolsa.
¿Cuándo me sacarán esta manguera?, me pregunta.
Cuando te sanes…
¿Qué tengo? ¿Qué han dicho los médicos?
Que tu vesícula está inflamada. Pronto te curarás…
¿Iremos a Chincho?
Sí, en julio… Hasta allí ya me habrá pagado Vinces… O habré ganado el Premio Horacio con la novela que estoy escribiendo.
Me habla de Dios mientras bebe su manzanilla. Sería la religión perfecta si en sus filas no hubiera gente como John, como los Matos, como los Lezameta.
Y como Emilia y su madre, por supuesto. La vieja también es Testigo de Jehová. ¿Qué le dirán a Dios esas perras el día del Juicio Final?: ¿le cagamos la vida a un hombre en lugar de apoyarlo? No solo a un hombre, sino también a una mujer que sufrió al ver jodido a su hijo por culpa nuestra.
Voy a dormir al costado, le digo cuando termina de beber su infusión. Cualquier cosa, me llamas, pá. Hasta mañana.
Hasta mañana, Arolín.
Pongo papeles en el suelo, sobre ellas tiendo la otra colchoneta que me traje de la señora Olga y que el viejo utiliza en su cuja. Apago la luz. Me echo, cierro los ojos, pero la luz del poste me molesta. Me echo para un lado, me echo para el otro, pero no puedo conciliar el sueño y ni ganas tengo de corrérmela para dormirme al toque pues en esta habitación velamos a la vieja. ¡Mi vieja, tanto tiempo ya sin ella! Tanto tiempo de dolor. No creo que Dios sea tan malvado como para que suframos otra pérdida devastadora.
Siento una picazón, y después otra y otra.
¡Pulgas! Las hijas de puta me atacan sin piedad como si yo fuera un perro callejero.
Cómo no va a haber pulgas si los perros y gatos se pasean aquí como Pedro en su casa.
Me asomo a ver al viejo: duerme profundamente. Tanto le picaba el cuerpo que ya no siente a las pulgas.
Busco una escoba y barro tratando de no levantar polvo. Me acuesto de nuevo, pero las pulgas siguen jodiendo. Con los cinco mil soles que Vinces no me quiere dar podría terminar el cuarto que dejé a medio construir y dárselo al viejo para que no esté viviendo entre pulgas. Hasta garrapatas debe de haber en este lugar.
Ni recuerdo en qué momento me dormí. Cuando abro los ojos, son las seis de la mañana. El viejo sigue durmiendo. La bilis ha llenado la mitad de la bolsa. La vacio tratando de no despertarlo.
Voy a mi cuarto. Después de escribir un poco, continúo revisando sus papeles. Encuentro una hoja de color madera, parece calca, pero gruesa. En un lado tiene el dibujo de un hombre con terno, en el otro, hay una lista escrita con lapicero negro. Reconozco la letra del viejo, redonda, bien dibujada: 1 Ropero, 1 Vitrina, 1 juego de muebles, 7 sillas corrientes, 1 maquina de coser marca Hércules, 2 Baules con servicios, 2 catres, 1 cilindro con servicios, 1 cocina de Kerocine, 3 Lampas, 2 mesas, 1 Tina, 1 Lavadero. Después sigue un nombre: Saturnino Gavilán Gutiérrez y luego un número: 87312. ¿Esta es la lista de las cosas que llevaron a la sierra? Siempre decían que fueron en un camión. ¿Saturnino Gavilán Gutiérrez era el chofer de ese camión que los condujo? ¿El número 87312 era el de la placa del vehículo?
La máquina de coser todavía existe, la tiene Dora, está desmontada y media comida por las polillas. Tenía un forro de tela color azul y blanco. Cuando éramos niños, nos subíamos al pedal para jugar al sube y baja. Mamá parchaba en ella nuestros pantalones o algún vestido de mis hermanas, aunque siempre andaba fallando y rompiendo las agujas. Una de las mesas debe ser en donde está ahora el televisor del viejo. Tiene una pata que está media débil. Papá la utilizaba en Medialuna. La otra mesa, con la tina, la dejaron en Huanta donde la tía Susana. El viejo siempre granputeaba reclamándolos. Vaya y tráelos, le decíamos. ¿Por qué reclamas tus cachivaches después de treinta años? Esa es la mesa de tu papá, me dijo la vieja cuando fuimos a Huanta el 2000. Era mediana y fuerte, de madera tosca. Los baúles también los llegué a ver. Eran de madera con las esquinas de lata. Un día se apolillaron y mamá los botó. Allí guardaba los servicios que nunca utilizábamos, platos nuevos, vasos, fuentes, todas de losa, que papá compró en la FAM. No vi ni el ropero ni el juego de muebles. Probablemente los vendieron antes de venirse, o se estropearon en Cangari. Nunca volveríamos a tener ni ropero ni muebles ni vitrina.
