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jueves, 17 de diciembre de 2009

El entierro

El cortejo fúnebre sale de la casa de los Gastelú Palomino en hombros de don Vásquez, el papá de Coto, el tío Teófilo y don Moya. Doblan tres veces las rodillas para que la difunta se despida de su casa, de los suyos y bajan por la polvorienta calle Libertad de Huampaní Alto. Es domingo veinticuatro de julio. Es la una en punto de la tarde. El sol brilla en lo alto. Ese sol que la mamá ya nunca más volverá a sentir en su piel. Ahora está fría, rígida, está en un cajón color rosa y va en hombros de su hermano y de los vecinos. Es mal agüero que los hijos carguen el cajón de sus padres dijo ¿don Vásquez o don Yupanqui?, cuando sus hijos pretendieron sacarla en hombros de la sala a medio construir de Mariana. A paso lento el cortejo se va alejando de la casa donde doña María Palomino Seras ha vivido los últimos treinta y cuatro años de su existencia. Nunca más volverás a tu casa, mamá, allí quedan tus plantas, tus flores, tu historia, tus sueños, los tuyos. Los perros están en silencio. ¿Presentirán que después de tu muerte nadie les cocinará y tendrán que comer las pocas sobras que queden en los almuerzos, y a veces ni eso? La calle Libertad es en declive. ¡Cuántas veces has subido y bajado por ese mismo camino, mamá! Y ahora lo estás recorriendo por última vez. Las casas empiezan a sucederse. De la nuestra, que está pegada al cerro, continúa la de Carolina, sigue la de Eduardo Bendezú, hijo de la difunta Tolín, a quien un día agarraste a zapatazos cuando le quiso pegar al viejo; allí vivimos nosotros cuando recién llegamos a Huampaní Alto, allá por 1973. Continúa la de la prima Eva, hija de tu hermano Anacleto, asesinado hace veintiún años atrás por Sendero en Jiljarajay. Sigue la casa de Viejo Miguel. El siguiente es el de Victoria, la otra hija del tío Anacleto, y del Cojito, quienes acompañan hoy tus restos. Chojolio, hermano de Eva y Victoria, no ha venido. Con qué cara iba a venir. Milagro que Eva y Victoria nos están acompañando. Por hoy hemos olvidado las rencillas familiares. Yo también me he reconciliado con Mariana, con Carolina y con Jonás. Las tres últimas casas eran antes un solo lote perteneciente a don Francisco Vila y a doña Eusebia Porras, abuelos de Viejo, Pelusa y Lube. A la muerte de los abuelos lo dividieron en tres para cada uno de los nietos. Pelusa se juntó con la prima Eva. A la muerte de Pelusa, Eva se quedó con su terreno y con el de Lube, a quien se lo compró en una ganga y regaló a su hermana Victoria. Don Gastelú dividió su terreno también en tres: un pedazo bien grande para Carolina, otro para Mariana y el resto para sus otros tres hijos. A la mujer de John, mi cuñada Emilia, no le gusta Huampaní Alto. Mucho polvo, muchas piedras, dice. La vieja murió disgustada con ella. Continúa la casa del enigmático profesor Ricra, hijo de la finada mama Bini. Milagro que no está el tío, un experto en discursos funerarios. Maneja su labia. Por último, está la casa de la señora Arcaria, viuda de don Pablo. Ahora las casas de la izquierda de la calle Libertad: frente a la nuestra está la de Zas, hijo de don Navarro, no recuerdo el nombre de su difunta madre; después la de Demecio, cuyo padre falleció hace unos meses atrás; sigue la de la mamá de Demecio, conocida como doña Locomba; después hay una calle ¿el Rosario se llama?, la penúltima casa es la de don Huaqui que vive solo desde que se murió la señora Aurora, su compañera. Por último, está la casa de las Bendezú, hermanas de Eduardo. Casi