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miércoles, 16 de febrero de 2011

Agonía







"Agonía" es la historia de mi padre. Estos son los primeros diez capítulos. Aquí, en lo posible, he tratado de no inventar nada. Lo he escrito a base de mis recuerdos, de los recuerdos de mi padre, de esas historias de su vida que él me contaba una y otra vez hasta quedarse grabado en mi memoria. Lástima que sea malo con los nombres y las fechas, por eso en los pensamientos del protagonista "olvida" los nombres. Yo siempre le decía a mi papá que escriba su historia, pero nunca me hizo caso, o no quiso, no sé. Por eso me puse a escribirlo yo. Aquí el protagonista se apellida Castelo, debería de ser Gastelú, pero como lo pienso mandar a un concurso donde te piden anonimato, no quiero dar motivo para que me descalifiquen por cualquier cosa. A esta historia le falta el capítulo final y corregirlo, menos mal que todavía tengo un par de meses para hacerlo. Las cartas que figuran en esta historia existen, las he transcrito tal y como lo escribieron.


















1



Parece un patito, don Juan de Dios.
La enfermera le pone el termómetro en la axila izquierda.
Los ojos amarillos, la piel amarilla. Una picazón insoportable.
¿Qué tendrá, señorita?
Cirrosis, quizá, por lo amarillo.
¿Cirrosis? El hombre no toma ni agua. Es Testigo de Jehová.
La enfermera sonríe. Le mide la presión. Los análisis nos dirán con certeza qué tiene, me dice. Quizá comió algo que le hizo daño. ¿Sufre del hígado?
Eso es lo más probable. Desde que mamá murió, el viejo come lo que puede, lo que le prepara Mariana, lo que le alcanza Carolina, lo que a veces le da Flora de mala gana. Muchas veces come la comida fría, no sabe prender la cocina a gas, a deshora: Carolina le manda un plato de comida a las cuatro, a esa hora almuerzan los Apestegui, que el viejo se guarda para su cena. ¿Qué le costará calentarle su comida y mandárselo a las seis? Ellos tienen microondas. Cuánta falta le hace la vieja. Cuánta falta nos hace.
No, que yo sepa.
¿Qué será entonces?
El viejo lloriquea. Todo saldrá bien, papá, no te preocupes, le digo, acariciándole la cabeza calva, confía en la ciencia. Confía en tu Dios, sobre todo.
Qué fregada es la edad, qué frágil se vuelve uno con los años. Del hombre fuerte que era, solo queda la sombra, un ser asustado, ¿ante la inminencia de la muerte?, el llanto por cualquier motivo.
Y se aburre. Se acaba enero y el calor es insoportable pese a que su cama está a un paso de la ventana que da a la calle. Extrañará sus películas del Viejo Oeste, seguro, sus películas mexicanas que veíamos los jueves y sábados en las tardes. Extrañará La movida de los sábados. Extrañará a la Jeanette Barboza, su amor platónico. En esta sala no hay ni un televisor viejo. Las horas se le harán interminables.
Está harto de estar conectado al suero sin obtener ningún alivio. Milagro que no se lo ha arrancado.
¿Por qué no me llevan al otro hospital?, me dice.
Se refiere al San Isidro Labrador de Lince, donde estuvo en noviembre cuando tuvo un ligero derrame cerebral. Está harto de compartir su habitación con cinco personas, hombres y mujeres. En el San Isidro Labrador tenía un solo compañero, tenía la ducha a un paso, podía bañarse a cualquier hora.
Te tienen que hacer más análisis, le digo, pegando mi boca a su oído izquierdo porque está sin su audífono. Quizá después te lleven al otro hospital.
Don Juan de Dios es especial, me dice la enfermera, nunca está contento con nada.
Él es así, señorita, le digo. Dice que no lo dejan bañarse.
Quiere ducharse a las cuatro de la mañana, ¿y si se enferma más de lo que está?
Se nos va antes de tiempo. ¿No cree que sería lo mejor?
La enfermera sonríe. Qué malo, no hable así, me dice.
Es broma, le digo. ¿Lo puedo ayudar a bañarse antes de irme?
Sí. Le voy a quitar el suero un rato. Su presión está normal, igual su temperatura.
Gracias, señorita.
La enfermera le saca la manguerita del suero, le cubre la vía con espadrapo. Ahora sí puede bañarse todo lo que quiera, don Juan de Dios, le dice, levantando la voz. Ya sabe que papá no escucha muy bien.
Ayudo al viejo a bajar de su cama y vamos a la ducha.
Se quita la bata. Toda su piel está amarilla. Está lleno de marquitas que se ha hecho de tanto rascarse. En el pecho y en los brazos tiene las cicatrices que le dejó la explosión del horno cuando trabajaba en una panadería en Pisco. Su espalda se ha curvado tanto que parece una joroba. Sus nalgas parecen dos pelotas pequeñas. Apenas se le nota el pipilí, oscuro, arrugado, cubierto de vellos grises.
De la pinta y el porte de Pedro Infante que tenía, según viejas fotografías que conserva Mariana, no queda nada. La piel amarilla, la cabeza calva, la boca desdentada, la espalda encorvada. Un poco más y se parece a Gollum/Smeagol.
Algún día estaré así, pienso. Dentro de cuarenta años. Si llego a vivir los casi ochenta y dos años que ha vivido el viejo.
Abre el grifo y el chorro de agua fría cae sobre su cuerpo. Me pide que le jabone la espalda. Se queda un buen rato bajo el agua. Parece un niño disfrutando de un buen baño en este verano insoportable.
Lo ayudo a secarse, a cambiarse.
Báñate también, Arolín, me dice.
En la casa, le digo, aunque ganas no me faltan.
Se afeita, se lava los dientes, los pocos dientes que aún le quedan.
Ahora sí te pareces a Pedro Infante.
Sonríe.
Volvemos a la sala. Se para al lado de la ventana, yo me siento en la silla que hay para las visitas. Me saco los zapatos aprovechando que no hay ninguna enfermera a la vista. Los pies me arden, tengo ampollas. ¿Serán mis riñones? También estoy jodido.
¿Cuándo iremos a Chincho?, me pregunta.
En julio, le digo, pensando ¿de dónde sacaré plata?
¿Ya te pagó Vinces?, me pregunta, como leyéndome el pensamiento.
Todavía, le digo. No le he dicho que hace unos meses Vinces me dijo ¿qué tal ese dinero lo invertimos en un negocio en lugar que te lo gastes en cualquier cosa?
Deberías denunciarlo a ese tipo para que no siga estafando a la gente. Parece John.
Eso es lo que voy a hacer, le digo. Si quieres, podemos ir a Pisco cuando te den de alta.
Sonríe. Seguro está recordando lo que nos pasó hace dos años en Palpa cuando fuimos tras las huellas del mítico Prudencio Luján, su bisabuelo o tatarabuelo que llegó de España y se casó con una chinchana.
Mejor vamos a Chincho, me dice. Allá me puedo sanar, el clima es limpio. Y, con la plata que te den, podemos mejorar la casa de mi papá para no estar molestando a la familia, comprar un terrenito en Huanchuy para criar chanchos. Nacho y Diego ya están grandes.
Es buena idea, le digo. Podría reasignarme a Julcamarca. O estudiar primaria para enseñar en Chincho.
Allá seguro consigues esposa.
Claro, le digo, pensando en los escasos habitantes que tiene nuestro pueblo. Para terminar como John.
Reímos.
Podríamos ir a Iribamba a buscar el tesoro del Rey Chiquito. Reclamar el terreno de mi suegra.
Recuerdo el camino sembrado de torreones antiterroristas. Mamá, Nachito y la tía Susana al lado del chofer; el tío Adrián y yo en la tolva. Los ríos de aguas gélidas, las iguanas de filudos lomos. La tumba del tío Anacleto flanqueado por la de sus hijos.
Claro. Hay que ir de todas maneras.
Vibra mi celular. Es Mariana. ¿Cómo está mi papá?, pregunta. Bien, le digo. Mañana tengo que ir al Almenara a sacarle cita en oncología.
Le pasó el teléfono al viejo. Lloriquea. Pregunta por los chicos, por Nela, por Bere. Manda saludos para todos.
Lo ayudo a subir a su cama.
Abre su vieja Biblia de pasta verde que le hemos traído y me habla de Dios. Existe la vida eterna para todos los justos, me dice. Deberías de estudiar la Palabra de Jehová aunque sea cinco minutitos al día, Arolín.
¿Para terminar como John?, me dan ganas de decirle, pero no lo hago recordando nuestras discusiones de antes cuando me espetaba que yo no fuera como mi hermano.
Siempre habla de Dios, me dice la paciente del frente, una viejecita con el cabello completamente cano. Así habría tenido su cabello mi mamá si John no le hubiera venido con sus problemas desde que se casó a la loca con Emilia, si Mariana no hubiera convertido en infierno la vida de mi madre por culpa de ese mal matrimonio, pienso. ¿Es evangelista?
Testigo de Jehová, le digo. ¿Usted?
Católica.
Ni le diga a mi papá porque él detesta a los católicos, le digo.
La viejecita sonríe.
Jehová no te exige demasiado.
Ojalá que exista Dios, pienso, para ver a mi mamá, a Juan Ignacio, a Eva Cristina, a mi abuela Felicitas, a todas las personas que amé aunque no conocí. Al tío Anacleto, al tío Lauro. No soy un tipo malo a pesar de no ser creyente, aunque sé que eso no es suficiente para alcanzar el Paraíso. Para alcanzar la vida eterna que pregona papá hay que hacer méritos, sacrificios que por el momento no me siento capaz de hacer.
Otra vez vibra mi celular. Es Carolina. ¿Cómo está mi papá?
Bien, le digo, pensando deberías de venir a cuidarlo siquiera un rato, mandar a Apestegui. Acaba de bañarse, ahora está hablando hasta por los codos de Dios.
Si habla así, es que está bien, me dice Carolina.
Mmm. Te paso con el viejo. Es Carolina.
Menos mal que el viejo no lloriquea esta vez. ¿Cómo están los chicos?
El viejo habla y habla y habla. Ahora sé que saldrá bien librado de este percance. En noviembre estaba peor, creíamos que no se salvaría, que terminaría como mamá, o quedaría hemipléjico. Se recuperó rapidito, hasta su cara que estaba media chueca volvió a la normalidad. Igual el 2006, en que incluso lo operaron. Esa vez sí pasé las de Caín: estaba trabajando y viviendo en Vallecito. Ni bien terminaba mi hora, salía volando para venir a cuidar al viejo que estaba con un humor insoportable. Una vez se arrancó el suero porque no le curaba nada, alegó, les jaló los cabellos a las enfermeras, insultó a todo el mundo. Nos llamaron. Llegué al hospital y lo encontré como Túpac Amaru, atado a su cama, lloriqueando, maldiciendo a las enfermeras, a los médicos. Cuántas noches me quedé acompañándolo, durmiendo en la silla, o a un ladito de él en su cama, muriéndome de sueño al día siguiente. ¿Y el resto de sus hijos? Nada, solo Mariana y yo, dejando a un lado nuestros odios, nuestras disputas, nuestros rencores.
Esa vez le extirparon un tumor maligno de las vías biliares. Pienso: ¿y si el tumor reapareció? Imposible. El doctor me dijo que tenía otro tumorcito que no tocaron, tardará veinte años en crecer, antes se morirá de otra cosa.
Me asomo a la ventana. Son casi las seis pero todavía brilla el sol. Por la calle pasan las chicas vestidas ligeramente exultando vida por todos sus poros, los chicos haciendo malabares en sus skates. Los envidio. A esa edad yo también pensaba que mis padres eran inmortales.
La muerte no existía.
¿Dónde estarán esos veranos en que íbamos a acompañar a papá a Huachipa y nos servía un cerro de comida que arrojábamos en un descuido suyo? ¿Dónde estarán esos veranos en que con Viejo, Pelusa, Lube y John nos bañábamos tempranito en la sequia de La Realidad?
¿Dónde?
Hace dos veranos estuvimos en Chincha, Pisco, Ica, Palpa, disfrutando de las playas chinchanas y pisqueñas, de la Huacachina, comiendo y bebiendo hasta el hartazgo, y todo gracias a un cuento con el cual gané un concurso en Trujillo. Quizá esa vez debí de haberlo llevado a Trujillo para que conociera Chan Chan, Huanchaco, pero recién lo habían operado y todavía estaba convaleciente.
Me devuelve el celular.
Le doy su cena y voy a la casa, le digo a mi hermana.
Que coma toda su comida.
Ya. Chau.
Papá me pasa su Biblia. Lee un poco, me dice. Voy a descansar un rato.
Cierra los ojos y empieza a roncar casi en seguida. Hojeo un rato esa Biblia vieja de pasta verde que debe ser la misma con la cual nos repasaba lectura a John y a mí cuando íbamos a acompañarlo a Huachipa. Si mal no recuerdo, la leí hasta Salmos. Cuando papá se bautizó, fui yo el único que lo acompañó a Campoy. Antes íbamos toda la familia al Salón del Reino, incluso mamá, a quien le caían antipáticos los Testigos de Jehová. Hasta que Carolina y Mariana crecieron y se sublevaron. Mariana se volvió católica. John y yo pagamos pato: los sábados que papá no podía ir a las reuniones nos mandaba a los dos. Y no podíamos hacerle el avión porque teníamos que recogerle La Atalaya y Despertad. ¿Cuántos años teníamos, diez, doce? Quizá menos. Eso fue antes de 1980, cuando trabajaba en Huachipa. Pero un día John y yo también crecimos y papá empezó a ir solito a las reuniones. Eso debe de haberle dolido también: que de todos sus hijos solo uno siguiera sus pasos.
Yo dejé de creer en Dios. Una noche me dije ¿qué pasaría si no rezo antes de acostarme? Ya no iba a las reuniones, pero siempre rezaba como me había enseñado mi papá.
No pasó nada. Y no volví a rezar nunca más, ni en las peores circunstancias. No es verdad que en la universidad me volví ateo. ¡Cuántas veces discutí con el viejo por eso!
El que volvió al redil fue John. En 1990 empezó a tener ataques de ansiedad, pesadillas. Tenía veinte años, estaba en la universidad, fue el primero de la familia en ingresar a la universidad, era un chico guapo, inteligente, siempre fue el más inteligente de la familia, incluso más que Mariana, el único que sacaba diplomas en el colegio. Le gustaba bailar, divertirse. Le gustaba en exceso las mujeres. Esa sería su perdición.
Yo trabajaba en Multitemp, le daba para sus gastos. Me decía Chino, cuando termine la carrera y trabaje, estudiarás tú, te ayudaré.
Bien que terminó la carrera, bien que me ayudó. Ahora que lo pienso, nunca le he pedido ni un sol.
Un sábado en la noche se sintió mal. Yo estaba escuchando música con mi amigo Viejo Alberto. Me siento mal, Chino, me dijo. Tómate un café y vete a dormir, le dije, pero, como seguía insistiendo en que se sentía mal, le avisamos a Mariana y lo llevamos al hospital.
Tenía un ataque de ansiedad. El doctor le preguntó si era adicto. John no fumaba ni cigarros. Tampoco tomaba. Ni yo. Eso lo aprendimos del viejo: nunca lo he visto borracho en mi vida. Le recetaron un calmante. Si se repetían los ataques, que se tomara la mitad de la pastilla.
Se repitieron, y con mayor ferocidad y a cualquier hora, tanto que ya no quiso ir a clases y en las noches dormía en la cama de los viejos porque los malos sueños convirtieron sus noches en tormentos.
Y los médicos no le encontraban nada.
Quizá le han hecho daño, dijo el viejo. Sabía de lo que hablaba: en su vida tenía un largo historial de daños, maldiciones, misas negras que le habían hecho brujas y brujos con las intenciones de matarlo, arruinarlo. El daño existe, Arolín, aunque tú no lo creas.
Le di la plata y él mismo lo llevó donde esos brujos que hay a una lado de la Carretera Central en San Andrés, Vitarte. Que me perdone Jehová, dijo, pero es la vida de mi hijo.
Dos chicos y una chica le han hecho daño, les dijo el brujo. Las chicas porque John se burló de ellas. El chico por envidia. Han enterrado su foto en un cementerio.
Recuerdo que un día fui al viejo cementerio de La Realidad y me puse a buscar entre las tumbas la foto de mi hermano. No la encontré.
Yo le costeé el tratamiento. Incluso pensé en pedir un préstamo para voltearle el daño que le habían hecho. Pero lo que pedía el brujo por ese trabajito era una cifra exorbitante. El país estaba en crisis, pedir un préstamo era ponerse la soga al cuello.
A mí ni me pidan plata porque no tengo, dijo Mariana. Se morirá pues, por pendejo.
¿Allí empezó a odiarlo?
Un domingo don Manchego tocó la puerta de la casa. Era hermano espiritual del viejo y nos conocía desde niños.
El que necesita en estos momentos a Jehová es John, le dije a don Manchego. Le conté la historia de mi hermano.
Ese mismo día John empezó a estudiar la Biblia con don Manchego. Volvió al redil. Y cambió radicalmente: vendió sus casacas y sus jeans, se deshizo de sus casets de rock metálico. Dejó de asistir definitivamente a clases Y se fue de casa porque en La Realidad estaban sus enemigos. Ese fue un golpe terrible para la vieja, que lo adoraba, igual el viejo. Creo que allí mamá empezó a morir un poco. Y peor todavía cuando John vino con la noticia, tres años después, que se iba a casar con una hermana espiritual.
Si papá se entusiasmó con ese matrimonio, dos hermanos espirituales casados significaban un matrimonio perfecto, dijo, mamá no. Emilia también había salido de su casa porque sus padres se oponían a sus creencias religiosas. Su sexto sentido le decía que esa mujer le iba a hacer sufrir a su hijo. Y el tiempo le daría la razón.
No se preocupe, señora, los hijos vendrán después, le aseguró Emilia. Primero vamos a hacer nuestra casita, comprar nuestras cositas, y John tiene que terminar sus estudios.
Bien que John terminó sus estudios, bien que los hijos vinieron después.
Esa pendeja se buscó un cojudo que la mantuviera, decía después papá.
Quizá si ese domingo no le hubiera dicho a don Manchego que mi hermano necesitaba a Jehová más que yo nunca hubiera conocido a Emilia y mi madre estaría ahora viva.
Mejor se hubiera muerto cuando estaba enfermo, decía mamá cuando John venía a contarle entre lágrimas el infierno en que se había convertido su vida al lado de Emilia.
Traen la cena. Papá apenas come. No tengo apetito, me dice. Me como su caldito y su flan, me despido de él y me marcho a la casa.