A las siete voy donde el viejo. Le preparo una manzanilla.
Soñé con tu mamá, me dice. Se iba a acostar al pie de mi cama. Estaba con dos niños. Me dijo Juan de Dios, ¿cuándo te vas a curar?
Sollozamos recordando a la vieja. A veces pienso que debí morirme cuando me operaron para no sufrir por su ausencia. Pero si me hubiera muerto, ¿quién velaría por Nacho y Diego?
Quizá pronto me reúna con ella…
No le digo nada. ¿Qué podría decirle?
Me dice que también ha soñado con moscas. ¿Qué significarán?
No sé, pá. No creo mucho en los sueños.
A las diez me calientas agua para bañarme y afeitarme.
Ya, pá.
Se acuesta de nuevo. Yo voy a regar las plantas con la ayuda de los chicos. El motor está fallando, el agua apenas llega a la punta. Las plantas del último andén se están marchitando. Estamos a mediados de verano y el sol sigue quemando cada vez con más furia.
A las diez, después de calentarle agua, lo ayudo a bañarse y afeitarse. Se cambia de piyama, y se acuesta de nuevo. Se pasa los días durmiendo.
A mediodía le llevo caldo pero apenas lo prueba. Vuelve a su cama, ni quiere ver televisión, menos películas en mi cuarto.
Así es ese cáncer, me dice Mariana. Poco a poco irá perdiendo el apetito…
¿Hasta que muera?
Así me han dicho los doctores. Ojalá nomás que no sea una muerte dolorosa.
Todavía me resisto a creer que papá va a morir. Tiene que leer todos los libros que escribiré, tiene que ver profesionales a Nacho y a Diego, tenemos que ir a Chincho. Tiene que conocer a los nietos que le daré… aunque sea por inseminación artificial.
Mariana le cambia la bolsa por una que se adhiere a la piel para que pueda desplazarse y bañarse sin mucha dificultad. Corta el pedazo de sonda que sobra.
Viene a visitarnos el tío Teofilo después de mucho tiempo, creo que desde el quinto día de la muerte de mamá. Me duele venir y no encontrar a mi hermana, nos dice, con tristeza. Se sorprende de encontrar enfermo a su cuñado. La última vez que lo vi, estaba sano. Así es el tiempo que pasa: lo carcome todo, no solo los recuerdos, sino también el cuerpo. Papá lloriquea.
Cualquier cosa me avisan, nos dice el tío.
John viene a llevar sus cosas: ya van a empezar las clases y se ha buscado un cuarto en Santa Anita. No le digo nada de los cinco soles. Para qué cagarlo más.
Sábado 28 de febrero: la vieja hubiera cumplido setenta y tres años, pero hace tres años y siete meses que ya no está con nosotros. Nadie se acuerda que es su cumpleaños, ni el viejo, o lo hacen pero no lo mencionan. Voy al cementerio a visitarla, le compro sus flores. Le digo que todos estamos de paso por el mundo, que algún día nos reuniremos con ella, que ayude al viejo a sanarse, que todavía lo necesitamos con nosotros. Que el lunes sus nietos volverán al colegio, que Nacho ya está en secundaria, que yo ya no estoy en Vallecito, sino en el Inei 46 de Vitarte, una sucursal de Lurigancho, que no hay reasignación este año, sino me largaría contento.
Lunes 2 de marzo: de vuelta a clases. Se acabó el bullicio en la casa. Solo se queda la Nela. Hasta Flora ha empezado a trabajar.
Antes de irme, ayudo al viejo a comer el caldito que le he preparado, vacio la bilis. No le gusta la nueva bolsa porque el líquido está en contacto con su piel y le incomoda.