todas las casas tienen un difunto en su haber, o más, como el de Eva, que perdió a su hermano, a su marido y a su hijita en menos de cinco años, sin contar a su padre, madre y otros hermanos, tampoco a la abuela Eusebia y a don Pancho. Hacemos un alto antes de cruzar la sequia donde solíamos bañarnos casi todas las mañanas Viejo, Pelusa, Lube, John y yo en los ya lejanos veranos de nuestra infancia cuando esa sequia era de límpidas aguas y no el vertedero de aguas sucias que es hoy. Debajo del puente había un pocito de donde solíamos juntar agua limpia para beber cuando recién llegamos al barrio. Hoy la hidroeléctrica nos proporciona el agua que bebemos. Tantas décadas de fundada y Huampaní Alto sigue con las calles sin asfaltar y sin contar con los servicios básicos de agua y desagüe. Nada pudo hacer Mariana cuando estuvo como secretaria general del barrio. Lucho Bueno llegó en plena campaña electoral prometiendo que haría realidad el sueño del agua potable y el desagüe, pero nada, dice que no hay presupuesto. El otro año será. La modernidad se ve en los postes de luz y teléfono. Ahora los postes son de cemento. Antes eran unos palos medio torcidos de eucalipto. Más antes, ni eso, solo las velas y los mecheros de kerosene. La vieja se lleva tantos años de historia, de luchas, de padecimientos. El cortejo es numeroso, pensé que nadie iba a venir a tu despedida, mamá. Miro las fotos que tomó Chanca ese domingo de tu entierro y veo a antiguas amigas tuyas como doña Cristina, la misma que nos tejía chompas cuando éramos niños. Entre los más solícitos está don Vásquez, con el que tantas veces discutiste por los límites de nuestros terrenos. Don Vásquez, el mismo que antes se robaba nuestros patos y conejos aprovechando la oscuridad reinante. El mismo que se hizo un enorme tanque en la punta del cerro y nos negó agua para nuestras plantas. El mismo que casi se mata cuando cortó nuestro enorme eucalipto con su motosierra. El mismo que cortó la enorme rama de molle que cayó sobre el techo de la Casona cuando vivíamos en la Pampa. ¿Por qué no habrá venido doña Juana que también era amiga tuya? Ahora don Vásquez y su mujer viven en Huaycán. Tienen alquilada su enorme casa. Don Lastra lleva uno de los arreglos florales. Que yo sepa, no ha sido tan amigo de la familia. En las fotos también está don Cabrera, el chismoso, el que paraba metido en el comedor popular nomás, el que se opuso cuando Mariana iba a sacar el agua y desagüe con Sedapal. Nos va a costar un ojo de la cara, dijo. También está la señora Hilda, que destaca por su blanca cabellera, su hija Charito y sus nietos. ¿Hace cuántos años que murió don Hilario? En las fotos está una señora de edad que no conozco y que lleva un pequeño arreglo floral. Está el guardia Yalta en casa de quien alguna vez trabajamos con el viejo. Está Coto, el enano que alguna vez estuvo templado de Jota y fue a la Casona con la cabeza rota por Felipe, papá de Dieguito, tu antepenúltimo nieto. Está don Montes, afanoso también, papá del difunto loquito Montes y tío del papá de Dieguito. Está Coqui Chinchay, amigo de mi infancia, cuyo padre murió hace dieciocho años atrás. Yo al menos he tenido a mis padres treinta y siete años. Están la madrina de Carolina y su hija. Están las compañeras de Mariana, los colegas de John, los hermanos de Jonás. No están mis colegas del Independencia. Justo el día en que murió mamá, hace dos días atrás, entramos en vacaciones de medio año. Está don Domingo. Está mucha gente que solo conozco de vista. Continuemos, dice don Vásquez. Fue precisamente don