MIÉRCOLES 16:
–Para que lo leas.
El profesor me da El guardián entre el centeno. Estamos en la biblioteca.
–¿Y qué le pareció?
–Más o menos. Hasta yo lo podría escribir. ¿Terminaste Cartas a un novelista?
–Todavía. La verdad, no entiendo nada.
–Lo mejor es escribir nada más.
–¿Te salga como te salga?
–Tampoco tampoco. Tiene que tener sentido, lógica, coherencia.
–Utilizar palabras bellas.
–Ni tanto. A veces son necesarias unas cuantas malas palabritas. Estoy leyendo Los detectives salvajes –saca un libro grueso– y hay más lisuras y sexo de lo que me había imaginado. Y recién estoy en la página cincuenta y cinco.
–¿En serio?
–Sí. Y esta no es cualquier novela. Es Premio Herralde y Premio Rómulo Gallegos.
–O sea que puedo poner algunas lisuritas en mi Diario escolar.
–Claro. Si no van a pensar que lo está escribiendo una monjita.
Risas.
–Después me la presta.
–Ya.
Termina el recreo y cerramos la biblioteca.
VIERNES 18:
Último día de clase. Hoy tengo física, así que voy con buzo. Llevo una botella de refresco para no deshidratarme. Vamos al Complejo a hacer ejercicios, supuestamente. Mientras jugamos fútbol mixto, el profesor Avelino se dedica a chismosear con una madre de familia que tiene sus hijitos en primaria. ¿Qué le verá al panzón ese? Hasta cara de idiota tiene y en inteligencia está a la altura de Angie.
Con ella doy vueltas por el Complejo después del partidito.
–Está bueno el lugar para planear –dice la enana–. Vienes con tu gil, te tiras un polvito y nadie se da cuenta.
Nadie te verá a ti, dan ganas de decirle.
Hay árboles, desmonte, zanjas.
–Te ahorras diez lucas.
–Claro, como el profe. Mira.
Cerebro de hormiga se pierde con la madre de familia entre los árboles.
–Deben estar angustiados.
–Si les tomáramos unas fotos…
–Déjalos. Con tal que nos apruebe.
Con Cerebro de hormiga nadie desaprueba.
–¿Y cómo te va con Palomino?
–Nada. No pasa nada.
–Es quedado el tío, ¿no?
–Ah.
–Tienes que utilizar otras estrategias.
–Eso es lo que estoy pensando.
Llega la una y nos marchamos a nuestras casas.
MIÉRCOLES 23:
Último día de clase de la semana. Mañana y pasado son feriados. Qué bien, al fin podré tomarme un descanso. He estado tan ocupada que no he escrito una sola línea en los últimos días. Estoy en la biblioteca con el profesor codificando y forrando libros. Estamos solititos. Podríamos echarle llave y hacer algo mejor que forrar y codificar libros que al final pocos leerán, ¿no?
–¿A dónde se va por Semana Santa, profesor?
–A ninguna parte, Camila. Tengo que terminar mi programación anual, preparar los sílabos, hacer la nómina de alumnos. ¿Tú?
–A Lunahuaná, con mi hermana.
–Provecho.
–Usted también debería de salir. No todo es trabajo.
–Lo sé, pero primero es el deber. Si no cumplo con la chamba, el director me clava mi memo. Ya en julio me iré un rato a mi pueblo.
–Hasta que se vuelva loco de tanto trabajar.
Se ríe.
Decirle debería de buscarse una chica para que salga a pasear este fin de semana largo, ¿no se aburre estando metido en su casa? ¿Me dirá así estoy bien? Una chica genera gastos. Las chicas de ahora son bien interesadas. ¿Preguntarle si sigue dolido por la traición de la profesora Martha? ¿No se volverá a enamorar otra vez, profesor? Guardará silencio seguramente. Estar dentro de su cabeza para conocer sus pensamientos. ¿O dirá: eso no lo sé, Camila? ¿Es que ya no confía en nosotras? ¿Cree que todas somos traicioneras? ¿Cree que todas somos perras como la profesora Martha? Enamórese, profesor. Escucha mi razón / y ábrete al amor, / enamórate de mí. Enamórese de mí. Yo no lo traicionaré, yo no me haré la cojuda mientras estoy chapando a sus espaldas con el profesor Rafael. Yo no soy la loca Martha. No me diga a mí Hay labios que mienten cuando dicen que te quieren, / hay sonrisas que esconden un puñal, / hay caricias que buscan matar.
