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jueves, 11 de agosto de 2011

Luz desnuda






Primeras páginas de esta novelita media porno que ocupa mi tiempo en estos días del duro invierno.






JUEVES 1:

La respiración de Katty parecía ir de la mano con el vaivén de las olas que iban y venían mojando nuestros pies desnudos. Cuando su pecho se hinchaba, las olas nos mojaban, cuando se hundía, se alejaban.
Las gaviotas planeaban en el cielo argentado esperando el instante propicio para lanzarse en picada, como arpones sobre el lomo de una ballena, y salir con un pez aleteando en sus picos.
Naplo estaba sumida en una calma de un día de invierno. Se escuchaba el rumor del mar, el golpe de las olas sobre el farallón, el chirrido de las gaviotas. Muchos de los que habían recibido el nuevo año en el balneario dormían la mona, algunos en sus carpas, otros a la intemperie sobre la arena regada de botellas de cerveza, de vino, de vasos y platos descartables. Si buscaba, encontraría preservativos enterrados en la arena con toda seguridad. ¿Para qué gastar en un hotel si te salía más barato cachar en la arena teniendo como fondo musical el vaivén de las olas?
Un nuevo año se iniciaba. El 2008 ya estaba lejos. Nunca más volvería al cole, a ver a mis amigas. A la mierda con el reencuentro de fin de año. Para fin de año faltaba un año. Me quise reír. ¿Ver a esas estúpidas de nuevo? ¿Para qué? A algunas las conocía desde hace diez años, casi toda mi vida. Estaba harta de ellas, de las profesoras, de las monjitas, de las tareas, de los libros, de las exposiciones. Estaba harta de todas esas taradas que me decían dientona, coneja. Menos mal que nunca más las volvería a ver hasta el día de mi velorio, si es que me tomaba la molestia de invitarlas porque yo haría una lista de aquellos que asistirían a mis exequias, a mi cremación, al arrojo de mis cenizas al mar.
Katty recogió las piernas. Se volvió de lado hacia mí.
-¿Qué hora es, Marfe? –preguntó.
Su aliento, una mezcla de alcohol, tabaco y chucha, se metió por mis fosas nasales. ¿Así me apestaría la boca? ¿Sabes, hijita? ¿Qué, mami? La boca te apesta a concha. ¿Has tragado una tonelada de ostras, o qué?
En sus ojos de gata se reflejaron el mar, las barcas, las gaviotas, mi rostro con el cabello revuelto, el cielo, el Paraíso. El Paraíso era un buen polvo con ella, recibir el nuevo año con su vagina en mi boca.
Busqué mi celular dentro de mi bikini.
-¡Mierda, está huevada se jodió!
-Se habrá quedado sin batería nomás.
-Ojalá, porque me muero –dije, pensando en las fotos que había tomado anoche, en las canciones que tanto me habían costado bajar de internet, en mi agenda.
El sol ya estaba en lo alto, quemando con furia. Serían las siete de la mañana, a lo mucho. Un barco cruzaba el horizonte, ¿rumbo al Callao, a Guayaquil o al Canal de Panamá?
-Estás linda, Marfe –dijo.
Se arrastró hasta estar pegada a mí. Metió una mano debajo de mi bikini y me acarició las tetas, los pezones. Pensé en Luz, ¿estaría durmiendo aún, a qué hora se acostó? Recordé su pubis cubierto por un frondoso pelaje negro. Los pezones se me pusieron duros. Metí mi mano debajo de su ropa de baño y le acaricié el pelado Monte de Venus. ¡Luz, Luz!
-Abre las piernas –le susurré.
Dobló una pierna, estiró la otra, se cubrió con el pareo. Me mojé el índice derecho. Mi dedo se abrió paso entre los pliegues de su intimidad hasta quedar enterrado profundamente, luego lo hice girar en círculos rozando sus paredes vaginales. Se humedeció y lo empecé a meter y sacar suavemente como si la estuviera cachando con dulzura. Katty gemía. ¡Ah, si así tuviera a Luz!
Estar en una isla, solas, desnudas. Con Luz. Luz tenía las piernas largas, bien formadas. Abrió los ojos y se sorprendió: se tapó el sexo. Mamá te busca, le dije, y salí. Todo ese día estuve pensando en ella. ¿Cuántas veces me masturbé volviendo a ver en mis sueños su pubis oscuro, sus tetas redondas, blancas, mucho más grandes que las mías y las de Katty juntas? Abrirle los labios, tragarme su clítoris, hacerla chillar de placer como a Katty. Hacernos una 69.
Saqué mi dedo y lo metí en su boca. Lo chupó con ganas como si chupara un clítoris. Chupa, perra. Sus tetas pequeñas, su cintura breve, su pancita que se hundía e inflaba, la línea del bikini con puntitos oscuros. El sexo peludo. ¿Le habrían hecho la sopa? ¿Habrá tenido una verga en la boca? ¿Habrá cachado? Todas las cholitas son perras, decía Katty, ni tienen tetas y ya cachan. ¿Habrá hecho le 69? ¿Una lengua habrá hurgado en su vagina? ¿Se masturbará al menos?
-¡Marfeeeee!
-Vieja de mierda –lancé una maldición. Saqué mi dedo de la boca de Katty.
Mamá estaba en la terraza, moviendo los brazos.
-El desayuno está listo –gritó-. Vengan ya.
¿Y a mí qué chucha me interesa el desayuno?, tuve ganas de gritarle. Moví la mano como diciéndole vamos a nadar un rato, luego vamos.
Desapareció.
Nos metimos al agua. Allí era más fácil acariciarnos las chuchas, bucear y hacernos un oral por tres o cuatro segundos. ¿Alguien ha hecho un oral debajo del agua salada? Es riquísimo. ¿Alguien se ha hecho una paja dentro del mar? Háganlo.
Nos acomodamos los bikinis y fuimos a la casa.
Luz estaba barriendo las hojas secas de la buganvilla. Estrenaba su uniforme del verano, un traje celestito de tela delgada que dejaba transparentar su calzoncito blanco y su sostén negro. ¡Luz, dueña de mis oscuros deseos! Los mellizos jugaban en el columpio.
-Buenos días, señoritas –nos dijo.
-Hola, Luz –le dije-. Feliz año.
Le di un beso en las mejillas. Se puso colorada. ¡Darle un beso en la boca! ¡Disfrutar de las miel de sus labios!
-Gracias –tartamudeó-. Igual a usted, señorita Marfe.
Como Katty ni le había contestado el saludo, la ignoró. Katty nunca saludaba a las natachas.
-Luego te doy tu presente –le dije-. Anoche ni te vi.
Vuelta el rubor se apoderó de sus mejillas. Me viste desnuda, ¿no lo recuerdas? No lo he olvidado. Cuando le comía la chucha a Katty, pensaba en ti, en que era tu chucha la que estaba en mi boca, que era a ti a quien le hacía la sopa, que eras tú quien terminaba en mi boca, que eran tus fluidos los que me bebía hasta el éxtasis.
-Gracias –dijo.
La dejamos allí, recogiendo las hojas secas de la buganvilla.
-Cualquiera diría que te quieres cachar a la cholita –dijo Katty.
Solté una sonora carcajada.
-¿Parece que estás celosa? Ni la has saludado.
-A mí las conchas me sobran –dijo.
Imbécil, tuve ganas de decirle. Bien que te gustaría tener la chucha de Luz entre las fauces.
En la sala, mamá, papá y tía Loreto estaban frente a la laptop.
-Tu tío Patricio desde Santiago –dijo mamá.
-Saluda a tu padre –le dijo tía Loreto a Katty.
Allí estaba el tío Patricio en la cam diciéndonos hola, chicas, ¿qué tal la pasaron? Hola, tío; hola, papi. De la putamadre, dijo Katty. ¿Y tú? Bien, bien. ¿Con alguna chiquilla? El tío Patricio se rió, la tía Loreto puso su cara de poto. Qué horrible era, ¿así fue alguna vez finalista en el Miss Chile? Tanto maquillaje le habían cagado la cara dejándolo peor que la de Michael Jackson. Ni un millón de cirugías se la compondrían.
-Voy a darme una ducha que tengo el cuerpo lleno de arena –dije-. Bye, tío Patricio. Pórtate bien, no vayas a sacar las patas del plato.
El tío rió con ganas. Cualquier otra mujer sería preferible a la tía Loreto.
Me quité el bikini y metí a la ducha. El agua fría cayó sobre mi piel. ¡Ah, qué rico! Me eché champú, me jaboné con fruición para que mi piel olvidara las caricias de Katty, los besos de Katty. Si hubiera sido la boca de Luz, las manos de Luz los que recorrieron mi piel, nunca más me bañaría, a menos que lo hiciéramos juntas. Me empecé a acariciar. Dile a Luz que me prepare un jugo. Voy. La puerta entreabierta. Una habitación pequeña, Luz echada en su cama, desnuda, con los audífonos puestos. La contemplé, fascinada, embrujada, hipnotizada. Abrió los ojos. Instintivamente se cubrió el pubis. Mi mamá te necesita.
La puerta se abrió. Era Katty. Se hincó de rodillas y me chupó la concha como loca mientras decía puta, perra, cachera, ¿con quién te estabas pajeando? Seguro con la cholita, ¿no? ¿Te gusta esa apestosa? ¡Estaba celosa de Luz! Despacio, cojuda, que me vas a arrancar el clítoris, ¿en el cole no te han enseñado a hacer un buen oral? Esas monjas de mierda lo único que hacen es enseñarte el Padrenuestro y el Ave María para que te vayas al cielo a aburrirte. No te has lavado la boca, tienes migajas de pan, no seas cochina, ¿a ti te gustaría que te hagan la sopita con la boca sucia? Las hormigas van a invadir mi Secreto.
Yo se la chupé con delicadeza, pensando en Luz, pensando que esos labios eran los de Luz, que ese clítoris era el de Luz, que ese sabor a ostra fresca era el de Luz, que ese pendejo que se quedó en mi boca era el de Luz. ¿Estaba enamorada de Luz o era solo un gusto pasajero?
La dejé en la ducha.
Me vestí y bajé al comedor.
-Hola, Mary. ¡Feliz año!
-¡Feliz año, Marfe!
La abracé y le di su regalo. Ay, niña, no te hubieras preocupado. No es nada, Mary.
Un jugo, unas tostadas con mermelada. ¿Y si le echaba mermelada a la chucha pelada de Katty, a qué sabría? El mar esmeralda más allá del ventanal. La brisa marina moviendo las palmeras. Luz les decía a los mellizos que era la hora del desayuno. Luz desnuda.
-¿Y hasta qué hora duró la fiesta, Marfe?
-Supongo que hasta las últimas consecuencias, ¿no? Nosotras nos vinimos temprano.
Mary me miró. ¿Se dio cuenta que me estuve revolcando en mi cuarto con Katty? Pero a esa hora todo el mundo dormía. ¿Eran las dos de la mañana, las tres? Ni idea. Llegamos, nos revolcamos, fuimos a la playa. ¿Dormiste con Katty? Eso nunca me lo iba a preguntar. ¿Le importaría saber que la niña Marfe era rarita?
Entraron mis papás y la tía Loreto.
-¿Y Katty? –preguntó la tía.
-En la ducha. Ya baja.
-¿Café, anís, jugo, señora Loreto? –preguntó Mary.
La momia pidió un anís, porfis, que anoche no pude dormir con tanta bulla. Porfis, qué ridícula. ¿Cuántos años tenía? Menos de cincuenta. O más, quizá doscientos años. De tanto estirarse la cara, estaba peor que la Laura Bozo. Pero el pellejo de las manos y el pescuezo la delataban. Allí tenía la piel como el tallo de una vid. ¿A los cuánto habrá parido a los mellizos? Suerte que no le salió un mongolito.
