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sábado, 10 de marzo de 2012

Fuiste mía en verano (1)



La playa estaba solitaria como todas las mañanas. La marea nocturna había barrido la arena llevándose los castillos con sus princesas y dragones construidas por los niños la víspera.
Las gaviotas se echaban a volar a mi paso, los pelícanos escapaban con paso torpe.
Las olas llegaban a la orilla, besaban mis pies y retornaban a la inmensidad del mar dejando una estela de espuma que desaparecía segundos después.
El mar esmeralda, el cielo acerado. Los pescadores volviendo al puerto con sus bodegas llenas de pescados.
El sol saliendo entre los cerros. El sol que dentro de unas horas lo abrasaría todo.
Me sentía dueña de la playa. Una princesa. La princesa Grace. Pensé en Grace. ¿Sería cierto que tenía catorce años? Era bien despierta para su edad. Yo le había dicho que tenía veinte años, había puesto fotos que no eran mías. La había pasado bien, había tenido dos orgasmos. ¿Sería cierto que se metió el dedito?
Allá estaban las islas. Las barcas les daban un rodeo para no encallar en los bancos de arena que las rodeaban. No estaban lejos, a unos diez minutos de nado parejo y constante. O podías dejarte llevar por la ola grande.
Oriana estaría preparando el desayuno, cortando la papaya y la beterraga, pelando los plátanos.
–¡Mierda! –lancé un alarido. Caí sobre la arena. Aullé como una perra en celo. Vi todas las estrellas del firmamento.
–¿Qué te pasó?
Abrí los ojos: no era el viento quien me preguntaba qué me había pasado. Era una mujer y estaba de cuclillas frente a mí.
–Creo que me he cortado el pie.
–¿A ver? –tomó entre sus manos mi pie lastimado. Tenía las manos ásperas y con restos de pintura. Manos de arco iris, pensé–. Pucha, te has cortado con este vidrio –levantó un pedazo de botella. Se había manchado la mano con mi sangre–, aunque no mucho.
Transpiraba. Sudaba. Su olor se metió por mis narices. Era como el olor de una noche apasionada. Un olor agradable. Sentí hormiguitas en mi Secreto. Tenía el rostro colorado. Era bonita. Tenía un aire a la Kim Kardashian. Llevaba el cabello, negro y lacio, atado en una cola de caballo.
El sudor le bajaba por el cuello, humedecía su body blanco. Estaba sin sostén: allí estaban sus pezones, oscuros y puntiagudos, queriendo atravesar la tela.
–¿Tus zapatos?
–Salí a caminar descalza…
–¿Vives cerca?
–Sí, allá –apunté al conjunto de casas debajo del cerro–. ¿Tú?
–En el Malecón.
¿En cuál de las casas del Malecón viviría? ¿En la zona antigua o en la moderna? En la zona antigua las casas eran grandes, amplias, casi todas de adobe. En la zona moderna abundaban los chalets, los departamentos, las discotecas. Hice un recorrido mental por el Malecón, por sus calles amplias, empedradas.
–Ah, qué bien.
–Deja que te ayude.
–Gracias…
–Luna Miguel. ¿Tú?
–Luz.
–Bonito nombre.
–Gracias. El tuyo también –¿decirle tienes un nombre raro? ¿Es tu nombre de pila o te lo has puesto tú? Luna Miguel…
Sonrió.
En la siguiente ola juntó agua en la cuenca de sus manos y me lavó el pie.
–¿Podrás llegar a tu casa?
–Tengo que poder.
–Deja que te acompañe.
–Gracias.
Me ayudó a ponerme de pie. Sentí su piel caliente, sudada. Sentí un ejército de hormigas invadiendo mi Secreto.
Tenía una lycra blanca con un Red Bull estampado a lo largo del muslo derecho. Se notaba su calzoncito de encaje. Hice como si me doliera para apoyarme más en ella. Su piel caliente. El deseo creciendo en mí. Las ganas de hacerle el amor. Darle un beso. Acariciarle la piel. Besarle la piel. Tendría el Secreto mojado.
–Apóyate en mí y pisa con el empeine para que no se te meta arena en la herida.
