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jueves, 11 de junio de 2009

El niño que se convirtió en pajarito


–Mira lo que maté, papá –Juan blandió en el aire el frágil cuerpecillo de un pajarito de cuyo destrozado pecho seguía manando sangre–. Estoy mejorando mi puntería, ¿no crees? Lo maté al primer tiro nomás.
–Dios te va a castigar, hijo, si sigues matando por gusto a sus criaturas.
El chiquillo sonrió, hizo girar el cuerpo del pajarito y lo arrojó lo más lejos que pudo.
El hombre miró con pena a su hijo. ¿A quién habría salido tan malvado?, se preguntó. De la escuela lo habían botado porque paraba pegándole a sus compañeros más pequeños. Los profesores le llamaban la atención y no les hacía caso. Juan ya no era niño, iba a cumplir los dieciséis años dentro de algunos meses.
–Cuidado con los burros, no los golpees por gusto. ¿O acaso a ti te gustaría que te castiguen en vano, ah?
Juan ni se inmutó.
El papá de Juan era comerciante, llevaba sus productos por todos los pueblitos de la sierra. Había traído a su hijo para que lo ayudara a arrear los animales, pero ahora lo lamentaba. Los caminos estaban llenos de pajarillos de todos los colores que lo acompañaban con sus hermosas melodías, pero ahora Juan los estaba exterminando sin compasión alguna.
Llegaron a la cima de Runañan, bajaron, cruzaron el río de caudalosas aguas. Faltaba poco para el próximo pueblo.
–¡Mira, papá!
Un pajarito estaba sobre la rama de un añoso sauce. Era hermoso. El comerciante nunca había visto un ave igual, con el pecho lleno de colores como un arco iris y el pico dorado.
Juan se agachó para recoger piedritas.
–Déjalo, hijo. Ese pajarito parece encanto.
Juan ni escuchó a su padre. Apuntó y disparó. El pajarito movió la cabeza y esquivo la piedra.
Juan apuntó de nuevo. Disparó. Otra vez falló.
–Mejor déjalo, hijo.
–Ahoritita lo mato, papá. Esta vez no se me escapa.
El pajarillo extendió las alas y echó a volar. Juan corrió tras él.
–Es tarde, hijo, déjalo.
Juan ni lo escuchó. Se alejó persiguiendo al pajarillo.
El comerciante prosiguió su camino hasta que se dio cuenta que su hijo tardaba demasiado en regresar.
–Juaaan –lo llamó.
Nada. Todo era silencio.
–¡Juaaaan!
Nada.
–¡Hijoooo!
Al ver que Juan no le respondía, el hombre regresó sobre sus pasos. Quizá el muchacho se había caído al río por perseguir a esa ave tan rara.
–¡Juaaaaan!
–¡Pa-pá, pa-pá!
El hombre miró para todos lados, pero no vio a su hijo.
–Aquí estoy, papá.
Sobre la misma rama en la cual había estado el pajarito de colores, había un pájaro de plumaje oscuro, feo.
–Dios me ha castigado, papá.
El hombre empezó a sollozar.
–No llores, papá. Si soy bueno, me convertiré en un pajarito bonito como el que vimos y siempre te acompañaré con mi canto cuando pases por estos caminos.
El hombre se marchó dejando al pajarito sobre la rama.

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Esta historia me lo contó mi padre

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