2



Tenía la barba blanquita como el algodón, larga, bien larga como si nunca se lo hubiese cortado. Se parecía al Dios que había pintado en la iglesia de Chincho, aunque era calvo. ¿Cuántos años tiene, señor?, le pregunté. Ciento veinte años, me dijo, tocándome la cabeza. Le conté a mi mamá mi sueño. Hasta esa edad vivirás, Juan de Dios, me dijo. ¿Cuántos años tenía yo cuando tuve ese sueño? ¿Cuatro, cinco, seis? Estaría como Nela, o Bere. Faltaba poco para la cosecha, me acuerdo, los maíces casi se doblaban por el peso de los choclos, el sol quemaba cada día más. Son más de setenta años desde ese sueño. He vivido más que mis padres. Mamá murió en 1954, ¿cuántos años tendría?, era joven todavía, parece que le hicieron daño. Papá en 1960, a los cincuenta y nueve años. Era de 1901. Hoy tendría ciento ocho años. Yo he vivido veintiún años más que él. Si nos encontráramos, sería como mi hijo. No enterré a ninguno. Yo estaba en Pisco cuando mamá murió. Lo supe como un mes después. Ya para qué iba a viajar. Papá murió dos veces. La primera vez casi muero también. Padre ha muerto, viajar urgente, decía el telegrama que me mandaron a la FAM. Con lo puesto viajé. Lloré todo el trayecto. Ya no tenía papá ni mamá. Bajando del ómnibus nomás emprendí el camino a Chincho. Cruzando el río Cachi, el mismo río que mi padre cruzó un día con un fantasma sobre sus hombros, hice un alto donde mama Bini para tomar algo pues no había almorzado ni cenado ni desayunado. Solo tenía agua. Bebí y seguí mi camino por Huaripata. Subí y subí. Por Qqasi me empecé a sentir mal, la cabeza parecía que me iba a estallar, las piernas se me doblaban. Ya estaba oscureciendo. Para llegar a Chincho faltaban todavía unas tres horas de caminata, siempre en subida. Me senté, vencido ya, esperando la muerte. No iba a estar presente en el entierro de mi padre. Cuándo encontrarían mi cadáver, quién me encontraría. Ojalá que fuera antes que los buitres me picaran los ojos, me dejaran irreconocible. Seguro me enterrarían junto a mis padres. Lástima que yo no tuviera mujer ni hijos para que me lloraran. Faltaban unos años para que conociera a María. Pero justo se aparecieron dos paisanos. ¡Juan de Dios, a los años!, me dijeron… ¿quiénes eran?, ¿por qué he olvidado sus nombres? ¿Ya han enterrado a mi padre? ¿De qué murió? Taita Ignacio está vivo, me dijeron. ¿Quién te ha dicho que ha muerto? Me mandaron un telegrama. Te estarían haciendo broma, el Soqqta está más vivo que tú. Era cierto: encontré a mi viejo calentándose frente al fogón, tocando su arpa, Lauro ya dormía. También se había quedado viudo como yo. Te mandé ese telegrama para que te acordaras de tu padre, ingrato. Eso fue en 1957 o 1958, un par de años antes de que muriera de verdad. Estuve en Chincho como un mes, con fiebre. Me había dado veta. Cuando murió de verdad, en agosto de 1960, ya no fui. ¿Con qué cara iba a pedir permiso de nuevo? Además, María estaba embarazada. Papá no llegó a conocer a Juan Ignacio, que nació el veinte de febrero de 1961. Días antes que muriera, tuve un sueño: papá iba de prisa por mama Bini; Julia, Griselda, Lauro y yo íbamos tras él queriendo alcanzarlo, pero papá llegó a la orilla del río Cachi, se quitó el pantalón y cruzó para el otro lado. Cuando llegamos a la orilla, aumentó el caudal y ya no pudimos cruzar. El viejo se fue sin volver la vista atrás. Por esos días moriría. Ni bien salimos de su luto, murió Juan Ignacio el veintiocho de setiembre de 1961. Apenas vivió siete meses, una semana y un día mi hijito. Su abuelo se lo ha llevado, decía la gente, era un angelito cuyo lugar era el cielo. Mentira, Jehová no necesita angelitos, murió porque le chocó el daño que me hizo mi tía María Villanueva, esa bruja de mierda que ahora debe estar achicharrándose en el infierno. Ella y su hija y su nieta. Su nieta todavía debe estar viva, ¿cómo se llamaba mi sobrina?, ¿tenía quince, dieciséis años cuando le dimos alojamiento? Allí está la enfermera con sus pastillas y agujas. Buenas tardes, don Juan de Dios, ¿cómo se siente, un poco mejorcito ya? ¿Para qué me pone suero si no me cura nada, señorita, si me sigue picando el cuerpo? Para que se hidrate, don Juan de Dios. Tómese esta pastillita para su presión y déme su brazo que tengo que sacarle una gotita de sangre para unos análisis que tenemos que hacerle. ¡Ay, carajo, con cuidado! ¿Por qué es tan bruta, ah? Sorry, don Juan del Diablo, está tan viejito que sus venas están más duras que una manguera vieja. ¿Qué dice, señorita? Hable más fuerte que no escucho bien. Que me disculpe, no volverá a suceder. Ojalá, ¿o quiere que me queje a mis hijos? Su hija la gordita es bien jodida, ¿no?, por cualquier cosa reclama. ¿Qué dice, señorita? ¿Que cuántos hijos tiene usted, don Juan de Dios? Seis, señorita. Vaya, usted le ha hecho trabajar bastante a su señora, don Juan de Dios. Jajajá. ¿Ve que nos comprendemos mejor si usted está de buen humor, don Juan de Dios? Hasta nombre de picarón tiene. ¿Usted es soltera, señorita? Sí, ¿por qué?, ¿acaso se quiere casar conmigo? Tengo un hijo soltero. ¿Cuál de ellos, el crespo o el que tiene barba? El que tiene barba. Es profesor, trabaja acá cerca, y también escribe libros. ¿Tendrá su enamorada, no? No, es soltero. Ay, don Juan de Dios, ¡si yo no conociera a los hombres! Mejor me caso con usted. Pendeja, ¿quiere quedarse con mi pensión, verdad? Listo, don Juan del Diablo, un permisito que voy a llevar esta muestra al laboratorio. Ya vuelvo. Sanaré, me levantaré de mi lecho, andaré, llevaré la Palabra de Jehová durante los próximos cuarenta años de vida que me quedan. ¿Qué son cuarenta años para Jehová? Para Él mil años son un día. ¿Pero con qué autoridad podrás llevar su Palabra a los demás si ni siquiera pudiste hacer que tus hijos fueran creyentes? John parecía que iba a ser un buen cristiano, pero es un sinvergüenza, un conchudo, hasta un hijo botado tiene, el otro día trajeron una citación de la Demuna por un caso de alimentos. Yo pensaba que con Emilia iba a ser feliz, iban a constituir un buen matrimonio, pero me equivoqué. María tenía razón cuando decía que esa mujercita iba a hacer infeliz a nuestro hijo, y a nosotros. Yo nunca le he debido a nadie ni un solo centavo, y John le debe a todo el mundo, a todo el mundo le pide prestado porque no tiene para su pasaje, porque todavía no le pagan en el colegio. Ese es su castigo por haberse casado a la loca, por no hacernos caso cuando le dijimos ¿con qué vas a mantener a tu mujer y a tus hijos si no tienes una profesión, si no tienes un trabajo estable? Me voy a hacer hombre, dijo. Bien que se hizo hombre. Se casó para estar jode y jode con sus problemas. Yo nunca iba a molestar a nadie. Cuando me casé con María, trabajaba en la FAM. Pero primero nos juntamos. A María la conocí en casa de mama ¿Agripina se llamaba? Era su madrina. Allí tenía yo mi pensión. María iba los fines de semana a quedarse allí. ¿Quién es esa gordita, mama Agripina? Es María, también es chinchina, hija del Uchu Mayor. Recordé que cuando era chiquillo la vi una vez. Iba yo con mi padre por el camino que va a Villoc y pasamos frente a la chacra del Uchu Mayor y una gordita le saludó a mi padre: buenos días, taita Ignacio. Sería como la Nela, yo estaría como Diego, faltaba poco para que me vaya a Huanta donde la bruja María Villanueva. ¿Quién es esa gordita, papá? Es María, la hija del Uchu Mayor. La volví a encontrar casi veinte años después. Mi mamá siempre me decía Juan de Dios, si un día te casas, hazlo con tu paisana, no busques mujer de otro lado, peor una limeña que solo saben pintarse como payasos. La volví a ver y me enamoré de ella, pero no fue fácil conquistarla, María era media chúcara. Trabajaba en Santa Clara donde unos japoneses. Nos hicimos enamorados pero un día peleamos porque alguien le fue con el chisme de que yo tenía mujer en Pisco. Para ver si me quería fui a visitarla, le dije María, mañana me voy a Chincho, he venido a despedirme, te he traído este corte de tela como regalo por el tiempo que estuvimos. ¿Saben lo que hizo? No me lo recibió. Gracias, no necesito nada de ti. Después me contó que la japonesa le había dicho qué sonsa eres, le hubieras recibido siquiera para que te hagas tu falda. ¿La telada le regalé a Zenobia o a la mujer de Estanislao? Ya ni me acuerdo. Pero insistí porque estaba enamorado de ella. Le mandé a mi sobrino Juan Cuba para que le dijera que si no iba ya mismo a mi cuarto vendría mi otra enamorada y se quedaría a vivir conmigo. Y cayó en la trampa. En el amor y en la guerra todo vale. Empezamos a vivir juntos, a comprar nuestras cositas. Estábamos prácticamente solos en Lima. María también había venido de la sierra buscando progresar en la vida. Ella no sabía leer ni escribir, era la hija mayor y tenía que ayudarle en la chacra a su papá, buscar leña, pastear las cabras, ir a hacer trueque por los pueblos de las alturas. Me contaba que siempre iba con su tío Antonio, el papá de Plácida. Por dónde no habrá andado mi María antes que nos conociéramos. Un día estaba pasteando sus cabras cuando fue a buscarla su amiga Lucila Borda. María, vámonos a Lima, le dijo. ¿Quién le va a ayudar a mi papá?, le dijo María. Tus hermanos, ellos ya están grandes, que ellos le ayuden, ¿hasta cuándo vas a estar en la chacra pasteando cabras, buscando leña, andando sin calzón? En el campo ni siquiera se conocía ropa interior, vivíamos casi como salvajes. Lucila trabajaba en Lima. Vas a trabajar y ayudar a tu familia. María fue a decirle a su mamá que se iba a Lima con Lucila Borda. ¿Quién le va a ayudar a tu papá?, le dijo mama Felicitas. Mis hermanos, ellos ya están grandes. El Uchu Mayor estuvo de acuerdo: no vas a estar toda la vida en la chacra, como nosotros, hija. Para su pasaje vendieron unas cabras que tenía María. Y así llegó a Lima, sin hablar castellano, con sus polleras. Primero trabajó en Jesús María, después en Santa Clara. Al principio no se acostumbraba, paraba llorando nomás, extrañaba a su familia. De allí la sacó Lucila. Le consiguió trabajo en Santa Clara donde unos japoneses que la trataban bien, aunque comían extraño, decía siempre María. Nos conocimos en 1960. María tenía veinticuatro años, yo treinta y tres. John se casó a los veintitrés años, igual Carolina. Yo trabajaba en la FAM, tenía mi cuartito en Esperanza, de allí nos mudamos a Tahuantinsuyo. Todo iba bien hasta que nos tocó la puerta las Villanueva: mi tía María, viuda del hermano de mi papá, mi prima y mi sobrina. Yo me había criado con ella en Huanta desde que mi tío me llevó después que le hice orinar a uno de los García. La vieja me sacaba la mugre: vendía chicha en el mercado. Todas las mañanas, antes de irme al colegio, tenía que llenar dos cilindros de agua para que preparara su chicha. Yo estaría como Nacho por lo menos. Si no le hubiera sacado la mierda a uno de los García, quizá hasta ahora estaría en Chincho. Terminé la primaria a los diecisiete años y me marché a Huamanga donde un tío, después me fui a Pisco a buscar a mi tía Juana Luján, hermana de mi madre. Le dimos alojamiento, la casa era grande, había lugar para todos. María estaba embarazada de Juan Ignacio. Además, criábamos a mi hermanito Lauro que en ese entonces tenía doce años. Ahora me acuerdo que María al principio no quería que mi tía se quedara en la casa, hasta me amargué con ella: si quieres, puedes irte, la puerta está abierta, le dije. Algo sospecharía María. ¿No dicen que las mujeres tienen un sexto sentido? ¿Cómo iba yo a saber que la vieja era bruja? Todo iba bien hasta que la vieja me habló de los terrenos que había dejado mi padre: Juan, como hijo mayor, vaya a Chincho y reparte los terrenos entre toda la familia. Si usted tiene algún interés, vaya, tía, y agárrese todo lo que quiera, yo no pienso volver a la sierra, fue todo lo que le dije. Para qué, la vieja se molestó, paraban todo el día en la calle, venían solo a dormir. Hasta que un día se fueron dejándome un regalito. Sería fines de marzo: Juan Ignacio ya tenía un mes de nacido. Yo siempre que llegaba del trabajo me echaba en la cama de Lauro para no molestar al bebito. Un día me eché y me pasó como electricidad. Salté de la cama. Pensando que sería un resorte, tanteé el colchón y de nuevo sentí esa descarga. Pero no era de electricidad porque nos alumbrábamos con vela, todavía no teníamos luz. ¿Qué sería? Le avisé a mi primo… ¿cómo se llamaba mi primo? Era también medio aficionado a las artes ocultas. Vino con su librito de San Cipriano y, mientras hacía unas oraciones, iba tanteando el colchón con un cuchillo. Toc, un golpe seco, el cuchillo chocó con algo. Más oraciones mientras mi primo abría el colchón. Había una piedra de río, redonda, lisa, que quemamos con kerosene y tiramos a la sequia. ¿Quién lo metería dentro del colchón?, ¿y con qué fines? Nos olvidamos del asunto hasta que unos días después Lauro llegó del colegio gritando y corriendo como loco, diciendo que lo estaban persiguiendo los cachacos y los curas. María estaba en la casa con Juan Ignacio. No pudo calmar con nada a Lauro y del susto se encerró en un cuarto. Lauro se desesperó más porque quería ver a Juan Ignacio: ¡quiero ver al bebito, quiero ver al bebito!, gritaba, golpeando la puerta. Estaba tan furioso que agarró un cuchillo y lo clavó hasta el mango en la pared de adobe. ¿De dónde sacó esa fuerza si apenas era un niño como Nacho? Me avisaron y fui corriendo a la casa: los baldes de agua estaban volteados, las cosas tiradas, rotas. Con mi primo lo agarramos a la fuerza y lo llevamos al Seguro pero los médicos no le encontraron nada a pesar de todos los análisis que le hicieron, de repente usted lo hace estudiar mucho y no lo alimenta bien, me dijeron. Cómo no le iba a alimentar bien si en la casa sobraba la comida. Yo ganaba bien en la FAM, trabajaba a destajo, sacaba más de mil quinientos soles a la semana. Criábamos gallinas, patos, pavos. Las gallinas daban tantos huevos que no había quién los coma y los tirábamos a la sequia. ¿Qué tendría mi hermanito? Hasta que mi primo me dijo Juan, ¿por qué no le llevamos al curandero?, de repente le han hecho daño, ¿te acuerdas de la piedra que había en su colchón? Eso había sido: en su casa estuvieron alojadas tres mujeres, la mayor le habló de unas herencias y usted le contestó mal y por eso le ha hecho daño, me dijo el curandero. Le dejaron la cochinada en la cama de su hermano para que no le chocara al bebito porque lo habían llegado a querer. Era para usted, pero le chocó a su hermanito porque siempre le choca a los más débiles. Menos mal que el daño está fresco y tiene cura. Esa noche Lauro se quedó con el curandero. Al día siguiente fui tempranito y Lauro estaba mirando al curandero mientras este labraba sus ladrillos. El hombre hacía sus ladrillos para sobrevivir. Anoche matamos a los curas y a los cachacos, ¿verdad, don Quispe?, le decía. Sí, hijito, le decía el curandero, ya no te volverán a molestar. Se me salieron las lágrimas. Nuestros padres ya habían muerto, Lauro era como un hijo para mí y para María. Era guapo mi hermanito. Lauro volvió el rostro, seguro sentiría mi presencia, me vio, y vino corriendo y nos abrazamos: papá, anoche matamos a los curas y a los cachacos, me dijo. Me decía papá. Lloramos. Don Quispe me dio una botellita con un brebaje: los ataques se van a repetir un par de veces más, cuando eso suceda, usted le da de beber el contenido de esta botellita y se le pasará. Y así pasó. Pero su madrina se enteró y se lo llevó a Chincho. Allí le dio otra vez la locura, o el encanto más bien. Dicen que estaba pasteando sus cabras en las afueras del pueblo cuando empezó a llover y un rayo reventó a su lado y vuelta se volvió loco. Lo curaron, pero no se sanó del todo. Una época vivió conmigo en Huachipa. Paraba metido en la casa, le tenía miedo a las mujeres, sus camisas los cortaba en flecos como los apaches. En 1980 lo vimos por última vez cuando fuimos a Jiljarajay con María y Flora y Dora. Paraba con una chalina en el cuello que le tapaba media cara. Desapareció después de la muerte de Anacleto, ¿lo matarían los terrucos o los soldados?, ¿se escondería en el monte para escapar de esos criminales? Nunca más supimos de él, aunque algunos dicen que lo han visto en San Francisco, la selva de Ayacucho, que está gordo y se ha casado y tiene hijos. ¿Cómo se va a casar si le tenía pánico a las mujeres? Mi hermana Julia dice que la casa de mi papá es para Lauro. Ojalá que un día regrese. Ya debe estar viejo como yo. Yo le llevaba veinte años por lo menos. Lauro debe tener unos sesenta años más o menos. Cuando desapareció tenía unos treinta. Pero no solo a Lauro le chocó el daño, sino también a Juan Ignacio, a pesar que las brujas no querían eso. Empezó a enfermarse de todo mi hijo. El 28 de setiembre de 1961, siete meses, una semana y un día después de haber nacido, murió. Habría cumplido cuarenta y ocho años este veinte de febrero. Cómo sería, alto, fuerte, inteligente. María lo lloró toda su vida. Hasta que naciera Carolina íbamos casi todos los días al cementerio. Ya ni queríamos tener más hijos. ¿Qué habrán dicho las brujas cuando se enteraron que mataron a una criatura inocente? Nunca más las volví a ver a esas mierdas. Cinco años después de la muerte de Juan Ignacio, cuando ya teníamos a Carolina y Mariana, me empecé a sentir mal: me daban vértigos y caía al suelo sin sentido. Una vez iba por Calle Nueva, y me desmayé. Un policía me ayudó: ¿por qué lo dejan salir a la calle si está enfermo, señor? Los médicos del Seguro no me encontraban nada. ¿Qué tiene este hombre?, se preguntaban, ¿por qué se hace el loco, ah? Hasta que mi primo… ¿cómo se llamaba mi primo?, ¿por qué he olvidado su nombre?, fue el mismo que me ayudó con Lauro, me dijo Juan, estoy llevando a mi señora al curandero, ¿vamos para que te vean? Fuimos. El curandero me leyó la mano: usted tiene la cochinada hace años, señor, lo peor es que no cree, pero el daño existe. Me dijo lo mismo que el curandero que curó a Lauro. Y me sentenció: a usted lo botarán de su trabajo, perderá su casa, morirá. Lo siento, pero no puedo hacer nada, el daño está pasado. Pero no solo las brujas me querían ver muerto, sino también un primo, hermano del que me estaba ayudando. ¿Quién le dijo Juan, piensas hacer casa?, nunca lo harás. ¿Cómo se llamaba ese hijo de puta? ¿Por qué he olvidado su nombre? Yo estaba haciendo zanja con mi sobrino Juan Cuba y pasó ese desgraciado y me dijo eso. Haré lo que pueda, le dije. La segunda vez que me dijo lo mismo, pensé que estaba borracho. Quién iba a pensar que también era brujo. ¿Pero por qué me envidiaría si yo nunca le hice nada? A las brujas tampoco les hice nada. Le han hecho daño para volverse loco, para andar desnudo en la calle, para no sentir amor por nadie, para morirse. Entré en pánico: ¿qué sería de mi esposa y de mis hijas? Carolina tenía tres años, Mariana uno. ¿Quién velaría por ellas si la familia estaba lejos? Iríamos a Chincho, pondríamos un negocio para que pudieran pasar su vida. En Chincho estaban mis suegros, mi hermana Julia, Lauro. Renuncié a la FAM, vendí la casa, y marchamos a la sierra. Pero, antes de irme, se me acercó don Pedro Vargas, un vecino que se llamaba igual que el cantante mexicano, por eso será que nunca he olvidado su nombre. Me dio una Biblia: es bueno leer siempre la Palabra del Señor, don Juan, me dijo. Y eso es lo que he hecho hasta ahora. Poco a poco mis males fueron desapareciendo. En 1970 regresamos a Lima. Y, aunque las brujas no pudieron matarme, sí nos arruinaron: de la urbanización donde vivíamos, con agua y luz, pasamos a un cerro junto a las lagartijas y culebras. Pero siempre estuvimos juntos, en las buenas y en las malas. Esto no aprendió John pese a que les contaba mi historia hasta el cansancio. ¿Sigue despierto, don Juan de Dios? Es que hace calor y me pica todo el cuerpo, señorita, ¿puedo ir a darme un baño? Ay, don Juan de Dios, después se enferma y me sancionan. Le voy a traer una pastillita para la picazón. Ya vuelvo. Ya, señorita.