–Ok. Gracias.
Le pasé un brazo por la cintura. Sentí su piel caliente, húmeda, pegajosa debajo del body. Sentí un estremecimiento entre mis piernas.
Echamos a andar. Yo como un pelícano.
–Nunca te había visto por acá, Luz.
–Solo venimos para las vacaciones de verano. Empiezan las clases y nos vamos.
–¿Qué estudias?
–Acabo de terminar el cole –nuestras caderas se rozaban. Yo sentía que mi clítoris se empezaba a poner durito. Llegaría a casa y me tocaría. ¿Ella no sentiría nada?–. ¿Y tú qué haces?
–Pinto –dijo, mostrándome su mano libre con restos de pintura–. El aguarrás y la pintura me las hacen mierda.
–¿Pintas casas?
Rió.
–Cuadros, aprovechando que también estoy de vacaciones.
–¿Estudias pintura?
–Enseño.
–¿En?
–La Universidad Femenina.
La Universidad Femenina. Cientos de chuchas a tu disposición. Chuchas, tetas, culos. Mmm, el paraíso. ¿Decirle allí pienso postular?
–¿Eres profesora?
–Sí. ¿No lo parezco?
–Tienes cara de alumna.
Rió con ganas. También reí. El bamboleo de sus tetas, el roce de nuestras caderas. Mi Secreto humedeciéndose.
–Tengo veinticinco años. A los diecisiete ingresé a Bellas Artes. Terminé a los veintitrés. El año pasado la Femenina convocó un concurso para una plaza de pintura y la agarré.
–Qué bacán. Tú lo has conseguido todo –le dije, recordando las palabras de Grace.
–Tampoco tampoco. Me falta mucho camino por recorrer. ¿Y tú qué carrera piensas seguir?
–No sé… –sentí que el rubor se apoderaba de mi rostro –Psicología, creo…
–Es una bonita carrera –dijo–. Tengo una amiga psicóloga y le va muy bien.
–¿En la Femenina hay psicología?
–Sí. El examen no es tan difícil. Si quieres, te consigo las separatas.
–Gracias.
–¿Quieres descansar un ratito?
–Sí.
Me ayudó a sentarme. Por un segundo le miré el pubis hinchado, la hendidura de la chucha. El lycra estaba tan pegado que parecía otra piel.
–¿A ver ese pie? –otra vez mi pie lastimado en sus manos ásperas. Me vas a raspar el Secreto cuando me lo acaricies. Acaríciame. Empieza por mis pies, sube por mis pantorrillas, continúa por mis muslos, llega a mi Secreto y entra–. Ya no sangra. Menos mal que no es tan profunda. En un par de días podrás caminar con normalidad.
–Gracias. ¿Cuántos años duran los estudios de psicología?
–Cinco. Todas las carreras duran cinco años. ¿Tú tienes dieciséis o diecisiete?
–Voy a cumplir diecisiete el 21.
–¡Felicitaciones!, por adelantado.
–Gracias –¿decirle y no me das un beso? Tenía unas ganas locas de hacerle el amor, de llenarla de besos, de besarle el Secreto. Herida y caliente. Eres una perra, Luz, me dije mientras la miraba de reojo: tenía bonito cuerpo. Era un poquito más baja que yo pero tenía más carne que yo. Nunca tendría sus tetas, ni sus caderas, ni sus muslos.
–¿Siempre andas descalza en la playa?
–Sí, me gusta sentir la arena bajo mis pies. Aunque hoy me levanté con mal pie, creo… Pero ni tanto, sino no nos hubiéramos conocido –corregí cuando vi que estaba metiendo la pata.
–Mmm –murmuró–. Pensé que te había dado un infarto o algo así y corrí para auxiliarte.
–¿En serio?
–Sí –se sentó a mi lado. Las dos juntas mirando el mar, las islas, las olas. ¿Me ibas a hacer respiración boca a boca con tus labios carnosos? ¿Me ibas a meter la lengüita?–. Nunca faltan las tragedias.
–Ah, claro –le dije pensando te perdiste la respiración boca a boca, Luz.
