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domingo, 6 de marzo de 2011

Diario escolar 28 febrero - 6 marzo


FEBRERO
LUNES 28:
El mar es turquesa. Las olas, coronadas por un albo penacho, vienen y van besando la arena. El sol abrasa implacable nuestros cuerpos. Corremos tomados de la mano hacia el agua dando saltitos para no quemarnos los pies. Reímos, amo, me aman.
–¡Camiiiii!
–…
Toc, toc.
–¡Despierta, dormilona, que ya es tarde!
Abro los ojos, que parecen pegados con uhu, a duras penas. El astro rey, que se cuela con furia asesina por las cortinas entreabiertas, hiere mis párpados. Ajúm, qué pereza. Parece que no hubiese dormido nadita. Me acosté tardísimo por terminar Marianela.
¿Qué soñé?
¡Llegó el día de volver al cole! ¿Cómo estará mi amorcito? ¿Ya habrá abierto sus lindos ojitos? Falta poquitito para volverlo a ver. Si supiera que estas vacaciones han durado un siglo sin él.
¡Lo soñé!
–¡Camilaaa! ¿Hasta qué hora vas a dormir, aaahhh? Tienes que ir al colegio.
–Voy, ma.
Tic, tac. Tic, tac. Las manecillas del reloj marcan las siete de la mañana. Tic, tac. Tic, tac. ¡Ya son las siete, diablos! ¡A levantarse! Salto de la cama. Quién como Mariana que ronca feliz como una lombriz en su rincón.
¡Al agua, pata! Abro el grifo. Imagino que estoy en la playa. Ayayau, el agua cae sobre mi cuerpo como una lluvia de arena. Me jabono con sumo cuidado porque tengo la piel demasiado sensible por el largo fin de semana pasado en tierras sureñas. El sol entra por el tragaluz, en el jardincito los pajarillos cantan felices. El día promete ser demasiado hermoso como para perderlo yendo al colegio (aunque ya sé que mi corazoncito piensa distinto). ¡Todavía no ha terminado el verano y vuelta a clases! ¿Es justo eso? Me echo bastante champú para desenredar mis cabellos. ¡Ayer en la playa y ahora a estudiar! Claro que no es justo. Le hago una pregunta, señor Mota Sedal, flamante ministro de educación: ¿qué pasaría si los alumnos hacemos huelga general indefinida –como nuestros maestros– reclamando el derecho a que no nos recorten las vacaciones, ah? ¿No se da cuenta que nos está robando treinta días de descanso? ¡Un mes entero, caracho! Piense que sin alumnos no hay clases. ¿No que somos los reyes del colegio? ¿A su majestad se le recorta así sus vacaciones? ¿Con qué derecho, ah? ¿Cuándo se ha visto que se va al colegio en febrero? Nunca en la historia. Camila quiere seguir disfrutando del verano a todo full (aunque su corazón no piensa lo mismo; pero ya sabemos que el corazón es un cazador solitario, ¿no?). Y no va a ser usted quien se lo impida. ¡Claro que no! No sea tan tirano, señor ministro, no vaya a ser que lo derroquemos. ¡Los alumnos unidos jamás seremos vencidos! ¡Pásenme la a! ¡¡A!!...
Toc, toc.
Mamá mete la cabeza. Giro un poco para que no vea mi Bosque Encantado que está podado como la cabeza del Pelón.
–Te busca Angie.
¿Tan temprano la chata? Milagro. Benites se murió y se acabaron las matemáticas. Yo pensé que recién se iba a aparecer en mayo.
–Un toque y salgo.
Qué rica está el agüita. Me quedaría horas y horas duchándome para quitarme el ardor de la piel, para refrescarme el Desierto Insaciable. Una jabonadita más, con cuidadito porque me despellejo como una cebolla. ¿Una tocadita para inaugurar el año escolar 2005? Pienso en ti, también debes estar bañándote. Los dos bañándonos. ¿Me jabonas la espalda, amor? Con gusto, cariño. Imaginar que son tus manos los que me están jabonando, los que acarician mi piel, mi monte de Venus, que son tus dedos los que se hunden en mi Abismo como en la arcilla. Mi sangre empieza a bullir. ¿Cómo estarás? ¿También habrás contado todos estos días sin vernos? Sesenta y ocho en total. Siento un ejército de hormigas, arañas, cucarachas, caracoles invadir mi Territorio Prohibido. Me sofoco. Los bichos están igual. ¡Aire! Abrir los poros, respirar. Pregunta de admisión a la San Marcos: ¿todos esos bichos tienen poros? Alternativa A: SÍ. Alternativa B: NO. Alternativa C: N.A. ¿Tienen o no tienen?... ¿Cuál es la alternativa correcta? Estoy peor que la Chuchi Díaz. He vagado rico este verano. Es que mis neuronas necesitaban descansar. El año pasado quemé cerebro, poco más, y termino como la profesora Martha. La bruja también debe estar alistándose para ir a trabajar. Cómo no se electrocuta mientras se está bañando. Cierro los ojos, una saeta cruza mi cielo, da en el blanco, el fruto se estremece en su rama, cae, estalla en mil fragmentos. Cierro el grifo. Cesa la lluvia.
Me paso la toalla por el cuerpo, me seco bien el Jardín para que el follaje no se pudra con la humedad y después exhale un hedor a perro muerto. Me embadurno las axilas con Etiquet. A Camila también le apestan las alas, y la cosita y el potito, si no están bien limpiecitos.
El espejo me devuelve mi imagen. Tengo la piel tostada, excepto los senos y el pubis, que tienen la forma de mi ropa de baño. Parezco la protagonista de La muchacha de las bragas de oro. Si no hubiese estado Pepe, en Cruz Verde nos habríamos bañado en traje de Eva. No había moros en la costa alrededor de varios kilómetros a la redonda. Hay que devolverle sus libros al profesor.
Me hago la trenza francesa, me pongo mi vincha. Parezco monga.
–Camiiiii, ¿ya?
–Dejen dormir, carajo –protesta Mariana.
–Voy. Un segundo.