3



La cola avanza lentamente, tan lento que parece un cortejo fúnebre, pienso.
El viejito que está delante de mí me pregunta de qué estoy enfermo. Mi padre es el que está mal, le digo.
¿Sí? ¿Qué tiene?, interviene la chica que está detrás de mí.
Qué tendrá. Está todo amarillo y le pica el cuerpo.
De repente tiene hepatitis, conjetura la chica. Por el color amarillo.
Habrá comido algo que le hizo mal, dice el viejito. ¿Cuántos años tiene?
Va a cumplir ochenta y dos años dentro de un mes.
Ay, tienes que cuidarlo, dice la chica. Dicen que a los viejitos los matan en el Seguro. Si puedes, llévalo a una clínica.
¿Con qué plata?, le digo, tocándome los bolsillos, pensando en el dinero que me debe Vinces.
¿Cuántos hijos son?, pregunta el viejito. Deberían de hacer un pozo.
Seis, pero no todos trabajan.
Eso es lo malo, dice la chica.
¿Y usted de qué está mal, señor?
El domingo le dio un derrame cerebral a mi señora. Voy a recoger los resultados de la tomografía que le hicieron.
Hablamos de la presión alta. Les digo que mi mamá murió de un derrame cerebral. Seguro le darían cólera, dice la chica. Mmm, murmuro, un hermano se casó a la loca, la otra hermana se metía en la vida de todo el mundo.
Eso es lo malo de tener muchos hijos, dice el viejito.
Cría cuervos y te sacarán los ojos, filosofa la chica.
El viejito llega a la ventanilla, entrega su DNI, y un minuto después le dan una hoja. Nos dice chau y se va.
Ahora es mi turno. Entrego el DNI del viejo, la que atiende busca en la computadora, la impresora empieza a funcionar, y me entrega una hoja.
Chau, le digo a la chica. Ella sonríe.
Leo la hoja:
ESSALUD Fecha: 07/02/2009
HOSP. II VITARTE Hora: 10:33:46
SERVICIO DE DIAGNÓSTICO POR IMAGEN Usuario: Giulianna
N°. Examen: 00152526
RESULTADO DE ECOGRAFÍA
Procedencia : EME Emergencia
Citado el : 23/01/2009 Viernes Autogenerado : 2703081GTLAJ007
N°. Acto Médico : 4021705 N°. Historia : 153324
Paciente : Juan de Dios Castelo Edad : 81 Sexo : Masculino
Servicio : Servicio no registrado Cama :
Médico : N° Ubicación :
Examen solicitado : Ecografía abdominal (Mañana)
Diagnóstico (CIE) :
…………………………………………………………………………………………….
Informe de Ecografía
Hígado: Con incremento moderado de su ecogenicidad parenquimal. No se aprecian lesiones focales. Se evidencia dilatación de vías biliares intrahepáticas.
Vesícula biliar: Ausente por antecedentes qx.
Colédoco 20.8 mm.
Vena porta 10 mm.
Páncreas: Ecogénico no se evidencia lesiones focales.
Aorta: De disposición, calibre y pared dentro de límites normales.
Bazo: Homogéneo. Dimensiones dentro de límites normales.
Cavidad abdominal: No se aprecia líquido libre.
Conclusión:
1. Dilatación de vías biliares intra y extrahepáticas.
2. Hepatopatía difusa moderada.
Código Resultado: Ver texto.
Registrado por: RLlanos 23/01/2009
Modificado por: RLlanos 23/01/2009
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Dr(a). Dueñas Janampa Marco Antonio
¿A quién le pregunto qué significa este diagnóstico? Me acuerdo de la enfermera Pari que conocí mientras estuve hospitalizado. Ella me puede ayudar.
Voy a Urología. En las puertas de los consultorios hay largas colas de pacientes. Hay tantos enfermos que pareciera que el país entero estuviera enfermo.
¿María Malpartida? Un enfermero empuja una silla de ruedas donde va una mujer de unos cuarenta años, o un poquito más, que se parece demasiado a esa secretaria de la Navarrete que conocí hace veintidós años en la Línea Uno que nos llevaba a nuestros trabajos. Los mismos ojos oscuros y grandes de entonces, los cabellos lacios y castaños ahora lleno de canas como el mío, el rostro de muñeca ahora demasiado pálido y con una mueca permanente de dolor.
Doy la media vuelta y los sigo. Ella vuelve el rostro. Quizá me ha reconocido a pesar que ya no llevo el cabello como los Soda Stereo de los ochenta, a pesar de la barba que me cubre parcialmente la cicatriz de la mejilla izquierda.
Cómo hemos cambiado con los años. Cómo ha cambiado todo. ¿Recordará esos días en que hacíamos malabares para transportarnos por culpa de los paros armados y la continúa huelga de transportistas? ¿Recordará esas interminables colas detrás del Coliseo Amauta para tomar el micro de regreso?
Un sábado 23 de setiembre de 1989, a la 1:07 p.m., lo recuerdo muy bien, nos vimos por última vez. Siempre pensé que quizá había muerto en un atentado, o que la habían desaparecido, o que quizá se había marchado al extranjero, como tantos peruanos, para huir de la debacle. Entonces el país se caía a pedazos.
Llegan al ascensor, la puerta se abre, entran. La puerta se cierra.
Me quedo allí, mirando los números de los pisos que se van encendiendo de rojo.
¿Y si no era María?
Doy la media vuelta para ir al tercer piso.
Para ir donde la señorita Pari, le digo al guachimán.
Salió de guardia a las ocho, me dice. ¿Algún encargo?
Ninguno. Vuelvo otro día.
Salgo del Almenara. Voy a la avenida Grau. Tomo la combi para ir al hospital de Vitarte.
Dilatación de vías biliares intra y extrahepáticas debe significar crecimiento, expansión, inflamación de las vías biliares por dentro y por fuera, ¿no?, pienso en el trayecto, leyendo una y otra vez ese diagnóstico. Hepático debe ser algo relacionado con el hígado. ¿El tumorcito que le dejaron cuando lo operaron hace dos años habrá crecido? ¿No dijo el doctor que tardaría veinte años en crecer? ¿Será un tumor maligno?
De hepatopatía difusa moderada solo entiendo difusa y moderada. Difuso puede significar vago, impreciso, también abundante, dilatado, ancho. Moderado es no excesivo, según los recuerdos de mis clases de RV.
No está en la conclusión, sino en el informe: hígado: con incremento moderado de su ecogenicidad parenquimal. ¿Qué será ecogenicidad parenquimal? Incremento moderado debe ser crecimiento moderado del hígado.
¿Por qué no lo escribirán en un lenguaje más claro? Si los médicos escriben en jeroglífico, sus diagnósticos parecen estar en chino.
Le saco una copia antes de entregarlo a la enfermera. En el hospital de Mariana le pueden ayudar.
¿Qué tendrá mi papá, señorita?
No sé, me dice la enfermera. El médico ya nos dirá qué tiene.
Si ella no lo sabe, peor yo que de medicina no sé nada.
¿Puedo ver a mi papá?
Solo un ratito. No es día de visita.
El viejo apenas si ha probado su almuerzo. Dice que no tiene apetito.
Tienes que comer para estar fuerte, le digo.
¿Cuándo iremos a la casa?, me pregunta.
El doctor lo dirá, le digo.
En el parque del frente los chicos juegan carnaval, se corretean globos en mano. Sus chillidos, gritos destemplados llegan hasta nosotros.
Hoy no es día de visita, me dice el guachimán, entrando a la sala. ¿Puede retirarse?
Me voy, papá, le digo al viejo, acariciándole la calva, que también está de color amarillo. Mañana vengo.
Lagrimea.
Ya iremos a la casa pronto, le digo. Ten un poco de paciencia nomás.
Voy al mercado a almorzar. La casera me pregunta cuándo empiezan las clases. El primero de marzo, le digo.
De allí, a la casa. Mariana está con un humor de perros: ha llamado Emilia para decir que John no se acuerda de sus hijos, que no tienen nada que comer. ¿Ese qué hace metido allí, en lugar de buscar trabajo? Ese es John, que está ocupando el cuarto que era de mamá.
¿Y yo qué puedo hacer?, le digo, alegrándome: entre más jodida esté Emilia, mi madre estará más feliz en el lugar donde esté. Eso es problema de ellos. Tampoco lo voy a botar diciéndole vaya a trabajar, ¿no? Esa debería de trabajar en lo que sea y no esperar que solo el marido la mantenga.
Ni le doy la copia de los resultados. A veces pienso que es mejor que mamá se haya muerto, sino hasta ahora Mariana la seguiría atormentando. Han pasado casi cuatro años de su muerte y John sigue cagado. Hasta tiene un hijo botado por ahí: el otro día llegó una notificación de la Demuna donde una chica lo demanda por alimentos.
Después de un duchazo y descansar un poco, me pongo a limpiar la choza del viejo. Está lleno de cachivaches como un anticuario. Todas las cosas que nosotros desechábamos, papá las guardaba. Encuentro el diploma que me dieron en 1981 cuando terminé la primaria. Encuentro los diplomas que recibía John en aprovechamiento y conducta cuando todas las esperanzas de los viejos estaban puestas en él. Encuentro la autoradio a batería que utilizaba yo cuando no teníamos luz. Encuentro esa chaquetita roja que mamá decía esto te ponías cuando eras bebito. Es tan chiquito que no le entraría ni a un muñeco. ¿Para qué guardaría papá esos cachivaches? ¿En qué momento se pondría a rebuscar la basura para ver si había algo que podía conservar?
Encuentro un maletín lleno de papeles, documentos, cartas. Están en buen estado a pesar que la humedad ha carcomido partes de algunas hojas. Me llevo el maletín antes que alguien se dé cuenta. Estos papeles me pueden ser de gran utilidad.
Encuentro una carta de mi padre a mi madre. Está escrita a máquina.
Vitarte, 14 de Octubre de 1,968
Señora María.
Me siempre querida y inolvidable esposa, les deseo que la presente carta que les halle gozando de lo más perfecta estado de salud en unión de nuestras hijas y el pibe, y más familiares que les rodea en esa.
Después, de saludarte con singular afecto de siempre, comunico con emotivo sentimiento y nostalgia, siempre añorando nuestro terruño que, por qué realmente siento el calor del hogar, tu sabrás comprender querida esposa María no puedo vivir más tiempo alejado de Uds. por qué mis hijas las quiero como se fueran las niñas de mis ojos, espero que todos Uds. que estén bien y sin extrañar el Domingo 20 de este més salgo de viaje se Dios nuestro salvador así lo dispone, como vuelvo decirte no se preocupen por mi, por que nuestro divino es muy bondadoso el sabrá apiadarse de nosotros.
Querida esposa hé recibido tu cariñosa xxx carta con la fecha 11 del presente més, en la cual me dices que están bien todos x por la divina providencia de nuestro salvador, lo único me extraña mucho tu no me dices nada tanpoco de la carta que mandé con el portador don Julio Viveros con $. 400.00 soles, ahora que ha regresado mi sobrino Ignacio Villaroel, mi a dicho que te ha entregado delante de el, tu no mi mandas ninguna noticia al respecto, yo recibí la primera carta que mi mandastes con la Agencia E.T.A.S.A. y la respuesta iba mandar con la misma Agencia, que resulta el dia siguiente llegó mi tio Antonio Villanueva de Chincho, y mi dijo que iba regresar enmediato, lo hice la carta y le entregue, por supuesto por motivos de fuerza mayor no pudo y habia postergado su viaje una semana más total 2 semanas, de modo ambos hemos cometido herrores, posiblemente don Victor Riveros ya va llegar para preguntarle a el mismo.
María dice el Doctor Humberto Tineo está de acuerdo que yo vaya a trabajar a la Hacienda Santa Rosa, el espera que hagamos buenos areglos con el Sr. Teofaldo Tineo, ya estos dias voya estar allí para areglar conmigo mismo al respecto de negociación, poco a poco haremos todo por que hay que tener un poco de pasencia, tambien tengo otros proyectos por adelante yo ya veré juntamente contigo a cual de ellos vamos a enclinarnos, ó mejor dicho en cuál de ellos vamos a trabajar ya se verá, si no nos conviene ningunos juntamente nos regresaremos a Lima, comido ó no comido juntos con nuestras hijas pasaremos la vida para eso soy su padre.
Reciben mis saludos cordiales de una manera muy especial todos Uds. lo mismo mi tio Teófilo Bendezú, mi tia Satornina Bendezú, Irene, Odilia, Wince, Nestor Faustino y familia, mis suegros, mi papá Julián, mi mamacita Félicitas, Anaco y familia, Teófilo, Teodora, Susana e hijos, y Antoquita que no deben olvidar.
Me despido sin más que decirte tu esposo que te quiere de todo corazón, ancioso de vertes y estrechartes muy pronto entre mis brazos.
Atte. y S.S. Juan de Dios
Recibe $ 100.00 soles oro por el portador don Antonio Villanueva.
Esa es la carta que mi padre, con muchos errores ortográficos, le escribió a mi madre hace cuarenta y un años. Supongo que yo soy el pibe, ¿no? Ese 14 de octubre de 1968 yo tenía cuatro meses de nacido. La carta está sin sobre, ¿mamá, mis hermanas y yo estaríamos en Cangari, donde yo había nacido, o en Huanta? ¿Ya habían devuelto la chacra que arrendaron a los Rivero? No, no, la chacra la devolvieron cuando Velasco dio la ley de la Reforma Agraria, o sea en 1969. ¿Qué hacía el viejo en Lima? ¿Estaría buscando trabajo? Menciona la posibilidad de trabajar en la hacienda Santa Rosa, ¿ya estaría curado de sus males?
Si estábamos en Cangari, ¿quién nos acompañaba? ¿O estábamos solos en la chacra? Mamá una vez se llevó el susto de su vida. Papá estaba en Lima, la vieja estaba en la chacra sola con mis hermanas. Estaba embarazada de mí. Una noche, la despertó los ladridos del perrito que tenían. El perro ladraba porque afuera rugían. León, pensó mamá, asustada, recordando que los leones, en realidad era un puma, solían abrirle la barriga a las embarazadas para comerse el feto. La vieja aseguró puertas y ventanas, que eran de calamina, y se puso a rezar para que al león no se le ocurriera subir al techo, que fácil hubiera cedido al peso de la fiera. Parece que los ladridos del perrito espantaron al animal porque los rugidos cesaron. Al día siguiente, la vieja encontró en la tierra unas enormes huellas. Menos mal que ese día su papá llegó de visita y después mandó a su hermano Teófilo para que nos acompañara.
¿Saturnina Bendezú sería algo de los negros Bendezú que le hicieron brujería a mi mamá cuando llegamos al barrio? Por culpa de ellos murió Eva Cristina. Antoquita debe ser mi tía Antonia, hermana menor de mi mamá, que murió jovencita y está enterrada en el cementerio de Cascabel, en Cangari. Le dio el abuelo, o algo así.
Encuentro una carta de mi abuela Felicitas dirigida a mi mamá.
Chincho, 27 de agosto de 1962
Señora María
Lima
Querida hijita:
Deseo que al recibir la presente te encuentres bien de salud. Por ésta nos tienes sin novedad.
Para comprar la chacra tenía que vender un novillo pero como tú habías dicho que no venda, te suplicaría que me mandes entre Anacleto la suma de dos mil soles.
He recibido todo lo que me has mandado más 80 soles de lo que te agradezco bastante.
Sin más por ahora tu mamá que te quiere
Felicitas Ceras
Disculpa que esto te mande a la ligera.
Al reverso hay unas líneas dirigidas a mi tío Anacleto:
Señor Anacleto
Querido hijito:
Esta te escribo muy a la ligera con el objeto de decirte que para la chacra me mandes $2.000, porque yo tenía que vender el novillo y en vista de que Uds. no quieren te suplicaría para que me mandes.
También te suplico para que le digas a ese (ininteligible) Valenzuela para que le pase su manutención a su hijo que hasta ahora sólo le ha dado $100.00 (cien soles) y no recuerda más, ya en pesa Uds. arreglen.
Sin más por ahora tu mamá que te quiere
Felicitas Ceras
Reciban saludos de tu papá
¿Sabía leer y escribir mi abuela? La carta está escrita a mano con buena letra y sin errores de puntuación ni tildación. Solo el nombre de Valenzuela no se entiende. Si mi abuela sabía leer y escribir, ¿por qué dejó que mi madre no aprendiera a leer y escribir?
Poco a poco iré revisando todos estos papeles.








4



Casi caigo de bruces sobre el profesor Epifanio García. Don Epifanio era un hombre severo. Te portabas mal, te metía un chicotazo. Y ay que te quejes a tu padre: castíguele más, profesor, este chico es un malcriado. Con las justas me sostuve en el marco de la puerta como un gato. Me di la media vuelta, y le metí un derechazo a Ángel Huamán mismo Mohamed Alí. No dijo ni ay el pendejo. Menos mal que nadie se dio cuenta. Entré al salón, me senté en mi carpeta y esperé. Un minuto, otro minuto y otro minuto. Carajo, ¿y si lo maté?, pensaba, asustado. Vi que había caído al suelo. Creo que el puñete le cayó en la sien o en el pómulo porque el puño todavía me dolía. De repente se fue a su casa y ahoritita viene con su mamá, pensaba. O me va a esperar a la salida. Tocaron la puerta y el corazón me empezó a latir de prisa. Mejor le hubiera dicho al profesor que Huamán siempre me molestaba. El profesor abrió la puerta: Ángel Huamán estaba todo cochino, todavía medio atontado. ¿Y tú a dónde te fuiste?, le espetó el profesor. Ángel Huamán estaba mudo. El profesor le metió un par de varillazos y lo mandó al rincón de los castigados. Solito se lo buscó el abusivo ese. Lo peor es que se puso a llorar y hasta se orinó. Eso te pasa por meterte conmigo, huevón, pensaba, contento. Mi papá me enseñaba a boxear. Te tienes que cuidar los huevos y la boca del estómago, Juan, me aconsejaba, estos son los puntos más débiles del cuerpo. Tus huevos los vas a necesitar cuando seas mayor. Lo mejor es meterle un derechazo en la sien a tu rival para terminar lo pelea lo más rápido posible. Hasta me cortó coco porque algunos cobardes te jalan del pelo como mariquitas, hasta te tiran piedra o te muerden. Una vez el profesor Epifanio hizo un campeonato de box y yo gané. ¿Cómo se llamaba ese grandazo al que noqueé? Me pasearon en hombros por el pueblo, ¡tres hurras por el campeón!, ¡hurra!, ¡hurra!, ¡hurra! Justo nos encontramos con mi mamá. ¿Por qué lo cargan así a mi hijo, don Epifanio? Es el campeón de Chincho, doña Isidora. La otra semana se va a pelear a Villoc y después a Julcamarca, señora, y de allí a Lima. Pero mi mamá no quiso: te van a malograr la cabeza, Juan de Dios. ¿Cuántos años tendría yo? Estaría como Diego, por lo menos. Eso fue antes que me llevaran a Huanta porque también noqueé a uno de los hijos del profesor. ¿Cómo se llamaba ese abusivo? Eran tres. Uno de ellos era Julio, que con el tiempo sería mi compadre. Era un muchacho estudioso, los otros eran unos matones. A ver si a mí me haces orinar como a Huamán, me retaba, buscándome la bronca. Pelea pues, ¿o me tienes miedo? Era mi mayor, sería como Nacho. Un día que el profesor se fue a Julcamarca a cobrar su sueldo el matón me estuvo jode y jode: pelea pues, Juancho, hazme orinar como a Huamán. Mejor no me molestes. A mí sí me tienes miedo, ¿no, conchetumadre? Un solo derechazo en la nariz y la sangre empezó a salir como de un caño. Se fue corriendo a avisarle a su mamá, ¡mamá, mamá, Juancho me ha pegado, Juancho me ha pegado, mamá! La vieja vino y me agarró a varillazos: muchacho abusivo, ¿cómo le pegas a mi hijito? Le aventé el libro que nos daba el gobierno y me fui a mi casa. Justo estaba allí el hermano de mi papá, el que era marido de la bruja María Villanueva. ¿Cómo se llamaba mi tío? ¿Por qué he olvidado su nombre? Ahora me va a escuchar esa mujer, carajo, dijo, yendo al colegio, ¿cómo le va a pegar a un alumno? Nos vamos a Huanta, me dijo, cuando regresó. Allá seguirás estudiando, Juan. Mis padres estuvieron de acuerdo. Me despedí de Chincho. Volvería, pero de cuando en cuando. ¿Qué habría pasado si no le sacaba el lancho al García ese? Quizá me habría quedado en mi pueblo hasta hoy, sembrando en la chacra, pasteando cabras, con otra mujer, con otros hijos. Terminando la primaria me fui a Huamanga y después a Pisco, donde mi tía Juana Luján. Empecé a trabajar en las haciendas, Chongos, Manrique, Independencia, primero pañando algodón, después controlando a los jornaleros, ¿cómo se llamaba el capataz de la hacienda Manrique que me dio ese trabajo? Era un morenito, no estás para pañador, me dijo, ¿sabes leer y escribir? Sí, señor, tengo mi primaria completa. Antes así nomás nadie tenía su primaria completa. Los negritos pañaban el algodón como si nada, en un día se hacían tres, cuatro arrobas, yo apenas uno. Ser controlador era un trabajo más suave. Tenía mis amigos negros con los cuales me iba a las fiestas los fines de semana. Parecían mis guardaespaldas. Así que tu bisabuelo era don Prudencio Luján, el que se casó con una chinchana a quien la jeta le llegaba hasta el ombligo, ¿no? Ajá. Mi bisabuelo materno había llegado de España para comprar unos viñedos en Pisco. Allí se enamoró de una negrita. Se casaron y se fueron a Palpa. Uno de sus hijos fue mi abuelo Marianito, un enorme mulato que fue militar y fue destacado a Ayacucho. Allí se enamoró de la sobrina del cura Cabrera, mi abuela Cristina. Desertó en la guerra con Chile. Seguro escaparía a Chincho para no ser fusilado por traidor. Allí nació mi mamá. Mis antepasados paternos llegaron del País Vasco con los conquistadores. Manuel y Antonio Castelo fueron capitanes de Túpac Amaru y huyeron a Huancavelica después del fracaso de la rebelión. Yo salí prieto y con el cabello crespo, no como mis hermanas que eran bien blancas, Julia tenía hasta los ojos claros. Mi papá decía siempre ese negro qué va a ser mi hijo cuando yo hacía alguna de mis palomilladas. La que me adoraba era mi abuela Cristina. Pero los negros también me envidiaban, hasta quisieron hacerme daño, me dijo Tuna, que ahora vive con la mujer de Carapacho. ¿Qué será de los otros? Ya habrán muerto. Me puse a trabajar como ayudante de panadero donde los Rojas. Allí me accidenté. Una noche llegó borracho el patrón, Juan, prende el horno, me ordenó. Pero, patrón… Carajo, ¿hasta ahora no has aprendido a prender el horno? Prendí el fósforo, y salió una bola de fuego que me envolvió como un remolino. Desperté en el hospital San Juan de Dios, lleno de vendas, hinchado como una pelota. Menos mal que no me quemé la cara, solo el pecho y los brazos, sino iba a quedar como un mostro. Estuve internado tres meses. Estando allí llegué al Reino de los Cielos. Dos ángeles me condujeron ante la presencia de nuestro señor Jesucristo. Era un poquito más alto que yo, con una barba inmensa. Le pidió a un ángel que trajera un bizcocho. Lo partió y me dio la mitad. Todavía no es tiempo que estés aquí, Juan de Dios, me dijo. Regresa a casa por ese caminito. Fui comiendo mi bizcocho. Iba sin zapatos pero no sentía las espinas que se clavaban en mis pies. ¿Seré un alma?, pensaba yo. Llegué a Ñaña. Allí me encontré con mi tía… ¿cómo se llamaba mi tía? Nos pusimos a esperar el tren. Primero pasó uno lleno de muertos. Se van al purgatorio, me dijo. Seguíamos esperando. Estábamos en esas, cuando escuchamos el pitido del siguiente tren. De pronto se levantó la tranca para dar paso al tren y me levantó por los aires del cuello. Desperté gritando. En otro sueño estaba yo tocando la guitarra y cantando tangos como Gardel. Llovía, y como tenía sed, miraba al cielo para recibir en la boca las gotas de lluvia. Unos aplausos me despertaron. Cantas bonito, Juan, me dijo el doctor Lira. Gracias a él me atendieron bien porque era amigo de Juan Bailetti, esposo de mi prima, ¿cómo se llamaba mi prima? El doctor Lira hizo las gestiones para que el Seguro asumiera los gastos del hospital, incluso me dieron un dinero que me permitió sobrevivir los primeros meses hasta recuperarme para volver a trabajar. Cuando llegué a mi pensión, solo encontré en mi cuarto una camisa vieja y unos zapatos que ya no usaba. Hemos regalado tus cosas porque pensábamos que te ibas a morir, Juan, me dijo la casera. Quizá eso hubiese sido lo mejor para no padecer todo lo que sufrí después. Mi mamá me escribió para pedirme que regresara a Chincho pero no lo hice: iba a sufrir al ver mis brazos y mi pecho lleno de cicatrices. Cuando me sacaron las vendas, tenía los brazos unidos. Tuvieron que operarme para separarlos. Poco a poco me fui sanando. Volví a la panadería, pero como vendedor de pan. Antes no había triciclos. Recorría Pisco con mis canastas en un burro. Era solo, trabajaba para pagar mi pensión, mi comida. Tenía veinte años. Han pasado sesenta desde entonces. ¿Dónde estarán Constanza, Goya, Tomás, Alfonso? Goya murió en el terremoto del 2007, ahora que lo recuerdo. Tenía mi edad pero ya no podía caminar, paraba en la cama nomás. Meses antes del terremoto estuve en Pisco, Chincha, Ica y Palpa con Arolín y los chicos. Goya no pudo salir a recibirme porque dormía. Cuando pasó el terremoto todos salieron corriendo y no pudieron sacarla. Murió aplastada por los adobes. Con toda la plata que tiene Constanza no fue capaz de construirle siquiera una casita a su hermana. Si no se acordaba de su hermana, peor de mí, y eso que gracias a mí tiene todo lo que tiene hoy. Era una mocosa cuando el ingeniero… ¿cómo se llama el ingeniero?, le dijo para casarse. El hombre era un poco mayor y estaba enamorado hasta los huesos de mi prima. Constanza me dijo ¿qué hago, Juan? Cásate nomás, le dije, será mayor, pero tiene buenas intenciones, ¿o quieres un mocoso que no tenga ni dónde caerse muerto? Y se casó. Bien por ella, si no hasta ahora estaría en San Andrés andando sin zapatos, con una recua de hijos. Ahora vive en Surco, tiene su hacienda en Cañete, viaja a los Estados Unidos cuando quiere. Ya no se acuerda de los pobres, pero también debe estar vieja, tendrá setenta y cinco, setenta y seis años. Cualquier rato estira la pata. La última vez que nos vimos fue en 1992 en el matrimonio de Nancy, la hija de mi primo hermano Maximiliano Luján. Ella también es Villanueva, pariente de la bruja María Villanueva. Hasta es pariente de Bendezú, ese otro brujo de mierda. De Pisco marché a Chosica, donde mi tía Alejandra Luján. Ella me recomendó para trabajar en el Centro de Salud de Moyopampa. Era un trabajo sencillo, ayudaba a las enfermeras, llevaba y traía las placas de rayos x. Cada fin de mes bajaba a Lima a cobrar mi sueldo. Ese día entraba al cine Metro a ver una o dos películas mexicanas, me paseaba en la Plaza San Martín y en el Jirón de la Unión. Iba bien a la telada, antes al Jirón de la Unión se entraba bien al saco y corbata nomás, con mi cigarrito en los labios y mi sombrero. Por dónde no iba, Lima era chico y se podía recorrer a pie. Por querer ganar más dejé ese trabajo para irme a la FAM. El sol eterno de Chosica. Siempre iba con mi primo, ¿cómo se llamaba mi primo?, al río Rímac a pescar camarones para que mi tía Alejandra preparara un rico chupe. Traíamos leña. Entonces todo era bosque, el río era limpio. ¿Hace cuánto que habrá muerto mi tía Alejandra? Para entrar a la FAM esperé como medio año. Hasta que al fin me recibieron. Primero ganábamos jornal, después a destajo. Los muchachos no querían, nos van a descontar por cada pieza que salga dañada, alegaban. Yo he sido hornero, les decía, hornear tazas, platos, fuentes, lavatorios es como hornear panes y bizcochos. Me hicieron caso y empezamos a ganar mil quinientos soles, mil seiscientos semanales. Ni los empleados. Tenía razón, don Juan de Dios. Me eligieron Secretario de Defensa del Sindicato. Hubo una huelga, ¿en qué año fue?, en que yo estuve en desacuerdo. Vamos a terminar mal, les decía, pero ellos huelga, huelga, carajo, ¿o no tenemos pantalones? Allí estaba mi prima Juana Palomino. Las mujeres también tenemos pantalones, y nos sumamos a la huelga, compañeros, dijo. Un día que yo terminaba mi turno de noche llegó la guardia de asalto. Me los encontré en la puerta. Los saludé y salí volando. ¡Espere, compañero!, me llamaban, ¡no sea cobarde! Ni cojudo para enfrentarme a la policía. Detuvieron a todos los dirigentes. Yo pasé a la clandestinidad: si alguien me busca, diles que estoy en Chincho, le dije a María. Hasta que vino llorando su amiga Lucila Borda porque su esposo, Baltazar Quispe, también estaba detenido. Fui a buscar a mi compadre Julio García Olano, que era abogado. Fue a la prefectura. Allí le dijeron que los detenidos estaban incomunicados hasta que concluyan las investigaciones. Cuando terminó la huelga, tres meses después, todos los dirigentes fueron despedidos, ni les pagaron sus beneficios sociales. De la que me salvé. Balta también salió bien librado gracias a mi compadre. ¿Hace cuánto que murió Balta? Unos meses antes de morir nos visitó con su señora. Habían pasado más de veinte años, o treinta quizá, desde la última vez que nos vimos. Era la despedida, y no lo sabíamos. Era joven, lleno de vida. Yo trabajaba en la sección de esmaltado. Siete años estuve allí, en el horno. Si no me hubieran hecho daño, me habría jubilado con una buena pensión como mi cuñado Porfirio o mi primo Estanis. Una vez casi le rompo la cabeza a la ¿gerente, secretaria, o al gringo Moll? Fue al gringo Moll, vino con una bacinica desportillada: ¿así trabajan?, me reclamó, ¿quién va a pagar esto? Yo era jefe de sección. Siempre hay material que se estropea, señor gerente, le dije. Ahoritita te rompo la cabeza, me amenazó. Rómpame pues, le dije, cuadrándome, no soy manco. El gringo se quedó mudo, me saqué su mameluco y se lo tiré en la cara y me empecé a ir. ¡Venga, Juan de Dios, no sea loco!, me dijo. Era un buen hombre. Había venido de Alemania. Empezó a fabricar ollas a mano y poco a poco fue creciendo su negocio. ¿Qué pasó con la secretaria? También peleamos, pero no recuerdo de qué o por qué. También trabajé en la Granja Azul donde los Schuller. Eso debe de haber sido después de venir de Pisco, antes de trabajar en el Centro de Salud de Moyopampa. Fue después de la Segunda Guerra Mundial porque a la Granja llegaron alemanes, yugoslavos, italianos, rusos que habían participado en la guerra. Con ellos trabajábamos. Un amigo me hizo pasar como si fuera estudiante de la Agraria. Alimentaba a las gallinas, veía si tenían moquillo o no. Me acuerdo que criaban chanchos para producir manteca y el resto nos dejaban para nosotros. A los gringos que habían participado en la guerra les gustaba el chicharrón. Allí nos daban un litro de leche diario a todos los trabajadores. Los gringos fabricaban mantequilla con la leche que les daban. Tenía un amigo yugoslavo que me vendió un reloj de oro. ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué he olvidado su nombre? ¿Por qué he olvidado tantos nombres? Con algunos compañeros de la FAM compramos un terreno donde fundamos la Asociación de Vivienda Tahuantinsuyo. Allí empecé a levantar mi casita poco a poco. Para qué lo vendí, para ir a vivir entre lagartijas y culebras, a un lugar lleno de piedras, sin agua ni desagüe. La bruja ni los brujos pudieron matarme, pero sí me arruinaron. Toda la vida andando como gitano en busca de un trabajo, viviendo en una choza. En la KAR también estuve siete años cuidando el terreno de la ladrillera en Medialuna. Esos años repasé como nunca la Palabra del Señor. Eso no le gustó al diablo que me atormentaba en forma de gato. Estaba durmiendo y yo sentía un peso en mis piernas, abría los ojos y allí estaban los ojos de un gato negro mirándome, escudriñándome hasta que un día agarré mi Biblia y se la arrojé: ¡fuera, Satanás! Nunca más me molestó. El diablo existe, aunque mucha gente no cree. Alejandro era un lampero que venía de la selva. Cuando era chiquillo presenció una reunión de diablos. Estaba pasteando sus animales en el monte y empezó a llover. Se subió en un árbol hasta que escampara cuando de pronto apareció de la nada un demonio, después otro y otro y otro más. Todos eran seres deformes, menos el jefe, que llegó último y era hermoso como un ángel. Iba a empezar la reunión, cuando el jefe empezó a olisquear el aire. Huele raro, dijo, parece que hay un intruso por aquí. Alejandro se asustó feo, empezó a rezar. De pronto, cayó un rayo sobre los diablos y estos se hicieron humo. ¿Dónde estará Alejandro? Hace casi veintinueve años que no lo veo. Belaunde volvió al poder, Isaac Kukler vendió la KAR a los Vattilana, yo renuncié, pude continuar en la planta pero había mucho polvo. No pensé bien, ya tenía cincuenta y tres años, pensé que el tiempo no iba a pasar, que siempre tendría las mismas fuerzas. Ese año empezó la guerra en Ayacucho, las cosas empezaron a ponerse cada vez más difíciles. Por un tiempo trabajé como guachimán en la taza de la hidroeléctrica hasta que las cosas empeoraron más y llegaron los republicanos. También trabajé en la granja El Milagro de los Carrasco. Una vez llovía intensamente, el río estaba a punto de desbordarse. Si se salía, me iba a quedar en la calle. Hice una oración y el río se desvió para el otro lado. Es que la fe mueve montañas. Una vez regresaba de Huanta y el río Cachi había crecido. También hice una oración y el caudal bajó y crucé tranquilo con mi caballo. Quizá debimos quedarnos en Cangari, comprar un terrenito. Pero durante la guerra allí también hubo enfrentamientos. Quizá nos hubiesen matado a todos. La situación en Huanta era difícil. Íbamos a ir a Chincho, pero la crecida del río lo impidió y terminamos en Cangari. Arrendé la chacra de mi tío Víctor Riveros. Compré vacas, caballos, burros. Empecé a sembrar alfalfa, cebada. En las tardes preparábamos las cargas de alfalfa y yo las llevaba tempranito al mercado de Huanta y a mediodía regresaba trayendo pan, arroz, azúcar, fideos, dulces para Carolina y Mariana. Pero ellas no se acostumbraban, había harta cantidad de mosquitos, tenían las piernas, los brazos y las caras llenas de ronchas. Tío Maxi, llévanos a Lima, le rogaban a mi primo Maximiliano cuando nos iba a visitar. Allí nació Arolín. Yo mismo las hice de partero. De algo me sirvió haber trabajado en el Centro de Salud. John sí nació en el hospital de Huanta. Con Flora y Dora también las hice de partero. Justo cuando Flora nació pasó temblor. Estábamos en Huachipa, era el 31 de diciembre de 1973. Salimos volando. Carajo, cómo me pica el cuerpo. ¿Y si los brujos me están atacando de nuevo? Esos desgraciados no se dan por derrotados así nomás. Quizá la bruja… ¿cómo se llamaba esa bruja de Chincho a quien mi papá le marcó la cara con su machete? Una madrugada mi viejo había salido a hacer sus necesidades. Estaba de cuclillas, debajo de un guarango, cuando escuchó que alguien lo insultaba: ¡Ignaciucha yanasiqui!, le dijeron. El viejo se subió los pantalones, miró para todos lados pero no vio a nadie. Pensó que había escuchado mal y siguió haciendo sus necesidades. ¡Ignaciucha yanasiqui!, escuchó de nuevo. ¡Carajo, quién me está jodiendo!, dijo mi viejo, machete en mano. Aquí, don Ignacio, escuchó que lo llamaban de entre las ramas del guarango, soy yo. Allí estaba la cabeza de una mujer, se había enredado en las ramas. La reconoció, era una anciana del pueblo. ¡Ahorita te mato, bruja de mierda!, le amenazó el viejo blandiendo su machete. La vieja le hizo un trato: si la liberaba, le iba a dar seis toros. Al viejo le convenía esa oferta. Liberó la cabeza de la bruja que se fue volando. Ya casi amanecía, si la cabeza no se unía al cuerpo, iba a perecer. Antes, con el machete le hizo una marca en la cara. Mi viejo le contó a mi mamá. Vaya por si acaso, le dijo ella. A mediodía, mi viejo fue a la casa de la bruja. La mujer se estaba peinando su larga cabellera negra. En la mejilla izquierda tenía la marca que le había hecho el viejo. Hoy te daré un toro, Ignacio, le dijo la bruja, y el otro año otro y así cada año hasta completarte los seis toros para que la gente no sospeche. El viejo regresó con un toro a la casa. Pero esos toros le costarían caro. ¿Acaso la bruja se lo iba a dar a cambio de nada? Lo maldeciría. Unos días después yo estaba jugando en un sauce y una rama me chicoteó la cara marcándome el rostro en el mismo lugar en que mi padre le hizo la marca a la bruja. Arolín también tiene su marca que se hizo a los dos años, cuando estaba aprendiendo a caminar. Se tropezó con la puerta de calamina malográndose la cara. Y John también se hizo uno en la sien cuando se cayó una noche en un pozo que Vitaliano había hecho en el camino. Hasta Dora creo que se hizo un chuzo pero en la patilla que apenas se nota. Mi madre murió joven, parece que de daño. A mi padre también le hicieron daño. Una vez encontró en el patio un atadito donde estaban sus cabellos, la barba que se afeitaba, pedazos de su ropa interior. Quizá esa bruja era amiga de la bruja María Villanueva. ¿Sino por qué me haría daño mi propia tía sin que yo le haya hecho nada? ¿Dónde se ha visto eso? A Arolín le voy a decir que mejor me lleve al curandero porque los médicos no me encuentran nada. Ya estoy casi dos semanas aquí y el cuerpo me sigue picando y este calor es insoportable. ¿Hasta cuándo voy a estar aquí?










