Allí, en la esquina -¿derecha o izquierda?- está mi cuentito ganador y al costado el otro cuento que inspiraron esta historia. Todo es imaginación, jeje, no hay por qué asustarse.
Hace poco gané un premio en un concurso de literatura erótica organizada por un diario local. Fui a recogerlo.
–Esther Vargas está en una reunión –me dijo el de seguridad–. Espérala, ya sale.
Me señaló unas sillas donde estaba una chica. Era bonita, alta y delgada. Tenía los cabellos castaños y la piel blanca. Llevaba una faldita negra, tacos del mismo color y una blusa blanca. Seguro es una estudiante de Ciencias de la Comunicación que anda buscando un medio para hacer sus prácticas, pensé, mientras tomaba asiento a su lado. Percibí el aroma a rosas de su piel. Cruzó las piernas y pude verle los muslos, cruzados por venitas verde-azules, en todo su esplendor. Imaginé que al final de ellos debía haber una conchita deliciosa. ¿Sería una estudiante de periodismo o también venía a recoger su premio? Repasé mentalmente todos los relatos ganadores: algunos eran casi pornográficos, otros medio poéticos. No me la imaginé, con esa carita de yo no mato ni una mosca, escribiendo un cuentito erótico. Descruzó y cruzó otra vez las piernas. Yo ya tenía la verga dura de solo imaginarme que le hacía un oral.
–¿También vienes a recoger tu premio? –me preguntó con una vocecita de niña, volviendo el rostro. Tenía los ojos bonitos, los labios delgados. No me imaginé una verga entrando y saliendo de su jugosa boquita.
–Sí. ¿Y tú?
–También –dijo, y se puso colorada como si la hubieran pillado en falta. O sea que la nena también andaba imaginándose historias calientes–. ¿Cómo se llama tu cuento?
–El escote. ¿El tuyo?
–Streep tease.
–¿El de la chica que le hace un streep tease a su novio como regalo de cumpleaños?
–Ajá –dijo, con una sonrisa–. ¿El tuyo es del hombre que se para al lado de una chica que lleva un profundo escote y se imagina cosas?
–Sí.
–Buena tu historia –humedeció los labios pasándose la lengua, puntiaguda, rosada, húmeda, como si la pasara por la cabeza de una verga.
–¿Y es real o pura imaginación?
–Mitad mitad –dije–. Subí al carro, una chica se paró a mi lado, le di el asiento, vi su escote…
–Y dejaste volar tu imaginación.
–Ajá.
Risas.
–¿Y tu historia cuánto de cierto tiene?
–Menos de la mitad –dijo–. El streep tease lo hice ante mi espejo.
Eso significaba que estaba solita. Claro, la soledad es la madre de todos los vicios. Con razón andaba imaginando historias calientes.
–Pueden pasar –nos dijo el guachimán–. Esther Vargas los espera en su oficina. Es la número 69.
–Vaya numerito –dijo la chica.
–Será porque escribe de sexo.
–¿Me puedes hacer un favor?
–¿Cuál?
–¿Podrías pedir que te den un consolador por mí? –dijo. Otra vez su rostro se tornó carmesí–. No quiero que Esther piense que soy una enferma.
Un consolador, ¿para que se lo meta todas las noches, antes de dormir como un angelito, en su voraz conchita?
–Ya, no te preocupes.
Llegamos a la oficina número 69. Tocamos.
–Pasen nomás –nos dijo una voz desde dentro.
Pasamos. Esther se puso de pie y nos llenó las mejillas de besos. Era alta y voluminosa.
–Bienvenidos a mi cubil –dijo–. ¿Vienen por su premio?
–Ajá.
–Excelentes vuestras historias –nos dijo–. ¿Saben?: son las que más me calentaron. Tienen buena imaginación erótica.
–Gracias.
–Hacen bonita pareja –dijo. ¿Creyó que éramos pareja porque entramos juntos?–. ¿Escribieron vuestras historias a cuatro manos?
–En cuatro patas más bien –dijo Francine.
Esther soltó una sonora carcajada que retumbó en la pequeña oficina cuyas paredes estaban tapizadas con las páginas de su columna.
–¿Hijos?
–Aún no –dijo Francine.
–Mejor –dijo Esther–. Opten por la adopción. ¿Sabes? –se dirigió a Francine–: Con la cría, el cuerpo se te hace mierda, te deformas, las tetas y el culo se te caen, la chucha te queda horrible después de un parto.
–Me imagino –dijo Francine.
–¿Tendrías ganas de tirarte a tu mujer en semejantes condiciones, Agustín? –me preguntó.
Me quedé mudo.
–Claro que no. Pero tú no pierdes nada con tanta chiquilla que hay por ahí revoloteando como putillas, ¿verdad?
Me limité a sonreír.
–¿Y qué tal se llevan en la cama?
–Muy bien –dijo Francine.
–¿Hacéis orales, anal, rusos como en tu cuento?
–Sí.
–¿Sexo grupal?
–Todavía no.
