a la Janeth Gamboa de hace 25 años
El pasado domingo 27 de noviembre, la promo Mario Vargas Llosa organizó un reencuentro por nuestras Bodas de Plata, reencuentro al que no pude asistir por motivos de salud. La víspera, a las ocho de la noche, después de regresar del Norky´s con mis sobrinos, me empezó a doler el lado izquierdo del vientre. Pensé que el pollo o el chancho o la chuleta o los anticuchos –habíamos consumido un combo familiar con todas las carnes- me habían caído mal, así que me tomé un anís y después una manzanilla, pero nada, el dolor persistía e, incluso, iba en aumento. Hasta vomité. Mierda, seguro me han envenenado, pensé, angustiado, sudando frío. A las diez, me dolía hasta el huevo izquierdo. Uy, chucha, ese dolor solo podía ser consecuencia de la presencia de cálculos en los riñones, mal que yo ya conocía. ¿Habrían reaparecido los cálculos? Pero si me había cuidado, trataba de no tomar leche, ni carnes ni frituras, bebía agua en abundancia, era abstemio, no tomaba café ni gaseosas, claro que a veces me descuidaba como en el Nork´s…
A las diez y media el dolor se hizo insoportable, empecé a aullar de dolor y a revolcarme en mi cama. Uno de mis sobrinos se dio cuenta y le avisó a su mamá y esta a mis otras hermanas. A buscar pastillas, a prepararme agüita de no sé qué… Y el dolor seguía.
-Mejor vamos al Seguro –sugirió mi hermana mayor-. No te vayas a empeorar en la madrugada.
Casi a medianoche entramos al Seguro por Emergencia.
Yo pensé que, al verme así, retorciéndome de dolor, me iban a inyectar un calmante, pero nada, primero me hicieron análisis de orina cuyos resultados iban a salir dentro de una hora u hora y media, mientras tanto, a aguantarme.
Mi hermana, preocupada, a cada rato iba a preguntar si ya estaban los resultados, hasta que le dijeron que ya.
Pasé donde el médico que me preguntó qué había comido, qué enfermedades sufría, etc. Me dio un golpecito en el riñón izquierdo.
-Tienes cálculos –me dijo-. El lunes saca cita en el Seguro.
Casi a las dos de la mañana estuvimos de regreso. Me habré dormido a las tres pensando en que de nuevo me iban a tener que operar, que estaría quince días en el hospital, recordando cuando se me abrió el dren y me salió sangre como de un caño, recordando las visitas que me hacían mis padres al hospital, los cuidados de mi madre. ¿Ahora quién velaría por mí si mis viejos habían muerto?
Al día siguiente desperté como a las nueve de la mañana. Menos mal que ya no tenía los dolores, pero estaba con sueño. El reencuentro empezaba a las once de la mañana con una misa por los compañeros fallecidos –hablando de muertos, el domingo pasado encontré en el face a Freddy, y está más vivo que nosotros. Cuando hicimos el primer reencuentro, hace seis años, alguien nos dio la ingrata noticia de que había fallecido-. Dormiré un poco más e iré a las doce, pensé, bien puedo obviar la misa que católico no soy. Cuando desperté, era la una, y seguía con sueño. Iré a las tres, me dije, voy a dormir un poco más, no voy a ir para estar cabeceando de sueño, ¿no? Cuando volví a despertar, eran las cinco y, aunque el sueño ya se me había pasado, tenía flojera de ducharme, de arreglarme la barba. Además, esa gente chupa que da miedo, pensé, me echo un par de copas y seguro que los dolores reaparecen, o me intoxico, porque estaba tomando pastillas. Total, yo no soy imprescindible, pensé, metiéndome de nuevo a mi camita, bien pueden hacer el reencuentro sin mí.
El lunes 28, mi buen amigo Coqui, somos de la misma promo y hace casi cinco años trabajamos en el mismo colegio, me dijo adivina quién fue al reencuentro y se acordó de ti.