5



Necesitamos una ambulancia omega, me dice la técnica. Tu papá se ha descompensado.
¿Ambulancia omega? ¿Descompensado?
Una que tenga oxígeno y equipo médico para trasladarlo con seguridad, me dice. Ya vuelvo.
Se va. Es una morena alta y voluminosa, que siempre para optimista y de buen humor.
¿Y si llamo al doctor Chunga o busco a la enfermera Pari para que me den una mano? El doctor Chunga es amigo de Mariana. Hace unos días vine a recoger los resultados de unos análisis y me paseaban de aquí para allá hasta que Mariana se acordó que tenía un amigo. Lo llamó y en cinco minutos me atendieron.
Al viejo le han hecho un drenaje biliar. Tiene las vías biliares obstruidas, por eso el color amarillo de su piel: no puede evacuar la bilis.
Espero, los minutos pasan y la técnica no regresa. ¿Dónde conseguirá una ambulancia omega?
Papá entró a sala a las nueve de la mañana y ya son las diez y cuarto. Le vamos a insertar una sonda para que evacue la bilis, me dijo el médico que le iba a hacer la operación, una operación de media hora que me ha costado varias idas y venidas entre el hospital de Vitarte y el Almenara: el médico solo había puesto la fecha y la hora de la operación en la hoja de cita y en Vitarte querían que ponga su sello y firma. Allá saben que es suficiente, me dijo el médico, cuando al fin lo pude ubicar. Cómo les gusta perder el tiempo. Es joven, medio chino y con el cabello largo.
Claro que les gusta perder el tiempo. Hace días llegué justo a la hora que cerraban patología para recoger unos resultados. La que atendía me mandó a informática porque la impresora estaba ocupada. En informática me dijeron acá no damos los resultados de patología, ¿por qué te han mandado? Volví a patología. La señorita me dijo vuelva usted mañana, pero más temprano. La impresora seguía imprimiendo unos horarios de trabajo del personal.
El viernes fue peor: llevaron al viejo al Almenara en ambulancia para una cita, pero nadie se dio cuenta que la cita era en marzo y no en febrero. Menos mal que ese día Mariana fue la que acompañó al viejo. Menos mal que nosotros no pagamos la gasolina.
Me arden los pies y no hay dónde sentarse. Siquiera John o Carolina deberían de venir a apoyar, pero nada, solo Mariana y yo estamos en estas idas y venidas. John está metido en la casa como todas las vacaciones. A veces me pide un sol o dos soles porque no tiene ni para un pan. Solito se buscó su infierno por no escuchar a los viejos cuando le aconsejaban que no se casara con esa mujer.
Los pacientes van y vienen.
La técnica regresa. Conseguí la ambulancia, me dice. Me encontré con una amiga y ella les ha dicho a los de arriba que es para un familiar. Nos vamos.
Le doy las gracias. ¿Darle para su gaseosa? Está que suda copiosamente.
Abren la puerta y sacan al viejo en camilla y lo llevamos donde la ambulancia omega y partimos de regreso a Vitarte.
Esta ambulancia sí está equipada con todo, la otra no tenía ni un caramelo para calmar dolores de cabeza.
Nos acompaña ¿una doctora? Viste de celeste. Ella y la técnica hablan de ambulancias, que la mayoría son chatarra nomás porque se les terminó la garantía y ya no hay repuestos en el mercado.
Así el presidente quiere inaugurar un hospital cada mes, dice la de celeste. Con chatarra.
El viejo sigue dormido. Ni el zangoloteo de la ambulancia lo despierta. A veces la de celeste le toma la presión.
¿Cuántos años tiene tu papá?
El ocho de marzo cumple ochenta y dos años, señorita.
Ojalá que vivamos hasta esa edad, dice la técnica.
La gente antigua vivía más, dice la de celeste.
Mmm, murmuro.
La de celeste aparta la sábana que cubre al viejo, quien está solo en calzoncillos. Allí está su pecho lleno de llagas. Si estuviese despierto no se lo dejaría ver.
Le han puesto una sonda para que evacue la bilis, me dice, palpando la manguerita que al viejo le han insertado debajo de las costillas de la derecha y que termina en una bolsa donde ha empezado a juntarse un líquido oscuro como aceite quemado. Cuando la bolsa se llene, lo vacias en un recipiente limpio para que no le vaya a entrar ningún germen.
¿Y hasta cuándo estará así, señorita?
¿Qué te ha dicho su médico?
Nada.
Así son los doctores, dice la técnica. Nunca te dicen qué es lo que tienes hasta que ya es tarde.
Si le han puesto esa sonda, es que su vesícula biliar no está funcionando bien, me dice la de celeste. Pero pregúntale a su médico, él te dirá con certeza lo que tiene.
Ya, señorita.
Nos callamos.
La ambulancia sigue su marcha dando saltitos por la pista llena de cráteres.
Papá abre los ojos por un segundo. Ya vamos a llegar, le murmuro mientras le acaricio la calva, las mejillas. Sonríe y cierra los ojos. Ojalá que de esto también salga bien, pienso, contemplándolo, sintiendo bajo mis dedos la piel lisa de su calva. ¿A qué edad empezó a perder el cabello? Lo recuerdo siempre con un sombrero o con esas gorras como las que se ponía Neruda, cubriéndole la cabeza. Alguna vez me pidió que le arrancara con alicate, no teníamos pinza, los pocos pelos que le empezaban a brotar. Eran unos cabellos gruesos, oscuros y parados como espinas.
El calor es sofocante dentro de la ambulancia a pesar que el pequeño ventilador gira sin pausa. Está tan herméticamente cerrado que ni el ruido exterior se filtra. Es como si estuviéramos en un cajón. Ni sé dónde estamos porque la pintura que cubre las lunas apenas me permite ver una línea de casas a la altura de mis ojos.
¿Cuándo cree que le darán de alta?, pregunto.
Eso lo dirá su médico, me dice la de celeste. Pero supongo que sí.
Ojalá, pienso. Estamos once de febrero. Ya lleva diecinueve días internado. En la casa lo extrañan sus nietos, nosotros. Yo ya ando cansado de estar yendo y viniendo del hospital, o de los hospitales más bien. ¿Cuántos días estuvo el año pasado en el San Isidro Labrador? Menos de un mes, creo.
Faltan nueve días para el cumpleaños número cuarenta y ocho de Juan Ignacio. Hace cuarenta y ocho años el viejo estaba a punto de cumplir treinta y cuatro años, diez más que John cuando tuvo su primer hijo, siete menos de los que yo tengo ahora. Seguro estaría contento, feliz de ver a su mujer con su enorme barriga. Pero la dicha apenas le duraría siete meses y algunos días. Hace cuarenta y ocho años también su tía estaría planificando su venganza, haciendo sus misas negras.
Nos detenemos un rato en un atasco de vehículos.
Faltan cuatro días para el cumpleaños de Diego, diecisiete para el de la vieja, un mes para el de Nacho. Es curioso, pero la mayoría de los Castelo han nacido en el verano: Mariana el 30 de diciembre, Flora un día después –faltó un poquito para que el viejo acertara en el mismo día–, John el 21 de enero, Cristian el 3 de febrero, Diego el 15, Juan Ignacio el 20, la vieja el 28, el viejo el 8 de marzo, Nacho el 11, Nela el 17, Bere el 26 y, si no me equivoco, uno de los hijos de John es de febrero o marzo. ¿Tanta coincidencia será casualidad? Como para hacer una fiesta todo el verano.
La ambulancia da una vuelta casi completa. Eso significa que ya estamos llegando.
Unos minutos después, entramos por Emergencia. La de celeste nos ayuda a llevar al viejo hasta su habitación. Le doy las gracias.
De nada, me dice. Cuídalo bastante. Y no te confíes de los médicos.
Me hace reír.
El viejo sigue dormido. A su costado cuelga la bolsa para la bilis.
En el parque del frente un grupo de chiquillos persiguen a unas chicas globos de agua en mano.
Buenos días, ¿es usted pariente del paciente Castelo?
Sí, señorita. Buenos días.
Soy la doctora Roca, dice la mujer, vestida de blanco, extendiéndome la mano. ¿Podemos conversar en mi oficina?
Claro, doctora.
Vamos a su oficina, que está en el último piso.
Tu papá tiene un cáncer irreversible a las vías biliares, me dice. Estamos sentados frente a frente. Hace una pausa como para que asimile el golpe. Estamos haciendo todo lo posible por él, pero hay cosas que ya no dependen de nosotros.
Entiendo, doctora, le digo. ¿Qué más le puedo decir? ¿El clásico cuánto tiempo le queda de vida? ¿Reclamarle porque cuando lo operaron hace dos años el hijo de puta del doctor Flores no le extirpó el tumor que tenía? ¿Que por qué chucha me mintieron cuando me dijeron que ese tumorcito crecería en veinte años, que antes se moriría de otra cosa?
Vamos a trasladarlo a la clínica Santa, me dice. Veo que ustedes viven cerca de allí. Será más cómodo para que lo visiten y tu papá estará mejor atendido.
Gracias, doctora.
Me hace firmar unos documentos para autorizar el traslado del viejo a la Santa.
Le doy la mano y salgo de su oficina. Voy al baño, allí lloro como lloré cuando mamá murió. Después voy donde el viejo.
¡Papá!
Abre los ojos. Ya le han quitado el oxígeno.
Arolín, murmura.
Le acaricio la calva, las mejillas.
¿Cuándo vamos a ir a la casa?
Dentro de poco…
¿Y esto?, se fija que tiene una sonda. ¿Qué es?
Es para que botes la bilis. Eso te estaba haciendo mal…
Ah, ya. ¿Cuándo iremos a Chincho?
En julio…
Allá me curaré. Allá el aire es limpio.
Sí, lo sé. Tenemos que ir de todas maneras…
Le traen su almuerzo. Apenas prueba el postre y un poco de agua.
Dormita.
Me voy, papá, le digo. Más tarde te van a venir a visitar.
Saludas a los chicos y a las bebes.
Ya.
Salgo del hospital. En el paradero me encuentro con la tía Griselda. Le digo que su hermano está internado hace más de dos semanas. La tía también está media enferma. Le voy a decir a Kathy que venga después, me dice, y nos despedimos.
Llego a la casa. Mariana no está. Flora me pregunta cómo está el viejo. Lo único que le digo es que está bien mal. Le doy su pasaje para que vaya a visitarlo.
Revisando los papeles del viejo encuentro una carta dirigida al gerente de la FAM:
Señor Gerente de la Fábrica de Aluminio y Metales, “FAM”.
Me es grato de dirigirme á Ud. muy respetuosamente, a su digna i distinguida persona, que tán dignamente preside el alto cargo en dicha empresa.
Sr. Gerente, el presente sulicitud es para ponerle en su conocimiento de Ud. en la Asociación Mutual y de Crédito para Vivienda Tahuantinsuyo, Vitarte; lote N° 26, vengo construiendo modestamente una vivienda propia, pero lamentablemente no puedo concluir la obra por falta de recursos económicos, en tal virtud recurro ante Ud. para solicitarle la suma de $.16,000.00 soles oro, un adelanto a cuenta de mi endimisación que necesito con urgencia favor que le agradeceré infinitamente, y, para mayor constancia irá a ver la obra la señorita de la “Asistencia Social”.
Sr. Gerente, le ruego á Ud. acceder me petisión por ser de justicia social, como quiera es caro anhelo de tener una casita propia de cada uno de sus trabajadores, por que el alquiler de las casas está demasiado elevado.
Sin otro particular aprovecho la oportunidad, para reitirarle los sentimientos de mi mayor consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Vitarte, 18 de Agosto de 1,966
Sub-Secretario General, del Sindicato de Trabajadores “FAM”.
Tarjeta N° 110
Juan D. Castelo Luján.
Esa es la carta escrita a máquina. La firma del viejo no se parece en nada a su firma de ahora.
Agosto de 1966, ¿cuánto faltaba para que vendieran la casa y marcharan a la sierra?
Encuentro otra carta, con los bordes carcomidos por la humedad, donde endurece su posición.
Señor: Willi Fraeitog
Gerente de la Fábrica de Aluminio y Metales, “FAM”.
Me es grato dirigirme a Ud. muy respetuosamente, a su digna i distinguida persona que tán dignamente preside el alto cargo en dicha empresa.
S.G. el presente solicitud es para ponerle en su conocimiento que; en la Sociedad para Vivienda Mutual y de Crédito Tahuantinsuyo, Vitarte vengo construyendo modestamente una vivienda propia, pero lamentablemente no puedo concluir la obra por falta de recursos économicos, en tal virtud recurro ante Ud. para solicitarle un adelanto a cuenta de mi endimisación la suma de $.12.000.00 soles oro, con urgencia que le agradeceré infinitamente, y, por otra parte S.G. me encuentro sumamente mal de mi salud hace tres años, en el Seguro Social Obrero me hecho chequear durante un tiempo sin conseguir mejoramiento hasta la fecha, los motivos les explicaré a la señorita de Asistencia Social para que constate mi caso.
S.G. í, en un caso contrario que no accediera mi petisión, pido me retiro en forma definitiva en un plazo de 15 días conforme nuestros pactos con el sindicato.
Para los areglos consiguientes es nombrado el Abogado Dr. Julio García Olano, Edificio Lexington, Jr. Apurimac N° 337 Oficina 5 C Quinto Piso, Teléfono 76908 Lima.
Sin otro particular aprovecho la oportunidad, para expresarle los sentimientos de mi mayor consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Vitarte, 28 de Octubre de 1,966
Sub-Secretario General, del Sindicato de los Trabajadores, “FAM”
Juan D. Castelo Luján
No ha firmado la carta. ¿La llegó a mandar? ¿Mandó la primera y no le hicieron caso? Aquí amenaza con renunciar, hasta nombra a su compadre Julio García como su abogado. También menciona por primera vez esa enfermedad inexplicable que lo aquejaba por esos años. Tendría que buscar a su compadre y preguntarle qué papel desempeñó en la renuncia de mi padre a la FAM. El hombre está en Ica, hace más de diez años el viejo y Mariana fueron a buscarlo. Aunque el encuentro fue tibio y apenas duró unos instantes porque su compadre se iba a trabajar. Ahora debe estar jubilado, me imagino que será mayor o menor del viejo solo por algunos años.
Sigo revisando los papeles, quitándoles el polvo, dándoles una rápida ojeada. Encuentro una carta chiquita de mi tío Maximiliano Luján dirigida a mi padre. Está escrita a máquina y tiene un gran corte hecho por las polillas.
Vitarte 23 de Febrero de 1967
Sr. Juan D. Castelo Luján Chincho
Mi querido y estemado Primo, le deseo que la presente carta te incuentre gozando de lo más perfecta de tu salud en union de tus queridas famelias de tu Casa y mas familiares que les rodea en esa.
Después de saludarte muy cariñosamente paso a comunicarte los siguientes reglones; Pues primo sobre del Terreno ya te y indecado en la carta anterior que ley mandado con el portador Guillermo Galvez su esposo de la prima Abendina Quispe Castelo. Pues Primo, segun a su carta y resibido el dia miercoles 22 te mando un giro la suma de trecientos soles oro $.300.00 para tus gastos del pasaje, con la Ajencia ETASA.S.A. reciba conforme primo nada mas te dego por haura primo y mi despido con afectos y saludos la que te estema de todo corazon su primo ATTO.S.S.
Maximiliano Luján Castelo
Esa es la carta de mi tío, llena de errores de tildación y puntuación. O sea que para febrero de 1967 mis padres y hermanas ya estaban en la sierra. ¿No le dieron el préstamo en la FAM y mi papá renunció? El tío hace mención de un terreno. Alguna vez papá me contó que pensaban comprar un terreno juntos en Cangari, pero la Reforma Agraria le malogró los planes.
Carolina me llama para preguntarme cómo está papá.
Lo van a trasladar a la Santa, le digo.
Allí es para que se muera, me dice, recordando que hace muchos años hizo en esa clínica sus prácticas de enfermería técnica.
La doctora me dijo que es para que esté mejor atendido, le digo.
¿Decirle que tiene cáncer? Mejor no.
Qué va.
Hay que estar moscas, le digo, ir siempre a visitarlo.
Flora llama para decir que se va a quedar en el hospital cuidando al viejo.






