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lunes, 6 de septiembre de 2010

Cadena perpetua (capítulos finales)


El 17 de mayo de 1980, la bestia despertó de su letargo y dio su primer zarpazo: quemó las ánforas electorales en Chuschi, un alejado pueblito de Ayacucho. Era la víspera de las elecciones presidenciales para dar paso a la democracia después de doce años de dictadura militar. Ese primer ataque de la bestia pasó casi desapercibido. Las elecciones las ganó Belaunde, el mismo que había sido derrocado por Velasco doce años atrás. Son abigeos, dijo el nuevo presidente, refiriéndose a las primeras acciones de la bestia. No eran abigeos. No, no, por supuesto que no. Era un ser sediento de sangre, de mucha sangre. En 1980 mi hijo Arol tenía doce años. Había nacido el 6 de junio de 1968, cuatro meses antes del inicio del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Ese 1980 mi esposo renunció a la KAR porque el dueño, un judío que había trabajado con los militares, lo vendió y regresó a Israel. Durante todos esos años de la dictadura militar, la bestia fue preparando sus cuadros para dar inicio a la lucha armada. Fue conociendo el terreno. Fueron creciendo sus tentáculos. La bestia no nació ese 17 de mayo con la quema de ánforas, no, había nacido muchos años antes en las aulas de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Había nacido en el mismo momento en que Abimael Guzmán pisó por primera vez Ayacucho, en 1962, el mismo año en que nació Edith Lagos Sáenz. Abimael vio tanta miseria que se dijo solo una guerra de grandes proporciones podrá cambiar toda esta situación. Él haría esa guerra. Estaba predestinado para hacerlo. Sería la cuarta espada de la revolución mundial. En agosto de 1980 fui con mi esposo y mis hijas Flora y Dora a Jiljarajay a visitar a mi madre. Esa fue la última vez que la vi con vida. Cinco años después la bestia la mataría. Antes había matado a mi hermano Anacleto y a una buena parte de mi familia. 1983 y 1984 fueron los años en que la bestia bebió sangre hasta el hartazgo. Los tentáculos de la bestia fueron creciendo de manera vertiginosa. Cada día tenía más sed de sangre, de destrucción. Había que destruir el viejo Estado semifeudal y semicolonial para de sus cimientos construir una nueva sociedad donde todos serían iguales: La República de la Nueva Democracia. A fines de 1982 las fuerzas armadas ocuparon Ayacucho. La policía no se daba abasto para sofocar el fuego que incendiaba la pradera. Los puestos policiales de Tambo, Vilcashuamán, San José de Secce, Luricocha y otros fueron arrasados sin piedad alguna. Tenía que intervenir la fuerza armada. Esa era otra bestia también sedienta de sangre. Los campesinos se vieron entre dos fuegos. Empezó el exterminio entre ambos bandos. Comunidades enteras fueron arrasadas. Batir el campo era la consigna de la bestia. Hacer escarmentar a las mesnadas. Inducir al genocidio. Terminar con los terroristas. Como estos eran indios, todos los indios eran sospechosos de ser terrucos. Los muertos fueron llenando las fosas y los cuadros estadísticos. Muertos, muertos y más muertos. Campesinos, autoridades, políticos. Los tentáculos de la bestia también llegaron a la capital. Cercar la capital era la consigna de la bestia. Del campo a la ciudad. El gran salto. En 1986 el gobierno aprista ordenó la ejecución de cientos de tentáculos de la bestia que se habían amotinado en Lurigancho y El Frontón. Fue inútil. La bestia tenía una capacidad de regeneración asombrosa. Paros armados, coches–bomba a granel, ejecuciones selectivas. Nada podía saciar la sed de la bestia. En 1990 Fujimori llegó al poder después de derrotar espectacularmente a Vargas Llosa. El 5 de abril de 1992 se hizo de todos los poderes del Estado y empezó a gobernar con mano de hierro en alianza con las fuerzas armadas. En julio de ese año la bestia golpeó el corazón de la burguesía: casi veinticinco muertos en la calle Tarata de Miraflores. La otra bestia replicó con ferocidad: secuestró y ejecutó a nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta sospechosos de ser miembros del Partido. El 12 de setiembre de 1992, la bestia fue descabezada. Doce años había durado su sed de sangre. La cabeza fue presentado en una jaula y en traje a rayas. Dio su consigna: proseguir la guerra, este es un recodo en el camino nomás. Pero un año después se doblegó. Las condiciones para proseguir la guerra ya no eran las adecuadas, dijo. La guerra prácticamente había terminado. Había terminado dejando una gran estela de muertos, de huérfanos, de pueblos destruidos y abandonados. Los Gastelú Palomino también sufrimos con esta guerra. La bestia mató a mi hermano Anacleto, a mi madre, a mis cuñados, a mis sobrinos. De la sierra llegaban las cartas diciendo Anacleto ya no hay, Graciela ya no hay, mamacha ya no hay, Lauro ya no hay. Todos los días me preguntaba cómo habrían matado a mi hermano, cómo habrían matado a mi mamá. Los paisanos daban tantas versiones: que a Anacleto lo mataron en una emboscada, que le hicieron un juicio popular, que se escapó por Tinkuy y después lo capturaron y ejecutaron; que a mi mamá la degollaron, que la mataron a pedradas, que le cortaron la cabeza; que a Inquicha, un sobrino opita hijo de mi hermana Teodora, cuando salió en defensa de mi madre, lo mataron a golpes, que metieron su cadáver dentro del horno de pan que tenía mi mamá. Tantos días lloré. Tantos años lloré recordando a mi madre, a mi hermano. Cinco años antes de mi propia muerte regresé a Jiljarajay a buscar la tumba de los míos. Solo hallé las de Anacleto y sus hijos Ingeniero y Belaunde en un paraje solitario frente a la chacra de mi madre, al otro lado del río. Anacleto estaba con sus hijos en cada costado. Era un hombre fuerte, alto, lleno de vida. ¿Qué sabía él del comunismo, de la lucha armada? Lo mataron absurdamente. Lo mataron porque llevó a sus hijos a Lima para salvarles la vida. Por eso lo mataron: por no dejar que convirtieran en asesinos a sus hijos. No hallamos la tumba de mi madre. No se sabe si la enterraron o no: quizá la tiraron al río como cualquier cosa, quizá se la comieron los perros y chanchos. ¿Qué sabía mi mamá de una sociedad más justa sin explotados ni explotadores si ni siquiera sabía leer y escribir? Recién dieciséis años después pude llorar a los míos. Anacleto dijo que iba a volver el siguiente mes y nunca más volvió. Mamacha dijo el otro jueves voy a Huanta y no llegó a ese jueves. Sus tumbas siguen allí, en Jiljarajay. Hasta allí no ha llegado la Comisión de la Verdad. Tampoco se sabe nada de mi cuñada Graciela, a quien los militares y las autodefensas quemaron viva, quizá esté enterrada en el cuartel de Acobamba. De Lauro tampoco sabemos nada, desapareció sin dejar rastro alguno. Un 22 de julio mi hijo Arol fue detenido y condenado a cadena perpetua por un tribunal militar sin rostro y encerrado en el penal de Yanamayo. Era mi mejor hijo, el hijo que yo más quería, el hijo que yo querré por toda la eternidad. Siempre se preocupaba por sus padres y por Nacho y Diego, a quienes quería como a sus propios hijos. El mismo día que detuvieron a mi hijo yo dejé de existir sin poder verlo libre. Aunque ahora tengo la esperanza que algún día salga libre porque el Tribunal Constitucional declaró nulos todos los juicios llevados a cabo en el fuero militar durante la dictadura de Fujimori ordenando un nuevo proceso. Yo sé que allí demostraremos la inocencia de mi hijo y entonces saldrá libre y podrá llevarme flores a mi tumba. Recién entonces podré descansar en paz.
