La noticia está incompleta porque mi escáner es chico nomás-
Harol Gastelú Palomino
La agonía de Juan de Dios
A la memoria de mi padre,
Juan de Dios Gastelú Luján,
(8/3/1927 – 19/3/2009),
y de su compañera de toda la vida,
de mil batallas,
María Palomino Ceras,
(28/2/1936 – 22/7/2005)
del hijo que los sigue queriendo
y los querrá hasta el último de sus días
Polvo eres y a polvo volverás,
Génesis 3,19
Sé fiel hasta la muerte,
Apocalipsis 2,10
1
Parece un patito, don Juan de Dios, le dice la enfermera.
Los ojos amarillos, la piel amarilla. Se rasca. La picazón insoportable. Es como si tuviese un ejército de hormiguitas caminando debajo de mi piel, me ha dicho. Navegando en mi sangre.
¿Qué, señorita?
Abra su brazo, don Juan de Dios, ahora la enfermera le habla fuerte. Va a empollar un huevito. Le pone el termómetro bajo la axila izquierda. No se le vaya a caer que me descuentan.
¿Qué tendrá mi papá, señorita?
Parece cirrosis, por el colorcito.
¿Cirrosis? El hombre no toma ni agua, señorita. Es hermano.
¿A qué iglesia va?
A la de los Testigos de Jehová.
¿Son esos que no aceptan sangre y andan los domingos de casa en casa?
Ajá. Pero si hay que hacerle una transfusión, hágasela nomás, claro que sin avisarle, o la excomulga.
La enfermera sonríe. Le mide la presión. Cuando nos den los resultados de los análisis sabremos con certeza qué es lo que tiene, me dice. Quizá comió algo que le ha caído mal y nos estamos alarmando por gusto.
Eso es lo más probable. Desde que mamá murió, el viejo come lo que encuentra, lo que buenamente le prepara Mariana si tiene tiempo, lo que a veces le alcanza Flora de mala gana. Muchas veces come la comida fría pues no sabe prender la cocina a gas. O come a deshora: los Apestegui le mandan un plato de comida a las cuatro, a esa hora almuerzan, que el viejo se guarda para su cena. ¿Qué les costará mandárselo a las seis, como se los he pedido tantas veces? Una calentada en su microondas por un minuto, y el viejo no tendría que comer la comida fría. Parece que es pedirles demasiado. Con mamá las comidas eran a una hora exacta: el almuerzo a las doce, la cena a las seis. Quién sabe cómo prepararán los alimentos en el comedor popular donde a veces almuerza cuando no hay nadie en casa. Cuánta falta le hace la vieja. Nos hace. Si ella hubiese estado, no se habría quemado un pie con agua caliente hace unos años preparándose el desayuno. No comería cualquier cosa, a cualquier hora.
Qué fregada es la edad, qué frágil se vuelve uno con los años. Del hombre fuerte que era, de ese hombre a quien John y yo ayudamos tantas veces a construir casas cuando éramos chiquillos, hace tantos años ya, solo queda la sombra, el recuerdo, un ser asustado, temeroso, ¿ante la inminencia de la muerte?, el llanto por cualquier motivo.
Se aburre. Se acaba enero y el calor es insoportable pese a que su cama está a un paso de la ventana que da a la calle, al parque del frente. Extrañará sus películas del Viejo Oeste, seguro; los clásicos mexicanos que veíamos en las tardes tomando gaseosa, comiendo fruta y bizcocho, las películas de guerra. Extrañará La movida de los sábados. Extrañará a la Jeanette Barboza, su amor platónico. Uno de sus vicios, aparte de la Biblia, es la televisión. Y en esta sala no hay ni un televisor viejo. Las horas se le harán interminables, eternas.
Está harto de estar conectado al suero sin obtener ningún alivio.
¿Por qué no me llevan al otro hospital?, me pregunta. Se refiere a la clínica geriátrica San Isidro Labrador de Lince, donde estuvo en noviembre cuando tuvo un ligero derrame cerebral. Estará harto de compartir su habitación con cinco personas, hombres y mujeres, enfermos como él. Al viejo le gusta estar solo en lo posible. En el San Isidro Labrador tenía un solo compañero, tenía la ducha a un paso, podía bañarse a cualquier hora. Aquí las enfermeras no se lo permiten. Cómo va a ducharse a las cuatro de la mañana, me han dicho. Interrumpe el descanso de los demás pacientes. Podría caerse.
Te tienen que hacer más análisis, le digo, pegando mi boca a su oído izquierdo para que me escuche.
Don Juan de Dios es bien especial, me dice la enfermera, nunca está contento con nada.
Es que se aburre, señorita. Demasiado calor hace aquí.
Debe ser, aunque nunca he conocido a un paciente tan cascarrabias.
Me río. Tampoco exagere, señorita. Él es así. Paciencia, o le van a salir canas de colores.
La enfermera sonríe. Qué me queda, dice, resignada. Así es nuestra labor.
¿Le puedo ayudar a bañarse antes de irme? Está que se muere de calor.
Claro. Le voy a quitar el suero un rato. Su presión está normal, igual su temperatura.
Gracias, señorita.
La enfermera le saca la sonda del suero, le cubre la vía con espadrapo. Ahora sí puede bañarse todo lo que quiera, don Juan de Dios, le dice, levantando la voz. Ya sabe que papá no escucha muy bien con el oído izquierdo, que el derecho lo tiene sellado como por un corcho.
Lo ayudo a bajar de la cama y vamos a la ducha.
Se quita la piyama y el short que usa en lugar de calzoncillo. Su piel amarilla está llena de marquitas que se ha hecho de tanto rascarse. En el pecho y en los brazos tiene las cicatrices que le dejó la explosión del horno cuando trabajaba en una panadería en Pisco. Su espalda se ha curvado tanto que parece una joroba. Apenas se le nota el pipilí, oscuro, arrugado, cubierto de vellos grises.
De la pinta y el porte de Pedro Infante que tenía, según viejas fotografías que conserva Mariana, no queda nada. La piel amarilla, la cabeza calva, la boca desdentada, la espalda encorvada. Un poco más y se parece a Gollum/Sméagol. Dentro de cuarenta años estaré así, pienso. Si llego a vivir los casi ochenta y dos años que él ha vivido.
¿Y cómo estará el viejo dentro de cuarenta años?, me pregunto. Le ha pedido cuarenta años más de vida a su Dios, me ha dicho. ¿Le escuchará?
Abre el grifo y el chorro de agua fría cae sobre su cuerpo magullado. Me pide que le jabone la espalda. Le paso el jabón como alguna vez lo hizo él cuando John y yo éramos niños.
Se queda un buen rato bajo el agua. Parece una criatura disfrutando de un duchazo en este verano insoportable.
Me saco los zapatos y las medias y aprovecho para refrescarme los pies. Me arden como si estuvieran sobre fuego. Tengo ampollas en el dedo gordo del pie derecho. ¿Serán mis riñones? ¿Los cálculos estarán reapareciendo? ¿Será por el trajín de estos últimos días?
Mejor báñate también, Arolín, me dice.
En la casa, le digo, aunque ganas no me faltan: estoy que me sancocho, siento la ropa pegoteada a la piel.
Se afeita, se cepilla los dientes, los pocos dientes que aún le quedan.
Se pone la piyama limpia que le ha mandado Mariana.
Las enfermeras se van a enamorar de ti, le digo. Provecho.
Sonríe. Ojalá lo hiciera siempre.
Volvemos a la sala. Se para al lado de la ventana. Yo me siento en la silla que hay para las visitas.
¿Cuándo iremos a Chincho?, me pregunta.
En julio, le digo, pensando ¿de dónde sacaré plata si el sueldo me alcanza con las justas para sobrevivir? Siempre digo este mes empezaré a ahorrar cincuenta solcitos para viajar, pero nada, no se puede. Si al menos Vinces me hubiese dado la mitad del premio que gané en su pseudo concurso…
¿Cuándo te va a pagar Vinces?, me pregunta, como leyéndome el pensamiento.
En cualquier momento, le digo. ¿Para qué decirle que hace unos meses el tipo ese me dijo qué tal con la plata que te debo coeditamos tu siguiente libro en vez de que te lo gastes en cualquier otra cosa? No ha publicado aún la novela con la que gané el premio Alpamayo y ya quiere publicarme otro libro. Gracioso, ¿no? Paciencia…
Deberías denunciarlo para que no siga estafando a la gente. ¿Cuándo va a publicar tu novela?
Más adelante, todavía la estoy corrigiendo…, le digo, sintiendo que las orejas me empiezan a arder. Busco el Perú.21 que le he traído para darle una hojeada.
¿Tanto se demora? Ya va a ser un año desde que ganaste ese concurso.
Así es ese asunto…, le digo. Si quieres, podemos ir a Pisco cuando te den de alta. Tengo unos ahorros…, agrego, pensando que puedo pedir un préstamo al banco de la Nación y dar clases particulares para pagarlo.
Sonríe. Seguro está recordando lo que nos pasó hace dos años cuando fuimos a Palpa en busca de las huellas del mítico Prudencio Luján. Mejor vamos a Chincho, dice. Allá me voy a sanar, el clima es limpio, el agua es pura. Y, con la plata que te den, podemos comprar un terrenito en Huanchuy para criar chanchos. Nacho y Diego ya están grandes; podrían acompañarnos.
Es buena idea, le digo. De repente puedo reasignarme a Julcamarca y estudiar primaria para después enseñar en Chincho.
Claro. Allá seguro consigues esposa.
¿Para terminar como John? Gracias, así estoy bien.
Reímos.
Pero siempre es bueno tener esposa, hijos que velen por ti cuando estés viejo.
Algún día, papá. Por el momento estoy bien así, le digo. ¿Quién me asegura que esos hijos no saldrán como mi hermano, como mis hermanas?, pienso.
Podríamos ir a Iribamba a buscar el tesoro del Rey Chiquito, dice. Clarito se nota dónde está enterrado el tapado. La tierra es más blanca…
El Rey Chiquito. Tantas veces he escuchado esa historia que ya me la sé de memoria. Igual la del regreso de Blas Alva. Y la del fantasma que cargó sobre sus hombros mi abuelo Ignacio. Y la de los jarjachos que persiguió a balazos en Cangari. Y la de la cabeza voladora…
Vamos, le digo. Con esa plata podemos comprarnos la hacienda Luján, hasta a doña Elena.
Ríe.
Vibra mi celular. Es Mariana. ¿Cómo está mi papá?, pregunta. Más o menos, está que se queja de todo, le digo. Mañana tengo que ir al Almenara a recoger sus resultados y a sacarle cita para que le hagan una tomografía. Acabo de ayudarle a bañarse, estaba que se moría de calor, agrego, para que mi hermanita sepa que no he venido solo a sentarme o a mirar a las enfermeras.
Le pasó el teléfono al viejo. Lloriquea. Pregunta por los chicos, por Nela, por Bere, por el Gordo y el Flaquito. Saludas a todos, hija… Chau.
Me devuelve el celular. Mariana ya ha cortado.
Le ayudo a subir a la cama. Abre su vieja Biblia de pasta verde que le hemos traído y me habla de Dios. Existe la vida eterna para todos los justos, me dice. Deberías de estudiar la Palabra de Jehová aunque sea cinco minutitos al día, Arolín.
¿Para terminar como John?, me dan ganas de repetirle, pero no lo hago recordando nuestras discusiones de antes cuando me espetaba que yo no fuera como mi hermano: un verdadero siervo de Jehová.
Siempre habla de Dios, me dice la paciente del frente, una viejecita con el pelo completamente cano. Así habría tenido su cabello mi mamá si John no le hubiera venido con sus problemas desde el día que se casó a la loca con Emilia, si Mariana no hubiera convertido en infierno la vida de mi madre por culpa de ese mal matrimonio, pienso. ¿Es evangelista?
Testigo de Jehová, le digo. ¿Y usted, señora?
Católica.
Ni se lo diga porque él le tiene bronca a los católicos, le digo, sonriendo.
La viejecita también sonríe. Tiene una sonrisa tierna. Nunca veré a mi madre con sus cabellos como algodón, con una sonrisa así pese a la enfermedad…
Jehová no te exige demasiado, Arolín.
¿Qué decirle? ¿Cómo que no te exige demasiado? Mira cómo terminó John…
Otra vez vibra mi celular. Es Carolina. ¿Cómo está mi papá? Bien, le digo, pensando deberías de venir a cuidarlo siquiera un rato, mandar a Apestegui aunque sea una horita. Acaba de bañarse, ahora está hablando hasta por los codos de Dios.
Si habla así, es que está bien, me dice Carolina.
Mmm. Te paso con él. Le doy mi celular el viejo. Es Carolina, le digo.
Menos mal que no lloriquea esta vez. ¿Cómo están los chicos?, pregunta. ¿Y Jonás?
El viejo habla y habla y habla. Ahora sé que saldrá bien librado de este percance. En noviembre estaba peor, creíamos que no se salvaría, que terminaría como mamá, o quedaría hemipléjico. Se recuperó rapidito, hasta su cara, que estaba media chueca, volvió a la normalidad. Igual el 2006, en que incluso lo operaron. Esa vez sí pasé las de Caín: estaba trabajando y viviendo en Vallecito. Ni bien terminaba mi hora, me venía volando para cuidarlo. El viejo estaba con un humor insoportable. Una vez se arrancó el suero porque no le curaba nada, alegó, les jaló los cabellos a las enfermeras, insultó a todo el mundo. Llamaron a la casa y de la casa me llamaron a mí. Llegué al hospital y lo encontré como Túpac Amaru, atado a su cama, lloriqueando, maldiciendo a las enfermeras, a los médicos. Cuántas noches me quedé acompañándolo, durmiendo en la silla, o en un costadito de su cama, muriéndome de sueño al día siguiente. ¿Y el resto de sus hijos? Nada, solo Mariana y yo, dejando a un lado nuestros odios, nuestras disputas, nuestros rencores.
Esa vez le extirparon un tumor maligno de las vías biliares. Pienso: ¿y si el tumor reapareció? Imposible. El doctor me dijo tiene otro tumorcito que no hemos tocado pues tardará unos veinte años en crecer, antes se morirá de otra cosa. ¿Si ese otro tumorcito era maligno?
No creo que me haya engañado.
Me asomo a la ventana. Son casi las seis pero todavía brilla el sol. Por la calle pasan las chicas ligeramente vestidas exultando vida por todos los poros, los chicos haciendo malabares en sus skates. Los envidio. A esa edad yo también pensaba que mis padres eran inmortales. La muerte no existía. Los viejos estaban llenos de vida.
¿Dónde estarán esos veranos en que íbamos a acompañar a papá a Huachipa y nos servía un cerro de comida que arrojábamos a la sequia, que pasaba al lado de la casa, en un descuido suyo porque no podíamos terminarlo? ¿Dónde estarán esos veranos en que con Viejo, Pelusa, Lube y John nos bañábamos tempranito en la sequia de La Realidad o en el río ajenos al dolor, a la muerte?
¿Dónde?
Hace dos veranos estuvimos en Chincha, Pisco, Ica, Palpa, disfrutando de las playas, de la Huacachina, comiendo y bebiendo hasta el hartazgo.
Y ahora estamos aquí.
Chau, hija.
Me devuelve el celular. Le doy su cena y voy a la casa, le digo a Carolina. Que coma todo. Ya. Chau. Chau.
Papá me pasa su Biblia. Lee un poco, Arolín, me dice. Voy a descansar un rato.
Cierra los ojos y empieza a roncar casi en seguida. Hojeo un rato esa vieja Biblia que debe ser la misma con la cual nos repasaba lectura a John y a mí en Huachipa cuando éramos chiquillos. Entonces soñaría que sus dos hijos serían superintendentes de la Organización, que estudiarían en Betel, que sus hijas serían un modelo a seguir, que formaríamos una gran familia de creyentes, los únicos de La Realidad, que estaríamos todos juntos en el reinado de los mil años de Cristo. Antes íbamos toda la familia al Salón del Reino, incluso mamá, a quien le caían antipáticos los hermanos espirituales del viejo. Hasta que Carolina y Mariana crecieron y se sublevaron a la autoridad paterna y migraron a la iglesia católica. Mamá empezó a asistir a la iglesia Pentecostal. John y yo pagamos pato: los sábados que papá no podía ir a las reuniones nos mandaba a los dos. Y no podíamos hacerle el avión porque teníamos que comprarle La Atalaya y Despertad. ¿Cuántos años teníamos entonces, diez, doce? Quizá menos. Eso fue antes de 1980, cuando trabajaba en Huachipa. Puso todas sus esperanzas en nosotros dos. Pero un día John y yo también crecimos y papá empezó a ir solito a las reuniones. Eso debe de haberle dolido bastante: que de sus seis hijos ninguno siguiera sus pasos. Se alegraría cuando John volvió a la Organización, cuando se casó con una hermana espiritual. Al menos uno de sus hijos sería salvo, pensaría. Sus nietos, criados con la bendición del Dios Verdadero, perpetuarían su memoria, la historia de ese hombre a quien Jehová curó derrotando a las fuerzas oscuras que quisieron destruirlo. Pero fue una alegría efímera. El puntillazo final se lo daría su hijo favorito al ser expulsado de la Organización.
Quizá debiera de volver al redil aunque sea para darle gusto, pienso, para verlo contento los últimos años que le restan por vivir… Pero mejor no. Entrar es para no salir, o salir a la mala. Primero te hablan bonito, te prometen el Paraíso casi a cambio de nada, después empiezan las exigencias.
Como a John.
Traen la cena. Cierro la Biblia. Lo despierto. Apenas prueba el caldo. No tengo apetito, me dice. Come tú, Arolín.
Tienes que comer para que estés fuerte, papá, le digo.
No me hace caso.
Me como su segundo y su flan solapa nomás porque sé que en la casa no encontraré nada. Un tiempo después de la muerte de la vieja, Flora dejó de preparar cena.
Ya no es hora de estar aquí, señor, me dice un guachimán. ¿Puede retirarse?
Chau, papá, mañana vengo.
Chau, Arolín, vaya con cuidado.
Me da cinco soles para que lo reparta entre los chicos.
2
Tenía la barba blanca como el penacho del Razuwillca, blanca y larga, bien larga como si nunca se hubiese afeitado, mamá. Se parecía al Diosito que hay en la iglesia. ¿Cuántos años tiene, señor?, le pregunté. Ochenta y ¿cuánto…?, dijo, poniendo una de sus manos sobre mi cabeza. ¿O no fue ochenta? Quizá dijo noventa, o ciento cuarenta. Desperté y le conté a mi mamá lo que había soñado. ¿Ochenta y cuánto, Juan de Dios? No le escuché bien, mamá, no se le entendía, parecía que no tenía dientes. Hasta la edad que te dijo vivirás, Juan de Dios. Acuérdate. ¿Cuántos años tendría yo cuando soñé eso?, ¿cinco, seis? Estaría como la Nela, o como la Bere. Pero ellas ni sueñan. O no se acuerdan cuando lo hacen. Tal vez tendría ocho, nueve años. Faltaba poco para la cosecha, de eso sí me acuerdo, los maíces casi se doblaban por el peso de los choclos, el sol quemaba cada día más, los campos amarilleaban, el cielo estaba límpido. Han pasado más de setenta años desde ese sueño. He vivido más que mis padres. Mamá murió en 1954, ¿a qué edad?, era joven todavía, estaría como Mariana, le hicieron daño. Papá falleció en 1960, a los cincuenta y nueve años. Era de 1901. Hoy tendría ciento ocho años. Estaría viejito como el anciano de mi sueño. He vivido veintidós años más que él, ya casi veintitrés, unos treinta años más que mi madre. Si nos encontráramos, serían como mis hijos. No enterré a ninguno de ellos. Yo estaba en Chosica cuando mamá murió. Lo supe como un mes después. Antes no había ni teléfono para comunicarse. Las cartas eran lentas. Ya para qué iba a viajar. Papá murió dos veces. La primera vez casi muero también. Padre ha muerto, urgente viajar, decía el telegrama que me mandaron a la FAM. Salí volando. Ticlio, Huancayo, Mejorada, Huanta. Lloré todo el trayecto. Ya no tenía papá ni mamá. Llegué a Huanta y ahí mismo emprendí el camino a Chincho. Ojalá que llegara siquiera a su entierro. Cruzando el río Cachi, el mismo río que mi padre cruzó un día con un fantasma sobre sus hombros, hice un alto donde mama Bini para echarme algo al estómago. Me esperaba un largo trayecto. Luego seguí mi camino por Huaripata. Subí y subí. Por Qqasi me empecé a sentir mal, la cabeza parecía que me iba a estallar, las piernas se me doblaban. Ya estaba oscureciendo. Para llegar a Chincho faltaba todavía un buen trecho, siempre en subida. Ya no podía dar un paso más. Me senté, vencido, a esperar la muerte. Cuándo encontrarían mi cadáver, quién me encontraría. Ojalá que fuera antes que los buitres me picaran los ojos y me dejaran irreconocible. Seguro me enterrarían junto a mis padres. Lástima que yo no tuviera mujer ni hijos para que me lloraran. Faltaban todavía unos años para que conociera a María. Pero justo se aparecieron dos paisanos. ¡Juan de Dios, a los tiempos!, me dijeron… ¿quiénes eran?, ¿por qué he olvidado sus nombres? ¿Ya han enterrado a mi padre? ¿De qué murió? Taita Ignacio está vivo, me dijeron. ¿Quién te ha dicho que ha muerto? Me mandaron un telegrama… Te estarían haciendo broma, el Soqqta está más vivo que tú. Era cierto: encontré a mi viejo calentándose ante al fogón, tocando su arpa. También se había quedado viudo como yo. Solo lo acompañaba Lauro. Te mandé ese telegrama para que te acordaras de tu padre, ingrato, me dijo. Eso fue en 1957 o 1958. Estuve en Chincho como un mes, con fiebre. Me había dado veta. Cuando murió de verdad, en agosto de 1960, ya no fui. ¿Con qué cara iba a pedir permiso de nuevo? Además, María estaba embarazada. El viejo no llegó a conocer a Juan Ignacio, que nació el 20 de febrero de 1961. Días antes de su verdadera muerte, lo soñé: iba de prisa por mama Bini; Julia, Griselda, Lauro y yo íbamos tras él queriendo alcanzarlo, pero llegó a la orilla del río, se desnudó y cruzó para el otro lado. Cuando nosotros llegamos a la orilla, aumentó el caudal y ya no pudimos cruzar. Mi viejo se fue sin volver la vista atrás por el caminito que lleva al cementerio de Cascabel. Era su despedida. Ni bien salimos de su luto, murió Juan Ignacio, el 28 de setiembre de 1961. Apenas vivió siete meses, una semana y un día mi hijito. Su abuelo se lo ha llevado, decía la gente, era un angelito, su lugar está en el cielo. Mentira, Jehová no necesita angelitos, murió porque le chocó el daño que me hizo mi tía María Villanueva, esa bruja de mierda que ahora debe estar achicharrándose en el infierno. Ella, su hija y su nieta. Su nieta todavía debe estar viva, ¿cómo se llamaba la perra esa?, ¿por qué he olvidado su nombre? Debería decirle a Arolín que la busque… Allí está la enfermera con sus pastillas y agujas. Buenas noches, señorita. Mueve los labios, ¿saludándome, preguntándome cómo estoy? ¿Para qué me ponen suero si no me cura nada, señorita, si me sigue picando el cuerpo? Me da una pastilla, lo tomo. Me pide mi brazo, me ajusta una liga, alista su aguja. ¿Me va a sacar sangre, señorita? ¿Qué dice? ¿Para unos análisis? ¡Ay, carajo, con cuidado! ¿Por qué es tan bruta, ah? Sorry, don Juan del diablo, está tan viejito que sus venas están más duras que una manguera vieja. ¿Qué dice, señorita? ¿Me ha dicho zorro? Hable más fuerte que no escucho bien. Que me disculpe, no volverá a suceder. Ojalá, ¿o quiere que me queje a mis hijos? Su hija la gordita es bien jodida, ¿no?, por cualquier cosa reclama. ¿Qué dice, señorita? ¿No le dije que no escucho muy bien? ¿Que cuántos hijos tiene usted, don Juan de Dios? Seis, señorita. Vaya, usted sí que le ha hecho trabajar bastante a su señora. Jajajá. ¿Ve que nos comprendemos mejor si usted está de buen humor, don Juan de Dios? Hasta nombre de picarón tiene. ¿Usted es soltera, señorita? Sí, ¿por qué?, ¿acaso se quiere casar conmigo? Tengo un hijo soltero también. ¿Cuál de ellos, el crespo o el que tiene barba y es pelado como usted? El que tiene barba. Es profesor, trabaja acá cerca, y también escribe novelas. ¿Sí? Sí. El año pasado ganó un concurso, pero parece que lo han estafado porque todavía no le dan su plata. ¿Pero tendrá su enamorada, verdad? No, es soltero. Ay, don Juan de Dios, mejor me caso con usted. Pendeja, quiere quedarse con mi pensión, ¿verdad? Viejo estúpido. ¿Qué dijo, señorita? Que listo, don Juan del diablo, un permisito que voy a llevar esta muestra al laboratorio. Ya vuelvo. Siga nomás. Sanaré, me levantaré de mi lecho, andaré, llevaré la Palabra de Jehová durante los próximos cuarenta años de vida que me quedan. Le he pedido a Jehová cuarenta añitos más de vida. ¿Qué son cuarenta años para Él? Para el Señor mil años son un día. Cómo me hubiera gustado que me acompañaran mis hijos, pero todos me salieron torcidos. John parecía que iba a ser un buen cristiano, pero es un sinvergüenza, un conchudo, hasta un hijo botado tiene, Mariana dice que el otro día trajeron una citación de la Demuna donde le reclaman alimentos. Yo pensaba que con Emilia iba a ser feliz, que iban a constituir un buen matrimonio, pero me equivoqué. María tenía razón cuando decía que esa mujercita iba a hacer infeliz a nuestro hijo, y a nosotros. Yo nunca le he debido a nadie ni un solo centavo, y John le debe a todo el mundo, a todo el mundo le pide prestado porque no tiene para su pasaje, porque todavía no le pagan en el colegio, porque debe la mensualidad de sus hijos. Cuántas veces me ha pedido cien soles y nunca me ha pagado. Solito se buscó su infierno por no hacernos caso cuando le dijimos con qué iba a mantener una familia si no había terminado su carrera, si no tenía una profesión, si no tenía un trabajo estable. Me voy a hacer hombre, dijo. Bien que se hizo hombre. Se casó para estar jode y jode con sus problemas. Yo nunca iba a molestar a nadie. Cuando me casé con María, trabajaba en la FAM, tenía mis cositas, estaba a punto de comprarme mi terrenito en Tahuantinsuyo. A María la conocí en casa de mama ¿Agripina se llamaba? Era su madrina. Me daba pensión. María iba los fines de semana a quedarse allí, trabajaba donde unos japoneses en Santa Clara. ¿Quién es esa gordita simpaticona, mama Agripina? ¿No la conoces? No. Es María Palacios Ceras, hija de don Julián Palacios, el Uchu Mayor, y de doña Felicitas Ceras. También es chinchina. Es que yo