Katty entró al comedor. Una mini verde claro, un top blanco, la pancita al aire, un piercing en el ombligo, los cabellos revueltos. Tomó asiento a mi costado. Yo todavía tenía entre los dientes su pendejo.
Luz vino trayendo a los mellizos con las caras limpias y bien peinados. Ayúdame a preparar los jugos, le dijo su mamá.
-¿Cómo creen que nos irá con Obama? –dijo la tía Loreto.
Ay, tía, no estamos en Gringolandia, tuve ganas de decirle. Jimena protestaba porque, según ella, el jugo tenía mucha azúcar.
-Prepárale otro a la niña, Luz –le ordenó la tía.
-Ya, señora Loreto –dijo Luz, media asustada. Cualquiera se asustaba con la hermana de la momia Juanita, ¿no?
-Ojalá que nos vaya bien –dijo papá-. Si se hunde Estados Unidos, también nos jodemos nosotros.
-Por las puras huevas estudié tanto inglés –dijo Katty-. Ahora están botando a los inmigrantes.
-No creo que la crisis dure mucho –dijo papá-. Así que paciencia nomás hasta que las aguas vuelvan a su nivel.
-Ojalá –dijo la tía Loreto-. Quiero llevar a los mellizos a Disney por su cumple.
-Hasta setiembre todo estará normal ya.
-¿Crees, Andrea?
-Claro. Estamos hablando del país más poderoso del mundo, no del Perú ni de Chile.
-¿En Puerto Viejo hay tiburones? –preguntó Fermín, desinteresado de la crisis financiera.
-No, muchachito –dijo papá-. ¿Quién te dijo eso?
Fermín señaló a su melliza.
-Eso leí en una enciclopedia –dijo Jimena.
Jimena era una inventora neta, para empezar, ni sabía leer.
-De vez en cuando llega un tiburón a nuestros mares –dijo papá-. Pero más paran al norte, por las Islas Gálapagos, igual que las ballenas.
-Ah, ya –dijo Fermín, contento con la respuesta.
Jimena también estaba contenta porque no la habían desmentido.
-¿Es cierto que hay ballenas rojas, tío Andrea? –preguntó.
-Sí –dijo papá, y se puso a hablar de unas ballenas rojas más grandes que los submarinos nucleares rusos que podían navegar a veinte mil kilómetros al fonde del mar.
-¿Siempre piensas postular a La Católica, Marfe? –me preguntó la tía.
-Sipi, tía Lore.
Lore sonaba mejor que Loreto. También ahorraba saliva.
-¿Te vas a matricular en la pre?
-No creo –dije-. Quiero disfrutar del verano.
-Así no ingresarás ni a la casa –dijo mamá-. ¿Por qué no te matriculas en un ciclo de verano?
¿Estudiar con semejante calor? No me jodan pues.
-Mamá, me he pasado toda mi vida en el colegio –protesté-. ¿No puedo descansar un verano siquiera? Tan bruta no soy. Solo necesito repasar un poco de matemática, y listo, ingreso.
-Pero para eso tienes que estar en una academia, ¿no?
-¿Por qué no me pones un profesor de matemática y asunto arreglado?
-¿Quién te va a venir a enseñar matemática hasta aquí? –dijo mamá.
-Quizá en Pucusana…
-Yo vi el otro día en una casa un aviso ofreciendo clases de matemática –dijo Luz.
-¿Cierto?
-Sí, señora.
-Allí está la solución a tus problemas –dijo papá-. A menos que saques tu brevete y todos los días te vayas a Lima.
-Falta poquito para que lo saques –dijo la tía Loreto-. Nomás no te emociones y choques el carro.
No soy tan torpe como tú, momia, tuve ganas de decirle.
-Luego me enseñas dónde viste ese aviso –le dije a Luz.
-Ya, señorita Marfe –dijo ella-. ¿Se sirve más jugo?
-Suficiente, Luz, gracias.
Katty me pellizcó solapa el muslo. Casi me atoro con la tostada, y con su pendejo, que lo tenía entre los dientes, hice malabares para no tragármelo.
-No habrán tomado mucho anoche, ¿no? –dijo la tía Loreto.
-Cómo crees, mamá, ni que fuésemos borrachas –protestó Katty.
-Loreto tomaba agua nomás en nuestras reuniones –dijo mamá.
-¿Agua bendita o agua destilada? –dijo papá.
-De azahar –dijo Katty, y se cagó de la risa.
-Que te den por el culo –le dijo la tía.
-Ya llegará ese día –contestó Katty-. Y te contaré.
Todos nos matamos de la risa.
-En la mesa no se dicen malas palabras, decía la nona –dijo Jimena.
-Pobre nona, debe estar revolcándose en su tumba –dijo papá.
-La nona era una loca –dijo mamá.
Siempre había escuchado decir que la nona había sido una loca porque, según papá, en lugar de embarcarse a los Estados Unidos lo hizo a Sudamérica. Eran los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. El abuelo estaba en el frente, defendiendo al Duce, pero la derrota era inminente, así que le pidió a la abuela que se marchara lo más lejos posible. La abuela tomó un barco al Nuevo Continente. Apenas pudo costear su pasaje. Durante el trayecto se ganó el sustento cantando. ¿Solo cantando? Ese fue un secreto que se llevó a la tumba, aunque se podía deducir lo contrario. De Argentina pasó a Chile, de allí a Perú. Aquí vivió añorando el retorno, escuchando sus viejos discos de Mario Lanza, repitiendo a todo el mundo que su marido había sido un héroe, mascullando palabrotas en italiano. Solo un par de años antes de morir pudo volver a su amada Italia.
-San Pedro estará con ganas de devolvernos a la nona –dijo papá.
-Pobre nona –dijo Katty.
-Pero al menos ella no tiene que preocuparse de la crisis financiera.
-Bien por ella.
-La Tula armó un fiestón anoche –dijo Katty.
-¿Esa chola igualada? –dijo la tía Loreto, con desdén.
-Javi es chévere –dijo papá-. Me ha invitado a pasear en su yate. Quiere ir a la isla San Lorenzo.
-¿A cazar tiburones? –dijo Fermín.
-Javicho siempre encontrará tiburones –dijo papá.
-Es un imbécil –dijo la tía Loreto-. ¡Dejar a una rubia por una chola!
-Oye, má, la Gise también tiene el pelo negro, nomás que se lo pinta. Y ha sido callejonera –dijo Katty-. Era vedette también.
-Vedettes las de mis tiempos –dijo la tía-. Las de ahora son todas unas putillas de medio pelo: la Karen Dejo, la Leysi Suárez, hasta con narcos andan. Nadie como la Susan León, la Amparo Brambilla o la Analí Cabrera.
-No escupas al cielo que la Katty puede terminar de vedette o casándose con un productor –dijo mamá.
-¡Ah, carajo, la mato! –exclamó la tía.
-Yo soy lesbiana –dijo Katty.
Puta que esta huevona ya la cagó, pensé, ¿qué mierda dice? Seguro seguía bajo los efectos del éxtasis. Se había zampado una dosis como para caballo. Ahorita va a decir ni siquiera saben que anoche Marfe y yo estuvimos cachando.
Luz estaba limpiando la tostadora, Mary picaba una piña, papá tomó su café, mamá dejó la tostada y tomó su jugo, Jimena le decía a su mellizo que en los mares de la Luna habían unas tortugas con caparazones de colores, algunos eran como el arco iris, si quieres pregúntale al tío Andrea. El mar golpeaba con furia las peñas.
-Así que no me voy a casar con nadie –agregó Katty, seria. Menos mal que no dijo Marfe y yo nos vamos a casar y que el resto se joda.
La cara de momia de la tía estaba a punto de hacerse polvo. Para mí que la vieja sabía los gustos de su linda hijita, solo que se hacía la cojuda.
-¿Qué es lesbiana, Katty? –preguntó Jimena.
-Son los que juegan tenis –dijo mamá.
-O sea que el tío Andrea es lesbiana, ¿no? –intervino Fermín.
Ah, este Fermín con sus ocurrencias de cómico ambulante. Tenía chispa de payaso. Menos mal, ¿para qué tomarse la vida en serio a su edad?
Nos cagamos de risa, hasta Luz, que se había asustado un poco seguro pensando que la vieja Loreto iba a tener uno de sus conocidos arranques de furia y le iba a sacar la mierda a Katty delante de todos.
-Ajá –dijo papá-. Con este nombrecito que me puso la nona, cualquiera lo creería.
Otro cague de risa.
-Algún día me lo cambiaré a Andrés –dijo papá.
-Aprende de Bocelli que no se acompleja –dijo la tía Loreto-. Si fueras Andrea Quispe, cualquiera te confundiría, pero eres Andrea Fiorentini, ¿no? Allí está la diferencia.
-A propósito de tenistas, ¿por qué no se casarán?
-Es que todas son cabras –dijo Katty.
-Pero la Ana Kournikova anda con el Enrique Iglesias –dijo mamá.
-¿Ese pata no era boyo? –dijo papá.
-Creo que lo hace para disimular –dijo mamá-. Mira que hace años está con la rusa y ni hijos tienen.
-Las estrellas son así –dijo papá-. Quieren brillar en todos los cielos.
-O tienen el pipí por gusto –dijo la momia.
-No seas mal hablada, mamá –protestó Jimena.
-Sorry, hijita.
Al fin terminamos de desayunar. Pobre Mary, pobre Luz: tenían un cerro de platos, tazas y cubiertos para lavar.
-¿A qué hora me puedes acompañar para ver ese aviso, Luz?
-En la tarde, señorita Marfe –me dijo.
-Si quieren, pueden ir ahorita –dijo su mamá.
-Todavía no hice las camas de los señores –dijo Luz.
-Me avisas, Luz –le dije.
-Ya, señorita Marfe.
Me daba no sé qué cuando me decía señorita Marfe. Es que teníamos la misma edad.
Fui a mi cuarto y prendí mi laptop. Catorce pajeros estaban en línea. A todos los había conocido en el blog erótico de Esther donde solía dejar a veces mis comentarios.
Yilita también estaba en línea.
MARFE: Hola, Yilita.
YILITA: No molestes, dientona.
Tuve ganas de decirle estúpida resentida, pero me aguanté, ya llegaría el día de la venganza. Yo siempre me había vengado de los que me habían jodido.
Katty entró y se sentó a mi lado con las piernas cruzadas.
-¿Con quién chateas?
-Con Yilita –le dije, mientras buscaba en You Tube Si demain que cantaban juntas Kareen Antonn y Bonnie Tyler.
-¿Y quién es esa? –Katty puso una mano sobre la cara interior de mi muslo derecho.
-Una amiga.
-No estarás puteando con otra, ¿no? –su mano avanzó a lo largo de mi muslo.
-Cómo crees. Casi la cagas todo.
-Ni te preocupes que a estos huevones no les interesa si somos lesbianas o nos vamos a la Luna de paseo.
Encontré el video que andaba buscando.
-Puta que la Kareen Antonn es una hembraza –dijo Katty-. ¿Es lesbi?
-No sé. ¿Por?
-Parece. Para mí que la Bonnie se la tira –dijo. Su mano había llegado hasta mi Secreto. Lo deslizó debajo de mi calzón y me empezó a acariciar mientras que con la mano libre hacía lo mismo con su coño.
MARFE: ¿Cuánto de busto tienes?
YILITA: No me jodas.
-Para mí que es hombre –dijo Katty-. ¿Cómo no va a saber de qué medida es su brasier?
Era lo lógico.
Me eché en la cama con la laptop sobre mi pecho. Abrí las piernas, sentí la lengua de Katty hurgando entre los pliegues de mi intimidad. Pensé en Luz, la recordé echada en su cama, desnuda, con su Monte de Venus cubierto por un tupido follaje oscuro. Imaginé que eran sus labios los que aprisionaban mi clítoris como un yunque, que era su boca la que me lo chupaba, succionaba, que eran sus dientes los que me mordían, los que me lastimaban. Se sacó el calzón y me puso el trasero en la cara. Le devoré la chucha imaginando que era a Luz a quien le hacía un oral, que era a Luz a quien le metía en el culo el dedo mojado previamente en mi boca. Terminamos haciendo la sesenta y nueve.

