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domingo, 15 de marzo de 2009

Dulce de guayaba

El abuelo Juan dormitaba bajo el toldo de ramas y hojas que había construido para protegerse del sol y la lluvia. Sobre el pecho tenía el periódico del día.
-¡¡Hola, abuelo!! –le dijimos en coro.
Abrió un ojo, nos dijo hola, chicos, y siguió roncando.
Bere y Nela jugaban en el columpio que el abuelo había hecho en una rama del viejo molle. Saltaron al vernos. Nos pidieron las guitarras y se pusieron a cantar.
En la cocina, la abuela María estaba a punto de terminar el almuerzo.
-Sirvo dentro de cinco minutos –dijo-. Así que todo el mundo a lavarse las manos y los pies.
-Ay, abue, ¿acaso vamos a comer con los pies? –alegó Alessandra.
-Lavarse manos y pies significa bañarse –dijo la abuela.
-Habla así pues, abue. ¡Quién se gana la ducha y las toallas!
Corrimos empujándonos al baño. Si estuviéramos en el Palacio Olvidado, cada uno tendría su propio baño, su propia tina, tendríamos una piscina. ¿Y si limpiáramos la piscina? Ya no tendríamos que bañarnos en el río. ¿Pero cómo sacar semejante tronco? ¿Avisarle al tío Carlos y al abuelo para que nos ayuden? Teníamos prohibido acercarnos al Palacio Abandonado.
-Avísenle a su abuelo que el almuerzo está listo.
Nela, Bere y el Flaquito se encargaron de eso.
Nos sentamos en la inmensa mesa. En las cabeceras, los abuelos, las chicas en un lado y los chicos en el otro. En nuestra fila estaba el tío Carlos.
-¿Y cómo les fue en sus clases, chicos? –preguntó el tío.
-A que no saben… -dijo la Bebe.
-¿Qué cosa? –dijo la abuela María.
-¡Agustín sedujo a la profesora de guitarra!
Risas.
-¿De qué se ríen? –preguntó el abuelo Juan, que no escucha muy bien.
El Gordo aprovechó el pánico para robarle una papa al Flaquito.
-¿Cómo es eso? –preguntó la abuela.
Yo estaba colorado como una manzana bañada en dulce.
-Solo la acompañé en una canción –dije.
-¿Y eso no es amor? –preguntó la Bebe.
-Quizá –dijo Alessandra-. Imagínense que la profesora le ha pedido que ensaye Vivo por ella para que la canten juntitos la próxima clase.
-O sea que tendremos boda uno de estos días –dijo el tío Carlos.
Risas.
El abuelo pidió que le dijeran por qué nos andábamos riendo. El Gordo le robó otra papa a su hermano. Nacho le dijo al abuelo que la Bebe se había caído de la bicicleta sobre un charco.
-Maneja con cuidado, hijita –le dijo el abuelo a la Bebe.
Más risas.
-Será joven la profesora, ¿no? –preguntó la abuela.
-Es una vieja horrible –dijo Alessandra.
-Quizá vivió en el Pal… ¡¡Ayyy!!
Le metí un ligero puntapié en las canillas a la Bebe por debajo de la mesa.
-¿Qué pasó?
-Nada –dijo la Bebe-. Me atoré con un huesito.
Me miró. La próxima que vayamos al Palacio Olvidado, allí te dejamos, le dije con los ojos.
-¿Me puedo yapar un poco más, abuela? –dijo el Gordo.
-Claro –dijo la abuela María-. Para que dejes de meter la mano en plato ajeno.
-Me prestas tu disco de Bocelli –le pedí al tío Carlos.
-Ya –dijo él.
-¡Uy, qué rico huele esto! –dijo el Gordo, abriendo una olla.
-Ni metas el dedo –le advirtió la abuela.
-Ya pues, abue, un poquito –suplicó el Gordo.
-Ni un poquito ni un bastantito. Espera a que te sirva yo.
-Mientras tanto, podrías recoger los platos –dijo Alessandra, quien no había comido casi nada.
-Llévate el mío también –dijo la Bebe.
El Gordo dejó ambos platos más limpios que si los hubiesen lavado.
La abuela María nos sirvió el dulce de guayaba. Estaba súper rico.
Terminamos de almorzar. Las chicas se quedaron a lavar los platos y los chicos fuimos a limpiar el jardín.
A las tres iríamos al Bosque del Gato.
Me puse a ensayar Vivo por ella hasta que llegara la hora de ir de excursión.

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