Me visto. ¿Me alcanzas mi ropa interior, amor? ¿Cuál? ¿La tanga negrita? ¿O el hilo dental rojo? ¿Con qué podría impresionarlo? Algún día tengo que preguntarle qué color de ropa interior femenina le gusta. ¿O le gusta que la fémina esté en cueros? Elijo un conjunto blanco. Mejor no tentar al diablo. Me pongo mi blusa, la falda. Es la última vez en mi vida que estreno este feo uniforme color panza de burro que ha sido mi indumentaria de guerra durante buena parte de mis quince años. Un poco más y al fin podré tirar al tacho estos trapos que parecen hechos con la piel de las ratas. Este verano me he estirado como chicle y ahora soy más alta que Mariana y mamá. Mi uniforme del año pasado me quedaría como minifalda, con gusto me lo pondría, pero estoy segura que el Abuelo terrible, muy a su pesar, me haría regresar a casa. Al viejito erótico le daría un infarto si me viera en mini. ¿Seguirá vivo o habrá estirado las cuatro patas? Ese tío tiene más vidas que un gato techero (o cachero más bien). Me pongo mis medias color gris, mis zapatos negros. Qué colores más deprimentes. Todo oscuro. Quizá por eso los alumnos vamos tan mal en los estudios. El uniforme debería ser de un color más alegre, más vivo, más llamativo, más cálido. ¿No cree eso, señor ministro de educación? Ni siquiera deberíamos ponernos uniforme. Cada uno al colegio con la ropa que más le guste.
Todo nuevo. Menos el corazón. El corazón sigue pensando en su viejo amor: Un viejo amoooor, / ni se olvida ni se deja. / Un viejo amoooor, / de nuestra alma si se aleja, / pero nunca dice adiós…
Lista.
No estás nada mal, Camila. Cualquier hombre estaría contento de llevarte de la mano por las calles. ¡Ah, si él me mirase así!
–Hola, An.
–Hola, Cami.
Está con el mismo uniforme del año pasado. Como la pulga no creció ni media pulgada, tampoco le compraron otro. Parece la Nela. Es una ventaja ser chata porque a veces te encariñas con una ropa que después, cuando ya no te entra, tienes que botarlo con mucho pesar.
–¿Tanto creciste, chola?
–Mmm. ¿Tú, nada? ¿No comiste tu nicovita?
Risas.
–¿Desayunamos?
–Claro.
Entramos a la cocina. Todo huele a limpio. Mamá está escuchando RPP noticias.
–¡Están lindas, chicas!
–Por favor, mamá.
–Están yendo a estudiar, no a modelar.
Estoy yendo a ver al hombre que amo, mamá, dan ganas de decirle.
–¿En tus tiempos los escolares también se vestían así?
–Claro, hija, tan vieja no soy.
–Lástima que el otro año recién cambien el uniforme –dice Angie.
–El otro año estarán en la universidad y vestirán como quieran.
El otro año. Dónde estaremos el otro año.
Me prepara mi cocoa con leche para no quedarme retaca como Angie.
–¿Cocoa o café, Angie?
–Cualquier cosa, señora. Gracias.
–Sírvele bastante leche porque la van a confundir y mandar a primaria.
Risas. Angie se pone colorada.
–Al fin están en quinto, chicas.
–Menos mal, seño. Un año más de clase, termino en el manicomio.
–Se te mueren las neuronas.
–Esta qué va a tener neuronas.
Risas.
–La primera vez que te llevé al cole, llorabas como una Magdalena.
Es que entonces no estaba el profesor Palomino, dan ganas de decirle. Miss Jenny era una bruja.
–Eras pitufita.
–¿Como Angie?
–Igualita.
–Ya pues, seño, no sea tan mala.
Más risas. Pobre amiga.
–Están en quinto. Es para no creerlo.
Ahorita me va a decir ¿te acuerdas que una vez te hiciste la caca en tu calzón y Mariana te trajo apestando? Ese es el único recuerdo que tengo de la primaria. Ya no me entra el desayuno.
–Este año tienes que chancar duro para que sigas ocupando el primer lugar en tu promoción y te lleves la beca para que ingreses directo a la universidad –ni he empezado a estudiar y ya mamá me pone una pesada cruz sobre los hombros.
–De todas maneras, viejita.
–Viejita tu calzón.
–El tuyo más bien porque hoy me he puesto todo nuevo.
Risas.
–¿Llamaste a tu abuela?
–Oh, no. La saludas de mi parte. ¿Vamos a almorzar allá?
–Sí. Me va a preguntar qué es lo que quieres comer.
La abuela María me engríe siempre. ¿Qué quiero almorzar hoy? Ayer comí pescado, anteayer también, el viernes también.
–Dile que algo ligerito nomás. De tanto pescado me van a salir escamas.
–Qué más quieres, hija, serás una sirenita –mamá ríe.
Me gusta verla sonreír. Es obligación de los hijos hacer sonreír a nuestros padres, creo yo.
–Oye, niña, no has tomado nada.
–Ay, ma, estoy con la hora.
–Llévate tu pan siquiera. Apenas le has dado un mordisco.
–Ay, ma, tengo que cuidar la línea del tren –le digo, tocándome el estómago.
–Estas chicas de hoy comen como las hormiguitas.
–¿Acaso quieres que termine como miss Gladys?
–Tampoco exageres, hijita.
Nos matamos de la risa.
Me cepillo los dientes, la lengua. Ahora sí, lista para entrar al campo de batalla. Falta poquito para verlo.
Chau, ma. Hasta luego, seño. Chau, hijita, chau, Angie. Vayan con cuidado, chicas. Estudien. Te apuras para ir donde tu abuela.
Caminar al matadero, sentir que el corazón empieza a correr: tic toc tic toc tictoctictoc. ¿Será el amor? Seguramente. ¿Cómo estarás, corazón? ¿Me habrás extrañado como yo te extrañé? ¿Habrás cantado Cómo te extraño, mi amor, / no sé qué hacer, / te extraño tanto que voy a enloquecer, como yo lo canté?
–¿Sigues templada del ticher, chola?
–Obvio. Dile a mi bobo que deje que amarlo.
–Mucha poesía y canciones de amor.
–Ah. ¿Y qué tal vacaciones? ¿Cómo te fue en Piura?
–Bacán, con mis abuelitos y mis primos.
–Ni un mango me has traído.
–Me vine volando cuando dijeron que las clases empezaban el primero.
¿Será cierto? Ojalá que se haya atorado por tragona.
Llegamos a la Curva del diablo. En mitad de la avenida Arguedas vive la profesora Martha. Ponerle una bomba en su jato.
–¿Vamos en mototaxi?
–Así nomás, todavía faltan cinco minutos para las ocho.
Vamos por Garcilaso, pasamos frente al Fe y Alegría, doblamos a la izquierda, después a la derecha. Pasamos por la esquina donde el año pasado, durante la verbena por el aniversario del colegio, el profesor Palomino encontró chapando a la profesora Martha con el profesor Rafael. Esa noche recién abrió los ojos. Ah, si esa esquina hablara.
Ahí está el cole, con la cara limpia y las lunas completas. ¿Llegará así hasta fin de año? Ojalá.