salí jovencito del pueblo. Después recordé que cuando era chico la había visto una vez. Iba yo con mi padre por el camino que va a Villoc y pasamos frente a la chacra del Uchu Mayor y una gordita le saludó a mi papá: allinllachu, taita Ignacio. Sería como la Nela, yo estaba como Diego, faltaba poco para que me vaya a Huanta donde la bruja María Villanueva. ¿Quién es esa gordita, papá? Es María, la hija del Uchu Mayor. Quién iba a pensar que unos veinte años después nos íbamos a enamorar, casarnos, tener hijos, estar cuarenta y seis años juntos. Mi mamá siempre me decía Juan de Dios, si un día te casas, hazlo con tu paisana, no busques mujer de otro lado, peor una limeña, esas solo saben pintarse como payasos. Pero no fue fácil conquistarla, era media chúcara, desconfiada. Nos hicimos enamorados pero un día peleamos porque alguien le fue con el chisme de que yo tenía mujer en Pisco. Fui a buscarla a su trabajo con el pretexto de que me iba a Chincho, he venido a despedirme de ti, María, te he traído este corte de tela como regalo por el tiempo que estuvimos. Gracias, no necesito nada de ti, me dijo, amarga. ¡Cholita orgullosa! Después me contó que la japonesa le había dicho qué sonsa eres, María, le hubieras recibido siquiera para que te hagas tu falda. ¿La telada la regalé a Zenobia o a la mujer de Estanislao? Ya ni me acuerdo. Pero insistí porque la amaba. Le mandé a mi sobrino Juan Cuba para que le dijera que si no iba ya mismo a mi cuarto vendría mi otra enamorada y se quedaría a vivir conmigo. Y cayó en la trampa. En el amor y en la guerra todo vale, ¿no? Empezamos a convivir. La boda recién sería años después. María también había venido de la sierra buscando progresar en la vida. Ella no sabía leer ni escribir, era la hija mayor y tenía que ayudarle en la chacra a su papá, buscar leña, pastear las cabras, ir a hacer trueque por los pueblos de las alturas. Me contaba que siempre iba con su tío Antonio Palacios, el papá de Plácida. Por dónde no habrá andado mi María antes que nos conociéramos. Un día estaba pasteando sus cabras cuando fue a buscarla su amiga Lucila Borda. María, vámonos a Lima, le dijo. ¿Quién le va a ayudar a mi papá, Lucila? Tus hermanos, ellos ya están grandes, ¿hasta cuándo vas a estar en la chacra pasteando cabras, buscando leña, andando sin calzón? En el campo ni siquiera se conocía ropa interior, vivíamos casi como salvajes. Lucila trabajaba en Lima. Vas a trabajar y ayudar a tu familia. María fue a decirle a su mamá que se iba a Lima con Lucila. ¿Quién le va a ayudar a tu papá?, le dijo mama Felicitas. Mis hermanos, ellos ya están grandes. El Uchu Mayor estuvo de acuerdo: no vas a estar toda la vida en la chacra, como nosotros, hija. Para su pasaje vendieron unas cabras de María. Y así llegó a Lima, sin hablar castellano, con sus polleras. Primero trabajó en Jesús María, después en Santa Clara. Al principio no se acostumbraba, paraba llorando nomás, extrañaba a su familia. Cuando nos conocimos tenía veinticuatro años, yo treinta y tres. John se casó a los veintitrés años, igual Carolina. Todo iba bien hasta que nos tocaron la puerta las Villanueva. Yo me había criado con ellas en Huanta desde que mi tío me llevó después que le hice orinar a uno de los García. La vieja me sacaba la mugre: vendía chicha en el mercado. Todas las mañanas, antes de irme al colegio, tenía que llenar dos cilindros de agua para que preparara su chicha. Yo estaría como Nacho por lo menos. Me ganaba el pan con el sudor de mi frente. No vivía gratis. ¿Por qué me odiaría entonces? ¿Qué hubiera pasado si no le dábamos alojamiento? ¿Igual me habría hecho daño? María algo sospechaba porque me dijo no le recibas a tu tía y yo me amargué con ella: si quieres, puedes irte, allí tienes la puerta, le dije. ¿Cómo iba yo a saber que la vieja era bruja si era mi tía? Cómo se preocupaban por María cuando estaba embarazada, cómo querían a Juan Ignacio cuando nació. Fingían nomás. Todo iba bien hasta que la tía me habló de las setenta y ocho escrituras con la firma del rey de España que supuestamente me había dejado mi padre: Juan, como hijo mayor, vaya a Chincho y reparte los terrenos entre toda la familia. No tengo tiempo, tía, le dije, mi mujer acaba de dar luz, ¿quién la va a cuidar a ella y a mi hijito? Además, esas escrituras las debe tener Julia, a mí mi papá no me ha dejado nada, vaya usted, y arregle con Julia y que le dé lo que crea que le corresponde. Para qué le dije eso, la vieja se molestó, paraban todo el día en la calle, venían solo a dormir. Hasta que un día se fueron dejándome un regalito. Sería abril: Juan Ignacio ya tenía más de un mes de nacido, Lauro estaba en el colegio. Yo siempre que llegaba del trabajo me echaba en la cama de mi hermanito para no molestar al bebe. Un día me eché y me pasó como electricidad. Salté de la cama. Pensando que sería un resorte, tanteé el colchón y de nuevo sentí esa descarga. Pero no era de electricidad porque nos alumbrábamos con vela, todavía no teníamos luz. ¿Qué sería? Le avisé a mi primo… ¿cómo se llamaba mi primo? Era también medio aficionado a las artes ocultas. Vino con su librito de San Cipriano y, mientras hacía unas oraciones, iba tanteando el colchón con un cuchillo. Toc, un golpe seco, el cuchillo chocó con algo. Más oraciones mientras mi primo abría el colchón. Encontramos una piedra de río, redonda, lisa, que quemamos con kerosene y tiramos a la sequia y nos olvidamos del asunto hasta que unos días después Lauro llegó del colegio gritando y corriendo como loco, diciendo que lo estaban persiguiendo los cachacos y los curas. María estaba en la casa con Juan Ignacio. Del susto se encerró en un cuarto. Lauro se desesperó más porque quería ver a Juan Ignacio: ¡quiero ver al bebito, quiero ver al bebito!, gritaba, golpeando la puerta. Estaba tan furioso que agarró un cuchillo y lo clavó hasta el mango en la pared de adobe. ¿De dónde sacó tanta fuerza si apenas era un niño como Nacho? Me avisaron y fui corriendo a la casa: los baldes de agua estaban volteados, las cosas tiradas, rotas. Con mi primo lo agarramos a la fuerza y lo llevamos al Seguro pero los médicos no le encontraron nada a pesar de todos los análisis que le hicieron, de repente usted lo hace estudiar mucho y no lo alimenta bien, me dijeron. Cómo no le iba a alimentar bien si en la casa sobraba la comida. Yo ganaba bien en la FAM, trabajaba a destajo, sacaba más de mil quinientos soles a la semana. Criábamos gallinas, patos, pavos. Las gallinas daban tantos huevos que no había quién los coma y los tirábamos a la sequia. ¿Qué tendría mi hermanito? Hasta que mi primo me dijo Juan, ¿por qué no lo llevamos al curandero?, de repente le han hecho daño, ¿te acuerdas de la piedra que había en su colchón? Eso había sido: en su casa estuvieron alojadas tres mujeres, la mayor le habló de unas herencias y usted le contestó mal y por eso le han hecho daño, me dijo el curandero. Le dejaron la cochinada en la cama de su hermano para que no le chocara al bebito porque lo habían llegado a querer. Era para usted, pero le chocó a su hermanito porque siempre le choca a los más débiles. Menos mal que el daño está fresco y tiene cura. Esa noche Lauro se quedó con don Quispe. Al día siguiente fui tempranito y Lauro estaba mirando al curandero mientras este labraba sus ladrillos. Era curandero y ladrillero el hombre. Anoche matamos a los curas y a los cachacos, ¿verdad, don Quispe?, le decía. Sí, hijito, le decía el curandero, esa gente mala ya no te volverá a molestar. Lauro volvió el rostro, seguro sentiría mi presencia, me vio, y vino corriendo y nos abrazamos: papá, anoche matamos a los curas y a los cachacos, me dijo. Me decía papá. Lloré. Ya no llores, papá, esa gente mala está muerta. Don Quispe me dio una botellita con un brebaje: los ataques se van a repetir un par de veces más, cuando eso suceda, usted le da de beber el contenido de esta botellita y se le pasará. Así sucedió. Pero su madrina se enteró y se lo llevó a Chincho. Allí le dio otra vez la locura, o el encanto más bien. Dicen que estaba pasteando sus cabras en las afueras del pueblo cuando empezó a llover y un rayo reventó a su lado y vuelta se volvió loco. Lo curaron, pero no se sanó del todo. Una época vivió conmigo en Huachipa. Paraba metido en la casa nomás, le tenía miedo a las mujeres, sus camisas las cortaba en flecos como los apaches. En agosto de 1980 lo vimos por última vez cuando fuimos a Jiljarajay con María y Flora y Dora. Paraba con una chalina en el cuello que le tapaba media cara. Desapareció después de la muerte de Anacleto, ¿lo matarían los terrucos o los soldados?, ¿se escondería en el monte para escapar de esos criminales? Nunca más supimos de él, aunque algunos dicen que lo han visto en San Francisco, la selva de Ayacucho, que está gordo y se ha casado y tiene hijos. ¿Cómo se va a casar si les tenía pánico a las mujeres? Ojalá que un día regrese. Ya debe estar viejo como yo. Tendrá unos sesenta años por lo menos. Pero no solo a Lauro le chocó el daño, sino también a Juan Ignacio, a pesar que las brujas no querían eso. Empezó a enfermarse de todo mi hijito. El 28 de setiembre de 1961, siete meses, una semana y un día después de haber nacido, murió. Habría cumplido cuarenta y ocho años este 20 de febrero. Cómo sería, alto, fuerte, inteligente. María lo lloró toda su vida. Hasta que nació Carolina íbamos casi todos los días al cementerio. Ya ni queríamos tener más hijos. ¿Qué habrán dicho las brujas cuando se enteraron que mataron a una criatura inocente? Nunca más las volví a ver a esas mierdas. Cinco años después de la muerte de Juan Ignacio, cuando ya teníamos a Carolina y Mariana, me empecé a sentir mal: me daban vértigos y caía al suelo sin sentido. Los médicos del Seguro no me encontraban nada. ¿Qué tiene este hombre?, se preguntaban, ¿por qué se hace el loco, ah? Hasta que mi primo… ¿cómo se llamaba mi primo?, ¿por qué he olvidado su nombre?, fue el mismo que me ayudó con Lauro, me dijo Juan, estoy llevando a mi señora al curandero, ¿vamos para que te vean? Fuimos. Era otro curandero, don Quispe ya había muerto. Usted tiene la cochinada hace años, señor, lo peor es que no cree, pero el daño existe, me dijo. ¿En su casa no estuvieron alojadas tres mujeres? ¿La mayor no le habló de unas herencias y usted le contestó mal? Por eso le han hecho daño. Me sentenció: a usted lo botarán de su trabajo, perderá su casa, morirá. Lo siento, pero no puedo hacer nada por usted, el daño está pasado. Pero no solo las brujas me querían ver muerto, sino también un primo, hermano del que me estaba ayudando. ¿Quién le dijo Juan, piensas hacer casa?, ¡nunca lo harás! ¿Cómo se llamaba ese hijo de puta? ¿Por qué he olvidado su nombre? Yo estaba haciendo zanja con mi sobrino Juan Cuba y pasó ese desgraciado y me dijo eso. Haré lo que pueda, le dije. La segunda vez que me dijo lo mismo, pensé que estaba borracho, o loco. Quién iba a pensar que también era brujo. ¿Pero por qué me envidiaría si yo nunca le hice nada? A las brujas tampoco les hice nada. Le han hecho daño para volverse loco, para andar desnudo en la calle, para no sentir amor por nadie, para morirse. Entré en pánico: ¿qué sería de mi esposa y de mis hijas? Carolina tenía tres años, Mariana uno. ¿Quién velaría por ellas si la familia estaba lejos? Iríamos a Chincho, pondríamos un negocio para que pudieran pasar su vida. En Chincho estaban mis suegros, mi familia. Renuncié a la FAM, vendí la casa, y marchamos a la sierra. Pero, antes de irme, se me acercó don Pedro Vargas, un vecino que se llamaba igual que el cantante mexicano, por eso será que nunca he olvidado su nombre. Me dio una Biblia: es bueno leer siempre la Palabra del Señor, don Juan, me dijo. Cuando uno está con Jehová, nadie puede estar en contra de uno. Lea su Palabra y lo comprobará. Y eso es lo que he hecho hasta ahora. Poco a poco mis males fueron desapareciendo. En 1970 regresamos a Lima. Y, aunque las brujas no pudieron matarme, sí nos arruinaron: de la urbanización donde vivíamos, con agua y luz, pasamos a un cerro junto a las lagartijas y culebras. A vivir en una choza, a ganarme el pan con el sudor de mi frente. Pero siempre estuvimos juntos, en las buenas y en las malas. Esto no aprendió John pese a que les contaba mi historia hasta el cansancio. Allí está la enfermera de nuevo. ¿Me pregunta qué hago despierto a estas horas? Es que hace calor y me pica todo el cuerpo, señorita, ¿puedo ir a darme un baño? ¿Qué dice? ¿Qué es muy temprano? Hable más fuerte que no escucho muy bien, ¿no le he dicho que soy medio sordo, ah? Se va.
3
La cola avanza tan lenta que parece un cortejo fúnebre.
El viejito que está delante de mí me pregunta de qué estoy enfermo, ¿tan joven y ya mal? La chica que me sigue sonríe. Mi padre es el enfermo, digo.
¿Sí?, dice la chica. ¿Qué tiene?
Qué tendrá. Está amarillo y le pica todo el cuerpo.
¿No será hepatitis?, conjetura la chica. Pero ¿por qué la picazón? ¿Es alérgico?
Eso es lo que recién vamos a saber.
¿Cuántos años tiene?
Va a cumplir ochenta y dos años dentro de un mes.
Ay, tienen que tener mucho cuidado, se alarma la chica. Añade, en voz baja: dicen que a los viejitos los matan en el Seguro. Si puedes, llévalo a una clínica.
¿Con qué plata?, le digo, tocándome los bolsillos, pensando en el dinero que gané en el concurso de Alpamayo y que Vinces nunca tuvo intenciones de darme.
¿Cuántos hermanos son?
Seis. Pero algunos están con las justas.
Eso es lo malo. Deberían de hacer un pozo entre todos para llevarlo a una clínica.
Mmm. ¿Y usted de qué está mal, señor?, le pregunto al viejito.
El viejito dice que el domingo le dio un derrame cerebral a su señora. Va a recoger los resultados de unos análisis que le hicieron. Hablamos de la presión alta. Les digo que mi mamá murió de un derrame cerebral. Seguro le darían cólera, dice la chica. Mmm, murmuro, un hermano se casó a la loca, la otra hermana se metía en la vida de todo el mundo. La casa era un infierno. Eso es lo malo de tener muchos hijos, dice el viejito, llegando a la ventanilla. Entrega su DNI. Algunos salen chuecos.
Cría cuervos y te sacarán los ojos, filosofa la chica.
La impresora empieza a funcionar, le entregan una hoja al viejito. Nos dice hasta luego y se va.
Ahora es mi turno. Entrego el DNI del viejo, la que atiende busca en la computadora, teclea, la impresora empieza a funcionar. Me entrega una hoja. Le digo chau a la chica. Ella sonríe.
Leo la hoja mientras salgo de Patología:
ESSALUD Fecha: 06/02/2009
HOSP. II VITARTE Hora: 10:33:46
SERVICIO DE DIAGNÓSTICO POR IMAGEN Usuario: Giulianna
N°. Examen: 00152526
RESULTADO DE ECOGRAFÍA
Procedencia: Emergencia
Citado el: 23/01/2009 Viernes Autogenerado: 2703081GTLAJ007
N°. Acto Médico: 4021705 N°. Historia: 153324
Paciente: Juan de Dios Castelo Luján Edad: 81 Sexo: Masculino
Servicio: Servicio no registrado Cama: No registrado
Médico: No registrado N° Ubicación: No registrado
Examen solicitado: Ecografía abdominal (Mañana)
Diagnóstico (CIE):
Informe de Ecografía
Hígado: Con incremento moderado de su ecogenicidad parenquimal. No se aprecian lesiones focales. Se evidencia dilatación de vías biliares intrahepáticas.
Vesícula biliar: Ausente por antecedentes qx.
Colédoco 20.8 mm.
Vena porta 10 mm.
Páncreas: Ecogénico no se evidencia lesiones focales.
Aorta: De disposición, calibre y pared dentro de límites normales.
Bazo: Homogéneo. Dimensiones dentro de límites normales.
Cavidad abdominal: No se aprecia líquido libre.
Conclusión:
1. Dilatación de vías biliares intra y extrahepáticas.
2. Hepatopatía difusa moderada.
Código Resultado: Ver texto.
Registrado por: RLlanos 23/01/2009
Modificado por: RLlanos 23/01/2009
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Dr(a). Dueñas Janampa Marco Antonio
¿A quién le podría preguntar qué significa este diagnóstico? Me acuerdo de la enfermera Lucía Pari que conocí mientras estuve hospitalizado. Ella podría ayudarme.
Voy a Urología. En las puertas de los consultorios hay largas colas de pacientes. Hay tanta gente mal de salud que pareciera que el país entero estuviese enfermo.
¿María Malpartida? Un enfermero empuja una silla de ruedas donde va una mujer de unos cuarenta años, o un poquito más, que se parece demasiado a esa secretaria de la Navarrete que conocí hace veintidós años en la Línea Uno que nos llevaba a nuestros trabajos. Los mismos ojos oscuros y grandes de entonces, los cabellos lacios y castaños ahora lleno de canas como el mío, el rostro de muñeca ahora demasiado pálido y con una mueca permanente de dolor.
Doy la media vuelta y los sigo. Ella vuelve el rostro. Quizá me ha reconocido a pesar que ya no llevo el cabello como los Soda Stéreo de los ochenta, a pesar de la barba que cubre parcialmente la cicatriz de mi mejilla izquierda.
Cómo hemos cambiado con los años. Cómo ha cambiado todo. ¿Recordará esos días en que hacíamos malabares para movilizarnos por culpa de los paros armados y la continúa huelga de transportistas? ¿Recordará esas interminables colas detrás del Coliseo Amauta para tomar el micro de regreso?
Un sábado 23 de setiembre de 1989, hace casi veinte años ya, a la 1:07 p.m., nos vimos por última vez. Siempre pensé que quizá había muerto en un atentado, que las fuerzas de seguridad la habían desaparecido, que quizá se había marchado al extranjero, como tantos otros peruanos, para huir de la debacle. Entonces el país se caía a pedazos.
Llegan al ascensor, la puerta se abre, entran. La puerta se cierra.
Me quedo allí, mirando los números de los pisos que se van encendiendo de rojo.
¿Y si no era María? María le habría dicho al enfermero que se espere…
Doy la media vuelta, subo al tercer piso.
Para ir donde la enfermera Lucía Pari, le digo al guachimán que cuida Urología.
Salió de guardia a las ocho, me dice. ¿Algún encargo?
Ninguno. Vuelvo otro día.
Salgo del Almenara. Voy a la avenida Grau. Tomo la combi para ir al hospital de Vitarte.
Dilatación de vías biliares intra y extrahepáticas debe significar crecimiento, expansión, inflamación de las vías biliares por dentro y por fuera, ¿no?, pienso en el trayecto, leyendo una y otra vez ese diagnóstico. Hepático es algo relacionado con el hígado. ¿El tumorcito que le dejaron cuando lo operaron hace dos años habrá crecido? ¿No dijo el doctor que tardaría veinte años en crecer? ¿Sería un tumor maligno?
De hepatopatía difusa moderada solo entiendo difusa y moderada. Difuso puede significar vago, impreciso, también abundante, dilatado, ancho. Moderado es no excesivo, según los recuerdos de mis clases de RV.
No está en la conclusión, sino en el informe: Hígado: con incremento moderado de su ecogenicidad parenquimal. ¿Qué será ecogenicidad parenquimal? Incremento moderado debe ser crecimiento moderado del hígado.
¿Por qué no lo dirán en cristiano? Si los médicos escriben en jeroglífico, sus diagnósticos parecen estar en chino.
Le saco una copia antes de entregarlo a la enfermera. En el hospital de Mariana le pueden ayudar.
¿Qué tendrá mi papá, señorita?
No sé, me dice la enfermera, sin mirar la hoja siquiera. El médico nos lo dirá.
Si ella no lo sabe, peor yo que de medicina no sé nada.
¿Puedo ver a mi papá?
Solo un ratito. No es hora de visita.
El viejo apenas si ha probado su almuerzo. Dice que no tiene apetito.
Tienes que comer para estar fuerte, le digo.
¿Cuándo iremos a la casa?, me pregunta.
El doctor lo dirá, le digo.
En el parque del frente los chicos juegan carnaval, se corretean globos en mano. Sus chillidos, gritos destemplados llegan hasta nosotros.
No es hora de visita, me dice el guachimán, entrando a la sala. ¿Puede retirarse?
Me voy, papá, le digo al viejo, acariciándole la calva, que también está de color amarillo. Mañana vengo.
Lloriquea.
Pronto te darán de alta, le digo. Ten un poco de paciencia nomás.
En la casa, Mariana está con un humor de perros: ha llamado la vieja Angélica para decir que John no se acuerda de sus hijos, que no tienen nada que comer, que qué hace metido aquí en lugar de buscar trabajo para alimentar a su familia. Me enseña una citación de la Demuna de San Juan de Lurigancho donde una chica denuncia a John pidiéndole manutención. Para llenarse de hijos ese sí es bueno. ¿Y yo qué puedo hacer?, le digo, alegrándome para mis adentros: entre más jodida esté Emilia, mi madre estará más feliz en el lugar donde se encuentre. Si es cierto lo del hijo, es el fin de ese mal matrimonio con el cual los viejos nunca estuvieron de acuerdo. Eso es problema de ellos. Tampoco voy a botar a mi hermano diciéndole vaya a trabajar, ¿no? ¿Por qué esa mujer no trabaja en lo que sea en lugar de estar esperando que solo el marido la mantenga? A mí qué me interesa que John tenga otro hijo, yo no lo voy a mantener.
Ni le doy la copia de los resultados. A veces pienso que es mejor que mamá se haya muerto, sino hasta ahora Mariana la seguiría atormentando. Han pasado casi cuatro años de su muerte y John sigue cagado, sigue viniendo en las vacaciones buscando un lugar para dormir, un plato de comida. ¿Para eso se casó a la loca?
Después de un duchazo y descansar un poco, me pongo a limpiar la choza del viejo. Parece un anticuario: está lleno de cachivaches. Todas las cosas que nosotros desechábamos, él las guardaba. Encuentro el diploma que me dieron en 1981 cuando terminé la primaria. Encuentro los diplomas que recibía John en aprovechamiento y conducta cuando todas las esperanzas de los viejos estaban puestas en él. Encuentro la autoradio a batería que utilizaba yo cuando no teníamos luz. Encuentro esa chaquetita roja que mamá decía esto te ponías cuando eras bebito. Es tan chiquito que no le entraría ni a un muñeco. ¿Para qué guardaría papá esos cachivaches? ¿En qué momento se pondría a rebuscar la basura para ver si había algo que podía conservar?
Encuentro un maletín lleno de papeles, documentos, cartas. Están en buen estado a pesar que la humedad ha carcomido partes de algunas hojas. Me la llevo antes que alguien se dé cuenta. Estos papeles me pueden ser de gran utilidad.
Encuentro una carta de mi padre dirigida a mi madre. Está escrita a máquina.
Vitarte, 14 de Octubre de 1,968
Señora María.
Me siempre querida y inolvidable esposa, les deseo que la presente carta que les halle gozando de lo más perfecta estado de salud en unión de nuestras hijas y el pibe, y más familiares que les rodea en esa.
Después, de saludarte con singular afecto de siempre, comunico con emotivo sentimiento y nostalgia, siempre añorando nuestro terruño que, por qué realmente siento el calor del hogar, tu sabrás comprender querida esposa María no puedo vivir más tiempo alejado de Uds. por qué mis hijas las quiero como se fueran las niñas de mis ojos, espero que todos Uds. que estén bien y sin extrañar el Domingo 20 de este més salgo de viaje se Dios nuestro salvador así lo dispone, como vuelvo decirte no se preocupen por mi, por que nuestro divino es muy bondadoso el sabrá apiadarse de nosotros.
Querida esposa hé recibido tu cariñosa carta con la fecha 11 del presente més, en la cual me dices que están bien todos por la divina providencia de nuestro salvador, lo único me extraña mucho tu no me dices nada tanpoco de la carta que mandé con el portador don Julio Viveros con $. 400.00 soles, ahora que ha regresado mi sobrino Ignacio Villaroel, mi a dicho que te ha entregado delante de el, tu no mi mandas ninguna noticia al respecto, yo recibí la primera carta que mi mandastes con la Agencia E.T.A.S.A. y la respuesta iba mandar con la misma Agencia, que resulta el dia siguiente llegó mi tio Antonio Villanueva de Chincho, y mi dijo que iba regresar enmediato, lo hice la carta y le entregue, por supuesto por motivos de fuerza mayor no pudo y habia postergado su viaje una semana más total 2 semanas, de modo ambos hemos cometido herrores, posiblemente don Victor Riveros ya va llegar para preguntarle a el mismo.
María dice el Doctor Humberto Tineo está de acuerdo que yo vaya a trabajar a la Hacienda Santa Rosa, el espera que hagamos buenos areglos con el Sr. Teofaldo Tineo, ya estos dias voya estar allí para areglar conmigo mismo al respecto de negociación, poco a poco haremos todo por que hay que tener un poco de pasencia, tambien tengo otros proyectos por adelante yo ya veré juntamente contigo a cual de ellos vamos a enclinarnos, ó mejor dicho en cuál de ellos vamos a trabajar ya se verá, si no nos conviene ningunos juntamente nos regresaremos a Lima, comido ó no comido juntos con nuestras hijas pasaremos la vida para eso soy su padre.
Reciben mis saludos cordiales de una manera muy especial todos Uds. lo mismo mi tio Teófilo Bendezú, mi tia Satornina Bendezú, Irene, Odilia, Wince, Nestor Faustino y familia, mis suegros, mi papá Julián, mi mamacita Félicitas, Anaco y familia, Teófilo, Teodora, Susana e hijos, y Antoquita que no deben olvidar.