Decirle mi hermana va a ir con su enamorado, yo voy a estar de sapa, ¿no quiere acompañarme?
–¿Se puede, tortolitos, o interrumpo? –el Abuelo terrible mete la cabeza pintada.
¿Tortolitos? La cara me empieza a arder. El profesor parece que le va a decir algo, pero no lo hace. Yo me hago la sonsa nomás.
–¿Algún libro que le interese, señor auxiliar?
–¿No tendrán El amor en los tiempos del cólera? Me la han recomendado, dicen que es buena –dice el viejo, mirándome.
Viejo arrecho, debería de leer El amor en los tiempos de los pedófilos.
–¿Devolvieron esa novela, Vidal?
–Sí, profesor Palomino.
–Debe estar en los estantes. Ahorita se lo busco. Tome asiento, auxiliar.
–Gracias, profe.
El auxiliar se fija en los libros que hay sobre el escritorio. Tiemblo. Debí de haberlos guardado, pero quién se iba a imaginar que nos iba a visitar. Los coge. Aparte de verde, es sapo el viejo.
–La romana, Lolita, Las edades de Lulú, Pudor, Cien cepilladas antes de dormir, Putas asesinas, Todas putas, La puta respetuosa –lee el tío–. Vaya títulos. Solo falta Puta linda. ¿Estos libros pertenecen a la biblioteca, profesor Palomino?
–No –dice el profesor. Me debe estar maldiciendo por dentro–. Son míos.
–Ya decía yo cómo el ministerio puede mandar semejantes libros a las instituciones educativas. Con estos títulos, los pobres educandos se irían a la perdición. Parecen medio pornos.
El profesor se ríe. ¿El viejo querrá que leamos El Principito, Paco Yunque, El Caballero Carmelo?
–Parecen, pero no lo son.
–¿Me las podría prestar para darles una ojeada?
Viejo pendejo, ¿de cuándo acá se ha vuelto lector? Fotocopia los libros, presenta una denuncia contra el profe… el profe termina en Luri… Y todo por mi culpa, por mi gran culpa. Soy una idiota, debí de haber guardado bien esos libros.
–Más adelante, auxiliar. Ahora los estoy leyendo para una novela erótica que pienso escribir.
–¿Se quiere ganar La Sonrisa Vertical, colega?
–Claro, maestro, ¿por qué no?
–Podría contarle mis aventuras y compartir el premio.
–Es una buena idea. Usted tendrá una amplia experiencia, auxiliar.
–Uff, si le contara, profe, escribiría diez novelas de esas buenas.
Risas.
El tío me pregunta, despacito:
–¿Tú los has leído, pequeña?
Viejo sapo, ¿creerá que soy idiota? Sí, los he leído, ¿quiere que le cuente de qué se trata? Deje que primero me desnude para estar en ambiente.
Niego con un movimiento de cabeza mientras continúo codificando los textos.
–Aquí tiene, auxiliar.
–Gracias, colega. Mucho calor, ¿no?
–Mmm, como para ir a la playa saliendo de la chamba.
–Para contemplar a las flores lindas en bikini –el viejo me mira. Debe tener rayos equis en los ojos porque me hace sentir desnuda–. Aquí su secretaria dice que ha estado en Viña del Mar.
Me pongo colorada. Ya metí la pata. Viejo mañoso y chismoso, ¿por qué no se mete la lengua cochina donde no le dé el sol, ah?
–Eso me estaba contando –dice el profesor–. El que puede, puede. Yo el otro año me voy a España.
–¿En serio, profe?
–Claro. En las vacaciones, a descansar un poco y a sondear el panorama para una fuga en el futuro.
–Me parece bien. Yo, si tuviera veinte años menos, también me iría. En el Perú no hay futuro, menos en el magisterio. Aproveche que usted es joven y soltero, colega. El día en que se case, ni a la esquina va a poder ir.
–Toco madera.
Cómo me chotea el profe. Se nota que la loca Martha lo ha herido de muerte.
