A la memoria de Pelusa y Lube.
Nuestra máxima estrella era Pelé, aunque nunca lo
habíamos visto jugar. Admirábamos al Nene Cubillas, al Ciego Oblitas, al Tanque
La Rosa, al Panadero Díaz, a la Trucha Rojas, al gran Chumpi, al Mango
Olaechea, al Cholo Sotil y, por supuesto, al Loco Quiroga. Sobre todo al Loco
Quiroga a pesar de los seis goles que se comió en su país.
Soñábamos con ser futbolistas, con vestir la
casaquilla blanca con esa franja roja que le cruzaba el pecho como un corte
hecho por un cuchillazo. Soñábamos con meter muchos goles y estar en un
mundial, aparecer en esos álbumes de figuritas coleccionables que publicaba la
editorial Navarrete.
Éramos cinco, así que, para armar dos equipos
equilibrados, poníamos al más grandazo –Viejo Miguel- con el más chico –mi
hermano John- en un equipo y el resto –Lube, Pelusa y yo- en el otro. Jugábamos
a los goles –entonces creíamos que el que ganaba era el equipo que metía más
rápido la cantidad de goles pactados-. Jugábamos en una cancha de tierra y, a
veces, sin querer, Pelusa, Lube o Viejo, que jugaban descalzos, se volaban una
uña y era penal. Yo era el que tapaba los penales. Entonces era bueno tapando y
pocas veces lograron meterme un gol.
Nos gustaba el fútbol, admirábamos a la selección
peruana –hoy me llega a la verga-. Cuando eran las eliminatorias, veíamos todos
los partidos. No teníamos televisor, en ese entonces tener uno era un lujo.
Pero había un vecino que lo tenía y pagábamos como si fuera cine para ver los
partidos. El televisor era en blanco y negro, era de 14 pulgadas y funcionaba
con batería de carro. A veces, cuando estábamos con mala suerte, la batería
justo se terminaba en lo mejor del partido. La pantalla se iba achicando hasta
que desaparecía. Salíamos maldiciendo y nosotros continuábamos el encuentro.
Tuvimos la suerte de ver los dos últimos mundiales en
los que participó Perú. De Argentina 78 recuerdo la goleada que recibimos del
dueño de casa y la música del mundial. De España 82 tengo más recuerdos: los
partidos contra Camerún y Polonia, los enormes y veloces jugadores africanos,
Lato, el jugador polaco sin pelo a partir de quien empezamos a llamar Lato a
los tíos que no tenían mucha cabellera.
Perú no participó en el siguiente mundial ni en el
siguiente ni en el siguiente ni nunca más y nosotros nos hicimos grandes y ya
no tuvimos tiempo y Pelusa y Lube se marcharon para siempre y John se hizo
Testigo de Jehová y hablar de futbol y tener estrellas de carne y hueso era
pecado para su iglesia. Solo quedamos Viejo y yo. El otro día me lo encontré y
nos tomamos una cerveza después de muchos años y, mientras veíamos el
descalabro brasileño, recordamos esos años de nuestra niñez en que nos gustaba
el fútbol, en que yo soñaba con ser arquero como el Loco Quiroga y él era uno
de los mejores artilleros de nuestro equipito, en que, a pesar de la guerra –él
estuvo en un bando y yo en el otro-, seguimos siendo aquellos chiquillos que
alguna vez soñaron con ser futbolistas como Pelé y, cuando la selección metía
gol, gritábamos a todo pulmón ¡goooooooooooooolllllllllll!
Río, julio 2014
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