Me despido sin más que decirte tu esposo que te quiere de todo corazón, ancioso de vertes y estrechartes muy pronto entre mis brazos.
Atte. y S.S. Juan de Dios Castelo Luján
Recibe $ 100.00 soles oro por el portador don Antonio Villanueva.
Esa es la carta que mi padre, con muchos errores ortográficos y “motes”, le escribió a mi madre hace cuarenta y un años. Supongo que yo soy el pibe, ¿no? Ese 14 de octubre de 1968 yo tenía cuatro meses de nacido. La carta está sin sobre, ¿mamá, mis hermanas y yo estaríamos en Cangari, donde yo había nacido, o en Huanta?, y no puedo saber hacia dónde la remite. ¿Ya habían devuelto la chacra que arrendaron a los Rivero? No, no, la chacra la devolvieron cuando Velasco dio la ley de la Reforma Agraria, o sea en 1969. ¿Qué hacía el viejo en Lima? ¿Estaría buscando trabajo? Menciona la posibilidad de trabajar en la hacienda Santa Rosa, ¿ya estaría curado de sus males?
Si estábamos en Cangari, ¿quién nos acompañaba? ¿O estábamos solos en la chacra? Mamá una vez se llevó el susto de su vida. Papá estaba en Lima, la vieja estaba en la chacra sola con mis hermanas. Estaba embarazada de mí. Una noche, la despertaron los ladridos del perrito que tenían. El perro ladraba porque afuera rugían. León, pensó mamá, asustada, recordando que los leones, o pumas más bien, solían abrirle la barriga a las embarazadas para comerse el feto. La vieja aseguró puertas y ventanas, que eran de calamina, y se puso a rezar para que al león no se le ocurriera subir al techo, que fácil hubiera cedido al peso de la fiera. Parece que los ladridos del perrito espantaron al animal porque los rugidos cesaron. Al día siguiente, la vieja encontró en la tierra fresca unas enormes huellas. Menos mal que ese día mi abuelo llegó de visita y después mandó a mi tío Teófilo para que nos acompañara.
¿Saturnina Bendezú sería algo de los negros Bendezú que le hicieron brujería a mi madre cuando llegamos a La Realidad? Por culpa de ellos murió Eva Cristina. Antoquita debe ser mi tía Antonia, hermana menor de mi mamá, que murió jovencita y está enterrada en el cementerio de Cascabel, en Cangari. Le dio el abuelo, o algo así.
Encuentro una carta de mi abuela Felicitas dirigida a mi madre.
Chincho, 27 de agosto de 1962
Señora María Palacios
Lima
Querida hijita:
Deseo que al recibir la presente te encuentres bien de salud. Por ésta nos tienes sin novedad.
Para comprar la chacra tenía que vender un novillo pero como tú habías dicho que no venda, te suplicaría que me mandes entre Anacleto la suma de dos mil soles.
He recibido todo lo que me has mandado más 80 soles de lo que te agradezco bastante.
Sin más por ahora tu mamá que te quiere
Felicitas Ceras
Disculpa que esto te mande a la ligera.
Al reverso hay unas líneas dirigidas a mi tío Anacleto:
Señor Anacleto Palacios
Querido hijito:
Esta te escribo muy a la ligera con el objeto de decirte que para la chacra me mandes $2.000, porque yo tenía que vender el novillo y en vista de que Uds. no quieren te suplicaría para que me mandes.
También te suplico para que le digas a ese (no se entiende) Valenzuela para que le pase su manutención a su hijo que hasta ahora sólo le ha dado $100.00 (cien soles) y no recuerda más, ya en esa Uds. arreglen.
Sin más por ahora tu mamá que te quiere
Felicitas Ceras
Reciban saludos de tu papá
¿Sabía leer y escribir mi abuela? La carta está escrita a mano con buena letra y sin errores de puntuación ni tildación. Solo el nombre de Valenzuela no se entiende. Si mi abuela sabía leer y escribir, ¿por qué no dejó que mi madre aprendiera?
4
Como un gato me sostuve en el marco de la puerta para no caer de bruces sobre el profesor Epifanio García. Me volví, y le metí un derechazo a Ángel Huamán por chistoso. Rodó al suelo sin decir ni ay. Ni Mohamed Alí. Menos mal que nadie se dio cuenta. Entré al salón, me senté en mi carpeta y esperé. Un minuto, otro minuto y otro minuto. Carajo, ¿y si lo maté?, pensaba, asustado. Todavía me dolía la mano como si hubiera golpeado una piedra. ¿Y si fue a su casa a quejarse y viene con su mamá? Señora, ¿para qué me mete cabe su hijo pues? Solo me defendí… Tocaron la puerta, ya me fregué, pensé; mejor le hubiera dicho al profesor que Huamán siempre me molestaba. El profesor fue a ver quién era: ahí estaba Huamán, todo cochino, todavía medio atontado. ¿Estas son horas de llegar, ah?, le espetó el profesor, ¿así se viene al colegio? El matón estaba mudo, ni siquiera tuvo el valor de acusarme. Pensaría Juan me va a pegar de nuevo. Por tardón recibió un par de azotes con el tres puntas y lo mandaron al rincón de los castigados. Se puso a llorar y hasta se orinó. Jajá, me reía para mis adentros. Eso te pasa por abusivo, huevón, quería decirle, pero me aguanté. Mi papá me enseñaba a boxear. Te tienes que cuidar las pelotas y la boca del estómago, Juan, me aconsejaba, son los puntos más débiles del cuerpo. Además, las pelotas las vas a utilizar cuando seas mayor. Lo mejor es meterle un derechazo en la sien a tu enemigo para terminar la pelea lo más rápido posible. Hasta me cortaba cocobolo para que los mariquitas no me jalaran de los pelos. Una vez el profesor Epifanio hizo un campeonato de box y yo noqueé a todos mis rivales. Me pasearon en hombros por el pueblo, ¡tres hurras por el campeón!, ¡jijip rra!, ¡jijip rra!, ¡jijip rra! Justo nos encontramos con mi mamá. ¿Por qué lo cargan así a mi hijo, don Epifanio? Es el campeón de Chincho, doña Isidora. La otra semana se va a pelear a Villoc, y después a Julcamarca, y de allí a Lima. Pero mi mamá no quiso: te van a malograr la cabeza, Juan de Dios. ¿Cuántos años tendría yo? Estaría como Nacho, por lo menos. Eso fue antes que me llevaran a Huanta por noquear a uno de los hijos del profesor. Eran tres. Uno de ellos era Julio, estudioso como Dieguito, que con el tiempo sería mi compadre. Los otros eran unos matones que paraban abusando de los chiquillos amparados en su papá. Ya ni me acuerdo cómo se llamaba al que le rompí la nariz. Juancho, a ver si a mí me haces orinar como a Huamán, me retaba, buscándome la bronca. No sé cómo se enterarían que fui yo quien le pegó a Huamán. Pelea pues, Juancho, ¿o me tienes miedo? Era mi mayor, sería como el Gordo. Un día que su papá se fue a Julcamarca a cobrar su sueldo me estuvo jode y jode: pelea pues, Juancho, hazme orinar como a Huamán. No me molestes, ¿quieres? A mí sí me tienes miedo, ¿verdad, cholo conchetumadre? Un solo puñetazo en la nariz y la sangre le empezó a salir como de un caño. Se fue corriendo a avisarle a su mamá: ¡mamá, mamá, Juancho me ha pegado! La vieja vino y me agarró a varillazos: cholito del diablo, ¿quién te crees que eres para pegarle así a mi hijito, ah? Le aventé el libro que nos daba el gobierno y me fui a mi casa. Justo estaba allí el hermano de mi papá, ¿se llamaba Germán mi tío?, el que era marido de la bruja María Villanueva. Ahora me va a escuchar esa mujer, carajo, dijo, ¿cómo le va a pegar así a un alumno? Se fue al colegio. ¿Qué hablarían? ¿Qué le diría la vieja de mí? ¿Le diría que también le pegué a Huamán? Juan, nos vamos a Huanta, me dijo mi tío, cuando regresó. Allá seguirás estudiando. Mis padres estuvieron de acuerdo: en la ciudad estarás mejor, hijito. Era la despedida de Chincho. Volvería, pero a las quinientas. En Huanta la vieja María Villanueva me trataba peor que a su sirviente. Cada pan que comía me lo ganaba a pulso. Y así todavía tuvo la concha de hacerme daño. Ni bien crecí, me largué. Terminé en Pisco. Empecé a trabajar en las haciendas Chongos, Manrique, Independencia, primero pañando algodón, después controlando a los jornaleros, repartiendo la tarea del día. No estás para pañador, me dijo el capataz de la hacienda Manrique, un morenito que conocía a mi tía Juana Luján. Mientras los demás se hacían tres, cuatro arrobas al día, yo apenas uno. ¿Sabes leer y escribir? Sí, señor, tengo mi primaria completa. Antes así nomás nadie tenía su primaria completa. Ser controlador era un trabajo más suave, ya no me estropeaba las manos. Tenía mis amigos negros con los cuales me iba a las fiestas los fines de semana. Parecían mis guardaespaldas. Así que tu tatarabuelo fue don Prudencio Luján, el que se casó con una chinchana a quien la jeta le colgaba hasta el ombligo, ¿no? Ajá. Prudencio Luján había venido de España para comprar unos viñedos. Se enamoró de una negrita. Se casaron y se fueron a Palpa. Uno de sus nietos fue mi abuelo Marianito, un enorme mulato que fue militar. Lo destacaron a Ayacucho donde se enamoró de la sobrina del cura Cabrera, mi abuela Cristina. Desertó durante la guerra con Chile. Escapó a Chincho para no ser fusilado por traidor. Allí nació mi mamá. Los Castelo llegaron del País Vasco con los conquistadores. Manuel y Antonio Castelo fueron capitanes de Túpac Amaru y huyeron a Huancavelica después del fracaso de la rebelión. Yo salí prieto y con el cabello crespo, no como mis hermanas que eran bien blancas, Julia hasta tiene los ojos claros. Mi papá decía siempre ese negro qué va a ser mi hijo cuando yo hacía alguna de mis palomilladas. La que me adoraba era mi abuela Cristina: eres igualito a mi Marianito, Juancito. Pero los negros también me envidiaban, hasta quisieron hacerme daño, me dijo Tuna, que ahora vive con la mujer de Carapacho. Dejé la hacienda y me puse a trabajar como ayudante de panadero donde los Rojas. Allí me accidenté. Una noche llegó borracho el patrón, Juan, prende el horno, me ordenó. Pero, patrón… Carajo, ¿hasta ahora no has aprendido a prender el horno? Metí un fósforo, y salió una bola de fuego que me envolvió como un remolino. Desperté en el hospital San Juan de Dios, lleno de vendas, hinchado como una pelota. Menos mal que no me quemé la cara, solo el pecho y los brazos, sino iba a quedar como un mostro. Estuve internado tres meses. Estando allí llegué al Reino de los Cielos. Dos ángeles me condujeron ante la presencia de nuestro señor Jesucristo. Era un poquito más alto que yo, con una barba inmensa. Le pidió a un ángel que trajera un bizcocho. Lo partió y me dio la mitad. Todavía no es tiempo que estés aquí, Juan de Dios, me dijo. Regresa a casa por ese caminito, añadió, señalando un sendero que iba por el medio de una pampa. Fui comiendo mi bizcocho. Iba sin zapatos pero no sentía las espinas que se clavaban en mis pies. Quizá era un alma. Llegué a Ñaña. Allí me encontré con mi tía ¿Juana, Alejandra? Nos pusimos a esperar el tren. Primero pasó uno lleno de muertos. Los llevan al purgatorio, dijo mi tía. En el siguiente nos vamos. Escuchamos el pitido de la locomotora. De pronto se levantó la tranca para dar paso al tren y me levantó por los aires del cuello. Desperté gritando. En otro sueño estaba yo tocando la guitarra y cantando tangos como Gardel. Llovía, y como tenía sed, miraba al cielo para recibir en la boca las gotas de lluvia. Unos aplausos me despertaron. Cantas bonito, Juan, me dijo el doctor Lira. Gracias a él me atendieron bien porque era amigo de Juan Bailete, esposo de mi prima… ¿cómo se llamaba mi prima? El doctor hizo las gestiones para que el Seguro asumiera los gastos del hospital, incluso me dieron un dinero que me permitió sobrevivir los primeros meses hasta recuperarme para volver a trabajar. Cuando llegué a la pensión, solo encontré en mi cuarto una camisa vieja y unos zapatos que ya no usaba. Hemos regalado tus cosas porque pensábamos que te ibas a morir, Juan, me dijo la casera. Quizá eso hubiese sido mejor para no padecer todo lo que sufrí después. Mi mamá me escribió para pedirme que regresara a Chincho pero no lo hice: iba a sufrir al ver mis brazos y mi pecho lleno de llagas. Cuando me sacaron las vendas, tenía los brazos unidos. Tuvieron que operarme para separarlos. Poco a poco me fui sanando. Volví a la panadería, pero como vendedor de pan nomás. Recorría Pisco con mis canastas en un burro. Antes no había triciclos. Han pasado más de sesenta años desde entonces. ¿Dónde estarán Constanza, Goya, Tomás, Alfonso? Goya murió en el terremoto del 2007, ahora que lo recuerdo. Tenía mi edad pero ya no podía caminar, paraba en la cama nomás. Meses antes del terremoto fuimos a visitarla con Arolín y los chicos. Murió aplastada por los adobes porque todos salieron corriendo olvidándola. Tanta plata que tiene Constanza y no fue capaz de construirle siquiera una casita a Goya. Si no se acordaba de su hermana, peor de mí, y eso que gracias a mí tiene todo lo que posee hoy. Era una mocosa cuando el ingeniero ¿Leandro Pérez se llamaba?, le propuso matrimonio. El hombre era un poco mayor y estaba enamorado hasta los huesos de ella. Constanza me dijo ¿qué hago, primo, no es muy viejo para mí? Aconséjame, por favor. No tenían padre. Cásate nomás, le dije, será mayor, pero tiene buenas intenciones, ¿o quieres un mocoso que no tenga ni dónde caerse muerto? Y se casó. Bien por ella, si no hasta ahora estaría en San Andrés andando sin zapatos, con una recua de hijos, sobreviviendo como sus hermanos. Ahora vive en Surco, tiene su hacienda en Cañete, viaja a los Estados Unidos cuando quiere, solo tiene un hijo. Ya no se acuerda del resto, pero también debe estar vieja, tendrá setenta y seis, setenta y siete años. Cualquier rato estira la pata. La última vez que nos vimos fue en 1992 en el matrimonio de Nancy, la hija de mi primo hermano Maximiliano Luján. Ella también es Villanueva, pariente de la bruja María Villanueva. Hasta debe ser familia de Bendezú, ese otro brujo de mierda, porque estuvo en el entierro de Tolín, ahora me acuerdo. De Pisco marché a Chosica, donde mi tía Alejandra Luján. Ella me recomendó para trabajar en el Centro de Salud de Moyopampa. Era un trabajo sencillo, ayudaba a las enfermeras, llevaba y traía las placas de rayos x, movilizaba a los pacientes, ayudaba en los partos. Cada fin de mes bajaba a Lima a cobrar mi sueldo. Ese día entraba al cine Metro a ver una o dos películas mexicanas, me paseaba por la Plaza San Martín, por el Jirón de la Unión. Iba bien a la telada, antes se entraba al Jirón de la Unión en saco y corbata, con mi cigarrito en los labios y mi sombrero. Por dónde no iba, Lima era chico y se podía recorrer a pie. Por querer ganar más dejé el Centro de Salud para irme a la FAM. Añoro ese sol eterno de Chosica, su clima tan bonito. Siempre iba con mi primo, ¿Antonio, Alejandro?, al río Rímac a pescar camarones para que mi tía preparara un rico chupe. Traíamos leña también. Entonces todo era bosque, el río era limpio. Me hubiera quedado allí, pero era joven, no pensaba en el futuro, igualito que John. Para entrar a la FAM esperé como medio año. Hasta que al fin me recibieron. Primero ganábamos jornal, después a destajo. Los muchachos no querían, nos van a descontar por cada pieza que salga dañada, alegaban. Yo he sido hornero, les decía; hornear tazas, platos, fuentes, lavatorios es como hornear panes y bizcochos. Me hicieron caso y empezamos a ganar mil quinientos soles, mil seiscientos semanales. Ni los empleados. Tenía razón, don Juan de Dios. Me eligieron Secretario de Defensa del Sindicato. Hubo una huelga, ¿en qué año fue?, con la cual yo no estuve de acuerdo. Vamos a terminar mal, les decía, ¿no estamos ganando bien?, pero ellos huelga, huelga, carajo, ¿o no tenemos pantalones? Allí estaba mi prima Juana Palomino. Las mujeres también tenemos los pantalones bien puestos y nos sumamos a la huelga, compañeros, dijo. Un día que yo terminaba mi turno de noche llegó la guardia de asalto. Me los encontré en la puerta. Los saludé y salí volando. ¡Espere, compañero Castelo!, me llamaban, ¡no sea cobarde! Ni cojudo para enfrentarme a la policía. Detuvieron a todos los dirigentes. Yo pasé a la clandestinidad: si alguien me busca, diles que he ido a Chincho, le dije a María. Hasta que vino llorando su amiga Lucila Borda porque su esposo, Baltazar Quispe, también estaba detenido. Fui a buscar a mi compadre Julio García Olano, que era abogado. Fue a la prefectura. Allí le dijeron que los detenidos estaban incomunicados hasta que concluyeran las investigaciones. Cuando terminó la huelga, tres meses después, todos los dirigentes fueron despedidos, ni les pagaron sus beneficios sociales. De la que me salvé. Balta también salió bien librado gracias a mi compadre. ¿Hace cuánto que murió Balta? ¿Diez años? Unos meses antes de morir nos visitó con su señora. No nos veíamos desde que nos vinimos a La Realidad. Era la despedida, y no lo sabíamos. Si no me hubieran hecho daño, me habría jubilado con una buena pensión como mi cuñado Porfirio o mi primo Estanis. Una vez casi le rompo la cabeza a la ¿gerente, secretaria, o al gringo Moll? Fue al gringo Moll, vino con una bacinica desportillada: ¿así trabajan sus ayudantes?, me reclamó, ¿quién va a pagar esto? Yo era jefe de sección. Siempre hay material que se estropea, señor gerente, le dije. Ahoritita te rompo la cabeza por inútil, me amenazó. Rómpame pues, le dije, cuadrándome, no soy ningún manco. El gringo se quedó mudo, me saqué los guantes y se los tiré en la cara y me empecé a ir. ¡Venga, Juan de Dios, no sea loco!, me dijo. Era un buen hombre. Había venido de Alemania casi sin nada. Empezó a fabricar ollas a mano y poco a poco fue creciendo su negocio. ¿Qué pasó con la secretaria? También peleamos, pero no recuerdo de qué o por qué. También trabajé en la Granja Azul donde los Schuller. Un amigo me hizo pasar como estudiante de veterinaria. Eso debe de haber sido después de venir de Pisco, antes de trabajar en el Centro de Salud. Fue después de la Segunda Guerra Mundial porque a la Granja llegaron alemanes, yugoslavos, italianos, rusos que habían participado en la contienda. Me acuerdo que también criaban chanchos para producir manteca. Le sacaban la grasa y el resto nos lo daban. A los exsoldados les gustaba el chicharrón. Allí nos daban diario un litro de leche. Los gringos fabricaban mantequilla. Tenía un amigo yugoslavo que me vendió un reloj de oro. ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué he olvidado su nombre? ¿Por qué he olvidado tantos nombres? Con algunos compañeros de la FAM compramos un terreno donde fundamos la Asociación de Vivienda Tahuantinsuyo. Allí empecé a levantar mi casita poco a poco. Para qué lo vendí, para ir a vivir entre lagartijas y culebras, a un lugar lleno de piedras, sin agua ni desagüe. La bruja ni los brujos pudieron matarme, pero sí me arruinaron. Toda la vida andando como gitano en busca de un trabajo, viviendo en una choza. En la KAR también estuve siete años cuidando el terreno de la ladrillera en Medialuna. Esos años repasé como nunca la Palabra del Señor. Eso no le gustó al diablo: un gato negro empezó a atormentarme todas las noches. Estaba durmiendo y yo sentía un peso en mis piernas, abría los ojos y allí estaban unos ojos rojos mirándome, escudriñándome hasta que un día agarré mi Biblia y se la arrojé: ¡fuera, Satanás! Nunca más me molestó. El diablo existe, aunque mucha gente no cree. Alejandro Aguilar era un lampero que venía de la selva y estuvo en Huachipa un tiempo. Cuando era chiquillo presenció una reunión de diablos. Estaba de cacería y empezó a llover. Se subió a un árbol hasta que escampara cuando de pronto apareció de la nada un demonio, después otro y otro y otro más. Todos eran seres deformes, menos el jefe, que llegó último y era hermoso como un ángel. Iba a empezar la reunión, cuando el jefe empezó a olisquear el aire. Huele raro, dijo, parece que hay un intruso por aquí. Alejandro se asustó feo, empezó a rezar. De pronto, cayó un rayo sobre los diablos y estos se hicieron humo. ¿Dónde estará Alejandro? Hace casi veintinueve años que no lo veo. Belaunde volvió al poder, Isaac Kucler vendió la KAR a los Vattilana, yo renuncié, ¿por qué no continué en la planta principal? No pensé bien, ya tenía cincuenta y tres años, pensé que el tiempo no iba a pasar, que siempre tendría las mismas fuerzas. Ese año empezó la guerra en Ayacucho, las cosas empezaron a ponerse cada vez más difíciles. Por un tiempo trabajé como guachimán en la taza de la hidroeléctrica hasta que las cosas empeoraron más y llegaron los republicanos. También trabajé en la granja El Milagro de los Carrasco. Una vez llovía intensamente, el río estaba a punto de desbordarse. Si se salía, me iba a quedar en la calle. Hice una oración y el río se desvió para el otro lado. Es que la fe mueve montañas. Una vez regresaba de Huanta y el río Cachi había crecido. También hice una oración y el caudal bajó y crucé tranquilo con mi caballo. Quizá debimos quedarnos en Cangari, comprar un terrenito. Pero durante la guerra allí también hubo enfrentamientos. Quizá nos hubiesen matado a todos. La situación en Huanta era difícil. Íbamos a ir a Chincho, pero la crecida del río lo impidió y terminamos en Cangari. Arrendé la chacra de mi tío Víctor Riveros. Compré vacas, caballos, burros. Empecé a sembrar alfalfa, cebada. En las tardes preparábamos las cargas de alfalfa y yo las llevaba tempranito al mercado de Huanta y a mediodía regresaba trayendo pan, arroz, azúcar, fideos, dulces para Carolina y Mariana. Pero ellas no se acostumbraban, había harta cantidad de mosquitos, tenían las piernas, los brazos y las caras llenas de ronchas. Tío Maxi, llévanos a Lima, le rogaban a mi primo Maximiliano cuando nos iba a visitar. Allí nació Arolín. Yo mismo las hice de partero. De algo me sirvió haber trabajado en el Centro de Salud. John sí nació en el hospital de Huanta. A Flora y Dora también las traje al mundo. Justo cuando Flora nació pasó temblor. Estábamos en Huachipa, era el 31 de diciembre de 1973. Salimos volando. Carajo, cómo me pica el cuerpo. ¿Y si los brujos me están atacando de nuevo? Esos desgraciados no se dan por derrotados así nomás. Quizá la bruja… ¿cómo se llamaba esa bruja de Chincho a quien mi papá le marcó la cara con su machete? Una madrugada mi viejo había salido a hacer sus necesidades. Estaba de cuclillas, debajo de un guarango, cuando escuchó que alguien lo insultaba: ¡Ignaciucha yanasiqui!, le dijeron. El viejo se subió los pantalones, miró para todos lados pero no vio a nadie. Pensó que había escuchado mal y se puso otra vez de cuclillas. ¡Ignaciucha yanasiqui!, escuchó de nuevo. ¡Carajo, quién me está jodiendo!, dijo mi viejo, machete en mano. Aquí, don Ignacio, en el guarango, escuchó que lo llamaban. Allí estaba la cabeza de una mujer, enredada en las ramas. La reconoció, era una anciana del pueblo. ¡Ahorita te mato, bruja de mierda!, le amenazó el viejo blandiendo su machete. La vieja le hizo una oferta: si la liberaba, le iba a dar seis toros. Al viejo le convenía ese trato. Liberó la cabeza que se fue volando. Ya casi amanecía, si la cabeza no se unía a su cuerpo, la bruja iba a perecer. Antes, con el machete le hizo una marca en la cara para que recordara el trato. Mi viejo le contó a mi mamá. Vaya por si acaso, le dijo ella. A mediodía fue a la casa de la bruja. La mujer se estaba peinando su larga cabellera negra. En la mejilla izquierda tenía la marca que le había hecho mi viejo. Hoy te daré un toro, Ignacio, le dijo la bruja, y el otro año otro y así cada año hasta completarte los seis que te he prometido para que la gente no sospeche. El viejo regresó con un toro a la casa. Pero esos toros le costarían caro. ¿Acaso la bruja se lo iba a dar a cambio de nada? Lo maldeciría. Unos días después yo estaba jugando en un sauce y una rama se me incrustó en la cara marcándome en el mismo lugar en que mi padre le hizo el chuzo a la bruja. Arolín también tiene un chuzo que se hizo con la puerta de calamina cuando tropezó cuando estaba aprendiendo a caminar. John también se hizo un chuzo en la sien cuando se cayó una noche en un pozo que Vitaliano había hecho en el camino. Hasta Dora creo que se hizo un chuzo pero en la patilla que apenas se nota. A mi padre también le hicieron daño. Una vez encontró en el patio un atadito donde estaban sus cabellos, la barba que se afeitaba, pedazos de su ropa interior. Quizá esa bruja era amiga de la bruja María Villanueva. ¿Sino por qué me haría daño mi propia tía sin que yo le haya hecho nada? ¿Dónde se ha visto eso? A Arolín le voy a decir que mejor me lleve al curandero porque los médicos no me encuentran nada. Ya estoy casi dos semanas aquí y el cuerpo me sigue picando y este calor es insoportable. ¿Hasta cuándo voy a estar así?
5
Necesitamos una ambulancia omega, me dice la técnica. Tu papá se ha descompensado.
¿Ambulancia omega? ¿Descompensado? ¿O sea?
Una que tenga oxígeno y equipo médico para trasladarlo con seguridad, me dice. Todavía está bajo los efectos de la anestesia y necesita ayuda para respirar. Ya vuelvo.
Se va. Es una morena alta y voluminosa que siempre para de buen humor.