Paola, pensé, el amor de mi vida, mi amor secreto, la mujer por la que empecé a escribir.
-Ni idea –le dije-. ¿Quién?
-Janeth Gamboa –me soltó de sopetón.
-¿Janeth Gamboa? –me quedé cojudo.
-Sí, Janeth Gamboa, el amor de tu vida. Mira, aquí están las pruebas –sacó su cámara fotográfica-. Adivina cuál de las chicas es.
-¿Y quién la invitó si esa huevona no es de nuestra promo? –pregunté, mientras miraba las fotos que mi amigo tenía en su cámara digital: allí estaban Pilar, Isa, Lupita, Marlene, Marilú, Maritza, Ruth, etc., todas conservando sus rasgos juveniles aunque acentuados por la edad.
-Isa, son amigas.
-Ah, ya.
-Janeth te manda saludos, y disculpas…
-¿Disculpas?
-Sí. Me preguntó si tú me habías contado la historia que hubo entre ustedes y yo le dije que sí y ella me dijo que sentía lo que había pasado, que quería hablar contigo para pedirte disculpas.
-Bueno, ¿y quién es Janeth? –pregunté, después de ver varias fotos y no reconocerla entre las tías.
-Esta –dijo, señalando a una cachetona de blusa azul eléctrico y pantalón negro.
-¿Está gorda?
-Sí.
-Putamadre, está como Vilma.
-Tampoco exageres, está casi como Chío, pero sigue bonita, ¿no?
Asentí, mientras recordaba la figura estilizada de Janeth Gamboa cuando tenía quince años, su culito redondo y sus tetitas en punta que me tenían loco. Ahora estaba hecha una vaca y no se parecía nada a esa chiquilla de la que estuve enamorado.
-Está soltera y sin hijos.
-Como para caerla.
-Claro, aprovecha. Acá tienes su número, me dijo que la llames, a ver si salen para fin de año.
-Vamos a estar como los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera.
-Quizá. El verdadero amor no sabe de distancias ni de años.
Esa tarde, mientras hacía clase, recordé por primera vez a Janeth en veinticinco años. Miento, en veinticuatro, porque todavía la recordé un año después de dejar las aulas. Hacía un par de años había escrito Cadena perpetua, una novela mitad ficción mitad autobiográfica en la cual no menciono para nada a Janeth, y eso que me acordé hasta de hechos que había vivido en la primaria, como si ella nunca hubiese existido.
En 1986 yo estaba en quinto año y Janeth en tercero. Su salón ocupaba el salón que el año anterior había sido mi salón, el 4°A, donde me había enamorado de Paola y había sido feliz, tan feliz que, cuando Paola se marchó, le escribí un poema como despedida que me gustó tanto que he seguido escribiéndolo hasta ahora.
Siempre pasaba frente a mi antiguo salón para darle una ojeada y recordar tan bellos momentos hasta que un día vi sentada en el lugar donde estuvo mi carpeta a una chica bonita de alborotado cabello quemado por el agua oxigenada y figura de avispa de la cual me enamoré instantáneamente, si es que existen los flechazos a primera vista. ¿Cómo conquistar a una desconocida? ¿Qué hacer para que se fije en mí?
No recuerdo quién me dijo su nombre, supongo que soborné al auxiliar o a algún profesor. Se llamaba Janeth Gamboa –su otro apellido nunca lo supe-.
Un día, hice una estupidez (siempre las hago cuando escribo): llegué temprano al cole, fui al salón de Janeth y, con la tiza que le había robado a un profe el día anterior, escribí en la pizarra un enorme “Janeth, te amo”. Para que vean que soy estúpido (y lo sigo siendo), lo firmé con mi nombre y apellidos completos y mi año y sección.
En el recreo, estaba yo conversando con mis amig@s cuando vi venir a Janeth. Estaba que echaba chispas por los ojos. Uy, chucha, ya me jodí, pensé, o pienso que pensé.
