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jueves, 25 de noviembre de 2010

El círculo Vargas Llosa


Los libros de Mario Vargas Llosa no existían en la biblioteca de La Cantuta y en los cursos de Literatura Peruana Contemporánea se le ignoraba olímpicamente o se le atacaba con ferocidad tildándolo de escritor de los ricos, ¿no había desenvainado la espada para defender a sus amigos banqueros cuando el joven Alan García había pretendido estatizar la banca?, de antipatriota por haber renegado de la nacionalidad peruana, de inmoral por haber estado casado con su propia tía y después con una prima. Había que leer a Arguedas, a Ciro Alegría, a Manuel Scorza. Nadie como este trío de escritores había retratado al hombre del Ande en toda su magnitud, pintado sus miserias, sus padecimientos, su sed estéril de justicia. ¿Alguna novela del cachorro del Imperio hablaba del indio? ¿Vargas Llosa había vivido la vida miserable de Arguedas? El niño Arguedas había sido maltratado por una indolente madrastra dejándolo traumado, trauma que a la larga lo empujaría a pegarse un tiro. ¿Y Vargas Llosa? Nada, a Vargas Llosa le llovían los premios y el dinero a manos llenas, vivía a caballo entre Francia, España e Inglaterra.
Los libros de Vargas Llosa hablaban de caches y arrechurras, de burdeles, de putas y maricones, no valía la pena leerlos. Leerlo era hasta peligroso: el Perú se desangraba por entonces en una cruenta guerra civil y Vargas Llosa, como candidato de los ricos, no había descartado, si ganaba las elecciones, aceptar la ayuda yanqui para terminar de una buena vez con la guerrilla. Leer a Vargas Llosa era ser enemigo del pueblo.
Pero, como siempre, lo prohibido termina por tentarlo a uno. Teníamos un profesor, a quien llamábamos el Teórico, que presumía de haber leído todo lo que los escritores peruanos habían publicado. A solas, le preguntamos si había leído a Vargas Llosa.
-Por supuesto, jóvenes –nos dijo-. No leer a Vargas Llosa es un pecado, es como si a la mesa de la literatura peruana le faltara una pata.
Y nos habló largo y tendido de la obra del Escribidor. La siguiente clase nos trajo La ciudad y los perros, que leímos y quedamos deslumbrados con el Jaguar, el Esclavo, el poeta Alberto, el serrano Cava, el teniente Gamboa, la Pies Dorados, Teresa, y quisimos leer más y el Teórico nos prestó La casa verde y Conversación en La Catedral que también devoramos con la misma pasión y formamos un círculo casi clandestino para analizar, criticar, comentar la monumental obra vargasllosiana, y también para ensalzarla, admirarla, y defenderla: la siguiente vez que un maestro de pacotilla soltó su ponzoña contra Vargas Llosa, lo refutamos con uñas y dientes hasta hacerlo tragar sus palabras.
Terminamos la carrera, el Círculo Vargas Llosa se desintegró, pero en nosotros quedó el bichito por seguir leyéndolo, por celebrar cada uno de sus galardones literarios hasta este Premio Nobel que, estoy seguro, Marga, Telma, Livia, Luchito, Chanca y Picón celebran como lo hago yo.
Y también el Teórico, en el lugar que esté, algunos dicen que se enroló en la guerrilla y cayó en combate, otros que las fuerzas de Seguridad del Estado lo desaparecieron, habrá esbozado una sonrisa cachacienta y les habrá sacado la lengua a los detractores de nuestro laureado Escribidor.

1 comentario:

  1. Qué grande, Vargas Llosa, Harol, habría sido una injusticia enorme que no ganara el Nobel, enorgullece a todo un país.
    "La ciudad y los perros" fue el primer libro que leí de él, y de allí lo seguí.
    Te dejo un gran abrazo, amigo.
    Humberto.

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