***
Toledo: Ningún terrorista saldrá libre durante mi gobierno.
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Acuérdate de Vilcashuamán: 22 de agosto de 1982. Madrugada. 75 combatientes rodearon el local municipal donde estaba acantonada la guardia civil. El asalto lo dirigía personalmente el camarada Gonzalo. Los dos centinelas de guardia fueron abatidos por los francotiradores. ¡Ríndanse, carajo! ¡Vengan por nosotros, mierdas!, vociferaron los perros guardianes del viejo Estado decadente y caduco. Estaban envalentonados porque meses atrás habían recibido la visita personal de Belaunde para levantarles la alicaída moral. ¿Quieren guerra? Acá está la guerra, carajo. Empezaron a lanzarles cartuchos de dinamita con huaraca. Los miserables se defendían como fieras acorraladas. Ustedes bomba y bomba. Volaban las paredes en pedazos, ¡ríndanse, carajo, y salvarán la vida!, ¡vengan por nosotros! Allá vamos. Un par de perros salieron disparando y cayeron abatidos. ¡Arrasen con todo, compañeros! Más dinamitazos. El techo voló, hubo una gran explosión. ¡¡Nos rendimos!! A las ocho de la mañana la plaza estaba tomada.
***
¡Papito! Ximenita, linda, de blonda cabellera, corre a darte el encuentro. Te llena de besos. Has estado comiendo dulces, ¿no? No, papito. La haces girar en el aire. Ximenita chilla feliz. Cuidado que se caiga la bebe, dice Grace. Ya no soy bebe, mamita, protesta Ximenita, tengo cinco años. Le das un beso a tu mujer. ¿A mí no me das un beso, papito? Estampas un beso en su mejilla de porcelana. Quiero un beso como el que le diste a mi mamita, susurra la niña. A ver, cierra los ojos. ¿Cómo te fue en la actuación, amor?, te pregunta Grace, mientras te sirve el almuerzo. Bien, bien, dices, los chicos tocaron El himno a la alegría. ¿Lo hicieron bien? Sí, solo uno se equivocó en el primer compás. Mmm, huele rico el menú. Hoy preparé un lomo saltadito como a ti te gusta, amor. Almuerzan. ¿Y a ti cómo te fue en el colegio, corazón? Hoy me enseñaron a contar en inglés, papito: one, two, three, four, five, six… Esa, mi nena, ha salido inteligente como su mamá. A ti, tu mamá dice que a los cuatro años ya leías la Biblia. Exagera la vieja. ¿Mañana vamos donde la abuelita, papito? Sí, hijita. ¿Y voy a jugar con mis primos Nacho y Diego, papito? Sí, hijita, y con Vero, Mariela, Smeagol y el Chancho también. ¿Y vamos a sacar frutas del jardín del abuelito Juan? Sí, hijita. ¿Puedo subir yo a sacar nísperos, papito? No te vayas a caer, corazón, que Nacho suba. Mi mamita dice que yo soy la hija de Tarzán, el rey de la selva. Grace ríe. Tu papá gritaba como Tarzán cuando era chiquito, se subía a los árboles. Ríes. A ver, papito, grita como Tarzán. Los vecinos se van a asustar, corazón. Ximenita hace una mueca de desazón. Te prometo que en la casa de la abuelita gritaré todo lo que quieras. Ximenita sonríe. Me olvidé decirte, dice Grace. ¿Qué, amor? Hace dos meses no me viene la regla. ¿Te presto mi regla, mamita? Ríen. Vas a tener un hermanito, Ximenita. ¿Y va a gritar como Tarzán, papito? Sí, corazón.