-¿Tú eres Harol Gastelú Palomino? –me preguntó Janeth, con las manos crispadas como una fierecilla y la rabia en el rostro.
-No –dije, pero las risas de mis amig@s me delataron.
-Déjate de escribir estupideces –me advirtió-. O te vas a meter en problemas con mi enamorado.
Me quedé mudo, mientras Janeth daba la media vuelta y se iba y mis amig@s se reían de mi desgracia.
En la primavera de ese año Janeth fue elegida la reina del colegio y yo salí a declamar mi poema Siempre serás mi primavera, que lo escribí pensando en ella; aunque no se lo dije, supongo que lo intuyó cuando dije este poema está inspirado y dedicado a la reina de la primavera. Me regaló una sola mirada, una mirada despectiva como la de una condesa cuando mira a su jardinero, o el de una musa cuando mira a un poetilla de esos que abundan en todas partes. Algún día te morirás de amor por mí, pensé, como todo muchachito que se siente despreciado por la mujer amada.
Pasaron los meses y diciembre casi concluía cuando, un día en que nos tomábamos las fotos del recuerdo, Janeth cruzó frente al lente de la cámara y, clic, le tomé una fotito. Vi que sonrió. También sonreí, pero fue una sonrisa efímera porque al día siguiente Janeth me buscó de nuevo.
-Me tienes que dar la foto que me has tomado sin mi permiso –me dijo-. O te meterás en problemas con mi enamorado.
-En la clausura te lo entrego –le dije, pensando que su enamorado me iba a sacar la mierda por chistoso.
-Con todo y negativo.
-Ya, no te preocupes.
Ese año la clausura fue en la noche porque iban a inaugurar las luces del cole, luces que los de la promo ya no íbamos a disfrutar.
Fui con mis padres rogando, con el dolor de mi corazón, porque seguía enamorado de ella, que Janeth no estuviera porque no había salido su foto, no sé si por culpa del sol o porque era un mal fotógrafo.
Piña para mí, Janeth estaba allí. Estaba más linda que nunca. Se me acercó, saludó a mis padres, qué osadía, ¿no?, y me susurró al oído si había traído su foto.
-Lo va a traer Freddy –le mentí, sabiendo que Freddy no iba a venir-. Él se llevó el rollo para revelarlo.
-¿A qué hora va a venir? –preguntó, mirando su reloj.
-A las seis y media.
-Ojalá, porque si no se lo voy a decir a tus padres.
Estaba arrepentido de haber ido a la clausura, de haberle tomado esa foto, de haberme enamorado de ella, pero, a la vez, pensaba que era la última vez que la iba a ver en mi vida.
Llegó las seis y media y, por supuesto, Freddy no se apareció. Vi que Janeth se iba. La seguí hasta llegar a la pista.
-Janeth…
-¿Mi foto?
-Estoy enamorado de ti –le dije, pensando que nada perdía, a esas alturas del año, si se lo decía-. ¿No quieres ser mi chica?
Janeth me miró con sus ojos llenos de furia, y soltó una carcajada.
-¿Yo contigo? ¡Ni muerta! ¿Sabes qué, huevón?: me das asco.
Le agarré de los hombros y la intenté besar y Janeth reaccionó metiéndome una cachetada y quitándome los lentes.
-Si no me entregas mi foto, no te devuelvo tus anteojos.
Había empezado a llover.
Yo estaba mudo, sintiendo que mi boca se llenaba de una sustancia espesa y con sabor metálico.
Apareció un micro, Janeth subió y se fue llevándose mis lentes.
