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domingo, 8 de marzo de 2009

Lapsus

Acabo de darme cuenta que la entrada anterior es una repetida, la del fantasma.
Aquí está Ignacio Yanasiqui.
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–Ignacio yanasiqui –escuchó el abuelo que le decían. Se puso de pie, se subió el pantalón, miró para todos lados, la luna llena alumbraba como si fuera de día.
No había nadie. Habré escuchado mal, pensó. Estaba solo en el descampado.
Se bajó el pantalón y volvió a ponerse de cuclillas.
–¡Ignacio yanasiqui! –oyó de nuevo.
El abuelo lanzó una maldición, se subió el pantalón y, machete en mano, se puso a buscar a quien lo estaba insultando.
–Ignaciucha, aquí –escuchó que lo llamaban desde lo alto de un huarango.
–¿Quién?
–Yo, mama Teodora.
Entre las ramas del huarango había una cabeza enredada por su larga cabellera. Una uma. El abuelo se asustó, sabía que la vieja Teodora era bruja, pero nunca había visto una cabeza voladora. Parecía una enorme araña, negra y peluda.
–Ayúdeme a salir de aquí, Ignaciucha.
¡La bruja le estaba pidiendo ayuda! Claro, ya iba a salir el sol, si la cabeza no se unía a su cuerpo, perecería.
–¡Te voy a matar, bruja de mierda! –amenazó el abuelo, blandiendo su machete en el aire.
En los ojillos de murciélago de la uma se dibujó el terror.
–¡No, por favor, don Ignacio! –la vieja suplicó por su vida–. Si me ayudas, te sabré recompensar.
–¿Cuánto vale tu vida, ah?
–Te daré cinco vacas.
El abuelo, que no era tonto, aceptó. Para que la bruja no olvidara su promesa, le marcó el rostro con la punta de su machete.
Una vez libre, la cabeza se elevó por los aires y se perdió en el horizonte.
Ya estaba amaneciendo.
–Por si acaso, vaya –le dijo la abuela Isidora al abuelo cuando este le contó lo que le había pasado con la uma.
Así lo hizo el abuelo.
La vieja Teodora se estaba peinando la larga cabellera negra sentada en la puerta de su casa.
–Vengo a que me cumpla su palabra, mama Teodora –dijo el abuelo.
–Pero no tengo tantas vacas –dijo la vieja, mirando a mi abuelo con sus ojillos de roedor. Tenía la mejilla lastimada–. ¿Qué le parece si le doy una vaquita cada año, ah?
Peor es nada, pensó el abuelo, aceptando.
Volvió a casa con una vaca.

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