–Si pueden, háganlo. Es rico el sexo entre más de dos.
¿Estaría esperando que la invitemos a compartir nuestro imaginario lecho?
–Lo intentaremos.
–¿Usan juguetitos?
–Justo pensando en eso participamos –dijo Francine.
–Pues tuvieron suerte –dijo Esther. Abrió un cajón de su escritorio y sacó un par de consoladores. Se dirigió a Francine–. ¿Cuál te gusta más?
–Yo creo que este –dijo ella, agarrando uno liso y transparente.
–Es muy bueno –dijo Esther–. Con un buen lubricante, te hace gozar por todos los agujeros. Yo tengo uno.
Sonrió mientras Francine se ponía colorada una vez más.
–¿Y tú, Agustín, también deseas uno?
–No –me reí–. Solo quiero un libro.
–Lo que te pierdes. Sino, pregúntale a Ricky Martin.
Risas.
Escogí Más sexo y menos New York.
–Como me han caído simpáticos ambos, les tengo un par de regalitos más –otra vez abrió un cajón de su escritorio–. Una cena para dos y un baby doll para ti –le dijo a Francine–. Para que estés siempre bella y apetecible para tu maridito.
Nos reímos.
Estuvimos un ratito más hablando de su página y nos despedimos. Antes de salir, Esther no dijo si se animan a hacer un trío, me llaman.
–Lo haremos.
–Qué tonta, creyó que éramos marido y mujer –dijo Francine, ya en la calle.
–Pero fue divertido. ¿Qué hacemos con la cena? ¿Te doy la mitad de la invitación?
–Mejor vamos a cenar juntos. ¿O no puedes?
–Claro que puedo.
Como todavía era temprano, fuimos al cine a hacer tiempo. Aprovechando la penumbra, Francine sacó de su bolso el consolador. ¿Lo quería probar ahí mismo?
–Parece real –susurró en mis oídos–. Tócalo.
–Mejor no, después me va a gustar.
Rió en mis orejas.
–¿Alguna vez has usado uno?
–No –dijo, y poniendo una mano sobre mi sexo, añadió–: Solo las de carne y nervios.
Puse una mano sobre sus rodillas, como no protestó, lo metí entre sus piernas hasta llegar a su ingle. Se lo acaricié por sobre su calzón, que estaba húmedo y caliente. Me saqué la verga e hice que me lo acariciara.
–Mámamelo.
Mientras me la mamaba, yo pensaba en Esther, en un trío. Me imaginaba que Esther también me la estaba chupando, que era la boca caliente de Esther de la que entraba y salía mi verga, que era Esther quien se tomaba todo mi néctar, que era a Esther a quien le metía el consolador.
–Esther Vargas está en una reunión –me dijo el de seguridad–. Espérala, ya sale.
Me señaló unas sillas donde estaba una chica. Era bonita, alta y delgada. Tenía los cabellos castaños y la piel blanca. Llevaba una faldita negra, tacos del mismo color y una blusa blanca. Seguro es una estudiante de Ciencias de la Comunicación que anda buscando un medio para hacer sus prácticas, pensé, mientras tomaba asiento a su lado. Percibí el aroma a rosas de su piel. Cruzó las piernas y pude verle los muslos, cruzados por venitas verde-azules, en todo su esplendor. Imaginé que al final de ellos debía haber una conchita deliciosa. ¿Sería una estudiante de periodismo o también venía a recoger su premio? Repasé mentalmente todos los relatos ganadores: algunos eran casi pornográficos, otros medio poéticos. No me la imaginé, con esa carita de yo no mato ni una mosca, escribiendo un cuentito erótico. Descruzó y cruzó otra vez las piernas. Yo ya tenía la verga dura de solo imaginarme que le hacía un oral.
–¿También vienes a recoger tu premio? –me preguntó con una vocecita de niña, volviendo el rostro. Tenía los ojos bonitos, los labios delgados. No me imaginé una verga entrando y saliendo de su jugosa boquita.
–Sí. ¿Y tú?
–También –dijo, y se puso colorada como si la hubieran pillado en falta. O sea que la nena también andaba imaginándose historias calientes–. ¿Cómo se llama tu cuento?
–El escote. ¿El tuyo?
–Streep tease.
–¿El de la chica que le hace un streep tease a su novio como regalo de cumpleaños?
–Ajá –dijo, con una sonrisa–. ¿El tuyo es del hombre que se para al lado de una chica que lleva un profundo escote y se imagina cosas?
–Sí.
–Buena tu historia –humedeció los labios pasándose la lengua, puntiaguda, rosada, húmeda, como si la pasara por la cabeza de una verga.
–¿Y es real o pura imaginación?
–Mitad mitad –dije–. Subí al carro, una chica se paró a mi lado, le di el asiento, vi su escote…
–Y dejaste volar tu imaginación.
–Ajá.
Risas.
–¿Y tu historia cuánto de cierto tiene?
–Menos de la mitad –dijo–. El streep tease lo hice ante mi espejo.
Eso significaba que estaba solita. Claro, la soledad es la madre de todos los vicios. Con razón andaba imaginando historias calientes.