Escupí una bocanada de sangre que se mezcló con el agua de lluvia que corría por la pista. Escuchaba que desde el colegio me llamaban por los altoparlantes para declamar mi poema La despedida. No fui. Le diría a mi mamá que unos chicos me habían pegado rompiéndome la boca y llevándose mis lentes…
Nunca más volví a ver a Janeth. Un par de meses después, fui reclutado por el Ejército y enviado a la Zona de Emergencia a combatir a la guerrilla. Pero siempre pensaba en ella –periodo de duelo se le llama-, anhelando el regreso a la capital con las intenciones de buscarla para decirle que aún la amaba hasta que, un año exacto después de la cachetada, el 22 de diciembre de 1987, la patrulla que integraba fue emboscada por los terrucos en las alturas de Huanta. Después de un feroz intercambio de fuego graneado por más de cuatro horas, fuimos derrotados. Algunos de mis compañeros estaban muertos, los otros heridos, como yo. Los terrucos repasaron a los caídos.
-Este perro yanauma está medio vivo –decían, y ¡pum!, le metían un tiro en la nuca para rematarlo.
-Hay que meterles un tiro a todos, vivos o muertos, por si acaso, estos pendejos saben hacerse los muertos –ordenó el mando de los terrucos.
Chucha, ya me jodí, pensé, de cara al suelo, conteniendo la respiración para que creyeran que también estaba muerto, de esta no salgo vivo. Me puse a rezarle al Dios a quien mi padre me había enseñado a amar desde niño: si salgo vivo, te prometo que me olvidaré de Janeth, le dije, mientras sentía en la sien izquierda el cañón aún caliente de un fusil.
Cuando sentí que mi verdugo, era una mujer, jalaba el gatillo, moví un milímetro la cabeza. La bala pasó rozándome la mejilla, abriendo un surco en mi cara.
-Ahora este perro también está bien muerto –dijo la terruca. Había oscurecido y no se dieron cuenta que yo todavía respiraba-. Vámonos, camaradas.
Arrastrándome y desangrándome como sea llegué a mi base y de allí fui trasladado a la capital. Estuve tres meses en el Hospital Militar y después fui dado de baja por haber perdido una pierna por culpa de la gangrena.
Pero había salido vivo. Tenía que cumplir mi promesa: me olvidé de Janeth para siempre hasta el lunes 28 de noviembre en que mi buen amigo Coqui me dijo adivina quién estuvo en el reencuentro. Se llamará Janeth Gamboa, pero no creo que sea la Janeth Gamboa que amé hace veinticinco años. Esta es gordita y amable, como todas las gordas, por lo que veo, aunque hay excepciones, claro, y la otra sigue siendo una fierecilla en mis recuerdos, y quiero que ahí se quede para siempre.
Conversando con un amigo psicoanalista le conté esta historia media rara en que uno se olvida de un pasaje de su vida y la otra lo recuerda un cuarto de siglo después con la misma contundencia de una cachetada.
-Subjetivamente, son sentimientos de culpa que siente la persona que ha sido verdugo al creer que le ha infligido un gran daño a su víctima y, para expiarlo, te manda disculpas. Aunque también hay una segunda interpretación: como ella se ha quedado sola, y probablemente le fue mal en los amores que tuvo, recuerda esos años, sobre todo ese amor que le tuviste y le demostraste, aunque no en la forma correcta, como una estadía en el Paraíso, Paraíso que siente que ha perdido para siempre.
-Ah, ya –le dije a mi amigo, aunque no entendí ni michi, así que dejemos aquí esta historia porque ha empezado a llover y es hora de cenar.
Al ir a cerrar la ventana para que la lluvia no se cuele, veo en la calle a una pareja de chiquillos discutiendo. Ella le reclama no sé qué y él intenta besarla y ella le mete una cachetada y se va y él se queda viendo cómo la figura de la chica que ama se va empequeñeciendo y difuminando con la lluvia.
Voltea como si sintiera que lo observo.
Yo le sonrió y cierro las cortinas. Tengo ganas de salir para decirle no te preocupes que dentro de veinticinco años te pedirá disculpas, así que paciencia y buena cara al mal tiempo, pero no lo hago, no vaya a pensar que estoy loco.