Vásquez quien sugirió llevarte en hombros. Íbamos a meter el cajón en la carroza, pero don Vásquez dijo cómo le vamos a hacer eso a la vecina, a la vecina hay que llevarla en hombros para que se despida de su barrio. Uno, dos, tres, arriba. Reanudamos la marcha, ahora cargan el cajón don Moya, don Vásquez, Jonás y su hermano. Cruzamos el puente de troncos y cemento, pasamos por arriba de la chacra del papá de Pulguita y la Ratablanca. Ese camino no existía en 1984 cuando el tío Anacleto llegó a Huampaní Alto trayendo a sus hijos de Ayacucho. Huían de Sendero Luminoso. Todo el barrio hizo el camino en las jornadas dominicales. Seguimos bajando. Ahora pasamos frente a la chacra de los Angulo. La abuela Angulo también murió hace años. A la izquierda, abajo, está el Centro Vacacional Huampaní. Seguimos bajando. Un domingo, hace tantos domingos ya, cuando aún no había movilidad en el barrio, estábamos subiendo empujando una carretilla con las compras que habíamos hecho en La Parada. Pasó una camioneta llena de maderas. Subía, hasta que empezó a retroceder. Retrocedía, retrocedía. Entramos en pánico. Corrimos. El viejo se quedó quieto con su carretilla. ¿Lo paralizaría la sorpresa? La camioneta pasó a toda máquina por su costado. Ese domingo nos salvamos de una muerte segura. Dios es mi guardián, fue la única explicación del viejo. Ese camino lo levantó el pueblo con enormes rocas para que pudieran subir los carros. Allí está la abandonada casita de adobe de don Ramírez, tío de Viejo, Pelusa y Lube. Hacemos otro alto bajo la sombra de un añoso eucalipto. Chanca toma fotos y más fotos del cortejo fúnebre. Ahora, tiempo después, las miro. Faltan mis compañeros de trabajo. Falta Martha. ¿Debí invitarlos cuando no los invité al ganarme el Horacio el año pasado? Si no hubiera sido por Gladys Luna, ni se habrían enterado. Eso fue casi al mes de la muerte de la vieja. No llamé a Martha. ¿Para qué si estábamos peleados? Martha, mi madre ha fallecido. Martha habría pedido la dirección de la casa, la dirección del cementerio, pero nunca habría aparecido. Era domingo. Era vacaciones de medio año. Habría salido a pasear con Rafael y Chavelita. Cuando murió su papá, diecisiete meses antes de la muerte de la vieja, fui uno de los “privilegiados” a quien Ida llamó. Eso fue cuando éramos amigos. Ya no lo somos. El único amigo a quien llamé fue a Chanca. Ahora voy al lado suyo. Más atrás van mis hermanas. Todos los hijos de doña María Palomino Seras de Gastelú deberíamos estar juntos, pero no, cada uno va por su lado. Allí está Flora con Dieguito, en todas las fotos aparecen detrás del cortejo; más allá Dora con los padres del papá de Nachito; allí está la vieja Roldán o Rondán, la misma que se negó a brindarle ayuda cuando Bibi estaba embarazada dizque porque no tenía plata. Cuántas veces la vieja se humilló pidiéndole ayuda. Dudaban que Nachito fuera su nieto. Hasta que años después le vieron la cara y era el vivo retrato del miserable de su padre. Fue la primera en venir ni bien se enteró, ¿Bibi le avisaría?, que la vieja había muerto. No los boté porque en fin. Tampoco boté a Eva ni a Victoria. Mariana está con sus colegas. Mariana, la misma que le hacía la vida imposible a la vieja metiéndose en la vida de sus hermanos y reclamándole a la pobre vieja como si ésta tuviese la culpa de todo lo que hacían sus hijos. Allí está John, el mismo que hace trece años atrás dijo me caso y se casó con Emilia a pesar que los viejos no estaban de acuerdo con esa boda. Dijo me voy a hacer hombre, y bien que se hizo hombre: toda la vida su