–Cuando te vi de lejos pensé que eras una princesa salida de los cuentos de hadas… Eres una chica linda. ¿Eres peruana?
–Sí. Aunque mi mamá es italiana.
–Con razón.
¿Me estaba coqueteando?
Sonreí, poniéndome colorada.
Su olor a sudor ahora era tenue, se mezclaba con la brisa marina.
–Me imagino que tú pintas desde chica.
–Mmm. Pintaba y dibujaba por toda mi casa y mi mamá paraba granputeándome pero se alegraba cuando ganaba los concursos de pintura de mi cole y sus alrededores y casi se vuelve loca cuando ingresé a Bellas Artes.
–Qué chévere que tu familia te apoye.
–No todos. Tengo una hermana que detesta mis pinturas.
–¿Por?
–No sé… debe ser una amargada. Aunque la mayor me admira, siempre está buscando mis obras en Google.
–Con que te quiera una, es suficiente.
–Mmm. Sobra el aire para vivir.
–Sí.
–¿Y a ti qué te gusta hacer?
–No sé… escribir.
–¿Escribes?
–Sí… –sentí que el rubor se apoderaba de mi rostro.
–¿Qué?
–Poemas y pequeñas historias. Allí están en mi blog, échales una mirada si gustas.
–¿Cómo se llama tu página?
–Luz desnuda –sentí que mis orejas se derretían.
–Buen nombre.
–¿Sí?
–Sí. A ver si te lo robo para el cuadro que estoy pintando ahora.
–Róbamelo nomás.
–Si es con tu permiso, lo haré.
Reímos.
–Estudia Ciencias de la Comunicación o Literatura.
–¿Crees?
–Sí. No hay nada como trabajar en lo que te gusta. Nunca te cansas, siempre estás con ánimos de hacer tus cosas. Ejemplo yo: debería de pasarme las vacaciones durmiendo a pierna suelta en lugar de estar pintando horas y horas estropeándome las manos y contaminándome los pulmones pero me llega y sigo haciendo lo que me gusta.
–Así como Vargas Llosa que ha ganado el Nobel y sigue escribiendo pese a que es millonario.
–Ajá. Igual Szyszlo, pese a sus ochenta y tantos años sigue pintando con los mismos ánimos que tenía a los veinte.
–Pucha, algún día encontraré mi verdadera vocación.
–Tampoco te preocupes. Apenas tienes dieciséis añitos, tienes toda la vida por delante.
–Recién a los cincuenta escogeré qué carrera seguir.
–Tampoco tampoco.
Volvimos a reír con ganas.
–¿Y qué pintas ahora?
–Un paisaje marino con sirenas, tritones, algo así como Veinte mil leguas de viaje submarino, de Verne.
–Ah, qué chévere.
–Si quieres, un día de estos date una vuelta por mi taller para que mires lo que hago.
–¿Y cómo llego?
–Fácil. En el Malecón preguntas por la pintora y te señalarán mi casa. Todos me conocen, hasta en el Muelle. A veces pinto las embarcaciones de los pescadores.
–¿Sí?
–Sí. ¿No has visto esas embarcaciones con sirenas que llevan el rostro de Larissa Riquelme, de Vanessa Tello, de Leysi Suárez?
–Sí –le mentí.
–Son obra mía.
–Ah, qué chévere.
–Como solo cobro por los materiales, siempre que voy al Muelle regreso con un par de pescados –rió–, para prepararme un cevichito, un sudado. Cuando estoy aquí lo único que como es pescado. Uno de estos días voy a despertar llena de escamas y con cola.
Rió y reí. ¿Decirle se te vería más linda con cola?
–Lo bueno del pescado es que no engorda.
–Pero igual salgo a correr todos los días. Llegando a casa me doy un duchazo, desayuno, y me pongo a pintar hasta la hora en que me toca almorzar. Después me tomo una siesta, pinto de nuevo y antes de que oscurezca me voy a la playa a nadar un rato.
–Tu vida es más interesante que la mía.
–Lástima que solo dure tres meses porque después tengo que volver a clase y no tengo tiempo ni para buscarme los piojos.