–Aunque casándose entre colegas se hace buen negocio. Dos mil soles ya son alguito. Y se puede pedir un préstamo a la Derrama Magisterial para poner aunque sea una bodeguita y vivir de las rentas, ¿no cree, colega?
–Ah. Tendré que reasignarme para buscar esposa.
–Sería lo mejor porque aquí hay puras feas y gordas nomás –el viejo se caga de la risa.
Dan ganas de decirle por eso para detrás de las alumnas, ¿no, viejo mañoso?
–Lo termino y se lo devuelvo, profe. Y a ver si la próxima me presta uno de sus libros personales. Soy capaz de escribir el segundo tomo de Lolita y ganarme La Sonrisa Vertical.
–Ya, auxiliar, aunque va a necesitar viagra.
–Yo todavía estoy como el cañón.
–Como un cañón oxidado –digo cuando el tío ya se ha ido.
El profe se ríe.
–¿Y qué tal Viña del Mar, Camila, bonito?
–Usted siempre nos ha dicho que inventemos si no hemos vivido algo interesante… Y como estas vacaciones han sido media monses.
–Y tú siempre has tenido buena imaginación.
–Gracias por no delatarme.
–Cómo crees –mete la mano al bolsillo y me da veinte soles–. Para tu pasaje a Lunahuaná. Has trabajado bien esta semana.
–Gracias, profesor –le digo. Dan ganas de pedirle que nos acompañe: Mariana irá con su novio, yo estaré solita como una estrella solitaria en un vasto cielo, ¿no le gustaría estar a mi lado?
No lo hago. Tengo miedo que me chotee.
–De nada. A ver si me traes algo.
–De todas maneras, profesor.
–Ah, y la próxima, hay que guardar bien esos libros.
–Eso estaba pensando. Sorry. ¿Es cierto que se va a España el otro año?
–Si tú has ido a Viña del Mar, ¿por qué yo no puedo ir a la Madre Patria?
–Me manda una postal desde Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca.
–De todas maneras.
–Para que lo leas.
El profesor me da El guardián entre el centeno. Estamos en la biblioteca.
–¿Y qué le pareció?
–Más o menos. Hasta yo lo podría escribir. ¿Terminaste Cartas a un novelista?
–Todavía. La verdad, no entiendo nada.
–Lo mejor es escribir nada más.
–¿Te salga como te salga?
–Tampoco tampoco. Tiene que tener sentido, lógica, coherencia.
–Utilizar palabras bellas.
–Ni tanto. A veces son necesarias unas cuantas malas palabritas. Estoy leyendo Los detectives salvajes –saca un libro grueso– y hay más lisuras y sexo de lo que me había imaginado. Y recién estoy en la página cincuenta y cinco.
–¿En serio?
–Sí. Y esta no es cualquier novela. Es Premio Herralde y Premio Rómulo Gallegos.
–O sea que puedo poner algunas lisuritas en mi Diario escolar.
–Claro. Si no van a pensar que lo está escribiendo una monjita.
Risas.
–Después me la presta.
–Ya.
Termina el recreo y cerramos la biblioteca.
VIERNES 18:
Último día de clase. Hoy tengo física, así que voy con buzo. Llevo una botella de refresco para no deshidratarme. Vamos al Complejo a hacer ejercicios, supuestamente. Mientras jugamos fútbol mixto, el profesor Avelino se dedica a chismosear con una madre de familia que tiene sus hijitos en primaria. ¿Qué le verá al panzón ese? Hasta cara de idiota tiene y en inteligencia está a la altura de Angie.
Con ella doy vueltas por el Complejo después del partidito.
–Está bueno el lugar para planear –dice la enana–. Vienes con tu gil, te tiras un polvito y nadie se da cuenta.
Nadie te verá a ti, dan ganas de decirle.
Hay árboles, desmonte, zanjas.
–Te ahorras diez lucas.
–Claro, como el profe. Mira.
Cerebro de hormiga se pierde con la madre de familia entre los árboles.
–Deben estar angustiados.
–Si les tomáramos unas fotos…
–Déjalos. Con tal que nos apruebe.
Con Cerebro de hormiga nadie desaprueba.
–¿Y cómo te va con Palomino?
–Nada. No pasa nada.