–Pueden pasar –nos dijo el guachimán–. Esther Vargas los espera en su oficina. Es la número 69.
–Vaya numerito –dijo la chica.
–Será porque escribe de sexo.
–¿Me puedes hacer un favor?
–¿Cuál?
–¿Podrías pedir que te den un consolador por mí? –dijo. Otra vez su rostro se tornó carmesí–. No quiero que Esther piense que soy una enferma.
Un consolador, ¿para que se lo meta todas las noches, antes de dormir como un angelito, en su voraz conchita?
–Ya, no te preocupes.
Llegamos a la oficina número 69. Tocamos.
–Pasen nomás –nos dijo una voz desde dentro.
Pasamos. Esther se puso de pie y nos llenó las mejillas de besos. Era alta y voluminosa.
–Bienvenidos a mi cubil –dijo–. ¿Vienen por su premio?
–Ajá.
–Excelentes vuestras historias –nos dijo–. ¿Saben?: son las que más me calentaron. Tienen buena imaginación erótica.
–Gracias.
–Hacen bonita pareja –dijo. ¿Creyó que éramos pareja porque entramos juntos?–. ¿Escribieron vuestras historias a cuatro manos?
–En cuatro patas más bien –dijo Francine.
Esther soltó una sonora carcajada que retumbó en la pequeña oficina cuyas paredes estaban tapizadas con las páginas de su columna.
–¿Hijos?
–Aún no –dijo Francine.
–Mejor –dijo Esther–. Opten por la adopción. ¿Sabes? –se dirigió a Francine–: Con la cría, el cuerpo se te hace mierda, te deformas, las tetas y el culo se te caen, la chucha te queda horrible después de un parto.
–Me imagino –dijo Francine.
–¿Tendrías ganas de tirarte a tu mujer en semejantes condiciones, Agustín? –me preguntó.
Me quedé mudo.
–Claro que no. Pero tú no pierdes nada con tanta chiquilla que hay por ahí revoloteando como putillas, ¿verdad?
Me limité a sonreír.
–¿Y qué tal se llevan en la cama?
–Muy bien –dijo Francine.
–¿Hacéis orales, anal, rusos como en tu cuento?
–Sí.
–¿Sexo grupal?
–Todavía no.
–Si pueden, háganlo. Es rico el sexo entre más de dos.
¿Estaría esperando que la invitemos a compartir nuestro imaginario lecho?
–Lo intentaremos.
–¿Usan juguetitos?
–Justo pensando en eso participamos –dijo Francine.
–Pues tuvieron suerte –dijo Esther. Abrió un cajón de su escritorio y sacó un par de consoladores. Se dirigió a Francine–. ¿Cuál te gusta más?
–Yo creo que este –dijo ella, agarrando uno liso y transparente.
–Es muy bueno –dijo Esther–. Con un buen lubricante, te hace gozar por todos los agujeros. Yo tengo uno.
Sonrió mientras Francine se ponía colorada una vez más.
–¿Y tú, Agustín, también deseas uno?
–No –me reí–. Solo quiero un libro.
–Lo que te pierdes. Sino, pregúntale a Ricky Martin.
Risas.
Escogí Más sexo y menos New York.
–Como me han caído simpáticos ambos, les tengo un par de regalitos más –otra vez abrió un cajón de su escritorio–. Una cena para dos y un baby doll para ti –le dijo a Francine–. Para que estés siempre bella y apetecible para tu maridito.
Nos reímos.
Estuvimos un ratito más hablando de su página y nos despedimos. Antes de salir, Esther no dijo si se animan a hacer un trío, me llaman.
–Lo haremos.
–Qué tonta, creyó que éramos marido y mujer –dijo Francine, ya en la calle.
–Pero fue divertido. ¿Qué hacemos con la cena? ¿Te doy la mitad de la invitación?
–Mejor vamos a cenar juntos. ¿O no puedes?
–Claro que puedo.
Como todavía era temprano, fuimos al cine a hacer tiempo. Aprovechando la penumbra, Francine sacó de su bolso el consolador. ¿Lo quería probar ahí mismo?
–Parece real –susurró en mis oídos–. Tócalo.
–Mejor no, después me va a gustar.
Rió en mis orejas.
–¿Alguna vez has usado uno?
–No –dijo, y poniendo una mano sobre mi sexo, añadió–: Solo las de carne y nervios.
Puse una mano sobre sus rodillas, como no protestó, lo metí entre sus piernas hasta llegar a su ingle. Se lo acaricié por sobre su calzón, que estaba húmedo y caliente. Me saqué la verga e hice que me lo acariciara.
–Mámamelo.
Mientras me la mamaba, yo pensaba en Esther, en un trío. Me imaginaba que Esther también me la estaba chupando, que era la boca caliente de Esther de la que entraba y salía mi verga, que era Esther quien se tomaba todo mi néctar, que era a Esther a quien le metía el consolador.
Que te lo metan a ti, porque de eso ya tienes experiencia.
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