La auxiliar Maribel nos chequea en la puerta: nada de aretes ni pulseras porque no están viniendo a una fiesta, señoritas, la basta de la falda cuatro dedos debajo de la rodilla (para que el Abuelo terrible no se excite viéndoles las piernas, ¿acaso no les da pena ese pobre viejito, ah, niñas malas?), la vincha sujetando bien los cabellos, nada de maquillajes (las niñas decentes no se pintan la cara), ¿y esa cremita?, son para los barritos, auxiliar, la insignia con los broches bien cosidos, el cuaderno de control con el sello de la dirección. ¿Tanta cosa para poder estudiar? Sería más feliz si viniera en jean o en mini, con los cabellos y el ombligo al aire, con los labios pintados, con las orejas llenas de aretes. Sería más feliz si no estudiase (ahorita mi corazón me mete un puñete).
–¿Vamos a la biblioteca, chata?
Entramos furtivamente a la biblioteca. Todo está igualito como lo dejamos en diciembre. Siento un calor especial en el corazón. Nuestro nidito. El lugar que compartimos mi príncipe azul y yo desde hace varios años. La señora Cristina lo ha dejado limpiecito. En el escritorio hay una foto de mi amor. Le doy un beso. Las huellas de los virginales labios de Camila quedan impresos en el vidrio cubierto por una fina capa de polvo. Camila te ama y este año luchará contra todos para conquistar tu corazón de piedra, amor. Ojalá que estés solo. Ojalá que a la profesora Martha la haya machucado una combi y hecho puré; sin ella en mi camino, sé que te fijarás en mí. Vuelvo a besar la foto de mi amado. Mejor róbatelo, chola. No es mala idea. Podrías hacerle brujería para que se enamore de ti. Muau. Si así pudiera besar tus labios, ¿algún día lo haré? ¿Será posible eso? ¿Mis sueños podrán hacerse realidad? ¿Tu amor podrá ser mi amor? ¿Podré ser yo tu dueña? Dueña de tus pensamientos, dueña de los latidos de tu corazón, dueña de tu vida. ¿Podré ser? Ojalá, amor, ojalá.
–Ahí está tu adorado tormento, chola.
El profesor Palomino entra apurado. Son las ocho y dos. Sube a la dirección a firmar su asistencia. Toctoctoc, mi corazón late a mil por segundo. Toc, toc, ¿quién es? Soy yo, el amor. Si pudiera correr tras él, abrazarlo, besarlo, decirle te he extrañado todos estos meses, amor; todos los días he pensado en ti, amor.
Hoy te soñé, amor.
Formación. La primera del año. Venga a ver, señor ministro: el patio está casi vacío, apenas somos unos cuantos gatos. Ya sabía yo que casi nadie iba a venir este primer día de clases. No debí venir. Arrepentirme cuando ya es demasiado tarde. Hubiera seguido durmiendo. ¿A qué mongo se le ocurriría adelantar ¡un mes! el inicio del año escolar? Dizque para que aprendamos más. Bien que vamos a aprender más. Vamos a aprender a vagar más, señor ministro de educación, tenga eso por seguro.
Cerebro de hormiga dirige la formación. Cubran, ¡firmes, descanso, atención! De nuevo, no se escucha, ¿acaso se olvidaron de formar? ¡Sííí! No se hagan los payasos porque van a terminar en OBE. El profesor Puchuri nos hace rezar. Ojalá que Santa Rosita de Lima nos dé un par más de neuronas para sacarnos veinte en todos los pasos. Cantamos el himno nacional a duras penas. ¿No han desayunado, alumnos?, pregunta el profesor Avelino ¡¡No!! Invítenos su leche, murmura Angie. ¿Acaso son chilenos o ecuatorianos? ¡¡Sííí!! Graciositos, ¿no?
El director Caycho toma la posta. Bienvenidos al año escolar 2005, queridos alumnos. ¿Qué tal vacaciones? ¿Bien? Se nota que tienen ganas de estudiar. ¿Ganas de estudiar? ¿Quién dice? Se ve que Chatín no conoce a los alumnos. Este año la evaluación será trimestral, estamos en la nueva secundaria. Hay que estudiar desde ahora para no terminar llorando en diciembre, sobre todo los de la promoción. Menos mal que yo siempre he salido invicta, y este año no creo que sea la excepción (supongo).
Estos son los señores maestros que durante el presente año escolar estarán a cargo de ustedes, continúa el tío. Empieza a presentar uno a uno a nuestros profesores. Ahí está el tutor, mi amor imposible, mi amado. Sesenta y ocho días sin verte, amor; sesenta y ocho días extrañándote, amor; sesenta y ocho días sufriendo por ti, amor; sesenta y ocho días pensando en ti, amor. Está guapo con el cabello corto y su terno azul. Lleva una corbata roja. Parece un príncipe. Mis ojos lo devoran. Me ve y sonríe, ¡me reconoció!, se ve que no me ha olvidado. Le correspondo. Mi corazón vuelve a palpitar de prisa, toctoctoctoc, se ilusiona otra vez. Se nota que las vacaciones le han caído bien. ¡Si supieras cuánto te ha extrañado tu princesita! ¿También me has extrañado, amor? Este año tengo que tomar al toro por las astas. De este año depende mi futuro. Por algo no me están dando un mes más de clases, ¿no? (Hay que tomarlo por el lado positivo para no terminar loquita como la profesora Martha.) Las misses (Adela, Anita, Nancy, Lucy, Gladys, Ruth, etc.) están igualitas que el año pasado. Unas con el pelo rubio bambeado, encima mal pintado; las otras, gordas como sacadas de un cuadro de Botero. Ajj. Se nota que ni se han dado una vuelta por el gym en el verano. Cuando a una mujer ni el perro le da bola, se da al abandono. El Padrecito también se ha cortado el cabello y viste con elegancia. En este colegio son los profesores varones quienes tratan de mantener la figura y verse bien. Hasta el Pelón está elegante hoy, él que siempre anda como pordiosero. También el profesor Agustín, con su cabello largo y su barba de un mes, está guapo. El que se ve ridículo es el Abuelo terrible: se ha pintado las canas como un chibolo; debe ser la edad crítica, o la demencia senil. ¿Habrá olvidado sus mañas? No creo: árbol que nace chueco, chueco muere. Gato gordo sigue panzón como siempre, ¿cuánto nos sacará este año con el cuento de los materiales educativos y las tics?; a ese tío le gusta la plata como a las moscas la caca. No veo a la bruja Martha. ¿Entonces es cierto que se fue? En diciembre la declararon excedente. ¡Qué bueno! ¡¡Bravo!! ¿Será por eso que mi tutor está tan contento hoy? Yo también me alegro para mis adentros: ¡el profesor sufriendo por ella y yo sufriendo por él! Ojalá que esta vez la olvide para siempre. Muerto el perro, se acabó la rabia. El que está con su cara de poto es el profesor Rafael. Cualquiera, ¿no? Eso le pasa por robarle el amor a su colega. Ahora todo el mundo se va a reír de él. La profesora Nancy está feliz porque la loquita le dejó a su ex. Diosito lo ha castigado (aunque me hizo un gran favor, para ser sinceras). Este año está empezando mucho mejor de lo que había pensado. Este año mis sueños sí se harán realidad.
