A Karem Geraldine
-¿La misma habitación? –preguntó la recepcionista.
-Sí –le dije, alcanzándole mi tarjeta de crédito.
Marisol me guiñó solapa un ojo. P miraba al piso, distraída, ¿o avergonzada de citarse con su amante en un hostal? Algún día también te voy a cachar, le dije mentalmente a la chica mirando con descaro su profundo escote. Se notaba a leguas que tenía unas tetas fabulosas. Tenía una carita de putita.
-¿Condones? –preguntó, casi en un susurro.
-Sí.
Abrió un cajón y me alcanzó un par de preservativos. Rocé sus manos, las tenía suaves. ¿Cuántas pingas habrá agarrado?, pensaba mientras me imaginaba que me hacía una paja con esas manitas de seda.
-Que disfruten su estadía –nos dijo, dándome la llave de la habitación 101.
¿No te gustaría venir con nosotros? ¿No te gustaría comerle el coñito a P?, tuve ganas de preguntarle.
P y yo fuimos por un largo corredor en cuyas paredes estaban colgados unos cuadros de desnudos hechos por algún pintor anónimo que merecía mejor suerte que el estar exhibiéndose en un hostal de mala muerte.
Otra vez en la misma habitación pequeña. Una tele empotrada en la pared, un espejo gigante frente a la cama, unas sábanas blancas, una toalla, un rollo de papel higiénico, un jaboncito, un baño diminuto.
P y yo nos sentamos al filo de la cama y nos empezamos a besar y acariciar. Yo pensaba en Marisol, en sus tetas inmensas, en su carita de puta, en su boca de labios rojos, ¿cuántas pingas habrá mamado?
P se quitó el jean, la blusa y la ropa interior. Hice lo mismo.
Se hincó de rodillas frente a mí y se engulló mi sexo. Mamaba bien. Tenía la boca caliente, profunda. Sabía usar la lengua.
Me tendí en la cama y P se montó sobre mí. Agarró mi verga y lo guió hacia su sexo. Empezó a cabalgar. Estuvo así hasta que mi verga perdió su dureza.
Le pedí que me la chupara.
Se dio la media vuelta y se lo metió en la boca. Su trasero redondo, blanco, abundante estaba a escasos centímetros de mis fauces.
-Quiero comer cerecita –le dije.
Me puso el sexo en la cara. Se lo había depilado. Mojé mi dedo en mi boca y separé sus labios. Hasta mis fosas nasales llegó el aroma de mar de su conchita de labios oscuros.
Me lo tragué. Tenía buen aroma y buen sabor. ¿Así lo tendría la recepcionista?
Al sentir mi boca en su sexo, P se volvió loca: se tragó toda mi verga y me la empezó a chupar con frenesí. Te gusta la verga, ¿no?, le habría dicho si es que no tenía la boca llena.
Le pasé la lengua de arriba hacia abajo. Le mordí los labios, los chupé, los succioné, los besé. P gemía como una putita. Su clítoris se puso duro y me lo tragué jugando con la punta de mi lengua. Cómo gritaba P. Gritaba y me la mamaba.
-¿La misma habitación? –preguntó la recepcionista.
-Sí –le dije, alcanzándole mi tarjeta de crédito.
Marisol me guiñó solapa un ojo. P miraba al piso, distraída, ¿o avergonzada de citarse con su amante en un hostal? Algún día también te voy a cachar, le dije mentalmente a la chica mirando con descaro su profundo escote. Se notaba a leguas que tenía unas tetas fabulosas. Tenía una carita de putita.
-¿Condones? –preguntó, casi en un susurro.
-Sí.
Abrió un cajón y me alcanzó un par de preservativos. Rocé sus manos, las tenía suaves. ¿Cuántas pingas habrá agarrado?, pensaba mientras me imaginaba que me hacía una paja con esas manitas de seda.
-Que disfruten su estadía –nos dijo, dándome la llave de la habitación 101.
¿No te gustaría venir con nosotros? ¿No te gustaría comerle el coñito a P?, tuve ganas de preguntarle.
P y yo fuimos por un largo corredor en cuyas paredes estaban colgados unos cuadros de desnudos hechos por algún pintor anónimo que merecía mejor suerte que el estar exhibiéndose en un hostal de mala muerte.
Otra vez en la misma habitación pequeña. Una tele empotrada en la pared, un espejo gigante frente a la cama, unas sábanas blancas, una toalla, un rollo de papel higiénico, un jaboncito, un baño diminuto.
P y yo nos sentamos al filo de la cama y nos empezamos a besar y acariciar. Yo pensaba en Marisol, en sus tetas inmensas, en su carita de puta, en su boca de labios rojos, ¿cuántas pingas habrá mamado?
P se quitó el jean, la blusa y la ropa interior. Hice lo mismo.
Se hincó de rodillas frente a mí y se engulló mi sexo. Mamaba bien. Tenía la boca caliente, profunda. Sabía usar la lengua.
Me tendí en la cama y P se montó sobre mí. Agarró mi verga y lo guió hacia su sexo. Empezó a cabalgar. Estuvo así hasta que mi verga perdió su dureza.
Le pedí que me la chupara.
Se dio la media vuelta y se lo metió en la boca. Su trasero redondo, blanco, abundante estaba a escasos centímetros de mis fauces.
-Quiero comer cerecita –le dije.
Me puso el sexo en la cara. Se lo había depilado. Mojé mi dedo en mi boca y separé sus labios. Hasta mis fosas nasales llegó el aroma de mar de su conchita de labios oscuros.
Me lo tragué. Tenía buen aroma y buen sabor. ¿Así lo tendría la recepcionista?
Al sentir mi boca en su sexo, P se volvió loca: se tragó toda mi verga y me la empezó a chupar con frenesí. Te gusta la verga, ¿no?, le habría dicho si es que no tenía la boca llena.
Le pasé la lengua de arriba hacia abajo. Le mordí los labios, los chupé, los succioné, los besé. P gemía como una putita. Su clítoris se puso duro y me lo tragué jugando con la punta de mi lengua. Cómo gritaba P. Gritaba y me la mamaba.
holaaaaaaaa wapaaaaaa grrrrrrrrrrr
ResponderEliminartapate por favor que asustas
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