¿Y si llamo al doctor Chunga para que me dé una mano? Es amigo de Mariana. Hace unos días vine a recoger los resultados de unos análisis y estaban que me paseaban de aquí para allá, que falta esto, que falta lo otro, que no es el único paciente hasta que Mariana se acordó que tenía un amigo en el Almenara. Lo llamó, nos encontramos, fuimos a Radiografía y en cinco minutos me entregaron sus placas.
Al viejo le han hecho un drenaje biliar. Tiene las vías biliares obstruidas, por eso el color amarillo de su piel: no puede evacuar la bilis.
Espero, los minutos pasan y la técnica no regresa. ¿Y si no consigue esa ambulancia?
Papá entró a sala a las nueve de la mañana y ya son las diez y cuarto. Le vamos a insertar una sonda para que evacue la bilis, me dijo el médico que le iba a hacer la operación, una operación de media hora que me ha costado varias idas y venidas entre el hospital de Vitarte y el Almenara: el médico solo había puesto la fecha y la hora de la operación en la hoja de cita y en Vitarte querían que ponga su sello y firma, sino no podemos trasladar al paciente. Allá saben que es suficiente, me dijo el doctor, cuando al fin lo pude ubicar y le expliqué mi problema. Cómo les gusta perder el tiempo.
Claro que les gusta perder el tiempo. Hace días llegué justo a la hora que cerraban Patología para recoger unos resultados. La que atendía me mandó a Informática porque la impresora estaba ocupada. En Informática me dijeron acá no damos los resultados de Patología, ¿por qué te han mandado? Volví a Patología. La señorita me dijo vuelva usted mañana, pero más temprano. ¿No tendrán internet para mandarme los resultados por correo y lo imprimo en mi casa? Está prohibido hacer eso, señor. ¿Prohibido si es un simple papel que ni sello lleva?
El viernes fue peor: trajeron al viejo para una cita, pero nadie se dio cuenta que la cita era recién el otro mes. Todos se confundieron porque los días y las fechas de febrero y marzo coinciden. Menos mal que ese día Mariana fue la que estuvo acompañándolo. Menos mal que la gasolina de la ambulancia no la ponemos nosotros.
Me arden los pies y no hay dónde sentarme. Somos seis hijos, pero solo Mariana y yo estamos en todo este trajín. Y eso que John está en la casa, pero como no tiene ni para un pan…
La técnica regresa. Conseguí la ambulancia, me dice. Me encontré con una amiga y ella les ha dicho a los de arriba que es para un familiar. Ahora sí nos vamos.
Le doy las gracias. ¿Darle para su gaseosa? Está que suda copiosamente…
Sacan al viejo en camilla, lo llevamos a la ambulancia y nos ponemos en marcha.
Esta ambulancia sí está equipada con todo, la otra no tenía ni un miserable botiquín, menos un tanque de oxígeno. Nos acompaña una ¿doctora? Viste de celeste. Ella y la técnica hablan de ambulancias, que la mayoría son chatarra nomás porque se les terminó la garantía y ya no hay repuestos en el mercado. Así Alan quiere inaugurar un hospital cada mes, dice la de celeste. Con pura chatarra.
El viejo sigue dormido. Ni el zangoloteo del vehículo lo despierta. A veces la de celeste le mide la presión. ¿Cuántos años tiene tu papá?, me pregunta.
El ocho de marzo cumplirá ochenta y dos años, señorita.
Ojalá que vivamos hasta esa edad, dice la técnica.
La gente antigua vivía más, dice la de celeste.
Mmm, murmuro. Pienso en Pelusa, Lube, Héctor Pocco, Óscar Lazo, Fernando Chávez, Gilberto, Molina, amigos de mi edad que ya han muerto. También en Delia y Miriam Cruz. Y en Marina.
La de celeste aparta parcialmente la sábana que cubre al viejo. Allí está su pecho lleno de llagas. Si estuviese despierto no se lo dejaría ver. Siempre ha sentido pudor de mostrar esas heridas que se hizo en Pisco cuando trabajaba en una panadería. Le han puesto una sonda para que evacue la bilis, me dice, palpando la manguerita que le han insertado a papá debajo de las costillas de la derecha y que termina en una bolsa donde ha empezado a juntarse un líquido oscuro como aceite quemado. Cuando la bolsa se llene, lo vacias en un recipiente limpio para que no le vaya a entrar ningún germen.
¿Y hasta cuándo estará así, señorita?
¿Qué te ha dicho su médico?
Nada.
Así son los doctores, dice la técnica. Nunca te dicen qué es lo que tienes hasta que ya es tarde.
Si le han puesto esa sonda, es que su vesícula biliar no está funcionando bien, me dice la de celeste. Pero pregúntale a su médico, él te dirá con certeza lo que tiene.
Ya, señorita.
La ambulancia sigue su marcha dando saltitos por la pista llena de cráteres.
Papá abre los ojos por un segundo. Ya vamos a llegar, le murmuro mientras le acaricio la calva, las mejillas. Sonríe y cierra los ojos. Ojalá que de esto también salga bien librado, pienso, contemplándolo, sintiendo bajo mis dedos la piel lisa de su calva. ¿A qué edad empezaría a perder el cabello? Lo recuerdo siempre con un sombrero o con esas gorras como las que se ponía Neruda, cubriéndole la cabeza. Alguna vez me pidió que le arrancara con alicate, entonces no teníamos pinza, los pocos pelos que le empezaban a brotar. Eran unos cabellos gruesos, oscuros y parados como espinas.
El calor es sofocante dentro de la ambulancia a pesar que el pequeño ventilador gira sin pausa. Está tan herméticamente cerrado que ni el ruido exterior se filtra. Es como si estuviéramos en un cajón. Ni sé dónde estamos porque la pintura que cubre las lunas apenas me permiten ver una línea de casas a la altura de mis ojos.
¿Cuándo cree que le darán de alta?, pregunto.
Eso lo dirá su médico, me dice la de celeste. Pero supongo que pronto.
Ojalá, pienso. Estamos once de febrero. Ya lleva diecinueve días internado. En la casa lo extrañan sus nietos, lo extrañamos nosotros. Yo ya ando cansado de estar yendo y viniendo del hospital, o de los hospitales más bien. ¿Cuántos días estuvo el año pasado en el San Isidro Labrador? Menos de un mes, creo. Pero no era verano.
Faltan nueve días para el cumpleaños número cuarenta y ocho de Juan Ignacio. Hace cuarenta y ocho años el viejo estaba a punto de cumplir treinta y cuatro años, diez más que John cuando tuvo su primer hijo, siete menos de los que yo tengo ahora. Seguro estaría contento, feliz de ver a su mujer con su enorme barriga. Pero la dicha apenas le duraría siete meses y algunos días. Hace cuarenta y ocho años también su tía María Villanueva estaría planificando su venganza, haciendo sus misas negras.
Nos detenemos un rato en un atasco de vehículos.
Faltan cuatro días para el cumpleaños de Diego, diecisiete para el de la vieja, un mes para el de Nacho. Es curioso, pero la mayoría de los Castelo han nacido en el verano: Mariana el 30 de diciembre, Flora un día después –faltó un poquito para que el viejo acertara en el mismo día–, John el 21 de enero, Cristian el 3 de febrero, Diego el 15, Juan Ignacio el 20, la vieja el 28, el viejo el 8 de marzo, Nacho el 11, Nela el 17, Bere el 26 y, si no me equivoco, uno de los hijos de John es de febrero o marzo. ¿Tanta coincidencia será casualidad? Como para hacer una fiesta todo el verano.
La ambulancia da una vuelta casi completa. Ya vamos a llegar.
Unos minutos después, entramos por Emergencia. La de celeste nos ayuda a llevar al viejo hasta su habitación. Le doy las gracias.
De nada, me dice. Cuídalo bastante. Y no te confíes de los médicos.
¿Qué me habrá querido decir?
El viejo sigue dormido. A su costado cuelga la bolsa para la bilis.
En el parque del frente un grupo de chiquillos persigue a unas chicas globos de agua en mano. También tienen latas de betún. Las chiquillas chillan como locas.
Buenos días, ¿es usted pariente del paciente Juan de Dios Castelo Luján?
Sí, señorita. Buenos días.
Soy la doctora Roca, dice la mujer, vestida de blanco, extendiéndome la mano. ¿Podemos conversar en mi oficina?
Claro, doctora.
Vamos a su oficina, que está en el último piso.
Tu papá tiene un cáncer irreversible a las vías biliares, me dice. Estamos sentados frente a frente. Hace una pausa como para que asimile el golpe. ¿Qué va a tener cáncer si el viejo no toma, no fuma, no es vicioso? Estamos haciendo todo lo posible por él, pero hay cosas que ya no dependen de nosotros.
Entiendo, doctora, le digo, todavía incrédulo. ¿Qué más le puedo decir? ¿El clásico cuánto tiempo le queda de vida? ¿Reclamarle porque cuando lo operaron hace dos años el hijo de puta del doctor Flores no le extirpó el “tumorcito” que tenía? ¿Que por qué diablos me mintieron cuando me dijeron que ese tumorcito crecería en veinte años, que antes se moriría de otra cosa? No, no es posible, mi viejo no puede tener cáncer, deben estar equivocados.
Vamos a trasladarlo a la clínica Santa, me dice. Veo que ustedes viven cerca de allí. Será más cómodo para que lo visiten y tu papá estará mejor atendido.
Gracias, doctora. ¿Cuánto tiempo le queda de vida?
Cómo saberlo, me dice. Eso tampoco depende de nosotros.
Me hace firmar unos documentos para autorizar el traslado del viejo.
Le doy la mano y salgo de su oficina. Voy al baño, allí lloro como lloré cuando mamá murió.
Salgo a comprar el Perú.21 que siempre lee el viejo. Regreso a su habitación. Lo contemplo. ¿Cáncer a las vías biliares? ¿Por qué? ¡No, no creo eso!
¡Papá!
Abre los ojos. Ya le han quitado el oxígeno. Arolín, murmura.
Le acaricio la calva, las mejillas.
¿Cuándo vamos a ir a la casa?
Dentro de poco…
¿Y esto?, se fija que tiene una sonda. ¿Qué es?
Es para que botes la bilis. Ya no te picará el cuerpo…
Ah, ya, dice. ¿Cuándo vamos a Chincho? Allá me curaré. Allá el clima es bueno, el agua es limpia, no como acá.
Cuando te pongas bien, iremos de todas maneras…
Ya.
Ahora me voy, papá, le digo. Más tarde te van a venir a visitar. Aquí te dejo tu periódico para que leas.
Saludas a los chicos y a las bebes.
Salgo del hospital. En el paradero me encuentro con la tía Griselda. Le digo que su hermano está internado hace más de dos semanas. La tía también está media enferma. Le voy a decir a Kathy que venga después, me dice, y nos despedimos.
Llego a la casa. Cuando me preguntan cómo está el viejo, solo digo que le han puesto una sonda. A Flora le doy su pasaje para que vaya a visitarlo.
Continúo revisando los papeles del viejo. Encuentro una carta dirigida al gerente de la FAM:
Señor Gerente de la Fábrica de Aluminio y Metales, “FAM”.
Me es grato de dirigirme á Ud. muy respetuosamente, a su digna i distinguida persona, que tán dignamente preside el alto cargo en dicha empresa.
Sr. Gerente, el presente sulicitud es para ponerle en su conocimiento de Ud. en la Asociación Mutual y de Crédito para Vivienda Tahuantinsuyo, Vitarte; lote N° 26, vengo construiendo modestamente una vivienda propia, pero lamentablemente no puedo concluir la obra por falta de recursos económicos, en tal virtud recurro ante Ud. para solicitarle la suma de $.16,000.00 soles oro, un adelanto a cuenta de mi endimisación que necesito con urgencia favor que le agradeceré infinitamente, y, para mayor constancia irá a ver la obra la señorita de la “Asistencia Social”.
Sr. Gerente, le ruego á Ud. acceder me petisión por ser de justicia social, como quiera es caro anhelo de tener una casita propia de cada uno de sus trabajadores, por que el alquiler de las casas está demasiado elevado.
Sin otro particular aprovecho la oportunidad, para reitirarle los sentimientos de mi mayor consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Vitarte, 18 de Agosto de 1,966
Sub-Secretario General, del Sindicato de Trabajadores “FAM”.
Tarjeta N° 110
Juan D. Castelo Luján.
La carta está escrita a máquina. La firma no se parece en nada a la del viejo.
Agosto de 1966, ¿cuánto faltaba para que vendieran la casa y marcharan a la sierra? ¿La casa estaba a media construir cuando la vendieron?
Encuentro otra carta, con los bordes carcomidos por la humedad, donde el viejo endurece su posición, aunque pide menos dinero de lo que pidió inicialmente.
Señor: Willi Fraeitog
Gerente de la Fábrica de Aluminio y Metales, “FAM”.
Me es grato dirigirme a Ud. muy respetuosamente, a su digna i distinguida persona que tán dignamente preside el alto cargo en dicha empresa.
S.G. el presente solicitud es para ponerle en su conocimiento que; en la Sociedad para Vivienda Mutual y de Crédito Tahuantinsuyo, Vitarte vengo construyendo modestamente una vivienda propia, pero lamentablemente no puedo concluir la obra por falta de recursos économicos, en tal virtud recurro ante Ud. para solicitarle un adelanto a cuenta de mi endimisación la suma de $.12.000.00 soles oro, con urgencia que le agradeceré infinitamente, y, por otra parte S.G. me encuentro sumamente mal de mi salud hace tres años, en el Seguro Social Obrero me hecho chequear durante un tiempo sin conseguir mejoramiento hasta la fecha, los motivos les explicaré a la señorita de Asistencia Social para que constate mi caso.
S.G. í, en un caso contrario que no accediera mi petisión, pido me retiro en forma definitiva en un plazo de 15 días conforme nuestros pactos con el sindicato.
Para los areglos consiguientes es nombrado el Abogado Dr. Julio García Olano, Edificio Lexington, Jr. Apurimac N° 337 Oficina 5 C Quinto Piso, Teléfono 76908 Lima.
Sin otro particular aprovecho la oportunidad, para expresarle los sentimientos de mi mayor consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Vitarte, 28 de Octubre de 1,966
Sub-Secretario General, del Sindicato de los Trabajadores, “FAM”
Juan D. Castelo Luján
No ha firmado la carta. ¿La llegó a mandar? ¿Mandó la primera y no le hicieron caso? Aquí amenaza con renunciar, hasta nombra a su compadre Julio García como su abogado. También menciona por primera vez esa enfermedad inexplicable que lo aquejaba por esos años. Tendría que buscar a su compadre y preguntarle qué papel desempeñó en la renuncia de mi padre a la FAM. El hombre está en Ica, hace más de diez años el viejo y Mariana fueron a buscarlo. Pero el encuentro fue tibio y apenas duró unos instantes porque su compadre se iba a trabajar. Ahora debe estar jubilado, me imagino que será mayor o menor del viejo solo por algunos años.
Sigo revisando los papeles, quitándoles el polvo, dándoles una rápida ojeada. Encuentro una carta chiquita de mi tío Maximiliano Luján dirigida a mi padre. Está escrita a máquina y tiene un gran corte hecho por las polillas que menos mal no han tocado el texto.
Vitarte 23 de Febrero de 1967
Sr. Juan D. Castelo Luján Chincho
Mi querido y estemado Primo, le deseo que la presente carta te incuentre gozando de lo más perfecta de tu salud en union de tus queridas famelias de tu Casa y mas familiares que les rodea en esa.
Después de saludarte muy cariñosamente paso a comunicarte los siguientes reglones; Pues primo sobre del Terreno ya te y indecado en la carta anterior que ley mandado con el portador Guillermo Galvez su esposo de la prima Abendina Quispe Castelo. Pues Primo, segun a su carta y resibido el dia miercoles 22 te mando un giro la suma de trecientos soles oro $.300.00 para tus gastos del pasaje, con la Ajencia ETASA.S.A. reciba conforme primo nada mas te dego por haura primo y mi despido con afectos y saludos la que te estema de todo corazon su primo ATTO.S.S.
Maximiliano Luján Castelo
Esa es la carta de mi tío Maxi, que escribe peor que mi papá. O sea que para febrero de 1967 los Castelo ya estaban (no me incluyo porque todavía faltaba más de un año para mi nacimiento) en la sierra. ¿No le dieron el préstamo en la FAM y mi papá renunció? El tío Maxi hace mención de un terreno. Alguna vez papá me dijo que pensaban comprar una chacra a medias, pero la Reforma Agraria les malogró los planes. Lo que hizo llegando a la sierra fue alquilar una chacra, comprar animales y empezar a sembrar alfalfa y cebada. Siempre le decíamos por qué mejor no compró una casita en Huanta y ponía un negocio. María era mala para los negocios, decía.
Carolina me llama para preguntarme cómo está papá.
Lo van a trasladar a la Santa, le digo. ¿Decirle que tiene cáncer? Mejor no, podría darle un infarto. Ella y Mariana adoran al viejo. Además, todavía no me creo eso de que el viejo tiene cáncer. ¡Es imposible!
Allí es para que se muera, me dice, recordando que hace muchos años hizo en esa clínica sus prácticas de enfermería técnica y veía cómo morían los viejitos.
La doctora me dijo que es para que esté mejor atendido, le digo.
Ojalá, me dice.
6
El techo sin pintar, las paredes sin pintar, la ventana sin cortina, la luz del poste que se cuela y no me deja dormir, un trapo colgado en la puerta por donde se meten los perros y gatos para comerse mi comida y llevarse mi pan. Mi ropa colgada en un tubo, cubierta con un plástico para que no se llenen de polvo. El baño lejos, sin puerta, sin mayólica, sucio. Por gusto hemos tenido tantos hijos, decía María. Solo para que nos amontonen los nietos, nos traigan problemas y nos hagan pasar vergüenza. ¡Ah, si lo hubiéramos sabido nos habríamos quedado solos después de la muerte de Juan Ignacio! Juan Ignacio, cuarenta y ocho años sin mi hijo, casi cincuenta años de conocer a María. ¿Tantos hijos para qué? Me voy a hacer hombre, decía John cuando se casó con Emilia. Han pasado dieciséis años desde que metió la pata. No tenía ni dónde caerse muerto y ahora está peor: acaba de llevarse un buen pedazo de mi papel higiénico. ¿Para eso se casó, para no tener ni con qué limpiarse el poto? Yo a los treinta y nueve años ya tenía mi trabajito seguro, tenía mi casita, no andaba molestando a la familia, y eso que solo tenía mi primaria completa. Estos hasta tienen estudios universitarios y están más cagados que uno. De mi pensión tengo que dar para que coman los nietos, pagar el agua, la luz, los arbitrios. Tanto romperme el lomo por los hijos para terminar almorzando en el comedor popular o recibiendo las migajas que me alcanzan sin voluntad. ¿Cómo no me voy a enfermar así? ¿Por qué tuviste que morirte, María? Si hubiera sido otro padre los habría puesto de patitas en la calle después de toda la vergüenza que nos han hecho pasar. ¿Acaso Ricra educó a sus hijos a pesar que es catedrático? No, solo les dio su secundaria y punto. Los mellizos están de vendedores de gas, y eso que eran bien inteligentes. ¿No le dará vergüenza que sus hijos no sean nada? Qué le va a dar si ni cree en Jehová. ¿Y Vásquez?: peor, se ha construido un edificio y sus dos hijos se ganan la vida como pueden. Su hija estuvo una vez tuberculosa. Igual los Galdós: el viejo era contratista picapedrero, ganaba buena plata, y todos sus hijos se quedaron burros, hasta se volvieron terrucos, la menor está de motoxista como si fuese hombre. El viejo está peor que yo, hasta recibe vaso de leche, yo siquiera tengo mi pensión. ¿Y Bendezú?: si no fuera por Vitaliano, que se casó con Fela, y les dio trabajo a todos los negritos, ahorita estarían estirando las manos por un pan. Hasta en la cárcel estuvo Roberto. El viejo brujo prefirió buscarse una amante en lugar de educar a sus hijos. Pero por cojudo John está así: era el más inteligente de la familia, siempre sacaba diploma de aprovechamiento y conducta, fue el primero de los Castelo que ingresó a la universidad, tenía un futuro brillante. Hasta que se metió con Emilia, una floja buena para nada. María tenía razón cuando decía que esa mujercita iba a ser la desgracia de nuestro hijo. Y el huevón ese también tiene la culpa: desde el comienzo le iba mal y a pesar de eso se llenó de hijos. La puta esa se buscó un cojudo que la mantuviera. Por eso Arolín no es sonso: ¿para qué me voy a casar, papá, para mantener a una floja, a unos vagos? Como sea terminó su carrera, haciendo trabajitos de jardinería, de electricidad, pintando, dando clases particulares. Ni bien terminó sus estudios sacó su título, buscó trabajo en el Estado y se nombró como quería su mamá. Ahora gana su sueldo tranquilo, sin preocuparse en dónde trabajará el siguiente año. Es el único hijo que nos ha dado alegrías: le gusta escribir y a veces gana una platita en los concursos y nos vamos a pasear, una vez me llevó a Pisco, Chincha, Ica, Palpa, siempre nos lleva a comer al Norky’s o al chifa, me da mi propina de vez en cuando, me ayudó con mi diente postizo porque se me perdió la plata, le compra sus útiles a Nacho y Diego, todos los días les da su propina para que se vayan contentos al colegio, los lleva a la playa, a la piscina. ¿Por eso Mariana y Carolina odiarán a esos chicos? ¿Por eso Mariana lo odiará? ¿Por eso le dirá que es un cojudo? Seguro quiere que se busque una mujer para que le vaya peor que a John, ¿no? ¿Por eso le hacían la vida imposible a su pobre madre? No se dan cuenta que tienen hijos, que el mundo da vueltas; tanto que Mariana les decía putas, perras a Dora y a Flora y al final tuvo una hija con un ingeniero de medio pelo encima casado… Por su culpa nos tuvimos que ir a Cocachacra cuando Dora salió embarazada. Jonás quería que botara a mi hija, ¿a dónde iba a ir la pobre si la familia de Petete tampoco quería saber nada de ella? ¿Acaso cuando el hijo de puta ese embarazó a Carolina les dijimos váyanse de mi casa? Les dimos un rincón en nuestra choza para que durmieran. María fue la que lo agarró a zapatazos obligándolo a que fijara la fecha de la boda, a que viniera su familia a pedir la mano sino lo iba a denunciar por violación. ¿Por eso lo odiaría? Quizá nunca olvidó esos zapatazos. María sí que era bien brava. Una vez también hizo lo mismo con el negro Eduardo Bendezú cuando me quiso pegar… Dora apenas tenía diecinueve años, Petete estaba en Lurigancho, era la menor de nuestras hijas. John nos consiguió ese trabajo para cuidar el terreno de Fernández… ¿se llamaba Jesús? Era policía, buena gente, a veces hacía otros cachuelitos como partir las piedras para limpiar el terreno y me ganaba una propina extra… Dos cuartos de adobe al lado de la pista, el río cerca, el terreno lleno de paltos y plátanos, nunca en mi vida comí tanta palta como en Cocachacra… María, Dora y yo, parecía como si estuviéramos en Cangari, en las noches los zancudos no nos dejaban dormir, de día los mosquitos jode y jode… Nuestra hija embarazada… María y Dora siempre se iban a caminar hasta San Bartolomé, el ginecólogo le había dicho a Dora que caminara bastante para que dilatara con más facilidad cuando le tocara dar a luz porque era chiquita… Fernández me había dado una escopeta con solo dos cartuchos, ¿sabe manejar arma, don Juan de Dios? Claro que sé, antes tenía pistola, tenía una escopeta que se llevó Anacleto para matar un puma que se estaba comiendo sus animales pero ya no me lo pudo devolver porque empezó la guerra en Ayacucho y dicen que lo tiraron al río, o lo enterraron para que los terrucos no se lo decomisaran… ¿Pero quién le iba a robar a dos viejos y a una chica embarazada? El pueblo estaba lejos, el lugar donde estábamos se llamaba Río Seco, me acuerdo ahora, Cocachacra era el pueblo y estaba más abajo, María iba a veces por el pan, o yo, a veces llevaba de Chosica bizcochitos y galleta de agua para toda la semana, no había agua ni luz, agua íbamos a recoger a un puquial cerca del túnel, era límpida el agüita… La escalera para subir al terreno de Fernández lo construí yo… ¿Eso fue en?