¿Tendría pareja, hijos? Seguro que no, sino habría dicho tengo que cocinar para mis hijos, o para mi hijo, o para mi marido, o mis hijos no me dejan pintar, tengo que llevarlos a jugar a la playa.
–¿Y tú qué haces?
–Vagar.
–Tu vida es más interesante que la mía.
Reímos.
–¡Mira, un delfín!
–Pucha, qué bacán. Justo hoy no traje mi cámara.
–Tómale fotos con mi celular y luego te los envío.
–¿A ver?
Le di mi celular y corrió a la orilla y yo aproveché para mirarle el trasero, el calzoncito que se dibujaba debajo de la lycra. Qué rico sería besarle todo, acariciarle, aspirar su aroma.
El delfín hacía piruetas en el aire, se hundía en el agua, desaparecía y reaparecía y Luna le tomaba fotos desde diversos ángulos y yo le miraba el culo, las piernas, los muslos y sentía unas ganas locas de tocarme pensando en ella.
–¿Una fotito? –me dijo, al regresar–. Para que tengas un recuerdo del día en que nos conocimos.
–Claro.
–¿A ver, Luz, sonríe?
Miré a la cámara, sonreí y dije mentalmente su nombre.
–Ahora te tomo una a ti.
–Claro.
–Sonríe.
La enfoqué pensando al menos tendré una fotito para recordarte, para mirarte y pensar en ti.
–Listo. ¿Cuál es tu número para mandártelo?
Me dijo su número y le envié las fotos.
–¿Nos vamos?
–Sí –le dije aunque le hubiera dicho podemos conversar todo lo que quieras porque no voy a hacer nada durante todo el día.
Me ayudó a ponerme de pie y echamos a andar. Otra vez rozar sus muslos, sentir su piel caliente, otra vez sentir las hormiguitas invadiendo mi Secreto.
–¿Estás aquí con tus padres?
–Sí, y con mi hermanita. ¿Tú?
–Sola.
Me alegré por su respuesta, pero lo disimulé. ¿Sola, sin marido, sin hijos?
–¿Tus padres?
–En Trujillo.
–¿Eres de Trujillo?
–Sí. Pero desde los diecisiete estoy en Lima.
–Ah, qué bacán –le dije. Tuve ganas de decirle con razón eres tan bonita como todas las trujillanas–. Trujillo es una ciudad bonita. El 2007 estuve allá.
–¿Fuiste a Huanchaco?
–Obvio. Hasta ahora me acuerdo de los caballitos de totora.
–Es bacán navegar en los caballitos.
–Sí.
–¿Fuiste a Chan Chan?
–Solo al museo. Me hermanita se cansó y no pudimos recorrer la ciudadela.
–Una pena.
–Sí, porque no hemos podido regresar.
–Si un día regreso a Trujillo, te invito.
–Sería chévere. Gracias.
–Recién me das las gracias cuando estemos en Trujillo.
Reímos.
–Esa es mi casa –le señalé mi casa al pie del cerro. Estábamos a menos de cincuenta metros–. La verdecita.
–Es bonita. Llena de plantas. Como para inspirarse mirando el mar.
–Mmm.
Llegamos a la puerta de mi casa. ¿Decirle pasa, te invito a desayunar en agradecimiento por todo lo que has hecho por mí?
–Llegaste sana y salva.
–Muchas gracias, Luna.
–De nada. ¿Podrás subir las escaleras?
–Tengo que poder…
Nos miramos. Sus ojos de gata. Las hormigas invadiendo mi Secreto.
–Bueno, me voy. Fue un gusto, Luz –me acercó el rostro y nos besamos. Su mejilla sudada, su mejilla tibia. Mover el rostro y darle un beso en la boca como por descuido–. Chau.
–Chau, Luna. Gracias por todo.
–No tienes de qué. Visítame cuando quieras.
–Lo haré.
Se dio la media vuelta, le miré el trasero redondo y generoso, el calzoncito perdido entre las nalgas, saqué mi celular y le tomé un par de fotos rapidito mientras ella empezaba a trotar, primero a ritmo lento y después a mayor velocidad. Llegó a la curva y desapareció de mis ojos. La imaginé yendo por el camino de tierra, cruzando el túnel, bajando hacia el pueblo.
