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martes, 31 de enero de 2012

Fin de mes

Se acaba enero, el primer mes del año, mi primer mes de vacaciones. Un mes más y de vuelta a la chamba. Será empezar de nuevo ahora que me he cambiado de centro de labores.

Robándole tiempo a mis quehaceres domésticos (limpiar mi cuarto que estaba, y todavía está, hecho una miseria, cocinar para los chicos, limpiar lo que quedaba del almacén del viejo), he corregido/reescrito 108 páginas de El cazador nocturno, una novela que empecé a fines del 2009 y que dejé en varias oportunidades para escribir otras cosas. Recién a fines del año pasado la retomé y terminé el segundo manuscrito, si el primero tenía 117 hojas, el segundo tiene 236 y espero que el tercero tenga unas 300 hojas. En el cuarto manuscrito puliré todas las imperfecciones, quitaré el ripio y la dejaré lista para mandarla a un concurso. Pero no me apresuro, es una novela que escribo con mucha paciencia porque la prisa es la madre de las cosas mediocres. Si Jonathan Franzen terminó en nueve años Libertad, bien puedo invertir cinco añitos en mi novelita para tener más posibilidades de ganar un concurso.

Hablando de concursos, hace poco me dijeron hambriento cazador de concursos literarios. Uy, si me lo hubiera dicho Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina o Roberto Bolaño les habría dado la razón, pero como lo dijo un pobre diablo que no ha ganado ni los juegos florales de su cole, no le hago caso porque participar en un concurso literario no tiene nada de malo. Lo malo son los arreglos bajo la mesa, pero hasta ahora nadie me ha dicho te damos tanto y para nosotros es tanto, lo tomas o lo dejas. Esas diatribas, esas acusaciones generalmente provienen de los perdedores, como ocurre en toda competencia. Como no ganan, prefieren echarle barro y que se jodan los ganadores. Así no es pues, hay que saber perder, hay que saber reconocer que no se tiene talento.

Los concursos me han permitido publicar un libro de cuentos, una novela, integrar tres antologías de cuentos, tener una novela en prensa –los de la Derrama se demoran una eternidad en publicar, pero al menos tengo la seguridad que lo harán, que no me estafarán-, y todo sin gastar ni un solo sol.

Los concursos me han permitido viajar, tomarme mis chelas y tragar hasta reventar, ser padrino de una promoción (con viaje al Cusco incluido), hacerles un bonito nicho a mis padres (mis herman@s no pusieron un solo sol), y otras cosas que con el sueldo de profesor no habría podido hacer, y todo por escribir. Quizá nunca sea como los escritores que admiro, quizá nunca tenga un verbo florido, pero eso me importa un comino. No me mato escribiendo, escribo cuando puedo y si puedo. Quizá un día deje de hacerlo y me dedique a pintar y a tocar mi guitarra (soy pintor y músico frustrado) y no pasará nada. Mientras tanto, sigamos escribiendo y participando en los concursos que mis sobrinos son los que más se alegran cuando gano uno.

Ando con la salud resquebrajada, esperando con paciencia que en el Seguro me manden al especialista desde hace meses. ¿Este es el Perú que avanza? Por eso me río cada vez que escucho decir que vamos rumbo al primer mundo y ponte tu polito marca Perú y saca pecho. Hay que estar enfermo para ver que el Perú es un país de mierda y no la maravilla que nos lo pintan y me cago en el tacutacu de Gastón.

Fuiste mía en verano (primeras páginas)



Oriana tenía las piernas abiertas y los ojos cerrados. Se acariciaba la chucha. Una pelambre oscura y rizada le cubría el Secreto. Los labios, marrones y relucientes, asomaban entre los pelos como lagartijas en busca de un poco de calor.
Se empezó a acariciar las tetas, unas tetas abundantes que María Frontera y yo, dueñas de casi nada, envidiábamos. Unas tetas deliciosas al paladar. Chuparle los pezones. Sentirlos ponerse duritos en mi boca.
Besarle la piel. Recorrerlo con mi lengua. Hacer girar mi lengua en su ombligo.
Bajar.
Posar mi boca en su pubis.
Apartar el follaje que cubría su Secreto. Era peluda como Sasha Grey.
Hurgar con mi lengua su interior.
Me acaricié la entrepierna por sobre el short. Estaba caliente. Arrecha como una perra.
Oriana tenía un cuerpo hermoso, la piel de Luna. Sus piernas eran largas, infinitas. Tenía las caderas anchas, la cintura breve.
El vello negro parecía una isla en un mar de leche.
Metí mi mano debajo del short y me acaricié el pubis. Mi índice se deslizó a lo largo de la hendidura húmeda y caliente. Bajar a la playa, meterme al mar, apagar el fuego que abrasaba mis entrañas.
Apartó los labios con dos dedos y el medio lo fue introduciendo en su conchita.
El dedo gordo giraba alrededor de su clítoris.
Entrar, salir. Entrar, salir.
Di un paso y otro más y otro más y me hinqué de rodillas entre sus piernas.
Acerqué mi rostro a su Secreto. Aspiré el aroma a mar que manaba de ella.
Allí estaba su Tesoro: un botón que relucía como si recién le hubiesen sacado brillo. Una perla. Me lo engullí. Lo chupé, succioné, presioné entre los labios e hice girar la punta de mi lengua sobre ella.
Pensé en Lexi Belle, en Karen Upegui, en Grace Wong, en María Frontera.
Meter y sacar la lengua. La carne hinchada. Los pelos.
Sus muslos empezaron a moverse como barcas en un mar agitado. Agarró mi cabeza, revolvió mis cabellos mientras mi lengua subía y bajaba a lo largo del surco húmedo.
Chilló.
Se quedó quieta. Su sexo latía como un corazón.
Le di un besito.
–Eres linda, Luz. Gracias.
–A ti. Mi vieja dice que le lleves una manzanilla.
–¿La huevona esa no tiene manos? –se sentó al filo de la cama, agarró un pedazo de papel higiénico y se limpió la chucha.
–Yo solo te digo lo que me dijo.
–Vieja huevona –tiró el papel al tacho–. ¿Por qué se vinieron tan temprano?
–Le empezó a doler la cabeza.
–Es la menopausia.
–Ni que te escuche porque se empincha y te bota.
–Ganas de irme no me faltan –se puso un calzoncito color vino tinto como el de Lexi Belle.
–¿Y yo?
–Cacharás con el perro –se puso un vestidito celeste–. O con las putas del Malecón.
–Mala.
–Bromeo –dijo. Me dio un beso en la boca–. Jamás dejaré a mi princesa.
–Ojalá. Ponte sostén.
–No creo que tu vieja se dé cuenta.
–¿Y si te ve mi papá?
–Nos tiramos un polvo.
–No seas tan puta.
Reímos.
–¿Hiciste algo con la María?
–Nada. La Vero estaba que jodía.
–Recién cuando también le pique la chuchita te dejará en paz.
–No hables así.
–Sorry. A veces olvido que la Vero es un angelito. ¡Ah, pero debe tener una chuchita deliciosa!
–Siempre anda con los calzones sucios.
–Guag. Olvidé que es una cochinita.
Nos cagamos de la risa. A la Vero le estarían ardiendo las orejas.
Salimos de la habitación.
–Deberíamos bajar a la playa.
–Mmm. Pero apúrate con la manzanilla de mi vieja que ahorita empieza a gritar.
–Que se la cache un burro.
Volvimos a reírnos con ganas.
–Me esperas.
–Ya.
Me quedé allí, escuchando el rugido del mar en tinieblas. Las olas, furiosas, golpeaban los farallones.
Unas lucecitas se alejaban mar adentro. Eran las lanchas de los pescadores. Volverían con las bodegas repletas de peces.
–¿Pensando, princesa? –unos brazos me rodearon el talle.
–Mmm. ¿Y tú?
–Salí a dar unas vueltas para despejar el cerebro.
–¿Y cómo va El cazador nocturno?
–Allí, avanzando.
Ojalá no venga Oriana, pensaba.
–Esa novela te va a volver loco.
Papá se rió.
–Espero terminarla este año.
–Nosotras también. Sobre todo mamá.
–Está loca tu madre.
–Malo.
Rió.
–Estaba que me celaba con la Mily. ¿No te diste cuenta?
–¡Es que la tía también te miraba como si su marido no se la tirara bien!
Papá volvió a reír.
–Ni la traiciones porque te corta las bolitas.
–Tu madre es capaz. Está loca de remate.
–Así te enamoraste de ella.
–El amor me volvió estúpido.
Reímos.
–Te dejo, hija –me dio un beso en la nuca–. Chau.
–Chau, papi.
Escuché sus pasos alejarse, descender la escalera. Quizá se iría a la playa a caminar. Le gustaba caminar a orilla del mar. Caminar y pensar. Pensar en la trama del libro que estaba escribiendo hace más de dos años.
–Uy, casi me pesca tu viejo –me dijo Oriana, saliendo de entre una mata de chifleras–. Casi te digo amor, ya regresé.
–Puta que la ibas a cagar.
–¿No que sabe que te gustan las mujeres?
–Pero él cree que bromeo. Le daría un infarto si supiera que es cierto.
–Que no le vas a dar nietos.
–Ya sabes que detesta a los niños.
–Mmm. ¿Vamos?
–¿Estás con ganas de cachar?
–De cacharte, princesa.
***
luZamor dice: ¿Cuántos años tienes?
GrAcE dice: 12 i tu?
luZamor dice: 20. Tú eres una nenita todavía. ¿Todavía estás en la primaria?
GrAcE dice: nop ia voy para secundaria
luZamor dice: ¿Y qué tal alumna eres?
GrAcE dice: buena, normal