EN LA TARDE:
Tocaron la puerta de mi cuarto.
-¿Sí?
-Soy yo, señorita Marfe –la cálida voz de Luz cruzó la puerta como una brisa marina.
Yo estaba escuchando a Ana Gabriel. Recuerdo todavía la letra de A pesar de todo: Tu amor me ha robado la calma, / se ha metido despacio y sin miedo muy dentro de mi ser. / Tu amor se ha aferrado a mi alma, / me ha quitado hasta el sueño, / y aunque ha sido muy bello, / te tendré que dejar…
-¿Tiene tiempo para ir a buscar lo del aviso? –preguntó.
-Sí. Espérame un minuto.
Me puse una faldita y un top encima de la ropa de baño.
Busqué uno de mis bikinis que todavía estaba en su empaque original.
Salí. Seguía con ese horrible uniforme celeste, con sus zapatos blancos, con esa estúpida toca de falsa enfermera.
-Para ti, te debía tu regalo, ¿recuerdas?
-No tiene por qué preocuparse, señorita –dijo.
-No es ninguna preocupación, al contrario. Toma para que te bañes.
-Gracias.
-Póntelo para bañarnos regresando de Pucusana.
-Espéreme un ratito.
Fue a su cuarto y volvió. Seguía con ese horrible uniforme que me daba no sé qué.
Agarramos un par de toallas y salimos a buscar al que dictaba clases de matemática. La playa estaba llena de veraneantes. La gente seguía chupando, tragando, durmiendo la mona, curándose la resaca. Hubiera sido mejor ir a Asia, o más al sur. En Chincha las playas estaban casi vacías, vírgenes. Cuántos cholos ensuciando la playa, diría Katty. Helados, helados, ofrecían los ambulantes. ¿Un cevichito, señorita? Uy, qué ricas hembritas, nos piropearon. Ahóguense para rescatarlas, preciosas. Calla, imbécil, rescata a tu abuela. Risas.
Cruzamos el túnel que lleva a Pucusana.
-¿Y qué piensa estudiar? –me preguntó.
-No sé… quizá Ciencias de la Comunicación.
-¿Quiere ser periodista?
-En realidad no sé lo que quiero ser.
-¿Qué le gusta hacer?
¿Qué me gustaba hacer? A veces cantar, otras escribir historias eróticas. Mis comentarios en el blog de Esther habían sido polémicos. Mi historia de la chica del calzón con huecos había merecido el premio de un lector, y eso que lo había hecho a la volada, casi sin pensarlo. También me gustaba leer, sobre todo novelas eróticas, novelas que me prestaba mi profe Carlos. Extrañaría sus clases, las cosas que nos contaba. Era el más chévere de nuestros profes, bueno, para mí era el más chévere, las mongas y las dizque pitos le tenían bronca porque era demasiado liberal.
-Nadar –me reí-. No me trates de usted, porfis.
-Pero en su casa…
-En la casa, pero no cuando estamos solas. ¿Está bien?
-Bueno, como us… como digas.
También me gustaba tocarme, jugar con mi Secreto, como así lo llamaba Melissa en Cien cepilladas antes de dormir. ¿Se podía estudiar cómo tocarse? ¿Era una profesión tocarse? ¿Enseñar a tocarse?
Por último, me gustaban las chicas, siempre me habían gustado las chicas. A los doce años, en sexto de primaria, me había enamorado de una de otra sección. Se llamaba Miriam. En los recreos, Miriam y sus amigas jugaban a las muñecas en el tabladillo mientras yo, desde el balcón del segundo piso, la contemplaba hecha una babosa. A veces Miriam levantaba los ojos y me miraba, seguro pensaba pobrecita esa chica que nos mira jugar, ¿no tendrá muñecas? Pero nunca me invitó a bajar. ¿Sospecharía que me gustaba? Tenía mi edad, también se enamoraría, le gustaría alguien, ¿no? Nunca la vi con un chico, solo con sus dos amigas. ¿Le gustaría también las chicas? Ella fue mi primer amor platónico. En secundaria le diré que me gusta, me decía, pero la secundaria no lo hizo con nosotras, quizá la pusieron en un colegio mixto o su familia se marchó al extranjero porque acá la situación estaba cada día más cagada con la guerrilla. Era flaquita, delgadita, pálida, de cabellos negros hasta el hombro. Es una cosita en mis recuerdos, pero fue mi primer amor. Después me enamoré de Paola, de Janeth, de Marisa, pero nunca les dije nada.
Katty me abrió los ojos.
Katty me convirtió en una puta.
Ahora quiero tirarme a Luz. Luz me gusta. ¿Estaré enamorada de ella? No sé… No es tan simple ser mujer y estar enamorada de otra mujer. Es complicado.
Ah, me olvidaba, me gusta chatear, tengo como veinte cuentas, en la mayoría de ellas soy lesbiana, he tenido una que otra aventura, pero todo virtual, solo una vez estuve en vivo con alguien, era una aspirante a actriz mucho mayor que yo, treinta y tres años, casada, con tres hijos. Hicimos el amor tres veces, después la dejé, era media loquita, le faltaba un tornillo. También chateaba con una cubanita de diecinueve años, afincada en Canadá, fue mi mejor amante virtual. No tenía rubor alguno en tocarse por el cam. Hasta ahora tengo por ahí sus videos donde se le ve hasta los quistes que tenía en los ovarios.
Fuimos por una calle, luego por otra.
-Esa es –dijo Luz.
Era una casa pintada de celeste, de un piso. Detrás de una ventana media sucia había una hoja A4 donde decía Se dan clases de nivelación de matemática para todos los grados.
Tocamos. Salió una señora. Le dijimos que veníamos por el aviso. La señora nos dijo que su hijo era el que daba las clases, pero que ahoritita estaba en el Muelle trabajando en su bote, que volviéramos luego, de preferencia en las noches.
-¿Vamos al Malecón? Después nos bañamos.
-Vamos pues.
Las aguas de Pucusana estaban negras pero, a pesar de eso, había gente bañándose, niños revolcándose en el lodo como puercos.
-¿Una raspadilla?
-Claro. Gracias.
Mientras nos preparaban las raspadillas, nos dedicamos a ver las películas piratas que vendían.
-¿Qué clase de películas te gustan, Marfe?
-Las de terror. ¿Y a ti?
-Las comedias.
-También me gustan –dije-, pero más me gustan las que dan miedo para no dormir en las noches.
Sonrió.
-Vi La llorona –dijo-. La primera, le segunda estaba hasta las huevas.
-También la vi –dije-. Pero la que más me gustó fue Ruinas y El ojo del mal.
-También vi El ojo. Casi me hago pis en mi cama –rió.
-Pero este Ojo es otro, con Jessica Alba. Digamos que es un terror fino, pero igual te cagas de miedo.
-No la he visto –dijo.
-La he traído –dije-. Si quieres, una de estas noches la vemos.
-Ya pues –dijo.
Si entras a mi cuarto, ya no sales, tuve ganas de decirle. Si entras a mi cuarto, ya no sales, mmm, parecía título de una peli de terror. Una peli de Luz y yo.
También me gustaban las películas.
-¿Vamos al Muelle? –dijo Luz, cuando nos dieron nuestras raspadillas.
-Vamos pues –le dije, a pesar que el Muelle no me gustaba nadita porque tenía un olor desagradable.
Algunos pescadores nos decían piripos subidos de tono: qué ricos culitos, ¿qué se les perdió, mamacitas, su pichulita? Se notaba que los tíos estaban aguantados.
-¿Quieres pasear en bote?
-Ya pues.
Nos subimos al bote de un tío que tenía cara de bueno. Luz y yo nos sentamos juntitas mientras el hombre remaba frente a nosotras. No sé si era por el calor, pero sentía la piel caliente de Luz junto a la mía. Pensé ¿cómo sería echarle raspadilla en su chuchita y lamérselo luego? Debía ser un placer delicioso, único.
El bote dio un brinco y un copo de hielo del vaso de Luz cayó sobre mis rodillas. Luz se puso colorada.
-Perdone, señorita –dijo.
-Oh, no es nada –le dije.
Sacó un pedazo de papel higiénico y me limpió las rodillas. Me imaginé que me acariciaba. Qué ganes de decirle sube un poquito más y acaríciame la conchita.
Después fuimos a ver la Boca del Diablo, un boquerón abierto debajo del cerro donde entraban las olas con furia. Una caída significaba la muerte. Luz estaba media asustada. Contuve las ganas de abrazarla.
Volvimos a Naplo para bañarnos.
Pobre Luz, qué roche para ella cuando se sacó el uniforme: los pendejos, rizados, oscuros, se le escapaban por los costados de la ropa de baño. Parecía la mujer barbuda, tenía pendejos hasta para regalar.
-Pucha, así no me voy a bañar –dijo.
-Tenías que haberte depilado la línea del bikini –le dije. Le enseñé el mío, donde el vello ya empezaba a crecer-. Así.
-Pero pica –dijo.
-Si te lo pelas todo. ¿Te lo has pelado todo alguna vez?
-Una vez –dijo-. Es que tengo demasiados vellos.
Eso yo ya lo sabía. Me imaginaba abriéndome paso entre su follaje hasta llegar a su Secreto, podando las ramas de buganvillas, cortando las enredaderas, las lianas.
-¿Y tú?
-También, aunque no tengo muchos pelos. Si quieres, te ayudo a depilarte luego para que volvamos mañana a bañarnos.
Me miró. Tenía los ojos bonitos. ¿Me diría acaso quieres mirarme la chucha o qué? ¿Te gusta mirar chuchas? ¿Te gustan las chuchas?
-Ya –dijo-. Sino no me voy a poder bañar.
Aunque a mí me gustas peluda, tuve ganas de decirle.
Pasaban chicas con bonitos cuerpos en hilo, pero el único cuerpo que me gustaba era el de Luz. Estaba obsesionada con ella.
-¿No te bañas? –preguntó.
-No –le dije-. No te voy a dejar mirando, ¿no?
-Si quieres, voy y me depilo al toque y regreso –dijo.
¿Perder mi oportunidad de mirarle la conchita otra vez?
-Vamos y regresamos. Yo te ayudo.
Katty y los suyos ya se habían ido a su casa, mamá y papá estaban encerrados en su habitación, Mary estaba viendo tele.
Nos metimos a mi cuarto.
-Mira, este es El ojo del mal –le enseñé la peli-. En la noche lo vemos.
-Ya –dijo.
Nos metimos al cuarto de baño. Le pedí que se sacara el vestido. Yo no le decía uniforme, sino vestido.
Quedó en ropa de baño.
-Tienes cuerpo de modelo –le dije.
-Exageras –dijo.
-En serio.
-Las modelos son flacas –dijo.
-Flacas y horribles, en cambio, tu cuerpo es perfecto.
Me dijo gracias.
-Vas a tener que sacarte el bikini…
Silencio. Tú quieres otra cosa, ¿no, Marfe? Quieres mirarme la chucha, ¿no?
Se lo sacó. Allí estaba Luz, a medio metro de mí, solo con la parte superior del bikini.
-Siéntate al borde de la tina.
Se sentó.
Saqué espuma y un jabón.
-Abre las piernas.
Las abrió. No se notaba nada de la boca de su sexo.
-Pareces la mujer barbuda –le dije.
-Chistosa –dijo.
-En serio.
Qué ganas locas de besáselo, de hacerle una rica sopita. Aspiré el sutil perfume a algas marinas que brotaba de su Secreto. ¡No hay nada más delicioso que el aroma de una conchita fresca! Bueno, el de la aspirante a actriz también tenía buen olor y sabor. El de Katty era un poco ácido.
-Apúrate para irnos a bañar.
-Ok, ok, no te enfades –dije.
Eché un poco de espuma sobre los bordes de su conchita. Cuando puse mis dedos sobre ella para esparcirlos, sentí que sus piernas se estremecían. ¿Qué se estaría imaginando? ¿Estaría pito? ¿Le habrían hecho la sopa?
-¿Tienes enamorado? –deslicé la máquina de arriba para abajo.
-Tenía –dijo.
-¿Cuánto tiempo estuvieron?
-Casi dos años.
-Dos años… -lavé la máquina en el lavatorio después de haber quitado los vellos con mi dedo. Allí los dejé, luego los juntaría y guardaría-. ¿Cuántos años tenía él?
-Veintiuno –dijo.
Deslicé la máquina por el otro borde.
-¿Y tuvieron intimidad?
Silencio.
-No seas sapa pues, Marfe.
-Es que quiero saber…
-¿Tú nunca has estado con un hombre?
Esa pregunta tenía muchos significados. Podía significar ¿nunca has cachado? ¿No te gustan los hombres? ¿Has estado con mujeres?
-No…
-¿Estás pito? Ay, mierda, cuidado, no me vayas a cortar la chucha.
-Sorry.
-¿Sorry o zorra?
-Las dos cosas.
Nos reímos. Le eché más espuma y le pasé la máquina de abajo para arriba.
-¿Y tú?
-¿Yo, qué?
-Que si estás pito o no.
-Tú no me respondiste.
-Nunca he estado con hombres.
Esa frase también tenía varios significados. ¿Y con mujeres?, podía preguntar. ¿Qué le respondería?
No lo hizo.
-Pucha que entonces estás pitita –dijo.
Se rió con ganas.
-No te rías.
-Sorry.
-¿Y tú?
-Mañana te cuento –dijo.
-Pendeja. Lávate la chucha.
Se lo lavó.
-Puta que se ve feo –dijo-. Parece que tuviera un moño. La gente va a pensar que soy travesti.
Me reí.
-Es que eres muy peluda pues. Te bajo un poco la cresta con tijera.
Le pasé tijera con peine. Ahora sí estaba bonito, ahora sí se notaban sus labios oscuros sobresaliendo de su Secreto.
Se lavó la chucha y se puso el bikini.
-Ahora sí te queda perfecto.
-Gracias, Marfe. Eres una maestra de la depilada.
-De nada.
Le traje un pareo, unas sandalias y un top.
-Para ti.
-No seas loca, tu mamá se va a molestar.
-Son míos –le dije-. No de mi mamá. Póntelos nomás para que te veas más bonita de lo que eres.
Se puso colorada. Me gustaba cuando el rubor se apoderaba de su rostro.
-Son nuevos.
En nuestro último shoping al Jockey Plaza me había traído toneladas de ropa, bikinis y otros trapos que aún estaban sellados.
-Bueno.
Le ayudé a atarse el pareo alrededor de la cintura después de darle una vuelta por su busto.
Fuimos a la playa y nos bañamos.