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El techo sin pintar, la ventana sin cortina, la luz del poste que se cuela y no me deja dormir, un trapo colgado como una puerta por donde se meten los perros y gatos para comerse mi comida y llevarse mi pan. Por gusto hemos tenido tantos hijos, me decía María. Solo para que nos amontonen los nietos, nos traigan problemas y nos hagan pasar vergüenza. ¡Ah, si lo hubiéramos sabido nos habríamos quedado solos después de la muerte de Juan Ignacio! Me voy a hacer hombre, decía John cuando se casó con Emilia. Han pasado dieciséis años desde que metió la pata. No tenía ni dónde caerse muerto y ahora está peor: acaba de llevarse un buen pedazo de mi papel higiénico. ¿Para eso se casó, para no tener ni con qué limpiarse el poto? Yo a los treinta y nueve años ya tenía mi trabajito seguro, tenía mi casita, no andaba molestando a la familia, y eso que solo tenía mi primaria completa. Estos hasta tienen estudios universitarios y están más cagados que uno. De mi pensión tengo que dar para los nietos, pagar el agua, la luz, los arbitrios. Y almuerzo en el comedor popular: Flora me alcanza un plato de sopa de vez en cuando y de mala gana, Carolina me manda un plato de comida a las cuatro, Mariana me cocina cuando puede. ¿Cómo no me voy a enfermar así? ¿Por qué tuviste que morirte, María? Si hubiera sido otro padre los hubiera puesto de patitas en la calle, no los hubiera educado. ¿Acaso Ricra educó a sus hijos a pesar que es catedrático? ¿Y Vásquez?: peor, se hizo un edificio y sus dos hijos se ganan la vida como pueden. Igual los Galdós: el viejo era contratista picapedrero, ganaba buena plata, y todos sus hijos se quedaron burros. Y peor los Bendezú: si no fuera por Vitaliano que se casó con Fela y les dio trabajo a todos, ahorita estarían mendigando un pan. Por cojudo John está así. Era el más inteligente de la familia, siempre sacaba diploma de aprovechamiento y conducta en el colegio, fue el primero de los Castelo que ingresó a la universidad. Hasta que se metió con Emilia, una floja buena para nada. María tenía razón cuando decía que esa mujercita iba a ser la desgracia de nuestro hijo. Y el huevón también tiene la culpa: desde el comienzo le iba mal y a pesar de eso se llenó de hijos. La puta esa se buscó un cojudo que la mantuviera. Por eso Arolín no es sonso: ¿para qué me voy a casar, papá, para mantener a una floja? Como sea terminó su carrera, haciendo trabajitos de jardinería, de electricidad, pintando, dando clases particulares. Ni bien terminó sus estudios sacó su titulo y se nombró. Ahora gana su plata tranquilo, sin preocuparse en dónde trabajará el siguiente año. Es el único hijo que nos ha dado alegrías: le gusta escribir y a veces gana una platita en los concursos y nos vamos a pasear, a comer al Norky’s o al chifa, me da mi propina, le compra sus útiles a Nacho y Diego. ¿Por eso Mariana y Carolina odian a esas criaturas? ¿Por eso le hacían la vida imposible a su pobre madre? No se dan cuenta que tienen hijos, que el mundo da vueltas, tanto que Mariana le decía puta, perra a Dora al final tuvo una hija con un ingeniero de medio pelo encima casado… Por su culpa nos tuvimos que ir a Cocachacra cuando Dora salió embarazada. Jonás quería que la botara a mi hija, ¿a dónde iba a ir si la familia de Petete tampoco quería saber nada de ella? ¿Acaso cuando el hijo de puta ese embarazó a Carolina les dijimos váyanse de mi casa? María fue la que lo agarró a zapatazos obligándolo a que fijara la fecha de la boda. María sí que era bien brava. Una vez también hizo lo mismo con el negro Bendezú cuando me quiso pegar… Dora apenas tenía diecinueve años, Petete estaba en Lurigancho, era la menor de nuestras hijas. John nos consiguió ese trabajo para cuidar el terreno de Fernández… ¿se llamaba Jesús Fernández? Era policía, buena gente, a veces hacía otros cachuelitos como partir las piedras para limpiar el terreno y me ganaba una propina extra… Dos cuartos de adobe al lado de la pista, el río pasando la pista, el terreno lleno de paltos y plátanos, nunca en mi vida comí tanta palta como donde Fernández… María, Dora y yo, parecía como si estuviéramos en Cangari, en las noches los zancudos no nos dejaban dormir, de día los mosquitos jode y jode… Nuestra hija embarazada… María y Dora siempre se iban a caminar, el ginecólogo le había dicho a Dora que caminara bastante para que dilatara con más facilidad cuando le tocara dar a luz. Fernández me había dado una escopeta con solo dos cartuchos, ¿sabe manejar arma, don Juan de Dios? Claro que sé, siempre he manejado arma, tenía mi pistola, mi escopeta que se llevó Anacleto para matar un puma que se estaba comiendo sus animales pero ya no me lo pudo devolver porque empezó la guerra y dicen que lo tiraron al río, o lo enterraron para que los terrucos no se lo decomisaran… ¿Pero qué le iban a robar a dos viejos y a una chica embarazada? El pueblo estaba lejos, San Bartolomé se llamaba, ese lugar era Río Seco, Cocachacra era más abajo, allí a veces María iba por el pan, o yo, a veces llevaba de Chosica bizcochitos para toda la semana, no había agua ni luz, agua íbamos a recoger a un puquial cerca del túnel… La escalera para subir al terreno de Fernández lo construí yo… ¿Eso fue en…? 1996, en enero, seguro, estuvimos hasta mayo, Nacho nació el 11 de marzo en Bravo Chico… Jonás se compadeció de nosotros y nos dio una mano, don Fernández me prestó cien soles, o me pagó adelantado, ¿cuánto me pagaba al mes?, ¿ciento cincuenta soles o doscientos soles?, pero en ese tiempo alcanzaba para algo, al menos allá estábamos lejos del odio de Mariana… Las noches oscuras, el zumbido de los zancudos, el chirrido de las llantas de los camiones al doblar la curva, era verano y llovía con intensidad, parecía Cangari… Una noche perseguí en Cangari a unos jarjachos, María y las chicas estaban en Huanta, ¿ya había nacido Arolín? Jarr, jarr, escuché, ¿jarjachos?, los ruidos venían del río, agarré mi escopeta y fui a ver: dos chanchos se estaban revolcando en la playa, era noche de luna llena, apunté al más grande y disparé, los chanchos salieron volando, yo tras ellos bala y bala, por gusto porque no acerté ninguno, y eso que tenía buena puntería porque una vez me bajé a un gavilán en pleno vuelo, María lo frió, era dura y babosa la carne, pero con qué ganas lo comían las chicas… Regresé a la chacra, me iba a ir a dormir y de nuevo jarr, jarr, daba escalofríos oír ese ¿gruñido, resoplido? En el patio había un guarango seco, le eché kerosene y le prendí fuego para que los jarjachos no se acercaran. Esa noche en mis sueños un macho cabrío me agarraba de los pies con sus cuernos y me arrojaba por los aires. Cuando desperté tenía el pie derecho hinchado y adolorido, ¿me lo hice persiguiendo a los chanchos o me lo hizo el macho cabrío en mis sueños? A duras penas monté en mi caballo y fui donde mi tía Saturnina Bendezú, ella sabía componer huesos. Le conté lo de los jarjachos, eran de por allí nomás, una señora que tenía relaciones con su hijo. ¿Para qué los perseguiste?, me recriminó mi tía, podían haberte cualquier cosa, esos son demonios. ¿Hace cuánto ya que murió mi tía Sato? ¿Por qué nos vinimos de Cocachacra? Era difícil vivir allí con una criatura, se podía enfermar de cualquier cosa. Y ya se le había pasado la furia a Mariana, aunque un par de años después Flora la cagó de nuevo cuando se embarazó de otro vago. Para entonces estábamos de guardianes en La Portada del Sol, cuidando la Casona. John nos dejó ese trabajito que le consiguió su suegra. Nos fuimos con María, Dora y Nachito. En la casa se quedaron Flora, Mariana y Arolín, que estaba a punto de terminar su carrera. ¿Era 1999? Diego nació ese año. Otra hija que metió la pata. Flora se vino a vivir con nosotras porque Mariana no la quería ver. A Dieguito María la introdujo en la Casona en una bolsa de mercado para que los Giles no se dieran cuenta que estaba trayendo otro bebito. Los Giles eran los concesionarios de La Portada y siempre le iban con el chisme a Huaraca, el administrador de los Pardo: que paran gastando mucha agua, que gastan mucho la luz, que el domingo hubo bastante gente visitando a los Castelo. Cholos de mierda, empezaron vendiendo chupetes y ya se creían los dueños de todo, igual que Mariana. Por culpa de los Giles John tuvo que dejar ese trabajo. Siempre se iba con toda su familia a las reuniones del Salón del Reino y llegaban tarde y los Giles soltaban sus perros impidiéndoles la entrada y se metían por la parte de atrás. Hasta que un día el cholo ese lo esperó pistola en mano y le dijo ¿por acá es la entrada?, ¿quieres que te mate como a un ladrón? Allí fuimos nosotros. Nos pagaban trescientos soles. Hace diez años esa cantidad era platita, alcanzaba para comer bien, para comprarle sus cosas a los chicos, para ayudarle a Arolín en sus gastos de la universidad, hasta le ayudábamos a John que había vuelto a la universidad para ver si terminaba su carrera. Si no hubiera sido porque Mariana jodía siempre, habríamos sido felices. Cuando Mariana venía Flora y Dora se escondían. La Casona era inmensa, por lo menos tendría veinte habitaciones, cada uno con su baño, había un baño familiar grande como una sala. ¿Estuvimos tres o cuatro años allí? Allí Nachito y Dieguito dieron sus primeros pasos… No, no, nos vinimos el 2000, cuando Diego todavía no aprendía a caminar. Nacho era el que aprendió a caminar allí. Cuántas veces se cayó haciéndose chinchones. Tenía las piernitas chuecas cuando era bebito. En la entrada había un caballito de metal en el cual le gustaba subirse. Teníamos el bosque de la parte de atrás para nosotros. El río estaba a un paso. Cocinábamos con leña. Así me hubiese gustado vivir siempre. Tenía mi cuarto para mí solo. Subí de peso. Habríamos sido felices si Mariana y los Giles no nos jodieran de vez en cuando. Los judíos siempre venían de campamento, traían sus cosas en camiones, se quedaban una semana. Acampaban en el bosque de atrás. Siempre nos regalaban la comida que les sobraba, los panes del desayuno. La última vez que fueron nos pidieron que les guardáramos sus cosas pero se demoraron en recogerlos y los Giles le fueron con el chisme a Huaraca y Mariana vino diciendo que nos iban a botar como perros. No sé qué más le insultaría a María. Ahora pienso por qué nunca le llamé la atención… Es que conmigo se hacía la buenita, me compró mi audífono cuando el oído me empezó a fallar, hizo que me operaran de los ojos cuando empezó a fallarme la visión, hizo los trámites para mi jubilación, me regaló un televisor grande para que viera mis películas. Y a su mamá nada. ¿Por qué la odiaría? Carolina también odiaba a su mamá. Una vez mandó a preguntar con su marido si María era la mamá de Carolina. Qué gente más desgraciada. A mí siempre me llevaban al chifa, a pasear, me invitaban a sus cumpleaños, y a María nada… ¿Por qué mis hijos me salieron así si los crié amando a Jehová Dios?... Siempre andando de aquí para allá como gitanos. Los hijos crecen y hacen con su vida lo que les da la gana. Nos vinimos de la Casona porque uno de los Pardo lo iba a convertir en hotel, albergue o no sé y poco más quería que seamos sus sirvientes. Menos mal que Arolín se nombró y empezó a ayudarnos con la luz, con los útiles de los chicos, le daba una mensualidad a su mamá para la comida… Tío Juan. Hola, Kathy. ¿Cómo está tu mamá? Bien, tío. Le manda estos cinco soles para que se compre su bizcocho. Gracias, Kathy. Una moneda de cinco soles… La guardo debajo de mi almohada. ¿Y mi cuñado Porfirio? En Chincho, tío Juan. Hola, abuelo Juan. Hola, Karim. Karim ya está grande. ¿Antony no ha venido? Se quedó acompañando a su abuela. Esta es Vanessa. Vanesa y Antony son blancos, Karim es moreno. Antony tiene seis dedos como mi papá, pero mi papá lo tenía en los pies, por eso le decían el Soqqta. Mi papá… He vivido veintiún años más que él. Los chicos prenden el televisor, menos mal que Mariana no está. Vamos a prepararle su mazamorra, tío Juan, ya regresamos. Ya, Kathy. Los chicos apagan el televisor y se ponen a corretear, no vayan a entrar al cuarto de Mariana porque se molesta, dice que agarran sus cosas, que ensucian su casa. Tantos años he trabajado y no tengo un rincón para mí. Los Apesteguis querían llevarme a su casa ¿pero qué hago en casa ajena si más tranquilo puedo estar en mi choza? Aunque mi choza tuve que desarmarla porque las piedras del costado se empezaron a mover y cuando llueve entra el agua. Cuando me sane la voy a limpiar bien bonita o le puedo decir a Arolín que cuando le paguen teche el cuarto que estaba haciendo para vivir yo. Por ese terreno se peleó con Mariana. Cuando se nombró, Mariana quería que le pague el alquiler por el cuarto que hizo y le dio. ¿Cuándo construyó ese cuarto? En 1992. Hizo dos cuartos, uno le dio a Arolín, Arolín se nombró el 2002. ¿De dónde iba a sacar plata para pagarle diez años de alquiler? ¿Se le cobra alquiler a un hermano? Como si Arolín no hubiera puesto ni un ladrillo. Cuando era contratado construyó el muro de la calle. Ya daba vergüenza ser los únicos que todavía teníamos una pirca. ¿Cuántas bolsas de cemento gastamos allí? Unas cincuenta por lo menos, y dos o tres camionadas de hormigón. Menos mal que nosotros somos albañiles sino habríamos gastado más. Como no le quiso pagar el alquiler, lo botó a su hermano del cuarto. ¿Acaso cuando se lo dio le dijo cuando tengas un trabajo estable me pagas el alquiler? ¿Acaso le dijo te lo estoy alquilando nomás? Mariana sacando provecho de todo. A veces cuando su mamá le hacía guardar su platita ya no le quería devolver diciéndole yo les estoy dando para que coman, qué más quieren. Lo único que ella daba a la casa era la bolsa de víveres que le entregaban en el hospital, después nada, ni un centavo. A veces John venía y se metía a su cuarto y se robaba una bolsa de arroz, de azúcar, o una lata de leche y Mariana le hacía un escándalo a su mamá. Para eso se casó el cojudo ese, para estar robando un pan, para darle problemas a sus padres, para deberle a todo el mundo. ¿A quién no le deberá John? Cuántas veces me ha pedido prestado y nunca me ha devuelto, como si me sobrara la plata. En cambio Arolín, cuando me presta y le quiero pagar, me dice así nomás, papá, quédatelo. Ese sí es un buen muchacho, nunca nos ha traído problemas, ninguna mujer ha venido a buscarnos para decirnos que tiene un hijo botado por allí… Si todos hubieran sido como él, habríamos sido felices. Como sea Dora terminó su carrera pero se demoró como cinco años en sacar su título, prefirió perder su tiempo cuidando a la Bere. Igual Flora que estudió corte de cabello y no aprendió nada, prefería perder su tiempo en el comedor popular, en el vaso de leche. Una vez se fue a Huanta a ayudarle a su tía Susana porque Mariana le hacía la vida imposible. De Huanta se fue a Chincho con Néstor, el hijo de mi hermana Julia, porque tuvo problemas con su prima. Eso fue a finales del 2001, cuando Dieguito tenía casi tres años. Se quedó con nosotros. En julio del 2002 María, Dieguito y yo fuimos a Chincho. María quería ir para la fiesta de la Virgen del Carmen. Diego y yo casi morimos esa vez. Flora nos esperó en Huanchuy con el burro de mi cuñado Porfirio, cargó las maletas y se adelantó dejándonos atrás. Hasta se llevó la gaseosa y los panes que habíamos comprado para el trayecto. Debíamos de haber ido a Huanta, pero Mariana fue meses antes y le dijo de todo a mi cuñada Susana. Empezó a llover, el camino se hizo barro. Pasó una hora, otra hora y otra hora y empezó a oscurecer y nada de Chincho. La que estaba bien era María, vamos, Juandi, camina, tenemos que llegar como sea. Dieguito lloraba de hambre. Hubiéramos ido con Arolín, pero se había nombrado hace poco y todavía no le pagaban. Hasta que llegamos a Chullayacu. María tocó la puerta de una casa donde dos años antes, cuando fueron con Arolín y Nacho, les invitaron comida. Pidió un poco de agua caliente para mi esposo y mi nietito que se están muriendo de hambre y de frío. Nos hicieron pasar, nos sirvieron sopa caliente, nos ayudaron a llegar a la casa de mi cuñado Porfirio. Con María dijimos la siguiente vez que vengamos hay que traerles alguna cosita, pero no hubo siguiente vez. Esa fue nuestra despedida de nuestro pueblo… La despedida de María. Yo tengo que volver a Chincho para curarme. Qué no he hecho por mi pueblo como secretario y como presidente del Centro Representativo de Chincho. Gestionamos la construcción del local municipal que después, durante la guerra, los senderistas quemaron. Mandamos camionadas con cemento, ladrillo, hormigón, tejas, baldosas, vigas, pintura, hasta clavos. Ampliamos el colegio, mandamos una banda de guerra. Hasta que me enfermé y renuncié. Antes Chincho estaba lleno de gente, por culpa de los terrucos se fue despoblando. Ahora parece un pueblo fantasma, pero es tranquilo, el aire es limpio, puro, el agua que sale del puquial que está a un paso de mi casa no está contaminada como el agua que bebemos acá. Allá me sanaré, me curaré de todos mis males, llevaré la Palabra del Señor, Nacho y Diego pueden estudiar allí, Arolín podría enseñar en Julcamarca o Huanta. La casa de mi papá está a la entrada del pueblo nomás. ¿Hace cuántos años que la construyeron? Por lo menos noventa, o más. Menos mal que los terrucos no la desmantelaron como hicieron con las otras viviendas después que mataron a sus ocupantes como hicieron con la casa de mi suegra. Cuando fuimos con María apenas encontramos los restos de una pirca y la enorme piedra redonda que estaba en la entrada. Todo se lo llevaron cuando la mataron. Cómo la habrán matado a mama Felicitas… Dicen que la degollaron, que la mataron a golpes… Tenía su carácter mama Felicitas. Una vez no me quiso recibir. Alguien le iría con chismes. Llegamos a su casa, ese hombre que se vaya, le dijo a María, no lo quiero ver. Me tiró la manta que le había llevado de regalo. Pero María también era chúcara: mamá, Juan de Dios es mi esposo, si no lo quieres recibir, tampoco me vas a recibir a mí. Estamos casados. Tu papá no ha visto que se han casado, dijo mi suegra. Qué iba a ver si taita Julián salió ese día diciendo ahorita vuelvo y volvió cuando la boda ya había terminado. A mi suegro le gustaba echarse sus copitas, pero era un buen hombre, me quería bastante. Y nos dimos la media vuelta para regresarnos y entonces mama Felicitas nos llamó, que le perdonáramos. Pobre mi suegra, cómo quería a Mariana. Cuando nos vinimos en 1970, rogó, lloró para que se la dejáramos, pero Mariana no quiso quedarse con su abuela. Tenía cinco años, casi cinco años, estaría más chiquita que su hija. Cuántos años ya desde ese entonces. Era gordita, caprichosa, juguetona, quién iba a pensar que con el tiempo se convertiría en otra víbora como Carolina. Toda la culpa la tiene Satanás, ni Arolín cree en Dios, pero al menos él es bueno.