El pasado domingo 27 de noviembre, la promo Mario Vargas Llosa organizó un reencuentro por nuestras Bodas de Plata, reencuentro al que no pude asistir por motivos de salud. La víspera, a las ocho de la noche, después de regresar del Norky´s con mis sobrinos, me empezó a doler el lado izquierdo del vientre. Pensé que el pollo o el chancho o la chuleta o los anticuchos –habíamos consumido un combo familiar con todas las carnes- me habían caído mal, así que me tomé un anís y después una manzanilla, pero nada, el dolor persistía e, incluso, iba en aumento. Hasta vomité. Mierda, seguro me han envenenado, pensé, angustiado, sudando frío. A las diez, me dolía hasta el huevo izquierdo. Uy, chucha, ese dolor solo podía ser consecuencia de la presencia de cálculos en los riñones, mal que yo ya conocía. ¿Habrían reaparecido los cálculos? Pero si me había cuidado, trataba de no tomar leche, ni carnes ni frituras, bebía agua en abundancia, era abstemio, no tomaba café ni gaseosas, claro que a veces me descuidaba como en el Nork´s…
A las diez y media el dolor se hizo insoportable, empecé a aullar de dolor y a revolcarme en mi cama. Uno de mis sobrinos se dio cuenta y le avisó a su mamá y esta a mis otras hermanas. A buscar pastillas, a prepararme agüita de no sé qué… Y el dolor seguía.
-Mejor vamos al Seguro –sugirió mi hermana mayor-. No te vayas a empeorar en la madrugada.
Casi a medianoche entramos al Seguro por Emergencia.
Yo pensé que, al verme así, retorciéndome de dolor, me iban a inyectar un calmante, pero nada, primero me hicieron análisis de orina cuyos resultados iban a salir dentro de una hora u hora y media, mientras tanto, a aguantarme.
Mi hermana, preocupada, a cada rato iba a preguntar si ya estaban los resultados, hasta que le dijeron que ya.
Pasé donde el médico que me preguntó qué había comido, qué enfermedades sufría, etc. Me dio un golpecito en el riñón izquierdo.
-Tienes cálculos –me dijo-. El lunes saca cita en el Seguro.
Casi a las dos de la mañana estuvimos de regreso. Me habré dormido a las tres pensando en que de nuevo me iban a tener que operar, que estaría quince días en el hospital, recordando cuando se me abrió el dren y me salió sangre como de un caño, recordando las visitas que me hacían mis padres al hospital, los cuidados de mi madre. ¿Ahora quién velaría por mí si mis viejos habían muerto?
Al día siguiente desperté como a las nueve de la mañana. Menos mal que ya no tenía los dolores, pero estaba con sueño. El reencuentro empezaba a las once de la mañana con una misa por los compañeros fallecidos –hablando de muertos, el domingo pasado encontré en el face a Freddy, y está más vivo que nosotros. Cuando hicimos el primer reencuentro, hace seis años, alguien nos dio la ingrata noticia de que había fallecido-. Dormiré un poco más e iré a las doce, pensé, bien puedo obviar la misa que católico no soy. Cuando desperté, era la una, y seguía con sueño. Iré a las tres, me dije, voy a dormir un poco más, no voy a ir para estar cabeceando de sueño, ¿no? Cuando volví a despertar, eran las cinco y, aunque el sueño ya se me había pasado, tenía flojera de ducharme, de arreglarme la barba. Además, esa gente chupa que da miedo, pensé, me echo un par de copas y seguro que los dolores reaparecen, o me intoxico, porque estaba tomando pastillas. Total, yo no soy imprescindible, pensé, metiéndome de nuevo a mi camita, bien pueden hacer el reencuentro sin mí.
El lunes 28, mi buen amigo Coqui, somos de la misma promo y hace casi cinco años trabajamos en el mismo colegio, me dijo adivina quién fue al reencuentro y se acordó de ti.