GrAcE dice: oie me habla mami, kiere k vaia a cenar, regreso en unos 15 o 20 minutos
luZamor dice: Ok. Aprovecharé para darme un baño. Nos vemos dentro de un rato entonces.

MÁS TARDE
Luz dice: Ya estás aquí.
GrAcE dice: sip, oie estaba viendo tu
Luz dice: ¿Qué cenaste?
GrAcE dice: pollo
Luz dice: Qué rico.
GrAcE dice: vi tu my gallery
Luz dice: ¿Viste mis fotitos?
GrAcE dice: siii sales bonis
Luz dice: Tú también.
GrAcE dice: cuando sea grande kiero ser asi como tu. eres bien bonis
Luz dice: Gracias. Tú también eres bonita.
GrAcE dice: oie tenemos la misma naris
Luz dice: Quizá seas mi hermanita lejana. O una Luz chiquita.
GrAcE dice: puede ser, deaaa
Luz dice: ¿Y por qué no?
GrAcE dice: io no dije k no
Luz dice: Entendí mal. ¿Qué música escuchas, corazón?
GrAcE dice: me gusta belanova, niki dan, algo de regeton i asi, i a ti?
Luz dice: Muero por el reguetón, también escucho Belanova, también me gustan las canciones románticas y otras cositas más.
GrAcE dice: casi tenemos gustos =
Luz dice: Ajá, como para llevarnos bien.
GrAcE dice: siiii, k foto mia fue la k te gusto +?
Luz dice: Esas donde estás en la piscina con tus amiguitas. Pareces Sirenita. Me robé algunas. Las puedo poner en mi página, ¿no?
GrAcE dice: sipi
Luz dice: Tu mami también es linda.
GrAcE dice: sipi mami es bn bonis
Luz dice: Tienes a quién salir.
GrAcE dice: gracias
Luz dice: Me imagino que tendrás muchos admiradores, ¿verdad?
GrAcE dice: no mushos, pero x ai andan
Luz dice: ¿Tienes enamorado?
GrAcE dice: no i tu?

GrAcE dice: eso es obvio vdd? para k pregunto
Luz dice: Jajajá.
GrAcE dice: me avisas cuando subas mis fotos para ver cuales son
Luz dice: Ok. No subiré todas, aunque sería lo ideal, jijí.
GrAcE dice: pues cuantas bajaste
Luz dice: Todas, jejé.
GrAcE dice: deaaa, no creo. todas todas todas?
Luz dice: Sipi. Es que eres linda como una princesita. Espero no haber hecho mal…
GrAcE dice: nop
Luz dice: Solo las bajé para contemplarte con más comodidad. Habrás visto que en mi página hay muchas chicas, ¿no?
GrAcE dice: sipi
Luz dice: Me gustan las chicas lindas, jejé. Y tú eres muy bella. Demasiado bella.
GrAcE dice: deaaaa
Luz dice: ¿Qué hora es allá en este momento?
GrAcE dice: 10:06 pm
Luz dice: Tenemos la misma hora entonces.
GrAcE dice: aaa, no sabia
Luz dice: Ni yo tampoco, jejé. ¿Eres hija única?
GrAcE dice: nop, tengo una hermana
Luz dice: ¿Mayor o menor que tú?
GrAcE dice: maior k io
Luz dice: ¿Cuántos años tiene?
GrAcE dice: 15
Luz dice: ¿Y le hicieron su fiesta?
GrAcE dice: aun nop, es k esta en si le hacen sus 15 o un viaje
Luz dice: Ah, claro. ¿Qué vas a estudiar cuando seas grande?
GrAcE dice: aun no lo c. y tu k estudiaste?
Luz dice: Publicidad, pero trabajo para una consultora de belleza.
GrAcE dice: tu lo has logrado todo
Luz dice: Pero todavía me falta mucho. ¿Estás en tu cuarto?
GrAcE dice: sipi
Luz dice: ¿Y hasta qué hora te dejan chatear?
GrAcE dice: pues anoche me kede hasta las 3 o 4 sin k c den cuenta
Luz dice: ¿De la madrugada?
GrAcE dice: sipi
Luz dice: Seguro platicando con tu novio, ¿verdad?
GrAcE dice: noooo, estaba chateando con una amiga
Luz dice: ¿Y no temes que te cachen tus padres y te regañen?
GrAcE dice: nop xk siempre escucho cuando sale uno d eios, asi k apago el monitor y iap
Luz dice: Eres una nenita inteligente.
GrAcE dice: una tiene k darse sus mañas no?
Luz dice: Sipi, porque el mundo es de las chicas listas.
GrAcE dice: siiiii
Luz dice: Una mujer astuta vale x 2.
GrAcE dice: siii, no hay k dejarse dominar x nadie
Luz dice: ¡Arriba las mujeres!
GrAcE dice: siii, arriba le duela a kien le duela
Luz dice: ¡Así se habla!
GrAcE dice: oie como le hiciste para estar asi
Luz envía un guiño: Reproducir “Lluvia de estrellas”
Luz dice: ¿Cómo así? ¿Esta figurita?
GrAcE dice: siii, tienes un cuerpo bn bonis
Luz dice: Es producto de estar noche y día en el gym, jejé.
GrAcE dice: ups!!
Luz dice: Corro todas las mañanas, hago dieta, me privo de los ricos chocolatitos y los dulces.
GrAcE dice: oohh!
Luz dice: Y todo esto es natural. No vayas a creer que me he hecho implantes como piensan algunas envidiosas.
GrAcE dice: ayyy noooo io no pense en nada de eso
Luz dice: Lo decía por mis amigas. Ellas creen que estas bubis son de silicona.
GrAcE dice: es k las tienes bn grandes
Luz dice: Pero son 100% naturales. Regalo de Dios, jejé. Si quieres, tócalas, jajajá.
GrAcE dice: jaja
Luz dice: Estoy viendo que las tuyas también son grandecitas.
GrAcE dice: sipi, pero no tanto como las tuias

