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viernes, 6 de marzo de 2009

El fantasma


Era una madrugada. El abuelo Ignacio se dirigía a Huanta.
Estaba al final de Pauca, cuando vio que un hombre se acercaba y alejaba del río como dudando en si cruzarlo o no.
En esa época del año el caudal del río Cachi era bajo. ¿Quién sería? ¿Algún borracho madrugador?
No parecía cristiano. La ropa que llevaba parecía mortaja.
Los burros se espantaron, no querían seguir avanzando.
Al abuelo se le escarapeló el cuerpo. Los pelos se le pusieron de punta. El hombre seguía tanteando en si cruzar el río o no. Dicen que los fantasmas le temen al agua.
Siguió caminando, jalando a los burros para que no escaparan. A las seis tenía que estar en Huanta.
–Señor, ¿podría ayudarme a cruzar al otro lado? –le preguntó el hombre con gutural voz cuando llegó junto a él.
El abuelo temblaba a pesar suyo. Los burros rebuznaban como si estuvieran delante del mismo diablo.
–No temas, no te voy a hacer nada –le dijo el hombre, adivinando su miedo–. Solo ayúdame a cruzar. Por favor.
Le estaban pidiendo un favor. El abuelo aceptó.
–Súbase a mi espalda –dijo.
El hombre de un salto se le prendió en la espalda. Pesaba menos que una pluma. El abuelo se encomendó al Señor.
Se metieron a las heladas aguas del río Cachi. Las piedras estaban resbalosas. Las veces que el abuelo trastabillaba, sentía temblar al hombre, escuchaba el castañeo de sus dientes. ¿Tanto miedo le tendría al agua?
Al fin llegaron a la otra orilla. Nunca cruzar un río le había causado tanta angustia al abuelo.
El hombre saltó a tierra, le dio las gracias y se fue en dirección al cementerio de Q’ello Q’ello con apurado paso.

1 comentario:

  1. Tremenda historia, excelente. No sabía eso de que los fantasmas le temen al agua.

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