mujer lo botaba, toda la vida su suegra lo botaba, toda la vida no tenía plata. Recién este año medio que le estaba yendo bien. Ahora no estará la vieja para insistirle que saque su título, para insistirle que se nombre y no esté trabajando en varios colegios donde apenas gana para sobrevivir, según él. Ahora ya nunca más estará la mamá. Carolina va con su madrina y con la hija de ésta. Carolina, la misma que un día mandó a su marido para que le preguntara al viejo si ella era hija de la vieja. Pobre miserable. La vieja se acordaba siempre de eso. La vieja tenía buena memoria. La he parido y me niega. ¡Ya os tocará, perros, algún día ser llevados en hombros por los vecinos de Huampaní Alto! Reanudamos la marcha. Ahora vas en hombros de Katimba, el que te llevó desmayada en su carro al hospital donde fallecerías, el papá de Coto, don Moya y el hermano de Jonás. Apestegui y sus hermanitos se han quedado en su casa. Los Apestegui han sido, según ellos, los nietos excluidos de la vieja. ¿Excluidos? ¿No era Jonás el que no quería que sus hijos se junten con Nacho y Diego? Por eso no estarán en tu entierro, mamá. El camino al cementerio es el más triste que hay en el mundo. Las personas nos miran pasar, indolentes, indiferentes. No es su dolor. No es su sufrimiento. Pero ya les tocará. Ya nos tocará. Cruzamos el puente Huampaní. Hacemos otro alto frente a los quioscos de don Mauro y la Bruja. Esa es la entrada a nuestro barrio. Cuántas veces habrás cruzado ese puente en los últimos años, mamá, cuando ibas al mercado, cuando ibas a trabajar donde doña Olga, donde doña Julia Abarca, donde la mamá de Paloma, a los Girasoles. El río apenas es un hilo cubierto de musgo y basura. ¡Nosotros hemos cruzado otros ríos allá en Ayacucho cuando fuimos a Chincho, a Jiljarajay y Cangari! Ya nunca más volverás a escuchar el rumor del río Rímac. El cortejo fúnebre reanuda la marcha. Ahora mamá va en hombros de los colegas de John. John lleva una camisa a cuadritos entre azul y morado. Es Testigo de Jehová. ¿Por eso no se habrá puesto luto? El viejo también es Testigo y está todo de negro, hasta su gorra. Yo sí estoy todo de negro. Menos mal que tenía ropa negra. Casi todo mi sueldo se lo empresté a Mariana para que comprara el nicho. Otro poco dio ella. Otro, Carolina. John no dio ni un centavo, menos Flora y Dora. Antes, cuando estaba en la universidad y era poeta, me gustaba vestirme de negro. También me gustaba llevar el cabello largo. Ahora lo llevo corto. Ya tengo algunas canas en las sienes. También en la barba. Hacemos otra parada frente al paradero de las combis que suben a Huampaní Alto. ¡Por lo visto, pesas bastante! Allí tu amiga, no sé su nombre, vende frutas en su triciclo. Anoche estuvo en tu velorio. Ahora está vendiendo sus frutas. Es que no es su dolor. Para ella, la vida sigue su curso. Días después le dirá a Flora que le debías ocho soles por unas frutas que te habías fiado. ¡Cobrarle a los muertos! Lo mismo hizo Carolina: mamá se quedó debiéndome cuarenta soles de un pantalón que le vendí. Tuvimos que pagar tus deudas, vieja linda. En ese mismo lugar, un año y días atrás, nos tomamos unas fotos mientras esperábamos a los Apestegui para ir a recoger mi premio Horacio. Allí estamos en las fotos. Tú estabas feliz, llena de vida, tu hijo estaba haciendo realidad sus sueños, y los tuyos también. ¿La subimos a la carroza? Todavía no. Un poquito más. En la esquina. Ahora vas en hombros de Katimba, don Moya, Jonás y el papá de Coto. Coto se amaneció velando a la vieja. Vamos en bajadita. Pasamos frente a la calle de