***
Un año de aislamiento total. No te dejaré solo, hijo, siempre estaré contigo. Eso, y más, se merecen las fieras asesinas. Encerrado injustamente, hijo. Entre cuatro paredes desnudas y heladas. Terminaré perdiendo la razón. Mi hijo ya no estará nunca más en la casa. Trescientos sesenta y cinco días en esta jaula. Solo, sin mirar a nadie, sin hablar con nadie. Me mirarás a mí, hablarás conmigo. La dictadura fujimontesinista condenó a mi hijo a cadena perpetua por gusto. Lo que no pudieron hacer las brujas conmigo, lo hará la justicia con mi hijo. Solo, en silencio. Él no ha puesto coches–bomba, no ha matado a nadie. Él no es comunista. Porque es serrano creen que es terruco. Porque nació en Huancavelica. Recordarás. Mi corazón me lo dice: es bueno, es el mejor de mis hijos. Con sacrificios terminó su carrera. Recordarás. Porque es cantuteño creen que es terrorista. ¡Acusado, de pie!: el Supremo Tribunal Militar Especial ha llegado a la conclusión que usted es culpable del delito de traición a la patria en la modalidad de terrorismo, asesinato, asalto a mano armada. Por lo tanto, lo condena a la máxima pena que contempla la legislación peruana para este delito: cadena perpetua. Debido a su alta peligrosidad, esta sentencia será cumplida en un penal de máxima seguridad. Nunca más subirás a almorzar los martes y viernes a las diez y veinte de la mañana para irte a trabajar con el estómago lleno hasta Vallecito. Recordarás los momentos más felices de tu vida: cuando Mariana te llevó a ti y a John por primera vez a la escuela. Tenías ocho años. Espéralo a John para que vayan juntos, dijo tu papá. La profesora Rosa Segura te dio un beso y te felicitó porque ya sabías leer, escribir, dibujar. ¿Quién te enseñó? Mi mamá, señorita. Te preparaba tu comida sin grasa y sin condimentos porque estabas mal de los riñones. ¿Cuánto serán trescientos sesenta y cinco días por veinticuatro horas? Viniendo del colegio se metían a una casa abandonada a robar maracuyá con el loquito Montes, ¿te acuerdas? John se hizo la caca dos veces por tragón. Una vez entraron al Centro Vacacional a jugar en los juegos mecánicos y el loquito se cayó del sube y baja y se fracturó el brazo. Él nunca lloraba. Siempre te defendía de los matones: Archi, Chinga, Dennis Concha. Un día comiste en la calle un lomo saltado y te dio un cólico que casi te mueres. Estuviste tres días con fiebre y dolores. Por gusto esperaste a John porque al siguiente año repitió: se llenó de piojos y el viejo lo peló cocobolo y ya no quiso estudiar. Lo matricularon en el 0502 de La Realidad. Archi perdió un dedo cuando quiso zamparse al estadio y quedó colgado. Chinga y Chizo han muerto. Chizo de sida. Las escorias no duran mucho en el mundo. Así acabaré yo. No, no, tú tienes que salir vivo de este pantano y contar la historia. Los lunes y jueves almorzabas a las doce. Los lunes tenías clase a la quinta hora y los jueves a la sexta. A las que hicieron el horario les pediste que te tuvieran consideración porque vivías lejos pero no les importó. Nosotras tampoco vivimos en la esquina, dijeron. Cuando ganaste el Horacio les tapaste la boca a todos: no eras el pobre diablo que pensaban, hasta Martha se arrepintió de haberte despreciado. ¿Por qué te fuiste tan lejos a trabajar?: cuatro horas ida y vuelta. No había plaza en nuestra zona. Había sufrido mucho como contratado, se tenía que nombrar donde sea. Nunca más te esperaré con la cena caliente a las ocho de la noche. Cuando trabajabas en Multitemp también regresabas a esa hora. Te levantabas a las cinco de la mañana, tomabas tu desayuno y te ibas a trabajar. Trabajabas como esclavo. ¿Por eso se volvió un resentido social? No. Durante el trayecto se encontraba con María y era feliz. Durante el trayecto leía novelas, cuentos. Aquí hace mucho frío. Te han dado dos frazadas viejas que no te abrigan. ¿Te acuerdas que jugabas a Sankukay con Coqui? Tú eras Ayato y él Ryu. ¿Quién era Simón? No recuerdas. Herminio, Paulino, los primos Abilio y Juan Pablo eran los gavanas. Se ponían las blancas camisas sobre las chompas grises y luchaban como auténticos guerreros. Miriam Blanco era tu Sofía sin ella saberlo. ¡Miriam! Camila todavía no había nacido. En Huachipa leíste dos veces la Biblia entera. Estudiabas con tu papá la palabra de Dios. Si hubieras seguido por la senda correcta, no estarías acá. Estaría como John, como July, como Martha. Era buena la profesora Rosa Segura. Siempre les llevaba de paseo a Santa Eulalia. Se bañaban en el río. Tenía una hijita que solía bañarse en calzón. A ti te gustaba echarte sobre las piedras y dejar que el sol te abrasara la piel. El sol, los árboles, el río, las piedras calientes, las risas de tus amigos, Jenny en calzón, el canto de los pájaros, un poema. Tus carceleros piensan que languideces acá, pues se equivocan: tú estás disfrutando de un día de intenso sol en Santa Eulalia. Cuando hacían educación física, se iban a los Girasoles con el profesor Lato, le decían así porque no tenía un solo pelo. Mientras él y la profesora se perdían entre los matorrales, ustedes jugaban futbol. A ti te ponían en el arco. Te decían Quiroguita porque eras bueno tapando. Jazmín era la hija de la profesora que a veces venía a sustituirla. Siempre se ponía una blusa transparente. Todos los chiquillos estaban enamorados de ella. Tú la dibujabas. ¿Estudiarás pintura cuando seas grande, Harold? Sí, señorita. Sally era la chica más linda del colegio. Un día te invitó a su casa para que la dibujes. Sus padres no estaban. Sally se desnudó… Tus carceleros creen que estás aquí, derrotado, pero estas con Sally disfrutando de una tarde de pasión… No, no, no debo alucinar, voy a terminar loco. Mi hijo era bueno, mi hijo no era mujeriego. Ninguna mujer jamás vino a decirme señora, esta criatura es hijo de su hijo Arol, el desgraciado no lo quiere reconocer. Él no era como sus hermanas o como su hermano John que hasta un hijo botado tiene. Recuerda la fiesta de promoción de primaria. Una rubia fue la madrina. Les regalaron una crucecita y un cuento ruso. Bailaste con la madrina. Cierras los ojos y puedes recordar su aroma a rosas. ¿Cuántos años han pasado de ese día? Diez. En el Estenós te encontraste con algunos de la primaria: Coqui, el loco