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lunes, 27 de diciembre de 2010

Sobre "Cadena perpetua"


El siguiente texto lo he "pirateado" del facebook de Ricardo Ayllón. Aquí hace mención a mi novela "Cadena perpetua". El texto es amplio, solo copié una fragmento.

Toda propuesta de ranking bibliográfico, es un fracaso. Y es que su resultado, como ocurre con las antologías en literatura o con las encuestas en política, deja casi siempre a los lectores un regusto a arbitrariedad. Por eso vale aclarar que lo que pongo a continuación es escasamente un recuento, solo el reporte de los títulos nacionales leídos este año, en la esperanza de que a alguien se le haya escapado alguno y lo tenga presente en su lista de lecturas rezagadas.

En novela, debe tomarse en cuenta la insólita impresión que deja el trío constituido por El espanto enmudeció los sueños (Arteidea), de Walter Lingán, Cadena perpetua (Pasacalle), de Harol Gastelú, y La novia de Corinto. El regreso de Sarah Ellen (Altazor), de Carlos Calderón Fajardo, pues concuerdan en la condición de encierro político de sus protagonistas. La versión y la voz impuesta por los autores sobre cada uno de ellos son desiguales (es verdad), pero vale la pena “oír” la interioridad de sus almas desde esa otra interioridad producida por su calidad de presos políticos de la subversión, y captar de primera mano el sarcasmo (en la novela de Lingán), la morriña (en la de Gastelú) y la afectación psicológica (en la de Calderón) que asignan (juntas) la certeza de que la reciente novela de violencia política se dinamiza y se traslada a un espacio más intimista y aislado.

Estas tres novelas podrían conjugar cómodamente con La niña de nuestros ojos (Arteidea), de Miguel Arribasplata Cabanillas, que nos aproxima sin el menor escrúpulo al accionar de un comando subversivo en la sierra del país desde las entrañas mismas de aquel. La visión del autor, amplia y minuciosa, la convierte sin duda en lectura inaplazable. Y como ya estoy trepado en el rubro de la violencia, merece mención especial Luis Pardo. Noticias del gran bandido (Bruño), de Óscar Colchado Lucio, quien retoma la vida y hazañas del mítico bandolero ancashino para entregar esta vez una versión ficcional más dúctil, en la cual ingresan con facilidad especies narrativas como el testimonio y la crónica. Dentro de este talante temático se inscribe Froilán Alama, la leyenda (Altazor), de Teodoro Alzamora, con un estilo nítidamente costumbrista, pero no menos importante en el balance ficcional de bandoleros peruanos.

Arrastrado por la turbamulta mediática del Nóbel pasé también por El sueño del celta (Alfaguara), de Mario Vargas Llosa, que, imagino, muy pocos de los que están en el día a día deben haber dejado de lado, por eso solo queda decir que, sí pues, la escasa ambición técnica y aquel anticipo que exhibe su propuesta argumental, producen cierto desgano en el seguimiento del curso de la trama no obstante los picos logrados en la constitución sicológica de Casement y la incursión de éste en la zona del Putumayo. El año me deja todavía embarcado en la grata reedición de La violencia del tiempo (Punto de lectura), de Miguel Gutiérrez, novela que, por aquella vastedad erigida en la impetuosa y transgresora genealogía de los Villar, promete buenos momentos.

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