jueves, 26 de enero de 2012

Diario escolar



JUEVES 1:
Setiembre. Empieza un nuevo mes. Ya estamos en setiembre. Setiembre, el mes del amor, de la juventud, de la amistad. Mes de la primavera. Primavera, los corazones laten con más ímpetu, con más ganas, los jardines se visten de colores, los pajarillos cantan en los árboles hermosas tonadas, los niños juegan alegres en los parques. La gente se enamora en setiembre. En setiembre todo el mundo me pide poemas y cartas de amor. Setiembre, mes del paseo a Chosica. Chosica como todos los años a lo largo de mi vida escolar. En Chosica está el sol, por eso vamos en su busca. Ah, si pudiera ir en busca del amor. Saldré a buscar al amor, / con las uñas, con los dientes. / Saldré a buscar al amor que no sea indiferente. / Saldré a buscar al amor, / a ese amor que a mí me quiera. / Porque yo quiero a ese amor… Los días empiezan a ser más calurosos. Arañita se sancocha en su cuevita. ¿Quién habrá inventado el calzón? ¿Cuándo lloverá en mi Desierto? Arañita lo agradecería: gracias, gracias, gracias. El verano está a la vuelta de la esquina, falta poco para disfrutar del mar otra vez, de la arena, de las gaviotas, de los rayos del sol, de la brisa marina. Menos mal que aquí no tenemos huracanes asesinos como en los Estados Unidos. Si al Katrina se le hubiese ocurrido pasar por Vallecito, estoy segura que nada hubiera quedado en pie.
Me ducho, me rasuro las axilas. Yo también quiero estar peladita, pide arañita, pero no, no le hago caso, después pica feo. Espérate hasta el paseo a Chosica, arañita venenosa.
Entro cantando a la cocina.
–¿Por qué tan contenta? –me pregunta mamá mientras me sirve mi desayuno. Cocoa con leche como siempre.
–No sé.
–¿No sabes, o estás enamorada, hijita?
Ya la fregué todo por dármelas de cantora. No digo nada, solo me sonrojo. El rubor me delata. Enamorada estoy hace años, desde que era una pulga, desde que era una cosita sin tetas ni poto y él entró por primera vez al salón, entró a mi corazón y allí se quedó para no volver a salir.
–No vayas a meter la pata como Mariana, hija.
–¡Ma, qué cosas dices! –protesto. La que calla otorga. Yo tengo tantas cosas que otorgar, pero igual protesto.
–Si vas a tener intimidad, dile a tu enamorado que se ponga condón –mamá me mira. Esa mirada penetra las fibras más íntimas de mi alma. Ella me conoce bien.
Si vas a cachar, hijita, cuídate, porfis. Aprende de tu amiguita Angie, tan retaca, y se sabe todas las mañas de las callejoneras. No seas otra Mariana.
–¡Ma, tú estás más loca que una cabra! La primavera te está afectando la cabeza, por lo visto.
–Es que esa es la verdad, hijita. Recién me he dado cuenta –ella medio que quiere sollozar.
–Yo tengo que seguir estudiando, viejita. No te voy a fallar –le digo, abrazándola. La abrazo fuerte, la lleno de besos–. No soy tan sonsa como Mariana.
Claro que no. Yo no soy tan huevona. Yo me cuidaré. Uno hace el amor no solamente para seguir poblando el mundo, sino también para disfrutar, para gozar, ¿no? (palabras de Angie: el chuculún es bien rico.) Hay tantos niños sin papá, sin nombre, que sería pecado traer uno más. Claro que no, yo me cuidaré, pondré una alambrada de púas en la entrada de mi Jardín Secreto para que nadie ingrese sin mi permiso: la casa se reserva el derecho de admisión al Paraíso, no insistir, porfis. No seré ni como Mariana ni mucho menos como Angie. Yo me cuidaré, no me meteré con cualquier pobre diablo. ¿El amor es ciego? Me pondré buenos lentes, entonces.
–Me alegro que pienses así, hija. Si te vas a enamorar, hazlo de un hombre que valga la pena, no dejes que algún mocoso te pinte pajaritos y luego te haga el avión como a tu pobre hermana.
Un hombre que valga la pena. Mamá no ha dicho busca un chico que valga la pena, ha dicho un hombre que valga la pena. Un hombre. No un mocoso que no sabe ni limpiarse el culo y ya está pensando en cachar. ¿Habrá leído mi diario? ¿Mariana le habrá contado algo? Últimamente se han vuelto amigas, aunque Mariana siempre la mira con recelo, ¿no le perdonará que por su culpa se haya roto la pata y haya vivido sin papá? Un hombre que valga la pena. No un mocoso. ¿Quién podrá ser ese hombre?
Le doy un beso y marcho contenta al colegio.
Ahí está el profesor Palomino. ¡Al fin ha vuelto! El corazón quiere explotar de la emoción. Ahora sí nadie nos separará, amor. A ver, un besito a mi amado. Cierro los ojos cuando sus labios rozan mis mejillas. Béseme otra vez en los labios. ¿No ve que es setiembre? Setiembre, el mes del amor. Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar, / porque tu amor volvió hacia mí (puedo soñar)…
–¿Y cómo está?
–Muy bien.
–Me alegro.
–Mira –me dice.
Reconozco mi llave. Me alegro.
–¿Vamos a seguir en la biblioteca?
–Vamos a sacar nuestras cosas.
La alegría escapa de mis manos como un suspiro, apenas me duró unos segundos, igual que ese beso que nos dimos hace casi tres meses ya. Vamos a sacar nuestras cosas, la biblioteca se terminó para nosotros. Y yo que quería estudiar para bibliotecaria.
En el camino hacia nuestro antiguo nidito saca su llavero, saca una llave y lo cambia por el de la profesora de computación.
–Esto es tuyo –me dice.
–¿Para qué lo quiero si ya no lo voy a poder utilizar? ¿Quiere que entre a robar libros?
–No. Guárdalo. Si me quieres recordar, con esa llave abrirás las puertas de nuestros recuerdos.
Qué poético: las puertas de nuestros recuerdos. Suena cursi: las puertas de nuestros recuerdos. Parece el título de una película hindú o de una canción de Los Iracundos. ¿Pero acaso el amor no es cursi? El amor es el sentimiento más estúpido que puedan sentir los seres que tragan y defecan y se limpian los dientes y el culo y se bañan después de hacerlo para librarse de los sentimientos de culpa.
–Guárdelo usted. De repente el otro año vuelve a la biblioteca.
–No, Camila, nunca volveré, te lo juro, más bien trataré de cambiarme de colegio, ya me cansé de toda esta mierda.
–Yo también –miento. Le pediría que luche, ¿pero para qué?
–Pero tú de todas maneras te tienes que ir. Te envidio.
Envidiarme. Nada más. No me dice te voy a extrañar cuando te vayas. Era tu mirada tierna la que me entregaba / la tibieza dulce de la madrugada, / no estaba seguro si era un sueño o no… Tus labios temblaban junto con los míos… Te extrañaré cuando te vayas, / te extrañaré cuando no estés, / quien va a creer lo que vivimos si ni yo lo puedo creer…
Tomar la llave, abrir la biblioteca, prenderle fuego e inmolarnos. ¿Pero para qué mierda? ¿Para que los demás se rían de nosotros?
Entramos. Probablemente es la última vez que estamos aquí. Mirar cada rincón, los estantes llenos de libros, nuestro escritorio. Ahí nos besamos una vez, hace tiempo ya. Ese tiempo no volverá. Ese día nunca más se volverá a repetir en esta vida, en nuestras vidas. Un día moriré recordando ese beso que nos dimos tres días antes de su cumpleaños. Ese beso lo llevaré como Jesús llevó su cruz al calvario. Nos dimos un beso y nadie se dio cuenta. Por ese beso pudieron habernos botado del colegio, pero nadie lo hizo. Por ese beso pudieron haberlo condenado a cadena perpetua, botado del magisterio, anulado su título de profesor, pero no lo hicieron. Nos botan por un beso que se dieron Bendezú y Portilla –¡quiénes todavía!– jugando a la botella borracha. Por eso nomás nos botan.
Guardar lo poco que es nuestro, la radio, los CDs, los casets, nuestros lapiceros.
–Escógete el libro que más quieras.
Lo miro, extrañada.
–Para que tengas otro recuerdo de tu paso por este lugar.
Otro recuerdo. ¿Para qué quiero otro recuerdo? El único recuerdo que me llevaré será el beso que nos dimos alguna vez. Solo eso me llevaré. La llave se oxidará en algún rincón de mi cajón, con las hojas del libro me limpiaré el poto con caca o haré barquitos de papel que se llevará el río hasta el mar. Ese beso que nos dimos nadie me lo quitará. Ese beso me lo llevaré a la tumba.
–¿No le dirán nada por chorearse un libro?
–Ni se darán cuenta, esas bestias ni leen. Y si se dan, es igual. Escoge el que quieras.
–El que quiero…
–Sí, el libro que más te guste.
–Cierre los ojos…
–¿Para qué? –me mira. Esos ojos siempre me han gustado. Esos labios siempre he deseado besar de nuevo.
–Para que no vea el libro que me voy a llevar. Así, si se dan cuenta, usted no sabrá nada.
–Bueno, Cami, como digas, pero apúrate que tenemos clase.
–No se preocupe que ya sé el libro que me voy a llevar. Cierre los ojos.
Cierra los ojos. Yo me pongo de puntillas, como cuando estaba en primer año, y le doy un beso. Lo amo, profesor. Lo amo desde que estaba en primer año, ¿nunca se dio cuenta? Dígame que me ama como yo lo amo. Dígame también te amo, Camilita, te amo y lucharé para quedarnos en este lugar. Nadie nos sacará de aquí.
No, no lo hace, se queda quieto como una estatua.
Escuchamos pasos y salgo huyendo de la biblioteca.