Montes, Alan, Joel, Simich, Huguito, Pipio. En segundo año entró el chino Méndez y se hicieron amigos. Le ayudabas en los exámenes. Una vez miss Pariachi les pescó plajeando y los jaló a los dos. En tercer año protagonizaron una espectacular fuga: más de medio salón saltó la pared detrás de ustedes. Delgado se dejó agarrar por el Chuto Núñez. El lunes, a primera hora, todos los evadidos estuvieron en la oficina de OBE. Miss Guerrero: ¿quién es el cabecilla de la fuga? Todos: Harold, di que tú eres el jefe. Pipio: Papilón, miss. ¿Quién es Papilón? Silencio. Yo solo quise fugarme con el chino Méndez, miss. ¿Por qué? Porque tenía clase de religión con el padre José y me aburría porque soy Testigo de Jehová. ¿Y tú por qué te fugaste, Méndez? También soy Testigo de Jehová, miss. Todos se mataron de la risa. ¿Qué hacen en tu iglesia, Méndez? Cantamos, rezamos, miss. Les suspendieron tres días. Con el chino fuiste a Ricardo Palma, a Lima, compraban pan con queso y llevabas tus chistes para hacer hora. Recién me entero, hijo. Si te contaba, me ibas a castigar, mamá. A Viejo Miguel lo hizo pasar como su hermano mayor. El loquito Montes llevó a Pepe, Méndez y Coqui a sus primas. En cuarto año fue peor: a Márquez le pescaron con una porno que era de su hijo y miss Huayanca hizo llamar a su padre, nada de hermanos mayores ni primas. Tuviste tanto miedo que pensaste en fugarte, en suicidarte. Tanto miedo por gusto: tú ya estás en edad de mirar eso, te dijo tu papá. Así le voy a decir a la profesora. Si dices eso, me van a expulsar, papá. El sexo es bonito, pero casados, te discurseó la psicóloga Gleny. ¿Y mientras tanto qué, tenía que rendirle culto a Onán? En castigo te sentaron con Paulina. Paulina era flojita. Le ayudabas con sus tareas, le prestabas tus cuadernos. Le cantabas, ¿te acuerdas?, Esta cobardía, de Chiquetete. Ese 4° A fue el peor de los salones, tomaban, se drogaban, le metían mano a las chicas, les sacaban sus toallas higiénicas, veían revistas porno. En quinto año los separaron. Hicieron huelga, protestaron, pero todo fue inútil. Te mandaron al 5° B, tuviste suerte porque seguiste con el chino Méndez y Coqui. En ese salón también estaban Elena Falcón y Amanda. Los cinco vivían en La Realidad. Ese año te jalaste en matemática: no entendías ninguna de las clases de miss Macedo. Tenorio te puso un once a cambio de un libro de física en el examen de recuperación. Recuerda a Janeth Gamboa. ¿Janeth Gamboa? Esa chica de tercero de la cual estuviste enamorado. Otro fracaso. El día de la clausura, tu último día en el Estenós, te metió una cachetada y te rompió los lentes. Tú le rompiste su libreta de notas. La perseguiste bajo la lluvia inútilmente hasta Cobián. Podrías alcanzarla, decirle Janeth, te amo mientras tus carceleros piensan que estás aquí, congelándote. ¿Para qué? Para tener un instante de felicidad. Recuerda la fiesta de promoción en la PIP: bailaste como un trompo con Ivys, la hermana de Rafael, hicieron una ronda para verte bailar, después otra chica te pidió bailar con ella, bailas bonito, amigo, ¿quién te enseñó?, nadie, viendo a Michael Jackson aprendí, le dijiste. ¿Vamos a tomar aire? El jardín en penumbra, unos tragos, te besó, estaba excitada… No, nada de pensar en mujeres. Una vez estuve en Marcahuasi con la promoción de Coqui. John estudió con él, pero se retiró porque le hicieron brujería. Recuerda a María, a Roberto, a David, a Giovanna, a Alcedo, a Zacarías, ¿a quiénes más? No recuerdas otros nombres. Trata. No puedo. Después estuviste con ellos en una pollada en la avenida Cangallo cerca de donde mataron a los heladeros acusados de terroristas. Conociste a Paloma. ¿Por qué llevas el cabello largo?, te preguntó. Escribo poemas, le dijiste. A mi hijo le gustaba escribir, leer, tocar su guitarra, cantar. Tenía una gran imaginación. Él no perdía su tiempo pensando en mujeres. En 6° grado te enamoraste por primera vez. Miriam Blanco fue tu primer amor. Mientras tus carceleros piensan que estás aquí, en esta gélida celda, tú estás en el segundo piso del colegio fiscal mirando a Miriam jugar con sus amigas en esas enormes mesas que servían de tabladillo. Ella levanta la mirada, te sonríe con ternura, de esa sonrisa nacen mariposas y jazmines, le sonríes, un gorrión le recita el poema que le has escrito, la esperas a la salida, van por los Eucaliptos, la calle vacía, dos niños que se besan, ¡eres feliz! ¿Por qué sonreirá Harold?, se preguntarán Mirko, Juan Pablo, Abilio, Paulino, Herminio, Joel, Alan, Jorge, Sandro, Javier, Huguito, Echeandía, Chinga, Archi, ¿de quién estará enamorado? Los miércoles subías a las once a almorzar. Ese día entrabas a la segunda hora. No tenías día libre. Las viejas se hicieron un horario bonito perjudicándote a ti. Allí morirán. Y yo aquí. No, no, no seas pesimista, no te dejes abatir. ¡Resiste! Recuerda ese verano con María rumbo a Multitemp. María con su conjunto azul, María con sus tacos blancos, María con su cara de niña, María en el verano. ¿La mataron, la desaparecieron, se marchó al extranjero? En las noches estudiabas: auxiliar de contabilidad, auxiliar de educación, academia preuniversitaria. Tantas cosas estudiaste por gusto. No se podía trabajar como esclavo y estudiar después. ¿Por eso te volviste un resentido social? No. Recuerda a Sully Yrrizabal Stadler de Magdalena: rubia, bonita, siempre con un cigarrillo en la boca. Enseñaba en Comas. Un café en la Plaza Bolognesi. Una habitación… No, no, nada de mujeres. Recuerda a Tania Fernández. Estudiaban dibujo en el Museo de Arte. Pintas bonito. ¿Vamos a Barranco a pintar la puesta de sol? Mientras tus carceleros creen que estás reventando de frío en esta celda, tú estás con Tania en el Puente de los Suspiros. Allá, en el horizonte marino, el sol muere en un charco rojo mientras las manos de Tania combinan diestramente los colores, hacen trazos sobre el lienzo. ¿Tú no pintas, Harold? No pinto paisajes. Cierto, tú pintas desnudos. Una habitación de altas paredes color beige, una cama, un caballete, un lienzo, pinturas, pinceles, una mujer desnuda, los senos pequeños, los cabellos revueltos, los ojos entrecerrados. Sueñan los esbirros que te han doblegado, sueños inútiles porque estas noches de amor son más intensas, más vívidas. Con Pía en Magdalena, con