Subí lentamente los peldaños, contándolos, volviendo el rostro de cuando en cuando por si regresaba a la playa. Luna. Solo sabía su nombre: Luna Miguel. Sabía que tenía veinticinco años. Sabía que vivía en el Malecón. Sabía que era pintora.
También tenía su número. Podía llamarla.
Me había invitado a visitarla.
Traté de recordar su olor, el olor de sus axilas. El calor de su piel. El roce de sus caderas con las mías.
–¿Qué te pasó en el pie, corazón?
Era papá. La barba cana, la cabeza rapada. El torso desnudo. La cicatriz de su operación al riñón.
–Pisé una mina.
–Uy, chucha, ¿a ver? –se puso de cuclillas y tomó mi pie. Tenía las manos de señorita que no hace nada. Las manos ásperas de Luna. Sus manos con restos de pintura. Las hormigas invadiendo mi Secreto. Ya habría llegado a su casa. ¿Llegaría y se metería a la ducha? Esperaría unos minutos a que su cuerpo se enfriara. Se estaría preparando el desayuno–. Menos mal que es leve nomás. Con una curita estarás bien.
Me dio un beso en el pie.
–Tienes bonitas piernas, princesa. Mejores que los de tu madre.
–No seas incestuoso que vamos a tener hijitos con colas de chancho.
Nos reímos.
Me agarró de la cintura y cruzamos la terraza.
–¿Y mamá?
–Durmiendo como una vaca.
–Qué malo eres.
Volvimos a reír.
–Date un baño para desayunar –dijo, pellizcándome el trasero cuando llegamos a mi cuarto.
Hice lo mismo.
Más risas.
Me metí al baño. Miré las fotos de Luna. Su lycra blanca con el logo de Red Bull en letras rojas. Sus piernas largas. Su pubis. Su sonrisa. Su trasero. Su calzoncito. La bajaría a mi computadora para ampliarla todo lo que quisiera. La podría imprimir. Yo sentada en la arena con la pata herida. El delfín haciendo piruetas.
Me desnudé y contemplé en el espejo: el cabello rubio y lacio caía como una lluvia de oro sobre mis hombros. Mi rostro como el de la Scarlett Johansson. Los senos medianos, la piel casi transparente, los pezones marrones.
Mi pubis cubierto por un vello castaño oscuro cortado como el de Lexi Belle.
Mi Secreto. Mojé mi índice derecho en mi boca y empecé a deslizarlo a lo largo de la hendidura mientras imaginaba que eran las manos ásperas de Luna los que me acariciaban. Luna Miguel ¿qué más? ¿Tendría face? Quizá estaría en la página de la Universidad Femenina. Luna Miguel pintora. Se busca. Quizá también estaría debajo de la ducha. No era ni media hora desde que nos habíamos despedido. Su olor. Sus cabellos negros. Con la mano izquierda me acariciaba las tetas y los pezones imaginando que eran las de Luna las que me acariciaban. Acariciarla a ella, acariciar sus tetas. Chuparlos, morderlos. Entrar a su Secreto. Chuparle el clítoris. Dijo que estaba sola. ¿No tendría enamorado? Pero si era tan linda. En la Universidad Femenina habría gran cantidad de chicas. Pasarle la lengua de abajo hacia arriba a lo largo del surco. Más saliva. ¿A qué olería? Su olor, su olor a axilas, a transpiración. Su olor a bárbara. Luna…
–Luz…
¡Mierda!
Era la Francesca.
–¿No sabes tocar?
–Te estamos esperando para desayunar –por el espejo veía que me miraba el trasero. Temblé. ¿También le gustarían las chicas? Debo haber tenido su edad cuando me enamoré de Miriam Blanco.
–Diles que ya voy. Voy a bañarme.
–Papá dice que te has cortado el pie. ¿A ver?
–Pero no fue nada –me senté al borde de la tina y estiré el pie herido.
Hincó las rodillas en la baldosa, agarró mi pie herido y lo observó.
–Wao, debe de haberte dolido horrible. ¿Cómo te lo hiciste?
