¿Quién no ha ganado alguna vez en su colegio la
canasta por el Día de la Madre? Yo nunca lo hice. Los que lo han hecho, seguro
recuerdan ese momento de extrema felicidad que significa ganarle a
treintaicinco o cuarenta compañeros que anhelaban lo mismo. Y si el sorteo era
durante la actuación, era mucho mejor, la felicidad era más grande, y la
envidia de los perdedores también.
Ganarse la canasta es cosa de suerte, eso lo saben
todos. Ganar un premio literario es otra cosa, porque no depende de la suerte
sino del análisis de las posibilidades del texto que estamos presentando. Hace
unos veinte años que participo en los concursos literarios, y son más las veces
que he perdido que las que he ganado. En 1995 gané mi primer concurso de cuento
en los Juegos Florales de La Cantuta, dos años después me llevé el primer
lugar, después nada hasta el 2004 en que gané el primer lugar en cuento en el
Premio Horacio cuyos jurados fueron Alonso Cueto y Guillermo Niño de Guzmán.
Desde entonces he ganado una veintena de premios tanto aquí como en Huancayo,
Trujillo, Argentina y España. A veces he ganado el primer lugar, otras el
segundo, otras el tercero, a veces solo una mención de honor o he sido
finalista. ¿Suerte, casualidad?
Hasta ese primer Premio Horacio –he ganado el primer
lugar en cuento y novela, además de un segundo lugar y un par de menciones de
honor–, escribir era un pasatiempo para mí. Era como dibujar, pintar, tocar la
guitarra, complementos del trabajo alimenticio que tengo. Después de ese
premio, tomé la decisión de dedicar todo el tiempo que pudiera a escribir,
siguiendo el ejemplo de Vargas Llosa. Y eso es lo que hago hasta ahora: a las
ocho de la mañana, después de dejar a la Nela en el colegio, me pongo a
escribir hasta las once. A esa hora me alisto y me voy a trabajar. Regreso a
las siete, ahora trabajo cerca de mi casa, y a las ocho, después de cenar, sigo
escribiendo hasta las diez. Fruto de esta rutina, son las cinco o seis novelas
y el puñado de cuentos que he escrito hasta ahora. Muchas de estas obras
todavía están inéditas. Estas, después de corregirlas hasta el cansancio, me
permiten participar en los concursos y poco a poco van siendo publicadas
mientras escribo otras novelas de largo aliento, como “Vengar la sangre”, en la
cual estoy metido hace unos tres años, o más.
Claro que esta rutina no es rígida. A veces me toca
cocinar para mis sobrinos o tengo reunión con los padres de familia y, echando
ajos hasta por los codos, me meto a la cocina o me quedo en las reuniones.
También están las celebraciones por el Día de la Madre, Día del Maestro –esta
no la celebro porque siempre me digo que, el día en que lo haga, estaré jodido,
así que termina la reunión oficial y me vengo a mi casita mientras los colegas
se van a chupar o a los agasajos que por esas fechas reciben de los municipios
o del sindicato, el Día de la Juventud, el aniversario del colegio, cuyas
asistencias son obligatorias.
El amor también se inmiscuye a veces y prefiero
estar en el feis haciendo guardia a mi amada en lugar de estar escribiendo.
Como decía, la experiencia me ha enseñado que un
premio literario no se gana por casualidad, así es que ahora no participo
cuando no estoy seguro que mi texto es bueno. Ya me conozco lo suficiente como
para no creerme Vargas Llosa o Borges. Más sabe el diablo por viejo…
Creo que todo aquel que escribe lo hace porque
aspira a ser leído, y no solo por la chica que ama. Para ella solo escribo
versitos. Lo otro lo hago para trascender. Y a veces ganar un premio te permite
publicar. Hasta ahora, todo lo que he publicado lo he hecho gracias a los
premios literarios. Allí están mis tres novelas, un libro de cuentos y las tres
antologías en las cuales he participado.
Y publicar es mucho más que ganarse la canasta por
el Día de la Madre. Es bacán ver tu nombre en la tapa de un libro, es bacán
decirle a tus amigos esta es mi última obra, es bacán restregar tu libro en la
cara de tus “enemigos” y decirles he publicado un librito, ¿y tú? Es bacán
decirle a la chica que te gusta “he publicado un libro” y tener la esperanza
que se fije en ti. Eso es lo que haré cuando vuelva a la chamba el 12 de
agosto.
Cuando ganas un premio, también lo ganan las
personas que siempre están contigo, en mi caso mis sobrinos. Ellos son los más
felices cuando su tío gana un premio.
Y ganar un premio también te permite, como en mi
caso, justificar las horas que paso escribiendo en lugar de buscar un trabajo
adicional o para decirle a una chica “paga el polvo porque he ganado un premio”.
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