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sábado, 31 de enero de 2009

Hospital

La tarde de ayer la pasé en el hospital. Papá sigue enfermo. Está amarillo, parece un patito, dijo una enfermera. Las visitas empiezan a las dos, como estoy de vacaciones, en las mañanas hice las cosas y a la una partí al Seguro. De los seis pacientes que habían en su sala, la mitad había sido dado de alta. No me han dado almuerzo, se quejó papá. La enfermera me dijo que a las cuatro lo iban a llevar al hospital Almenaza para que le saquen unas placas.
Se lo dije a mi papá. ¿Me cambio?, dijo. A las tres y media, le dije. Papá es medio sordo, así que siempre le tengo que hablar en voz alta. Se quejó que en la noche le picó todo el cuerpo y las enfermeras no le hicieron caso. Hace un par de días atrás también se quejó que quiso cepillarse los dientes y las enfermeras no le dejaron ir al baño.
El viejo es limpio hasta la exageración. También se quejó que no lo dejaron bañarse porque sentía demasiado calor. Se lo hice saber a la enfermera. Es que quería bañarse a las cuatro de la mañana, dijo. ¿Y si se pone mal?
A las cuatro apareció un técnico con una silla de ruedas. Allí se subió papá. Después lo subimos a la ambulancia y partimos al hospital Almenara.
Llegamos en menos de media hora. Fue difícil encontrarle una vena. Tuvieron que ponerle la inyección por la vía que ya tenía allí. Esperamos como una hora porque una de las máquinas se había malogrado.
Algún día estaré así, pensé, viendo la resignación en el rostro de mi padre. Del hombre fuerte que era antes, ya no quedaba casi nada. Mientras él se ha ido acabando, los chicos han crecido. Antes él velaba por nosotros, ahora somos nosotros quienes lo cuidamos.
***Mientras escribía, escuchaba estas canciones

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