La vi llegar desde lo alto del torreón de vigilancia. Destacaba del resto por su porte estilizado. El sol reverberaba en su cabellera dorada.
Fue una de las primeras en salir de los vestidores. Llevaba un bikini celeste. Alrededor de la breve cintura tenía atado un pareo de múltiples colores.
Tendió su toalla sobre la perezosa, embadurnó su lozana piel con crema bronceadora, se puso unos anteojos oscuros y unos audífonos y se echó de cara al sol. Sus pequeños senos parecían querer derribar al rey del verano.
Las chiquillas jugaron a un concurso de belleza.
–Ven, Ilse.
Se llamaba Ilse. Ilse, repetí. Il–se.
No hizo caso del llamado de sus amigas.
Mientras las otras se metían a la piscina o conversaban debajo de las sombrillas, ella parecía estar en otro lugar. ¿Qué pensamientos ocuparían su mente? ¿Qué mundos visitaría con la imaginación?
Era una bella durmiente. Una Julieta. Despertarla con un beso.
Ninguna novedad en la piscina.
Ilse pareció despertar de su sueño solo para darse la vuelta y poder recibir las caricias del sol en esa espalda que parecía ser un desierto divido en dos por un río de celestes aguas. El Nilo cruzando el Sahara.
Hasta que al fin sintió el llamado de la piscina. Se puso en pie, se despojó del pareo, se quitó los lentes y se arrojó al agua.
Cruzó mares, se hundió en busca de perdidos tesoros y emergió a la superficie en busca de aire.
Parecía Venus naciendo.
Volvió a la perezosa.
El sol lamió el rocío de su piel.
Parecía tararear una canción. ¿A quién escucharía? ¿A RBD, a Don Omar, a Belinda?
Sus amigas se habían olvidado de ella. Ella parecía ser el último habitante de un planeta en extinción.
Varios minutos después, volvió a ponerse en pie, se quitó los audífonos y anteojos y caminó hacia el trampolín.
Subió.
Allá en lo alto, parecía una estatua de bronce recién salido de su molde.
Extendió los brazos y se lanzó en picada como una gaviota en pos de un pez.
Hizo unas cuantas piruetas en el aire antes de hundirse limpiamente en el agua.
Buceó, nadó, chapoteó, flotó.
Volvió a salir chorreando agua.
Se echó de nuevo sobre su toalla.
Allí estuvo hasta la hora en que el sol perdió vitalidad. Agarró su toalla, entró a los vestidores, se puso su uniforme y se marchó con sus amigas.
Fue una de las primeras en salir de los vestidores. Llevaba un bikini celeste. Alrededor de la breve cintura tenía atado un pareo de múltiples colores.
Tendió su toalla sobre la perezosa, embadurnó su lozana piel con crema bronceadora, se puso unos anteojos oscuros y unos audífonos y se echó de cara al sol. Sus pequeños senos parecían querer derribar al rey del verano.
Las chiquillas jugaron a un concurso de belleza.
–Ven, Ilse.
Se llamaba Ilse. Ilse, repetí. Il–se.
No hizo caso del llamado de sus amigas.
Mientras las otras se metían a la piscina o conversaban debajo de las sombrillas, ella parecía estar en otro lugar. ¿Qué pensamientos ocuparían su mente? ¿Qué mundos visitaría con la imaginación?
Era una bella durmiente. Una Julieta. Despertarla con un beso.
Ninguna novedad en la piscina.
Ilse pareció despertar de su sueño solo para darse la vuelta y poder recibir las caricias del sol en esa espalda que parecía ser un desierto divido en dos por un río de celestes aguas. El Nilo cruzando el Sahara.
Hasta que al fin sintió el llamado de la piscina. Se puso en pie, se despojó del pareo, se quitó los lentes y se arrojó al agua.
Cruzó mares, se hundió en busca de perdidos tesoros y emergió a la superficie en busca de aire.
Parecía Venus naciendo.
Volvió a la perezosa.
El sol lamió el rocío de su piel.
Parecía tararear una canción. ¿A quién escucharía? ¿A RBD, a Don Omar, a Belinda?
Sus amigas se habían olvidado de ella. Ella parecía ser el último habitante de un planeta en extinción.
Varios minutos después, volvió a ponerse en pie, se quitó los audífonos y anteojos y caminó hacia el trampolín.
Subió.
Allá en lo alto, parecía una estatua de bronce recién salido de su molde.
Extendió los brazos y se lanzó en picada como una gaviota en pos de un pez.
Hizo unas cuantas piruetas en el aire antes de hundirse limpiamente en el agua.
Buceó, nadó, chapoteó, flotó.
Volvió a salir chorreando agua.
Se echó de nuevo sobre su toalla.
Allí estuvo hasta la hora en que el sol perdió vitalidad. Agarró su toalla, entró a los vestidores, se puso su uniforme y se marchó con sus amigas.
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