7



Mi papá dice que John le ha robado los cinco soles que le mandó la tía Griselda, me dice Mariana.
¿Cómo le va a robar? ¿Está loco o qué?
Ese es capaz de todo, hasta de robarle a un enfermo, a un hombre que se va a morir en cualquier momento, dice Mariana, con rabia en la voz. No solo se ha llevado su plata, sino también su papel higiénico.
De repente han sido los chicos.
Mi papá dice que el único que se acercó a su cama fue John. ¿Acaso los chicos son ladrones?
Voy a hablar con él.
Dile que se lo devuelva, o que se vaya. ¿Qué hace metido allí?, ¿no tiene casa, no tiene mujer, no tiene que cuidar a sus hijos?
John ha salido. ¿Estará tan cagado como para robarle a su padre? Quizá. Para dormir utiliza una de las colchonetas que me traje de la señora Olga. La tiende sobre la tarima que me regaló la china Techy cuando le hacía trabajos de jardinería. ¿Qué diría la vieja si viviera y viera en qué situación está el hijo que tanto quería?
Carolina me dice que su hijo estaba tan amargo por el robo del papel higiénico que quería pegarle a John.
Voy donde el viejo. Me cuenta lo de sus cinco soles y su papel higiénico. Solloza. Maldigo a Emilia por haberle cagado la vida a mi hermano. Algún día lo vas a pagar bien caro, perra comechada. Por gusto se murió la vieja: para que todo siga igual.
De repente se ha caído debajo de la cama, le digo al viejo.
Hinco las rodillas en el piso y me pongo a buscar debajo de la cama. Saco la moneda que he guardado en mi bolsillo.
Aquí está tu plata, papá, le digo, blandiendo la moneda en el aire.
Se lo doy. Lo toma, lo mira. Las orejas me empiezan a arder.
No me dice nada. Lo guarda debajo de su almohada.
¿Te preparo manzanilla?, le pregunto.
Mariana ya me dio caldo, dice.
Bueno, vengo después a acompañarte.
Ya.
Mariana tiene guardia y me ha pedido que acompañe al viejo durante la noche. Hace unos días se despertó gritando, asustado. No le vaya a dar un ataque de nervios y se arranque la sonda como antes quería arrancarse el suero.
Voy a las diez donde el viejo. Los chicos han terminado de ver una película y se van.
Vacio la bilis, no se vaya a juntar en la noche.
¿Cuándo me sacarán esta manguera?
Cuando te cures.
¿Qué tengo? ¿Qué han dicho los médicos?
Tu vesícula está inflamada, le digo. Paciencia nomás.
Nos miramos. Me habla un poco de Dios. Mañana me ayudas a bañarme y a afeitarme, me dice.
Ya. Voy a dormir al costado, cualquier cosa, me llamas. Hasta mañana.
Hasta mañana, Arolín. Apagas la luz.
Apago la luz, pero igual la del poste de la calle lo ilumina todo.
Pongo papeles en el suelo, sobre ellas tiendo la otra colchoneta que me traje de la señora Olga y que el viejo utiliza en su cuja. Me echo, cierro los ojos. Al poco rato siento una picazón y después otra y otra.
¡Pulgas!
Cómo no van a haber pulgas si los perros y gatos se pasean aquí como Pedro en su casa.
Me asomo a ver al viejo: duerme profundamente.
Busco una escoba y barro tratando de no levantar polvo. Me acuesto de nuevo, pero igual las pulgas me siguen picando. Solo el cansancio hace que me duerma. Cuando abro los ojos, son las cuatro de la mañana. El viejo sigue durmiendo. La bilis ha llenado la mitad de la bolsa. La limpio tratando de no despertar a papá. Después voy a mi cuarto y me pongo a revisar los papeles del viejo.
Encuentro una hoja de color madera, parece calca, pero es gruesa. En un lado tiene el dibujo de un hombre bien al terno, en el otro, hay una lista escrita con lapicero negro. Reconozco la letra del viejo, redonda, bien dibujada: 1 Ropero, 1 Vitrina, 1 juego de muebles, 7 sillas corrientes, 1 maquina de coser marca Hércules, 2 Baules con servicios, 2 catres, 1 cilindro con servicios, 1 cocina de Kerocine, 3 Lampas, 2 mesas, 1 Tina, 1 Lavadero. Después sigue un nombre: Saturnino Gavilán Gutiérrez y luego un número: 87312.
¿Esa es la lista de las cosas que llevaron a la sierra después de vender la casa? ¿Saturnino Gavilán Gutiérrez era el chofer del camión? ¿El número 87312 era el de la placa del vehículo?
La máquina de coser todavía la tenemos, aunque sin mueble, que se lo comieron las polillas. Tenía su forro de tela de colores azul y blanco. Cuando éramos niños, nos ocultábamos sobre el pedal para jugar a una especie de sube y baja. Mamá parchaba en ella nuestros pantalones o algún vestido de mis hermanas, aunque siempre andaba fallando y rompiendo las agujas. Una de las mesas debe ser en donde está ahora el televisor del viejo. Tiene una pata que está media débil. Es de los tiempos de Huachipa. La otra mesa, con la tina, la dejaron en Huanta donde la tía Susana. Papá siempre granputeaba por su mesa y su tina. Si no me equivoco, todavía la llegué a ver el 2000, cuando fui con la vieja y me dijo esa es la mesa de tu papá. Los baúles también los llegué a ver. Eran de madera con las esquinas de lata. Un día se apolillaron y mamá los botó. Allí guardaba los servicios que nunca utilizamos, platos nuevos, vasos, fuentes, todas de losa, probablemente papá las compró en su mismo trabajo. No vi ni el ropero ni el comedor ni el juego de muebles. Probablemente los vendieron antes de venirse, o se estropearon en Cangari.
Cuando el sueño está a punto de vencerme, me echo sobre la colchoneta. Antes de dormirme siento unas picazones.
El intenso sol que entra por la ventana me despierta temprano. El viejo sigue durmiendo. Vacio la bilis que se ha acumulado durante la noche y, a las siete y media, le preparo una manzanilla que apenas toma. Pan ni prueba.
Soñé con tu mamá, me dice. Se iba a acostar al pie de mi cama. Estaba con dos niños. Me dijo Juan, ¿cuándo te vas a sanar?
Sollozamos.
Quizá pronto me reúna con ella.
No le digo nada. ¿Qué podría decirle?
Me dice que también ha soñado con moscas. ¿Qué significarán?
No sé.
A las diez le caliente agua para que se bañe y afeite.
Ya.
Mariana llama para preguntar cómo ha dormido el viejo. Le digo que bien.
A las diez, después de calentarle agua, lo ayudo a ir a la ducha. Me dice que se va a bañar solo, pero que luego le ayude a afeitarse. Se baña ayudándose con una silla. Le afeito. Se cambia de piyama, y se acuesta de nuevo.
A mediodía le llevo caldo pero apenas lo prueba. Vuelta a su cama, ni quiere ver televisión.
Así es ese cáncer, me dice Mariana. Poco a poco irá perdiendo el apetito…
¿Hasta que muera?
Así me han dicho los doctores. Ojalá nomás que no sea una muerte dolorosa.
Ojalá.
Le cambia de bolsa por una que se adhiere a la piel para que pueda desplazarse y bañarse sin mucha dificultad. Corta el pedazo de sonda que sobra.
Viene a visitarnos el tío Teofilo después de mucho tiempo, creo que desde el quinto día de la vieja. Me duele venir y no encontrar a mi hermana, nos dice. Se sorprende de encontrar enfermo a su cuñado. Papá lloriquea.
Cualquier cosa me avisan, nos dice el tío.
John viene a llevar sus cosas: ya van a empezar las clases y se ha buscado un cuarto. No le digo nada de los cinco soles del viejo.
Sábado 28 de febrero: la vieja hubiera cumplido setenta y tres años, pero hace tres años y siete meses que ya no está con nosotros. Nadie se acuerda que es su cumpleaños, ni el viejo, o lo hacen pero no lo mencionan. Voy al cementerio a visitarla, le compro sus flores. Le digo que todos estamos de paso por el mundo, que ayude al viejo a sanarse, que todavía lo necesitamos con nosotros.
Se terminaron las vacaciones, a volver al trabajo. Los chicos se van a estudiar, solo se queda la Nela.
Antes de irme, le preparo su caldo al viejo, vacio la bilis. No le gusta la nueva bolsa porque el líquido está en contacto con su piel.
Le voy a decir a Mariana que te ponga la otra bolsa.
A Nela le digo que cuide bien a su abuelo.
En la noche, al regresar, el viejo se queja que estaba con sed y nadie le dio ni una gota de agua.
Sí le hemos dado, tío, dice Nacho.
Yo no sé nada, dice Flora, he venido cansada de mi trabajo. Primer día que trabaja y ya está cansada.
Le preparo manzanilla, le caliento la comida que le ha mandado Carolina.
No ha evacuado mucha bilis durante la tarde.
¿Vaciaste la bilis?, le pregunto.
Me dice que no.
¡La sonda se la ha movido! Me doy cuenta a la mañana siguiente cuando voy a vaciar la bolsa y la encuentro solo con un poquito de bilis. Hay como un centímetro, o más, de la manguerita, que tiene un color más claro que el resto.
Le aviso a Mariana.
Se lo habrá jalado pues, dice ella. Nunca está quieto, se para quejando de todo.
¿Qué hacer? Ahora se va a poner amarillo de nuevo, le va a picar de nuevo el cuerpo.
A las diez de la noche, Mariana y Carolina llevan al viejo al Seguro. No ha evacuado nada de bilis durante el día y la sonda se ha salido más.
Regresan casi a la una de la madrugada. El viejo se ha quedado en Emergencia. Mariana le gritó al doctor porque quería que lo llevemos al Almenara, me dice Carolina. Hasta lo amenazó con denunciarlo a la fiscalía. Mañana vaya a verlo. Yo iré en la tarde.
Eso hago. Encuentro al viejo botado en un rincón de Emergencia. Tiene la bata y las sábanas con unos lamparones verdes. Le han puesto gasa para cubrirle la sonda. Le han quitado la bolsa. La gasa también está manchada de verde.
Está con hambre y sed.
¿Por qué está así mi papá?, le pregunto a una enfermera.
Ni me hace caso. Sospecho que se están vengando por la gritada que les dio Mariana en la noche.
Veo que una señorita le dice a una señora que presente nomás su denuncia, que el Seguro está al servicio de los pacientes.
Señorita, quiero presentar una queja…
El doctor quiere hablar con usted, me dice una técnica.
El doctor es un tipo alto, blancón, de cabello cano.
¿Ya sabe que lo que tiene su papá es inoperable, no?, me dice.
¿Y por eso lo tienen botado como a un perro?, le digo, conteniendo la rabia.
Voy a ordenar que lo atiendan, me dice. Pero siempre hay que estar preparados para lo peor.
Doctorcito de mierda, me dan ganas de decirle.
Una técnica le empieza a cambiar. Allí lo dejo porque ya me gana la hora para entrar al trabajo.
Domingo 8 de marzo: cumpleaños número ochenta y dos del viejo. Hace cinco días que está en emergencia y todavía no le han vuelto a colocar la sonda. Tengo ganas de ir a visitarlo, pero estoy cansado: he vuelto a ir al hospital casi todos los días antes de irme al trabajo. Solo Mariana y yo nos ocupamos de él, como si fuéramos sus únicos hijos. John está metido en su cuarto, seguro no tiene ni para el pasaje, Flora se ha ido a hacer faena al colegio, Dora ha salido no sé a donde. Mariana está trabajando.
¿Vas a ir donde mi papá?, me dice Carolina, casi a las tres.
Mañana, le digo. Lo saludas.
Se va.
Hace muchos años, cuando estábamos en Huachipa y era el cumpleaños del viejo, todos teníamos que saludarlo con un abrazo y con un ¡feliz cumpleaños, papá! Una vez me confundí de fecha. ¿Cuántos años tendría yo? Menos de diez, seguro. Desperté antes que todos, la casa estaba en silencio, cuando el viejo se despertó, corrí a saludarlo.
Todavía no es mi cumpleaños, Arolín, me dijo, con una sonrisa, de todas maneras, gracias, hijo.
Al día siguiente, a las doce y media, estoy en Emergencia.
Vamos a trasladarlo al Almenara, me dice la Asistenta Social. Necesitamos que un familiar lo acompañe.
Voy a llamar a mi hermana, le digo, yo tengo que ir a trabajar.
Pero que venga rápido, me dice, partimos dentro de unos minutos.
Llamo a Mariana. Tengo clases en la tarde, me dice, después tengo guardia.
Yo tengo que trabajar, le digo, y le corto.
Un tipo me llama la atención: su familiar no puede estar tantos días en Emergencia. Necesitamos la cama para otros pacientes. ¿Quieren que los denunciemos por abandono de un paciente?
¿Acaso yo soy el que decide qué hacer con él?, le digo. ¿Tantos días se demoran en colocarle su sonda?
No me responde nada. Huevón, pienso.
El viejo no quiere comer nada, ni siquiera un poquito de mazamorra.
Cómo voy a comer si no me he lavado los dientes, me dice.
Ya ni le digo tienes que comer para que estés sano y te cures.
Llega Mariana, molesta. Allí la dejo, casi es hora de ir a trabajar.
Me llama un par de horas después para decirme que el viejo se quedó internado en el Almenara para que le pongan de nuevo la sonda. Me pide que mañana le lleve sus cosas.
¿Y ahora qué haremos? Ojalá que pronto le coloquen de nuevo la sonda, aunque ya no se quejaba que le picaba el cuerpo ni estaba amarillo.
En la noche sigo revisando sus papeles. Encuentro el recibo del nicho que mandó hacer para Juan Ignacio. Está escrito a máquina.
Por tanto: $800.00
Consta por el presente recibo, que me comprometo construir un nichito para bebé de don Juan D. Castelo Luján, por la suma $800.00
Tratado por $800.00
A cuenta $300.00 mas $100.00
Saldo $500.00 - $400.00
Consta en el presente, una vez que haya terminado la obra se le cancelará el saldo y para mayor constancia firmo el presente recibo.
Nombre del contratista……………………………………………………………………
Domicilio del contratista………………………………………………………………….
Domicilio del enterisado Asociacion Tawantinsuyo, Vitarte Lote N° 26
El nombre del contratista está escrito con lapicero y más bien parece su firma, no sé si es Catalino Silva o algo por allí. Su dirección está en blanco. Tampoco está la fecha. ¿Lo mandaron construir ni bien lo enterraron o meses después? El nicho todavía está en pie en el cementerio de Vitarte, aunque le falta su ventanita y el tiempo la ha carcomido en algunas partes. Antes, cuando éramos chicos e íbamos a Huachipa, papá nos llevaba primero a visitar a Juan Ignacio. Qué diferente con lo que le pasó a Eva Cristina. La enterramos, o enterraron en un cementerio casi olvidado, amontonaron un poco de tierra con piedras alrededor, no le pusieron una cruz o un palo con su nombre. Cuando en 1980 nos vinimos, dejamos de visitar a Eva Cristina. En 1988 fui con John cuando estábamos en Multitemp. La tumba de Eva Cristina había desaparecido. Mamá siempre visitaba a Juan Ignacio, lo lloraba siempre, pero a Eva Cristina nunca la mencionaba. El cariño que se le da a los muertos no siempre es igual.