–Es quedado el tío, ¿no?
–Ah.
–Tienes que utilizar otras estrategias.
–Eso es lo que estoy pensando.
Llega la una y nos marchamos a nuestras casas.
MIÉRCOLES 23:
Último día de clase de la semana. Mañana y pasado son feriados. Qué bien, al fin podré tomarme un descanso. He estado tan ocupada que no he escrito una sola línea en los últimos días. Estoy en la biblioteca con el profesor codificando y forrando libros. Estamos solititos. Podríamos echarle llave y hacer algo mejor que forrar y codificar libros que al final pocos leerán, ¿no?
–¿A dónde se va por Semana Santa, profesor?
–A ninguna parte, Camila. Tengo que terminar mi programación anual, preparar los sílabos, hacer la nómina de alumnos. ¿Tú?
–A Lunahuaná, con mi hermana.
–Provecho.
–Usted también debería de salir. No todo es trabajo.
–Lo sé, pero primero es el deber. Si no cumplo con la chamba, el director me clava mi memo. Ya en julio me iré un rato a mi pueblo.
–Hasta que se vuelva loco de tanto trabajar.
Se ríe.
Decirle debería de buscarse una chica para que salga a pasear este fin de semana largo, ¿no se aburre estando metido en su casa? ¿Me dirá así estoy bien? Una chica genera gastos. Las chicas de ahora son bien interesadas. ¿Preguntarle si sigue dolido por la traición de la profesora Martha? ¿No se volverá a enamorar otra vez, profesor? Guardará silencio seguramente. Estar dentro de su cabeza para conocer sus pensamientos. ¿O dirá: eso no lo sé, Camila? ¿Es que ya no confía en nosotras? ¿Cree que todas somos traicioneras? ¿Cree que todas somos perras como la profesora Martha? Enamórese, profesor. Escucha mi razón / y ábrete al amor, / enamórate de mí. Enamórese de mí. Yo no lo traicionaré, yo no me haré la cojuda mientras estoy chapando a sus espaldas con el profesor Rafael. Yo no soy la loca Martha. No me diga a mí Hay labios que mienten cuando dicen que te quieren, / hay sonrisas que esconden un puñal, / hay caricias que buscan matar.
Decirle mi hermana va a ir con su enamorado, yo voy a estar de sapa, ¿no quiere acompañarme?
–¿Se puede, tortolitos, o interrumpo? –el Abuelo terrible mete la cabeza pintada.
¿Tortolitos? La cara me empieza a arder. El profesor parece que le va a decir algo, pero no lo hace. Yo me hago la sonsa nomás.
–¿Algún libro que le interese, señor auxiliar?
–¿No tendrán El amor en los tiempos del cólera? Me la han recomendado, dicen que es buena –dice el viejo, mirándome.
Viejo arrecho, debería de leer El amor en los tiempos de los pedófilos.
–¿Devolvieron esa novela, Vidal?
–Sí, profesor Palomino.
–Debe estar en los estantes. Ahorita se lo busco. Tome asiento, auxiliar.
–Gracias, profe.
El auxiliar se fija en los libros que hay sobre el escritorio. Tiemblo. Debí de haberlos guardado, pero quién se iba a imaginar que nos iba a visitar. Los coge. Aparte de verde, es sapo el viejo.
–La romana, Lolita, Las edades de Lulú, Pudor, Cien cepilladas antes de dormir, Putas asesinas, Todas putas, La puta respetuosa –lee el tío–. Vaya títulos. Solo falta Puta linda. ¿Estos libros pertenecen a la biblioteca, profesor Palomino?
–No –dice el profesor. Me debe estar maldiciendo por dentro–. Son míos.
–Ya decía yo cómo el ministerio puede mandar semejantes libros a las instituciones educativas. Con estos títulos, los pobres educandos se irían a la perdición. Parecen medio pornos.
El profesor se ríe. ¿El viejo querrá que leamos El Principito, Paco Yunque, El Caballero Carmelo?
–Parecen, pero no lo son.
–¿Me las podría prestar para darles una ojeada?
Viejo pendejo, ¿de cuándo acá se ha vuelto lector? Fotocopia los libros, presenta una denuncia contra el profe… el profe termina en Luri… Y todo por mi culpa, por mi gran culpa. Soy una idiota, debí de haber guardado bien esos libros.