El sol calcina las pocas neuronas que tenemos (algunos).
–Deberían de darnos la bienvenida siquiera con gaseosa.
–Yo me hago la pichi –dice Angie.
Después de un millón de recomendaciones, al fin pasamos a las aulas. Ahora estamos en el segundo piso. Vamos a sacar piernas de tanto subir y bajar escaleras. El Abuelo terrible se va a volver loco de ver a tantas patonas.
Las primeras dos horas nos toca con nuestro tutor. Qué suerte, mirarlo a primera hora los lunes, preguntarle qué tal fin de semana tuvo. Bien, muy bien, Camila, salí a pasear con mi enamorada. Oh, qué pena. ¿Y tú? Estuve solita en mi casita.
Apenas somos ocho gatos.
–Buenos días, profesor Palomino –lo saludo con un beso en la mejilla. Un besito en las mejillas nomás. ¿No querrá un besito en los labios? Yo sí quiero un beso en mis aún virginales labios. Las tiene suavecitas, bien afeitadas. Huele rico. Un hombre es más lindo cuando huele rico. Me daría asco que mi amado oliera a pezuña, a poto sucio, a desagüe, a arañita sin asear. Ahora ya no tengo que empinarme mucho para darle un beso. Antes me parecía un gigante. Un poco más y lo alcanzo. ¿Cuándo alcanzaré un lugar en su corazón?
–Has crecido un montón, Camila.
Sonrío.
¿Ya olvidó a la profesora Martha? ¿Sigue solo o consiguió chica en el verano? Tantas preguntas que hacerle y no atreverme.
Nos sentamos alrededor suyo. ¿Útiles escolares?: un cuaderno rayado o cuadriculado de cualquier tamaño y forrado de cualquier color. Mi amor no es como los otros profesores que piden que forremos nuestros cuadernos del mismo color como si no tuviéramos nuestros gustos personales. ¿Acaso todas nos ponemos el calzón del mismo color, ah? Para abril vayan consiguiéndose No me esperen en abril de Bryce. ¿Vale pirata, profe? Si están misios, claro. Este año vamos a leer como nunca.
–¿Y qué tal vacaciones, chicos?
–Bacanes, profe.
–¿Fueron a la playa?
–Obvio, profe.
Falta la fogata nomás para alucinar que estamos de campamento en la playa. Arena, mar, estrellas. Una noche junto a ti bajo un manto de estrellas. Una noche junto a ti cerca del mar. Camila y su amado retozando en la arena.
–¿Y usted fue, profe?
–También.
–¿Con la profesora Martha? –dice Angie.
El rubor se apodera de su rostro. Sí, con ella. Martha se dio cuenta que solo conmigo podía ser feliz. Lo del profesor Rafael fue un choque y fuga nomás.
–No, con mis sobrinos.
–¿Y la profesora Martha?
–Ya fue.
Si mi amor está libre, ¿qué impide que pueda conquistarlo? Tengo que utilizar todas mis estrategias para lograr mis objetivos.
–Eso dicen todos los hombres.
Ríe.
Es la misma risa linda que he extrañado todos estos sesenta y ocho días. Yo también quisiera reírme, decirle estoy súper feliz de que la profesora Martha se haya ido, ojalá que al culo del mundo, pero me aguanto, por ahora no es momento de exteriorizar mis sentimientos.
¿Está de acuerdo en que las clases se hayan adelantado un mes? Sí, porque en marzo los profesores perdíamos nuestro tiempo formando comisiones que al final no hacían nada; mejor estoy enseñando. A él le conviene, a nosotros, no. Aunque tantos meses de estudios continuos también agotan. Aburre estudiar, ¿no? Mmm. Mejor es estar de vacaciones, no venir al colegio. ¿Por qué no vamos en mancha a la playa, profe? Sería lo ideal, voy a pensarlo. Me gustaría verte en bikini, Camila. Oh.
Los demás se ponen a chismosear dejándonos solos.
–Tenemos bastante trabajo en la biblioteca –me dice. Ni siquiera me pregunta si estaré libre en los recreos. Dispone de mi tiempo como si fuera mi dueño. Y yo no protesto, dejo que haga lo que él quiera–. Han llegado libros para ustedes que tenemos que codificar.
–Ay, profesor, yo ya iba a venir en abril –trato de hacerme la difícil. A ver, suplíqueme de rodillas.
–¿Quién me va a ayudar entonces?
¿Quién sino yo? Se ve que me necesita… aunque sea como su natacha. A veces caigo bien bajo. ¿Dónde está mi orgullo, mi dignidad? Todo lo que una tiene que hacer por amor.
–Ni modo, vendré.
No tengo otra opción, iría donde él me quisiera llevar. A Plutón, al Sahara. Iría al desierto sin una gota de agua porque sé que en su amor hallaría un oasis, andaría en la noche más oscura teniendo en sus ojos un faro, me hundiría en el mar más profundo sin oxígeno sabiendo que su amor es el aire que respiro, iría desnuda a la Antártida porque sé que en su amor hallaré abrigo. Qué no haría por amor. Todo. Sigo pensando como cuando era chiquitita y él entró al salón por primera vez y mi corazoncito empezó a palpitar como el de un cervatillo que escapa veloz de su perseguidor. Ya tengo quince años y sigo enamorada de él. Hasta la más monga de mis amigas tiene enamorado, menos yo. Yo estoy solita. Le soy fiel a ese amor ¿imposible? Quién entiende al corazón. Mi corazón está más loco que yo, creo.
–Mañana le traigo sus libros.
–¿Los leíste?
–Sí.
Me mira. Me pongo colorada. ¿Me estará comparando con Melissa o Lulú? ¿Me haría lo que les hacen a ellas? No lo creo capaz. ¿Le gustaría que yo sea como ellas? No creo que le guste. Él es un ángel. No creo que me los haya prestado para malograrme. Sus ojos me escrutan, entran en mí. No me mire así que me hace paltear, me dan ganas de decirle. Me miras y el universo de tus ojos me lo cuenta todo. Esos ojos oscuros me siguen gustando, igual su voz que arrastra las erres. ¡Es lindo a pesar de la cicatriz que tiene en la mejilla izquierda, a pesar de sus dientes chuecos! Dicen que el amor es ciego. Ciega estoy yo. Ciega y loca de remate como la profesora Martha. Estoy ciega y no quiero abrir los ojos.
–¿Y qué te parecieron? –no me quita los ojos de encima. ¿Me estará desnudando con la mirada? Menos mal que me he bañado y cambiado de ropa interior. ¿Pensará que soy una viciosa como las protagonistas de esas novelas?–. ¿Aprendiste algo?
