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miércoles, 11 de enero de 2012

La encajera



Sacando la cabeza de vez en cuando para tragar aire mientras leo –releo, más bien-, esos dos inmensos mares literarios como son El obsceno pájaro de la noche, de unas 450 hojas, y García Márquez: historia de un deicidio, de unas 650 hojas, releí La encajera, una novelita de Pascal Laine, Premio Goncourt 1974. Han pasado tantos años desde que la leí por primera vez que ya había olvidado la historia, esta historia de amor entre Pomme y Aimery de Bélegné. Mientras que Pomme es una chica sencilla de provincia, algo gordita, aunque me imagino que no tanto como Vilma o Chío, hija de una camarera y de un hombre que las deja para irse sabe Dios a dónde, su galán es un estudiante que se merece un futuro brillante, según él. Después de desvirgarla y vivir un tiempo juntos, Aimery de Bélegné se separa de Pomme, separación que esta acepta sin decir nada, aceptando que es cosa del destino, porque no se imagina un futuro al lado de una chica sumisa, callada, sin un futuro claro, ignorante, casi un animalito. Es como si Vargas Llosa estuviera con la mamá de Ísmodes, una negrita quimbosa, miss teen Chincha pero poco dotada para los estudios. No, señor, Aimery de Bélegné se merece mínimo a una Marie Curie. Sola y abandonada, la pobre Pomme se siente culpable de ese fracaso amoroso y se sume en la tristeza, la depresión y cae en garras de la bulimia y la locura. Termina en un hospital en las afueras de París hasta donde llega su ex, no movido siquiera por la pena o la compasión de la mujer que amó, sino por curiosidad de ver cómo está ese objeto a quien alguna vez sintió querer. Y lo que encuentra es una caricatura de mujer: Pomme está más flaca que… se me ocurren un par de nombres pero mejor no las pongo. Encuentra a una chica, Pomme no tiene más de dieciocho años, flaca, sin poto ni tetas, con la mirada extraviada. De lo Keiko que era no queda nada, solo un estropajo peor que Fujimori. Pero eso es en apariencia nomás porque la mente de Pomme no ha sufrido mella alguna, al contrario, parece que el dolor la ha agudizado. Si Aimery de Bélegné pensó que Pomme era un animalito insensible, carente de espíritu artístico y cultural, pues se equivocó. Ponme recuerda en detalle los cuadros que vieron durante sus recorridos por los diversos museos de París, los clásicos que escuchaban, los libros que le daba para que aprendiera algo. Incluso piensa en volver con ella, pero prefiero dejar las cosas como están.
Muchos años después, cuando Aimery de Bélegné es un funcionario mediocre, algo que no previó, recuerda a la encajera, así la llamaba él, y decide escribir una novela, que es la que estamos leyendo.
La lectura me atrapó tanto desde la primera línea que me olvidé de otros asuntos, incluso me olvidé de ir a la clausura del año escolar de mi cole, pero bien valió la pena.

Camino a Irlanda, 11 enero 2012

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