Dile a Mariana que me ponga la otra bolsa.
Ya, le digo.
A la Nela le pido que cuide a su abuelo, que cualquier cosa grite para llamar a los vecinos.
En la noche, al regresar, el viejo se queja que estaba con sed y nadie le dio ni una gota de agua siquiera.
Sí le hemos dado, tío, dice Nacho.
Yo no sé nada, dice Flora, he venido cansada de mi trabajo. Que le atienda su hijita pues, ¿acaso a mí me da para un pan?
Le preparo manzanilla, le caliento la comida que le ha mandado Carolina. Apenas prueba un par de cucharadas.
No ha evacuado mucha bilis durante la tarde.
¿Vaciaron la bolsa?, le pregunto.
Me dice que no.
¡La sonda se ha movido! Me doy cuenta a la mañana siguiente cuando voy a vaciar la bolsa y la encuentro solo con un poquito de bilis. Hay como un centímetro, o más, de la manguerita que sale de su cuerpo, que tiene un color más claro que el resto.
Le aviso a Mariana.
Se lo habrá jalado pues, dice ella. Nunca está quieto, se para quejando de todo.
¿Qué hacer? Ahora se va a poner amarillo de nuevo, le va a picar de nuevo el cuerpo.
A las diez de la noche, Mariana y Carolina llevan al viejo al Seguro. No ha evacuado nada de bilis durante el día y la sonda se ha salido más.
Regresan casi a la una de la madrugada. El viejo se ha quedado en Emergencia. Mariana le gritó al doctor porque quería que lo llevemos al Almenara, me dice Carolina. Hasta amenazó con denunciarlo a la fiscalía. Mañana vaya a verlo. Yo iré en la tarde.
Eso hago. Encuentro al viejo botado en un rincón de Emergencia. Tiene la bata y las sábanas con unos lamparones verdes. Le han puesto gasa para cubrirle la sonda. La gasa también está manchada de verde. Le han quitado la bolsa.
Está con hambre y sed.
¿Por qué está así mi papá?, le pregunto a una enfermera.
Ni me hace caso. Sospecho que se están vengando por la gritada que les dio Mariana en la noche.
Denúncialos a la Defensoría del Asegurado, me dice Grace, cuando voy a pedirle ayuda. Busca a la señorita Patty.
Eso hago.
El doctor Torres quiere hablar con usted, me dice la señorita Patty después de hablar con el médico.
El doctor Torres es chato, cuadrado y maceta. Tiene cara de indio.
¿Ya sabes que lo que tiene tu papá es inoperable, no?, me dice, con indiferencia.
¿Y por eso lo tienen botado como a un perro?, le digo, furioso. Ustedes tragan de lo que a él le han descontado toda su vida. Para concha lo han operado mal. Por culpa de ustedes está así.
Voy a ordenar que lo atiendan, me dice. Pero siempre hay que estar preparados para lo peor.
Doctorcito de mierda, me dan ganas de decirle.
Una técnica le empieza a limpiar. Allí lo dejo porque ya es casi la una y debo ir al Inei. Si llego tarde, me descuentan. A nadie de la chamba le he contado que mi papá está internado.
Domingo 8 de marzo: cumpleaños número ochenta y dos del viejo. Hace cinco días que está en emergencia y todavía no le han vuelto a colocar la sonda. Tengo ganas de ir a visitarlo, pero estoy cansado: he vuelto a ir al hospital casi todos los días antes de irme al trabajo. John está metido en su cuarto, pasa los fines de semana aquí, seguro que no tiene ni para el pasaje, Flora se ha ido a hacer faena al colegio, Dora ha salido no sé a dónde. Mariana está trabajando. Carolina dijo que iba a ir, pero ya son casi las tres.
¿Cambiarme? ¿Ir? ¿Y si este es el último cumpleaños del viejo?
No creo.
¿Vas a ir donde mi papá?, me dice Carolina, como a las tres y media.
Mañana, le digo. Estoy haciendo mi programación. Lo saludas.
Ya.
