Hoy, de regreso a casa, me encontré con Marga, una compañera de "combate" de mis años en La Cantuta, cuando yo era Agustín de Luisa y estábamos en el clandestino Ciena -Círculo de Estudios Nuevo Amanecer- y soñábamos con dedicarnos a la escritura, y vivíamos para escribir, nos pasábamos los días escribiendo, planificando novelas que con el tiempo se harían realidad. Han pasado trece años desde que dejé la universidad, y en estos trece años no he dejado de escribir un solo día, a menos que haya sido por fuerza mayor -una resaca, ahora casi nula, un viaje, la muerte de un familiar, que esté trapo por mucho hacerme pajas, esto es broma- y las novelas que entonces planificamos las he ido escribiendo, algunas las dejé en el camino y después volví a ellas, otras siguen esperando su turno desde entonces -"La universidad de los desaparecidos" todavía sigue dando vueltas en mi cabeza-. Y los premios literarios que soñamos ganar las he ido ganando poco a poco, casi sin pensarlo, apostando siempre a ganador, pero también con un poco de suerte. He publicado un par de libros, un cuento en España, otro en Huancayo, y no he gastado ni un sol de mi bolsillo. Falta el sueño de la casita en Huanta, de vivir solo de escribir, de la mujer y los hijos que algún día se harán realidad, y después la muerte, que llegará.
¿Y Marga? No hizo nada, sacó su título, dio un sin fin de exámenes para nombrarse y no lo consiguió porque la situación se hizo difícil con el paso de los años, dejó sus sueños de dedicarse a escribir para tratar de nombrarse, hizo una maestría, un diplomado, una segunda especialidad, y nada, sigue contratada. Tuviste suerte en nombrarte, me dice. Ah, no, esto no fue suerte, cinco años estuve lejos de mi casa, por este trabajo de mierda no pude velar por mis viejos cuando más me necesitaban, por estudiar para nombrarme me quedé corto de vista, tengo que aguantar a tantos huevones así que no es suerte, peor que la paga no es mucha, pero al menos te quita la preocupación de estar pensando qué haré el otro año, en dónde trabajaré. Por eso aprovecho todos los días en lo único que sé hacer, aparte de otras cosillas para vivir, que es escribir. ¿Viviré de esto algún día? No lo sé, pero igual sigo con mis sueños de aquellos años.
El viaje se hizo corto, y hemos prometido tomarnos un café otro día para seguir recordando y a ver si por fin me decido a escribir mi novela sobre los desaparecidos.
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