EL OJO DEL MAL:
-¡Ay! –exclamó Luz-. ¡Qué miedo!
-¡Shitss! –le susurré-. Van a pensar que te estoy matando.
Se rió. Chistosa, me dijo. Vuelta se rascó el pubis. Estábamos en mi cama, viendo El ojo del mal. Era pasada la medianoche. Todos dormían. Hasta nosotras llegaba el rumor del cercano mar a través de las ventanas abiertas.
-¿Más Inca Kola?
-Sí. Gracias. Qué calor, ¿no?
-Mmm.
Se sentía un bochorno bien feo. Estiré la mano, agarré la botella y le serví.
Estábamos solitas en mi cuarto. ¿Qué hacer? Solapa le veía sus pechos que subían y bajaban al compás de su respiración. Vuelta metió su mano debajo del cubrecama y se rascó. ¿Le estaría picando feo la conchita?
-Linda Jessica Alba, ¿no? –dijo.
-Sí, es muy bella. ¿Te gusta?
-Sí. Es una excelente actriz. También trabaja en Los cuatro fantásticos, ¿no?
-Sí, pero no la vi, ¿tú?
-Tampoco.
Terminó la peli.
-Me voy –dijo Luz-. Hasta mañana, Marfe. Esta noche no duermo del miedo.
Decidí arriesgar mi pobre pellejo.
-¿Por qué no te quedas?
Silencio. El rumor del oleaje entrando por las ventanas. El cielo oscuro más allá de las ventanas. Luz desnuda en su cama…
-Tu mamá se va a molestar –dijo.
-Está durmiendo –dije-. Ni se va a dar cuenta que te quedaste aquí.
Silencio. A veces sentía que hacía el ridículo y me arrepentía de haber abierto la boca.
-Bueno –dijo-. Además, me va a dar miedo si duermo sola. Voy a traer mi pijama.
-Se van a dar cuenta si sales –dije-. Aquí te presto uno.
-Era un decir –dijo-. Con este calor, duermo en calzón. ¿Y tú?
-También. ¿Quieres que te preste un calzón?
-¿Uno de los tuyos?
-Tengo varios sin usar –le dije. Abrí uno de los cajones de mi cómoda y saqué varios calzones que aun estaban en su empaque original, con los sellos intactos-. Escógete el que más te guste.
-¿Tantos calzones te compras?
-Por ahí leí que hay que cambiárselos por lo menos tres veces al día.
-¿Y quién michi va a lavar tantos calzones, ah?
Nos reímos.
-Este está bonito.
-Te lo regalo, y todos los que quieras.
-¿En serio?
-Sí. Pruébatelos y quédate con los que te guste. También sostenes, ¿o andas con las tetas al aire, ah?
Se rió.
Empezó a probarse sostenes, calzones. Tenía unas tetas hermosas, grandes, de pezones oscuros. ¡Qué ganas locas de chupárselos, de morderle los pezones! Ese te queda bonito. ¿Sí? Sí, combina con ese calzón rojito. Rojo y negro. Pero se me ve toda la chucha. Entonces ese bóxer. Aunque con este calor, andaría sin forro. Reímos.
-Me voy a dar un baño –le dije-. Este bochorno es insoportable.
-¿Me puedo bañar también? –preguntó-. Disculpa la conchudez.
-Oh, no te preocupes.
Nos metimos a la ducha, desnudas. Abrí el grifo y el agua cayó sobre nosotras. Ah, qué rica agüita. ¿Te paso el jabón? Si quieres. Claro que quería. Le jaboné la espalda, la barriguita, los muslos, no me atreví a pasarle el jabón por las tetas, las nalgas o la vagina. Ella hizo lo mismo, pero fue más atrevida:
-Tienes unas tetas bien bonitas –me dijo.
Estábamos frente a frente, el agua chorreaba sobre nosotras.
-Son muy chicas, no me gustan –le dije-. Me gustaría tener unas como las tuyas.
Era verdad: sus tetas tenían casi el doble de los míos.
-Pero a mí no me gustan las mías –dijo-. ¿No te das cuenta que cuando dé a luz y dé de lactar se me caerán? En cambio, las tuyas, te crecerán más bonitas.
Jugando, hizo que nuestras tetas se rozaran. Me estremecí de los pies a la cabeza, no atiné a hacer nada. La hubiera estrechado en mis brazos, acariciado, no sé.
Nos metimos a la cama en calzón nomás.
-No me contaste si lo hiciste o no con tu enamorado –le dije.
Estábamos de lado, cara a cara. Tenía el aliento limpio, el cuerpo cálido.
-Esas cosas no se cuentan –dijo-. Se hacen.
Vi que se rascaba el pubis.
-¿Te está picando?
-Sí –dijo.
-¿Quieres que te ayude a rascártelo? –le dije.
Tragó aire.
-Si quieres –dijo-. ¿Me saco el calzón?
-Mmm.
Se sacó el calzón y se puso boca arriba. Mi mano temblaba cuando se posó sobre su pubis. Con el índice le rasqué suavemente los lados de la vagina.
-¿Si te echo un poco de crema humectante?
-Ya –dijo.
Hice eso. Empecé a masajearle suavemente los contornos de su Secreto que había afeitado con el índice y el dedo junto al meñique. Mi dedo medio estaba en el aire. ¿Se lo meto o no se lo meto?, pensaba, mientras sentía que me humedecía.
-Se siente rico –dijo.
-¿Te gusta?
-Sí –dijo-. Eres una experta haciendo masajitos, Marfe.
Fue entonces que bajé mi dedo medio y lo puse entre sus labios. Lanzó un suspiro, no dijo nada, no dijo ¿qué chucha haces, maricona de mierda? No dijo mejor me voy a mi cuarto. No.
Lo hundí un poco más, tampoco protestó. Estaba mojada, eso significa que, si bien quizá no le gustaba, mis masajes sí eran efectivos, al menos la arrechaban.
Con la primera falange dentro de su Secreto, empecé a mover mi dedo en círculo sobre sobre la piel que rodeaba su clítoris. Sentí que se hinchaba.
Hundí todo el dedo medio y lo empecé a meter y sacar rozando siempre su clítoris hasta hacer que se pusiese duro. ¿Decirle te hago la sopa?, ¿tu enamorado te hacía orales?, ¿besarla? Mojando mi dedo en su jugo jugaba con su clítoris. Luz gemía cada vez más hasta que sus muslos fueron presas de un estremecimiento.
-Qué rico –dijo.
Me abrazó y nos quedamos dormidas así.