–Con un hueso de lobo marino.
–¿Sangraste bastante?
–Como mierda. Pensé que iba a morir desangrada.
Rió. Los dientes grandes como los de la Bere. La Bere soltando sus carajos y mierdas como un pescador. Si mamá nos escuchaba hablar así, nos rompía la boca.
–Ponte una curita.
–Eso haré.
Soltó mi pie. Miró mi pubis.
–¿A qué edad te salieron los pelos?
–Trece –me metí a la ducha– o catorce, creo. ¿Tú ya tienes?
–Todavía.
–¿A qué hora vienen los primos? –cambié de tema.
–Supongo que a las diez. Diego llamó denantes para decir que estaban en el puente Atocongo.
–Uy, Dieguito está bueno para ti.
–No me molestes, ¿quieres?
–Pero si Diego es guapo como Leonardo di Caprio.
–Pero a mí me cae chinche…
–¿Por?
–¿Podrás subir con nosotros a los farallones?
–Me imagino que sí. Tan coja no estoy –abrí el grifo. El agua estaba tibia. Eso es lo malo de aquí: nunca hay agua fría.
Frances no me quitaba los ojos de encima. ¿Ya se masturbaría? De repente era una niña más pervertida que Grace.
Me eché champú y pasé jabón. Volví a abrir el grifo. ¿Luna ya se habría terminado de duchar? Quizá ya estaría desayunando. O pintando. ¿Le habrían llegado las fotos? Llamarla para preguntarle si recibió las fotos.
Cerré el grifo.
–¿Me pasas la toalla amarilla, porfis?
Me sequé.
–¿Me consigues una curita? Mamá debe tener.
Salió. Me puse un short de jean sin nada debajo, sostén rojo vino y un polito blanco.
La Francesca regresó. No había curita, solo espadrapo. Me puse un pedazo en la herida.
–Fuimos al comedor.
–Buenos días, má.
Ni le di beso porque tenía la cara cubierta por una crema blanca que parecía semen. Cada vez estaba más vieja y horrible. Dentro de diez años estaría peor que la Laura Bozzo. Hace poco se había estirado la cara y ahora a duras penas podía abrir la boca. Ni sonreía para que no se le descolgara el pellejo.
–¿Qué tan profundo es ese corte?
Por lo visto, mi corte era la estrella del día.
–Pisó un hueso de lobo –dijo la Frances.
No la desmentí.
–Es superficial.
Oriana empezó a servir el desayuno. Estaba sexy con su uniforme celeste. Allí estaba su culito paradito. Pero Luna era más linda. Luna me arrechaba más.
–Deberías ir al médico, no se vaya a infectar.
–Y te cortan el pie.
–Ay, pá, no exageres. Apenas me salió una gota de sangre.
–Esa gente solo viene a ensuciar la playa –dijo mamá–. Deberían de bañarse en el río.
La vieja está cada vez más loca, parecía decirnos papá.
–La playa es de todos, mamá.
–Ojalá que cuando te cortes el culo no digas lo mismo.
–Ay, mamá, eres exagerada.
–Soy realista, hijita, que es otra cosa.
–Eres peor que Berlusconi.
–Berlusconi es tu padre.
–Hoy te ayudo a cocinar, Oriana –le dijo papá a Oriana, ignorando el flechazo de mamá–. Vendrán mis sobrinos y esos chicos mueren por un arroz con mariscos acompañado por su ceviche.
–Tendremos que ir al Muelle, señor.
–Iremos. Tenemos que conseguir los pescados más grandes para poder filetearlos.
–¿Yo también puedo ir? –preguntó la Frances.
–Claro, hijita, el Muelle es de todos. ¿Vamos, amor?
–Ay, tú sabes que no puedo salir al sol.
–Se te derrite la cera que te han puesto en la cara.
–Mejor te callas, huevón.
–Ay, mamá, ¿cómo tú sí puedes decir lisuras en la mesa y nosotras no?
–¡Mejor te callas, Francesca!
–No me digas Francesca que no me gusta.
–Yo decía hay que ponerle María como mi madre, pero tu vieja terca como una mula.
