-¡Ríndete, conchatumadre! –gritó
el Águila Negra.
Como respuesta, recibió un balazo
que casi se le incrusta en medio de las cejas.
-Parece que Claudia Llosa está
filmando su primera peli policial –me dijo Pamela, señalando a una periodista,
parecida a la directora de Madeinusa que, cámara en mano, seguía los
acontecimientos.
Cualquiera hubiera pensado lo
mismo hasta que el estallido de las lunas de las fachadas de los bancos y el
balazo en el pecho que recibió un policía y el chorro de sangre que brotó de la
herida no fueran demasiado reales.
-Es Gringasho –dijo alguien,
señalando al chiquillo que, una pistola en cada mano, se defendía como un león.
En efecto, era Gringasho, ni más
ni menos. ¿Qué hacía allí, en lugar de estar en un refugio seguro sabiendo que
toda la policía andaba tras él para darle cacería? Seguro pensaba asaltar un
banco para agenciarse de plata.
El ulular de los patrulleros fue
en aumento. Águilas Negras y comandos de la Diroes fueron ocupando los techos
de los edificios. Un helicóptero sobrevolaba el lugar.
-¡Al suelo, todos al suelo! –nos
conminó un policía por el megáfono.
Echamos cuerpo a tierra para que
una bala perdida no hiciera blanco en nosotros. Había sido mala idea venir al
banco a esa hora.
Volvieron a pedirle a Gringasho
que se rindiera, pero él respondió soltando tiros como loco. Otro tombo cayó
con el pecho destrozado.
-Parece Rambo –dijo una tía que
estaba tirada a un paso de nosotros.
-Tiene pinta de Brad Pitt –dijo
Pamela. Me pareció que suspiraba.
-Claro, también se parece a
Justin Bieber –dije yo.
Esa pinta de actor de cine o
cantante juvenil ha hecho que Gringasho, en lugar de generar antipatías como
cualquier pirañita, se haya convertido en una especie de Robin Hood, o Romeo:
dicen que se escapó de Maranguita para recibir el 2013 en brazos de su
hembrita, una chiquilla que lo tiene angustiado.
-Pobre chiquillo, ¿tantos tombos
para chaparlo? Ni que fuera Papita –dijo la tía.
Dicen que es el sicario más joven
del Perú, pero a nadie le consta en este país donde a cualquiera le inventan
crímenes con todo y prueba. Dicen que su primera víctima fue una ex que salió
embarazada del miembro de una banda rival. Dicen, pero del dicho al hecho…
Las balas seguían zumbando sobre
nuestras cabezas como abejas enloquecidas.
-Ojalá que lo caguen –dijo un
viejo.
Viejo huevón, ojalá que te caguen
a ti, pensé, por no tener los cojones de Gringasho para defender tu miserable
pellejo.
Desde los tiempos de célebres
choros como Django, Vicharra, Pilatos, Oso Taype, la Gringa, el hampa no había
vuelto a tener un antihéroe como Gringasho. Todos hablan de él, las tías tienen
orgasmos pensando en ese chiquillo colorado y rubio que ha escapado espectacularmente
de los centros de reclusión en donde ha estado, los papás están preocupados
porque sus hijitas hablan más de Gringasho que de Justin Bieber y seguro se
masturban pensando en el rapaz.
-¡Ay, parece que se le terminaron
las balas a Gringasho! –dijo Pamela-. O se le atascó la pistola.
Así parecía ser porque del lado
de Gringasho ya nadie disparaba.
Los policías, ahora sí
envalentonados, se lanzaron con todo contra el muchacho. Los vidrios
estallaban, las balas arrancaban pedazos de cemento.
-¡Lo van a matar esos salvajes!
–dijo la tía-. Pobre chiquillo. Hay que hacer algo.
En un acto de temeridad, se puso
de pie y echó a correr hasta interponerse entre los policías y Gringasho. Otras
personas, sobre todo mujeres, los hombres somos cobardes en estas situaciones,
hicieron lo mismo. Hasta Pamela.
-¡Policías abusivos! –empezó a
corear la gente.
-Que se rinda y no le va a pasar
nada –dijo un oficial.
-¡Ríndete, Gringasho, para que no
te maten! –le dijo una chica-. Ya demostraste que eres bien macho.
Alguien le tiró un calzón blanco
y, blandiendo la prenda íntima, Gringasho salió de su parapeto seguido por sus
lugartenientes. Al toque fue reducido y enmarrocado. Los que llevaron la peor
parte fueron sus compinches: los tombos los masacraron antes de meterlos a los
patrulleros. A Gringasho ni lo tocaron porque había un centenar de periodistas
como testigos.
Así, enmarrocado y sujeto por los
brazos por dos gorilas, gorilas horribles comparados con el pequeño choro, Gringasho
parecía un ángel. No lucía abatido ni arrepentido, al contrario, parecía estar
orgulloso que tanta gente siguiera sus hazañas.
-¡Me volveré a escapar!
–prometió, antes de ser metido en el patrullero.
La gente lo despidió con una
salva de aplausos.
-Ojalá que Michelle Alexandra
haga una serie con su vida –dijo una chiquilla, mientras le decía adiós con la
mano.
Claro, sería lo ideal, o escribir
una novela con las hazañas del muchacho. Esa vida llena de aventuras es digna
de una novela. Y si es de una novela juvenil, mejor, para que sirva de ejemplo
a la juventud. No sé si de mal o buen ejemplo. Eso es asunto de cada uno.
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