… 1996, en enero, seguro, estuvimos hasta mayo, Nacho nació el 11 de marzo en Bravo Chico… Jonás se compadeció de nosotros y nos dio una mano, don Fernández me prestó cien soles, o me pagó adelantado, ¿cuánto me pagaba al mes?, ¿ciento cincuenta o doscientos soles?, pero en ese tiempo alcanzaba para algo, al menos allá estábamos lejos del odio de Mariana… Las noches oscuras, el zumbido de los zancudos, el chirrido de las llantas de los camiones al doblar la curva, era verano y llovía con intensidad, igualito a Cangari… Una noche perseguí en Cangari a unos jarjachos, María y las chicas estaban en Huanta, ¿ya había nacido Arolín? Jarr, jarr, escuché, ¿jarjachos?, los ¿ruidos o gruñidos? venían del río, agarré mi escopeta y fui a ver: dos chanchos se estaban revolcando en la playa, era noche de luna llena, apunté al más grande y disparé, los chanchos salieron volando, yo tras ellos bala y bala, por gusto porque no acerté ninguno, y eso que tenía buena puntería porque una vez me bajé un gavilán en pleno vuelo, María lo frió, era dura y babosa la carne, pero con qué ganas lo comían las chicas… Regresé a la chacra, me iba a ir a dormir y de nuevo jarr, jarr, daba escalofríos oír ese ¿gruñido, resoplido? En el patio había un guarango seco, le eché kerosene y le prendí fuego para que los jarjachos no se acercaran. Esa noche en mis sueños un macho cabrío me agarraba de los pies con sus cuernos y me arrojaba por los aires. Cuando desperté tenía el pie derecho hinchado y adolorido, ¿me lo hice persiguiendo a los chanchos o me lo hizo el macho cabrío en mis sueños? A duras penas monté en mi caballo y fui donde mi tía Saturnina Bendezú, ella sabía componer huesos. Le conté lo de los jarjachos, son de por allí nomás, me dijo mi tía, una señora que tiene relaciones con su hijo. ¿Para qué los perseguiste?, me recriminó, podían haberte hecho cualquier cosa, esos son demonios. Era buena mi tía Sato. Nos hubiéramos quedado a vivir en Cocachacra pero era difícil vivir allí con una criatura, se podía enfermar de cualquier cosa. Y ya se le había pasado la furia a Mariana, aunque un par de años después Flora la cagó de nuevo cuando se embarazó de otro vago. Para entonces estábamos de guardianes en La Portada del Sol, cuidando la Casona. John nos dejó ese trabajito que le consiguió su suegra. Nos fuimos con María, Dora y Nachito. En la casa se quedaron Flora, Mariana y Arolín, que estaba a punto de terminar su carrera. ¿Era 1999? Diego nació ese año. Otra hija que metió la pata. Flora se vino a vivir con nosotros porque Mariana no la quería ver ni en pintura. A Dieguito María la introdujo a la Casona en una bolsa de mercado para que los Giles no se dieran cuenta que estaba trayendo otro bebito. Los Giles eran los concesionarios de La Portada y siempre le iban con el chisme a Huaraca, el administrador de los Pardo: los Castelo paran gastando mucha agua, gastan mucho la luz, el domingo hubo bastante gente visitándolos. Cholos de mierda, empezaron vendiendo chupetes y ya se creían los dueños de todo, igual que Mariana. Por culpa de los Giles John tuvo que dejar ese trabajo. Siempre se iba con toda su familia a las reuniones del Salón del Reino y llegaban tarde y los Giles soltaban sus perros impidiéndoles la entrada y se metían por la parte de atrás. Hasta que un día el cholo ese lo esperó pistola en mano y le dijo ¿por acá es la entrada?, ¿quieres que te mate como a un ladrón? John se asustó. Allí fuimos nosotros. Nos pagaban trescientos soles. Hace diez años esa cantidad era platita, alcanzaba para comer bien, para comprarle sus cosas a los chicos, para ayudarle a Arolín en sus gastos de la universidad, hasta le ayudábamos a John que había vuelto a estudiar para ver si terminaba su carrera. Si no hubiera sido porque Mariana jodía siempre, habríamos sido felices. Cuando Mariana venía Flora y Dora se escondían… La Casona era inmensa, por lo menos tendría veinte habitaciones, cada uno con su baño, había un baño familiar grande como una sala. ¿Estuvimos tres o cuatro años allí? Allí Nachito y Dieguito dieron sus primeros pasos… No, no, nos vinimos el 2000, cuando Diego todavía no aprendía a caminar, recién gateaba. Nacho era el que aprendió a caminar allí. Cuántas veces se cayó haciéndose chinchones. Tenía las piernitas chuecas cuando era bebito. En la entrada había un caballito de metal en el cual le gustaba subirse… Teníamos el bosque de la parte de atrás para nosotros. El río estaba a un paso. Cocinábamos con leña. Así me hubiese gustado vivir siempre. Tenía mi cuarto para mí solo. Subí de peso. Habríamos sido felices si Mariana y los Giles no nos molestaran. Los judíos siempre venían de campamento, traían sus cosas en camiones, se quedaban una semana. Acampaban en el bosque de atrás. Siempre nos regalaban la comida que les sobraba, los panes del desayuno. La última vez que fueron nos pidieron que les guardáramos sus cosas pero se demoraron en recogerlos y los Giles le fueron con el chisme a Huaraca y Mariana vino diciendo que nos iban a botar como perros. No sé qué más le insultaría a María. Ahora pienso por qué nunca le llamé la atención… Es que conmigo se hacía la buenita, me compró mi audífono cuando el oído me empezó a fallar, hizo que me operaran de los ojos cuando empezó a fallarme la visión, hizo los trámites para mi jubilación, me regaló un televisor grande para que viera mis películas. Y a su mamá nada. ¿Por qué la odiaría? Carolina también odiaba a su mamá. Una vez mandó a preguntar con su marido si María era su mamá. Qué gente más desgraciada. A mí siempre me llevaban al chifa, a pasear, me invitaban a sus cumpleaños, y a María nada… ¿Por qué mis hijos me salieron así si los crié amando a Jehová Dios?... Siempre andando de aquí para allá como gitanos. Los hijos crecen y hacen con su vida lo que les da la gana. Nos vinimos de la Casona porque uno de los Pardo lo iba a convertir en hotel, albergue o no sé qué. Menos mal que Arolín se nombró y empezó a ayudarnos con la luz, con los útiles de los chicos, le daba una mensualidad a su mamá para la comida… Tío Juan. Hola, Kathy. ¿Cómo está tu mamá? Bien, tío. Le manda estos cinco soles para que se compre su bizcocho. Gracias, Kathy. Una moneda de cinco soles… La guardo debajo de mi almohada. ¿Y mi cuñado Porfirio? En Chincho, tío Juan. Hola, abuelo Juan. Hola, Karim. Karim ya está grande. ¿Antony no ha venido? Se quedó acompañando a su abuela. Esta es Vanessa. Vanessa y Antony son blancos, Karim es moreno. Antony tiene seis dedos como mi papá, pero mi papá lo tenía en los pies, por eso le decían el Soqqta. Mi papá… Los chicos prenden el televisor, menos mal que Mariana. Vamos a prepararle su mazamorra, tío Juan, ya regresamos. Ya, Kathy. Viene John, se sienta a mi lado, me pregunta cómo estoy, voy a ir a ver a mis hijos, me dice y se va. Los chicos apagan el televisor y se ponen a corretear, no vayan a entrar al cuarto de Mariana porque se molesta, dice que agarran sus cosas, que ensucian su casa. Tantos años he trabajado y no tengo un rincón para mí. Los Apestegui querían llevarme a su casa ¿pero qué hago en casa ajena si más tranquilo puedo estar en mi choza? Aunque mi choza tuve que desarmarla porque las piedras del costado se empezaron a mover y cuando llueve entra el agua. Cuando me sane lo voy a limpiar bien bonito o le puedo decir a Arolín que cuando Vinces le de su plata teche el cuarto que estaba haciendo para vivir yo. Por ese terreno se peleó con Mariana. Cuando se nombró, Mariana quería que le pague el alquiler por el cuarto que hizo y le dio. ¿Cuándo construyó ese cuarto? ¿En 1992? Hizo dos cuartos, uno le dio a Arolín, Arolín se nombró el 2002. ¿De dónde iba a sacar plata para pagarle diez años de alquiler? ¿Se le cobra alquiler a un hermano? Como si Arolín no hubiera puesto ni un ladrillo. Cuando era contratado construyó el muro de la calle. Ya daba vergüenza ser los únicos de toda la calle Libertad que todavía teníamos una pirca. ¿Cuántas bolsas de cemento gastamos allí? Unas cincuenta por lo menos, y dos o tres camionadas de hormigón. Menos mal que nosotros somos albañiles sino habríamos gastado más. Como no le quiso pagar el alquiler, lo botó a su hermano del cuarto. Mariana sacando provecho de todo, como siempre. A veces cuando su mamá le hacía guardar su platita ya no le quería devolver diciéndole yo les estoy dando para que coman, qué más quieren. Lo único que ella daba a la casa era la bolsa de víveres que le entregaban en el hospital, después nada, ni un centavo. A veces John venía y se metía a su cuarto y se robaba una bolsa de arroz, de azúcar, o una lata de leche y Mariana le hacía un escándalo a su mamá. Para eso se casó el cojudo ese, para estar robando un pan, para darle problemas a sus padres, para deberle a todo el mundo. ¿A quién no le deberá John? Cuántas veces me ha pedido prestado y nunca me ha devuelto, como si me sobrara la plata. En cambio Arolín, cuando me presta y le quiero pagar, me dice así nomás, papá, quédatelo. Ese sí es un buen muchacho, nunca nos ha traído problemas, ninguna mujer ha venido a buscarnos para decirnos que tiene un hijo botado por allí… Si todos hubieran sido como él, habríamos sido felices. Como sea Dora terminó su carrera pero se demoró como cinco años en sacar su título, prefirió perder su tiempo cuidando a la Bere pensando que Mariana le iba a conseguir trabajo en su hospital pero nada, ahora ni se hablan. Igual Flora que estudió corte de cabello y no aprendió nada, prefería perder su tiempo en el comedor popular, en el vaso de leche. Una vez se fue a Huanta a ayudarle a su tía Susana porque Mariana le hacía la vida imposible. De Huanta se fue a Chincho con Néstor, el hijo de mi hermana Julia, porque tuvo problemas con su prima. Eso fue a finales del 2001, cuando Dieguito tenía casi tres años. Se quedó con nosotros. En julio del 2002 María, Dieguito y yo fuimos a Chincho. María quería ir para la fiesta de la Virgen del Carmen. Diego y yo casi morimos esa vez. Flora nos esperó en Huanchuy con el burro de mi cuñado Porfirio, cargó las maletas y se adelantó dejándonos atrás. Hasta se llevó la gaseosa y los panes que habíamos comprado para comer en el trayecto. Debíamos de haber ido a Huanta, pero Mariana fue meses antes y le dijo de todo a mi cuñada Susana… Empezó a llover, el camino se hizo barro. Pasó una hora, otra hora y otra hora y empezó a oscurecer y nada de Chincho. La que estaba bien era María, vamos, Juandi, camina, tenemos que llegar como sea. Dieguito lloraba de hambre. Hubiéramos ido con Arolín, pero se había nombrado hace poco y todavía no le pagaban. Hasta que llegamos a Chullayacu. María tocó la puerta de una casa donde dos años antes, cuando fueron con Arolín y Nacho, les invitaron comida. Pidió un poco de agua caliente para mí y Dieguito, nos estábamos muriendo de hambre y de frío. Nos hicieron pasar, nos sirvieron sopa caliente, nos ayudaron a llegar a la casa de Porfirio… Con María dijimos la siguiente vez que vayamos hay que llevarle alguna cosita a la señora, pero no hubo siguiente vez. Esa fue la despedida de nuestro pueblo… La despedida de María. Yo tengo que volver a Chincho para curarme. Qué no he hecho por mi pueblo como secretario y como presidente del Centro Representativo de Chincho. Gestionamos la construcción del local municipal que después, durante la guerra, los senderistas quemaron. Mandamos camionadas con cemento, ladrillo, hormigón, tejas, baldosas, vigas, pintura, clavos. Ampliamos el colegio, mandamos una banda de guerra. Hasta que me enfermé y renuncié. Antes Chincho estaba lleno de gente, por culpa de los terrucos se fue despoblando. Ahora parece un pueblo fantasma, pero es tranquilo, el aire es limpio, puro, el agua que sale del puquial que está a un paso de mi casa no está contaminada como el agua que bebemos acá. Allá me sanaré, me curaré de todos mis males, llevaré la Palabra del Señor por el mundo entero, Nacho y Diego pueden estudiar allí, Arolín podría enseñar en Julcamarca o Huanta. La casa de mi papá está a la entrada del pueblo nomás. ¿Hace cuántos años que la construyeron? Por lo menos noventa, o más. Menos mal que los terrucos no la desmantelaron como hicieron con las otras viviendas después que mataron a sus ocupantes, como hicieron con la casa de mi suegra. Cuando fuimos con María apenas encontramos los restos de una pirca y la enorme piedra redonda que estaba en la entrada. Todo se lo llevaron cuando la mataron. Cómo la habrán matado a mama Felicitas… Dicen que la degollaron, que la mataron a golpes… Tenía su carácter mama Felicitas. Una vez no me quiso recibir. Alguien le iría con chismes. Llegamos a su casa, ese hombre que se vaya, le dijo a María, no lo quiero ver. Me tiró la manta que le había llevado de regalo. Pero María también era chúcara: mamá, Juan de Dios es mi esposo, si no lo quieres recibir, tampoco me vas a recibir a mí. Estamos casados. Tu papá no ha visto que se han casado, dijo mi suegra. Qué iba a ver si taita Julián salió ese día diciendo ahorita vuelvo y volvió cuando la boda ya había terminado. A mi suegro le gustaba echarse sus copitas, pero era un buen hombre, me quería bastante. Y nos dimos la media vuelta para regresarnos y entonces mama Felicitas nos llamó, que le perdonáramos. Pobre mi suegra, cómo quería a Mariana. Cuando nos vinimos en 1970 rogó, lloró para que se la dejáramos, pero Mariana no quiso quedarse con su abuela. Tenía cinco años, casi cinco, estaría más chiquita que su hija. Cuántos años ya desde ese entonces. Era gordita, caprichosa, juguetona, quién iba a pensar que con el tiempo se convertiría en otra víbora como Carolina… Qué calor que hace, los chicos estarán con sed. Diego, vaya a comprar gaseosa con estos cinco soles que mi hermana me ha mandado… ¿Mis cinco soles? ¿Dónde están mis cinco soles?
7
Mi papá dice que John le ha robado los cinco soles que le mandó la tía Griselda, me dice Mariana.
¿Cómo le va a robar? ¿Está loco o qué?
Ese es capaz de todo, hasta de robarle a un enfermo, a un hombre que se va a morir en cualquier momento, dice Mariana, con rabia en la voz. No solo se ha llevado su plata, sino también su papel higiénico.
De repente han sido los chicos.
Mi papá dice que el único que se acercó a su cama fue John. ¿Acaso los chicos son ladrones? Dile que le devuelva su plata o se largue.
Voy a hablar con él.
El viejo está acá desde hace unos días. Finalmente no lo llevaron a la clínica Santa.
¿John estará tan cagado como para robarle al viejo? Quizá. Para dormir utiliza una de las colchonetas que me traje de la señora Olga. La tiende sobre la tarima que me regaló la china Techy cuando le hacía trabajos de jardinería. Pero la colchoneta no es tan grande y los pies le quedarán en el aire, o sobre los alambres, cuando se acuesta. ¿Qué diría la vieja si viviera y viera en qué situación está el hijo que tanto quería, por el que tanto lloraba? Da lástima, y cólera: cómo le rogaba a Emilia para que le diera una oportunidad la primera vez que se pelearon y la mujercita esa, coludida con su mamá, lo botó de su casa. Solito cavó su tumba.
Ahora no está. ¿Dónde habrá ido? Cinco soles le alcanzará apenas para el pasaje.
Carolina me dice que su hijo estaba tan amargo que quería pegarle a John.
Voy donde el viejo. Me cuenta lo de sus cinco soles y su papel higiénico. Solloza. Maldigo a Emilia por haberle cagado la vida a mi hermano. Algún día la vas a pagar bien caro, perra comechada. Sigue botando nomás a mi hermano cuando no tiene plata en lugar de apoyarlo. Un día se cansará y te dejará y a ver si te encuentras otro cojudo que te mantenga solo porque le abres las piernas.
De repente se ha caído debajo de la cama, papá.
Hinco las rodillas en el piso y hago que busco debajo de la cama. Saco la moneda que he guardado en mi bolsillo.
Aquí está tu plata, papá, le digo, blandiendo la moneda en el aire.
Se lo entrego. Lo mira. Las orejas me empiezan a arder: ¿era nueva la moneda que perdió? No pensé en eso…
Apenas si murmura un gracias. Lo guarda debajo de su almohada.
Voy a venir a acompañarte en la noche, papá.
Mariana tiene guardia y me ha pedido que acompañe al viejo durante la noche. Hace unos días se despertó gritando, asustado. No le vaya a dar un ataque de nervios y se arranque la sonda como antes quería arrancarse el suero, dijo mi hermana.
Regreso a las diez. Los chicos han terminado de ver una película y se van.
Le preparo manzanilla.
Vacio la bilis, no se vaya a acumular durante la noche y rebase la capacidad de la bolsa.
¿Cuándo me sacarán esta manguera?, me pregunta.
Cuando te sanes…
¿Qué tengo? ¿Qué han dicho los médicos?
Que tu vesícula está inflamada. Pronto te curarás…
¿Iremos a Chincho?
Sí, en julio… Hasta allí ya me habrá pagado Vinces…
Me habla de Dios mientras bebe su manzanilla.
Voy a dormir al costado, le digo cuando termina de beber su infusión, cualquier cosa, me llamas. Hasta mañana, papá.
Hasta mañana, Arolín.
Pongo papeles en el suelo, sobre ellas tiendo la otra colchoneta que me traje de la señora Olga y que el viejo utiliza en su cuja. Apago la luz. Me echo, cierro los ojos, pero la luz del poste me molesta. Me echo para un lado, me echo para el otro.
Siento una picazón, y después otra y otra.
¡Pulgas!
Cómo no va a haber pulgas si los perros y gatos se pasean aquí como Pedro en su casa.
Me asomo a ver al viejo: duerme profundamente.
Busco una escoba y barro tratando de no levantar polvo. Me acuesto de nuevo, pero las pulgas me siguen picando. Con esos cinco mil soles que Vinces no me quiere dar podría terminar mi cuarto y dárselo al viejo para que no esté viviendo entre pulgas. Hasta garrapatas debe de haber en este lugar.
Ni recuerdo en qué momento me dormí. Cuando abro los ojos, son las seis de la mañana. El viejo sigue durmiendo. La bilis ha llenado la mitad de la bolsa. La vacio tratando de no despertarlo.
Después voy a mi cuarto y continúo revisando sus papeles. Encuentro una hoja de color madera, parece calca, pero gruesa. En un lado tiene el dibujo de un hombre con terno, en el otro, hay una lista escrita con lapicero negro. Reconozco la letra del viejo, redonda, bien dibujada: 1 Ropero, 1 Vitrina, 1 juego de muebles, 7 sillas corrientes, 1 maquina de coser marca Hércules, 2 Baules con servicios, 2 catres, 1 cilindro con servicios, 1 cocina de Kerocine, 3 Lampas, 2 mesas, 1 Tina, 1 Lavadero. Después sigue un nombre: Saturnino Gavilán Gutiérrez y luego un número: 87312. ¿Esta es la lista de las cosas que llevaron a la sierra? ¿Saturnino Gavilán Gutiérrez era el chofer del camión que los condujo? ¿El número 87312 era el de la placa del vehículo?
La máquina de coser todavía la tenemos, aunque sin mueble, que se la comieron las polillas. Tenía un forro de tela color azul y blanco. Cuando éramos niños, nos subíamos al pedal para jugar al sube y baja. Mamá parchaba en ella nuestros pantalones o algún vestido de mis hermanas, aunque siempre andaba fallando y rompiendo las agujas. Una de las mesas debe ser en donde está ahora el televisor del viejo. Tiene una pata que está media débil. Papá la utilizaba en Huachipa. La otra mesa, con la tina, la dejaron en Huanta donde la tía Susana. Papá siempre granputeaba reclamándolos. Vaya y tráelos, le decíamos. Esa es la mesa de tu papá, me dijo la vieja cuando fuimos a Huanta el 2000. Era mediana y fuerte, de madera tosca. Los baúles también los llegué a ver. Eran de madera con las esquinas de lata. Un día se apolillaron y mamá los botó. Allí guardaba los servicios que nunca utilizábamos, platos nuevos, vasos, fuentes, todas de losa, que papá compró en la FAM. No vi ni el ropero ni el juego de muebles. Probablemente los vendieron antes de venirse, o se estropearon en Cangari. Nunca volveríamos a tener ni ropero ni muebles ni vitrina.
A las siete voy donde el viejo. Le preparo una manzanilla.
Soñé con tu mamá, me dice. Se iba a acostar al pie de mi cama. Estaba con dos niños. Me dijo Juan, ¿cuándo te vas a sanar?
Sollozamos.
Quizá pronto me reúna con ella…
No le digo nada. ¿Qué podría decirle?
Me dice que también ha soñado con moscas. ¿Qué significarán?
No sé.
A las diez me calientas agua para bañarme y afeitarme.
Ya, papá.
Se acuesta de nuevo. Yo voy a regar las plantas con la ayuda de los chicos. El motor está fallando, el agua apenas llega a la punta.
A las diez, después de calentarle agua, lo ayudo a ir a la ducha. Me dice que se va a bañar solo, pero que luego le ayude a afeitarse. Se baña ayudándose con una silla. Le afeito. Se cambia de piyama, y se acuesta de nuevo.
A mediodía le llevo caldo pero apenas lo prueba. Vuelta a su cama, ni quiere ver televisión.
Así es ese cáncer, me dice Mariana. Poco a poco irá perdiendo el apetito…
¿Hasta que muera?
Así me han dicho los doctores. Ojalá nomás que no sea una muerte dolorosa.
Todavía me resisto a creer que papá va a morir. No le he dado nietos, nunca le he presentado a una chica, tiene que leer todos los libros que escribiré, tiene que ver profesionales a los chicos.
Mariana le cambia la bolsa por una que se adhiere a la piel para que pueda desplazarse y bañarse sin mucha dificultad. Corta el pedazo de sonda que sobra.
Viene a visitarnos el tío Teofilo después de mucho tiempo, creo que desde el quinto día de la vieja. Me duele venir y no encontrar a mi hermana, nos dice, con tristeza. Se sorprende de encontrar enfermo a su cuñado. Papá lloriquea.
Cualquier cosa me avisan, nos dice el tío.
John viene a llevar sus cosas: ya van a empezar las clases y se ha buscado un cuarto en Santa Anita. No le digo nada de los cinco soles.
Sábado 28 de febrero: la vieja hubiera cumplido setenta y tres años, pero hace tres años y siete meses que ya no está con nosotros. Nadie se acuerda que es su cumpleaños, ni el viejo, o lo hacen pero no lo mencionan. Voy al cementerio a visitarla, le compro sus flores. Le digo que todos estamos de paso por el mundo, que ayude al viejo a sanarse, que todavía lo necesitamos con nosotros. Que el lunes sus nietos volverán al colegio, que Nacho ya está en secundaria.
2 de marzo: de vuelta a clases. Se acabó el bullicio en la casa. Solo se queda la Nela. Hasta Flora ha empezado a trabajar.
Antes de irme, le preparo su caldo al viejo, vacio la bilis. No le gusta la nueva bolsa porque el líquido está en contacto con su piel y le incomoda.
Le voy a decir a Mariana que te ponga la otra bolsa.
Cuidas a tu abuelo, le digo a la Nela, que apenas me entiende.
En la noche, al regresar, el viejo se queja que estaba con sed y nadie le dio ni una gota de agua.
Sí le hemos dado, tío, dice Nacho.
Yo no sé nada, dice Flora, he venido cansada de mi trabajo. Que le atienda su hijita pues, ¿acaso a mí me da para un pan siquiera?
Le preparo manzanilla, le caliento la comida que le ha mandado Carolina.
No ha evacuado mucha bilis durante la tarde.
¿Vaciaron la bilis?, le pregunto.
Me dice que no.
¡La sonda se le ha movido! Me doy cuenta a la mañana siguiente cuando voy a vaciar la bolsa y la encuentro solo con un poquito de bilis. Hay como un centímetro, o más, de la manguerita que sale de su cuerpo, que tiene un color más claro que el resto.
Le aviso a Mariana.
Se lo habrá jalado pues, dice ella. Nunca está quieto, se para quejando de todo.
¿Qué hacer? Ahora se va a poner amarillo de nuevo, le va a picar de nuevo el cuerpo.
A las diez de la noche, Mariana y Carolina llevan al viejo al Seguro. No ha evacuado nada de bilis durante el día y la sonda se ha salido más.
Regresan casi a la una de la madrugada. El viejo se ha quedado en Emergencia. Mariana le gritó al doctor porque quería que lo llevemos al Almenara, me dice Carolina. Hasta amenazó con denunciarlo a la fiscalía. Mañana vaya a verlo. Yo iré en la tarde.
Eso hago. Encuentro al viejo botado en un rincón de Emergencia. Tiene la bata y las sábanas con unos lamparones verdes. Le han puesto gasa para cubrirle la sonda. Le han quitado la bolsa. La gasa también está manchada de verde.
Está con hambre y sed.
¿Por qué está así mi papá?, le pregunto a una enfermera.
Ni me hace caso. Sospecho que se están vengando por la gritada que les dio Mariana en la noche.
Veo que una señorita le dice a una señora que presente nomás su denuncia, que el Seguro está al servicio de los pacientes.
Señorita, quiero presentar una queja…
El doctor quiere hablar con usted, me dice una técnica.
El doctor es un tipo alto, blancón, de cabello cano.
¿Ya sabe que lo que tiene su papá es inoperable, no?, me dice.
¿Y por eso lo tienen botado como a un perro?, le digo, conteniendo la rabia.
Voy a ordenar que lo atiendan, me dice. Pero siempre hay que estar preparados para lo peor.
Doctorcito de mierda, me dan ganas de decirle.
Una técnica le empieza a limpiar. Allí lo dejo porque ya me gana la hora para entrar al trabajo. Si llego tarde, me descuentan. A nadie del trabajo le he contado que mi papá está internado.
Domingo 8 de marzo: cumpleaños número ochenta y dos del viejo. Hace cinco días que está en emergencia y todavía no le han vuelto a colocar la sonda. Tengo ganas de ir a visitarlo, pero estoy cansado: he vuelto a ir al hospital casi todos los días antes de irme al trabajo. John está metido en su cuarto, pasa los fines de semana aquí, seguro no tiene ni para el pasaje, Flora se ha ido a hacer faena al colegio, Dora ha salido no sé a donde. Mariana está trabajando. Carolina dijo que iba a ir, pero ya son casi las tres.
¿Cambiarme? ¿Ir? ¿Y si este es el último cumpleaños del viejo?
No creo.
¿Vas a ir donde mi papá?, me dice Carolina.
Mañana, le digo. Estoy haciendo mi programación. Lo saludas.
Ya.
Hace muchos años, cuando estábamos en Huachipa y era el cumpleaños del viejo, todos teníamos que saludarlo con un abrazo y con un ¡feliz cumpleaños, papá! Una vez me confundí de fecha. ¿Cuántos años tendría yo? Menos de diez, seguro. Desperté antes que todos, la casa estaba en silencio, con ese aire de los cumpleaños. Cuando el viejo se despertó, corrí a saludarlo.
Todavía no es mi cumpleaños, Arolín, me dijo, con una sonrisa. De todas maneras, gracias, hijo.
Al día siguiente, a las doce y media, estoy en Emergencia.
Vamos a trasladarlo al Almenara, me dice la Asistenta Social. Necesitamos que un familiar lo acompañe.
Voy a llamar a mi hermana, le digo, yo tengo que ir a trabajar.
Pero que venga rápido, me dice, partimos dentro de unos minutos.
Llamo a Mariana. Tengo clases en la tarde, me dice, molesta, después tengo guardia.
Yo tengo que trabajar, le digo. Si falto, me descuentan. Avísale a Carolina.
Corta.
Un tipo me llama la atención: su familiar no puede estar tantos días en Emergencia. Necesitamos la cama para otros pacientes. ¿Quieren que los denunciemos por abandono de un paciente?
¿Acaso yo soy el que decide qué hacer con él?, le digo. ¿Tantos días se demoran en colocarle una simple sonda?
No me responde nada. Huevón, pienso.
El viejo no quiere comer nada, ni siquiera un poquito de mazamorra.
Cómo voy a comer si no me he lavado los dientes, me dice.
Ya ni le digo tienes que comer para que estés fuerte y te cures.
Llega Mariana, molesta. Allí la dejo, ya son la una, tengo que ir a trabajar.
Me llama un par de horas después para decirme que el viejo se quedó internado en el Almenara para que le pongan de nuevo la sonda. Me pide que mañana le lleve sus cosas.
En la noche sigo revisando sus papeles. Encuentro el recibo del nicho que mandó hacer para Juan Ignacio. Está escrito a máquina.