los Matos. A la izquierda están la línea del tren y la Carretera Central. Seguimos avanzando. Chanca sigue tomando fotos. Llegamos hasta la altura de la casa de los Chinga. Allí te subimos a la carroza. Chanca y yo vamos al costado del chofer. Vamos hasta los Girasoles, hasta allí has llegado alguna vez, muchas veces, cuando ibas a trabajar donde una enana y serrana que se las daba de gran señora nomás porque tenía algo de plata; allí cruzamos la Carretera Central y subimos por el camino que lleva al barrio Huascarán. Llegamos al cementerio Paz y Descanso Eterno de Chaclacayo. Hace años que no venía al cementerio. Un día le agarré pánico a los entierros y no vine ni cuando murieron mis mejores amigos como Pelusa, el loquito Montes, Pocco, Gilberto. Cuando era chiquillo sí venía. Más allá, en lo que ahora es el barrio Huascarán, era el botadero municipal de Chaclacayo. Buscábamos juguetes y otras cosas a la que pudiéramos darle utilidad. En esa época Chaclacayo estaba llena de gringos y uno podía encontrar buenas cosas en el botadero. Ahora las cosas han cambiado. Las demás personas ya han llegado. Volvemos a cargarte en hombros para llevarte al cuartel San Agustín. San Agustín. Dormirás eternamente en un cuartel que lleva el nombre que alguna vez utilizó tu hijo para firmar sus poemas. ¡Miles de muertos nos ven pasar! El cortejo sube y sube entre los cuarteles. ¿Dónde estará la abuela Eusebia, don Pancho, Pelusa, su hijita Milagros, el loquito Montes, Gusanón, Gilberto, Pocco, don Pancho Reyna, doña Aurora, don Hilario, Susy, la hermana de Gilberto? ¡Tantos muertos de Huampaní Alto yacen en este cementerio! Años sin venir a un entierro. Mamá sí asistía a los entierros y a las misas de difuntos. La vieja le tenía miedo a la muerte. Y la estamos llevando a su última morada. ¡Está muerta! Meto mano para que el cajón no se deslice para atrás. Uff, pesas, viejita. Al fin llegamos al cuartel San Agustín. Allí está el andamio y el albañil que sellará el nicho. Tiene listo su badilejo y su arena con cemento. Un señor, vestido de negro, con pinta de loco y una enorme cruz colgada en el cuello, hace las oraciones, pide por el descanso eterno de tu alma, mamá, ¿cómo se llamaba la señora?, María Palomino Seras. Canta el Salve: las lágrimas resbalan por mis mejillas. En las fotos también está Carolina llorando. Llorando. La misma que te negó. ¿Algún familiar que quiera expresarse? Un colega de John toma la palabra. Después, Jonás. Jonás toma la palabra. Jonás, el mismo que con las justas te pasaba. El mismo que granputeaba cuando sus hijos se escapaban para jugar con Nacho y Diego. El mismo que se llevaba a almorzar y pasear al viejo y nunca dijo venga usted también, suegra. El mismo que siempre mandaba un plato de comida al viejo y a ti ni una migaja. Hasta ha llamado a sus hermanos. ¿Acaso te llamaba cuando alguna vez hacía sus reuniones y venían sus hermanos? ¿Se estará acordando que lo agarraste a zapatazos cuando embarazó a Carolina y los hiciste casar a la fuerza? Primera vez en su vida que escuché que te decía mamá. Siempre te decía abuela. Al viejo sí le dice papá. Ahora le toca al viejo. El viejo, el mismo que te obligó a cuidar a la hija de Mariana porque ella estaba peleada con todos en casa y nadie quería cuidarla. O cuidan a la bebe, o se van, amenazó el viejo. El viejo. El mismo que alguna vez te empujó porque cuando se amargaba contigo se le salía el animal que lleva dentro. El viejo que nunca habló con sus hijas para que te dejaran de joder. El viejo que ahora dice son cuarenta y seis años pasados al