VIERNES 2:

Desperté. Luz ya no estaba a mi lado, solo la huella de su cuerpo en las sábanas; en la almohada habían algunos cabellos negros. Las junté y guardé en una de las bolsitas donde había estado uno de los calzones que se llevó. ¡Habíamos dormido juntas, abrazadas! Nuestras tetas se habían rozado, chocado, acariciado. Había sentido ponerse duro sus pezones, pero no intenté hacer nada, poco a poco quizá llegaría lejos, todavía teníamos todo el verano por delante, tiempo suficiente para seducirla, conquistarla. Qué pereza levantarse.
Me asomé a la ventana: Luz barría el patio, recogía las hojas de buganvilla y las echaba en una bolsa. Estaba con su horrendo uniforme celeste. Me miró, le dije hola moviendo las manos, movió un poquito las suyas.
Tendí mi cama para ahorrarle trabajo. Eché los restos del tacho de mi baño en una bolsa. Ese trabajo lo hacía ella. Seguro le daba asco cada vez que vaciaba los tachos y veía los restos de papel higiénico con caca. Pobre, Luz. Si viviera conmigo, no haría nada, sería la princesa de mi palacio. Yo sería capaz de ser su esclava. Yo recogería todas las mañanas las hojas de la buganvilla.
Me vestí –bikini, pareo, top, sandalias- y bajé a la playa. Troté a lo largo de la orilla después de quitarme las sandalias, mirando mis pies para no tropezar con alguna porquería de esas que siempre dejaban los veraneantes y que la marea no había arrastrado en la noche. Ayer en la playa no cabía ni una aguja más. Los empleados de la municipalidad estaban limpiando la arena, removiéndola, encontrando cada sorpresa que dejaban los veraneantes. Todavía faltaban tres largos días para que terminara el largo fin de semana. Algunas carpas estaban montadas por aquí, por allá. Las gaviotas huían a mi paso. Empecé a sudar. Dentro de tres semanas cumpliría dieciocho años. Ya iba a ser mayor de edad, ya iba a tener DNI, podría sacar mi brevete. Luz ya tenía DNI. Ya podría disponer de las acciones que mi abuelo había dejado para mí en la empresa.
Las embarcaciones pesqueras regresaban al puerto de Pucusana con lo que habían capturado durante la jornada.
Listo, ya había sudado lo suficiente. Me quité el pareo y me lancé al mar. No me había cruzado con Katty, y eso que habíamos prometido encontrarnos todas las mañanas. Vivía unas cuantas casas más allá de la mía. Nadé, buceé, esquivé las olas. Salí chorreando agua.
Regresé a casa y me metí a la ducha.
Luz había tendido mi cama de nuevo. Ah, claro, hasta para tender una cama yo era torpe. Tender una cama no significaba extender las sábanas y el cubrecama y listo, no, no, era mucho más complicado que eso. Se había llevado mis calzones sucios, la ropa que ella y su mamá dejarían impecable.
Bajé a desayunar, sola, mamá seguía durmiendo, papá se había marchado temprano a la empresa, para él ya había sido suficiente descanso el día de ayer, ya descansaría el domingo, y eso si es que no había trabajo urgente. Se viene el tiempo de las vacas flacas, decía, no puedo darme el lujo de descansar mientras hay trabajo.
-¿Te gusta estar aquí, Marfe? –me preguntó Mary, mientras me servía el desayuno: jugo, tostadas con mermelada.
-Sí. ¿Y a ti?
-Demasiado calor –dijo Mary.
-Oh, claro, el sol jode mucho.
-Creo que este será mi último verano aquí.
-¿Acaso te vas a morir? –preguntó Luz, entrando a la cocina-comedor.
Se había mojado los cabellos y sacado la toca de mierda.
-Sí –dijo su mamá.
-Peor para ti –le dijo Luz-. Te perderás a tantos chicos guapos.
Mary había trabajado con mi madre antes que yo naciera. Estaba con la familia casi veinticinco años.
-El otro verano me quedo en Chaclacayo –dijo-. Voy a cumplir sesenta años, la playa ya no es para mí. Es para ustedes que andan buscando marido.
Nos reímos.
Sesenta años. Veinticinco años cocinando para otros, atendiendo a otras personas.
Luz se sirvió jugo y se sentó frente a mí. Se soltó los cabellos.
-¿La loca Loreto no vendrá hoy? –preguntó.
-No sé –dije-. Quizá.
-Bien jodida la Katty, ¿no?
-Mmm.
-Esa es otra loquita, como su mamá.
Pobre Katty.
-¿Es cierto que le gustan las mujeres? –preguntó Mary.
El rostro me empezó a arder. Luz me miró. Luz desnuda, tendida sobre su cama, su sexo cubierto por un manto oscuro.
-Bromeaba –dije-. ¿No ves que es una tarada peor que su mamá?
Risas.
-Aunque siempre ha sido rarita desde niña –dijo Mary.
-¿Sí?
-Sí. Una vez, en tu cumpleaños, le dio un beso en la boca a la Stefany, la hija de tu tía Alessandra. Y no tenía ni siete años.
-No friegues.
-En serio. Todos se rieron, pero eso es raro, ¿no?
-Mmm –dije.
¿Cuántas veces me había besado con Katty en la cabaña que el abuelo José había construído sobre el viejo molle? Infinitos. ¿Mary nos habría visto alguna vez?
-¿Será por eso que nunca ha tenido enamorado?
Luz no decía nada, ¿por no delatarse?, pero a veces el rubor se apoderaba de su rostro.
-Yo tampoco he tenido enamorado –dije.
-Ah, pero tú eres una señorita pues –dijo Mary-. No como esa forajida que mejor hubiese nacido con huevos.
Nos reímos ella y yo, Luz apenas hizo una mueca. ¿Estaría recordando que anoche habíamos dormido juntas, que anoche la había masturbado, que anoche nuestras tetas se habían rozado?
-¿Encontraron al profesor de matemática?
-No. Ya el lunes lo buscaremos. Anda ocupado paseando a los veraneantes en su bote.
-¿Es pescador?
-Quizá. Ya el lunes vamos, cuando la playa esté vacía.