–Más adelante, auxiliar. Ahora los estoy leyendo para una novela erótica que pienso escribir.
–¿Se quiere ganar La Sonrisa Vertical, colega?
–Claro, maestro, ¿por qué no?
–Podría contarle mis aventuras y compartir el premio.
–Es una buena idea. Usted tendrá una amplia experiencia, auxiliar.
–Uff, si le contara, profe, escribiría diez novelas de esas buenas.
Risas.
El tío me pregunta, despacito:
–¿Tú los has leído, pequeña?
Viejo sapo, ¿creerá que soy idiota? Sí, los he leído, ¿quiere que le cuente de qué se trata? Deje que primero me desnude para estar en ambiente.
Niego con un movimiento de cabeza mientras continúo codificando los textos.
–Aquí tiene, auxiliar.
–Gracias, colega. Mucho calor, ¿no?
–Mmm, como para ir a la playa saliendo de la chamba.
–Para contemplar a las flores lindas en bikini –el viejo me mira. Debe tener rayos equis en los ojos porque me hace sentir desnuda–. Aquí su secretaria dice que ha estado en Viña del Mar.
Me pongo colorada. Ya metí la pata. Viejo mañoso y chismoso, ¿por qué no se mete la lengua cochina donde no le dé el sol, ah?
–Eso me estaba contando –dice el profesor–. El que puede, puede. Yo el otro año me voy a España.
–¿En serio, profe?
–Claro. En las vacaciones, a descansar un poco y a sondear el panorama para una fuga en el futuro.
–Me parece bien. Yo, si tuviera veinte años menos, también me iría. En el Perú no hay futuro, menos en el magisterio. Aproveche que usted es joven y soltero, colega. El día en que se case, ni a la esquina va a poder ir.
–Toco madera.
Cómo me chotea el profe. Se nota que la loca Martha lo ha herido de muerte.
–Aunque casándose entre colegas se hace buen negocio. Dos mil soles ya son alguito. Y se puede pedir un préstamo a la Derrama Magisterial para poner aunque sea una bodeguita y vivir de las rentas, ¿no cree, colega?
–Ah. Tendré que reasignarme para buscar esposa.
–Sería lo mejor porque aquí hay puras feas y gordas nomás –el viejo se caga de la risa.
Dan ganas de decirle por eso para detrás de las alumnas, ¿no, viejo mañoso?
–Lo termino y se lo devuelvo, profe. Y a ver si la próxima me presta uno de sus libros personales. Soy capaz de escribir el segundo tomo de Lolita y ganarme La Sonrisa Vertical.
–Ya, auxiliar, aunque va a necesitar viagra.
–Yo todavía estoy como el cañón.
–Como un cañón oxidado –digo cuando el tío ya se ha ido.
El profe se ríe.
–¿Y qué tal Viña del Mar, Camila, bonito?
–Usted siempre nos ha dicho que inventemos si no hemos vivido algo interesante… Y como estas vacaciones han sido media monses.
–Y tú siempre has tenido buena imaginación.
–Gracias por no delatarme.
–Cómo crees –mete la mano al bolsillo y me da veinte soles–. Para tu pasaje a Lunahuaná. Has trabajado bien esta semana.
–Gracias, profesor –le digo. Dan ganas de pedirle que nos acompañe: Mariana irá con su novio, yo estaré solita como una estrella solitaria en un vasto cielo, ¿no le gustaría estar a mi lado?
No lo hago. Tengo miedo que me chotee.
–De nada. A ver si me traes algo.
–De todas maneras, profesor.
–Ah, y la próxima, hay que guardar bien esos libros.
–Eso estaba pensando. Sorry. ¿Es cierto que se va a España el otro año?
–Si tú has ido a Viña del Mar, ¿por qué yo no puedo ir a la Madre Patria?
–Me manda una postal desde Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca.
–De todas maneras.
Escribes muy bien, Harol (mejor que Salinger, sin duda), sobre todo tienes muy buen oído para los diálogos. Te veo con el veneno de la literatura inyectado dentro. La huida a España no parece lo más aconsejable, considerando que a media España le gustaría huir. El problema es adónde.
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