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domingo, 31 de mayo de 2015

La rosa negra (análisis)

De la tumba propia a la AGONÍA

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Por: Francois Víctor Villanueva


El último libro de cuentos “La Rosa Negra”, del escritor huancavelicano (pero ayacuchano de corazón) Harol Gastelú Palomino, nos introduce en un mundo fantástico donde la realidad se transfigura con premoniciones mortales, un sosía envidiable, sirenas encantadoras, aprendizaje por arte de magia, almas en pena generosas, porteros insomnes al borde la locura, y la agonía del sida. 
Si se podría resumir en unas pocas palabras la síntesis del cuentario de Harol Gastelú Palomino, se diría de él con satisfacción por el placer producido de su lectura: dominan la limpidez prosística, el trasfondo netamente ficticio pero no por eso inverosímil, el manejo de la representación de las supersticiones populares, las imágenes bien elaboradas y el buen manejo del ritmo narrativo. 
Cada creación de su bagaje tiene algo de ello, donde con gran pericia creativa, el narrador (a veces en primera persona, o en segunda persona o también el omnisciente) nos sumerge en un mundo que intriga por la magia de la atmósfera estructurada, con gran simplicidad es verdad, donde la irrealidad lidia con su contraparte, hasta al final derrotarla y convertirla  en fantasía pura. 
El cuento epónimo, que da título al libro, nos revela a un personaje que nos cuenta de forma directa su visita al cementerio un día antes del comienzo del celebrado Día de los Muertos, es decir, un 31 de octubre. Ahí conoce a una chica atractiva, a quien ayuda a llevar las escaleras para colocar las rosas a su muerto en el Pabellón San Judas Tadeo, en un nicho a demasiada altura, en el que ella misma se ofrece a ofrendar por propia cuenta. 
En un lapso, Harol Gastelú (sí, el protagonista se llama igual que el autor real, como casi la mayoría de personajes) parece observar una calavera en el rostro de la dama. No obstante, después de un vahído, recupera la compostura y se pierde la imagen tétrica. La chica, luego, le convence para encontrarse con él mañana temprano en ese mismo lugar, y él atraído acepta en contra de sus principios: no le gusta el ambiente ferial en un camposanto, en especial en el día que se recuerdan a los difuntos. 
La cuestión es que al día siguiente la fémina no aparece. Ya en la tarde, Harol decide ver al finado de la dama, y escalando las escaleras se da con un terrible hallazgo: encuentra unas rosas negras como sangre, con la fecha premonitoria en la lápida: Harol Gastelú Palomino “06 junio 1968-22 de julio 2015”. ¿Qué ocurrió? Una historia fantástica, donde el argumento puede ser imaginario, irreal y sobrenatural.
El siguiente relato, “El Otro”, elucubra la imagen de la sosía, donde un mediocre personaje tiene un doble que ha triunfado en la vida: hermosa mujer, buen trabajo y felicidad a sus anchas. Al final, luego de dos confusiones de amigos de su persona con la alteridad idéntica, en la tercera decide reemplazarlo, lo que logra asesinándolo y que le otorga una alegría inmensa. 
“Sirenas” se ambienta en Ica, específicamente en La Huacachina, donde según supersticiones populares de los aldeanos de la zona, las sirenas (sí, esos seres mitológicos) salen en las noches de luna llena para embrujar al hombre del que se ha enamorado. Justamente, para artificio de la creación, el visitante Harol es el elegido, y a pesar que tiene pareja y dos familiares de acompañantes, es atraído por el encanto y canto de la mujer mitad hombre, mitad pez. 
La fábula “Examen final” podría pasar como un buen relato para los manuales educativos, ya que se ambienta en la clase de música en un colegio, y se vive con intensidad, minuto tras minuto, el suplicio de unas estudiantes que no han tenido el reparo de aprender las lecciones de cómo tocar una flauta, y que lo hacen a última hora, excepto una, la misma que sorprenderá mágicamente al terminar la creación. 
La quinta ficción, “La pianista” (y no nos sorprenda personajes ligados a la educación y el arte, pues el escritor de carne y hueso es de profesión Preceptor Artístico), nos cuenta la ayuda samaritana a un personaje cuyo vehículo sufrió un desperfecto por una lluvia intensa. La buena prójima, que abre las puertas de su casa para atender al necesitado, es una señora de edad que toca el piano y tiene un hijo enfermo. Luego de dos días, el agradecido vuelve a la vivienda, pero encuentra una casa derruida donde no habita nadie, que según la vecina los dueños fallecieron hace años. 
El penúltimo relato, tal como revela su título, nos muestra a un portero de un colegio que sufre eufóricamente alucinaciones por pasar una “Mala noche”. Finalmente llegamos a “Agonía”, donde un personaje recuerda vivamente el día de fin de año, en plenas celebraciones de Navidad y Año Nuevo, donde se contagió de VIH-Sida al conocer a una bella chica en la calle. Al final, está agonizando preso “de ardores que abrazan tu piel, de esas punzadas insoportables en tu vientre”. Es el relato más realista, donde la vida parece superar la fantasía por la crudeza de una muerte inminente. 
Estos relatos son de gran calidad por su llaneza, su espontaneidad, su viveza, su expresividad, que hace que uno se mantenga en vilo para ver cómo terminará la historia. El lector podrá sacar sus conclusiones al disfrutar la inmersión en sus páginas, y estoy seguro que no saldrá decepcionado. Este libro es un gran aporte a la literatura fantástica peruana, tal como lo hicieron Clemente Palma, Abraham Valdelomar y Julio Ramón Ribeyro, grandes entre nosotros. 
Cada creación tiene gran pericia creativa, donde el narrador (a veces en primera persona, o en segunda persona o también el omnisciente) nos sumerge en un mundo que intriga por la magia de la atmósfera estructurada, con gran simplicidad es verdad, donde la irrealidad lidia con su contraparte, hasta al final derrotarla y convertirla  en fantasía pura. 
 

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