–Bastante. Las de poesía están buenas. Me gustaron Bécquer y Hernández. Marianela me hizo llorar –parece mi historia.
–¿Y las otras?
Las otras…
–Están bien escritas. Hasta mamá las leyó.
Ahora el que se pone colorado es él.
–¿Tu mamá? –hay alarma en su voz.
–Sí, mi mamá también. ¿Por?
–¿Qué te dijo? –gototas de sudor perlan su frente. Dentro de unos años empezará a perder cabello hasta quedarse como el profesor Wilber. Pero igual yo lo querré, así esté pelucón o pelado como mi codo.
–Los quemó. ¿Cuánto le debo?
–¿En serio?
–Sí –digo, seria–. Sorry.
El pobre se estará imaginando en el problemón en el que se ha metido por mi culpa. Mañana viene la mamá de Camila y me acusa ante el director de estar corrompiendo a su pobre e inocente hijita.
–No se asuste que es mentira. Los guardé bien (entre mi ropa interior) para que nadie los buscara.
–Menos mal. No quiero que tu mamá me mate.
Risas.
–¿Me puede prestar otros?
–Claro. Mañana te traigo.
–Gracias. Pero que no sean tan fuertes. No me vayan a malograr.
Se ríe. Después de Cien cepilladas antes de dormir y Las edades de Lulú, estarás inmunizada hasta del sida, pensará.
–¿Y qué tal vacaciones, Camila?
–Bien. Estuve en Chincha e Ica.
–Provecho. ¿Llegaste a la Huacachina?
–Sí, bonito, ¿no?
–Mmm –hace un par de años él también estuvo ahí.
–¿Y usted?
–Ahí, en mi casita, haciendo mis cosas.
–¿Qué está escribiendo ahora?
–Agustín el guerrillero.
–Interesante título. ¿De qué trata?
–Es la historia de un cantuteño condenado a cadena perpetua y recluido en un penal de máxima seguridad enclavado en los Andes peruanos. Gracias a su imaginación, logra sobrevivir a la reclusión sin volverse loco.
–Parece la historia de la profesora Martha.
Risas.
–¿Lo va a mandar al Horacio?
–Si es que lo termino para junio. ¿Y tú?
Casi nada. Sin verlo, no tenía inspiración para garabatear mis poemitas, dan ganas de decirle.
–Estaba pensando escribir un diario.
–¿Cómo Cien cepilladas…?
Me palteo.
–Tampoco tampoco, profe.
–Que no sea tan monse porque nadie te va a leer.
Risas.
–Puedes hacer una mezcla de Ana Frank y Melissa P.
–Claro, contando las cosas de la promo. ¿Qué título le puedo poner? Diario de la promoción suena feo.
–¿Diario Escolar?
–Suena feo.
–Ponle El diario de Camila Vidal, entonces.
–¿No es muy monse ese título?
–Si se te ocurre otro, lo cambias, no hay ningún problema.
–¿Puedo inventar algunas cosas?
–Todo lo que quieras. Miente, inventa, imagina, chamulla. ¿Tú crees que todo lo que Melissa cuenta en Cien cepilladas… es verdad?
–Voy a terminar como don Quijote.
Risas.
–¿Y cómo está su operación?
–Bien. Aunque de vez en cuando duele un poquito.
–Tiene que cuidarse –porque no me quiero quedar viuda antes de tiempo.
–Eso es lo que estoy haciendo.
Le pido permiso para ir al baño con Angie antes que se acabe la hora. Se ve que estás empezando bien con el ticher, chola. Mmm. Este año tengo que conquistarlo. Te voy a dar clases de seducción. Puedes escribir tu best seller Cómo seducir a tu profesor de comunicación en una semana. Experiencia me sobra. Risas. ¿Cuántos giles has tenido en estos meses, chata? Adivina, chola. Tres. Más uno. ¿Cuatro? Mmm. Dos por mes. Habrás fornicando como loca. No, amiga, todo de la cintura para arriba nomás. Con razón te han crecido las tetas, te los han estado ordeñando a forro. Chata y tetona. ¿Y tú, chola? ¿Yo? Ahí, solita. ¿Ninguno? ¿Le pusieron yungay a tu chuchita? Ah, para que no entren los indeseables. Pobrecita, te habrás aburrido de tu dedito. Al menos mi dedo no tiene sida. Cómo sabes, chola. ¿Acaso le has hecho la prueba de Melisa? Elisa es, bruta. Risas. Va a ser fregado estudiar con este calor. ¿Acaso es culpa nuestra que estemos tan mal en comprensión lectora y matemáticas, como dice el ministro Mota Sedal? Yo pongo todo de mi parte para aprender: leo, investigo, bajo información de internet, le hago preguntas a mis profesores hasta caerles chinchosa, pero ahí estoy, tratando de ser la número uno de mi promoción, y lo he conseguido. Y sé que Angie también pone todo de su parte (aunque nunca me va a superar, claro, porque es media calabacita). ¡No hay derecho de recortarnos así las vacaciones, ministro! El pobre no habrá tenido vacaciones escolares, seguramente. Dicen que en su época, la Era Cuaternaria, se estudiaba todo el día. ¿Por eso se desquita así con nosotros, gran jefe Cabeza de nieve? Usted debería de venir a estudiar en el verano. ¿Acaso cree que el sol nos hará más inteligentes? Ni a Superman.
–¿Y si hacemos huelga exigiendo las vacaciones de tres meses que históricamente nos corresponde, amiga?
–Ni cagando, chola. Este año no quiero tener problemas con los apestosos de OBE. ¿Sabes quiénes están ahora? Los Taco.
–Puta nos cagamos. Esos no creen en nadie.
–A mí me tienen marcada. Estoy con matrícula condicional. Meto la pata, y sueno.
Angie es bien terrible. El año pasado la suspendieron un par de veces porque se tiraba la pera para irse a tonear al Moda.
–Mi padrastro me ha dicho que si me suspenden otra vez, me va a mandar a un internado. Si no quieres estudiar, mejor ven en abril. Nadie se dará cuenta.
–Tengo que ayudarle al tutor en la biblioteca.
–Provecho, huevona. ¿Así te quejas?
Angie es la única que sabe que siempre he estado templada del tutor.
–Ahora que chotearon a la loquita, mándate con todo.
–No es tan fácil, amiga.
–¿Qué pierdes si es nuestro último año, ah?
¿Qué pierdo? ¿Qué podría perder? ¿Mucho, poco? Ni yo misma lo sé.
–Si no arriesgas, no ganarás nada, chola, al contrario.
Arriesgarse, ganar, perder. Qué tranca es el amor. No es tan fácil amar, ser feliz. Creo que es mejor estar sola. Sola, sin complicaciones de ningún tipo.