lado de mi esposa. Habla de Jehová, de la esperanza de una futura vida eterna en el gobierno de los mil años de Jesucristo. ¡Si pudiera creer como él! Tiene setenta y ocho años. Tiene los cabellos blancos. Es pelado. Su calva brilla en las fotos. Derrama lágrimas. Jonás lo sostiene. Ahora le toca a John: adiós, mi gordita linda. Besa tu ataúd. ¿Ahora a quién le dirá mi mujer me ha botado, mamá, mi suegra me ha botado, mamá, tienes un sol para mi pasaje, mamá? No veo a Emilia. ¡Anoche les dije su vida! Ahora me toca a mí: muchas gracias por acompañarnos en nuestro dolor. Y a ti, mamá: nunca te olvidaremos, vivirás en el corazón de todos los que te quisimos, tu esposo, tus hijos, tus nietos. Descansa en paz, mamá. Beso tu ataúd. Ahora pienso que debimos de haber abierto el cajón para verte por última vez y para que todos tus hijos y nietos nos despidiéramos de ti. Ahora pienso que debí decir mamá fue la madre más buena y hacendosa del mundo, todo lo que soy se lo debo a ella. Debí decir a veces los hijos no nos merecemos los padres que tuvimos. Debí decir algún día daremos cuenta, antes de morir también, de todos nuestros actos. Pero ese veinticuatro de julio me faltaron las palabras. Ninguna de tus cuatro hijas dijo nada. ¿Con qué cara? ¿Qué iba a decir Mariana? ¿Que siempre te jodía? ¿Qué Carolina? ¿Que te negó alguna vez? ¿Qué Dora? ¿Que tuvo un hijo y nunca asumió su responsabilidad? ¿Qué Flora? ¿Lo mismo que Dora? ¿Que fueron excelentes hijas? ¿Que le dieron alegrías a su madre? Échales tierra en los ojos cuando me estén llorando, me dijiste alguna vez. No pude hacer eso, mamá, había mucha gente, pero anoche les dije su vida. Don Valerio toma la palabra en nombre de los vecinos. Se explaya. La gente empieza a pitear bajito. Ya quieren irse. Termina su perorata. Ahora a subirte al nicho. También ayudo. Ayudan Jonás y su hermano, ayuda don Montes. Uff, ya estás dentro del nicho. Te miramos por última vez antes que el albañil coloque la lápida para separar tu mundo del nuestro. Chanca va registrando todos esos momentos. En las fotos las personas están mirando hacia lo alto mientras el albañil sella con arena y cemento el nicho. Tu nicho está en la cuarta fila, es el número veintisiete. Escribe con un clavo tu nombre, María Palomino Seras de Gastelú, tu fecha de nacimiento, 28 de febrero de 1936, hace sesenta y nueve años atrás, tu fecha de muerte, 22 de julio del 2005, hace apenas cuarenta y ocho horas atrás, escribe PERPETUO y listo, se acabó. Todo terminó para ti. Eran las tres de la tarde.

1 comentario:

  1. Que verdadero dolor hasta hoy, pero darse cuenta que algunas cosas son puras mentiras, bueno algunas personas no ven lo mal que han hecho pero si estan para criticar, que mamada pero si deberas se dijera la historia tomaria otro rumbo, ya que mas da, todo esta hecho no va ha cambiar por nada del mundo, joder a los sobrinos, tan solo por no llervarse con la hermana y despues criticar que cagada, tus sobrinos saben la clase de persona que ers, tu nunca les preguntaste si se sentian bien o no, sin enbargo ellos no se daban cuenta, te querian como aun padre igual que con todos sus tios y abuelos, pero tu alli solo velando por 2 sin interesarte en nadie mas, no puedes criticar teniendo y sabiendo de tantos errores que teneis, pero ya, a que las represalias si ellos te querian mas que como tio, igual con juan eran ejemplos masculinos de la casa, pero no, siempre viendonos como malos, bueno que mas puedo decir, si cuento todo haria un libro como tu.

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