sábado, 21 de enero de 2012

Crónica de una muerte anunciada


En su noche de bodas, Bayardo San Román descubre que su flamante esposa, Ángela Vicario, ya no está pito. Humillado, la devuelve a su casa. Santiago Nasar, responde Ángela cuando sus hermanos le preguntan quién se la tiró. Para limpiar el honor mancillado de la familia, los hermanos deciden matar al atrasador.

Muchos años después del crimen, el narrador de la novela indaga tratando de averiguar por qué Ángela Vicario dijo el nombre de Santiago Nasar, por qué este se dejó matar tan fácilmente, ¿acaso no sabía que los hermanos Vicario andaban anunciándole a todo el mundo que lo matarían?

Las versiones, los testimonios, las respuestas se suceden una tras otra en esta breve pero intensa obra cuya estructura me recuerda a Historia de Mayta de Vargas Llosa. Si en este la estructura es orden, en aquel es caos, un caos que te obliga a leerla con los ojos bien abiertos para no perderte en la multitud de voces que cuentan la muerte anunciada de Santiago Nasar.

Esta novela se lee en un par de horas, la leí en la madrugada presa del insomnio que me causa el mal que me aqueja, pero su aroma, su sabor se te quedan en la boca para siempre, cosa que me sucede pocas veces.

miércoles, 18 de enero de 2012

El obsceno pájaro de la noche


Leer, releerla más bien, aunque después de más de diez años es como leerla de nuevo, esta novela de José Donoso (Chile, 1924-1996), me devasta, me aniquila, hace que sienta que lo que escribo –a pesar de mis innumerables premios- es bazofia, es nada. Y pone una valla muy alta a la hora de escoger mis lecturas porque después de leer El obsceno pájaro de la noche no te puedes dar el lujo de leer por ejemplo las novelas de Bayly o de su chica o de tanta gente que va presumiendo por allí, como pavo real, que es escritor. Escritor es este hombre, novela es esta novela, lo resto, bueno, es lo resto, la hojarasca, como diría Gabriel García Márquez. Y leer a la hojarasca sería retroceder, caer en la mediocridad. Si lees una novela y no aprendes nada, tanto como escritor y como lector, ha sido una lectura inútil.

