O medio siglo ha pasado desde el nacimiento de Juan Ignacio, mi hermano mayor, que apenas vivió siete meses, una semana y un día. Hace cincuenta años a mamá le faltaban ocho días para cumplir los veinticinco, a papá dieciséis días para cumplir los 34. Eran jóvenes, estaban llenos de vida. Hoy ya no están. Esta semana iba a ir a pintar la tumba de mi hermano pero la caminata me dejó los pies hechos puré y recién hoy salí de casa, y caminando como pato. Fui a visitar a los viejos como todos los domingos, les compré sus flores, y los recordé. Ah, también soñé a la vieja: llegué a una casa, la puerta estaba juntada, asomé la cabeza, vi una cocina abandonada, de pronto la vieja salió de otro cuarto y me dijo "tu papá está mal". Yo le dije "hay que llevarlo a la casa". Y desperté. Hace tiempo que la vieja no se me aparecía en sueños. Será porque anoche empecé a escribir el último capítulo de la historia de mi viejo.
A Humberto: Lo de la gran marcha por el agua es cierto. Y la historia de mi padre también. Allí no he tratado de inventar nada, hasta el monólogo está basado en las cosas que me contaba. Tengo un par de meses para corregirla antes de mandarla a un concurso.
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