EL PERRO CACHUCHERO:
Fui a mi habitación. Prendí mi laptop. Katty estaba en línea.
KATTY: ¿Sabes lo que es un perro chachuchero?
MARFE: Nup.
KATTY: Es un perro especialmente entrenado para hacerle sexo oral a las mujeres.
MARFE: ¿Un perro sopero dices?
KATTY: Sipi.
MARFE: Uy, ya quiero tener uno.
KATTY: Adivina.
MARFE: ¿Te has conseguido la lengua de uno de esos perros?
KATTY: Anda, puta, mejor que eso: tengo uno de esos perros.
MARFE: No me jodas, ¿en serio?
KATTY: Es de mi vieja. Se lo regaló mi tía Pía por Navidad.
MARFE: ¿En serio?
KATTY: Sí, carajo. Qué bruta eres.
MARFE: ¿Y cómo sabes que es uno de esos perros cachu no sé qué?
KATTY: Porque descubrí a mi vieja con el perro entre las piernas.
MARFE: Jajaja.
KATTY: En serio, cojuda.
MARFE: Tu vieja es bien puta, amiguita.
KATTY: Sí pues.
MARFE: ¿Y cuándo lo probamos?
KATTY: Sí quieres, ahora.
MARFE: Tu vieja qué va a querer prestarnos su mascota.
KATTY: Ha salido con los mellizos. Vente.
MARFE: Uy, chucha, voy volando.
Le dije a mi mamá que iba donde Katty. Saludas a tu tía, dijo. Dile que se vengan a almorzar.
Fui por la orilla del mar, mirando a los veraneantes que poco a poco iban llegando a Naplo con sus ollas de comida, sus gaseosas y bolsas de fruta. Naplo ya no era aquel balneario exclusivo de antaño donde nuestro presidente había tenido una casa, ahora cualquiera con algunos dólares podía comprarse una y presumir. Allí estaba la casa de la Gise, un poco más allá el de la Tula. ¡Comprarse una casa cerca de la que ha sido mujer de tu marido! Qué ridícula, ¿no? Eso podía dar fe de la clase de gente que era esa mujercita.
Katty me abrió la puerta de su casa. Estaba en mini y top. Nos dimos un beso cerquita de los labios.
-¿Es cierto lo del perro cachuchero o es puro cuento nomás?
-Claro que es cierto, puta.
-¿Ya lo probaste?
-Para eso te llamé: para probarlo juntas.
-¿Y no tendrá la lengua lleno de porquería?
-Carajo, Lengua es un perro limpio, ¿o tú crees que mi vieja le da caca para que coma?
-Igual le pasa la lengua por cualquier sitio, ¿no?
-Pero se nota que es saludable.
Me llevó hasta el patio posterior.
Lengua era un labrador inmenso, peludo como las barbas de Papá Noel. Nos vio y empezó a mover la cola.
-Tu vieja sí debe estar aguantada para dejarse sopear por un perro, ¿no? ¿Por qué no se busca un cachero mejor?
-¿Tú crees que no tiene esa pendeja? Lo que pasa es que es viciosa.
Lengua seguía moviendo la cola con alegría.
-¿Lo probamos?
-Primero tú, no me vaya a morder la chucha.
-Bueno, a ver pues.
Katty se sacó la mini y el calzón y se sentó en un puff mientras yo agarraba a Lengua de su correo.
-Ven, Lengua, prueba mi rica conchita –lo llamaba al animal.
Parece que el perro percibió el olor de la chucha de Katty porque empezó a babear. Ah, este perro sí que era un pendejo. Lo sujeté fuerte de su correa para que no se lanzara con todo sobre la chucha de mi amiga.
Lengua le dio un lenguazo, Katty lanzó un gemido, Lengua le dio otro lenguazo y Katty empezó a decir qué rico, qué rico, sigue así, perrito. Lengua era un experto sopero, en un dos por tres hizo que Katty alcanzara su primer orgasmo, después el segundo, luego el tercero y por último el cuarto. Era la primera vez que alcanzaba tantos orgasmos al hilo. Eso sí que era un milagro.
-Ahora tú, Marfe.
-Ay, no sé…
-Es rico, prueba y te gustará.
-¿Si me muerde la chucha?
-Cojuda, ¿acaso a mí me ha mordido?
Me levanté el vestido, me quité el calzón y, con las piernas abiertas, ocupé el lugar de Katty.
El primer lenguazo me hizo cosquillas pues tenía la lengua demasiado áspera. A pesar que estaba llena de baba, era una lengua caliente. El segundo lenguazo se metió entre mis labios, el tercero rozó mi clítoris, que empezó a ponerse duro. Los siguientes lenguazos hicieron que gimiera como una perra. Era una lengua experta, experimentada, Katty jamás utilizaría la lengua así. Pensé en Luz, la recordé desnuda, con el sexo cubierto por un manto oscuro. Imaginé que era ella la que me hacía esa sopita tan deliciosa. Una, dos, tres veces alcancé el Paraíso.
Mientras Lengua me comía la chucha, Katty le había estado masturbando. El perro estaba con la verga dura. Katty se la empezó a chupar. Luego, de tan arrecha que estaba, se puso de cuatro patas y dejó que Lengua se la montara. El animal se la bombeó bien hasta terminar dentro de la concha de mi amiguita.
-Ahora te toca a ti –dijo Katty.
-¿Dejar que me cache un perro? Ni loca. Paso.
-Pero si lo hace mejor que un hombre.
-Ay, pero yo no he estado con un hombre, menos voy a estar con un perro, ¿no?
-No sabes lo que te pierdes, amiguita.
-Quizá otro día, ahora no. Además, tengo el hímen intacto.
-¿No que te habías metido el mango del cepillo hasta el fondo?
-Era una broma.
Me lavé la chucha en un caño, me puse mi calzón y regresé a casa.

EN LA NOCHE:
Luz abrió la puerta y entró a mi habitación. Eran casi las once. Todos dormían en la casa.
-¿Qué peli vemos hoy? –me dijo.
-¿El pozo?
-Ay, basta de terror, anoche no pude dormir bien –se quejó-. ¿No tienes algo más fuerte?
-¿Quieres ver una de sexo?
-Claro, si no te incomoda a ti.
-Por mí no hay ningún problema –le dije, pensando mejor para mí, solita te estás metiendo en la boca de la loba, putita.
Mis pelis pornos las tenía dentro de los estuches de las películas “normales”, no fuera que mi mamá entrara a investigar entre mis cosas; hay que tomar precauciones, ¿no?
Escogí una protagonizada por Nicol Wonder, una gringuita cacherita. En la primera escena, Nicol está vestida con una escocesa blanca y negra y un polito celeste, lleva unos tacos inmensos. Después de darse un par de vueltas, se sienta en un sofá y empieza a acariciarse la conchita sobre su calzoncito blanco, luego lo aparta y allí está su zorrita pelada, se moja un dedo y se lo mete hasta el fondo. ¡Qué rico!, decía Luz. ¿Te gusta ver cache?, le pregunté. Sí, dijo, ¿a ti no? A veces, cuando estoy con ganas… ¿Con ganas de estar con un hombre? Con ganas de tocarme, le dije. ¿Tú ya has cachado, Marfe? Ya te dije que estoy pitito. No te creo. En serio, ¿quieres probar? Yo no tengo pinga, dijo, riéndose, sino con gusto te cacharía porque tienes bonito cuerpo. ¿Te gusta? Sí, dijo. Eres blanquita, gringuita, te pareces a la Nicol Wonder. Rió. ¿Te sigue picando la conchita?, le pregunté. Un poquito, dijo, ¿quieres rascármelo? Claro. En la pantalla, un hombre se aparecía y le hacía una rica sopita a la Nicol. Qué rico, exclamó Luz. ¿A ti te han hecho la sopa? Una vez, dijo. ¿Y te gustó? Me lo hicieron más o menos. Yo te lo haría bien rico, tuve ganas de decirle mientras metía mi mano debajo de su calzoncito. Allí estaba su conchita, húmeda y caliente. Se lo acaricié hasta que empezó a gemir, me mojé el dedo índice y se lo enterré hasta el fondo. Se lo empecé a meter y sacar. Acariciame también, le pedí. ¿La conchita?, preguntó. Sí, le dije. Puso una mano sobre mis muslos. No tengas miedo, le dije. No tengo miedo, dijo. ¿Entonces? Puso su mano sobre mi pubis. En la pantalla, Nicol Wonder la daba una mamada a su cachero. ¿Se la chupabas a tu enamorado?, le pregunté. Solo un par de veces, dijo Luz, mientras me acariciaba la vagina por sobre el calzón. Mi sexo empezaba a hervir. Su clítoris ya estaba duro, lo acariciaba con mis dos dedos, Luz gemía. Metió su mano debajo de mi calzón, al fin, y me empezó a acariciar la chucha. Nunca le he tocado la concha a una mujer, dijo, como excusándose. Tenía los dedos enormes. ¿Es cierto que estás pito, Marfe?, me preguntó. Sí. ¿Nunca te has metido nada a la chucha? No, ¿tú? Lapiceros, dijo, líquido corrector. Qué pendeja que eres. Despacio, no me vayas a romper el hímen. ¿No quieres que yo te saque de pito, ah?, hundió su dedo hasta que dije ay, me duele. ¿A ti te dolió cuando te sacaron de pito?, le dije. Puse una mano sobre sus tetas, no dijo nada. Bastante, dijo. ¿Sangraste? Sí. Metí mi mano debajo de su sostén y le acaricié las tetas. Sus pezones ya estaban duros. Cada vez gemía más. También me empezó a acariciar las tetas. Cáchame, me pidió. La besé. No me rechazó, también me correspondió. Me metía la lengua en la boca. Nuestras lenguas se enredaron como dos serpientes. Me acariciaba las tetas, la espalda, la cintura mientras murmuraba eres linda, Marfe, eres linda. Tú también, le dije, besándole el cuello, las tetas, el ombligo. Ahora te voy a comer la conchita, pensaba, te voy a hacer una rica sopita. Le bajé el calzoncito y su aroma a mar se metió por mis narices. ¡Qué rico olor! Abre más las piernas, le pedí. Los abrió y allí estaba su sexo, rojo, lustroso. Me lo tragué. Lo besé, chupé, mordí, lamí hasta que sentí un líquido espeso y tibio llenarme la boca. Me lo bebí. Hazme la sopita, Luz, le pedí. ¿Quieres? Sí. Con temor, la sentí avanzar hacia mi sexo. Te va a gustar, le decía yo mientras le acariciaba los cabellos. Llegó a mi ombligo, después a mi pubis. Cuando llegó a mi vagina, me lo besó como loca, con ganas, con ansias, aunque con torpeza. Cómo me succionaba los labios vaginales mientras me decía rico, rico, qué rica es tu conchita, Marfe. Me hizo llegar dos veces. Nos quedamos dormidas, abrazadas.












SÁBADO 3:

Sentí unas manos hurgando entre mis piernas y abrí los ojos. Era Luz.
-Hay que cachar, Marfe –me dijo.
Pensé esta cojuda se ha vuelto una fanática de la chucha o es una viciosa.
Eran las cinco de la mañana.
Nos empezamos a besar con ganas. Le chupé las tetas.
-Crúzate en la cama –le pedí.
Se echó cruzada en la cama. Abrió las piernas. Allí estaban los labios oscuros de su sexo. Le di un lengüazo, después otro y otro. Empezó a gemir como una perra.
Estábamos en esas, cuando escuchamos pasos.
-Mi vieja –dijo, asustada.
Empezó a vestirse.
-¿Y ahora qué le digo si va a buscarme?
-Dile que saliste a dar vueltas por ahí.
-¿Me creerá?
-Entonces dile que estuviste cachando conmigo.
-Esa sí no me va a creer –dijo.
Contuvimos las ganas de reírnos.
Se fue por el corredor llevando sus sandalias en la mano. ¿Su mamá nos haría un chongo? No la creía capaz. Luz ya no tenía diez años, podía cachar con quien quisiera, ¿no? ¿O María todavía andaba cuidando el hímen de su linda hijita para que se la desgarraran la noche de su luna de miel?
Nada de bulla ni gritos. Quizá Mary salió a darse sus vueltas por la playa.
Me eché a dormir. Todavía faltaba mucho para las ocho de la mañana.