Esta es, según mi pobre opinión, la obra maestra de José Donoso, aunque algunos dicen que es Casa de campo, puede ser. Donoso tardó como diez años en escribirla; de esta novela se desprendieron dos novelitas –Este domingo y Un lugar sin límites-. Aquí están las fobias, las pesadillas, los odios, los amores, todas esas obsesiones que persiguieron a Donoso como escritor. Leer El obsceno pájaro de la noche es descender a los infiernos, a un infierno poblado por viejas decrépitas, sucias, olvidadas, aniquiladas por el paso del tiempo que esperan el nacimiento de un niño santo que las conducirá en una carroza blanca a los cielos, ¿no es esto lo que esperan todos los viejos?, mientras la casa donde habitan se va cerrando para ser rematada, demolida. Leer esta novela es encerrarse en el infierno de la Rinconada para hacerle compañía a Boy, un monstruo, único hijo de los Azcoitía, para quien su padre, al ver que ha nacido deforme, decide crearle un mundo poblado de seres deformes como él, tanto animales, personas, objetos, para que no se sienta monstruo, pero su proyecto fracasa como fracasa la canonización de Inés de Azcoitía, como fracasa el Mudito en su pretensión de escribir una novela que no sea como las novelas que estamos acostumbrados a leer.

Narrada desde todos los puntos de vista, lección aprendida de Henry James y William Faulkner, donde la realidad y los sueños se cruzan y entrecruzan, esta novela perdurará como una estrella solitaria en el firmamento literario mientras las demás estrellas se hayan extinguido.

miércoles, 11 de enero de 2012

Un mal día

Me pinché un dedo al botar la rama de una palmera y salió un montón de sangre, me picó una alacrana embarazada y la aplasté con ganas, me raspé con la antena de la radio, me picaron varios mosquitos y tengo unas ronchas grandotas.

La encajera



Sacando la cabeza de vez en cuando para tragar aire mientras leo –releo, más bien-, esos dos inmensos mares literarios como son El obsceno pájaro de la noche, de unas 450 hojas, y García Márquez: historia de un deicidio, de unas 650 hojas, releí La encajera, una novelita de Pascal Laine, Premio Goncourt 1974. Han pasado tantos años desde que la leí por primera vez que ya había olvidado la historia, esta historia de amor entre Pomme y Aimery de Bélegné. Mientras que Pomme es una chica sencilla de provincia, algo gordita, aunque me imagino que no tanto como Vilma o Chío, hija de una camarera y de un hombre que las deja para irse sabe Dios a dónde, su galán es un estudiante que se merece un futuro brillante, según él. Después de desvirgarla y vivir un tiempo juntos, Aimery de Bélegné se separa de Pomme, separación que esta acepta sin decir nada, aceptando que es cosa del destino, porque no se imagina un futuro al lado de una chica sumisa, callada, sin un futuro claro, ignorante, casi un animalito. Es como si Vargas Llosa estuviera con la mamá de Ísmodes, una negrita quimbosa, miss teen Chincha pero poco dotada para los estudios. No, señor, Aimery de Bélegné se merece mínimo a una Marie Curie. Sola y abandonada, la pobre Pomme se siente culpable de ese fracaso amoroso y se sume en la tristeza, la depresión y cae en garras de la bulimia y la locura. Termina en un hospital en las afueras de París hasta donde llega su ex, no movido siquiera por la pena o la compasión de la mujer que amó, sino por curiosidad de ver cómo está ese objeto a quien alguna vez sintió querer. Y lo que encuentra es una caricatura de mujer: Pomme está más flaca que… se me ocurren un par de nombres pero mejor no las pongo. Encuentra a una chica, Pomme no tiene más de dieciocho años, flaca, sin poto ni tetas, con la mirada extraviada. De lo Keiko que era no queda nada, solo un estropajo peor que Fujimori. Pero eso es en apariencia nomás porque la mente de Pomme no ha sufrido mella alguna, al contrario, parece que el dolor la ha agudizado. Si Aimery de Bélegné pensó que Pomme era un animalito insensible, carente de espíritu artístico y cultural, pues se equivocó. Ponme recuerda en detalle los cuadros que vieron durante sus recorridos por los diversos museos de París, los clásicos que escuchaban, los libros que le daba para que aprendiera algo. Incluso piensa en volver con ella, pero prefiero dejar las cosas como están.
Muchos años después, cuando Aimery de Bélegné es un funcionario mediocre, algo que no previó, recuerda a la encajera, así la llamaba él, y decide escribir una novela, que es la que estamos leyendo.
La lectura me atrapó tanto desde la primera línea que me olvidé de otros asuntos, incluso me olvidé de ir a la clausura del año escolar de mi cole, pero bien valió la pena.

Camino a Irlanda, 11 enero 2012

lunes, 9 de enero de 2012

Diego

Es uno de los dos sobrinos a quienes crío como mis hijos. El otro es Nacho. Diego acaba de sacar el segundo lugar en el cuadro de méritos de su salón. El primer bimestre empató el primer lugar, el segundo bimestre bajó al tercer lugar -su tía le regaló una tele y le puso cable y se envició-, el tercer bimestre estuvo en el segundo lugar y el cuarto bimestre estuvo en el primer lugar con un promedio de diecisiete. Uy, es chancón este chico. Al final sacó el segundo lugar, bueno, estamos contentos, es el primer Gastelú en muchísimos años que vuelve a figurar en un cuadro de méritos en el colegio, creo que en más de veinte años. Espero que siga así en segundo año y el otro pueda postular al Colegio Mayor, para eso tengo que prepararlo más. Mi dolor de cabeza es Nacho, porque parece que ha vuelto a repetir el tercer año. No es que sea bruto, sino que es un flojo a quien no le gusta estudiar, pero este año yo mismo lo apretaré, sino, tendrá que conformarse con ser soldado.