Pía en el Rímac, con Pía en San Miguel, cerca del mar, lejos de la gente, con Pía en un chifa del Mercado Central, con Pía en la iglesia de Magdalena. Con Karem Geraldine en Chaclacayo. Karem vivía al frente de la abuela Gulloti. Una tarde volaron los fusibles de su casa. La abuela te mandó para que la ayudaras porque tú sabías electricidad. Karem se puso detrás de ti para alumbrarte con una vela mientras cambiabas el plomo. Sentiste sus senos en tu espalda. ¿Por qué llevas el cabello largo?, te preguntó. Estudio música. ¿Sabes tocar la flauta dulce? Sí, señora. ¿Le podrías enseñar a mi hijita? Sí, señora. Los viernes ibas a su casa. Un día te invitó a cenar. No, señora, gracias, no se preocupe. Hoy cumplo años, te dijo, no dejarás que la pase sola, ¿no? Te quedaste. Te empezó a contar que se estaba divorciando. Lloró. Te abrazó, te besó… No, no, nada de mujeres. Mi hijo no era ningún jarricho como sus hermanas o como su hermano John, que cada viernes que cobraba en Multitemp, se iba al jirón Caylloma en busca de esas chicas malas. Por eso se casó como loco con esa mujercita. ¿Usted cree que su hijito era un ángel? Se equivoca: siempre se iba al Centro Vacacional con Viejo Alberto a fisgonear a las parejas, también iba a Caylloma, aunque solo a mirar, también iba al cine Colmena a ver a Seka y a Fiona. Mentira, mi hijo no es así, a él le gusta leer, escribir poemas. ¿Escribir poemas? ¿Usted sabe quién era Giovanna Blas Sánchez? Cómo lo voy a saber. Bailaba en un night club de Chosica. Su hijo la iba a visitar siempre. Una vez fue con Picón, estuvieron hasta las tres de la madrugada tomando, bailando, cada uno con su puta, se gastó todo su sueldo. Eso es mentira, mi hijo nunca me dijo la otra semana te doy tu plata, mamá, todavía no me han pagado, mamá. Recuerda a Rossana… No debo pensar en mujeres. Rossana: una esquina de La Colmena, tú estabas en un taller de narrativa, ella esperaba a sus clientes fumando un cigarrillo. ¿Cuánto? Veinte soles y te hago de todo, ¿vamos? Un cuartucho, varias camas separadas por plásticos azules, una mujer que se desnuda, una mujer que te dice ponte preservativo, una mujer que se abre de piernas, una mujer que te dice hazme sentir. Sueñan los perros guardianes de este decadente y podrido Estado que te han vencido. Se equivocan de cabo a rabo: tú estás disfrutando del vientre tibio de Rossana, no solo de ella, sino también de Karem Geraldine, Stefany, Hilda Angélica, Pía, Sally, Nena, Grace… No, no, nada de mujeres. ¿Qué harás durante trescientos sesenta y cinco días, ah? Un día de sol, diez de la mañana, junto al río Cachi, tu madre lavaba, Carolina y Mariana jugaban con Chocolate. Ay. ¿Qué tienes, mamá? Vamos a la casa. Se apuraron. Juandi, creo que ya voy a dar luz. Tu padre prendió el fogón para hervir agua. ¿Mamita se va a morir, papá? No, hijitas, va a nacer su hermanito. ¿Un bebito? Sí, hijitas. Ananau, ananau. Tranquila, María, puja. Ananau. Un poquito más. Don Juan había trabajado en el centro de salud de Moyopampa cuando llegó de Pisco. Un poco más, María. Carolina y Mariana lloraban, asustadas, hasta que un llanto agudo ocupó el lugar de sus lloriqueos. Corrieron a ver: es un hombrecito. ¿Cómo se llamará, papá? ¿Como el hermano mayor que tuvimos y se murió? No, no, mejor no. Mejor que se llame Harold, como Harold Wilson, el primer ministro inglés. ¿Les gusta ese nombre? Sí, papá. Cangari, Huanta, Huachipa, Ñaña, Cocachacra, la Casona, dónde no han andado por culpa de las brujas. John salió a su padre: de aquí para allá como gitano. Se llenó de hijos. Un día más, y otro más, y otro más. La barriga se te ha hinchado otra vez. A veces ibas a tomar jugo donde Rosa. ¿Se estará preguntando dónde estará el profesor que venía a tomar un especial sin azúcar? ¿Se quedaría de una pieza al ver 24 Horas y verte a ti enmarrocado y en traje a rayas? Sepultado vivo. Por terruco. No. Admítelo ahora que ya no tienes nada que perder. El profesor es inocente. Fue padrino de la promoción María del Carmen Cisneros López del Josefa Carrillo de Chosica. Tuviste treinta y seis ahijadas: Milagros, Karen, Nataly, Anyela, Mayra, Cindy, Fabiola, Vilma, Aymé, Pierina, Estrella, Isabel, y ya no recuerdas los nombres de las otras chicas. Ninguna se acuerda de ti, nadie te viene a visitar, dirán ese profesor era terruco aunque tenía cara de sonso. Qué frío. Imagina un paseo a la playa… ¿Para qué imaginar lo que no sucederá? Para salir vivo de este infierno. Hubiera sido mejor que te condenasen a muerte. No pierdas las esperanzas, hijo. Cruzaré montañas, abismos, páramos e iré a buscarte, te arrancaré de las garras de la dictadura. Mejor no, mamá, piensa que estoy muerto para que ya no sufras más. Cuando vayas donde Juan Ignacio, lleva otra flor para mí. Nunca volveré. No, hijo, yo siempre te esperaré, hasta el último de mis días me pondré a mirar el camino para verte llegar. Te aguardaré con tu cena caliente, lavaré y plancharé tu ropa para que vayas impecable a trabajar, les diré a Nacho y Diego que no hagan bulla después del almuerzo porque tú estás descansando. Te llevaré un café caliente para que leas y escribas con la cabeza despejada. Limpiaré tu cuarto, acomodaré tus discos, les quitaré el polvo a tus libros. Olvídate de ese terrorista, mamá. ¿Cómo lo voy a olvidar si es mi hijo? Era el mejor de mis hijos, nunca me daba dolores de cabeza, nunca me sacaba en cara lo que hacía por Nacho y Diego, nunca me venía con chismes, nunca venía llorando porque su mujer lo había botado, porque su suegra lo había botado, nunca me decía mamá, préstame un sol porque no tengo para mi pasaje. Mi hijo valía oro. Solo me dio alegrías. ¿Qué alegrías me dieron ustedes, ah? Te hizo creer que era bueno, que era un santito, y mira dónde está ahora. Por calumnias. ¿Y toda esa dinamita que encontraron en su cuarto? Lo puso la policía. ¿Todos esos libros comunistas que tenía? A mi hijo le gustaba leer, conocer, saber. ¿A qué cree que su hijo viajaba a Ayacucho? ¿A comer tuna, queso, cancha? A visitar a su abuelita Felícitas. A matar campesinos, a asaltar comisarías. ¿No sabe que su hijito estuvo en el pelotón que rescató a Edith Lagos del CRAS de Huamanga? ¿No sabe que su hijito estuvo en el ataque al puesto policial de Vilcashuamán? En el