Olvidé que nuestros mundos eran distintos,
que mientras yo crecí entre la arena y el cemento
tú lo hiciste entre los alisos y el ichu,
comiendo mote, cancha y queso.
Creí que porque tengo mi corazón de indio
llegaría a comprender tus largos silencios,
tu mirada enigmática, tu mutismo,
que lo nuestro llegaría lejos y sería eterno.
Y hoy tengo que decirte adiós
y me quedo con el corazón partido,
con un inmenso dolor
clavado aquí como un espino.
Pensaré en ti cuando cruce los Andes,
te imaginaré a la orilla del río
y es probable que termine llorándote
hasta que un día me cubra el olvido.
Pero siempre serás mi cholita,
la mujer de ojos grandes y pelo negro
que a duras penas sonreía
por culpa de una herida en el pecho.
Siempre pensaré en ti
aunque nunca tú lo hagas;
aunque tú te olvides de mí
yo te llevaré en mi alma.
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