Admiro a esos buenos colegas que son inteligentes, trabajadores, buenos empleados y nada más, pero admiro más a esas personas que tienen imaginación, que no solo aprendieron a hacer bien su labor de maestro sino que tienen una pizca de creatividad. No me imagino a los cincuenta años lidiando con esa piara de bestias que son los alumnos. A esa edad debo estar en una casita de la sierra, con mi mujer y un par de hijos disfrutando de la vida rural, haciendo lo que más me gusta, no firmando puntualmente a la una y cuarto, disfrutando de quince minutos de recreo y volviendo a casa como un loco para huir de ese ambiente insoportable, asfixiante que es el colegio. Paciencia, y a darle duro al cerebro para salir de ese hoyo lleno de mierda.
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