–Veré qué hago.
–Lo mismo me vienes diciendo desde primer año.
Ah, si pudiera ser como ella.
Entramos a los servicios. Bajarme el calzón, sentarme en el water, sentir en el trasero el frío de la taza. Orinar. Mi pichi sale con la fuerza del chorro de una manguera de bombero. Si con eso pudiera apagar el volcán que tengo en el corazón, la llama que me quema eternamente.
–Deberían de poner aire acondicionado en los salones ahora que estamos estudiando en el verano.
–Tú le pides peras al olmo, chola. La vieja Reyna dice que no hay fondos para nada –no la escucho orinar, ¿se estará tocando?
–¿Y las cincuenta lucas de la matrícula?
–Se lo habrán tirado –su voz suena entrecortada.
–Todos entran a chorear nomás.
¿En quién pensará cuando se toca? ¿En cuál de sus enamorados? ¿Hará una orgía para que todos estén contentos? ¿Tocarme en el baño para que se meta un microbio asesino en mi Jardín y las flores se pudran?
–Dijo que iba a comprar más computadoras, que iba a poner internet.
–Eso dependía de Benites. Es el encargado del aula de innovación pedagógica, ¿no?
–Entre ladrones se habrán tirado la plata.
–Menos mal que no es nuestro tutor. La Tasayco me contó que les sacó veinte lucas con el cuento de que les iba a dar un video de su promoción, y no lo hizo.
Entran a orinar. Nos callamos, no le vayan a ir con el chisme a Gato gordo o a la vieja Reyna.
Continuamos nuestra plática cuando nos quedamos solas otra vez.
–¿Ves que hay suficientes razones para hacer una huelga?
–Lo sé, pero es nuestro último año, chola. Hay que aguantar como sea hasta diciembre.
–Para diciembre falta un montón.
–Ya verás cómo el tiempo pasa rapidito y ahorita estamos en navidad, y chau, colegio.
–A mí no me conviene.
–Tienes diez meses para conquistar a tu amorcito, sino, tendrás que repetir.
–¿Para que mi mamá me mate?
–Qué más quieres, mueres de amor como Julieta –se ríe.
El tiempo pasará veloz. En un abrir y cerrar de ojos estaremos en diciembre. Y yo no habré hecho nada. Detener el tic tac de los relojes: Reloooj detén tu camino… Volver a primer año, cambiar mis estrategias de batalla para conquistar su corazón…
Al fin la escucho orinar, apenas un chorrito.
Subirme el calzón, mojarme la cara y los cabellos. Angie se lava bien las manos ¿para quitarse el olor a chucha de los dedos?
–Deberían poner duchas para darnos un buen baño ahora que hace calor.
–Tú pides demasiado, chola.
A veces pido imposibles: que me amen, que me den un beso todos los días, que me pregunten qué he soñado, cómo estoy. Es pedir mucho, lo sé de sobra.
Salimos de los servicios.
–Así mojaditas parecen sirenitas, niñas lindas –nos dice el auxiliar cuando nos lo encontramos en el pasadizo. Ya empezó otra vez el Abuelo terrible, nunca cambiará. Se ve ridículo con el pelo negro y la cara toda arrugada.
Le seguimos la corriente.
–Usted ha rejuvenecido un siglo, auxiliar, ahora parece Brad Pitt.
El viejo sonríe. Ha perdido un par de dientes en las vacaciones. La edad se le está viniendo encima a pasos agigantados. Ojalá que lo aplaste como a una cucaracha apestosa.
–¿Y qué tal vacaciones, mis lindas lolitas?, ¿viajaron?
–Claro –dice Angie–. ¿Y usted, Abuelo?
–En mi casita nomás, extrañándolas. Las vacaciones se me hicieron eternas.
Eternas por no verle las piernas a las alumnas, seguramente, viejo mañoso.
–Gracias por acordarse de nosotras, Abuelo.
–De nada, preciosa. ¿Y usted, señorita?
¿Yo?
–Estuve en Chile.
–¿En Chile? –el viejo se queda boquiabierto.
–Sí. Mamá nos llevó a Viña del Mar a mi hermana y a mí. Como el año pasado saqué buenas notas.
–Provecho. El que puede, puede. ¿Viste a la Miriam Hernández?
–Obvio, auxiliar. Es una mujer súper linda –lo tiento al viejo.
–Una hembrota como para usted –Angie le echa más leña al fuego.
El viejo verde se relame los labios. Parece un gato con hambre de chucha.
–¿Es cierto que se le salió una teta mientras cantaba?
–Es cierto. Estos lindos ojitos lo vieron.
–¿Y cómo era?
–Linda, elegante, fina, distinguida, alta.
–La teta, digo.
–Grande como de vaca.
–Le iban a faltar manos para ordeñarla, Abuelo.
Risas.
–La envidio, alumna Vidal. ¿Por siaca no tomó una fotito de ese hecho histórico?
–No, auxiliar, pero le prometo que la próxima sí lo haré.
–Ojalá, porque esos milagros ocurren cada cien años nomás.
Y la próxima estará en la ciudad de las canillas, ¿no, viejo mañoso?
–¿No tendrá china para unos chupetes, Abuelo? –Angie aprovecha el pánico para empezar a sangrarlo al tío.
–Me tienes una cuenta abultada del año pasado, pequeña –le dice el viejo tocándole la barbilla. Ella ni se inmuta con esas manos cochinas, pajeras. A mí me daría asco que el viejo me tocase siquiera con la punta de los dedos.
–Algún día le pagaré bien pagado, Abuelo, no se preocupe –le dice la chata con voz sensual. Ella sabe cómo hacer caer al viejo arrecho–. No sea malito con estas dos pobres niñas que se sancochan de calor.
El viejo mira para todos lados, no hay moros en la costa, felizmente, mete la mano al bolsillo y le da un sol a Angie.
–Para las dos –dice–. No chupen mucho porque después les va a gustar.
–¿El chupete, o a chupar? –pregunta Angie con voz melosa.
–Depende de ustedes. ¿Qué les gusta más?
–Las dos cosas –dice mi amiga, pasándose la lengua por los labios.
–Me parece bien. En esta vida hay que saber de todo para no morirse de hambre, pequeñas.
Risas.
–Gracias, Abuelo, es usted un amor.
–De nada, niñas –al viejo la voz le tiembla y la baba se le cae.
–Chaucito, Abuelo.
–Vayan nomás, nenas –el viejo le da una palmada en el poto a mi amiga. Viejo cochino, ¿y si la chata tiene el poto con caca? Ella ni protesta. Ya está acostumbrada. Yo le metería un sopapo. Primero te tocan el poto, después lo demás. Viejo arrecho, debe estar siguiéndonos con la mirada, seguramente. Angie a propósito mueve con ganas el culo que Dios le ha dado en lugar de neuronas.