domingo, 8 de enero de 2012

Historia de una cachetada

Yo soy el primero de la derecha de la tercera fila

a la Janeth Gamboa de hace 25 años

El pasado domingo 27 de noviembre, la promo Mario Vargas Llosa organizó un reencuentro por nuestras Bodas de Plata, reencuentro al que no pude asistir por motivos de salud. La víspera, a las ocho de la noche, después de regresar del Norky´s con mis sobrinos, me empezó a doler el lado izquierdo del vientre. Pensé que el pollo o el chancho o la chuleta o los anticuchos –habíamos consumido un combo familiar con todas las carnes- me habían caído mal, así que me tomé un anís y después una manzanilla, pero nada, el dolor persistía e, incluso, iba en aumento. Hasta vomité. Mierda, seguro me han envenenado, pensé, angustiado, sudando frío. A las diez, me dolía hasta el huevo izquierdo. Uy, chucha, ese dolor solo podía ser consecuencia de la presencia de cálculos en los riñones, mal que yo ya conocía. ¿Habrían reaparecido los cálculos? Pero si me había cuidado, trataba de no tomar leche, ni carnes ni frituras, bebía agua en abundancia, era abstemio, no tomaba café ni gaseosas, claro que a veces me descuidaba como en el Nork´s…
A las diez y media el dolor se hizo insoportable, empecé a aullar de dolor y a revolcarme en mi cama. Uno de mis sobrinos se dio cuenta y le avisó a su mamá y esta a mis otras hermanas. A buscar pastillas, a prepararme agüita de no sé qué… Y el dolor seguía.
-Mejor vamos al Seguro –sugirió mi hermana mayor-. No te vayas a empeorar en la madrugada.
Casi a medianoche entramos al Seguro por Emergencia.
Yo pensé que, al verme así, retorciéndome de dolor, me iban a inyectar un calmante, pero nada, primero me hicieron análisis de orina cuyos resultados iban a salir dentro de una hora u hora y media, mientras tanto, a aguantarme.
Mi hermana, preocupada, a cada rato iba a preguntar si ya estaban los resultados, hasta que le dijeron que ya.
Pasé donde el médico que me preguntó qué había comido, qué enfermedades sufría, etc. Me dio un golpecito en el riñón izquierdo.
-Tienes cálculos –me dijo-. El lunes saca cita en el Seguro.
Casi a las dos de la mañana estuvimos de regreso. Me habré dormido a las tres pensando en que de nuevo me iban a tener que operar, que estaría quince días en el hospital, recordando cuando se me abrió el dren y me salió sangre como de un caño, recordando las visitas que me hacían mis padres al hospital, los cuidados de mi madre. ¿Ahora quién velaría por mí si mis viejos habían muerto?
Al día siguiente desperté como a las nueve de la mañana. Menos mal que ya no tenía los dolores, pero estaba con sueño. El reencuentro empezaba a las once de la mañana con una misa por los compañeros fallecidos –hablando de muertos, el domingo pasado encontré en el face a Freddy, y está más vivo que nosotros. Cuando hicimos el primer reencuentro, hace seis años, alguien nos dio la ingrata noticia de que había fallecido-. Dormiré un poco más e iré a las doce, pensé, bien puedo obviar la misa que católico no soy. Cuando desperté, era la una, y seguía con sueño. Iré a las tres, me dije, voy a dormir un poco más, no voy a ir para estar cabeceando de sueño, ¿no? Cuando volví a despertar, eran las cinco y, aunque el sueño ya se me había pasado, tenía flojera de ducharme, de arreglarme la barba. Además, esa gente chupa que da miedo, pensé, me echo un par de copas y seguro que los dolores reaparecen, o me intoxico, porque estaba tomando pastillas. Total, yo no soy imprescindible, pensé, metiéndome de nuevo a mi camita, bien pueden hacer el reencuentro sin mí.