–Mula serás tú, huevón.
–Parece que me has visto los huevos con telescopio.
Risas. La única que no rió fue mamá.
–¿Por qué no compras un bote, papi?
–No es mala idea. Para darnos un paseíto a Pisco.
–O a Huanchaco –dije–. No hemos vuelto a Trujillo en cinco años.
–Extraño el manjar blanco.
–¿Yo también fui? –preguntó la Frances.
–Claro. ¿No has visto las fotos?
–Sí, pero no me acuerdo.
–Qué te vas a acordar, hijita. Apenas tenías siete añitos.
–Para la primavera podemos ir –dijo papá.
–Claro.
–Irán solos porque yo me voy a Catania en agosto.
–Que te cache un burro.
Más risas.
Trujillo, Luna Miguel. Huanchaco. Verla en ropa de baño. Luna. Las hormigas recorriendo mi Secreto.
–Bueno, permiso –me puse de pie.
–Caramba, hija, no has comido nada.
–Ya me llené –dije, tocándome la barriga.
–Estás peor que tu mamá que come como un pajarito.
–Como pajaritos.
–Te cagaron, papi.
–Ya le traeré un burro a esta ninfómana para que no se ande quejando.
–¿Qué es linfómana, papi?
–Es una mujer que nunca se alegra con nada, hijita.
–Ah, ya –dijo la Frances–. Linfómana = mujer triste.
Risas.
–Me avisan cuando van al Muelle.
–Irás con tu pie porque yo ya no te puedo cargar.
–Ay, papá, claro que iré con mi pie.
Fui a mi cuarto y prendí mi laptop. Descargué las fotos que le había tomado a Luna Miguel. Allí estaba ella de espaldas al mar con su lycra blanca. La amplié para verle la raya de la chucha, su pubis hinchado, su calzoncito de encaje humedecido por el sudor, la mancha oscura que había debajo de ella.
Puse Luna Miguel + pintora + Universidad Femenina en el buscador de Google. Salieron 19,719 entradas. Allí estaba la página oficial de la Universidad Femenina. Se llamaba Luna Miguel Colina. Era profesora principal de la facultad de Arte. ¿Miguel? Qué apellido tan raro.
Puse su nombre completo en el buscador. Salió su face.
Entré.
Tenía 898 amistades, casi todas mujeres. ¿Serían sus alumnas? Su situación sentimental era soltera.
Me puse a ver sus fotos, en casi todas estaba con chicas. ¿No habría tenido nunca enamorado?
¿O también era lesbiana?
Luna Miguel con vestido negro, con vestido color melón, con vestido color azul eléctrico. Luna con mini negra y pantys negros. Luna con las piernas cruzadas y mostrando un pedacito de calzón celeste. Tenía un lunar bien grande sobre la rodilla en la cara oculta del muslo izquierdo. ¿Por eso le habrían puesto Luna? Luna = lunar. Las hormigas tomando por asalto mi Secreto. Me bajé el short, mojé mi índice y empecé a deslizarlo por mi hendidura. Imaginé que eran sus manos ásperas las que me acariciaban, que era su dedo la que hacía circulitos en mi clítoris hasta hacer que se pusiera durito. Acariciarle la conchita, besárselo, morderle los labios vaginales, chupárselos, chuparle el clítoris. Hacernos el amor. Que nuestras vaginas se rozaran, se friccionaran, se frotaran. Humedecernos. Hacernos la sesenta y nueve sería delicioso. Su olor. Sudor. Transpiración. Sus axilas. Ir a buscarla, ¿pero con qué pretexto? He venido a ver tus cuadros. Sus piernas, sus tetas. Los vestidos escotados. Luna. ¿También pensaría en mí? Un corte en mi pierna, ¿qué te pasó? Su pubis hinchado, un surco dividiéndola. Chuparle las tetas, morderle los pezones. Besarla. Su olor.
Un volcán hizo erupción en mi Secreto.

3 comentarios:

  1. eres una cerda y una guarra

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  2. lesbiana de mierda mirándole el chocho todo el rato y pensando en hacer el amor y chuparte el chocho

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