Hace muchos años, cuando estábamos en Medialuna y se acercaba el cumpleaños del viejo, me confundí de fecha. ¿Cuántos años tendría yo? Menos de diez, seguro. Desperté antes que todos, la casa estaba en silencio, con ese aire de los cumpleaños. Cuando el viejo se despertó, corrí a saludarlo. Creí que era el ocho de marzo.
Todavía no es mi cumpleaños, Arolín, me dijo, con una sonrisa. De todas maneras, gracias, hijo, me has regalado un abrazo que durará un año después de mi muerte.
Al día siguiente, a las doce y media, estoy en Emergencia.
Vamos a trasladarlo al Almenara, me dice la Asistenta Social. Necesitamos que un familiar nos acompañe.
Voy a llamar a mi hermana, le digo, yo tengo que ir a trabajar.
Pero que venga rápido, me dice, partimos dentro de unos minutos.
Llamo a Mariana. Tengo clases en la tarde, dice, molesta, después tengo guardia.
Yo tengo que trabajar, le digo. Si falto, me descuentan. Avísale a Carolina.
Corta.
Un tipo me llama la atención: su familiar no puede estar tantos días en Emergencia. Necesitamos la cama para otros enfermos. ¿Quieren que los denunciemos por abandono de un paciente?
¿Acaso yo soy el que decide qué hacer con él?, le digo, molesto. ¿Tantos días se demoran en colocarle una simple sonda? ¿Qué están esperando, huevones, que se muera?
No me responde nada. Hijo de puta, pienso, mirándolo con furia.
El viejo no quiere comer nada, ni siquiera un poquito de mazamorra.
Cómo voy a comer si no me he lavado los dientes, alega.
Ya ni le digo tienes que comer para que estés fuerte y te cures.
Llega Mariana, molesta. Allí la dejo, son casi la una, me tengo que ir corriendo a ese infierno que es el Inei.
Me llama un par de horas después para decirme que el viejo se quedó internado en el Almenara para que le pongan de nuevo la sonda. Me pide que mañana le lleve sus cosas.
En la noche, después de escribir un poco mi novela, sigo revisando los papeles del viejo.
Encuentro el recibo del nicho que mandó hacer para Juan Ignacio. Está escrito a máquina.
Por tanto: $800.00
Consta por el presente recibo, que me comprometo construir un nichito para bebé de don Juan D. Gastelú Luján, por la suma $800.00
Tratado por $800.00
A cuenta $300.00 mas $100.00
Saldo $500.00 - $400.00
Consta en el presente, una vez que haya terminado la obra se le cancelará el saldo y para mayor constancia firmo el presente recibo.
Nombre del contratista…………………………………………………………………
Domicilio del contratista……………………………………………………………….
Domicilio del enterisado Asociacion Tawantinsuyo, Vitarte Lote N° 26
El nombre del contratista está escrito con lapicero y más bien parece una firma, no sé si dice Catalino Silva o algo por allí. Su dirección está en blanco. Tampoco está la fecha. ¿Mandaron construir el nicho ni bien enterraron a Juan Ignacio o meses después? El nicho todavía está en pie en el cementerio de Vitarte, aunque le falta su ventanita y el tiempo la ha carcomido en algunas partes. Está a menos de diez minutos de la urbanización Tahuantinsuyo, lugar donde vivían los viejos cuando tuvieron a ese hijo muerto prematuramente. Antes, cuando éramos chicos e íbamos a Medialuna, papá nos llevaba primero a visitar a Juan Ignacio. ¿Le compraría sus flores? Qué diferente con lo que le pasó a Eva Cristina. La enterramos, o enterraron en un cementerio rústico también cerca de donde vivíamos, amontó un poco de tierra con piedras alrededor, no le puso una cruz o un palo con su nombre porque su religión se lo impedía, y ya. Cuando en 1980 nos vinimos, dejamos de visitarla. En 1988 fui con John cuando estábamos en Multitemp aprovechando un paro. El túmulo de tierra que indicaba el lugar donde estaba enterrada nuestra hermanita había desaparecido. Mamá siempre visitaba a Juan Ignacio, lo lloraba siempre, pero a Eva Cristina nunca la mencionaba, y eso que vivió más, que teníamos una foto de ella. Por lo visto, el cariño que se le da a los muertos no siempre es igual.
Me voy a dormir. Ando trapo.

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