El lunes 28, mi buen amigo Coqui, somos de la misma promo y hace casi cinco años trabajamos en el mismo colegio, me dijo adivina quién fue al reencuentro y se acordó de ti.
Paola, pensé, el amor de mi vida, mi amor secreto, la mujer por la que empecé a escribir.
-Ni idea –le dije-. ¿Quién?
-Janeth Gamboa –me soltó de sopetón.
-¿Janeth Gamboa? –me quedé cojudo.
-Sí, Janeth Gamboa, el amor de tu vida. Mira, aquí están las pruebas –sacó su cámara fotográfica-. Adivina cuál de las chicas es.
-¿Y quién la invitó si esa huevona no es de nuestra promo? –pregunté, mientras miraba las fotos que mi amigo tenía en su cámara digital: allí estaban Pilar, Isa, Lupita, Marlene, Marilú, Maritza, Ruth, etc., todas conservando sus rasgos juveniles aunque acentuados por la edad.
-Isa, son amigas.
-Ah, ya.
-Janeth te manda saludos, y disculpas…
-¿Disculpas?
-Sí. Me preguntó si tú me habías contado la historia que hubo entre ustedes y yo le dije que sí y ella me dijo que sentía lo que había pasado, que quería hablar contigo para pedirte disculpas.
-Bueno, ¿y quién es Janeth? –pregunté, después de ver varias fotos y no reconocerla entre las tías.
-Esta –dijo, señalando a una cachetona de blusa azul eléctrico y pantalón negro.
-¿Está gorda?
-Sí.
-Putamadre, está como Vilma.
-Tampoco exageres, está casi como Chío, pero sigue bonita, ¿no?
Asentí, mientras recordaba la figura estilizada de Janeth Gamboa cuando tenía quince años, su culito redondo y sus tetitas en punta que me tenían loco. Ahora estaba hecha una vaca y no se parecía nada a esa chiquilla de la que estuve enamorado.
-Está soltera y sin hijos.
-Como para caerla.
-Claro, aprovecha. Acá tienes su número, me dijo que la llames, a ver si salen para fin de año.
-Vamos a estar como los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera.
-Quizá. El verdadero amor no sabe de distancias ni de años.
Esa tarde, mientras hacía clase, recordé por primera vez a Janeth en veinticinco años. Miento, en veinticuatro, porque todavía la recordé un año después de dejar las aulas. Hacía un par de años había escrito Cadena perpetua, una novela mitad ficción mitad autobiográfica en la cual no menciono para nada a Janeth, y eso que me acordé hasta de hechos que había vivido en la primaria, como si ella nunca hubiese existido.
En 1986 yo estaba en quinto año y Janeth en tercero. Su salón ocupaba el salón que el año anterior había sido mi salón, el 4°A, donde me había enamorado de Paola y había sido feliz, tan feliz que, cuando Paola se marchó, le escribí un poema como despedida que me gustó tanto que he seguido escribiéndolo hasta ahora.
Siempre pasaba frente a mi antiguo salón para darle una ojeada y recordar tan bellos momentos hasta que un día vi sentada en el lugar donde estuvo mi carpeta a una chica bonita de alborotado cabello quemado por el agua oxigenada y figura de avispa de la cual me enamoré instantáneamente, si es que existen los flechazos a primera vista. ¿Cómo conquistar a una desconocida? ¿Qué hacer para que se fije en mí?
No recuerdo quién me dijo su nombre, supongo que soborné al auxiliar o a algún profesor. Se llamaba Janeth Gamboa –su otro apellido nunca lo supe-.
Un día, hice una estupidez (siempre las hago cuando escribo): llegué temprano al cole, fui al salón de Janeth y, con la tiza que le había robado a un profe el día anterior, escribí en la pizarra un enorme “Janeth, te amo”. Para que vean que soy estúpido (y lo sigo siendo), lo firmé con mi nombre y apellidos completos y mi año y sección.
En el recreo, estaba yo conversando con mis amig@s cuando vi venir a Janeth. Estaba que echaba chispas por los ojos. Uy, chucha, ya me jodí, pensé, o pienso que pensé.
-¿Tú eres Harol Gastelú Palomino? –me preguntó Janeth, con las manos crispadas como una fierecilla y la rabia en el rostro.
-No –dije, pero las risas de mis amig@s me delataron.
-Déjate de escribir estupideces –me advirtió-. O te vas a meter en problemas con mi enamorado.
Me quedé mudo, mientras Janeth daba la media vuelta y se iba y mis amig@s se reían de mi desgracia.
En la primavera de ese año Janeth fue elegida la reina del colegio y yo salí a declamar mi poema Siempre serás mi primavera, que lo escribí pensando en ella; aunque no se lo dije, supongo que lo intuyó cuando dije este poema está inspirado y dedicado a la reina de la primavera. Me regaló una sola mirada, una mirada despectiva como la de una condesa cuando mira a su jardinero, o el de una musa cuando mira a un poetilla de esos que abundan en todas partes. Algún día te morirás de amor por mí, pensé, como todo muchachito que se siente despreciado por la mujer amada.
Pasaron los meses y diciembre casi concluía cuando, un día en que nos tomábamos las fotos del recuerdo, Janeth cruzó frente al lente de la cámara y, clic, le tomé una fotito. Vi que sonrió. También sonreí, pero fue una sonrisa efímera porque al día siguiente Janeth me buscó de nuevo.
-Me tienes que dar la foto que me has tomado sin mi permiso –me dijo-. O te meterás en problemas con mi enamorado.
-En la clausura te lo entrego –le dije, pensando que su enamorado me iba a sacar la mierda por chistoso.
-Con todo y negativo.
-Ya, no te preocupes.
Ese año la clausura fue en la noche porque iban a inaugurar las luces del cole, luces que los de la promo ya no íbamos a disfrutar.
Fui con mis padres rogando, con el dolor de mi corazón, porque seguía enamorado de ella, que Janeth no estuviera porque no había salido su foto, no sé si por culpa del sol o porque era un mal fotógrafo.
Piña para mí, Janeth estaba allí. Estaba más linda que nunca. Se me acercó, saludó a mis padres, qué osadía, ¿no?, y me susurró al oído si había traído su foto.
-Lo va a traer Freddy –le mentí, sabiendo que Freddy no iba a venir-. Él se llevó el rollo para revelarlo.
-¿A qué hora va a venir? –preguntó, mirando su reloj.
-A las seis y media.
-Ojalá, porque si no se lo voy a decir a tus padres.
Estaba arrepentido de haber ido a la clausura, de haberle tomado esa foto, de haberme enamorado de ella, pero, a la vez, pensaba que era la última vez que la iba a ver en mi vida.
Llegó las seis y media y, por supuesto, Freddy no se apareció. Vi que Janeth se iba. La seguí hasta llegar a la pista.
-Janeth…
-¿Mi foto?
-Estoy enamorado de ti –le dije, pensando que nada perdía, a esas alturas del año, si se lo decía-. ¿No quieres ser mi chica?
Janeth me miró con sus ojos llenos de furia, y soltó una carcajada.
-¿Yo contigo? ¡Ni muerta! ¿Sabes qué, huevón?: me das asco.
Le agarré de los hombros y la intenté besar y Janeth reaccionó metiéndome una cachetada y quitándome los lentes.
-Si no me entregas mi foto, no te devuelvo tus anteojos.
Había empezado a llover.
Yo estaba mudo, sintiendo que mi boca se llenaba de una sustancia espesa y con sabor metálico.
Apareció un micro, Janeth subió y se fue llevándose mis lentes.
Escupí una bocanada de sangre que se mezcló con el agua de lluvia que corría por la pista. Escuchaba que desde el colegio me llamaban por los altoparlantes para declamar mi poema La despedida. No fui. Le diría a mi mamá que unos chicos me habían pegado rompiéndome la boca y llevándose mis lentes…
Nunca más volví a ver a Janeth. Un par de meses después, fui reclutado por el Ejército y enviado a la Zona de Emergencia a combatir a la guerrilla. Pero siempre pensaba en ella –periodo de duelo se le llama-, anhelando el regreso a la capital con las intenciones de buscarla para decirle que aún la amaba hasta que, un año exacto después de la cachetada, el 22 de diciembre de 1987, la patrulla que integraba fue emboscada por los terrucos en las alturas de Huanta. Después de un feroz intercambio de fuego graneado por más de cuatro horas, fuimos derrotados. Algunos de mis compañeros estaban muertos, los otros heridos, como yo. Los terrucos repasaron a los caídos.
-Este perro yanauma está medio vivo –decían, y ¡pum!, le metían un tiro en la nuca para rematarlo.
-Hay que meterles un tiro a todos, vivos o muertos, por si acaso, estos pendejos saben hacerse los muertos –ordenó el mando de los terrucos.
Chucha, ya me jodí, pensé, de cara al suelo, conteniendo la respiración para que creyeran que también estaba muerto, de esta no salgo vivo. Me puse a rezarle al Dios a quien mi padre me había enseñado a amar desde niño: si salgo vivo, te prometo que me olvidaré de Janeth, le dije, mientras sentía en la sien izquierda el cañón aún caliente de un fusil.
Cuando sentí que mi verdugo, era una mujer, jalaba el gatillo, moví un milímetro la cabeza. La bala pasó rozándome la mejilla, abriendo un surco en mi cara.
-Ahora este perro también está bien muerto –dijo la terruca. Había oscurecido y no se dieron cuenta que yo todavía respiraba-. Vámonos, camaradas.
Arrastrándome y desangrándome como sea llegué a mi base y de allí fui trasladado a la capital. Estuve tres meses en el Hospital Militar y después fui dado de baja por haber perdido una pierna por culpa de la gangrena.
Pero había salido vivo. Tenía que cumplir mi promesa: me olvidé de Janeth para siempre hasta el lunes 28 de noviembre en que mi buen amigo Coqui me dijo adivina quién estuvo en el reencuentro. Se llamará Janeth Gamboa, pero no creo que sea la Janeth Gamboa que amé hace veinticinco años. Esta es gordita y amable, como todas las gordas, por lo que veo, aunque hay excepciones, claro, y la otra sigue siendo una fierecilla en mis recuerdos, y quiero que ahí se quede para siempre.
Conversando con un amigo psicoanalista le conté esta historia media rara en que uno se olvida de un pasaje de su vida y la otra lo recuerda un cuarto de siglo después con la misma contundencia de una cachetada.
-Subjetivamente, son sentimientos de culpa que siente la persona que ha sido verdugo al creer que le ha infligido un gran daño a su víctima y, para expiarlo, te manda disculpas. Aunque también hay una segunda interpretación: como ella se ha quedado sola, y probablemente le fue mal en los amores que tuvo, recuerda esos años, sobre todo ese amor que le tuviste y le demostraste, aunque no en la forma correcta, como una estadía en el Paraíso, Paraíso que siente que ha perdido para siempre.
-Ah, ya –le dije a mi amigo, aunque no entendí ni michi, así que dejemos aquí esta historia porque ha empezado a llover y es hora de cenar.
Al ir a cerrar la ventana para que la lluvia no se cuele, veo en la calle a una pareja de chiquillos discutiendo. Ella le reclama no sé qué y él intenta besarla y ella le mete una cachetada y se va y él se queda viendo cómo la figura de la chica que ama se va empequeñeciendo y difuminando con la lluvia.
Voltea como si sintiera que lo observo.
Yo le sonrió y cierro las cortinas. Tengo ganas de salir para decirle no te preocupes que dentro de veinticinco años te pedirá disculpas, así que paciencia y buena cara al mal tiempo, pero no lo hago, no vaya a pensar que estoy loco.

martes, 3 de enero de 2012

Un beso de invierno

El de pelo largo soy yo.