entierro de Edith Lagos, su hijo marchaba a la cabeza del cortejo fúnebre. Iba enarbolando una bandera roja con la hoz y el martillo. ¡Mienten, mienten! Su hijo mató, degolló, violó, señora. Parece inocente, dice que es inocente, pero es un asesino, una fiera. Pregúntele a qué fue a Lucanamarca. ¿Usted cree que a visitar a su abuelita? ¿No ha leído lo que hicieron los terrucos ahí? Léalo. Esa es obra de su hijito. ¿Nada le contó él? Qué le iba a contar. Él nunca le contaba nada. ¿Acaso le contó que estuvo con Pía, con Karem Geraldine, con Mily, con Nena? No, ¿no? Menos le iba a contar que era terruco, que había matado gente, que era un asesino. Él tenía que aparentar que era un hijo modelo, el mejor de sus hijos. Un día de playa con Mily en Pucusana. Las olas reventando en el boquerón. ¿Me tiro? No seas loco, corazón. Cruzaron el túnel que lleva a Naplo. Una sombrilla, una toalla de colores. ¿Me echas bloqueador, corazón? La piel de durazno. Los pezones de Mily apuntando al sol. ¿Nadamos, corazón? Un castillo de arena, las olas… Nunca más volverás a acariciar una piel de mujer. Nada de pajas. Un paseo a Tornamesa. Los chicos iban contentos, felices, la vieja estaba alegre, la Vero quería sacar la cabeza por la ventana, quédate sin cabeza nomás por traviesa. Un pueblo pequeño de calles estrechas y casas antiguas. El sol en toda su plenitud. Fruta, gaseosa, bizcochos. Una cancha de cemento rodeada por la posta, el colegio, el comedor popular. Unos cipreses. Unos juegos mecánicos. Ven al sube y baja, tío Harold. Súbeme al columpio. El cementerio, las lagartijas tomando sol, allí hay una, tío, corre lagartija que te dejamos sin cola. Tallarines a la hora del almuerzo. Bajar a Cocochacra. Un túnel, un arco iris, correr como locos, el río, la arena, la Vero chapoteando en el agua, Nacho y Diego nadando calatos. Una casita de adobe al lado de la pista, la noche oscura poblada de zancudos, Nachito llorando, caminar al río para traer agua, ir al pueblo por pan. Un fogón, buscar leña en el río. Uno, dos, tres, tienes que mantenerte en actividad para fortalecer tu cuerpo. Corrías en las tardes hasta el Bosque. En la maratón de quinto año llegaste entre los primeros. Un año antes llegaste con la lengua afuera. Quince años atrás: madrugada, la entrada de Huachipa, el camino polvoriento, John en hombros de tu padre, tú caminando de prisa, tratando de no quedarte, atrás venían los fantasmas, si no te apurabas, te atrapaban. Uno, dos, tres. Las piernas fuertes para trepar los cerros, para caminar por el monte. Con Dora caminaba siempre hasta Tornamesa, en el hospital le habían dicho que camine bastante para que dilate con más facilidad al momento de dar a luz. Cuando estaba embarazada de ti trabajaba en Cangari preparando las cargas de alfalfa para que tu papá los vendiera en Huanta, también preparaba el almuerzo para los peones que trabajaban en la chacra. Después estuvimos en la Pampa, también junto al río. Si no hubiera sido por los Gil que siempre metían las narices y por Mariana que venía a molestar, habríamos sido felices. Dónde no hemos andado por la mala cabeza de tu padre. Tienes que regresar, hijo, para que recorramos esos caminos y te cuente nuestra historia para que tú se lo cuentes a los demás. Siempre íbamos al río, mientras yo me sentaba a la sombra de un sauce, tú le enseñabas a los chicos a nadar. Aparentaba ser un buen tío, ¿no?, pero en el corazón tenía una fiera agazapaba lista para saltarle al cuello a los enemigos del Partido. Eso es una infamia. ¿Cuándo nos dejarán en paz? ¿No se cansan de acusar a mi hijo por gusto? ¿Qué les hemos hecho? ¿No tienen compasión de una pobre vieja? Lucanamarca, no olvide ese nombre, señora. Su hijo no tuvo compasión de nadie: niños, viejos, mujeres, hombres, enfermos, todos fueron pasados por las armas sin miramiento. ¿Qué sabía esa pobre gente de la lucha armada?, ¿del marxismo–leninismo–maoísmo–pensamiento Gonzalo? Nada. Tampoco los de Tarata. ¿Acaso su hijo tuvo compasión alguna? No, señora. Todo eso es calumnia nomás. ¿Por qué nos odian?, ¿por qué le hacen daño a mi hijo? Él es bueno, yo lo conozco. Mi esposo le enseñó a amar a Dios desde niño. Por gusto, porque su hijo no cree en Dios, y si no cree, ¿usted cree que va a tener amor por sus semejantes? No, señora. A los chutitos los reclutaban a la fuerza para utilizarlos como carne de cañón. A cuántos mataron acusándolos de traidores, soplones. Como perros los colgaban de cualquier árbol. Puras mentiras nomás. Nunca voy a creer eso. Un día de sol en La Cantuta. La cola interminable para el almuerzo. Betsy, Carmen, Rossana, Fernando, Andrés, Miguel, Rosmery, tus amigos de Historia. Tus poemas en las columnas del comedor. ¿Quién será Agustín de Luisa? Pescado, sopa, ensalada, una naranja. El pasto. El sol quemando fuerte. Ahora acá, nunca saldré. Sí saldrás, hijo, ten fe. Un comunista no puede tener fe. Saldrás y nos iremos a Huanta, a Chincho. Eso ya no será posible, mamá. Podrías enseñar en el Gonzáles Vígil. O en Huamanga. Iré contigo para cocinarte. Ya no iremos a ningún lado, mamá. Dacio puede recomendarte en su colegio de Churcampa. Dacio se fue a Italia de ilegal, mamá. Janeth Magaly está en Huamanga, ella podría ayudarte a encontrar plaza. Claro, Agustín, ven cuando quieras, tú eres inteligente, podrías enseñar en cualquier colegio. Siempre me acuerdo de tus poemas, de ese dibujo de Felipe Guamán Poma que me hiciste una vez, ¿te acuerdas cuando Anita y yo te preguntamos si tú eras Agustín de Luisa y dijiste que no? ¿Lo recuerdas? ¿Te negaste porque los aparatos de seguridad estaban pisándote los talones? Enseñarías de lunes a viernes. Los fines de semana podríamos ir a Jiljarajay o a Cangari donde tu tía Irma. Iríamos con Nacho y Diego, ¿quién los va a cuidar? Podríamos comprar un terrenito para tu papá. Carajo, ¿quién va a regar las plantas si me voy, ah? Solito tengo que estar sube y baja del cerro. Apestegui es un flojo, Nacho y Diego son muy chicos. Ninguno ayuda, pero son los únicos que se tragan hasta las frutas verdes. Este año ha dado bastante níspero y caña, hasta parece Jiljarajay. También hemos cosechado camote, unos camotes gigantes, dulces y arenosos como los que mi papá sembraba a orillas del río en Jiljarajay. Todos los jueves