Por tanto: $800.00
Consta por el presente recibo, que me comprometo construir un nichito para bebé de don Juan D. Castelo Luján, por la suma $800.00
Tratado por $800.00
A cuenta $300.00 mas $100.00
Saldo $500.00 - $400.00
Consta en el presente, una vez que haya terminado la obra se le cancelará el saldo y para mayor constancia firmo el presente recibo.
Nombre del contratista……………………………………………………………………
Domicilio del contratista………………………………………………………………….
Domicilio del enterisado Asociacion Tawantinsuyo, Vitarte Lote N° 26
El nombre del contratista está escrito con lapicero y más bien parece una firma, no sé si dice Catalino Silva o algo por allí. Su dirección está en blanco. Tampoco está la fecha. ¿Mandaron construir el nicho ni bien enterraron a Juan Ignacio o meses después? El nicho todavía está en pie en el cementerio de Vitarte, aunque le falta su ventanita y el tiempo la ha carcomido en algunas partes. Está a menos de diez minutos de la urbanización Tahuantinsuyo, lugar donde vivían los viejos cuando tuvieron a ese hijo muerto prematuramente. Antes, cuando éramos chicos e íbamos a Huachipa, papá nos llevaba primero a visitar a Juan Ignacio. Qué diferente con lo que le pasó a Eva Cristina. La enterramos, o enterraron en un cementerio rústico también cerca de donde vivíamos, amontonaron un poco de tierra con piedras alrededor, no le pusieron una cruz o un palo con su nombre porque la religión de papá se lo impedía, y ya. Cuando en 1980 nos vinimos, dejamos de visitarla. En 1988 fui con John cuando estábamos en Multitemp. El túmulo de tierra que indicaba el lugar donde estaba enterrada había desaparecido. Mamá siempre visitaba a Juan Ignacio, lo lloraba siempre, pero a Eva Cristina nunca la mencionaba, y eso que vivió más, que teníamos una foto de ella. Por lo visto, el cariño que se le da a los muertos no siempre es igual.
8
La ambulancia zangolotea en la pista llena de huecos, ojalá que no me caiga de la camilla, que la bilis no salga chorreando como esa vez que le operaron de los riñones a Arolín, le dieron de alta y unos días después se abrió el dren y le salió sangre muerta como de un chisguete. Cómo se asustó María pensando que su hijo se iba a morir. La mano de la enfermera está en mi hombro derecho y el de Mariana en el izquierdo. Mariana tiene el rostro ceñudo, ¿por qué estará molesta?, ¿la jalaron en su examen? De repente la Bere se ha portado mal en el colegio, es bien traviesa, le gusta decir lisuras como sus primos. Ya está en primaria. Cuando María la dejó recién estaba aprendiendo a hablar. El calor es insoportable, ¿hace cuántos días que no dejan que me bañe, que me afeite, que me cepille los dientes?... La enfermera es morena y gorda, más que María, más que Mariana pero menos que la directora del 0502, ¿cómo se llama esa mujer? Dicen que en el colegio para comiendo nomás en lugar de preocuparse por los alumnos. Su papá trabajó en el Centro Vacacional como cocinero… Así debe haber sido la morena con la cual se casó mi tatarabuelo Prudencio Luján. Por eso salí crespo, por eso mi papá decía, cuando se molestaba, qué va a ser mi hijo Juan de Dios si tiene el cabello como los negros. Por eso me querían mis amigos negros de las haciendas de Pisco… Volver a Pisco, a Chincha, a Ica, a Palpa, preguntar de nuevo por Prudencio Luján. Eso fue hace dos veranos, cuando Arolín ganó el primer lugar en un concurso de cuentos en Trujillo. Es inteligente mi hijo, hasta salió en la portada de… ¿cómo se llama ese periódico trujillano? ¿La Prensa?…. Es como El Comercio, de hojas grandes… En Chincha comimos frijol colado, manjarblanco, kingkon, tomamos vino de higo, fuimos a una playa… ¿cómo se llamaba esa playa? Está en las afueras de Tambo de Mora… Ah, se llama Cruz Verde. El periódico es La Industria. Allí salió un domingo, en la portada, mostrando su diploma, sonriendo orgulloso. Quién de mis conocidos ha salido alguna vez en el periódico, quién de sus hermanos, quién de La Realidad, nadie, ni yo en mis ochenta y dos años… Las olas inmensas, Nacho y Diego metiéndose al agua como locos, esos chicos son valientes, cómo les gusta el mar. Después fuimos a Ica, a La Huacachina, me tomé fotos con la sirena, junto al poema donde está escrita su historia. ¿Quién la escribiría? Arolín debe saber, a él le gusta leer y escribir, la siguiente que venga le preguntaré… Arolín y los chicos se bañaron en la laguna mientras yo descansaba bajo la sombra de ¿una palmera, un guarango u otro árbol? comiendo dulce de níspero. Después los chicos se deslizaron desde lo alto de las dunas en unas tablas que alquilaron. Gritaban, reían, estaban contentos, felices, ni se acordaban que no tienen papá, Arolín es como un padre para ellos. ¿Eso envidiarán Mariana y Carolina? ¿Por qué si ellas tienen plata? A los Apestegui les sobra los chivilines y sin embargo no viajan ni a la esquina, están esperando que uno les invite. Cuántas veces los he llevado a Cocachacra, a San Bartolomé, al chifa. El año pasado Arolín los llevó a Pucusana, llevó a Apestegui a Trujillo. Mariana ha viajado a Alemania, a los Estados Unidos; antes también me llevaba a pasear, me llevó a Huancayo, a Ica, una vez fuimos a Huanta, cuando Flora estaba en Chincho… De Ica marchamos a Palpa. ¿Cuánto duró el trayecto a través del desierto?, ¿una hora, una hora y media? Nacho y Diego llegaron con las justas, vomitaron hasta las tripas. ¿Qué habrán dicho las gringas que viajaban con nosotros? Era un bus que iba a Nazca. Les falta viajar a esos chicos, aunque Nacho ha ido un par de veces a Huanta con su abuela y con Arolín y a Diego lo llevamos a Chincho cuando era bebito. El sol fortísimo quemando nuestras cabezas, el calor insoportable. ¿Conoce a alguna familia apellidada Luján? Ese que está allá es un Luján, nos dijo un policía en la Plaza de Armas… ¿La Plaza de Armas estaba llena de ficus? Solo recuerdo el sol de infierno… Soy Luján, pero nunca he escuchado nombrar en mi casa a ese Prudencio del que habla, nos dijo. ¿Por qué no van a la hacienda Luján? Está a unos minutos de acá, vayan en mototaxi, paguen un sol nomás… ¡Una hacienda! La hacienda de Prudencio Luján, ¿Luján qué sería? Árboles, caballos, ganado, la familia. Les diría soy hijo de Isidora Luján Cerpa, nieto de Cristina Luján ¿Cabrera? y de Marianito ¿Marianito qué?, tataranieto de Prudencio Luján, el que llegó de España y se casó con una morena de Chincha… Tanto pensamiento por gusto: la hacienda estaba en ruinas, solo había un guardián que se ganaba el sustento vendiendo mangos y dulce de mango. Hace tiempo que no se siembra nada, nos dijo, no hay agua, se trabaja a pérdida, los Luján se han ido a Ica y a Lima. ¿Alguna vez oyó hablar de Prudencio Luján? No, señor, pero más allá vive la señora Elena Luján, ella debe saber… Ir por la vereda de la carretera, los chicos cansados, sudando, hartos… Un viejo bajo una ramada echado en una cuja. Buenos días, señor, venimos de Lima. Le conté la historia de Prudencio Luján, el viejo me escuchaba atentamente. Sí, creo que he oído mencionar a Prudencio Luján en la familia, dijo. Mi señora es la que debe saber, ella es Luján. Se puso a llamar ¡Elenaaaa!, ¡Elenaaaaa! Elena Luján era una mujer blanca, alta, nos miraba de pies a cabeza sin disimulo mientras yo le contaba la historia de mi tatarabuelo. Soy Luján, pero no tengo ningún antepasado llamado Prudencio, nos dijo, seca, cortante. Hasta luego, señores. Ni siquiera nos ofreció un vaso de agua por la molestia de haber hecho tan largo viaje. El viejo nos miró como diciéndonos ella es la que manda y se metió a la casa detrás de su mujer. Volvimos a la hacienda, compramos un par de kilos de mango y dulce de mango y nos regresamos a Palpa y de allí a Ica y de Ica a Pisco. El puerto, la lluvia de arena, las olas inmensas, el atardecer, la playa casi vacía, los recuerdos. ¿Cuánto tiempo estuve en Pisco? Tres, cuatro años por lo menos. Cuánto tiempo ha pasado desde entonces… Entonces era joven y fuerte, sino no habría sobrevivido a la explosión del horno. Cerca de la playa había una lagunita, los chicos y Arolín se bañaron allí. Ven a bañarte, abuelo Juan, el agua está tibiecita… Me hubiera bañado… Había patillos. Las gaviotas surcaban el cielo… ¿En qué fecha fue eso? Por lo menos en la quincena de febrero. Dos años ya que han pasado rapidito. A María le hubiera gustado ir… Una vez fui con ella y los chicos, también estuvimos en la playa, en el puerto, compramos pescado para que Goya lo friera. ¿Eso fue antes que fuéramos a Chincho con Diego o después? Sería después porque Dieguito ya caminaba… Eso verían Carolina y Mariana y también nos envidiarían, odiarían más a esos chicos a quienes María quería como a sus hijos. Por eso esas mujeres la odiaban, odiaban a su propia madre… Llegamos, dice la enfermera. Ya era tiempo. La ambulancia se detiene, abren la puerta, me bajan en la camilla, la enfermera le pregunta a Mariana si trajo mi DNI, Mariana le dice que sí, se lo entrega, me conducen hasta la puerta del ascensor, la enfermera aprieta un botón, esperamos, la puerta se abre, la puerta se cierra, subimos, el ascensor se detiene, la puerta se abre, me conducen por un pasillo, las enfermeras conversan, espero… Espero, ¿cuándo me pondrán de nuevo la sonda? Siento el estómago lleno de agua, debe ser la bilis… Si Mariana no hubiera cambiado la bolsa, la sonda no se habría movido. Otra enfermera mueve la camilla, me lleva por un pasillo, doblamos a la derecha. Una habitación grande pintada de blanco. Dos pacientes. Aquí se queda, señor. A mi izquierda una ventana, al frente un ala del hospital pintado de azul y blanco, un pedazo de cielo gris… Arolín también estuvo internado aquí esa vez que le operaron del riñón. Le sacaron un enorme cálculo del riñón derecho. ¿Cuántos días estuvo? Dos o tres semanas, creo… Eso fue el 2004, un año antes que muriera María… Me voy, papá, tengo guardia en la noche. Mañana Arol vendrá trayendo tus cosas. Ya, hija. Mariana se va. Me quedo solo… El calor, el cuerpo sucio, la boca sucia, las ganas de orinar, el estómago lleno de bilis… Buenas tardes, don Juan de Dios Castelo, ¿verdad? Sí, señorita. Lleva uniforme color esmeralda, es joven y bonita, tiene los cabellos negros atados en una cola, tiene los ojos claros como ¿los gatos? Vamos a ver cómo está esto, don Juan de Dios. Me abre la bata. En su rostro se dibuja una mueca de ¿asco, sorpresa, repugnancia? por ¿las llagas que tengo desde que me quemé? Quita el espadrapo y la gasa, Dios mío, ¿desde cuándo está así, don Juan de Dios? Desde hace una semana, señorita, se salió la sonda por donde evacuaba la bilis. ¿Y lo han dejado así nomás? Sí, me atendían como a un perro, ni me daban de comer, estaba con sed todo el tiempo. Viene del hospital de Vitarte, ¿verdad? Sí, señorita. Qué bárbaros. ¿Tiene hijos, don Juan de Dios? Sí, señorita, seis. ¿Y no se han quejado, no han denunciado al médico, a las enfermeras? No, señorita… Bueno, bueno, hay que limpiar esto antes que la herida se infecte. Sus manos suaves, su mirada seria, atenta. ¿Cuántos años tiene, don Juan de Dios? Ayer cumplí ochenta y dos años, señorita. Felicitaciones entonces, don Juan de Dios. Gracias, señorita. Usted ha vivido bastante. Y viviré cuarenta años más, señorita… Le cubriré la herida para que pueda darse un buen baño, mi querido señor, porque esto está que huele un poquito mal. Sonríe, tiene una bonita sonrisa… Quizá a Arolín le guste, algún día se tiene que casar, ¿sino quién velará por él cuando esté viejo? Los años pasan sin que uno se dé cuenta y el cuerpo se empieza a debilitar, a enfermar, empezamos a depender de los demás… De todos los hijos, aunque sea hay uno que te alcanza un poco de agua, un pedazo de pan… Bien, bien, don Juan de Dios, ahora a la ducha a darse un buen baño, déjeme que lo ayude, ¿sí? Con cuidado, no se vaya a caer de la cama… Una ducha de losetas blancas y relucientes, me quita la bata, estoy desnudo pero no siento vergüenza, abre el grifo, el chorro de agua fría cae sobre mi cuerpo, sus manos suaves me pasan el jabón. ¿Qué le pasó en el pecho y en los brazos, don Juan de Dios? Me quemé en un horno, señorita. ¿Era cocinero? Panificador, señorita. En Pisco, hace muchos años, cuando era joven… ¿Hace cuántos años ya de eso? ¿Sesenta años? Una cicatriz que está sesenta años en mi cuerpo… La enfermera me pasa la toalla, salgo de la ducha, me cambia de bata, esto hay que tirarlo a la basura, no creo que estas manchas salgan fácil, no olvide decirles a sus hijos que presenten una queja. A ver, un brazo, después el otro y listo, guapo y elegante. Ahora a su cama hasta que le traigan la cena. Le voy a poner suero para que se hidrate. Dentro de un rato vendrá el médico a evaluarlo, tenemos que colocarle esa sonda cuanto antes. ¿Quiere un poco de agua? Si no es mucha molestia, señorita. Levanta la cabecera, abre su botella, me pone la cañita en la boca y bebo. El agua baja por mi garganta, alivia el fuego que me abrasa las entrañas. Me voy, mi estimado señor Juan de Dios, hasta dentro de un rato. Le dejo el agua por si tiene sed. Muchas gracias, señorita. La enfermera se va, la habitación se queda en silencio. El cielo se va poniendo gris, ya va a oscurecer. Otra noche más en un hospital. El año pasado también estuve aquí cuando me dio un derrame cerebral que casi me lleva a la otra. ¿Cuántos días estuve en Emergencia?, ¿dos, tres? Después me llevaron a una clínica. ¿Estuve allí medio mes? Ese sí era un buen lugar, me atendían bien. Arolín también estuvo internado aquí, en el tercer piso, cuando le sacaron un cálculo del riñón. Era enorme, duro como una piedra, brillaba como un diamante. Tuvieron que cortarle en un costado para sacarlo. ¿Cuántos años lo tuvo dentro? Unos quince. Cuando trabajaba en Multitemp empezó a orinar sangre y tenía cólicos, le dolían hasta las bolas. Pobre mi hijo, cómo lloraba María por él: si algo le pasa a mi hijo, me voy a Huanta con Nacho y Diego, decía. Arolín le había dejado mil quinientos dólares de lo que ganó en un concurso para que pusiera un negocio si la operación fallaba, pero todo salió bien porque era joven y fuerte. ¿Por qué le aparecería ese cálculo? Quizá por el agua sucia que bebemos en La Realidad. Antes era peor, cuando recién llegamos al barrio tomábamos de un pocito que había debajo de la sequia, a un lado del caminito. Una gota de agua, otra gota y otra gota y alcanzaba para todo el pueblo. Éramos pocos habitantes entonces, ahora hasta el último pedazo de cerro ha sido invadido. Después hice un pozo frente a la casa de la señora Hilda. En el techo escribí un pasaje bíblico… ¿Cuál era? Los palomillas siempre molestaban, se orinaban, hasta se cagaban en la puerta del pozo… Abusaban porque mis hijos eran pequeños y yo estaba lejos. Uno de esos matones era el sobrino de la señora Arcaria. Ahora está viejo, acabado. ¿Habrá estudiado algo? Los chicos se bañaban en la sequia, entonces sus aguas eran limpias, ahora todos los desagües vierten allí su mierda. Cómo ha cambiado La Realidad, ¿algún día tendrá pista, agua y desagüe, veredas? Cuántas casas he construido allí. Antes yo era uno de los pocos albañiles que trabajaba en el pueblo, hasta de la Segunda Zona me venían a buscar, ¿tendrá tiempo, don Juan de Dios, para que me haga este murito, para que me construya un cuartito? Era bien pedido. Arolín y John eran mis ayudantes. Íbamos por el pueblo con nuestras tablas al hombro, empujando la carretilla, antes no había mototaxis como ahora. Una vez volteamos veinte carretillas donde la Juanacha, sudamos como caballos. El primer techo que hice fue donde los Ticona. Eso sería en 1984 o 1985 porque Jonás recién estaba enamorando a Carolina, hasta él tiró lata. Hubo un montón de lateros, lamperos, antes llenar un techo era una fiesta, ahora se llena en un par de horas. Empezamos tempranito y terminamos cuando ya casi anochecía. ¿Existían las mezcladoras en ese entonces? Seguro, pero dónde la íbamos a conectar si no teníamos luz. Lata y lata, cemento, hormigón, piedra chancada, más agua, más hormigón, más cemento, tómese una cervecita para mitigar el cansancio, don Juan de Dios, un vinito. Yápese, debe estar con hambre, ¿los Ticona prepararon chicharrón? Allí fue la primera vez que Arolín se emborrachó. María estaba molesta porque una de las sobrinas de la señora Ticona estaba que le enamoraba a su hijo. María siempre ha sido celosa con Arolín, será por eso que no se ha casado hasta ahora, ni piensa hacerlo, ¿para no traicionar a su madre? María también estaba allí, y Carolina, Mariana, Flora y Dora también, todos bailando. ¿John dónde estaría? Ponían música de un grupo huancaíno… ¿cómo se llamaba?... Tantos años han pasado desde entonces, Arolín estaba en el colegio, creo que Carolina estaba embarazada de Apestegui, entonces sería el 85 y no el 84… A veces también me hacían trabajar por gusto, como donde los Matos. El viejo me contrató para hacerle su segundo piso. Arolín y John eran mis ayudantes. Eso sería en ¿1991 o 1992? Arolín ya no trabajaba en Multitemp, John todavía no se había casado, estaba en la universidad y vivía en la casa. No tenía clases, o sea sería el verano del 92. El viejo Matos enseñaba en no sé qué escuela militar. Era viejón, canoso. Su mujer era joven, parece que había sido secretaria en el colegio donde enseñaba, Matos estaba separado, o divorciado, o quizá no porque creo que venía solo los fines de semana. Tenían tres hijas chiquitas: Katherine, que era prieta, Roxana y ¿Estefanny?, que en ese entonces tenía cuatro añitos y ya sabía leer, aunque no escribía. Su mamá le había enseñado a leer con la Biblia, como hice yo con Arolín y John. Eran Testigos de Jehová, menos el viejo, que era pagano. Las primeras semanas nos pagaba puntual, después siempre quedaba un saldo para la siguiente semana, hasta que empezaron los problemas, ¿o nos dijo hasta aquí nomás, venga la otra semana para pagarle lo que le debo? Fui con Arolín… ¿El viejo se negó a pagarme, solo quiso darme una parte? Arolín intervino y el viejo lo botó de su casa, casi le hace caer a la más chiquita de los Matos y el viejo le dijo o te largas o saco mi pistola o ¿llamo a la policía? Viejo de mierda, todo para no pagarme. Creo que estaba celoso porque me dijo que John no trabajaba, que paraba conversando con su mujer… Y la hermana Sara calladita nomás, era sumisa, creo que no tenía familia en Lima, por eso se habría metido con un viejo. Ahora tiene otro marido, creo que más joven que ella, ¿Matos se murió o el pipilí ya no le funcionaba y la hermana Sara se aburrió y lo mandó al diablo? ¿Me pagó todo lo que me debía? Creo que no. Por eso yo les decía a mis hijos estudien, sean profesionales para que no le estén mendigando a la gente, para que no se estén humillando por un pan. Donde siempre me fue bien fue donde la hermana Luzmila. También vivía en Los Manzanos, cerca de los Matos. Era más viejita que yo, con los cabellos blancos como el algodón y un rostro de ángel. Era viuda de un médico. Tenía dos hijos adoptivos, la hermanita María y… ¿cómo se llamaba el hermanito, Rafael, Miguel, Jorge? Allí le hacía trabajitos nomás, instalarle un lavadero, hacerle un pisito, levantarle un murito, pero me pagaba bien. Arolín siempre me ayudaba y calladita me pagaba lo que le pedía por mi ayudante. Una vez colocamos un pasamanos… Arolín también le hacía trabajitos como pintarle una pared, hacerle una instalación eléctrica. Era tan buena que cuando John tuvo a su primer hijo siempre le daba un dinero para que le comprara sus pañales… Allí también terminamos mal, pero no tanto como donde los Matos… Es que yo ya estaba viejo, no veía bien, todavía no me habían operado de los ojos. Tenía que enchaparle el bañito del hermano y no le puse la plomada y una esquina salió descuadrada y el hermanito se molestó y me dijo hasta aquí nomás, don Juan de Dios, pero al menos me pagó lo que había avanzado. Esos ya eran mis últimos trabajitos, ya no rendía como antes. ¿Hace cuánto que murió la hermana Luzmila? Por lo menos habrá vivido cien años. Donde también nos fue bien fue donde el hermano Lezameta. Nos pagaba puntual, el precio justo, pero nunca nos dio ni una gota de agua. Su mujer era alemana, o hija o nieta de alemanes. Prefería que la maracuyá, las guayabas se pudrieran antes que decirnos llévese fruta, hermano, para que coman. Tenían plata hasta por gusto, el hermano era médico. Pero nosotros ni cojudos: aprovechábamos que una vez a la semana se iban a Santa Eulalia a ver su hacienda para robarnos maracuyá, guayaba, palta. Ellos ni comían, le daban todo a un chancho que criaban. Hasta lo ayudamos a matarlo pensando que nos darían aunque sea las tripas y no nos dieron ni la cola. Habrán tragado chicharrón hasta intoxicarse. Así éramos hermanos espirituales. ¿Qué dirán cuando el Señor les pregunte si dieron de beber al sediento, de comer al hambriento?… Construimos una pared divisoria durante cinco o seis meses. Después nos dieron para construirle una cocinita, su hija se iba a independizar de sus padres, pero creo que su yerno fue el que contrató a otro albañil, diría don Castelo es muy lento. Peor para ellos porque el otro albañil lo hizo todo a la diabla. Querían que le hagan su vereda con restos de loseta bien pulida y el otro albañil lo hizo como sea para terminarlo rapidito. Así le gustaría al doctor. ¿Cómo se llamaba su nieta que nunca me saludaba? Tenía dos nietas… Priscila y Deborah, Deborah era la que nunca me saludaba. Ya estará casada, con hijos. Eso fue también el 92, antes que Arolín ingresara a la universidad… Hace ya diecisiete años. También hice mis cachuelos donde la hermana… ¿cómo se llamaba la hermana? Vivía por el puente de Los Ángeles, también tenía otra casita en El Chaparral. Era viuda, separada o madre soltera, no me acuerdo, tenía un hijo bien inteligente que siempre paraba estudiando. Creo que la hermanita trabajaba en una casa, juntaba su dinerito y me llamaba, poco a poco le iba construyendo su casita. Era buena gente, siempre me invitaba refresco, lonche, hasta almuerzo cuando no salía a trabajar. Ese trabajito ya lo hice solo porque Arolín había ingresado a la universidad y John ya no vivía en la casa. ¿Todavía estaba donde el hermano Manrique o ya se había casado? Está amaneciendo, el pedazo de cielo que se ve desde aquí empieza a clarearse, el ala del edificio se hace visible. Trataré de dormir un poco, no he dormido nada… La hermanita se llama Clarisa, donde los Ticona pusieron a Los Shapis, Arolín bailaba La novia con la sobrina de los Ticona.
9
Entre los papeles del viejo encuentro una carta de mi abuela Isidora fechada hace casi sesenta y un años. Está escrita a mano y con tinta en un papel que lleva el logotipo del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social – Dirección General de Salubridad. Las letras están dibujadas con esmero, son alargadas y las palabras están bien separadas entre ellas. Las letras se parecen a las de papá.
Chincho 9 de Septiembre de 1948.
Sr. Juan de Dios Castelo
Vitarte
Mi siempre y recordado hijo;
Dios quiera que esta mi carta te encuentre gozando de la más perfecta salud, en compañía de tus familiares de allí; nosotros aquí quedamos sin la menor nobidad con el favor de Dios juntamente con tu papá y tus hermanitas demás familiares de aque;
Después de saludarle cariñozamente pongo los siguiente reglones, pués hijo mio he recibido tú cariñoza carta fecha nueve de junio pasado, en la cual me dices que se encuentra buenos de salud, aquí nosotros también quedamos bien de nuestra salud, yo tu papá y tu hermanita Gricilda, y otro más que llegó del estrangero, barón su nombre Lauro Castelo y tu hermana Julia, Jesús, y todos penzativos de no saber su carta, así nosotros también estuvimos mál con las enfermidades yo tu papá también estado enfermo con costipado, hace dias, pero con favor de Dios se ha mejorado, pues hijo Ud. puedes venir lo más pronto, porque el situación de allá, dice que esta muy mál mejor vengase, aquí esta mejor todavía ya barios que se han venido del todo, pues cuñado tu madre llora mucho diariamente, esas lágrimas puede llegar a Ud. no seas tan ingrato de dejar mucho derepente puede morir algunos de ellos entonces puedes quedar avandonado y perder tus animales Gricilda ya esta señorita puede parecer su dueño, no hay confianza.
Cuñado aque tambien hay bastante trabajo para trabajar, nada mas por haora asta proxima contestación, saludos de mi y de tu hermana Julia, Gricilda
Isidora Luján
¿La escribió mi abuela? Papá siempre decía que su mamá le había enseñado a leer y escribir, que, cuando fue al colegio, la profesora le felicitó por su letra bonita y porque leía perfectamente. ¿Pero por qué le dicen cuñado en el último párrafo? ¿Lo escribiría algún pretendiente de mis tías?
Aquí mencionan a Lauro como llegado del “estrangero”. ¿Cuántos años tendría mi tío, uno, dos, quizá solo meses? En febrero de 1961, cuando nació Juan Ignacio, Lauro tendría trece años más o menos. Estaría como Nacho. A esa edad le chocó el daño que le hicieron al viejo y se volvió loco. Qué gente malvada para hacer eso a un chiquillo. Gente sin corazón. Y de nuestra propia familia. Malvada como Mariana, que odia a Nacho, que nunca ha creído en la locura del tío Lauro. Para ella, eran cambios de la adolescencia, o una tara de los Castelo que se manifiesta en los varones al final de la pubertad. ¿Al final de la pubertad? ¿Y por qué John casi se vuelve loco a los veinte años?