En mayo, o junio de 1992, no recuerdo el mes exacto, de 1992, hace casi veinte años ya, tuve la oportunidad de conocer Marcahuasi, una montaña habitada por diversas figuras de piedra que, según unos, fueron esculpidas por la naturaleza y, según otros, es obra de los extraterrestres. Fui invitado por mi amigo Jorge Chinchay, compañero de promoción de mi hermano. Este, por motivos que serían materia de un análisis más amplio, se vio obligado a dejar la universidad. Partimos del parque Echenique de Chosica. No recuerdo cuántas horas duró el trayecto hasta San Pedro de Casta, el pueblo situado al pie de la montaña donde está Marcahuasi. Lo que sí recuerdo son los abismos infinitos a un lado de la carretera y el hilo de agua al fondo de ellas y los gritos de pánico de las chicas, y míos también. Soy un maricón: siempre le he tenido terror, pánico, miedo a las alturas, a los abismos, miedo que hasta ahora no supero pese a que años después crucé otros precipicios. Y también recuerdo el frío polar de esas dos noches que pasamos, una en el pueblo y otra en la montaña, frío que te penetraba hasta los tuétanos. Al día siguiente, después de un plato caliente de sopa, empezamos la ascensión. Alquilamos un burro para llevar las cosas. Tampoco recuerdo si el ascenso duró ocho horas, como en la novela, o la mitad. Lo que sí recuerdo es que algunas chicas, entre ellas Giovanna, se vieron afectadas por el soroche. Hasta que al fin llegamos a la cima. Ocupamos la cabaña que perteneció a Daniel Ruzo, un hombre que dedicó buena parte de su vida a estudiar Marcahuasi. Esa tarde y la mañana siguiente, antes de descender, nos dedicamos a recorrer la meseta, a admirar las enormes figuras pétreas, a tomarnos fotos que aún hoy conservo. En la noche, antes de dormir, nos dedicamos a mirar el cielo, un cielo poblado por millones de estrellas al alcance de las manos. No he vuelto a contemplar un cielo así, ni tampoco he tenido la oportunidad de volver a Marcahuasi.
Pero al leer Un beso de invierno, de José de Piérola, he vuelto a recorrer con la imaginación el caminito que lleva hacia Marcahuasi, me he vuelto a bañar en el ojo de agua helada que hay a mitad de trayecto, he vuelto a la cabaña de piedra que levantó Daniel Ruzo, he vuelto a recorrer la explanada, llamado también anfiteatro, he vuelto a extasiarme con la visión de esas gigantescas esculturas de granito, he vuelto a sentir el vértigo que experimenté hace casi veinte años cuando me acerqué a tientas al filo del abismo interminable que hay al final de la explanada.
Esta novela es, junto a un puñado de libros de mi biblioteca –como Pudor, El baile de la Victoria, Cien cepilladas antes de dormir, Soy un escritor frustrado, Quién mató a Palomino Molero, El viento de la Luna, En ausencia de Blanca, Plenilunio, y un par más- un libro al que siempre vuelvo, el que tengo que leer de todas maneras dos o tres veces al año, y no es que me falten libros, al contrario, me sobran, tengo libros que esperan hace un montón de años su turno para ser leídos, por el puro placer de leer, porque la magia, el encanto de esa primera lectura permanece inalterable, o incluso ha aumentado como el buen vino, y no es porque tenga alguna estructura novedosa, como las de Vargas Llosa, o una temática extravagante. Nada de eso.
La historia es sencilla: un grupo de amigos y amigas deciden ir de excursión a Marcahuasi un fin de semana. A la mañana siguiente, uno de ellos, Catulo, amanece con un tiro en la nuca. Mientras cuatro descienden con el muerto, María y el narrador –de quien no se menciona el nombre- se quedan en la montaña cuidando las cosas hasta que venga el arriero.
Todo marcha bien hasta que María encuentra una bala en su taza de café. El narrador, miedoso como yo, decide descender al pueblo, hasta que una bala, caída a un paso de él, le hace desistir de su propósito.
El asesino, de quien tampoco conoceremos su nombre, es un soldado que ha perdido la razón durante la guerra interna que asoló nuestro país y vive refugiado en la montaña creyendo que en cualquier momento los vanguardistas, léase senderistas, vendrán por él. Y eso es lo que ha pensado cuando vio venir al narrador y sus amigos. Y por eso ha decidido exterminarlos.
Captura a María y al narrador con relativa facilidad y los lleva a su cueva. Cuando está a punto de tirarse a María, esta le da un cabezazo y logra ponerlo momentáneamente fuera de combate, lo cual aprovecha el narrador para darle su merecido. Pero el asesino es un hueso duro de roer y, cuando reacciona, María lo mata de dos tiros de fusil.
En los capítulos pares de la novela el narrador nos cuenta la vida de Catulo, y la suya también. Catulo estuvo a punto de ser sacerdote, dejó el seminario cuando su amigo Domingo lo involucró en unos asuntos nada espirituales. Por su parte, el narrador ha estudiado educación, se supone que en La Cantuta, al igual que yo, aunque no menciona nuestra universidad por su nombre pero es fácil adivinarlo porque es testigo de la noche aciaga en que desaparecieron los nueve alumnos y el profesor, y también da cuenta de la muerte de María Elena Moyano, aunque tampoco la menciona por su nombre.
Con esta novela José de Piérola obtuvo el Premio del Banco Central de Reserva del Perú en el 2000, iniciando una fulgurante carrera literaria.
Sé que hace unos años José de Piérola revisó esta novela, la corrigió e incluso le cambió el nombre y le aumentó las páginas. No he leído esta nueva versión, quizá algún día lo haga, mientras tanto, volveré a ella todas las veces que quiera leer una novela perfecta, todas las veces que quiera disfrutar de un buen libro y, al hacerlo, volveré a sentir ese pavor, ese terror, ese miedo que sentí cuando me asomé a tientas al abismo que hay al final del anfiteatro.

Enero del 2012, Ayacucho