Marcharon a España cuando el Perú estaba jodido por
culpa del terrorismo y del primer Alan que se enfrentó a los banqueros y al FMI
sumiéndonos aún más en el caos. Tuvieron los cojones de quemar sus últimas
naves y cruzar el charco antes de que el Titanic peruano se hundiera del todo o
estallara como un coche bomba que la gran mayoría de peruanos nos acostumbramos
a ver reventar tapándonos los oídos.
-Vámonos, Harol –me dijo Karem Geraldine-, allá
podrás ser escritor.
No acepté, pensé en mi mamá –iba a sufrir de nuevo
al tenerme otra vez lejos-, en terminar la carrera, en labrarme un futuro aquí.
Además, ¿qué iba a hacer en un país extraño? Tendría que romperme el lomo para
sobrevivir al lado de una mujer con dos hijos. Allá los inmigrantes se ganaban
la vida cuidando perros, limpiando pisos, recogiendo la basura, construyendo
edificios, trabajos que despreciaban los dueños de casa. Dicen que vivían
hacinados para ahorrar: alquilaban un rincón para poder dormir, y a mí me
gustaba dormir en mi cama, poner mi tocadiscos a alto volumen, acostarme tarde,
tirarme mis pedos sin que nadie me reclamara, que mi mamá me tuviera la comida
a mis horas. Ya sabía lo que era pasarlas de Caín en un lugar que no era mío,
así que no acepté. Además, allá no podías convalidar cursos ni títulos y tenías
que empezar de nuevo, ¿podría trabajar y estudiar? Y estaba el racismo, la
xenofobia hacia los inmigrantes, mal llamados sudacas por los hispanos.
Pero ellos se fueron a pesar de los malos augurios. Karem
Geraldine hizo lo mismo. Vendió todo lo que tenía para vender, hasta sus
favores, creo, porque el padre de sus hijos dio el permiso, sin hacerse de
rogar mucho, para que las criaturas marcharan con su madre. Lloró todo lo que
tenía que llorar por mí, por mi cobardía más bien, y se fue.
En esos años era difícil comunicarse, las llamadas
intercontinentales costaban un ojo de la cara, no había el correo electrónico
ni el feis. Le perdí la pista a Karem Geraldine. Unos cuantos años después la
vieja casona de su madre fue echada abajo para dar paso a un edificio con una
piscina en el último piso y una camioneta en la cochera subterránea. Es de
Karemcita, me dijo su mamá cuando me la encontré alguna vez y le pregunté si
había vendido su casa y pensaba marchar a España. Se fue, pero solo de paseo. A
su hija le iba súper bien, pero no quería volver, ¿para qué?: el Perú recién
empezaba a recuperarse de la larga recesión, Sendero había sido derrotado pero
todavía la situación estaba media cagada.
Otros sí lo hicieron. Hablaban como españoles –esa
forma fea de pronunciar las zetas, aunque esa es la manera correcta de hablar
el español- y diciendo “joder, coño, vale” hasta por los codos. España era la
séptima maravilla del mundo para ellos: que España por aquí, que España por
allá, qué vámonos, pero a España ya no se podía ir porque te exigían visa.
Junto a aquellos que se fueron por
que aquí no podían hacer realidad sus sueños,
se fueron muchos indeseables que lo único que querían era desvalijar a la Madre
Patria de todo el oro que se llevaron los conquistadores. Hasta que España hizo
boom y algunos empezaron a regresar olvidándose de su manera tan española de
hablar, olvidándose de su “joder, coño, vale, chaval”, todos cabizbajos, casi
con los rabos entre las piernas.
Karem Geraldine también ha vuelto. Ya no es esa
chica de escultural cuerpo de hace unos casi veinte años, ahora es una matrona
que bordea el medio siglo de vida y con muchas canas en la raíz de la cabellera,
pero ha vuelto para gozar de su casa con cada cuarto temperado y su piscina en
la azotea y el dinerillo que recibió del gobierno español para regresar a su
país de origen. Los que no han vuelto son sus hijos, su madre los hizo estudiar
en universidades españolas y se han colocado bien.
-Mierda, no debí irme –se lamenta a veces Karem
Geraldine, pero se fue, cosa que yo no hice porque no tuve los cojones
suficientes-. Perdí tantas cosas…
¿Perdió? No creo, porque los que nos quedamos
estamos casi en lo mismo, apenas hemos hecho realidad un poquito de nuestros
sueños.
-No hay mal que dure cien años… -le digo, simulando
el dejo de los españoles, recordando que el Perú estaba recontra cagado hace
veinte años, y ahora estamos bien, dicen.
Calaceite, setiembre 2013
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