riego con el motor que mi hijo me compró, aunque ya estoy un poco cansado. Creo que les voy a acompañar a la sierra. Iría como llevar la palabra de Dios. Te vas a meter en problemas, papá. Es hora que tantos paganos conozcan la verdad que lleva a la vida eterna. Si hasta estoy pensando predicar frente a Palacio de Gobierno para que me escuche el presidente y haga así una buena gestión. Otro día más que pasa en silencio, en soledad. En el colegio enseñabas guitarra, flauta dulce, dibujo, pintura. ¡Eran más burros los alumnos! No todos tampoco. Auqui era un buen estudiante. Una vez salió a tocar Mi viejo por el día del padre y se puso nervioso. Díaz también, y los hermanos Moreno, hasta Gonzáles, que mostraba empeño al dibujar. Alumnos así sí te motivaban a enseñar con ganas, pero había otros a quienes con gusto hubieras tirado a los leones: Abanto, Ruelas, Vega, Gómez, Ochoa… Había tutores que sacaban cara por ellos. Igual jalaste a Pedro Capcha, a Víctor Campos. Para sus madres eran unos angelitos. Un día la mamá de Campos te hizo un escándalo porque jalaste a su hijo… Mejor ni recordarlo. Recuerda esos días en el Josefa Carrillo. La Central Hidroeléctrica, una callecita, un puentecito sobre el río, árboles, flores, sol, el festival de danza, los recreos tranquilos, las chicas en los jardines, la chica Alcántara: sírvase chocolatito, profesor, es de España. Tenía la voz ronca, el pelo castaño. Mi, fa, sol… ¡Excelente, alumna! Primero le mira atrás, después le pone excelente, ¿no?, protestó una chica. Mi hijo era inteligente: obtuvo una A en su clase magistral para obtener su título. Ni Silvia ni Shirley, menos July. El salón de actos lleno. Tu papá, tus hermanas, tus sobrinos entre el público. Carolina te pintó instrumentos musicales para ambientar el salón; fabricaste un tambor con placas de rayos X que tocó Apestegui en la introducción. ¿Cantaron Yunsita o Pasaschay? Fue Yunsita, tío. Yunsita, yunsita, ¿quién te cortará, jajay? Tú tocabas la guitarra. El que te corte te repondrá, jajay. Yo me quedé a preparar el almuerzo. Hice escabeche. Pero no llegaste a almorzar, te fuiste a celebrar con tus amigos. No me gusta que tomes. Piensa en tus riñones. Señora María, su hijo ha dado una excelente clase magistral, déjelo que celebre. El profesor Mendoza pidió la palabra y te echó flores. Silvio Espinoza también te quería. He muerto hace poco, Agustín. No. Sí, de un derrame cerebral. Tienes que escribir la historia de La Cantuta, te decía siempre. Tocaba piano. En la facultad había un piano destartalado. Ahora estoy dirigiendo un coro de ángeles, Agustín, a ver si te animas a colaborar con tu guitarra. Jajá, son bromas nomás, muchacho. Hasta ahora no me explico por qué te han detenido si tú no te metías en tonterías. Por calumnias nomás. La gente es envidiosa. Paciencia y todo se aclarará. Déjate crecer el cabello como antes para que vayas por el mundo con tu guitarra cantando lo que has vivido. Ya no creo que vuelva a llevar el pelo largo. ¿Te acuerdas esa vez en el micro? Estaba lleno, te colgaste en la puerta de atrás y el cobrador te dijo pásese adelante, señorita, no se vaya a caer. Janny Barahona estaba allí, se mató de la risa. ¿Y lo del viejo mañoso? Se te puso detrás, te colocó la verga entre las nalgas y se empezó a restregar, lo dejaste, al bajar le dijiste viejo de mierda, te pelaste, soy bien macho. Después empezaste a llevar la cabeza rapada y barba y en el colegio te decían Dragón. Era una pesadilla ese colegio de hombres. ¿Te acuerdas de la huelga del Sutep de ese año? ¿De esas caminatas por el centro de Lima con Jorge, Inés, Alicia, Rina, Elizabeth? Un día llenaron todo Abancay. Miles y miles de profesores rumbo al Congreso. Allí se encontraron con Zacarías. Venía desde Huanta a luchar por sus derechos. No era como esos amarillos que firmaron durante la huelga. Al final les descontaron a todos. Los inviernos eran fríos en Vitarte. Recuerda esos cafés con Jorge, Edith, Rómulo, Teresa, Inés, Elizabeth. Tú siempre un café y un pan con queso aunque dijeran que eso subía la presión arterial. Algunos se quejaban del almuerzo, de la atención en el quiosco. Los juegos florales, la oposición de los dinosaurios, el cuento de Cotrina, los alumnos pintando, la celebración del día del padre en el taller de electrónica, ese frío terrible, del día del maestro, de la semana de técnica, el baile en “La Universidad”, el desfile por 28, unas chicas en microfalda, los alumnos tirando piedra a los buses, correteándose a punta de machete, los villancicos en navidad, tú tocando la guitarra. Piensa, recuerda, imagina, burla la vigilancia de tus carceleros. Recuerda esas tardes de los viernes de Literatura Latinoamérica con la Teresa Vela leyendo a Cortázar, Onetti, Puig, Donoso, Sábato y tantos otros. Entonces creías que July era buena. July también era de Chulucanas como Pía. Vivía en casa de Rosa Tomás. Siempre ibas a visitarla… No quiero recordar. Padeciste leyendo el Quijote con Olarte. Fuiste el primero de los Gastelú Palomino que se graduó con honores. Cuántos sacrificios te costó sacar tu título. Es mentira que gracias a Mariana hayas terminado tu carrera. ¿Acaso ella te regaló un cuaderno, te dio para tus pasajes, para tu almuerzo, te compró todos esos libros que leías? No. Solo cuando ingresaste te dio cinco soles, para tus cuadernos, dijo. No hay que recordar esas cosas malas, mamá. Yo sí recuerdo todo lo que me decían y hacían tus hermanas. Déjalas, el mundo da vueltas. Como dio vueltas para July, Tania. ¿Recuerdas a Claudia? La amiga de Liliana, la que tenía el rostro marcado por el acné. La conociste en una capacitación en Comas. Era de inicial. También era amiga de Yesenia y Hermes. Claudia de cenicienta en una obra teatral, Claudia recibiendo su certificado, Claudia en navidad, Claudia en La Cantuta con Liliana. Ojalá que nos nombremos. Estudiaste con ganas para el examen de nombramiento. Te despertabas tempranito y estudiabas, tomabas el vaso de soya que te preparaba especialmente para ti y estudiabas hasta la hora del almuerzo. Almorzabas, dormías un poco y estudiabas hasta la hora de la cena. Cenabas, y vuelta a estudiar hasta la medianoche. El cerebro te dolía, los ojos te lagrimeaban de tanto leer, los dedos te dolían de tanto escribir