Una semana de tres días de trabajo, en que uno va conociendo la evolución, o involución de las personas con las cuales uno comparte el centro laboral, personas a las que conocí hace años, personas a las que uno reencuentra por circunstancias de la vida y ve lo mucho que han cambiado, que se han transformado en esos profesores que uno odiaba durante los años escolares, esos profesores represores que creen que citando a los padres, mandando a los alumnos al sicólogo o haciéndoles escribir dos mil veces "tengo que portarme bien" los alumnos cambiarán. Qué patético, será que llegaron a su techo, a su límite, que más no pueden hacer, y son jóvenes, incluso más jóvenes que uno, que a la "vejez" va cosechando premios literarios a granel, que sigue teniendo los mismos sueños de entonces, las mismas ganas de dejar la mediocridad. En fin, debo marcharme en cualquier momento de ese lugar, cinco años son suficientes para escribir una novela sobre esas personas, y basta, sobra, para no intoxicarme, para no terminar como ellos.
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