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miércoles, 22 de julio de 2009

Cuatro años

La vieja, Nacho y yo en las afueras de Huanta, Ayacucho, en el 2000, después de la guerra.
Hace cuatro años murió mamá, a las cuatro de la tarde. El dolor ha amainado, aunque sigue doliendo su ausencia, porque sigue estando en su casa, en las cosas que sus manos tocaron, en las flores que sembró, en las costumbres que formó en mí. Su ausencia es una presencia constante y lo será hasta el día de mi propia muerte. He tenido la suerte de tener dos padres maravillosos que me dieron amor, cariño, la oportunidad de ser un poco más de lo que fueron ellos, quienes crecieron en el campo. A los seis hijos nos dieron las mismas oportunidades, algunos vimos a nuestro alrededor y lo supimos aprovechar, otros hicieron con sus existencias lo que les dio en gana y hasta hoy, y por el resto de sus días, pagarán las consecuencias. Ahora solo queda seguir, conservar sus recuerdos, capear la muerte hasta donde sea posible, porque mientras viva vivirá ella en mí, ella y mi padre, ya juntos para siempre en la muerte.

Nacho, Diego y la Bere ya están grandes. Los quiso como a sus hijos, por los dos primeros dio la vida. Me los encargó antes de morir, y aquí los tengo, preocupándome por ellos como si fueran mis hijos.

Gracias por haber sido una buena madre, la mejor madre del mundo, por tus palabras de aliento, por esa sonrisa que me sigue acompañando y me acompañará hasta el final de mis días, hasta ese día en que regreses, tomes mi mano y viajemos juntos hacia la eternidad, el silencio, la paz.

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