8



La ambulancia da saltitos en la pista llena de huecos, ojalá que no me caiga de la camilla, que la bilis salga chorreando como esa vez que le operaron a Arolín, le dieron de alta y días después se abrió el dren y le salió sangre muerta como de un chisguete. La mano de la enfermera está en mi hombro derecho y el de Mariana en el izquierdo. Se nota que Mariana está molesta, ¿se habrá sacado mala nota en su examen? El calor es insoportable, ¿hace cuántos días que no me baño, que no me afeito, que no me cepillo los dientes?... La enfermera es morena y gorda, más que María, más que Mariana pero menos que la directora del 0502, ¿cómo se llama esa gorda? Su papá trabajó en el Centro Vacacional como cocinero… Así debe haber sido la morena con la cual se casó mi tatarabuelo Prudencio Luján. Hace dos años estuvimos en Chincha, Pisco, Ica y Palpa con Arolín y los chicos. Arolín había ganado un concurso de cuentos en Trujillo y con esa plata nos llevó a pasear. En Chincha comimos frijol colado, manjarblanco, kingkon, tomamos vino de higo, fuimos a una playa… ¿cómo se llamaba esa playa? Estaba en las afueras de Tambo de Mora… Ah, se llamaba Cruz Verde. Las olas eran inmensas pero Nacho y Diego se metieron como si fueran salvavidas, cómo les gusta el mar a esos chicos. Después fuimos a Ica, a La Huacachina, me tomé fotos con la sirena, junto al poema donde está escrito su historia. ¿Quién la escribiría? Arolín debe saber, a él le gusta leer y escribir, la siguiente que lo vea le preguntaré… Arolín y los chicos se bañaron en la laguna mientras yo descansaba bajo la sombra de ¿una palmera, un guarango u otro árbol? comiendo dulce de níspero. Después los chicos se deslizaron desde lo alto de las dunas en unas tablas que alquilaron. Gritaban, reían, estaban contentos, felices. ¿Eso envidiarán Mariana y Carolina? ¿Por qué si ellas también tienen? A los Apestegui les sobra la plata y sin embargo no viajan ni a la esquina, están esperando que uno les invite. ¿Cuántas veces los he llevado a Cocachacra, a San Bartolomé, al chifa? El año pasado Arolín los llevó a Pucusana… De Ica marchamos a Palpa. ¿Cuánto duró el trayecto a través del desierto?, ¿una hora, una hora y media? Nacho y Diego llegaron con las justas. Antes vomitaron hasta las tripas. ¿Qué habrán dicho las gringas que viajaban con nosotros? Era un bus que iba a Nazca. Les falta viajar a esos chicos, aunque Nacho ha ido un par de veces a Huanta con su abuela y con Arolín y a Diego lo llevamos a Chincho cuando era bebito. El sol fortísimo quemando nuestras cabezas, el calor insoportable. ¿Conoce a alguna familia apellidada Luján? Había varios. Ese que está allá es un Luján, nos dijo un policía en la Plaza de Armas… ¿La Plaza de Armas estaba llena de ficus? Solo recuerdo el sol de infierno… Soy Luján, pero nunca he escuchado nombrar a Prudencio Luján en mi casa, nos dijo. ¿Por qué no van a la hacienda Luján? Está a unos minutos de acá, vayan en mototaxi, paguen un sol nomás… ¡Una hacienda! La hacienda de mi tatarabuelo. Árboles, caballos, ganado, la familia. Les diría soy hijo de Isidora Luján Cabrera, nieto de Cristina Luján, bisnieto de Marianito Luján, tataranieto de Prudencio Luján, el que llegó de España y se casó con una morena de Chincha… Tanto pensamiento por gusto: la hacienda estaba en ruinas. Solo había un guardián que se ganaba el sustento vendiendo mangos, dulce de mango. Hace tiempo que no se siembra nada, nos dijo, no hay agua, se trabaja a pérdida, los Luján se han ido a Ica, a Lima. ¿Alguna vez oyó hablar de Prudencio Luján? No, señor, pero más allá vive la señora Elena Luján, ella debe de saber… Ir por la vereda de la carretera, los chicos cansados, sudando, hartos… Un viejo bajo una ramada echado en una cuja. Buenos días, señor, venimos de Lima. Le conté la historia de Prudencio Luján, el viejo me escuchaba atentamente. Sí, creo que he oído mencionar a Prudencio Luján en la familia, dijo. Mi señora es la que debe de saber, ella es la Luján de la familia. Se puso a llamar ¡Elenaaaa!, ¡Elenaaaaa! Elena Luján era una mujer blanca, alta, que nos empezó a mirar de pies a cabeza cuando le empecé a contar la historia de mi tatarabuelo. Soy Luján, pero no tengo ningún antepasado llamado Prudencio, nos dijo. Buenos días. El viejo nos miró como diciéndonos ella es la que manda y se metió a su casa detrás de su mujer. Volvimos a la hacienda, compramos un par de kilos de mango y dulce de mango y nos regresamos a Palpa y de allí a Ica y de Ica a Pisco. El puerto, la lluvia de arena, las olas inmensas, el atardecer, la playa casi vacía, los recuerdos. ¿Cuántos años estuve en Pisco? Tres, cuatro años por lo menos. Hace sesenta años ya, cuántos años han pasado desde entonces… Entonces era joven y fuerte, sino no habría sobrevivido a la explosión del horno. Antes de la playa había una lagunita, los chicos y Arolín se bañaron allí. Ven a bañarte, abuelo Juan, el agua está tibiecita… Me hubiera bañado… Había patillos. Las gaviotas surcaban el cielo… ¿Qué día fue ese? Por lo menos en la quincena de febrero. Dos años ya que han pasado rapidito. A María le hubiera gustado ir… Una vez fui con ella y los chicos, también estuvimos en la playa, en el puerto, compramos pescado para que mi prima Goya lo friera. ¿Eso fue antes que fuéramos a Chincho con Diego o después? Después sería porque Dieguito ya caminaba… Eso verían Carolina y Mariana y también nos envidiarían, odiarían más a esos chicos a quienes María quería como a sus hijos. Por eso esas mujeres los odiaban… Llegamos, dice la enfermera, ya era tiempo. La ambulancia se detiene, abren la puerta, me bajan en la camilla, la enfermera le pregunta a Mariana si trajo mi DNI, Mariana le dice que sí, se lo entrega a la enfermera, me conducen hasta la puerta del ascensor, la enfermera aprieta un botón, esperamos, la puerta se abre, la puerta se cierra, subimos, el ascensor se detiene, la puerta se abre, me conducen por un pasillo, las enfermeras conversan, espero… Espero, ¿cuándo me pondrán de nuevo la sonda? Siento el estómago lleno de agua, debe ser la bilis… Si Mariana no hubiera cambiado la bolsa, la sonda no se hubiera movido. Otra enfermera mueve la camilla, me lleva por un pasillo, doblamos a la derecha. Una habitación grande pintada de blanco. Dos pacientes. Aquí se queda, señor. A mi izquierda una ventana, al frente un ala del hospital pintado de azul y blanco, un pedazo de cielo gris… Arolín también estuvo internado aquí esa vez que lo operaron del riñón. Le sacaron un enorme cálculo del riñón derecho. ¿Cuántos días estuvo? Dos o tres semanas, creo… Eso fue el 2004, un año antes que muriera su madre… Me voy, papá, tengo guardia en la noche. Mañana Arol vendrá trayendo tus cosas. Ya, hija. Mariana se va. Me quedo solo… Buenas tardes, don Juan de Dios Castelo, ¿verdad? Sí, señorita. Buenas tardes. Viste un uniforme color verde esmeralda, es joven y bonita, tiene los cabellos negros atados en una cola, tiene los ojos claros como ¿los gatos? Se pone guantes de plástico, vamos a ver cómo está esto, don Juan de Dios. Me abre la bata. En su rostro se dibuja una mueca de ¿asco, sorpresa, repugnancia? por ¿las llagas que tengo desde que me quemé? Quita el espadrapo y la gasa, Dios, ¿desde cuándo está así, don Juan de Dios? Desde hace una semana, señorita, se salió la sonda por donde evacuaba la bilis. ¿Y lo han dejado así nomás? Sí, me atendían como a un perro, ni me daban de comer, estaba con sed todo el tiempo. Viene del hospital de Vitarte, ¿no? Sí, señorita. Qué bárbaros. ¿Tiene hijos, don Juan de Dios? Sí, señorita, seis. ¿Y no se han quejado, no han denunciado al médico, a las enfermeras? No, señorita… Bueno, bueno, hay que limpiar esto antes que la herida se infecte. Sus manos suaves, sus manos con guantes, su mirada seria, atenta. ¿Cuántos años tiene, don Juan de Dios? Acabo de cumplir ochenta y dos años, señorita, el ocho. Felicitaciones entonces, don Juan de Dios. Gracias, señorita. Le cubriré el corte para que pueda darse un buen baño, mi querido señor, porque esto está que huele un poquito mal. Sonríe, tiene una bonita sonrisa… Quizá a Arolín le guste. ¿Quién velará por él cuando esté viejo? Los años pasan sin que uno se dé cuenta y el cuerpo se empieza a debilitar, a enfermar… Empezamos a depender de los demás… De todos los hijos, aunque sea hay uno que te alcanza un poco de agua, un pedazo de pan… Bien, bien, don Juan de Dios, ahora a la ducha a darse un buen baño, déjeme que lo ayude, ¿sí? Con cuidado, no se vaya a caer de la cama… Una ducha de losetas blancas, la enfermera que me quita la bata, abre el frío, el chorro de agua fría que cae sobre mi cuerpo… Las manos suaves de la enfermera que me pasan el jabón. ¿Qué le pasó en el pecho y en los brazos, don Juan de Dios? Me quemé en un horno, señorita. ¿Era panadero? Panificador, señorita. En Pisco, hace muchos años, cuando era joven… ¿Hace cuántos años de eso? ¿Sesenta años? Una cicatriz que está sesenta años en mi cuerpo… La enfermera me pasa la toalla, salgo de la ducha, me cambia de bata, esto hay que tirarlo a la basura, no creo que estas manchas salgan fácil, no olvide decirles a sus hijos que presenten una queja. A ver, un brazo, después el otro y listo, guapo y elegante. Ahora a su cama hasta que le traigan la cena. Le voy a poner suero para que se hidrate. Dentro de un rato vendrá el médico a evaluarlo, tenemos que colocarle esa sonda cuanto antes. ¿Quiere un poco de agua? Si no es mucha molestia, señorita. Levanta la cabecera, abre su botella, me pone la cañita en la boca y bebe. El agua baja por mi garganta, alivia el fuego que me abrasa las entrañas. Me voy, mi estimado señor, hasta dentro de un rato. Le dejo el agua por si tiene sed. Muchas gracias, señorita. La enfermera se va, la habitación se queda en silencio. El cielo se va poniendo gris, ya va a oscurecer. Otra noche más en un hospital. El año pasado también estuve aquí cuando me dio un derrame cerebral que casi me lleva a la otra. ¿Cuántos días estuve en Emergencia?, ¿dos, tres? Después me llevaron a la clínica San Isidro Labrador en Lince. ¿Estuve allí medio mes? Ese sí era un buen lugar, me atendían bien. Arolín también estuvo internado aquí, en el tercer piso, cuando le sacaron un cálculo del riñón. Era un enorme cálculo, dura como una piedra, brillaba como un diamante. Tuvieron que cortarle en un costado para sacarle. ¿Cuántos años lo tuvo dentro? Un montón. Cuando trabajaba en Multitemp empezó a orinar sangre y tenía cólicos, le dolían hasta las bolas. Pobre mi hijo, cómo lloraba María por él: si algo le pasa a mi hijo, me voy a Huanta con Nacho y Diego, decía. Arolín le había dejado mil quinientos dólares de lo que ganó en un concurso para que pusiera un negocio si la operación fallaba, pero todo salió bien porque era joven y fuerte. ¿Por qué le aparecería ese cálculo? Quizá por el agua sucia que bebemos. Antes era peor, cuando recién llegamos a La Realidad tomábamos de un pocito que había debajo de la sequia, a un lado del caminito. Una gota de agua, otra gota y otra gota y alcanzaba para todo el pueblo. Éramos pocos habitantes entonces, ahora hasta los cerros están llenos de casas. Después hice un pozo frente a la casa de la señora Hilda de cemento, con su puerta. En el techo escribí un pasaje bíblico… ¿Cuál era? Los palomillas siempre molestaban, se orinaban, hasta se cagaban en la puerta del pozo… Abusaban porque mis hijos eran pequeños y yo estaba lejos. Uno de esos matones era el sobrino de la señora Arcaria. Ahora está viejo, acabado. ¿Habrá estudiado algo? Los chicos se bañaban en la sequia, entonces sus aguas eran limpias, ahora todos los desagües vierten allí su mierda. Cómo ha cambiado La Realidad, algún día tendrá pista, agua y desagüe, veredas. Cuántas casas he construido allí. Antes yo era uno de los pocos albañiles que trabajaba en el pueblo, hasta de la Segunda Zona me venían a buscar, ¿tendrá tiempo, don Juan de Dios, para que me haga este murito, para que me construya un cuartito? Era bien pedido. Arolín y John eran mis ayudantes. Íbamos por el pueblo con nuestras tablas al hombro, empujando la carretilla, antes no había mototaxis como ahora. Una vez volteamos veinte carretillas donde la Juanacha, sudamos como caballos. Mi primer techo fue donde los Ticona. Eso sería en 1984 o 1985 porque Jonás recién estaba enamorando a Carolina, hasta él tiró lata. Hubo un montón de lateros, lamperos, antes llenar un techo era una fiesta, ahora se hace un techo. Empezamos tempranito y terminamos cuando ya casi anochecía. ¿Existían las mezcladoras en ese entonces? Seguro, pero dónde la íbamos a conectar si no teníamos luz. Lata y lata, cemento, hormigón, piedra chancada, más agua, más hormigón, más cemento, tómese una cervecita para el calor, un vinito, ¿qué comida prepararían los Ticona? Allí fue la primera vez que Arolín se emborrachó. María estaba molesta porque una de las sobrinas de la señora Ticona estaba que le enamoraba a su hijo. María siempre ha sido celosa con Arolín, será por eso que no se ha casado hasta ahora, ni piensa hacerlo, ¿para no traicionar a su madre? María también estaba allí, y Carolina, Mariana, Flora y Dora también, todos bailando. ¿John dónde estaría? Ponían música de ese grupo huancaíno… ¿cómo se llamabas?... Tantos años han pasado de ese entonces, Arolín estaba en el colegio, quizá Carolina estaba embarazada de su primer hijo, Jonás viviría en nuestra choza, ya convivían antes de casarse, creo, pero hubo un tiempo en que todos estábamos amontonados en nuestra gran casa de madera… A veces también me hacían trabajar por gusto, como donde los Matos. El viejo me contrató para hacerle su segundo piso. Arolín y John eran mis ayudantes. Eso sería en ¿1991 o 1992? Arolín ya no trabajaba en Multitemp, John todavía no se había casado, estaba en la universidad y vivía en la casa. No tenía clases, o sea sería el verano de 1992. El viejo Matos enseñaba en no sé qué escuela militar. Era viejón, canoso. Su mujer era joven, parece que había sido secretaria en el colegio donde enseñaba Matos, que estaba separado, o divorciado, o quizá no porque creo que venía solo los fines de semana. Tenían tres hijas chiquitas: Katherine, que era prieta, Roxana y ¿Estefanny?, que en ese entonces tenía cuatro añitos y ya sabía leer, aunque no escribía. Su mamá le había enseñado a leer con la Biblia, como hice yo con Arolín y John. Eran Testigos de Jehová, menos el viejo, que era pagano. Las primeras semanas nos pagaba puntual, después siempre quedaba un saldo para la siguiente semana, hasta que empezaron los problemas, ¿o nos dijo hasta aquí nomás, venga la otra semana para pagarle lo que le debo? Fui con Arolín… ¿El viejo se negó a pagarme, solo quiso darme una parte? Arolín intervino y el viejo lo botó de su casa, casi le hace caer a la más chiquita de los Matos y el viejo le dijo o te largas o saco mi pistola o ¿llamo a la policía? Viejo de mierda, todo para no pagarme. Creo que estaba celoso porque me dijo que John no trabajaba, que paraba conversando con su mujer… Y la hermana Sara calladita nomás, era sumisa, creo que no tenía familia en Lima, por eso se habría metido con un viejo. Ahora tiene otro marido, creo que es más joven que ella, ¿el viejo se murió o el pipilí ya no le funcionaba y la hermana Sara se aburrió de él y lo mandó al diablo? ¿Me pagó todo lo que me debía? Creo que no. Por eso yo les decía a mis hijos estudien, sean profesionales para que no le estén mendigando a la gente, para que no se estén humillando. Donde siempre me fue bien fue donde la hermana Luzmila. También vivía en Los Manzanos, cerca de los Matos. Era más viejita que yo, con los cabellos blancos como el algodón y un rostro de ángel. Era viuda de un médico. Tenía dos hijos adoptivos, la hermanita María y… ¿cómo se llamaba el hermanito, Rafael, Miguel, Jorge? Allí le hacía trabajitos nomás, instalarle un lavadero, hacerle un pisito, levantarle un murito, pero me pagaba bien. Arolín siempre me ayudaba y calladita me pagaba lo que le pedía por mi ayudante. Una vez colocamos un pasamanos. Arolín también le hacía trabajitos, pintarle una pared, hacerle una instalación eléctrica. Era tan buena que cuando John tuvo a su primer hijo siempre le daba un dinero para que le comprara sus pañales… Allí terminamos mal, pero no tanto como donde los Matos… Es que yo ya estaba viejo, no veía bien, todavía no me habían operado de los ojos. Tenía que enchaparle el bañito del hermano y no le puse la plomada y una esquina salió descuadrada y el hermanito se molestó y me dijo hasta aquí nomás, don Juan de Dios, pero al menos me pagó lo que había avanzado. Esos ya eran mis últimos trabajitos, ya no rendía como antes, la vista me fallaba… ¿Hace cuánto que murió la hermana Luzmila? Por lo menos habrá vivido cien años. Donde también nos fue bien fue donde el hermano Lezameta. Nos pagaba puntual, el precio justo, pero nunca nos dio ni una gota de agua. Su mujer era alemana, o hija o nieta de alemanes. Prefería que la maracuyá, las guayabas se pudran antes que decir llévese, hermano, para que coman. Tenían plata hasta por gusto, el hermano era médico. Pero nosotros ni cojudos: aprovechábamos que una vez a la semana se iban a Santa Eulalia a ver su terreno, o su hacienda para robarnos maracuyá, guayaba, palta. Ellos ni comían, le daban todo a un chancho que criaban. Hasta lo ayudamos a matarlo pensando que nos darían aunque sea las tripas y no nos dieron ni la cola. Habrán tragado chicharrón hasta intoxicarse. Así éramos hermanos espirituales. ¿Qué dirán cuando el Señor les pregunte si dieron de beber al sediento? Construimos una pared divisoria durante cinco o seis meses. Después nos dieron para construirle una cocinita, su hija se iba a independizar de sus padres, pero creo que su yerno fue el que contrató a otro albañil, diría don Castelo es muy lento. Peor para ellos porque el otro albañil les hizo todo a la champa. Querían que le hagan su vereda con restos de loseta bien pulida y el otro albañil hasta le pasó escoba para terminarlo rapidito. Así le gustaría al doctor. ¿Cómo se llamaba su nieta que nunca me saluda? Tenía dos nietas… Priscila y Deborah, Deborah era la que nunca me saludaba. Ya estará casada, con hijos. Eso fue también en 1992, antes que Arolín ingresara a la universidad… Hace ya diecisiete años. También hice mis cachuelos donde la hermana… ¿Cómo se llamaba la hermana? Vivía por el puente de Los Ángeles, también tenía otra casita en El Chaparral. Era viuda, separada o madre soltera, no me acuerdo, tenía un hijo bien inteligente que siempre paraba estudiando. Creo que la hermanita trabajaba en una casa, juntaba su dinerito y me llamaba, poco a poco le iba construyendo su casita. Era buena gente, siempre me invitaba refresco, lonche, hasta almuerzo cuando no salía a trabajar. Ese trabajito ya lo hice solo porque Arolín había ingresado a la universidad y John ya no vivía en la casa. ¿Todavía estaba donde el hermano Manrique o ya se había casado? Está amaneciendo, el pedazo de cielo que se ve desde aquí empieza a clarearse. Trataré de dormir un poco, no he dormido nada.




9



Entre los papeles del viejo, encuentro una carta de mi abuela Isidora fechada hace cincuenta y un años. Está escrita a mano y con tinta en un papel que lleva el logotipo del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social – Dirección General de Salubridad. Las letras están bien dibujadas, son alargadas y las palabras están bien separadas entre ellas. Algunas son difíciles de entender.
Chincho 9 de Septiembre de 1948.
Sr. Juan de Dios Castelo
Vitarte
Mi siempre y recordado hijo;
Dios quiera que esta mi carta te encuentre gozando de la más perfecta salud, en compañía de tus familiares de allí; nosotros aquí quedamos sin la menor nobidad con el favor de Dios juntamente con tu papá y tus hermanitas demás familiares de aque;
Después de saludarle cariñozamente pongo los siguiente reglones, pués hijo mio he recibido tú cariñoza carta fecha nueve de junio pasado, en la cual me dices que se encuentra buenos de salud, así nosotros también quedamos bien de nuestra salud, yo tu papá y tu hermanita Gricilda, y otro más que llegó del estrangero, barón su nombre Lauro Castelo y tu hermana Julia, Jesús, y todos apenzativos de no saber su carta, así nosotros también estuvimos mál con las enfermidades yo tu papá también estado enfermo con costipado, hace dias, pero con favor de Dios se ha mejorado, pues hijo Ud. puedes venir lo más pronto, por que el situación de allé, dice que esta muy mál mejor vengase, aquí esta mejor todavía ya barios que se han venido del todo, pues cuñado tu madre llora mucho diariamente, esas lágrimas puede llegar a Ud. no seas tan ingrato de dejar mucho derepente puede morir algunos de ellos entonces puedes quedar avandonado y perder tus animales Gricilda ya esta señorita puede parecer su dueño, no hay confianza.
Cuñado aque tambien hay bastante trabajo para trabajar, nada mas por haora asta proxima contestación, saludos de mi y de tu hermana Julia, Gricilda
Isidora Luján
¿Es letra de mi abuela? Papá siempre decía que su mamá le había enseñado a leer y escribir, que, cuando fue al colegio, ya sabía leer y escribir y la profesora le felicitó por su letra bonita. ¿Por qué le dicen cuñado? ¿Lo escribiría algún pretendiente de sus hermanas?
Aquí mencionan a Lauro como llegado del “estrangero”. ¿Cuántos años tendría mi tío, uno, dos, meses quizá? En febrero de 1961, cuando nació Juan Ignacio, Lauro tendría trece años más o menos. Estaría como Nacho. A esa edad le chocó el daño que le hicieron al viejo y se volvió loco. Qué gente malvada para hacer eso a un chiquillo. Malvada como Mariana.
Hora de dormir, mañana tengo que ir temprano al hospital.
Otra vez el Almenara. Extensas colas en las puertas de los consultorios. Enfermeras y enfermeros que llevan a los pacientes en camillas, en sillas de rueda. La desesperanza dibujada en los rostros de las personas enfermas.
El viejo está en el segundo piso.
Le he traído sus cosas a mi papá, le digo al guachimán, mostrándole la bolsa amarilla donde está el piyama, la ropa interior, las medias del viejo.
Pero no es día de visita.
Le cambio y salgo, le suplico. ¿Y si le dijera somos familiares del doctor Chunga? ¿O de la enfermera Pari? Otros días no puedo venir. Por favor.
Pero solo un ratito, me dice el hombre, un gigante vestido de marrón de la cabeza a los pies. Parece un gorila. Suda copiosamente. ¿Darle un sol para su gaseosa o su agua mineral? Sino me llaman la atención a mí.
Gracias, amigo. No te preocupes que entro y salgo al toque nomás.
Después de buscar en todo el pabellón, al fin encuentro la cama del viejo. Está volteado a su izquierda, como mirando el pedazo de cielo que se ve desde su ventana. Lo contemplo en silencio. Ese es mi padre, mi padre que era fuerte, que parecía invencible, incansable, que construyó tantas casas, que cavó tantas zanjas, que pasó más de la mitad de su vida con mi madre. Ahora está casi derrotado por la enfermedad. Ahora la muerte se cierne sobre su cabeza.
Se vuelve lentamente como si supiera que lo están observando.
¡Arolín!
¡Papá!
Caigo sobre su pecho y lloro. Lloramos. Lloramos como esa vez de su primer cumpleaños sin la vieja después de cuarenta y seis años. Se había quedado solo. Me había quedado solo. Él era viudo; yo, huérfano.
Está más delgado que nunca. Tiene unas profundas ojeras. Sus labios están resecos, cuarteados. Sus manos están huesudas.
Y todavía no le han colocado la sonda. ¿Por qué demorarán tanto si es cosa de media hora?
Sé que ha llegado la hora de mi partida…, me dice. Tiene la voz ronca.
No digas eso, papá, le digo, para darle esperanzas, para que no pierda la fe. Sanarás e iremos a Chincho.
Ya no, Arolín…
¡Papá!
No llores, hijo. Sé que Jehová me tendrá en cuenta en el día de la resurrección. Le he sido fiel desde la primera vez que leí su Palabra. Por eso no le tengo miedo a la muerte. Además, he vivido ochenta y dos años. He vivido más que mis padres, más que María, más que muchas personas a las que quise. Tengo que estar agradecido a Jehová por todos los años de vida que me ha dado, por los padres que he tenido, por los hijos que he tenido, por todo lo que he vivido.
Sigo sollozando. Me pasa las manos huesudas por el cabello. Sus manos de enormes dedos y grandes uñas, sus manos que eran fuertes, que partían la roca a punta de comba, que cortaban leña, que abrían surcos en la tierra para que de ella brotara el pan para nuestra subsistencia.
Jehová es Dios de los vivos, no de los muertos. Él mismo lo dice: el que cree en mí, será salvo. Y yo creo en Él y tengo la esperanza de la vida eterna, de ser llamado en el día del Juicio Final para ser juzgado y recompensado con una vida en el Paraíso.
¡Papá!
Espero que algún día vuelvas al Salón del Reino para poder estar juntos durante el reinado de los mil años de Jesucristo, hijo.
¿Prometerle lo que no haré? Cuántas veces discutíamos porque yo no era como John: un Testigo de Jehová ejemplar, el orgullo de su padre.
Algún día, papá. Primero tengo que preocuparme por los chicos.
Tú los quieres como si fueran tus hijos. Edúcalos para que sean profesionales, para que nunca extiendan la mano a nadie por un pan… Para que no terminen como John.
Te lo prometo, papá, le digo, secándome las lágrimas que bajan incontenibles por mis mejillas. Lágrimas que él seca con sus dedos.
Tu mamá va a estar contenta. Recuerda que quiso a Nacho y a Diego como si fueran sus hijos. Por ellos soportó todo el odio que le dieron Mariana, Carolina y Jonás… Si esos chicos fueran jardineros, albañiles, mototaxistas, esa gente estaría contenta. No permitas eso.
No lo permitiré, papá. No permitiré que nadie les haga daño nunca. Te lo prometo.
Lo sé. Sé que harás eso. ¿Sabes?: para tu mamá eras su mejor hijo, y para mí también. Nunca nos trajiste dolores de cabeza, nunca nos hiciste pasar vergüenza. Solo nos has dado alegrías. Y Jehová sabrá recompensarte…
Lloramos.
Le doy un poco del agua que le han dejado en un jarro. Bebe un sorbo.
Hasta ahora no sé por qué Mariana y Carolina odiaban a su madre. María era tan buena…
Un día la van a pagar bien caro todo lo que le han hecho a la vieja.
No es buena la venganza, hijo. Dios dijo que hay que poner siempre la otra mejilla.
Yo no, papá. Si la vieja no se hubiera muerto, no estarías acá.
Lo sé…
Le limpio el sudor que perla su frente.
Siempre vayan a Chincho. Allí está la casa de tu abuelo Ignacio. Consérvenla.
Siempre iré, papá.
Lleva a los chicos para que conozcan la tierra de sus antepasados.
Lo haré, papá.
¿Están regando las plantas?
Sí, papá, le digo. Para qué decirle que el motor se ha malogrado, que el agua solo llega hasta mitad del cerro.
Ese terreno es tuyo. Cuando te pague Vinces, haz un muro, no vayan a invadir.
Al primero que se meta, lo atravieso con la lanza.
Se sonríe.
En mi choza tengo unos documentos, unas cartas… Están en un maletín marrón de cuero. Te pueden servir a ti que te gusta escribir.
¿Decirle que ya los encontré?
Los conservaré, papá.
No quiero misa, ni cruces, ni nada. El muerto está bien muerto, ya no necesita nada.
¡Papá!
¿Recuerdas ese pasaje de la Biblia donde el rey David estaba triste durante la enfermedad de su hijo, mas después, cuando murió, cantó y bailó?
Sí, papá.
Lo hizo porque cuando uno muere ya no siente dolor, ni hambre, ni nada. Cuando uno está vivo hay que preocuparse, después ya no. El ser humano es como cualquier animalito que se muere. El espíritu, la fuerza activa que nos mantiene con vida vuelve a Jehová. El día de la resurrección despertaremos con nueva carne, estaremos jóvenes como Jesucristo. Sanos y fuertes.
¡Papá!
No llores, Arolín. ¿Cuándo te casarás?
Algún día, papá, cuando encuentre a la chica ideal.
¿En tu colegio no hay una profesora buena, trabajadora?
No, papá. Todas son casadas, viejas, gordas y feas.
El viejo sonríe. Yo también.
Tiene que ser buena, de su casa…
Para no terminar como John.
Ese cojudo.
Papá…
¿Sí, hijo?
Quiero pedirte disculpas…, agarro sus manos que están puro hueso y pellejo.
¿De?
¿Te acuerdas de esa vez que no ingresé al Conservatorio, discutimos y…?
No te preocupes, hijo… No llores. Hace tiempo que te perdoné. ¿Te acuerdas cuando fuimos a Palpa, Pisco, Ica, Chincha?
Sí, papá.
¿Cómo se llamaba esa playa que hay en Chincha?
Cruz Verde.
¿Sabes?: le he pedido a Jehová que, cuando nos dé un lugar para vivir durante el reinado de su hijo Jesucristo, me dé un lugarcito así, junto al mar.
Sé que te lo dará, papá.
Eso espero yo también, para estar con tu mamá, con todos ustedes, con Juan Ignacio y Eva Cristina, con tus abuelos, con mi abuela Cristina…
Con Prudencio Luján.
También, ¿por qué no?
Reímos.
Un guachimán entra a la sala. Me pregunta si tengo pase para ingresar en días que no son de visita. Le digo que no. Me pide que me retire.
Le doy un beso en la frente al viejo y salgo. En la estación de enfermeras le pregunto a una cuándo le volverán a colocar la sonda al viejo. Me dice que lo están evaluando.
Me regreso a la casa.
Revisando los papeles del viejo, encuentro un par de cartas más. La siguiente está escrita a máquina. Está dirigida a los que compraron la casa. La mandó cinco meses antes de que yo naciera.
Huanta, 5 de Enero de 1,968
Señor: Teodocio Aranda y señora:
Me querido y estimado señor Aranda les deseo que la presente carta que les encuentre gozando de lo más perfecta estado de salud en compañía de tu queridísima esposa, hijos, e hijas y más familiares que les rodea en esa.
Después, de saludarte muy cariñozamente paso a decirle lo siguiente: señor, Aranda nosotros nos encontramos sin ninguna novidad por la divina providencia de nuestro salvador hasta el momento, solo extrañando la presencia de Uds.
La presente carta tiene por objeto a la qué respecta los areglos pendientes que tenemos con Ud. señor Aranda, según la comunicación de mi primo Maximiliano Luján dice que Ud. quieres cancelar el saldo que debe, para mí está mágnifico si asi lo desean Uds. yo le hé dado la amplia facultad a mi primo Maximiliano Luján Castelo para que areglen cuanto antes más posible conforme que han acordado con mi primo, yo sinceramente señor Aranda, no tengo tiempo con los trabajos para ir yo mismo a areglar con Ud. yo la véz pasada que fue areglar con Ud. envano por eso yo le dije a Ud. mejor seria devolverle su dinero pero en consecuencia entercambiando ideas con mi esposa hemos llegado a un conclusión de areglar con Ud. ó en sofacto venderlo á otro, de modo ya que Ud. piensa cancelar el saldo estamos de acuerdo yo y mi señora, de manera Uds. traten de areglar con mi hermano M. Luján C. y, anticipo mis sinceros agradecimientos que todo salga satisfactoriamente la casa es suya señor Aranda y señora.
Me despido de Uds. sin otro particular, aprovechando la oportunidad para reiterarles de mi más alta consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Att. Y S.S. Juan D. Castelo Luján
Faltaban dos años todavía para que regresáramos a Lima, a vivir primero donde un familiar y después en La Realidad. Y mi padre seguía empeñado en vender la casa, a pesar, como se ve, que el comprador la hacía largas.
La otra carta es de mi madre. Es de ese mismo año, pero meses después. Yo ya tenía tres meses de nacido. Y papá estaba en Lima.
Huanta 22 de Setiembre de 1968
Señor Juan de Dios Castelo, Lima
Mi muy estimado Juan
Te deseo que la presente carta que le halle gozando de la buena salud en unión de tus queridicimos familiares.
Después de saludarte pazo a comunicarte los siguientes reglones.
Querido Juan haqui nosotros estamos siempre sufriendo de ti que al separarse de hogar ase falta que las criaturas sufren por ti tanto estan enfermos con la gripe, la vevita está muy mal
Sabes Juan de la hacienda Santa rosa no se sabe nada por que mi papá no ha ido a trabajar resulta que no sabemos hasta hoy nada
Que también necesito plata ya esta terminando con el remedio que compro para los chicos por hezo te pido que me mandes plata y también necesito ace.
Me despido cariñozamente con fuerte habrazo recibe saludos de Carolina, Marianita, Arol y de la comadre Saturnina que tanto siente por ti y espero pronto la respuesta.
Continúa en la otra cara:
Los animales también estan bien y Juan las 2 gallinas sea muerto el día martes por la mañana no se sabe lo que ha pasado
Ya despues mandare el día lunes o martes una carta y haura pronto hey abreguado un tereno por la calle por el fondo cuesta 40 el metro cuadrado y en la calle cuesta 80 metro cuadrado
María Palacios
¿Mamá estaba en Cangari o en Huanta? ¿Quién le escribió la carta? ¿Carolina? La caligrafía es elemental, pareciera que lo hubieran escrito con un lapicero que estaba a punto de acabarse. No tiene firma, solo el nombre de mamá al final. El papel apenas seis huequitos hechos por la polilla que pasó una sola vez por la hoja doblada dejando ese agujero como recuerdo de su paso. ¿Quién era la “vevita” que estaba muy mal?, ¿Mariana, que entonces tenía dos años y ocho meses, o yo?