Paola, pensé, el amor de mi vida, mi amor secreto, la mujer por la que empecé a escribir.
-Ni idea –le dije-. ¿Quién?
-Janeth Gamboa –me soltó de sopetón.
-¿Janeth Gamboa? –me quedé cojudo.
-Sí, Janeth Gamboa, el amor de tu vida. Mira, aquí están las pruebas –sacó su cámara fotográfica-. Adivina cuál de las chicas es.
-¿Y quién la invitó si esa huevona no es de nuestra promo? –pregunté, mientras miraba las fotos que mi amigo tenía en su cámara digital: allí estaban Pilar, Isa, Lupita, Marlene, Marilú, Maritza, Ruth, etc., todas conservando sus rasgos juveniles aunque acentuados por la edad.
-Isa, son amigas.
-Ah, ya.
-Janeth te manda saludos, y disculpas…
-¿Disculpas?
-Sí. Me preguntó si tú me habías contado la historia que hubo entre ustedes y yo le dije que sí y ella me dijo que sentía lo que había pasado, que quería hablar contigo para pedirte disculpas.
-Bueno, ¿y quién es Janeth? –pregunté, después de ver varias fotos y no reconocerla entre las tías.
-Esta –dijo, señalando a una cachetona de blusa azul eléctrico y pantalón negro.
-¿Está gorda?
-Sí.
-Putamadre, está como Vilma.
-Tampoco exageres, está casi como Chío, pero sigue bonita, ¿no?
Asentí, mientras recordaba la figura estilizada de Janeth Gamboa cuando tenía quince años, su culito redondo y sus tetitas en punta que me tenían loco. Ahora estaba hecha una vaca y no se parecía nada a esa chiquilla de la que estuve enamorado.
-Está soltera y sin hijos.
-Como para caerla.
-Claro, aprovecha. Acá tienes su número, me dijo que la llames, a ver si salen para fin de año.
-Vamos a estar como los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera.
-Quizá. El verdadero amor no sabe de distancias ni de años.
Esa tarde, mientras hacía clase, recordé por primera vez a Janeth en veinticinco años. Miento, en veinticuatro, porque todavía la recordé un año después de dejar las aulas. Hacía un par de años había escrito Cadena perpetua, una novela mitad ficción mitad autobiográfica en la cual no menciono para nada a Janeth, y eso que me acordé hasta de hechos que había vivido en la primaria, como si ella nunca hubiese existido.
En 1986 yo estaba en quinto año y Janeth en tercero. Su salón ocupaba el salón que el año anterior había sido mi salón, el 4°A, donde me había enamorado de Paola y había sido feliz, tan feliz que, cuando Paola se marchó, le escribí un poema como despedida que me gustó tanto que he seguido escribiéndolo hasta ahora.
Siempre pasaba frente a mi antiguo salón para darle una ojeada y recordar tan bellos momentos hasta que un día vi sentada en el lugar donde estuvo mi carpeta a una chica bonita de alborotado cabello quemado por el agua oxigenada y figura de avispa de la cual me enamoré instantáneamente, si es que existen los flechazos a primera vista. ¿Cómo conquistar a una desconocida? ¿Qué hacer para que se fije en mí?
No recuerdo quién me dijo su nombre, supongo que soborné al auxiliar o a algún profesor. Se llamaba Janeth Gamboa –su otro apellido nunca lo supe-.
Un día, hice una estupidez (siempre las hago cuando escribo): llegué temprano al cole, fui al salón de Janeth y, con la tiza que le había robado a un profe el día anterior, escribí en la pizarra un enorme “Janeth, te amo”. Para que vean que soy estúpido (y lo sigo siendo), lo firmé con mi nombre y apellidos completos y mi año y sección.
En el recreo, estaba yo conversando con mis amig@s cuando vi venir a Janeth. Estaba que echaba chispas por los ojos. Uy, chucha, ya me jodí, pensé, o pienso que pensé.