Vamos al quiosco, compramos chupetes, volvemos al salón. Parece una cárcel. Cómo quisiera estar en la playa, chapoteando en el agua.
El resto de horas pasan lentas como una tortuga coja.
A la una salimos volando.


MARZO
MARTES 1:
Ayer la abuela María cumplió sesenta y nueve años. La pobre la pasó triste porque la casa es un campo de batalla: todos sus hijos están peleados entre sí: basta decir que tía Dina no se habla con ninguno de sus hermanos. Hace poco casi se mata con tía Carolina por un pedacito de terreno que el abuelo le dio. Tío Harold no les habla a las tías mayores. En las vacaciones se peleó feo con los Apestegui. A tío John no se le vio ni en pintura. Es Testigo de Jehová, para él hasta el cumpleaños de su madre es una festividad mundana. Solo va a la casa de la abuela cuando está misio o cuando su mujer lo bota. Ni por el cumpleaños de su madre hicieron las pases. Tía Carolina siempre preparaba torta en los santos, pero ayer no mandó ni un pan seco.
–¿Vas a salir?
–Sí –dice Mariana–. No le eches seguro a la puerta. Chau.
Ni le pregunto a qué hora vuelve porque sé que lo hará mañana temprano.
Tía Carolina le tiene bronca a la abuela porque ella cría a Nacho y Diego, hijos de la tía Flora que metió la pata. Como el tío Harold ayuda a esas criaturas, también se ha ganado su odio. ¿Acaso solo ellos son tus sobrinos?, le dijo en la última pelea. ¿Querrá que también mantenga a sus hijos? Tío Jonás tiene buen sueldo, pero es bien tacaño. Antes era bueno, pero su mujer le ha llenado el corazón de ponzoña. No deja que sus hijos se junten con Nacho y Diego. Indio, chuncho, negro, le dicen a Nachito. Qué gente. A mí apenas me miran, pero qué me interesa.
¿Así serán todas las familias?
El ocho es cumpleaños del abuelo, ¿qué pasará?
A dormir. Tranco bien la puerta para que no entren a robar y de paso me violen.

MIÉRCOLES 2:
Dos últimas horas de clase con el profesor Palomino. Estamos escribiendo una composición titulada Nuestras últimas vacaciones. Ahora somos trece gatos. Los trece del Gallo. El salón apesta a sobaco y pezuña. Algunos se creen gatos y odian el agua. El ministerio debería repartir, junto a los libros, un desodorante y una barra de jabón Bolívar para los más cochinelis. Aunque algunos necesitan más que jabón para quitarse toda la mugre que llevan encima. ¿Cómo será cuando estemos todos? El salón va a ser una cámara de gas. Tengo que conseguirme una máscara como la que usa Michael Jackson para no asfixiarme. Sigo pensando que es mala idea estudiar en pleno verano. A ver, ministro, venga aquí, ¿cuántos minutos aguantará entre tantos apestosos?
Mis últimas vacaciones. Estas vacaciones han sido las mejores de mi vida. En enero Mariana y su enamorado me llevaron al sur. Mi hermana le dijo a mamá que una amiga de la universidad la estaba invitando a Chincha. ¿Quieres ir a Chincha, Cami? Claro. Pero no le digas a la vieja que estoy yendo con mi gil. No te preocupes, no abriré la boca así me torturen. Fue un bonito fin de semana. Allí me di cuenta que yo era la nueva mujer barbuda: unas lianas largas como de las que Tarzán se cuelga para viajar entre los árboles se escapaban por los costados de mi ropa de baño. Qué roche. Aféitatelo, me dijo mi hermana. ¿Estás loca?, ¿acaso es barba para afeitármelo? Yo también lo hago, me dijo, enseñándome su pubis cortado al ras. A mí se me escapó la podadora y pelé todo el pasto. Esa noche no pude dormir por el ardor, parecía que mi cosita se había convertido en refugio anti aéreo de las pulgas y los chinches. Poco más y me echo Baygón para calmar la picazón. El tío del hotel nos mandó a Cruz Verde, según él, la playa más bonita de Chincha. No nos dijo que era una playa solitaria con inmensas olas. Estuvimos remoloneando en la orilla por temor a ser arrastrados mar adentro. No había ningún salvavidas a la vista. Mariana y Pepe felices chapando, ¿y algo más?, entre los viejos botes mientras yo me dedicaba, qué otra cosa podía hacer si no tengo quién me haga compañía, a recolectar restos de caracoles y cangrejos para tener un recuerdo de ese fin de semana.
En Chincha me tiré una bomba atómica por primera vez. Nunca había tomado ni una gota de alcohol, ni siquiera en las fiestas de fin de año. Los tres estábamos recontra huascas. Mariana se pasó a la cama de Pepe (alquilamos un cuarto con dos camas, una para mi hermana y yo, supuestamente, y otra para mi cuñadito). Entre brumas escuchaba jadeos y resuellos. Me excité y toqué solapita nomás mientras mi hermana gozaba rico. Quién como ella.
Después estuvimos en Ica, en la Huacachina. Ah, si fuera una sirena y pudiera embrujar con mi canto al hombre que amo.
Otro fin de semana lo pasamos en Naplo y Pucusana. A veces me iba sola a la piscina del Complejo. Esas han sido mis últimas vacaciones escolares del verano, mis mejores vacaciones, y usted no estuvo a mi lado, profesor, lo extrañé al estar más sola que una malagua.
Vacaciones: días de mar y sol, de agua salada, de arena caliente, de brisa marina, la piel tostada, la piel ardiendo, el pubis picando feo, un rico vinito de higo, las olas que iban y venían como queriendo salirse igual que en Asia, ceviche mixto, arroz con mariscos, chilcano, parihuela. Y ahora acá. Odio el colegio, señor ministro de educación. Adoro las vacaciones.
En vez de escribir esta composición, debería escribirle una carta (como las que hago ha pedido) al profesor diciéndole que lo amo. ¿Cómo empezaría? Querido profesor Palomino, le escribo la presente para confesarle que estoy enamorada de usted. ¿Qué es lo que debo hacer para conquistar su corazón? Dígame qué requisitos hay que cumplir para ser feliz al lado suyo. No, más bien debería de mandarle una carta anónima donde le diga que Camila Vidal está enamorada de él. ¿Sabe qué, profe?: La Camila está loquita por usted. ¿No se ha dado cuenta? ¿Y si me bota de la biblioteca para evitarse problemas? Es capaz. Mejor ni me arriesgo.
–¿Me da permiso para ir a los servicios, profesor?
El profesor levanta la vista, apenas me mira. Dice:
–Vaya nomás. No demores mucho. ¿Terminaste tu composición?
–Me falta poquito. Ahorita lo termino.
