Ayer fue el día del padre, y qué mejor homenaje que un poema escrito especialmente en su memoria y que fue declamado durante la actuación el viernes pasado.
Mi padre tenía las manos grandes y fuertes
de tanto echar a la mar las redes.
Tenía las manos de los obreros, de los campesinos,
manos que abren surcos, que abren caminos.
Los años le dieron una vasta sabiduría.
¡Qué buenos consejos me dio para afrontar la dura vida!
Fue mi primer maestro.
Él no hablaba nomás. Él predicaba con el ejemplo.
Con el paso de los años sus pasos se hicieron cansinos,
su barba se hizo alba, ya estaba viejito.
Un día lo vi postrado en la cama de un hospital.
Se acercaba a pasos agigantados su final.
En una tarde de marzo que aún me duele
se encontró con la muerte.
Antes me dijo hijo no me vayas a llorar,
muero con la esperanza de despertar en el paraíso.
Crucé sobre su pecho yerto
sus brazos que alguna vez fueron de acero.
Besé su frente sagrada
inundándola con mis lágrimas.
Ya va el cortejo fúnebre por el polvoriento camino
entre ayes y lamentos de los que te hemos querido.
En la tierra dura han cavado una sepultura
donde descansará tu cuerpo a oscuras.
Polvo fuiste y al polvo vuelves,
nadie escapa al zarpazo de la muerte.
¡Ay, no quiero llorar pero te estoy llorando,
cómo me duele en el pecho tu ausencia Juan Ignacio!
de tanto echar a la mar las redes.
Tenía las manos de los obreros, de los campesinos,
manos que abren surcos, que abren caminos.
Los años le dieron una vasta sabiduría.
¡Qué buenos consejos me dio para afrontar la dura vida!
Fue mi primer maestro.
Él no hablaba nomás. Él predicaba con el ejemplo.
Con el paso de los años sus pasos se hicieron cansinos,
su barba se hizo alba, ya estaba viejito.
Un día lo vi postrado en la cama de un hospital.
Se acercaba a pasos agigantados su final.
En una tarde de marzo que aún me duele
se encontró con la muerte.
Antes me dijo hijo no me vayas a llorar,
muero con la esperanza de despertar en el paraíso.
Crucé sobre su pecho yerto
sus brazos que alguna vez fueron de acero.
Besé su frente sagrada
inundándola con mis lágrimas.
Ya va el cortejo fúnebre por el polvoriento camino
entre ayes y lamentos de los que te hemos querido.
En la tierra dura han cavado una sepultura
donde descansará tu cuerpo a oscuras.
Polvo fuiste y al polvo vuelves,
nadie escapa al zarpazo de la muerte.
¡Ay, no quiero llorar pero te estoy llorando,
cómo me duele en el pecho tu ausencia Juan Ignacio!
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