-¿Tú eres Harol Gastelú Palomino? –me preguntó Janeth, con las manos crispadas como una fierecilla y la rabia en el rostro.
-No –dije, pero las risas de mis amig@s me delataron.
-Déjate de escribir estupideces –me advirtió-. O te vas a meter en problemas con mi enamorado.
Me quedé mudo, mientras Janeth daba la media vuelta y se iba y mis amig@s se reían de mi desgracia.
En la primavera de ese año Janeth fue elegida la reina del colegio y yo salí a declamar mi poema Siempre serás mi primavera, que lo escribí pensando en ella; aunque no se lo dije, supongo que lo intuyó cuando dije este poema está inspirado y dedicado a la reina de la primavera. Me regaló una sola mirada, una mirada despectiva como la de una condesa cuando mira a su jardinero, o el de una musa cuando mira a un poetilla de esos que abundan en todas partes. Algún día te morirás de amor por mí, pensé, como todo muchachito que se siente despreciado por la mujer amada.
Pasaron los meses y diciembre casi concluía cuando, un día en que nos tomábamos las fotos del recuerdo, Janeth cruzó frente al lente de la cámara y, clic, le tomé una fotito. Vi que sonrió. También sonreí, pero fue una sonrisa efímera porque al día siguiente Janeth me buscó de nuevo.
-Me tienes que dar la foto que me has tomado sin mi permiso –me dijo-. O te meterás en problemas con mi enamorado.
-En la clausura te lo entrego –le dije, pensando que su enamorado me iba a sacar la mierda por chistoso.
-Con todo y negativo.
-Ya, no te preocupes.
Ese año la clausura fue en la noche porque iban a inaugurar las luces del cole, luces que los de la promo ya no íbamos a disfrutar.
Fui con mis padres rogando, con el dolor de mi corazón, porque seguía enamorado de ella, que Janeth no estuviera porque no había salido su foto, no sé si por culpa del sol o porque era un mal fotógrafo.
Piña para mí, Janeth estaba allí. Estaba más linda que nunca. Se me acercó, saludó a mis padres, qué osadía, ¿no?, y me susurró al oído si había traído su foto.
-Lo va a traer Freddy –le mentí, sabiendo que Freddy no iba a venir-. Él se llevó el rollo para revelarlo.
-¿A qué hora va a venir? –preguntó, mirando su reloj.
-A las seis y media.
-Ojalá, porque si no se lo voy a decir a tus padres.
Estaba arrepentido de haber ido a la clausura, de haberle tomado esa foto, de haberme enamorado de ella, pero, a la vez, pensaba que era la última vez que la iba a ver en mi vida.
Llegó las seis y media y, por supuesto, Freddy no se apareció. Vi que Janeth se iba. La seguí hasta llegar a la pista.
-Janeth…
-¿Mi foto?
-Estoy enamorado de ti –le dije, pensando que nada perdía, a esas alturas del año, si se lo decía-. ¿No quieres ser mi chica?
Janeth me miró con sus ojos llenos de furia, y soltó una carcajada.
-¿Yo contigo? ¡Ni muerta! ¿Sabes qué, huevón?: me das asco.
Le agarré de los hombros y la intenté besar y Janeth reaccionó metiéndome una cachetada y quitándome los lentes.
-Si no me entregas mi foto, no te devuelvo tus anteojos.
Había empezado a llover.
Yo estaba mudo, sintiendo que mi boca se llenaba de una sustancia espesa y con sabor metálico.
Apareció un micro, Janeth subió y se fue llevándose mis lentes.