porque en la biblioteca nacional la copia estaba cara. Llegaste a Vallecito el mismo año que Martha y Yesenia. Entonces Martha era buena, o fingía ser buena. Recuerda la primera vez que la viste: estaba haciendo jugar a sus alumnitos con unas pelotitas de trapo. Tan delicada, tan fina que parecía ser. Hiciste méritos para conquistarla. Se hicieron amigos. Estuvieron en la comisión de la Defensoría Escolar del Niño y el Adolescente. Te contó su vida y sus desgracias… Ya no quiero recordar. Recordarás, no tienes otra opción. Podrías recordar a Frescia: cabello castaño, piel de lirio… No. Recuerda cuando te nombraste: diste una clase magistral en el colegio Gerónimo Cafferata de Nueva Esperanza. Te pusieron el puntaje más alto. Así Tucto no te quería en el Túpac, seguro quería que le “dones” mitad de tu sueldo cada mes. Pero en el Túpac también tenías buenos amigos: Ivonne, Celia, Eusebio, un cajamarquino cuyo nombre no recuerdas. En Vallecito también dejaste buenos amigos: Ruth, Anita, Abel, Gladys Luna, Natalia, Pilar. Siempre pensamos en ti, amigo. Estamos recabando pruebas para probar tu inocencia. Esfuerzo inútil, no lo hallarán. Recuerda cuando vivimos en la Casona, tío Harold. Árboles, pasto, cerros, el río. Siempre íbamos con la abuela al río después del almuerzo. Mientras ella se sentaba bajo la sombra de un sauce, tú nos enseñabas a nadar. Dieguito le tenía miedo al agua, no te asustes, yo soy Tarzán, le decías, y gritabas fuerte como el hombre mono. Ahora ya sabemos nadar, siempre vamos a la piscina, también al río, con Frank, Papito y Juan, los nietos del tío–abuelo Anacleto. También vamos al cerro a volar cometa. ¿Es cierto que antes hubo guerra aquí y estaba prohibido andar por los cerros, acercarse a las torres? … ¿Tú tampoco nos quieres contar? Cuéntales, diles que tú también estuviste en la guerra, que tú también volabas torres. Siete años estuvimos en Huachipa. Los veranos íbamos a acompañar al viejo. Carolina, Mariana, John y tú. Flora y Dora todavía no habían nacido. Teníamos un pozo de agua. Venían de Cerro Camote, de Medialuna a sacar agua. Siempre le traían verduras, papa, zapallo, camote, al viejo. El viejo preparaba sus frijoles con una tina de ensalada. Les servía en plato hondo. Cuando se descuidaba, tiraban la comida en la sequia. ¿Se yapan? No, papá, gracias. Mariana solía meterse debajo del puente y sacar pescaditos que mamá freía y servía con pan. Entonces era una buena hermana. Con John siempre te bañabas en las pozas que dejaban los labradores de ladrillo. Les va a salir caracha, les advertía su papá. Ustedes no le hacían caso. Un día se llenaron de caracha y el viejo los bañó con petróleo como a Cachorro, el pastor alemán que don Caldas le regaló a la vieja. Hacía bastante calor en Huachipa en el verano. Allá está enterrada Eva Cristina. Era una niña enfermiza. ¿Será cierto que Panay y Bendezú le hicieron brujería a la vieja? Un día llegaron unos huachanos a La Realidad. Le pasaron huevo a Eva Cristina. Al reventarlo, salió un gusano peludo color de hígado. Esta niña morirá si no la curan, pronosticaron. Le dieron a la vieja una dirección en Huacho. Pero faltaba plata en la casa. Eva Cristina murió. El viejo la metió en un costal y la llevó a Huachipa. No puso ninguna señal sobre su tumba, solo un montículo de tierra que el paso de la gente hizo desaparecer. Recuerda a Camila: ojos claros, cabello castaño, piel de lirio, un diario, unos poemas. Eras su amor imposible. Un beso de casualidad, la biblioteca, un paseo a Chosica en la primavera, la fiesta de promoción, su cintura breve, sus labios rojos… No, no, ya no debo recordar. Mi hijo era inteligente. Un día viajamos a Trujillo porque ganó un concurso de cuentos. Conocimos Chan Chan, Huanchaco. Después fuimos a Chincha, Pisco, Ica y Palpa gracias a ese cuento. ¿Recuerdas a esa chica que conocimos en la Huacachina, tío? Parecía una niña dentro del agua. ¿Puedes chapar mi pelotita?, te pidió señalándote una pelota que el viento se llevaba al medio de la laguna. Esa chiquilla está buena para ti, Nacho. Le entregaste su pelotita y nos pusimos a nadar. Cuando salió del agua, casi te quedas ciego: tenía cuerpo de sirena. Tonto, tío. ¿Acaso una chica juega con pelotitas? Era una estratagema para acercarse a ti. Dile te enseño a nadar. ¿Sabes? Claro, he cruzado el Amazonas, el Nilo, el Orinoco, de niño me bañaba siempre en la sequia con mis amigos Viejo, Pelusa y Lube. Mueve así los brazos, no chapotees mucho. ¡Sueñan los perros carceleros que te estás pudriendo en esta celda, pero tú estás disfrutando de un día de sol en la Huacachina! No, mejor no debo recordar, voy a terminar loco. Esta es una prueba que te pone el diablo, hijo, si te pones de parte de Jehová, nadie te hará daño. En este lugar no me puedo poner de parte de nadie, papá. ¿De qué sirvió que les dijera a los jueces sin rostro que yo no podía ser comunista porque mi padre era Testigo de Jehová, ah? De nada. Es que tienes que tener fe, hijo. Tú siempre cuestionando todo: ¿quién ha visto a Dios? Si Dios existe, ¿por qué hay tanta injusticia en el mundo? ¿Tenemos que morirnos todavía para disfrutar del Paraíso? Como no obtuviste respuesta en la religión, la buscaste en otro lado. Por eso te volviste terruco, ¿no? No, no, eso es mentira, mi hijo no es comunista, mi hijo no es terruco. Un día de verano con los chicos en Puerto Viejo. Chicas en bikini. Inmensas olas reventando entre las rocas. Antes de bañarnos, juguemos un partidito, tío Titala, ponte en el arco. Un pelotazo a una chica, ¡imbéciles, por qué no se van a jugar más allá! Mejor vamos a nadar, tío Titala. Una isla, un castillo de arena, un foso infestado de cocodrilos, una princesa, ojos azules como el mar, cabello de oro, que pide auxilio. El sol más implacable que nunca, las olas furiosas, las gaviotas, las palmeras, los guardianes cabeceando por la modorra, tú en lo alto de una peña, salta ahora. Saltas. ¡El prisionero se fuga! ¡Fuego! ¡¡Que no escape!! Descargas de fusilería. El mar azul, el sol muriendo en el horizonte. Una isla, un castillo, una princesa, un hombre sin grilletes.
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Cadena perpetua, Lima 2010, editorial Pasacalle

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