Hora de dormir, mañana tengo que ir temprano al hospital. ¿Tanto demoran en volver a colocarle la sonda al viejo?
Otra vez el Almenara. Extensas colas en las puertas de los consultorios. Enfermeras y enfermeros que llevan a los pacientes en camillas, en sillas de rueda. La desesperanza dibujada en los rostros de las personas enfermas. Las miradas tristes. El dolor en toda su magnitud.
Todo este ambiente me deprime, me enferma. Sino fuera por mi papá, no vendría.
El viejo está en el segundo piso.
Le he traído sus cosas a mi papá, le digo al guachimán, mostrándole la bolsa amarilla donde están la piyama, la ropa interior, las medias del viejo.
Pero no es día de visita, me dice el tipo.
Lo cambio y salgo, le suplico. ¿Y si le dijera somos familiares del doctor Chunga? ¿O de la enfermera Pari? Otros días no puedo venir. Por favor.
Pero solo un ratito, me dice el hombre, un gigante vestido de marrón de la cabeza a los pies. Parece un gorila. Suda copiosamente. ¿Darle un sol para su gaseosa o su agua mineral? Sino me llaman la atención a mí.
Gracias, amigo. No te preocupes que entro y salgo al toque nomás.
Después de buscar en todo el pabellón, al fin encuentro la cama del viejo. Está volteado a su izquierda, como mirando el pedazo de cielo que se ve desde su ventana. Lo contemplo en silencio. Ese es mi padre, mi padre que era fuerte, que parecía invencible, incansable, que construyó tantas casas, que cavó tantas zanjas, que pasó más de la mitad de su vida con mi madre. Ahora está casi derrotado por la enfermedad. Ahora la muerte se cierne sobre su cabeza.
Se vuelve lentamente como si supiera que lo están observando.
¡Arolín!
¡Papá!
Caigo sobre su pecho y lloro. Lloramos. Lloramos como esa vez de su primer cumpleaños sin la vieja después de cuarenta y seis años. Se había quedado solo. Me había quedado solo. Él era viudo; yo, huérfano.
Está más delgado que nunca. Tiene unas profundas ojeras. Sus manos están huesudas.
Sé que ha llegado la hora de mi partida, hijo…, me dice, con voz ronca.
No digas eso, papá, le digo, para darle esperanzas, para que no pierda la fe. Te sanarás e iremos a Chincho…
Ya no, Arolín…
¡Papá!
No llores, hijo. Sé que Jehová me tendrá en cuenta en el día de la resurrección. Le he sido fiel desde la primera vez que leí su Palabra. Por eso no le tengo miedo a la muerte. Además, he vivido ochenta y dos años. He vivido más que mis padres, más que María, más que muchas personas a las que he querido. Tengo que estar agradecido a Nuestro Señor por todos los años de vida que me ha dado, por los padres que he tenido, por los hijos que he tenido, por todo lo que he vivido.
Sigo sollozando. Me pasa sus sarmentosas manos por los cabellos. Sus manos de enormes dedos y grandes uñas, sus manos que eran fuertes, que partían la roca a punta de comba, que cortaban leña, que abrían surcos en la tierra para que de ella brotara el pan para nuestra subsistencia.
Jehová es Dios de los vivos, no de los muertos. Él mismo lo dice: el que cree en mí, será salvo. Y yo creo en Él y tengo la esperanza de la vida eterna, de ser llamado en el día del Juicio Final para ser juzgado y recompensado con una vida en el Paraíso.
¡Papá!
Espero que algún día vuelvas a la Organización para poder estar juntos durante el reinado de los mil años de Jesucristo, hijo.
¿Prometerle lo que no haré? Cuántas veces discutíamos porque yo no era como John: un Testigo de Jehová ejemplar, el orgullo de su padre.
Algún día, papá…
Eso espero, hijo. Nunca es tarde para aprender la Palabra del Señor. ¿Cómo están los chicos?
Bien, papá. Te extrañan.
Tú los quieres como si fueran tus hijos. Edúcalos para que sean profesionales, para que nunca extiendan la mano a nadie por un pan… Para que no terminen como John.
Te lo prometo, papá, le digo. Las lágrimas bajan incontenibles por mis mejillas. Lágrimas que él seca con sus dedos.
Tu mamá va a estar contenta. Recuerda que quiso a Nacho y a Diego como si fueran sus hijos. Por ellos soportó todo el odio que le dieron Mariana, Carolina y Jonás… Si esos chicos fueran jardineros, albañiles, mototaxistas, esa gente estaría contenta. No permitas eso, Arolín.
No lo permitiré, papá. No permitiré que nadie les haga daño nunca. Te lo prometo.
Lo sé. Sé que harás eso. ¿Sabes?: para tu mamá eras su mejor hijo, siempre decía que valías oro, y para mí también. Nunca nos trajiste dolores de cabeza, nunca nos hiciste pasar vergüenza. Solo nos has dado alegrías. Y Jehová sabrá recompensarte…
Lloramos.
Le doy un poco del agua que le han dejado en un jarro. Bebe un sorbo.
Hasta ahora no sé por qué Mariana y Carolina odiaban a su madre. María era tan buena…
Un día la van a pagar bien caro todo lo que le han hecho a la vieja, papá, te lo juro.
No es buena la venganza, hijo. Dios dijo que hay que poner siempre la otra mejilla…
Yo no, papá. Si la vieja no se hubiera muerto, no estarías acá. Y ellas la mataron con todo el odio que le dieron, con todos los chismes que le traían.
Lo sé, pero perdónalas, son tus hermanas, es obra de Satanás…
¡Jamás, papá!, murmuro, nunca se los voy a perdonar.
Siempre vayan a Chincho. Allí está la casa de tu abuelo Ignacio, el terreno de tu abuela Felicitas. Consérvenla. Lleva a los chicos para que conozcan la tierra de sus antepasados.
Lo haré, papá.
¿Están regando las plantas?
Sí, papá, le digo. Para qué decirle que el motor se ha malogrado, que el agua solo llega hasta mitad del cerro.
Ese terreno es tuyo. Cuando te pague Vinces, haz un muro, no vayan a invadir.
Al primero que se quiera meter, lo atravieso con la lanza.
Se sonríe.
En mi choza tengo unos documentos, unas cartas… Están en un maletín marrón de cuero. Te pueden servir a ti que te gusta escribir. Consérvalos.
¿Decirle que ya los encontré?
Los conservaré, papá.
No quiero misa, ni cruces, ni nada. El muerto está bien muerto, ya no necesita nada. ¿Recuerdas ese pasaje de la Biblia donde el rey David estaba triste durante la enfermedad de su hijo, mas después, cuando murió, cantó y bailó?
Sí, papá.
Lo hizo porque cuando uno muere ya no siente dolor, ni hambre, ni nada. Cuando uno está vivo hay que preocuparse, después ya no. El ser humano es como cualquier animalito que se muere. El espíritu, la fuerza activa que nos mantiene con vida, vuelve a Jehová. El día de la resurrección despertaremos con nueva carne, estaremos jóvenes como Jesucristo. Sanos y fuertes.
¡Papá!
No llores, Arolín. ¿Cuándo te casarás?
Algún día…
¿En tu colegio no hay una profesora buena, trabajadora?
No, papá. Todas son casadas, viejas, gordas y feas.
El viejo sonríe.
Tiene que ser buena, de su casa, como tu mamá…
Para no terminar como John.
Su vida será como la de Caín, por cojudo. Ganará cada pan con el sudor de su frente hasta el último de sus días. Solito se buscó su infierno por desobediente.
Papá…
¿Sí, hijo?
Quiero pedirte disculpas…, agarro sus manos que están puro hueso y pellejo.
¿De?
¿Te acuerdas de esa vez que no ingresé al Conservatorio, discutimos y…?
No te preocupes, hijo… No llores. Hace tiempo que te perdoné. ¿Te acuerdas cuando fuimos a Palpa, Pisco, Ica, Chincha?
Sí, papá, me acuerdo.
¿Cómo se llama esa playa que hay en Chincha a donde fuimos?
Cruz Verde.
¿Sabes?: le he pedido a Jehová que, cuando nos dé un lugar para vivir durante el reinado de su hijo Jesucristo, me dé un lugarcito así, junto al mar.
Sé que te lo dará, papá. Tú has sido, y eres su siervo fiel.
Eso espero yo también, para estar con tu mamá, con todos ustedes, con Juan Ignacio y Eva Cristina, con tus abuelos, con mi abuela Cristina…
Con Prudencio Luján.
También, ¿por qué no?
Reímos.
Un guachimán entra a la sala. Me pregunta si tengo pase para ingresar en días que no son de visita. Le digo que no. Me pide que me retire.
Le doy un beso en la frente al viejo y salgo. En la estación de enfermeras le pregunto a una cuándo le volverán a colocar la sonda al viejo. Me dice que lo están evaluando.
Parto al colegio. De allí, después de una tarde agotadora, a la casa.
Revisando los papeles del viejo, encuentro un par de cartas más. La siguiente está escrita a máquina. Está dirigida a los que compraron la casa.
Huanta, 5 de Enero de 1,968
Señor: Teodocio Aranda y señora:
Me querido y estimado señor Aranda les deseo que la presente carta que les encuentre gozando de lo más perfecta estado de salud en compañía de tu queridísima esposa, hijos, e hijas y más familiares que les rodea en esa.
Después, de saludarte muy cariñozamente paso a decirle lo siguiente: señor, Aranda nosotros nos encontramos sin ninguna novidad por la divina providencia de nuestro salvador hasta el momento, solo extrañando la presencia de Uds.
La presente carta tiene por objeto a la qué respecta los areglos pendientes que tenemos con Ud. señor Aranda, según la comunicación de mi primo Maximiliano Luján dice que Ud. quieres cancelar el saldo que debe, para mí está mágnifico si asi lo desean Uds. yo le hé dado la amplia facultad a mi primo Maximiliano Luján Castelo para que areglen cuanto antes más posible conforme que han acordado con mi primo, yo sinceramente señor Aranda, no tengo tiempo con los trabajos para ir yo mismo a areglar con Ud. yo la véz pasada que fue areglar con Ud. envano por eso yo le dije a Ud. mejor seria devolverle su dinero pero en consecuencia entercambiando ideas con mi esposa hemos llegado a un conclusión de areglar con Ud. ó en sofacto venderlo á otro, de modo ya que Ud. piensa cancelar el saldo estamos de acuerdo yo y mi señora, de manera Uds. traten de areglar con mi hermano M. Luján C. y, anticipo mis sinceros agradecimientos que todo salga satisfactoriamente la casa es suya señor Aranda y señora.
Me despido de Uds. sin otro particular, aprovechando la oportunidad para reiterarles de mi más alta consideración y estima personal.
Dios guarde a Ud.
Att. Y S.S. Juan D. Castelo Luján
Faltaban dos años todavía para que regresáramos a Lima, a vivir primero donde un familiar y después en La Realidad. Y mi padre seguía empeñado en vender la casa, a pesar, como se ve, que el comprador le hacía largas.
La otra carta es de mi madre. Es de ese mismo año, pero meses después. Yo ya tenía tres meses de nacido. Y papá estaba en Lima.
Huanta 22 de Setiembre de 1968
Señor Juan de Dios Castelo, Lima
Mi muy estimado Juan
Te deseo que la presente carta que le halle gozando de la buena salud en unión de tus queridicimos familiares.
Después de saludarte pazo a comunicarte los siguientes reglones.
Querido Juan haqui nosotros estamos siempre sufriendo de ti que al separarse de hogar ase falta que las criaturas sufren por ti tanto estan enfermos con la gripe, la vevita está muy mal
Sabes Juan de la hacienda Santa rosa no se sabe nada por que mi papá no ha ido a trabajar resulta que no sabemos hasta hoy nada
Que también necesito plata ya esta terminando con el remedio que compro para los chicos por hezo te pido que me mandes plata y también necesito ace.
Me despido cariñozamente con fuerte habrazo recibe saludos de Carolina, Marianita, Arol y de la comadre Saturnina que tanto siente por ti y espero pronto la respuesta.
Continúa en la otra cara:
Los animales también estan bien y Juan las 2 gallinas sea muerto el día martes por la mañana no se sabe lo que ha pasado
Ya despues mandare el día lunes o martes una carta y haura pronto hey abreguado un tereno por la calle por el fondo cuesta 40 el metro cuadrado y en la calle cuesta 80 metro cuadrado
María Palacios
¿Mamá estaba en Cangari o en Huanta? ¿Quién le escribió la carta? ¿Carolina? Pero mi hermana tenía cinco años, dudo que supiera escribir. La caligrafía es elemental, pareciera que lo hubieran escrito con un lapicero que estaba a punto de acabarse. No tiene firma, solo el nombre de mamá al final. El papel tiene seis huequitos hechos por la polilla que pasó una sola vez por la hoja doblada dejando ese agujero como recuerdo de su paso. ¿Quién era la “vevita” que estaba muy mal?, ¿Mariana, que entonces tenía dos años y ocho meses, o yo?
Hay tantas cosas que tengo que preguntarle al viejo cuando se sane.
10
Una casita en la playa, el mar turquesa a un paso, la arena blanca, las gaviotas surcando el cielo azul… María joven, llena de vida, con el rostro risueño, siempre gordita mi María. ¿Cuántos años tenía esa vez que la vi con mi papá cuando pasamos frente a su chacra? ¿Tres, cuatro? ¿Estaría como Bere o como Nela? Buenos días, taita Ignacio, le dijo a mi papá. Buenos días, hijita, le dijo mi viejo. ¿Quién es esa gordita, papá? Es María, la hijita de taita Julián Palacios, el Uchumayor. Yo estaría como Nacho, o como Diego, sería antes de irme a Huanta ¿Hace cuántos años ya de eso?... Setenta años por lo menos… fue la primera vez que nos vimos, María no se acordaba… Este aparato no me deja respirar bien, me reseca la garganta. Un poquito de agua, mi barriga parece fuego. Me han puesto una sonda para orinar. ¿Hace cuántos días que estoy acá? La playa, siempre el sol, las olas inmensas de ¿Cruz Verde o de Pisco Playa?… A Nacho y a Diego les gusta el mar, también a Arolín… María, todos nuestros hijos: Carolina, Mariana, Arolín, John, Flora, Dora… También Juan Ignacio y Eva Cristina… Y ese bebito que María abortó y yo guardé en una botellita azul… Habríamos tenido nueve hijos… Juan Ignacio hubiera cumplido cuarenta y ocho años el 20 de febrero, hace casi un mes ¿Qué hice con la botellita azul?, ¿la enterré en el jardín o la tiré a la sequia?... Creo que la llevé a Huachipa para enterrarlo junto a Eva Cristina… También estarán mi mamá, mi papá, los padres de María, taita Julián y mamacha Felicitas… Los terrucos la mataron en Jiljarajay, también a Anacleto… A Graciela la mataron los cachacos en Acobamba junto a Juan Rejano, el esposo de Teodora, los quemaron vivos, Victoria y Blanca lo vieron, los cachacos les dieron de comer carne de gente como si fuera chicharrón… También estarán Lauro e Inquicha… y todos nuestros nietos: Cristian, Álvaro, Daniel, Renato, Sebastián, Rodrigo, Nacho, Diego, Bere, Nela… y los hijos que algún día tendrá Arolín… ojalá que encuentre una cristiana y pueda ser feliz como no lo fue John… Me duele todo el cuerpo… en el reinado de Jesucristo ya nadie estará enfermo, adolorido, todas esas cosas serán del pasado, habrá un nuevo cielo, una nueva Tierra, la Tierra será remozada, nosotros mismos sembraremos para comer, criaremos nuestros animales, ya no existirá el dinero ni tiendas ni bancos ni carros… Yo he sido panificador, sé de agricultura, mi padre era campesino, sé de animales… Mi sueño era criar chanchos en Tincuy, alimentarlos con tunas Todos mis nietos, nuestros nietos, María… hasta ese hijo que John tiene botado… Mariana dice que el otro día fue a la casa una chica con una citación de la Demuna, ha denunciado a John pidiéndole alimentos para su hijo… ¿Cómo se llamará esa criatura? Menos mal que ya no estás aquí porque sino Mariana te diría tu hijo es un perro, un sinvergüenza, un bueno para nada, y tú llorarías, sufrirías… se te subiría la presión arterial, morirías, te morirías ¿Cuánto tiempo ya de tu ausencia?… Desde el 22 de julio del 2005… era viernes ese día… a las cuatro de la tarde te moriste… antes te desmayaste… en el cuarto de Dora, estabas cuidando a Bere, Mariana parió y te puso de su niñera… Yo también la he cuidado a esa chiquita a cambio del rincón que me dio Mariana para dormir… Qué no hemos hecho por necesidad… Ese día almorzamos a las doce como siempre, los chicos ya estaban de vacaciones, Arolín se había ido a trabajar temprano, tenía desfile en Vallecito, faltaban unos días para las Fiestas Patria… ¿A dónde iremos a pasear, Juandi?, me preguntaste… Me decías Juandi, Juandicha… Íbamos a ir a Matucana, en enero iríamos a Huanta, hasta allí ya estarías bien… John iba los fines de semana a Huanta a dictar clases… Un mes antes habías sufrido un derrame cerebral, te desmayaste en Chosica… estuviste internada dos días... volviste a la casa un mes exacto antes de tu entierro María sabía que se iba a morir… Un día vinieron los bomberos, una enfermera o una doctora, creo… Siempre llamábamos a los bomberos cuando teníamos una emergencia… Reunieron a la familia, ¿estarían Mariana y Carolina? Creo que estaban peleadas, Arolín se había ido a su trabajo… Arolín estaba peleado con Carolina y Jonás… Jonás le quiso pegar porque le hizo una broma a su hijo… Jonás y Carolina odiaban a los chicos, no dejaban que jugaran con sus hijos… Mariana también los odiaba… Cómo odia a Nacho, lo desprecia… como si no tuvieran la misma sangre… La vida de su madre pende de un hilo, les dijo la doctora de los bomberos… María me lo repetía: me he salvado por un pelito, la próxima que me desmaye, me moriré… Pobre María, sus hijos fueron su cruz. Mariana sabía que la presión alta es una enfermedad peligrosa y siguió atormentando a su madre, Carolina también, y Jonás también… todos ellos han estudiado enfermería, solo Carolina no ejerce. Cuántos habrán muerto de derrame cerebral en sus hospitales. Ellos la mataron, mataron a mi María… me quitaron a mi María, a la mujer que amaba… Me llevaban al chifa y María se quedaba mirando, me invitaban a su casa a celebrar sus cumpleaños y a María nada… John se peleaba con su mujer y Mariana le reclamaba a María como si ella fuese la culpable… Se iba donde la vieja Ángela y venía con sus chismes. Se encerraba horas y horas con Carolina para chismosear… ¿Será cierto que Arolín estuvo con una madre de familia cuando enseñó en el López Albújar? Así le dijo Mariana a su mamá: tu hijo ha estado con una madre de familia, por su culpa la señora se ha separado de su esposo, ahora dice que la directora no lo va a contratar nunca más… Puras calumnias porque cuando Arolín ganó un concurso de cuentos la directora lo invitó para que fuera padrino de la biblioteca del colegio… y Mariana terminó de comadre de esa señora, una gorda con cara de chancho… Qué se iba a meter nuestro hijo con esa mujercita. No soy sonso para estar con una mujer con hijos, le dijo Arolín a su mamá, ¿acaso me he matado estudiando para terminar manteniendo hijos ajenos? Además, el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite… También es mentira que estuvo con una alumna… Porque ayudaba a la casa con la bolsa de víveres que le daban en el hospital Mariana se creía con derecho para meterse en la vida de los demás, para destruirle la vida a su madre, para destruirme la vida… Nadie se metía en su vida y ella sí tenía derecho a meterse en las vidas ajenas Yo estaba en el cerro regando las plantas cuando vi a Jonás ir corriendo a la cocina, después a Carolina, después a Arolín, que acababa de llegar de su trabajo. Pensé que de nuevo se estaban peleando, que los chicos les habían pegado a sus hijos… Como no oigo bien, no podía escuchar lo que estaba pasando… Después vi a la señora Falcón, amiga de María, y a su nuera… ¿cómo se llama? y a Katimba. Qué estará pasando, pensé. Bajé a ver: María se había desmayado. A duras penas logramos sacarla hasta el auto de Katimba, pesaba bastante. La llevaron al hospital de Miguel Grau Mi mamá ha fallecido, nos dijo Arolín cuando regresó. Estábamos cenando… Le dio un derrame cerebral… Se desmayó y ya no despertó nunca más. Ni siquiera se dio cuenta que se estaba muriendo Días antes vi su ánima… o noches antes más bien. Después de ver las noticias fui a cepillarme los dientes. Vi que María iba como para detrás del antiguo gallinero. Estará yendo a orinar, pensé. Terminé de cepillarme y no regresaba. Habrá ido a recoger la ropa, pensé, pero nada, no regresaba. Carajo, ¿habré visto visiones? Fui a la cocina: allí estaba María conversando con Mariana. ¿Has ido a orinar?, le pregunté. No, me dijo. Pero si te he visto ir detrás del gallinero. Ya estaré andando, dijo, estaré recogiendo mis pasos… No le hubiera contado que la vio, me dijo la señora ¿Martha, o Alejandra? Otra vez la vi unos días después que murió. Yo entonces dormía en mi choza. Apagué la luz para dormir, y la puerta se abrió y entró María. Estaba igualita, toda gorda, sonriente. Se sentó en la orilla de mi cama y empezó a quitarse la ropa como para dormir. María está muerta, pensé, ese debe ser el diablo… María, Jehová Dios dice que los muertos están descansando en sus tumbas conmemorativas hasta el día del Juicio Final, le dije. ¡Fuera, Satanás! María se levantó, abrió la puerta y se fue… María, estuvimos juntos cuarenta y seis años en las buenas y en las malas, andando aquí y allá como gitanos, en Vitarte, en Cangari, en Huanta, en Huachipa, en Ñaña, en Chaclacayo, en Cocachacra, en la Pampa… Quizá no debí de haber renunciado a la FAM, vendido la casa… Esa fue nuestra ruina, pero igual estuvimos juntos, no como Emilia que lo bota a John cuando llegan las vacaciones y no le pagan en el colegio particular La velamos en la casa de Mariana. Toda la noche nos pasamos subiendo al techo los ladrillos para limpiar la sala, amontonando la arena debajo de la escalera. ¿Vino John a ayudar?... La trajeron a las seis de la mañana… María en un cajón… María muerta… Tan buena que era, tan hacendosa, siempre juntos en todo, comiendo o no comiendo… Una vez no conseguía cachuelos y toda una semana comimos arroz con calabaza china que daba en el jardín… Me compraba mis camisas manga larga donde don Pérez, al crédito… Trabajó donde don Caldas, donde doña Julia Abarca, donde la señora Olga… todo por los hijos… Vino bastante gente a su entierro… María… La llevaron en hombros al cementerio… Nos quedamos solos… Me quedé solo después de cuarenta y seis años de haber estado juntos… Arolín le mandó hacer una lápida bien bonita con la plata que ganó en ese concurso de cuentos… Nadie le ayudó, nadie dio un sol… John tenía plata, se había hecho un préstamo de un banco, agarró a su familia y se fue a Huanta… Se le terminó la plata y su mujer lo botó… esa perra por cuya culpa María sufrió bastante… María se dio el gusto de jalarle de las mechas. La noche del velorio Emilia se metió a dormir a la cama de María y María le jaló de los pelos… Se murió disgustada con esa mujercita… Quién iba a pensar que era una víbora, que engatusó a nuestro hijo. Por culpa de esa mujercita hasta estafador se ha vuelto… Si se hubiera casado con la hermanita Loida habría sido feliz. Esa sí era una chica que valía la pena Una gota de agua… tengo seca la garganta… Cuando le paguen a Arolín iremos a Chincho, pero es lejos. Tendríamos que ir por Julcamarca, yo conozco el camino, todo es en bajada… O por Huanta, vamos y descansamos un par de días donde Susana, salimos tempranito y llegamos antes que oscurezca… O podemos ir a Cangari donde Irma y vamos por la orilla hasta el puente… Antes, cuando no había puente, mi papá cruzó el río Cachi llevando un fantasma en sus hombros. Era una madrugada, todavía estaba oscuro, iba a Huanta con sus burros. Pasando mama Bini los burros se negaron a dar un paso más. ¿Qué pasa, carajo? ¡Avancen! Fuete y más fuete y nada, los burros parecían clavados en el suelo… Con las primeras luces de la mañana, vio que un hombre estaba en la orilla del río. Iba y venía como tanteando el agua para ver si se animaba a cruzar o no. ¿Sería un borracho? ¿Desde cuándo los burros se asustan con un borracho? Lo saludó. El hombre le contestó con una voz que no era de este mundo… A mi viejo se le pusieron los pelos de punta. El fantasma le pidió por favor que lo ayudara a cruzar al otro lado. Mi viejo aceptó… Era valiente mi viejo. De un salto el fantasma trepó sobre sus hombros… Se metieron al agua. El fantasma no pesaba nada, parecía de aire, pero cómo le castañeteaban los dientes y se estremecía todo cuando mi viejo trastabillaba en una piedra resbalosa amenazando con darse un buen chapuzón. Hasta que por fin llegaron a la otra orilla. El fantasma saltó a tierra, le dio las gracias y se fue apuradito con dirección al cementerio de Cascabel… Yo vi un fantasma cuando era niño. Siempre iba a dormir donde mi abuela Cristina y me volvía temprano a mi casa. Un día me despierta mi abuela y me dice Juan, ya vaya, ya está amaneciendo. Estaba yendo por el huayco, cuando vi venir a un hombre que se parecía a mi tío… ya ni me acuerdo su nombre. Yo estaría como Bere, o como Diego. Buenos días, tío, lo saludé. No sé qué murmuró que me asusté y eché a correr. Más allacito volteé y vi que crecía y crecía y después se cayó de un solo golpe. Te hubiera tragado, dijo mi mamá. Eran como las dos de la mañana, mi abuela se había confundido de hora porque había luna llena… Mi abuela Cristina me quería bastante. Mi negro, me decía. Mi papá, cuando se amargaba, decía ese negro qué va a ser mi hijo. Yo había salido a mi abuelo Marianito: crespo y prieto, en cambio mis hermanas eran blancas, Julia es rubia… Lauro también era blanco, crespo, se parecía al Che Guevara Subiríamos el Pauca por el camino de los animales, ir por Runañan es peligroso, está lleno de abismos interminables. Esa vez que María fue con Arolín y Nacho a duras penas llegaron. Caminaron todo el día… Es que es lejos. Una vez casi muero cuando me dijeron que mi papá había muerto y fui como loco… Desde la cima del Pauca ya se ve Chincho, aunque todavía se tiene que ir un trecho más y pasar Chullayacu. Desde allí también se ve el Razuwillca, más allá de Huanta… Una montaña blanca, lejana. Por allí está Uchuraccay, una vez llegué haciendo trueque. ¿Fui con taita Julián? ¿Por qué nos separamos? Fui siguiendo a los burros que, menos mal, conocían la ruta porque al día siguiente, de regreso, recién vi los abismos que se abrían a un paso del camino… Porfirio se cayó hace unos años, menos mal que la mochila que llevaba se atracó entre las rocas deteniendo su caída… Quién como Porfirio que está feliz en Chincho. Estaba bien mal, se operó de los ojos y ahora está mejor que yo. Es que en Chincho el aire es puro, el agua es limpia, no necesita que le echen nada para beberla… Saldré de aquí y volveré a mi pueblo… ¿Hace cuántos años que no voy por el Pauca? Desde que nos vinimos a Lima en 1970… Hace casi cuarenta años ya El cortejo fúnebre bajando por el polvoriento camino de La Realidad… Treinta y seis años caminando entre el polvo, tomando agua sucia, tragando polvo, escarbando en la tierra dura para clavar unos troncos para levantar nuestra choza, rompiendo las rocas para ganar un poco más de terreno… Todo por culpa de las brujas… Llegar al cementerio… Dejarte allí, María… María… María… Nunca más pudimos volver a Jiljarajay, a Huanta desde ese viaje de hace veintinueve años ya… ¿Por qué tuviste que morirte antes que yo? Apenas viviste sesenta y nueve años… Yo he vivido trece años más que tú. Para tu último cumpleaños nos fuimos a Cocachacra con Nacho, Diego y Bere… Nela todavía no había nacido… Arolín te dio cincuenta soles… Siempre nos daba propina en nuestros cumpleaños… Por eso lo odiaría Mariana… Fue un día bonito, al día siguiente los chicos volvían al colegio… Arolín les compraba sus útiles, les sigue comprando… les compra hasta el último lapicero… Nacho ya está en primero de secundaria, Diego está en quinto de primaria… Van a ser profesionales como tú querías… para que Mariana y Carolina se traguen su orgullo, para que Jonás se muera de cólera… no van a ser jardineros, albañiles o mototaxistas como les gustaría… Arolín me lo ha prometido como te lo prometió a ti también… Allí están Carolina y Arolín… Carolina lloriquea… papá, papito… No llores, hija, le quiero decir pero no me salen las palabras… Tengo seca la garganta, la mascarilla del oxígeno no me deja hablar… ¿Trajeron el papel y el lapicero que le encargué a Mariana?, les digo por señas… Arolín saca una hoja blanca y un lapicero negro… Carolina le da un libro… Quiero escribir… quiero escribir pero las manos me tiemblan… no puedo sostener el lapicero… Carolina me sostiene la cabeza Tengo que escribir… escribir… Carolina deja caer mi cabeza en la almohada, llora… no lloren, no quiero que Mariana me haga misas como le hacía a su mamá… Le he sido fiel a Jehová más de la mitad de mi vida… desde ese día en que don Pedro Vargas me regaló una Biblia cuando estábamos a punto de partir a la sierra… Siempre es bueno leer la Palabra de Nuestro Señor, don Juan de Dios… Eso fue… fue a comienzos de… de 1967… Yo iba a cumplir cuarenta años… María tenía treintiuno… María… Jehová me devolvió la salud, las fuerzas… derrotó a las brujas, al brujo… a los brujos que me arrebataron a Juan Ignacio y a Eva Cristina… Juan Ignacio era un niño hermoso… es un angelito, su lugar es el cielo, decían cuando lo miraban… Hubiera tenido cuarenta y ocho años… Háblenle, les dice la enfermera, todavía les puede oír y entender… Iremos a Chincho, papá, me dice Arolín… ¿Cómo se llama el tipo que te estafó?... Vinces… le dijo que había ganado un concurso hace un año y hasta ahora todavía no le paga… deberías de denunciarlo… Las manos de Arolín en mi rostro… Deben quejarse a la Administración, les dice un hombre, no puede ser que en tantos días no le hayan vuelto a colocar la sonda si es sencillo hacer eso… Le puede dar una infección… Ya volvemos, papá. Carolina y Arolín se van Ya no se preocupen por mí. No le tengo miedo a la muerte. La muerte no es el fin, al contrario Del polvo fuimos tomados y al polvo volvemos Pero los que conocimos la Palabra inspirada de Jehová tenemos la esperanza de la resurrección Las trompetas del Armagedón resonarán en los cielos y las tumbas conmemorativas se abrirán para dejar salir a sus ocupantes Los que le fuimos fieles a Jehová, los que perseveramos pese a las tentaciones que nos tendía Satanás, seremos recompensados con un nuevo cielo y una nueva Tierra La Tierra será hermoseada Una casita junto al mar que construiré con mis propias manos para vivir con mi mujer y mis hijos, todos mis hijos… Sembraremos lo necesario para alimentarnos. Los troncos que varen el mar nos servirán para cocinar nuestros alimentos, me haré un horno para cocer nuestros panes… cachitos, rosquitas, chaplas estoy seguro que las chaplas les gustarán a mis hermanos Me gustaría tener como vecinos a los hermanos Haro y Soto, al hermano Manchego, a la hermanita Luzmila, a la hermanita Clarisa… que los Lezameta estén lo más lejos posible… A los Matos ni los quiero ver Pero para qué preocuparme, ya no existirá el egoísmo, la maldad, la hipocresía, la indiferencia, el orgullo Todos seremos perfectos en cuerpo y alma a la manera de Nuestro Señor Jesucristo Seremos bondadosos con nuestros semejantes como Él lo fue con nosotros ¿No es eso maravilloso? Podremos conocer a Abel, a Abraham, a Moisés, a Isaías, al rey David, al rey Salomón, a Noé, a Samuel, a Daniel, a los apóstoles… Carolina y Arolín regresan… Carolina lloriquea… Se va… Arolín toma mis manos, inclina el rostro, murmura… murmura… ¿estará rezando?, ¿volverá a creer en Jehová?, sus ojos se llenan de lágrimas… las lágrimas ruedan por sus mejillas… tiene la mejilla izquierda lastimada… estaba aprendiendo a caminar, tropezó y se cortó con la puerta de calamina… Mis manos en sus manos… en sus manos tibias… Mi mejor hijo… nuestro mejor hijo, María… Mi hijo vale oro, decías, María Terminó su carrera como querías, sacó su título como querías, se nombró como querías… Siempre rezo por él para que vuelva a la senda del Señor, para que abra su corazón a la Palabra que lleva a la vida eterna, para que conozca a una hermanita y sea feliz… Abre los ojos, me voy, papá, mañana vengo… Se inclina, me da un beso en la frente, se va… Carolina regresa, llora… Cuando estábamos en Cangari le compré su caballito… Lorjarda la cuidaba cuando era chiquita y estábamos en Vitarte… Siempre me alcanzaba un plato de comida… para María nada… Rezo por ella para que Jehová limpie el rencor que tiene en el corazón… Me voy, papá… llora… te quiero, papá Cuando estemos todos juntos en el Reino de los Cielos formaremos una gran familia… Mamá, papá, mi abuela Cristina, mi abuelo Marianito, mi tatarabuelo Prudencio Luján, Lauro… mamacha Felicitas, taita Julián, Anaclo, Graciela, Teodora, Juan Rejano, Antonia, Inquicha… Juan Ignacio y Eva Cristina… y María… María… mi María… siempre con una sonrisa en los labios María…. María… mi María… toma mi mano así, tus manos y mis manos juntas… La arena blanca, el mar turquesa, el cielo azul, el viento que mueve las palmeras María… mi María
FINAL
Papá murió el 19 de marzo del 2009, dieciséis días después de volver al hospital porque se le movió la sonda que le colocaron para evacuar la bilis.