Vaya nomás. No demores mucho. Ni siquiera un ¿por qué sale tanto a los servicios, alumna Vidal?, ¿no estará mal de la vejiga, del riñón?, ¿tanto calor siente abajo que se lo tiene que refrescar a cada rato, ah? Mejor venga sin calzón o tale ese bosque para que ande siempre bien fresca. Haga uso de su seguro escolar. Vaya nomás. No demores mucho. ¿No le interesaré? ¿Para él seré una alumna más? ¿Si no le intereso, por qué me pide todos los años que le ayude en la biblioteca? ¿Por qué no busca otra persona? Desde primero le ayudo en los recreos, claro que gratis no. Al principio me daba treinta céntimos, después china, este año me está dando una luca por día. ¿Si me quedo el otro año me dará sol y medio? ¿Dos lucas quizá? ¿Seré solo su ayudante en la biblioteca? Seguro que el otro año, cuando me vaya, buscará otra que le ayude y me olvidará. Quisiera emborracharme como en Chincha y hablar como una loca o como una lora. Quisiera hacerle mil preguntas: ¿no me quiere ni un poquitito, profesor? ¿Acaso soy fea? Dígame que soy como la Magaly Medina y la Laura Bozzo juntas para tirarme del puente Villena y terminar de una buena vez con mi triste existencia de perra sin dueño. ¿Me dirá tú eres como una hija para mí, Camila? ¿No dicen que los alumnos somos como hijos para los profesores? Me quiere como a una hija nomás. Qué lindo. Triste es mi vida. Para él soy como una hija. Yo quiero ser su amor. ¡SU AMOR!
Para colmo, el baño está sucio. ¿Qué les cuesta a estos cochinos de mierda tirar la cadena? ¿Acaso no se limpian el culo cuando cagan, ah? Y doña Elisa, en vez de hacer su trabajo, se pasa las horas chismoseando en el comedor. ¿Quién le dice algo? Nadie.
Regreso al salón seguida de lejos por la mirada inquisidora del Abuelo terrible. Viejo de mierda, ¿por qué no le mira el culo apestoso a su madre? Tengo ganas de destruir cualquier cosa. Entro al salón, el profesor apenas levanta los ojos, me mira por un segundo y continúa escribiendo su novelita para mandarla al Horacio. Para él es más importante ese premio que yo. Yo no soy nada para él, apenas una alumna más. Mañana podría morirme y ni se daría por enterado. Murió Camila Vidal, profesor. ¿Camila Vidal? ¿Quién era? Camila, la chica que siempre le ayudaba en la biblioteca. Ah, Camila, pobrecita, se notaba que estaba enfermita. Habrá que llevarle sus flores y su velita. Valgo menos que Keyla. Tú amor es triste hoy… Amar es triste en ti…Un par de lágrimas caen de mis tristes ojitos de chica solita que se muere de amor sin que su amado se dé cuenta.
–¿Sucede algo, Camila?
Una sola cosa me pasa: amo y no me aman. El hombre que amo es tan estúpido que no se da cuenta que lo aman. ¿O no le importa que lo amen?
–No me siento bien, profesor.
–¿Quieres ir a tu casa?
–No hay nadie en mi casa.
–Ve entonces donde el auxiliar para que te dé una pastilla.
¿Habrá una pastilla que cure el mal que padezco?
Cualquiera me dice te acompaño a tu casa, a la farmacia.
Ve donde el auxiliar. Me manda directo a la boca del lobo feroz. ¿Acaso quiere que el viejo me viole, ah?
Salgo del salón otra vez. El tío está sellando los cuadernos de control. Aguantarle un piropo mientras busca una pastilla para el dolor de cabeza. ¿Siempre le duele la cabeza cuando va a tener su regla, alumna Vidal? ¿Acaso usted es ginecólogo? Preguntaba nomás, ¿o quiere que le dé una pastilla para la gripe? El viejo será lengua suelta, pero al menos él sí se da cuenta que las alumnas existimos, que somos de carne y hueso, que tenemos corazón, sentimientos, necesidades, que también podemos ser amadas, seducidas. El profesor es como nuestro segundo padre nomás.

VIERNES 4:
Primera semana de clases que se termina. Los días han sido laaargooos, las horas, interminableeeees. Aburren las clases de Pelo de choza y de Gato gordo. La tía se luce explicando, después, a copiar papelógrafos hasta que te duelan las manos. Benites no se cansa de inventar fórmulas para resolver una simple suma. ¿De algo nos servirán tantos años de estudios? Las clases deberían ser virtuales para no estar tantas horas sentados en los duros bancos. Cómo duelen el pompis, los ojos, las manos.
–¿Vamos a perrear al Moda, Cami? –me propone Angie.
–No puedo. Mi mamá se da cuenta y me saca la mierda–. ¿No que ya no ibas a ir?
–No me estoy fugando, así que no me pueden decir nada. Vamos, chola, anímate.
–De veras que no puedo.
–Vienen patas del Malta, del Arguedas, del Mariátegui.
–Quisiera, pero no puedo. Otro día que mi mamá trabaje, vamos.
–Lo que te pierdes.
Se va con Quino, la Machita, Doris Stefany, Carrillo, Vásquez, todos los malogrados del lonsa.

DOMINGO 6:
En casa de los abuelos. Chancho viene a decirle al abuelo que se aliste porque los Apestegui se lo van a llevar a almorzar a Chosica por su cumpleaños. ¿Y la abuela? A ella nadie la lleva al chifa. Todo es el abuelo. El abuelo no es capaz de decir voy con mi mujer. Se vende por un plato de frijoles. La abuelita se queda mirando nomás.
La abuela se pregunta por qué la odia tanto tía Carolina. ¿Porque la mandó a trabajar a los quince años? Tía Carolina era como Angie, tenía unas amigas bien malogradas, un chico se quería casar con ella. ¿Cómo se iba a casar a los quince años si no sabía ni limpiarse el poto? Si se hubiese casado, ahorita tendría unos diez hijos. ¿Porque después la hizo casar a la fuerza con tío Jonás? Salió embarazada y parecía que el pata quería hacerse el loco. La abuela lo agarró a zapatazos exigiéndole que fijara una fecha para la boda. Ah, la hubiera dejado así para que esté peor que sus hermanas.
–No llores, abuelita. Cuando trabaje, todos los domingos te voy a llevar al Norky’s.
La abuelita sonríe con tristeza.
–Cuando te cases, también te olvidarás de mí.
–Claro que no, abuelita. Yo siempre te querré.
–Ojalá, hijita, ojalá que no seas como mis hijas. Prométeme que el día en que me muera, cuando me estén llorando, les echarás tierra en los ojos.
–No digas eso, abuelita, que tú vas a vivir para siempre.
La abuelita sonríe.

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