MI TOCAYA
Desperté a las nueve de la mañana. Tomé un jugo y bajé a la playa, tendí mi toalla sobre la arena y me eché a dormir. Estaba soñando con la aternidad de los mosquitos, cuando unas gotas de agua me volvieron a la realidad.
-¡Putama…!
-Sorry, amiga –me dijo la rubia.
La iba a mandar al diablo pero dije no, aquí puede pasar algo.
Era una rubia espectacular. Llevaba un top rojo, una faldita de rayas azules, rojas y blancas y unas sandalias del mismo color. Tenía la piel bronceada. Tenía varios tatuajes. En la cara interior del tobillo derecho tenía como un escudo de armas de la Edad Media.
-¿Puedo tenderme aquí? –preguntó.
-Sí, no hay problema.
Puso su toalla en el suelo, se sentó y le vi un poco la cintura: tenía un dragón sobre la nalga izquiera. Debajo del hombro derecho tenía una estrella. Y en el cuello unas serpientes enredadas. Tenía la espalda llena de pecas.
-¿Tantos tatuajes tienes? –le pregunté.
Llevaba unos lentes oscuros sobre los cabellos.
-Pareces la Angie Jibaja.
Rió con ganas.
-Es que me gustan –dijo-. ¿Tú no tienes ninguno?
-No. ¿Tienen algún significado?
Dijo que sí. Esta estrella fue por alguien que me hacía ver las estrellas, estas culebras porque nuestras lenguas se enredaban como culebras, decía y se mataba de la risa.
-¿Cómo te llamas? –me preguntó.
-María Fernanda. ¿Y tú?
-Carajo, somos tocayas –dijo-. Yo soy Fernanda.
-Vaya, el mundo es chico –dije.
-Así parece. ¿Has venido sola a Naplo?
-Vivo aquí –dije-. ¿Y tú?
-En Pucusana –dijo-. Pero allá no se puede bañar, así que me vengo aquí. Jodido el calor, ¿no?
Se quitó la faldita y quedó en bikini y top. Tenía un bikini rojo, diminuto. Tenía otro dragón cerca de la chucha. Unos vellitos rubios se escapaban por los costados de su bikini.
-¿Te gusta mi dragón? –preguntó.
-Sí.
-¿No te gustaría hacerte uno?
-Sí, pero mi mamá se molestaría.
-Si te lo haces en el Monte de Venus, ella no se dará cuenta.
-No me atrevería a tanto.
-No tiene nada de malo –dijo-. Mira mi dragón, está cerquita de mi chucha y no me causa problemas.
Rió. Se había bajado un poco el bikini y allí estaba, casi cubierto por sus pendejos, el dragón.
-Una amiga me hizo estos tatuajes –dijo-. Si te animas, me pasas la voz.
-Ya. Gracias.
Se sentó a mi lado. Sacó bloqueador y se empezó a untar la piel. Tenía la piel dorada de tanto sol.
Tenía un cuerpo apetecible. Debía tener una conchita doradita, unos labios con un fuerte sabor a mar. ¡Qué rico! Sin querer, me estaba excitando. ¡Hacerle una sopita!
-¿Tienes enamorado? –me preguntó.
¿Qué responderle? ¿Me gustan las mujeres?
-No. ¿Y tú?
-Tampoco –dijo-. ¿Me pasas bloqueador en la espalda, porfis?
-Claro.
Unté mis manos con bloqueador y los pasé por su espalda.
-¿Sabes?: tienes unas manos suavecitas como el algodón.
-Gracias.
Desde donde estaba, podía ver clarito sus pezones oscuros, puntiagudos, duros. ¿También se estaría arrechando?
-¿Vives permanentemente en Naplo?
-No, solo por temporada. ¿Y tú?
-También. Vivo en San Isidro. ¿Y tú?
-En Chaclacayo.
-Qué bien. ¿Y qué haces por la vida? –estiró la tira de su bikini y le vi las tetas como si estuviera desnuda. ¿Lo hacía a propósito? Agarrárselos.
-Qué bien. Tienes sol todo el año.
-Mmm. Listo.
-Gracias.
-De nada.
Nos tendimos en nuestras toallas. El sol quemaba con ganas.
-¡Oh, mira, qué linda mujer! –una chica, bronceada como una estatua, con el cabello enrulado, pasó frente a nosotras moviendo su redondo trasero-. ¿Te gusta?
Si le decía que sí, se iba a dar cuenta que era lesbiana.
-Tiene bonito cuerpo –dije-. Se ve bien.
-¿No te gustaría pasarle bloqueador?
-Si me lo pide, ¿por qué no? ¿Y a ti?
-Por supuesto que sí, y si sale algo más, me aviento con todo –rió.
-¿Te gustan las mujeres?
-Sí –dijo-. ¿A ti no?
Me quedé callada. Nunca me lo habían preguntado a boca de jarro.
-Un poco…
-Me lo imaginaba.
-¿Por?
-Te estuve observando. Solo volteabas cuando pasaban las chicas. Eres lesbiana, ¿no?
-Sí… ¿Tú?
-También. ¿Ya has tenido intimidad con una chica?
-Sí. Con mi prima.
-¿También es lesbiana?
-Mmm. ¿Y tú?
-También.
Puso una mano sobre mis muslos.
-¿Y qué tal eres con la lengua? –preguntó, mientras me acariciaba con disimulos.
Pensé en Luz, en todas las veces que la había hecho llegar en mi boca.
La playa ya se había llenado de veraneantes.
-Mi prima no se ha quejado hasta ahora. ¿Y tú?
-Me defiendo –dijo, sin dejar de acariciarme.
Mi sexo ya estaba mojado.
-¿Nadamos?
-Claro.
Nos metimos al agua.
-Nadas muy bien –me dijo.
-Siempre he vivido cerca del mar –le dije.
-Se nota –dijo Fernanda-. Tienes un cuerpo de sirena.
-Gracias. Tú también.
-¿Te gustaría que cachemos? –preguntó.
-¿No es muy pronto? –pregunté, a pesar que tenía unas ganas locas de estar con ella.
-Quizá –dijo-. Pero me gusta tu cuerpo. Me gustaría besarte toda.
Me puse colorada.
-¿Dónde lo hacemos?
-En mi casa, no hay nadie. ¿Vamos?
-Vamos pues.
Salimos del agua, recogimos nuestras toallas y enrumbamos a Pucusana.
Era una casona antigua, frente al puerto.
Entramos por un corredor estrecho de desportillado piso. Una puerta de madera con pintura antigua. Una amplia habitación, una cama en el medio, un espejo grande, la ropa tirada en el suelo.
Fernanda me abrazó por atrás. Me agarró las tetas, me mordió suavemente una oreja, me besó la nuca.
Sentí como electricidad recorrerme de punta a punta.
Sus manos bajaron de mis tetas y se metieron debajo de mi ropa de baño mientras restregaba su pubis en mi trasero.
Deslizó su índice derecho a lo largo de la abertura de mi vagina. ¡Qué rico! Subió y bajó y luego lo hundió suavemente. Yo ya estaba mojadita. Empezó a acariciarme el clítoris hasta que se puso durito.
-Échate en la cama para hacerte la sopita, Marfe.
Me eché de lado. Abrí las piernas. Ella apartó mi bikini y hundió la boca en mi vagina. Sentí su lengua hurgando entre los pliegues de mi intimidad. Qué rica conchita tienes, Marfe, decía, lamiéndome, chupándome, succionándome, metiéndome la lengua, aguda, larga, hasta las profundidades de mi secreto.
Mi clítoris se puso duro como un faro. Fernanda se lo tragó. Lo aprisionó entre sus labios como si fuera un yunque al mismo tiempo que con la punta de la lengua me hacía circulitos. Era una sensación única. Algo en mi interior se rompió como un dique, mis piernas, y todo mi cuerpo, se estremecieron en un espasmo y sentí que alcanzaba el cielo con las manos.
Fernanda me pasó la lengua hasta dejarme limpia la vagina.
-Chúpame la concha, Marfe –pidió.
Intercambiamos lugares.
Ahora te voy a devorar, le dije al dragón que tenía en el pubis y cuya cola se perdía a un centímetro de su vagina.
Aparté la maleza que tenía cubriéndole el Secreto y le di el primer lenguazo. Lo tenía demasiado ácido para mis gustos, pero igual se lo seguí chupando. Pensé en Luz, ¿estaría limpiando la casa, recogiendo las hojas de la buganvilla?, ¿habría bajado a la playa?
Me concentré en su clítoris. Se lo chupé haste hacerla chillar como a una loca.
Nos acostamos juntas.
-Eres una experta, Marfe –me dijo, acariciándome los cabellos-. ¿Quién te enseñó a usas la lengua así?
Le conté mis aventuras con mi prima Katty.
Me preguntó si había usado consolador. Le dije que no. Se puso de pie, abrió un cajón y sacó un consolador provisto de una correa.
-¿Quieres cacharme? –preguntó.
Me ajustó la correa, levantó las piernas y se la metí. Empecé a moverme como si fuera un hombre. Se la sacaba y metía y ella gemía, decía métemela más y yo se la empujaba con todo y ella pedía más.
-Métemela por el culo –pidió.
Se puso en cuatro patas, embadurné el consolador con una crema de leche y miel y se la empecé a meter, duele, duele, Marfe, sácamela, pero yo seguía sin escuchar sus ruegos, me vas a matar, Marfe, esto es lo que querías, ¿no, perra?, yo seguía mete y mete, un hilillo de sangra caía de su ano pero no me detuve hasta que estuvo todo adentro.
Caí jadeante sobre su espalda llena de pecas.
-¿Quieres que te la meta, Marfe?
-No.
-Es rico –dijo.
-Estoy virgen todavía –le dije.
-No jodas. ¿En serio?
-Sí. Aparte de mis dedos, nunca me he metido otra cosa.
-¿O sea que tienes el himen intacto?
-Así es, amiga.
-Qué linda mi amorcito todavía está pitito –dijo, dándome un beso en los labios.
Le correspondí.
-¿Quieres ser mi enamorada? –me preguntó.
Yo estaba enamorada de Luz, nunca había tenido enamorada. Estaba segura que si le decía a Luz estoy enamorada de ti, se burlaría. Para ella lo nuestro solo era sexo.
-Sí –le dije.
Nos volvimos a besar. Volvimos a hacer el amor.
Volví a mi casa para el almuerzo.
-¿Quién era esa rubia con la que te fuiste a Pucusana? –me preguntó Luz.
-Una amiga.
-¿Del cole?
¿Estaba celosa la huevona o qué?
-Sí.
-¿Tan mayor?
-Oye, huevona, yo puedo andar con quien quiero, ¿no?, ¿o te tengo que pedir permiso?
-No me busques nunca más –dijo-. Si quieres cachar, hazlo con el perro.
-Luz, yo…
Me dejó con la palabra en la boca. Ya se le pasará el enojo, pensé, pero no, estuvo con rabia todo el día.
En la noche le dije a mi mamá que me iba a dormir donde Katty y me fui donde Fernanda.
Salimos a pasear al puerto. Los bares, las discotecas, los restaurantes, todo estaba lleno. Compramos un par de cervezas y fuimos a la Boca del Diablo. Las olas la golpeaban con más furia.
-¿Cómo así te diste cuenta que te gustaban las chicas, Marfe? –me preguntó Fernanda. Estábamos acodadas mirando las olas.
Llevaba una mini verde fosforescente de algodón y un top morado. Tenía el ombligo al aire.
Le conté que a los doce años me enamoré de Miriam, la chica de mi cole que jugaba a las muñecas con sus amiguitas en el tabladillo.
-¿Y con quién cachaste por primera vez?
-Con una amiga del cole –mentí. Ya estaba aburrida de contar que fue con Katty a los catorce años cuando se quedó a dormir en mi cuarto-. Fuimos de paseo a Chosica. Nos bañamos en la piscina y su bikini mojado dejaba notar que tenía una rayaza debajo.
-Qué rico.
-Eso le dije cuando, como jugando, le pedí que me enseñara su conchita. ¿Te gusta?, me preguntó.
-¿En serio? –preguntó, acariciándome una pierna aprovechando que no había nadie.
-Sí. Le dije sí. ¿Quieres hacerme la sopita?, me preguntó.
-Puta, no te creo, Marfe.
-En serio –había metido su mano y me acariciaba la vagina por sobre el calzón.
-¿Y cacharon?
-No. Nos fuimos al río y nos besamos un poquito. Quise hacerle la sopa, pero se cagaba de miedo, así que lo dejamos para después.
-Ya me arrechaste –dijo Fernanda.
Sacó su mano porque llegó una pareja.
-¿Y dónde lo hicieron?
-En mi casa, al día siguiente. Fue con el pretexto de hacer las tareas y nos encerramos en mi cuarto y lo hicimos.
-¿Era lesbiana?
-Bisexual. Tenía enamorado.
-Qué puta. ¿Cómo se llamaba?
-Lucero –dije, pensando en Luz.
-¿Cuántas veces lo hicieron?
-Todas las veces que pudimos. A veces íbamos al baño juntas y chapábamos.
-Qué rico.
-Mmm.
-¿Volvemos? –dijo. Se acercó más y me susurró al oído-: Quiero que me caches.
Fuimos por unas cervezas y regresamos a la casa. Nos empezamos a besar con furia.
-¿Te gusta mi conchita? –preguntó.
-Me encanta –le dije.
-¿Me haces la sopa?
-Mejor hagamos la 69 para disfrutar las dos.
Lo hicimos. Siempre se alocaba cuando le comía la concha. Mordía la mía, me lastimaba el clítoris.
Me pidió que me ponga el consolador. Lo hice. Montó sobre mí y empezó a cabalgar. No paró hasta que alcanzó un par de orgasmos. Luego quería metérmela, pero no acepté.
Dormimos juntas hasta que el sol nos despertó.


