La víspera, Carolina me llamó chillando: ¡Mi papá está mal! ¡¡Mi papá está mal!! ¡¡Mariana dice que se va a morir en cualquier momento!! Se desesperó: ¡¡mamá, no te lleves a mi papá!!
Mariana acababa de llamarla. Antes de entrar de guardia, había ido a ver al viejo. Yo no lo veía desde la vez en que le llevé sus cosas, diez días antes. Habían empezado las clases y el horario caótico que me dieron me impedía darme un salto al Almenara donde, creía, basado en mi propia experiencia, mi padre estaría bien atendido.
Me equivoqué.
Ese 19 de marzo, tempranito, partí al hospital. Llevaba varios papeles en blanco y un lapicero que papá le había encargado a Mariana días antes para que yo se lo llevara. Quizá al fin se había animado a poner por escrito su historia como yo siempre se lo había pedido. Pensé que quizá quería dictarme su vida. No se me pasó por la cabeza que ese era el último día de su existencia. Ni me imaginaba cuán grave estaba.
Llegué al Almenara. Fui al segundo piso. Le rogué, le supliqué al guachimán que me dejara entrar para ver a mi padre. Le dije que estaba grave, para impresionarlo, pero no le importó. ¿Tienes pase?, me preguntó. No es día de visita. No lo tenía. Me mandó al módulo que hay en la entrada principal. Allí me dieron un número para que llamara al pabellón donde estaba el viejo y preguntara si podía ingresar a verlo. El teléfono ese siempre estaba ocupado.
A las once de la mañana quizá te permitan entrar, me dijo la que atendía en el módulo, a esa hora están los médico. Espera nomás.
Me senté a esperar. Era jueves, mi día libre, así que podía esperar todo el día. ¿Y si llamaba al doctor Chunga o a la enfermera Pari para que me dieran una mano? Yo veía que otras personas llegaban, le decían algo al guachimán e ingresaban. Igualito que en el hospital de Vitarte.
Recordé que hace dos años me había reasignado al colegio donde ahora estaba después de estar cinco años en Vallecito. Tenía dos años ya y no podía pedir permiso, decirles mi papá está enfermo, ¿puedo faltar un par de horas hoy? Si faltaba, me descontaban.
Estaba en esas, cuando llegó Carolina. Había pedido permiso en su trabajo.
Quizá a mí me deje entrar, dijo, después que le conté mi odisea.
Mejor vamos a zamparnos cuando el guachimán se descuide, le propuse. Me había dado cuenta que a veces el hombre dejaba su puesto por un momento.
Esperamos. Cuando el guachimán fue por una gaseosa a la máquina expendedora que había al frente, nosotros aprovechamos para meternos corriendo. No paramos hasta la estación de enfermeras.
Nadie nos dijo nada. No éramos los únicos familiares. Había varios en la salita de espera hojeando periódicos pasados.
Papá estaba en cuidados intensivos. Estaba con oxígeno, tenía una sonda para orinar pero apenas había un poquito de orine en la bolsa. El suero seguía entrando a sus venas. Tenía los labios resecos, cuarteados, en carne viva. Estaba más flaco que nunca. Tenía la piel suave, como ampollada. Recordé que la mamá de una colega había muerto el año anterior de cáncer al hígado y me contó que la piel se le ampollaba y luego reventaba y supuraba un líquido como pus. Ese sí iba a ser un dolor insoportable para el viejo, para nosotros. Pero ya no tenía la piel amarilla ni se quejaba que le picaba ni se rascaba. Todavía no le habían vuelto a poner la sonda para que evacuara la bilis. Pero qué bilis iba a producir si ya no comía, ¿no?
A duras penas se mantenía lúcido.
Carolina se echó a llorar y el viejo, por señas y queriendo hablar, las palabras no le salían, le pidió que no lo hiciera.
También por señas y con esos ruidos guturales que brotaban de su garganta me preguntó si había traído hoja y lapicero.
Asentí.
Carolina le levantó la cabeza, le di el lapicero, sostuve la hoja.
Quiso escribir, pero no pudo. Apenas garabateó una h o una y con una letra que ya no era suya, y un 3 o una z y enseguida cayó en un sopor del cual despertaba de rato en rato para querer decirnos algo que no podíamos entender.
¿Por qué no le han colocado la sonda?, le pregunté a la que parecía ser la jefa de enfermeras de esa sala.
Tiene cita el 27, dijo. Se tiene que estabilizar su temperatura. Tiene un poco de fiebre…
¡Dentro de una semana todavía! ¿Cree que llegará al 27 así como está, señorita?
No me dijo nada. Quizá sabía, por su experiencia, que papá, en esas condiciones, no viviría mucho. ¿Para qué colocarle la sonda entonces?
Mi hermana le puso un caramelo de limón en la boca que papá rechazó.
Voy a comprarle agua, dijo Carolina. Debe estar con sed.
Me quedé solo con el viejo. El dolor de verlo en esas condiciones me venció. Caí sobre su pecho y lloré. ¿Por qué lo haces sufrir así si siempre te ha sido fiel?, le reclamé a Jehová, su Dios, a ese Dios en quien yo había dejado de creer hace tanto tiempo. A ese Dios a quien mi papá me había enseñado a amar y temer cuando era chico, cuando pensaba que mis padres iban a ser eternos. No ha sido un mal padre, siempre se ha partido el lomo por nosotros, Tú que todo lo ves eres testigo de ello, nos ha dado lo que ha podido. Si nosotros somos así, malas personas, malos hijos, castíganos a nosotros, no a él, no seas cruel, ¿no te da pena ver agonizar así a tu siervo, Señor? Por favor, tenle un poco de compasión, eso es lo único que te pido. No te prometo nada, no te prometo que volveré al redil para terminar como John, no. Si quieres mi vida a cambio de la suya, tómala, pero ya no lo hagas sufrir más, por favor, Jehová, supliqué. Ahora nos toca a nosotros valernos por nosotros mismos.
Carolina regresó. Con la ayuda de una gasa mojada le humedecíamos los labios, soltábamos gotitas de agua en su boca que pasaba a duras penas. Pobre mi papá, del hombre fuerte que era, ya no quedaba nada.
¿Por qué no se quejan a la Administración?, nos sugirió un doctor. No le han puesto la sonda porque no les da la gana, prefieren que se muera, seguro. Eso es cosa de un ratito nomás. Ustedes quéjense, reclamen, para eso le han descontado a su papá toda su vida, ¿verdad?
Después de ir casi por un laberinto, llegamos a las oficinas de Administración. Entre pucheros, Carolina le contó al hombre que nos atendió la situación en la que se encontraba nuestro padre. El hombre nos escuchó atentamente. ¿Cómo así se les ocurrió presentar esta queja?, nos preguntó. Carolina le dijo que un doctor nos había pedido que lo hagamos. ¿Qué doctor? No nos dijo su nombre. El hombre hizo un par de llamadas, y después nos mandó a la Defensoría del Asegurado.
Allí fuimos. Nos pusimos a esperar. A las 2:17, todavía tengo la llamada registrada en la memoria de mi celular, nos llamó Mariana. Le conté lo que estábamos haciendo. Ay, cómo hacen eso, dijo, media amarga. Después se van a vengar de él.
Nos atendió un tipo. Le repetimos en qué situación estaba nuestro padre, que le preguntara a los médicos por qué se demoraban tantos días en colocarle la sonda. El tipo llamó al doctor ¿Huaraz? Acá los hijos del paciente Castelo quieren saber cuándo le van a colocar la sonda a su padre… ¿Sí?... Ah, ya… Claro, claro, doctor. Entendido.
La enfermedad de vuestro padre es irreversible, lo saben, ¿verdad?, nos dijo. Se está haciendo todo lo que está en nuestras manos por el paciente. La sonda se le colocará ni bien se estabilice su temperatura. Tiene un poco de fiebre. Paciencia nomás.
Le dimos las gracias y volvimos donde el viejo, en silencio.
Chau, papá, le dije fuerte como para que me oyera. Mañana vengo. Me miró con sus ojos tristes y llorosos. No sabíamos que nos estábamos despidiendo para siempre.
Carolina se quedó un rato más.
A las diez de la noche, la oí chillar otra vez: ¡mi papá ha muerto!, ¡¡mi papá ha muerto!!
Acababan de llamarla del hospital para comunicarle que el viejo había fallecido. Después de consolarla y pedirle resignación, llamamos a Mariana y a Jonás.
Partí al Almenara. En el trayecto me iba preguntando si su Dios me había escuchado, o si los médicos habían apresurado su muerte por quejarnos. Llegué como a las once y media. Entré por Emergencia. Mi papá ha fallecido, les decía a los guachimanes. Me dejaban pasar sin pedirme ninguna explicación ni mi DNI. Mariana y Jonás habían llegado antes que yo. El viejo ya estaba en el frigorífico. No se le podía ver. Nos dijeron que murió a las ocho de la noche de un paro cardiorrespiratorio.
Regresamos a la casa.
Al día siguiente, a las seis de la tarde, la carroza trajo sus restos. Allí estaba mi padre, dormido para la eternidad, libre del dolor, del sufrimiento. Al menos has muerto con la esperanza de resucitar un día para disfrutar de la vida eterna en el Paraíso Celestial, le dije, llorando en su pecho ya frío, besando su frente sagrada, su calva, inundándola con mis lágrimas. Allí ya no sufrirás, ya no estarás solo, estarás con mamá, con Juan Ignacio y Eva Cristina, con todos los que amaste.
Murió siéndole fiel a su Dios. No renunció a sus creencias ni aun estando postrado en su lecho de enfermo. Hay que ser como Job, decía siempre.
Le afeité, a él le hubiera gustado verse bien hasta en ese trance, le corté las uñas. Corté un mechón de sus cabellos para guardarlo junto al de la vieja.
Para comprarle el nicho tuve que hacerme un préstamo del banco de la Nación. Al final, el seguro de Mariana me devolvería solo una parte. Ninguno de mis hermanos dio un centavo, igual que con mamá.
Esa noche lo velamos. Hubo una buena cantidad de vecinos. Emilia, la mujer de John, vino un rato y después se fue. Parece que estaban peleados, como todas las vacaciones. ¿O temía que la jalaran de las mechas otra vez como con mamá?
El entierro fue el sábado 21 de marzo. A las tres partimos de la casa. Los vecinos llevaron al viejo en hombros. Allí estaban mis amigos de la infancia, algunos familiares, unos cuantos colegas del trabajo. No había ningún hermano espiritual de mi padre, aparte de don Manchego, que nos esperaba en el cementerio. Fuimos por el polvoriento camino de La Realidad por donde, tres años y ocho meses atrás, bajamos llevando los restos de la vieja. Quién iba a pensar que en poco tiempo el viejo también moriría.
Después de Jonás y un vecino, que habló en representación del pueblo, hablé yo para agradecer la presencia de tantas personas en esa tarde de dolor, para resaltar algunas cualidades de mi padre, para darle las gracias por todo lo que hizo por nosotros hasta el último día de su vida, para decir que estaba seguro que su Dios, ese Dios a quien le había sido fiel hasta su muerte, lo tenía ahora en el Paraíso que había soñado. John no habló, tuvo una crisis nerviosa y sus amigos se lo llevaron a la posta.
Me quedé huérfano, ya sin papá ni mamá, como decía mi madre.
Han pasado dos años desde que murió el viejo. En ese lapso, han ocurrido tantas cosas. Por ejemplo, este verano fue el primero en que John, desde que se casó en 1993, no vino a la casa diciendo que su mujer lo había botado. Se ha separado de Emilia, esta vez para siempre, ojalá, pues tiene otra mujer con la cual convive.
El año pasado viajé a Ayacucho después de cinco años gracias a que gané un concurso literario. Fui con John y el Gordo. Estuvimos en Huamanga, Huanta, Chincho, Cangari.
Recién el año pasado Vinces publicó Para siempre, la novela con la cual gané el concurso que organizó, pero del dinero ni la sombra. El libro pasó desapercibido. Según Vinces, lo presentó en la Feria del Libro de Huancayo, lo cual no me consta. También he publicado un cuento en España y otro en Huancayo, lugares donde gané concursos.
Hay una noticia triste: la tía Griselda, hermana de mi papá, falleció en diciembre pasado después de haber estado dos meses en coma a raíz de una caída.
Diego ya está en primero de secundaria, Nacho en tercero porque repitió, Bere en tercero de primaria, la Nela sigue en jardín.
Este verano volví a pelear con Mariana después de una tregua de casi dos años.
Entre los papeles que dejó mi papá, encontré un cuaderno rayado donde, entre otros escritos, hay una carta de amor dirigida a una tal Olga. ¿Quién sería? ¿Alguna enamorada suya del tiempo que estuvo en Pisco?
Mi querida Olga:
Nuestro amor comenzó en el año 1,948. Aun recuerdo emocionado tu primer beso. Fué un sábado 5 de Enero en el cine Perú. Desde entonces nuestro amor adquirió caracteres de delirio. Nunca más he sentido mi corazón abrazado por un sentimiento tan ardiente. Ya me es imposible vivir sin verte y sin escuchar tus frases apasionadas. Trabajamos juntos y en esas felices horas me miraba lleno de amor en tus pupilas. Sin embargo, fué forzoso separarnos cuando terminaba el verano del 48. Desde entonces, mi pensamiento no se aparta ni un solo instante de tu recuerdo. Mi amor se hace para ti cada día más intenso. Hoy, después de 5 años, puedo decir decididamente: jamás me he sentido tan enamorado ni he adorado a nadie tan tiernamente, como en aquella época de nuestro incomparable idilio. ¡Nunca tan feliz como entonces! Por eso, quiero al menos, tu amistad. Quiero saber que no me has olvidado. Contéstame por medio del correo, indicando adónde puedo escribirte y si todavía tienes tu antigua dirección, en Chosica, Avd. Trujillo 151 # 12. Tu amorcito, Jean (así me llamabas, ¿recuerdas?)
Pisco, Hda Chongos
¿Mi padre la escribió? No parece porque, comparándola con sus otras cartas, los errores en puntuación y tildación son mínimos, y los “motes” no existen. Quizá la copió como la extensa historia de un tal Juan Carlos que hay al inicio de ese delgado cuaderno. ¿Todavía existirá esa dirección en Chosica? Tendría que ir a averiguar.
En ese mismo cuaderno mi papá copió una serie de recetas para preparar pan, cachitos, rosquitas, quizá soñando que algún día tendría su propia panadería.
Preparativos de pan los siguientes
Primero se hace levadura y debe repozar 8 horas en tiempo de hembierno en tiempo de verano 4 o 5 horas minimo en seguida se hace el puño y debe reposar 15 mts o 30 mts según la calidad de harina, en seguida se arrollar el vollo y debe reposar asta que esté en punto para echar al horno; lleva un poco de sal hazucar: # como se debe preparar la rosca: Premero se hace levadura unos de 15 libra para trabajar de (no se entiende); lleva un 1½ k de azucar un 1 k de manteca un puñadito de anís y ajonjolí un poquito de sal # Como se debe preparar cachitos: Premero se hace levadura y se echa el mismo (no se entiende) azucar un poquito de sal, anís, ajonjolí y un poco de manteca. # Preparativo para Bescochos: Premero se hace levadura y del mismo levadura se prepara una (no se entiende) debe echar 2 k de azucar un 1 k de manteca anís, ajonjolí, icencia de vainilla, icencia de huevos. # Preparativos para alfajor, se prepara de un 1 k de manteca de un 1k de azucar y un poco de harina y canela molida, después de hacer con leche de tarro y icencia se le echa ajonjolí.
También he encontrado una carta de hace cuarenta y ocho años que ha sido carcomida por la humedad en algunas partes, pero está casi completa. Los viejos todavía estaban solos, faltaba medio año para que naciera Carolina, cinco años para que naciera yo.
Vitarte 18 de Mayo de 1963
Señor: Porfirio Ayala.
CIUDAD CHINCHO
Me siempre querido y estimado cuñado, les deseo que la presente que les encuentre gozando de lo mas perfecta estado de salud en unión de tu querida esposa e hijos y mas familiares que les rodea en esa:
Después de saludarte muy cariñozamente paso á decirte los siguientes cuñado nosotros quedamos sin ninguna novedad con el favor de nuestro divino salvador por el momento, solo extrañamos la presencia de todos Uds. querido cuñado hé sabido de manera extra ofecial que mi hermanito Lauro se habia vuelto loco de nuevamente, pero no sé nada en concreto y sé asi lo sucidiera debió Ud. comunicarme cuanto antes posible para saber bien de la enfermidad de mi hermano claro que Uds. no dejarán de cuidarlo ó hacerlo curar pero de todos modos yo debo enterarme alomenos de los casos que pasa de todos Uds. para eso soy tu cuñado una familia de confiansa, talvez Uds. cuando primera vez se volvió loco mi hermano llevarón muchos cuentos á Uds. diciendo que yo habia dejado en estado abandono á mi hermano, pero en realidad todos esos cuentos fueron mentiras mas fondadas por personas sin escrúpulos, pero en consecuencia yo dejo pasar por alto todos los grandes daños que me han hecho á mi, que Dios los jusgue á esos malos elementos de almas negras, pero en cambio yo siempre lucharé con mi corazón sano con mi alma limpia como un verdadero crestiano, pero si digo como un hombre lucharé contra todo óbstaculo contra el corriente; aquellos que mi han hecho daño habrán hecho por falta de ética moral, pocos sociables eso lo dejamos á Dios, cuñado si sigue lo mismo mi hermanito mejor seria que venga para hacerlo curar aquí cueste lo que cueste como lo hé hecho antes ya hemos conversado con mi compadre Estanislao (falta un pedazo de la carta) conoce a otro señor mejor que lo á curado antes á Lauro tengo que curar bien a mi hermanito hasta que sane bien no se desconfien en (falta) mandenmelo cuantos antes yo sabré agradecerles por todo, aquí la (falta) soles para su pasaje con cualquiera biene que se venga (falta) agradeceré cuñado.
Reciben muchos saludos y fuertes abrasos (falta) de parte de mi señora, mi comadre Josefina, mi tia Teófila, mi primo Marcelino su señora y familia, mi tio Roberto Cárpio y familia, mi tio Antonio Cárdenas, mi tia Maria Paz, mi tio Benenno Cucho, mi tio Guellermo Ayala, mi tio Leonardo Villanueva y familia, mi padrino Eloy Paz y familia y todos mis sobrenitos mucho japonés Alfredo y la gordita.
Mi despido sin mas que decirte tu cuñado que te estima mucho, escribime mas antes posible al correo de Vitarte ó una Telegrama.
De Ud. atentamente:
Att. Y S/S Juan D. Castelo Luján.
Vitarte, agosto – diciembre 2010 – Chosica, verano 2011
HOLA HAROL DESDE HUARMEY UN SALUDO ESPECIAL POR TU TRABAJO Y UN SIGNIFICATIVO LOGRO PARA TU VIDA. MUY BONITA NOVELA, Y QUE MEJOR DEDICADA AUN SER QUERIDO
ResponderEliminarOJALA MAS ADELANTE PUEDAS ESCRIVIR ALGO SOBRE EL DIA DEL MAESTRO. ME IMAGINO DEBE SER BIEN REFLEXIVO.
CHAU, MUCHA SUERTE Y MAS EXITOS.
JUAN ALMEYDA SUNG