Escupí una bocanada de sangre que se mezcló con el agua de lluvia que corría por la pista. Escuchaba que desde el colegio me llamaban por los altoparlantes para declamar mi poema La despedida. No fui. Le diría a mi mamá que unos chicos me habían pegado rompiéndome la boca y llevándose mis lentes…
Nunca más volví a ver a Janeth. Un par de meses después, fui reclutado por el Ejército y enviado a la Zona de Emergencia a combatir a la guerrilla. Pero siempre pensaba en ella –periodo de duelo se le llama-, anhelando el regreso a la capital con las intenciones de buscarla para decirle que aún la amaba hasta que, un año exacto después de la cachetada, el 22 de diciembre de 1987, la patrulla que integraba fue emboscada por los terrucos en las alturas de Huanta. Después de un feroz intercambio de fuego graneado por más de cuatro horas, fuimos derrotados. Algunos de mis compañeros estaban muertos, los otros heridos, como yo. Los terrucos repasaron a los caídos.
-Este perro yanauma está medio vivo –decían, y ¡pum!, le metían un tiro en la nuca para rematarlo.
-Hay que meterles un tiro a todos, vivos o muertos, por si acaso, estos pendejos saben hacerse los muertos –ordenó el mando de los terrucos.
Chucha, ya me jodí, pensé, de cara al suelo, conteniendo la respiración para que creyeran que también estaba muerto, de esta no salgo vivo. Me puse a rezarle al Dios a quien mi padre me había enseñado a amar desde niño: si salgo vivo, te prometo que me olvidaré de Janeth, le dije, mientras sentía en la sien izquierda el cañón aún caliente de un fusil.
Cuando sentí que mi verdugo, era una mujer, jalaba el gatillo, moví un milímetro la cabeza. La bala pasó rozándome la mejilla, abriendo un surco en mi cara.
-Ahora este perro también está bien muerto –dijo la terruca. Había oscurecido y no se dieron cuenta que yo todavía respiraba-. Vámonos, camaradas.
Arrastrándome y desangrándome como sea llegué a mi base y de allí fui trasladado a la capital. Estuve tres meses en el Hospital Militar y después fui dado de baja por haber perdido una pierna por culpa de la gangrena.
Pero había salido vivo. Tenía que cumplir mi promesa: me olvidé de Janeth para siempre hasta el lunes 28 de noviembre en que mi buen amigo Coqui me dijo adivina quién estuvo en el reencuentro. Se llamará Janeth Gamboa, pero no creo que sea la Janeth Gamboa que amé hace veinticinco años. Esta es gordita y amable, como todas las gordas, por lo que veo, aunque hay excepciones, claro, y la otra sigue siendo una fierecilla en mis recuerdos, y quiero que ahí se quede para siempre.
Conversando con un amigo psicoanalista le conté esta historia media rara en que uno se olvida de un pasaje de su vida y la otra lo recuerda un cuarto de siglo después con la misma contundencia de una cachetada.
-Subjetivamente, son sentimientos de culpa que siente la persona que ha sido verdugo al creer que le ha infligido un gran daño a su víctima y, para expiarlo, te manda disculpas. Aunque también hay una segunda interpretación: como ella se ha quedado sola, y probablemente le fue mal en los amores que tuvo, recuerda esos años, sobre todo ese amor que le tuviste y le demostraste, aunque no en la forma correcta, como una estadía en el Paraíso, Paraíso que siente que ha perdido para siempre.
-Ah, ya –le dije a mi amigo, aunque no entendí ni michi, así que dejemos aquí esta historia porque ha empezado a llover y es hora de cenar.
Al ir a cerrar la ventana para que la lluvia no se cuele, veo en la calle a una pareja de chiquillos discutiendo. Ella le reclama no sé qué y él intenta besarla y ella le mete una cachetada y se va y él se queda viendo cómo la figura de la chica que ama se va empequeñeciendo y difuminando con la lluvia.
Voltea como si sintiera que lo observo.
Yo le sonrió y cierro las cortinas. Tengo ganas de salir para decirle no te preocupes que dentro de veinticinco años te pedirá disculpas, así que paciencia y buena cara al mal tiempo, pero no lo hago, no vaya a pensar que estoy loco.
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