10



Una casita en la playa, el mar esmeralda a un paso, la arena blanca, las gaviotas surcando el cielo azul… María joven, llena de vida, con el rostro risueño, siempre gordita ¿Cuántos años tenía esa vez que la vi con mi papá cuando pasamos frente a su chacra? ¿Tres, cuatro? ¿Estaría como Bere o como Nela? Buenos días, taita Ignacio, le dijo a mi papá. Buenos días, hijita, le dijo mi viejo. ¿Quién es esa gordita, papá? Es María, la hijita de taita Julián Palacios, el Uchumayor. Yo estaría como Nacho, o como Diego, sería antes de irme a Huanta ¿Hace cuántos años ya de eso? Setenta años por lo menos… Este aparato no me deja respirar bien, me reseca la garganta. Un poquito de agua, mi barriga parece fuego. Me han puesto una sonda para orinar. ¿Hace cuántos días que estoy acá? La playa, siempre el sol, las olas inmensas de ¿Cruz Verde?… A Nacho y a Diego les gusta el mar… María, todos nuestros hijos: Carolina, Mariana, Arolín, John, Flora, Dora… También Juan Ignacio y Eva Cristina… Y ese bebito que María abortó y yo guardé en una botellita azul… Habríamos tenido nueve hijos… Juan Ignacio hubiera cumplido cuarenta y ocho años ¿Qué hice con la botellita azul?, ¿la enterré en el jardín o la tiré a la sequia?... Creo que la llevé a Huachipa para enterrarlo junto a Eva Cristina… También estarán mi mamá, mi papá, los padres de María, taita Julián y mamacha Felicitas… Los terrucos la mataron en Jiljarajay, también a Anacleto… A Graciela lo mataron los cachacos en Acobamba junto a Juan Rejano, el esposo de Teodora, los quemaron vivos, Victoria y Blanca lo vieron, los cachacos les dieron de comer carne de gente como si fuera chicharrón… También estarán Lauro e Inquicha… En el reinado de Jesucristo ya nadie estará enfermo, adolorido, todas esas cosas serán del pasado, habrá un nuevo cielo, una nueva Tierra, la Tierra será remozada, nosotros mismos sembraremos para comer, criaremos nuestros animales, ya no existirá el dinero ni tiendas ni bancos ni carros… Yo he sido panificador, sé de agricultura, mi padre era campesino, sé de animales… Mi sueño era criar chanchos en Tincuy, alimentarlos con tunas Todos mis nietos, nuestros nietos, María… hasta ese hijo que John tiene botado… El otro día fue a la casa una chica con una citación de la Demuna, ha denunciado a John pidiéndole alimentos para su hijo… ¿Cómo se llamará esa criatura? Menos mal que ya no estás aquí porque sino Mariana te diría tu hijo es un perro, un sinvergüenza, un bueno para nada, y tú llorarías, sufrirías… se te subiría la presión arterial ¿Cuánto tiempo ya de tu ausencia?… Desde el 22 de julio del 2005… era viernes ese día. A las cuatro de la tarde te moriste… Antes te desmayaste… en el cuarto de Dora, estabas cuidando a Bere, Mariana parió y te puso de su niñera. Yo también le he cuidado a esa chiquita a cambio del rincón que me dio Mariana para dormir… Qué no hemos hecho por necesidad… Ese día almorzamos a las doce como siempre, los chicos ya estaban de vacaciones, Arolín se había ido a trabajar temprano, tenía desfile en Vallecito, faltaban unos días para las Fiestas Patria… ¿A dónde iremos a pasear, Juandi?, me preguntaste… Me decías Juandi, Juandicha… Íbamos a ir a Matucana, en enero iríamos a Huanta, hasta allí ya estarías bien… John iba los fines de semana a Huanta a dictar clases… Un mes antes habías sufrido un derrame cerebral, te desmayaste en Chosica, ¿cuántos días estuviste internada?... Volviste a la casa María sabía que se iba a morir… Un día vinieron los bomberos, una enfermera o una doctora, creo… Siempre llamábamos a los bomberos cuando teníamos una emergencia… Reunieron a la familia, ¿estarían Mariana y Carolina? Creo que estaban peleadas, Arolín se había ido a su trabajo… Arolín estaba peleado con Carolina y Jonás… Jonás le quiso pegar porque le hizo una broma a su hijo… Jonás y Carolina odiaban a los chicos, no dejaban que jugaran con sus hijos… Mariana también los odiaba… Cómo odia a Nacho, lo desprecia… como si no tuvieran la misma sangre… La vida de su madre pende de un hilo, les dijo la doctora de los bomberos… María me lo repetía: me he salvado por un pelito, la próxima que me desmaye, me moriré… Pobre María, sus hijos fueron su cruz. Mariana sabía que la presión alta es una enfermedad y siguió atormentando a su madre, Carolina también, y Jonás también… todos ellos habían estudiado enfermería, solo Carolina no ejercía. Cuántos habrán muerto de derrame cerebral en sus hospitales. Ellos la mataron, mataron a mi María… Me llevaban al chifa y María se quedaba mirando, me invitaban a su casa a celebrar sus cumpleaños y a María nada… John se peleaba con su mujer y Mariana le reclamaba a María como si ella fuese la culpable… Se iba donde la vieja Ángela y venía con chismes. Se encerraba horas y horas con Carolina para chismosear… ¿Será cierto que Arolín estuvo con una madre de familia cuando enseñó en el López Albújar? Así le dijo Mariana a su mamá: tu hijo ha estado con una madre de familia, por su culpa la señora se ha separado de su esposo, ahora dice que la directora no lo va a contratar nunca más… Puras calumnias porque cuando Arolín ganó un concurso de cuentos la directora lo invitó para que fuera padrino de la biblioteca del colegio… y Mariana terminó de comadre de esa señora, una gorda con cara de chancho… Qué se iba a meter nuestro hijo con esa mujercita. No soy sonso para estar con una mujer con hijos, le dijo Arolín a su mamá, ¿acaso me he matado estudiando para terminar manteniendo hijos ajenos? Además, el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite… Porque ayudaba a la casa con la bolsa de víveres que le daban en el hospital Mariana se creía con derecho para meterse en la vida de los demás, para destruirle la vida a su madre, para destruirme la vida… Nadie se metía en su vida y ella sí tenía derecho en meterse en las vidas ajenas Yo estaba en el cerro regando las plantas cuando vi a Jonás ir corriendo a la cocina, después a Carolina, después a Arolín, que acababa de llegar de su trabajo. Pensé que de nuevo se estaban peleando, que los chicos les habían pegado a sus hijos… Como no oigo bien, no podía escuchar los que estaba pasando… Después vi a la señora Falcón, amiga de María, y a su nuera… ¿cómo se llama? y a Katimba. Qué estará pasando, pensé. Bajé a ver: María se había desmayado. A duras penas logramos sacarla hasta el auto de Katimba, pesaba bastante. La llevaron al hospital de Miguel Grau Mi mamá ha fallecido, nos dijo Arolín cuando regresó. Estábamos cenando… Le dio un derrame cerebral… Se desmayó y ya no despertó nunca más. Ni siquiera se dio cuenta que se estaba muriendo Días antes vi su ánima… o noches antes más bien. Después de ver las noticias fui a cepillarme los dientes. Vi que María iba como para detrás del antiguo gallinero. Estará yendo a orinar, pensé. Terminé de cepillarme y no regresaba. Habrá ido a recoger la ropa, pensé, pero nada, no regresaba. Carajo, ¿habré visto visiones? Fui a la cocina: allí estaba María conversando con Mariana. ¿Has ido a orinar?, le pregunté. No, me dijo. Pero si te he visto ir detrás del gallinero. Ya estaré andando, dijo, estaré recogiendo mis pasos. No le hubiera contado que la vio, me dijo la señora ¿Martha, o Alejandra? Otra vez la vi unos días después que murió. Yo entonces dormía en mi choza. Apagué la luz para dormir, y la puerta se abrió y entró María. Estaba igualita, toda gorda, sonriente. Se sentó en la orilla de mi cama y empezó a quitarse la ropa como para dormir. María está muerta, pensé, ese debe ser el diablo… María, Jehová Dios dice que los muertos están descansando en sus tumbas hasta el día del Juicio Final, le dije. ¡Fuera, Satanás! María se levantó, abrió la puerta y se fue… María, estuvimos juntos cuarenta y seis años en las buenas y en las malas, andando aquí y allá como gitanos, en Vitarte, en Cangari, en Huanta, en Huachipa, en Ñaña, en Chaclacayo, en Cocachacra, en la Pampa… Quizá no debí de haber renunciado a la FAM, vendido la casa… Esa fue nuestra ruina, pero igual estuvimos juntos, no como Emilia que lo bota a John cuando llegan las vacaciones y no le pagan en el colegio particular La velamos en la casa de Mariana. Toda la noche nos pasamos subiendo al techo los ladrillos para limpiar la sala, amontonando la arena debajo de la escalera. ¿Vino John a ayudar?... La trajeron a las seis de la mañana… María en un cajón… María muerta… Tan buena que era, tan hacendosa, siempre juntos en todo, comiendo o no comiendo… Una vez no conseguía cachuelos y toda una semana comimos arroz con calabaza china que daba en el jardín… Me compraba mis camisas manga larga donde don Pérez, al crédito… Trabajó donde don Caldas, donde doña Julia Abarca, donde la señora Olga… todo por los hijos… Vino bastante gente a su entierro… María… La llevaron en hombros al cementerio… Nos quedamos solos… Me quedé solo después de cuarenta y seis años de haber estado juntos… Arolín le mandó hacer una lápida bien bonita con la plata que ganó en un concurso de cuentos… Nadie le ayudó, nadie dio un sol… John tenía plata, se había hecho un préstamo de un banco, agarró a su familia y se fue a Huanta… Se le terminó la plata y su mujer la botó… esa perra por cuya culpa María sufrió bastante… María se dio el gusto de jalarle de las mechas. La noche del velorio Emilia se metió a dormir a la cama de María y María le jaló de los pelos… Se murió disgustada con esa mujercita… Quién iba a pensar que era una víbora, que engatusó a nuestro hijo. Por culpa de esa mujercita hasta estafador se ha vuelto… Si se hubiera casado con la hermanita Loida habría sido feliz. Esa sí era una chica que valía la pena Una gota de agua… tengo seca la garganta… Cuando le paguen a Arolín iremos a Chincho, pero es lejos. Tendríamos que ir por Julcamarca, yo conozco el camino, todo es en bajada… O por Huanta, vamos y descansamos un par de días donde Susana, salimos tempranito y llegamos antes que oscurezca… O podemos ir a Cangari donde Irma y vamos por la orilla hasta el puente… Antes, cuando no había puente, mi papá cruzó el río Cachi llevando un fantasma en sus hombros. Era una madrugada, todavía estaba oscuro, iba a Huanta con sus burros. Pasando mama Bini los burros se negaron a dar un paso más. ¿Qué pasa, carajo? ¡Avancen! Fuete y más fuete y nada, los burros parecían clavados en el suelo… Con las primeras luces de la mañana, vio que un hombre estaba en la orilla del río. Iba y venía como tanteando el agua para ver si se animaba a cruzar o no. ¿Sería un borracho? ¿Desde cuándo los burros se asustaban con un borracho? Lo saludó. El hombre le contestó con una voz que no era de este mundo… A mi viejo se le pusieron los pelos de punta. El fantasma le pidió por favor que lo ayudara a cruzar al otro lado. Mi viejo aceptó… Era valiente. De un salto el fantasma trepó sobre sus hombros… Se metieron al agua. El fantasma no pesaba nada, parecía de aire, pero cómo le castañeteaban los dientes y se estremecía todo cuando mi viejo trastabillaba en una piedra resbalosa amenazando con darse un buen chapuzón. Hasta que por fin llegaron a la otra orilla. El fantasma saltó a tierra, le dio las gracias y se fue apuradito con dirección al cementerio de Cascabel… Yo vi un fantasma cuando era niño. Siempre iba a dormir donde mi abuela Cristina y me volvía temprano a mi casa. Un día me despierta y me dice Juan, ya vaya, ya está amaneciendo. Estaba yendo por el huayco, cuando vi venir a un hombre que se parecía a mi tío… ya ni me acuerdo su nombre. Yo estaría como Bere, o como Diego. Buenos días, tío, lo saludé. No sé qué murmuró que me asusté y eché a correr. Más allacito volteé y vi que crecía y crecía y después se cayó de un solo golpe. Te hubiera tragado, dijo mi mamá. Eran como las dos de la mañana, mi abuela se había confundido porque había luna llena… Mi abuela Cristina me quería bastante. Mi negro, me decía. Mi papá, cuando se amargaba, decía ese negro qué va a ser mi hijo. Yo había salido a mi abuelo Marianito: crespo y prieto, en cambio mis hermanas eran blancas, Julia es rubia… Lauro también era blanco, crespo, se parecía al Che Guevara Subiríamos el Pauca por el camino de los animales, ir por Runañan es peligroso, está lleno de abismos interminables. Esa vea que María fue con Arolín y Nacho, a duras penas llegaron. Caminaron todo el día… Es que es lejos. Una vez casi muero cuando me dijeron que mi papá había muerto y fui como loco… Desde la cima del Pauca ya se ve Chincho, aunque todavía se tiene que ir un trecho más y pasar Chullayacu. Desde allí también se ve el Razuwillca, más allá de Huanta… Una montaña blanca, lejana. Por allí está Uchuraccay, una vez llegué haciendo trueque. ¿Fui con taita Julián? ¿Por qué nos separamos? Llegué cuando oscurecía, o bien tarde ya, siguiendo a los burros que, menos mal, conocían el camino porque al día siguiente, de regreso, recién vi los abismos que se abrían a un paso del camino… Porfirio se cayó hace unos años, menos mal que la mochila que llevaba se atracó entre las rocas deteniendo su caída… Quién como Porfirio que está feliz en Chincho. Estaba bien mal, se operó de los ojos y ahora está mejor que yo. Es que en Chincho el aire es puro, el agua es limpia, no necesita que le echen nada para beberla… Saldré de aquí y volveré a mi pueblo… ¿Hace cuántos años que no voy por el Pauca? Desde que nos vinimos a Lima en 1970… Hace casi cuarenta años ya El cortejo fúnebre bajando por el polvoriento camino de La Realidad… Treinta y seis años caminando entre el polvo, tomando agua sucia, tragando el polvo, escarbando en la tierra dura para clavar unos troncos para levantar nuestra choza, rompiendo las rocas para ganar un poco más de terreno… Todo por culpa de las brujas… Llegar al cementerio… Dejarte allí, María… María… María… Nunca más pudimos volver a Jiljarajay, a Huanta desde ese viaje de hace veintinueve años ya… ¿Por qué tuviste que morirte antes que yo? Apenas viviste sesenta y nueve años… Yo he vivido trece años más que tú. Para tu último cumpleaños nos fuimos a Cocachacra con Nacho, Diego y Bere… Nela todavía no había nacido… Arolín te dio cincuenta soles… Siempre nos daba propina en nuestros cumpleaños… Por eso lo odiaría Mariana… Fue un día bonito, al día siguiente los chicos volvían al colegio… Arolín les compraba sus útiles, les sigue comprando… les compra hasta el último lapicero… Nacho ya está en primero de secundaria, Diego está en quinto de primaria… Van a ser profesionales como tú querías… para que Mariana y Carolina se traguen su orgullo, para que Jonás se muera de cólera… no van a ser jardineros, albañiles o mototaxistas como les gustaría… Allí están Carolina y Arolín… Carolina lloriquea… papá, papito… No llores, hija, le quiero decir pero no me salen las palabras… Tengo seca la garganta, la mascarilla del oxígeno no me deja hablar… ¿Trajeron el papel y el lapicero que le encargué a Mariana?, les digo por señas… Arolín saca una hoja blanca y un lapicero negro… Carolina le da un libro… Voy a escribir… voy a escribir pero las manos me tiemblan… no puedo sostener el lapicero… Carolina me sostiene la cabeza Tengo que escribir… escribir… Carolina deja caer mi cabeza en la almohada, llora… no lloren, no quiero que Mariana me haga misas como le hacía a su mamá… Le he sido fiel a Jehová la mitad de mi vida… desde ese día en que don Pedro Vargas me regaló una Biblia cuando estábamos a punto de partir a la sierra… Siempre es bueno leer la Palabra de nuestro Señor, don Juan de Dios… Eso fue… fue a comienzos de… de 1967… Yo iba a cumplir cuarenta años… María tenía treintiuno… María… Jehová me devolvió la salud, las fuerzas… derrotó a las brujas, al brujo… a los brujos que me arrebataron a Juan Ignacio y a Eva Cristina… Juan Ignacio era un niño hermoso… es un angelito, su lugar es el cielo, decían cuando lo miraban… Hubiera tenido cuarenta y ocho años… Háblenle, les dice la enfermera, todavía les puede ir y entender… Iremos a Chincho, papá, me dice Arolín… ¿Cómo se llamaba el tipo que te estafó?... ¿Vicente?... Vinces… Le dijo que había ganado un concurso hace un año y hasta ahora todavía no le paga… Deberías de denunciarlo… Las manos de Arolín en mi rostro… Deben quejarse a la Administración, les dice un hombre, no puede ser que en tantos días no le hayan vuelto a colocar la sonda si es sencillo hacer eso… Le puede dar una infección… Ya, volvemos, papá. Carolina y Arolín se van Ya no se preocupen por mí. No le tengo miedo a la muerte. La muerte no es el fin, al contrario Del polvo fuimos tomados y al polvo volvemos Pero los que conocimos la Palabra inspirada de Jehová tenemos la esperanza de la resurrección Las trompetas del Armagedon resonaran en los cielos y las tumbas conmemorativas se abrirán para dejar salir a sus ocupantes Los que le fuimos fieles, los que perseveramos pese a las tentaciones que nos tendía Satanás, seremos recompensados con un nuevo cielo y una nueva Tierra La Tierra será hermoseada Una casita junto al mar que construiré con mis propias manos para vivir con mi mujer y mis hijos Sembraremos lo necesario para alimentarnos. Los troncos que varen el mar nos servirán para cocinar nuestros alimentos Me haré un horno para cocer nuestros panes cachitos, rosquitas, chaplas estoy seguro que las chaplas les gustarán a mis hermanos Me gustaría tener como vecinos a los hermanos Haro y Soto, al hermano Manchego, a la hermanita Luzmila, a la hermanita… ¿cómo se llamaba la hermanita? Que los Lezameta estén lo más lejos posible… A los Matos ni los quiero ver Pero para qué preocuparme, ya no existirá el egoísmo, la maldad, la hipocresía, la indiferencia Todos seremos perfectos en cuerpo y alma a la manera de nuestro Señor Jesucristo Seremos bondadosos con nuestros semejantes como Él lo fue con nosotros ¿No es eso maravilloso? Podremos conocer a Abel, a Abraham, a Moisés, a Isaías, al rey David, al rey Salomón, a Noé, a Samuel, a Daniel, a los apóstoles… Carolina y Arolín regresan… Arolín moja mis labios, deja caer gotas de agua en mi boca… Carolina lloriquea… La enfermera se acerca. No es día de visita, les dice, pueden estar, pero uno por uno, los doctores no se vayan a molestar… Carolina se va… Arolín toma mis manos, inclina el rostro, murmura… murmura… sus ojos se llenan de lágrimas… las lágrimas ruedan por sus mejillas… tiene la mejilla izquierda lastimada… estaba aprendiendo a caminar, tropezó y se cortó con la puerta de calamina… Mis manos en sus manos… en sus manos tibias… Mi mejor hijo… nuestro mejor hijo, María… Terminó su carrera como querías, sacó su título como querías, se nombró como querías… Siempre rezo por él para que vuelva al Salón del Reino… Abre los ojos, me voy, papá, mañana vengo… Se inclina, me da un beso en la frente, se va… Carolina regresa, llora… Cuando estábamos en Cangari le compré su caballito… Lorjarda la cuidaba cuando era chiquita y estábamos en Vitarte… Siempre me alcanzaba un plato de comida… para María nada… Rezo por ella para que Jehová limpie el rencor que tiene en el corazón… Me voy, papá… llora… te quiero, papá Cuando estemos todos juntos en el Reino de los Cielos formaremos una gran familia Mamá, papá, mi abuela Cristina, mi abuelo Marianito, mi tatarabuelo Prudencio Luján, Lauro… mamacha Felicitas, taita Julián, Anaclo, Graciela, Teodora, Juan Rejano, Antonia, Inquicha… Juan Ignacio y Cristina… y María… María… mi María… siempre con una sonrisa en los labios María…. María… mi María… toma mi mano así… La arena blanca, el mar turquesa, el cielo azul, el viento que mueve las palmeras María… mi María

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