Se apareció en la puerta del 5°F. Cabello rojo, carita de traviesa, ojos maquillados. Llevaba una lycra super ajustada, un polito blanco ceñido con un Cifrut estampado como un arco iris sobre las montañas que eran sus senos.
-Estamos promocionando un nuevo sabor de esta bebida –dijo la chica-. Tenemos permiso de la dirección. ¿Se puede?
-Claro –le dije.
Detrás de ella se apareció un chico que llevaba un polo con el mismo estampado y en la mano varias botellas de Cifrut.
-Pasen.
Entraron y los alumnos empezaron a silbar y a decirle piropos subidos de tono a la chica, que, diplomática, se limitaba a sonreír aunque seguro estaría pensando he llegado al infierno, ojalá que salga viva.
-Silencio, alumnos –dije, pero nadie me hizo caso. Solo se callaron cuando entró en escena la subdirectora y el auxiliar. El salón estaba sucio, acababa de terminar el recreo, las carpetas estaban fuera de sus lugares, los chicos sudaban.
La chica tomó la palabra para decir que estaban promocionando un nuevo sabor de Cifrut.
-¿No es Guaraná? –preguntó un alumno.
-No –dijo la chica-. Se parece, pero no es.
Empezó a repartir vasitos descartables con el logotipo de Cifrut mientras su compañero vertía la bebida. Salud, preciosa, murmuraban los alumnos. ¿Cómo te llamas, linda? ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde vives?
-¡¡Silencio, alumnos!! –masculló la subdirectora, media avergonzada por la actitud de los alumnos.
Yo solo los miraba amenazándolos con los ojos de ponerles un cero cinco, pero ellos igual seguían susurrando sus piropos subidos de tono, aunque, para ser sinceros, la chica se lo merecía.
-Para usted –dijo, dándome un vasito.
-Gracias.
-De nada –me regaló una sonrisa de dientes blancos y ojos risueños.
-¡Salud, chicos! –dijo ella, levantando su vasito.
-¡¡Salud, mi amor!!
-¿Qué es esto, chicos? –rugió la subdirectora.
La chica solo sonrió. Qué otra cosa le quedaba ante cuarenta pirañas y otros más que miraban desde las ventanas.
-¿Se sirve un poquito más, profesor?
-Claro. Gracias. Hace calor –dije, sin darme cuenta que hacía un frío de los mil demonios. Bueno, cualquiera pierde la cabeza ante semejante beldad. Todos tenemos nuestros cinco minutos de estupidez al día.
Después empezaron las fotos. Los alumnos se disputaban el honor de posar con ella para la eternidad. Yo, yo, yo soy más guapo. Anda, cabezón, vas a malograr la foto.
-¿Una fotito, profesor?
-Claro.
Le pasé una mano por la cintura y temblé al contacto de su piel.
-¡¡Beso, beso, beso!! –pidieron los chicos-. ¡¡Beso, beso, beso!!
La chica me estampó los labios en las mejillas.
-En la boca –rugieron los pirañitas.
-Otro día –dijo la chica.
-¡¡¡Ooohhh!!!
-Silencio, alumnos –volvió a rugir la subdirectora.
La chica nos dio las gracias, repartió un poco más de Cifrut y salió del salón y con ella su amigo, la subdirectora y el auxiliar. Yo me quedé con el sabor del nuevo Cifrut en los labios.
-Estamos promocionando un nuevo sabor de esta bebida –dijo la chica-. Tenemos permiso de la dirección. ¿Se puede?
-Claro –le dije.
Detrás de ella se apareció un chico que llevaba un polo con el mismo estampado y en la mano varias botellas de Cifrut.
-Pasen.
Entraron y los alumnos empezaron a silbar y a decirle piropos subidos de tono a la chica, que, diplomática, se limitaba a sonreír aunque seguro estaría pensando he llegado al infierno, ojalá que salga viva.
-Silencio, alumnos –dije, pero nadie me hizo caso. Solo se callaron cuando entró en escena la subdirectora y el auxiliar. El salón estaba sucio, acababa de terminar el recreo, las carpetas estaban fuera de sus lugares, los chicos sudaban.
La chica tomó la palabra para decir que estaban promocionando un nuevo sabor de Cifrut.
-¿No es Guaraná? –preguntó un alumno.
-No –dijo la chica-. Se parece, pero no es.
Empezó a repartir vasitos descartables con el logotipo de Cifrut mientras su compañero vertía la bebida. Salud, preciosa, murmuraban los alumnos. ¿Cómo te llamas, linda? ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde vives?
-¡¡Silencio, alumnos!! –masculló la subdirectora, media avergonzada por la actitud de los alumnos.
Yo solo los miraba amenazándolos con los ojos de ponerles un cero cinco, pero ellos igual seguían susurrando sus piropos subidos de tono, aunque, para ser sinceros, la chica se lo merecía.
-Para usted –dijo, dándome un vasito.
-Gracias.
-De nada –me regaló una sonrisa de dientes blancos y ojos risueños.
-¡Salud, chicos! –dijo ella, levantando su vasito.
-¡¡Salud, mi amor!!
-¿Qué es esto, chicos? –rugió la subdirectora.
La chica solo sonrió. Qué otra cosa le quedaba ante cuarenta pirañas y otros más que miraban desde las ventanas.
-¿Se sirve un poquito más, profesor?
-Claro. Gracias. Hace calor –dije, sin darme cuenta que hacía un frío de los mil demonios. Bueno, cualquiera pierde la cabeza ante semejante beldad. Todos tenemos nuestros cinco minutos de estupidez al día.
Después empezaron las fotos. Los alumnos se disputaban el honor de posar con ella para la eternidad. Yo, yo, yo soy más guapo. Anda, cabezón, vas a malograr la foto.
-¿Una fotito, profesor?
-Claro.
Le pasé una mano por la cintura y temblé al contacto de su piel.
-¡¡Beso, beso, beso!! –pidieron los chicos-. ¡¡Beso, beso, beso!!
La chica me estampó los labios en las mejillas.
-En la boca –rugieron los pirañitas.
-Otro día –dijo la chica.
-¡¡¡Ooohhh!!!
-Silencio, alumnos –volvió a rugir la subdirectora.
La chica nos dio las gracias, repartió un poco más de Cifrut y salió del salón y con ella su amigo, la subdirectora y el auxiliar. Yo me quedé con el sabor del nuevo Cifrut en los labios.
Y?
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