DOMINGO 4:

Luz ni me miró durante el desayuno. Seguía con su feo vestido celeste.
-¿Y qué tal la noche donde tu prima Katty? –me preguntó Mary con cierta ironía en la voz. ¿Luz le habría contado?: mamá, Marfe es otra perra, le gustan las mujeres. ¿Cómo sabes eso, hijita? Porque me chupó la concha, mamá.
No la creía capaz.
-Bien. Hoy vienen a almorzar.
-Mierda con esa gente.
-Ay, la tía Loreto es buena.
-Buena para joder.
Risas. Pero Luz no rió.
-Pareces que estás con tu regla –le dijo su mamá.
-No jodas, ¿quieres? –le contestó Luz.
Uy, chucha, esta huevona está amarga, pensé, más me vale tener la boca cerrada.
-Voy a dormir –dije-, que nadie me moleste.
-Qué habrás hecho anoche para andar con sueño –dijo Mary.
Cachar, le iba a decir, pero no lo hice.
Me di un duchazo y me metí en mi cama.
A los pocos minutos, entró Luz.
-¿Por qué eres tan perra, Marfe? –me espetó.
-No me insultes así. ¿Acaso somos algo para que me reclames?
-Ah, claro, por eso un día cachas conmigo y luego con otra, ¿no?
-Ya no digas estupideces, por favor, Luz.
-¡Perra, perra, perra!
-¡Perra tu madre!
-¿Qué dijiste, conchatumadre?
Se acercó amenazante. Su uniforme celeste. Sus piernas largas, sus caderas anchas, sus tetas subiendo y bajando. Luz desnuda.
-No te molestes por gusto, Luz –me rebajé-. Puedo estar con otras, pero la única que me gustas eres tú.
Se rió.
-¿No me crees?
-Cachas conmigo, cachas con otras…
-Es que no somos casi nada –le dije-. Si fuésemos enamoradas, sería distinto.
-¿Enamoradas?
-¿No te gustaría?
-¿Y qué te hago si me engañas?
-Me metes el palo de escoba en la chucha.
Se rió con ganas.
-Voy a pensarlo –dijo-. Ahora tengo que barrer el patio.
-¿No quieres que hagamos el amor un ratito?
-Solo un ratito –dijo.
Se desnudó. Los vellos empezaban a brotar en su pubis. Se echó con las piernas abiertas y le hice la sopita. Tienes una conchita deliciosa, amor. Hicimos la 69. ¿Quieres ser mi enamorada, Luz? Sí, dijo. Nos dimos un prolongado beso en la boca, se cambió y se marchó diciéndome vuelvo en la noche, no te vayas a ir a cachar con otra que te voy a estar chequeando.
Me llegó un mensaje de Fernanda: Ven, tengo ganas de ti. Espérame, le respondí.
La playa llena de gente. Mañana estaría casi vacía, todos volverían a sus trabajos. Crucé el túnel que lleva a Pucusana. Llegué a la puerta de Fernanda, entré.
Volvimos a hacer el amor. Era delicioso hacerle el amor, poseerla, comerle la vagina, hacernos la 69, penetrarla con el vibrador.
-¿Y ya encontraste al profesor de matemática? –me preguntó la tía Loreto durante el almuerzo.
-Todavía, tía, mañana lo buscaré.
-No vaya a ser uno de esos profesores pedófilos que siempre salen en los periódicos –dijo la tía.
Risas.
-¿Y cómo van los negocios, Andrea?
-Bien, bien, tú sabes que todo el mundo compra hasta por gusto a fin de año –dijo papá-. No me puedo quejar. ¿Alguna noticia de Patricio?
-Se va al Maule a visitar la chacra.
-¿A la chacra, o a la otra? –dijo Katty, que estaba callada.
-No hables tonterías que ahorita te rompo la boca –le dijo la tía Loreto.
-¿Quién es la otra, mamá? –preguntó la melliza.
-Nadie, hijita. Tu hermana habla porque anda con hambre.
Risas.
-¿Algún chico que te haya gustado, Marfe? –me preguntó Katty.
-Muchos –dije-. ¿Y a ti?
-El jardinero.
-No te estarás metiendo con ese viejo apestoso, ¿no? –le dijo su mamá.
-Peor sería estar con el perro, ¿no?
La tía Loreto se puso colorada.
-Oye, Marfe, ¿y si vamos el fin de semana a Máncora? –dijo Katty.
-Se van a perder –dijo mamá.
-Ay, tía, ya no somos chibolas.
-Igual está lejos.
-¿Para qué existen los teléfonos?
-Si quieren, pueden ir –dijo papá-. Van en avión hasta Piura y listo.
Mamá puso su cara de molesta y papá se metió un pedazo de camote en la boca como si la cosa no fuese con él.
-Podemos ir el sábado en la mañana y regresamos el lunes.
-Sí, está bien. Mañana mismo les saco los pasajes.
-Ay, tío Andrea, eres un amor.
-Pueden ir con Luz –dijo papá-. Para que las cuide. No creo que se pierdan las tres, ¿no?
-Mientras las matan a las dos, Luz avisa a la policía –dijo mamá.
Risas. Katty puso su cara de poto, pero parece que nadie lo notó.
-Si va esa chola, no voy –dijo Katty.
Estábamos en la playa.
-¿No te gustaría hacerle la sopita?
-Esa debe tener la chucha podrida.
-No hables, huevadas, amiga, bien que te la quieres cachar.
Se rió con ganas.
-Máncora debe estar llena de turistas. Quizá conozcamos alguna danesa, alguna sueca. Esas son bien cacheras.
-Y sidosas. Esas comen de todo.
-Pero deben tener unas conchas deliciosas, ¿no?
-Veremos, veremos.
Pasaron un grupo de chicas. Cómo se le salían los ojos a Katty viéndoles los culos apenas cubiertos por unos hilos dentales.
-Qué ganas de cachar –suspiró.
-¿Y cómo te va con Lengua?
-Es un buen sopero, pero ya me harté de la lengua de perro –río con ganas-. Yo quiero que me chupen el clítoris, hacer la sesenta y nueve.
Puso una mano sobre mis piernas.
-¿Vamos a cachar, Marfe?
-Tengo una amiga en Pucusana…
-¿Has estado cachando con otra?
-Tú has estado con un perro, ¿no?, y yo no te digo nada.
-Bueno, bueno. ¿Es linda tu amiga?
-Es una rubia deliciosa.
-¿Querrá que cachemos en grupo?
-Seguro. ¿Vamos?
-¿Así?
-No, asá, cojuda.
Nos cagamos de la risa.
Emprendimos la marcha a Pucusana.





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