Fue la primera novela de Vargas Llosa que leí, allá por 1993 o 1994 en La Cantuta. En el colegio había leído uno de sus cuentos, El desafío, creo que se llama y, la verdad, no me había gustado pero, al leer La ciudad y los perros, quedé fascinado, deslumbrado, embrujado por la prosa limpia, directa, sin mucho artificio verbal, otro asunto es el artificio técnico, de nuestro Premio Nobel, tanto así que empecé a buscar sus otras obras en la avenida Grau, en Quilca y conseguí La casa verde, Conversación en La Catedral, La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, La guerra del fin del mundo y sus libros de ensayos, de crónicas y sus obras teatrales. Me convertí en un vargasllosiano y puedo decir, con orgullo, que hice que mis amig@s también leyeran sus obras. Allí está Carlos Contreras leyendo una y otra vez La guerra del fin del mundo o Silvia fascinada con la palabra cachar que leyó en Lituma en los Andes y la clase final de Literatura Latinoamericana donde medio salón, de los pocos que éramos, haciendo un análisis de las novelas de nuestro escribidor tanto así que la profesora dijo esta parece ser una cátedra sobre Vargas Llosa. En esos años, cuando la guerra daba sus últimos coletazos, La Cantuta era una universidad provinciana, telúrica, arguedista, indigenista donde profesores como Félix Huamán Cabrera, y sus amigos, nos hacían leer las novelas del primero, a quien consideraban el digno sucesor de Arguedas y Ciro Alegría. ¿Alguien se acuerda de Candela quema luceros que nos obligaron a comprar? Vargas Llosa era ninguneado en La Cantuta y visto como un escritor del Imperio, de los banqueros, que escribía sobre caches y arrechuras, ajeno a la realidad peruana.
La ciudad y los perros cumple medio siglo de existencia y muchos de los temas que trata están más vigentes que nunca. Por ejemplo, toda esa intolerancia racial hacia los serranos todavía existe en nuestra sociedad y lo que entonces sucedía en el colegio Leoncio Prado sigue sucediendo ahora en los colegios públicos. Lo digo yo que durante cinco años enseñé en un colegio de hombres donde los alumnos tienen que hacerse hombres desde que pisan las aulas para que no los tomen de huevones y los machuquen como al Esclavo. Y qué decir de los exámenes, de las contras, de lo viciosos que son. Nada ha cambiado.
Escrita bajo la influencia de Faulkner y Joyce, a quienes he leído por Vargas Llosa, en La ciudad y los perros abundan los puntos de vista, los monólogos interiores aunque solo en el epílogo se presentan esos saltos de tiempo que luego serán constantes en la obra vargasllosiana.
Este ejemplar lo compré de segunda mano, como las otras obras mencionadas líneas arriba, en La Cantuta y la conservo como un tesoro. Es una edición de 1971, tiene la pasta media descolorida y las hojas media sueltas y por eso la cuido con esmero. Posteriormente compré otros ejemplares que doné a las bibliotecas de los colegios por donde pasé. Espero que alguien las haya leído como lo leí yo y haya quedado fascinado como he vuelto a quedar yo al releerla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario